jueves, 23 de enero de 2020

J. R. R. Tolkien & Douglas A. Anderson El Hobbit anotado


 

Introducción

 Tolkien dijo una vez que su actitud típica ante la lectura de una obra medieval no era embarcarse en un estudio crítico o filológico, sino escribir una obra moderna dentro de la misma tradición.[1] Y de manera similar Tolkien dijo a un entrevistador en 1965 que él «difícilmente leía un cuento de hadas sin el deseo de escribir uno».[2]

Estas afirmaciones, en un sentido amplio, son un buen punto de partida para estudiar a Tolkien y su obra. Porque con una buena comprensión del trasfondo de Tolkien y de sus intereses literarios se puede conseguir una mejor apreciación de lo que consiguió en sus dos obras más conocidas, El Hobbit y El Señor de los Anillos.
John Ronald Reuel Tolkien nació el 3 de enero de 1892 en Bloemfontein, Sudáfrica, hijo de Arthur Reuel Tolkien, un empleado de banca, y Mabel Suffield. Ambos procedían de la zona de Birmingham en los Midlands de Inglaterra.
Arthur había propuesto matrimonio a Mabel mientras aún vivían en Inglaterra, pero poco después él obtuvo un puesto en el Bank of Africa y la boda tuvo lugar en Ciudad del Cabo. J. R. R. Tolkien, llamado Ronald, fue su primer hijo; el segundo, Hilary Arthur Reuel, nació dos años después.
En 1895, Mabel Tolkien volvió a Inglaterra con sus dos hijos, aparentemente para una corta visita, pero también por la preocupación por la salud del joven Ronald. Arthur Tolkien, que se quedó en Sudáfrica, enfermó a finales de 1895 y murió poco después.
Mabel permaneció en Inglaterra, criando a sus hijos cerca de su propia familia en la zona de Birmingham. En 1900, Mabel se convirtió al catolicismo para sorpresa de sus familiares protestantes, que le retiraron su apoyo. Mabel siguió luchando sola, instruyendo a sus hijos en la religión católica. Su salud se resintió y tras su muerte en 1904, el padre Francis Morgan del Oratorio de Birmingham se convirtió en el tutor de los dos muchachos Tolkien.
Los chicos se educaron en la King Edward’s School en Birmingham, donde Ronald obtuvo una beca en 1903. Alrededor de 1910, Ronald conoció a otro huérfano, una joven llamada Edith Bratt, que tenía una habitación en la misma casa de huéspedes en la que vivían los Tolkien. Se inició una relación secreta entre Ronald y Edith, pero una vez descubierta por su tutor, se prohibió a Ronald que viera o hablara con Edith hasta que cumpliera veintiún años.
Tolkien siguió sus estudios en el Exeter College de Oxford, en otoño de 1911. Inició clásicas pero muy pronto sus intereses le llevaron a estudiar filología comparada así como otras lenguas, como el finés, y empezó a crear un idioma personal que después llamaría Quenya o élfico.
 
La casa en Northmoor Road, 20, Oxford, donde la familia Tolkien vivió desde enero de 1930 hasta principios de 1947, El estudio de Tolkien estaba en la planta baja y ocupaba la habitación inferior derecha, con ventanas (como se ven arriba) que miraban al oeste y otras al sur (a la derecha), que no se ven en esta fotografía. El escritorio de Tolkien se encontraba ante las ventanas que miran al sur.[3]

En 1913, el día de su vigésimo cumpleaños, Tolkien retomó su relación con Edith Bratt. Obtuvo honores de segunda clase en clásicas y haciendo honor a su inclinación por la filología, alcanzó honores de primera clase en lengua y literatura en junio de 1915.
Inmediatamente después se unió a los Lancashire Fusiliers donde recibió instrucción militar. Ronald y Edith se casaron el 22 de marzo de 1916, antes de que Tolkien fuera enviado al frente en Francia ese verano. Tolkien pasó algunos meses en las trincheras del Somme, experimentando de primera mano los horrores de la primera guerra mundial. Contrajo la fiebre de las trincheras y fue enviado de vuelta a Inglaterra, en donde pasó lo que quedaba de la guerra. El primer hijo de Ronald y Edith, John Francis Reuel, nació en 1917.
Hacia el final de la guerra Tolkien aceptó un puesto en el equipo del Oxford English Dictionary, que se estaba compilando en Oxford. En 1920 fue nombrado profesor de lengua inglesa en la Universidad de Leeds, y su familia se trasladó al norte. Su segundo hijo, Michael Hilary Reuel, nació en 1920.
La primera publicación académica importante de Tolkien, A Middle English Vocabulary [Un vocabulario de inglés medio], apareció en 1922. Estaba pensado para utilizarse juntamente con la antología de Kenneth Sisam, Fourteenth Century Verse and Prose [Verso y prosa del siglo XIV] (1921). Con ésta y otra obra similar, y con su experiencia en el Oxford English Dictionary, Tolkien se había convertido en uno de los filólogos más importantes de su tiempo. En julio de 1924 fue promovido a Professor [catedrático] de lengua inglesa en Leeds, y su tercer hijo, Christopher Reuel, nació ese mismo año.
 
En 1972 Tolkien donó este escritorio a Help The Aged [Socorro para los Ancianos] para que su venta sirviera a este centro de beneficencia. En una carta del 27 de julio de 1972, que lo acompañaba, Tolkien escribió: «Este escritorio fue un regalo de mi esposa en 1927. Fue mi primer escritorio,[4] y siempre ha sido el que he utilizado para el trabajo literario hasta su muerte en 1971. En él fue creado todo El Hobbit: escrito, mecanografiado e ilustrado». El escritorio está ahora en el Marión F. Wade Center, en Wheaton College, Wheaton, Illinois.

   
Informe de la lectura por parte de J. R. R. Tolkien de un ensayo sobre «Sagas nórdicas» en la Literary Society de la King Edward’s School, Birmingham, el 17 de febrero de 1911, tomado del King Edward’s School Chronicle, marzo de 1911 26, n.º 2), pp. 18-19.
Una edición definitiva del poema en inglés medio Sir Gawain y el Caballero Verde, coeditada por Tolkien y E. V. Gordon, apareció en 1925. Poco después, Tolkien fue nombrado Rawlinson and Bosworth Professor [equivale a la cátedra Rawlinson y Bosworth] de anglosajón en Oxford. Su cuarto hijo (la única niña), Priscilla Mary Reuel, nació en 1929. El Hobbit, escrito para sus hijos, aparece en 1937.
Tolkien mantuvo la cátedra hasta 1945, cuando fue nombrado Merton Professor de la lengua y literatura inglesa en Oxford. La muy esperada secuela de El Hobbit, El Señor de los Anillos, fue publicada en tres volúmenes en 1954-1955. Fue profesor del Merton College hasta su retiro en 1959. Su mujer Edith murió en 1971 y Tolkien murió el 2 de septiembre de 1973 tras una corta enfermedad.
La atracción de Tolkien por la lengua y la literatura medievales empezó muy temprano. Durante sus estudios en la King Edward’s School, Tolkien leyó Beowulf, primero en una traducción y después en el original anglosajón. De ahí pasó a las sagas islandesas, algunas traducidas por William Morris, y al Edda en prosa de Snorri Sturluson y al Elder Edda, una colección de poemas mitológicos y heroicos en noruego antiguo. Leyó el Kalevala finés en 1911. En el Exeter College aumentó su interés por la obra de William Morris. El interés de Tolkien se vio reforzado por el hecho que Morris también había estudiado en Exeter y le gustaron especialmente la poesía narrativa de Morris y sus posteriores novelas en prosa (algunas de las cuales están plagadas de poemas). Tolkien leyó y estudió todo el corpus de las primeras lenguas y literaturas germánicas, especializándose en inglés antiguo, noruego antiguo e inglés medio. Del período del inglés medio los intereses de Tolkien incluían las obras del poeta Geoffrey Chaucer (1340?-1400) y al anónimo autor del siglo XIV de Sir Gawain y el Caballero Verde, Pearl, Cleanness y Patience. Una de las especialidades académicas de Tolkien era el dialecto del inglés medio de los Midlands occidentales, tal como se encuentra en el Ancrene Wisse, un libro de instrucción religiosa para mujeres que escogían vivir en pequeñas celdas construidas al lado de las iglesias.
El interés de Tolkien por compartir ese entusiasmo le llevó a crear un Viking Club en Leeds, que se reunía para beber y leer sagas; y de vuelta en Oxford fundó un club islandés, el Kolbítar, que consistía en un grupo de profesores universitarios que se reunieron desde 1926 hasta aproximadamente 1930-1931 para leer en voz alta sagas islandesas traducidas sobre la marcha. El amigo de Tolkien C. S. Lewis fue miembro del Kolbítar (en inglés Coal-biters: los hombres que se sientan tan cerca del fuego que pueden morder las brasas), así como Nevill Coghill; ambos se convertirían en miembros de los Inklings, el grupo de escritores de Oxford que se reunían periódicamente para leerse mutuamente las obras. De hecho, los Inklings (cuyo nombre procede de otro grupo de estudiantes que se reunieron de 1931 a 1933) parece que nació como grupo a partir de las reuniones del Kolbítar.
La creatividad literaria de Tolkien fue muy temprana. Su interés en las lenguas puede comprobarse en el «Animalico», una lengua inventada por Tolkien y dos de sus primos durante la adolescencia. Fue la primera de las lenguas que inventó Tolkien, que a menudo tenían una gran complejidad.
Quizá por la influencia de su madre, Tolkien también estaba muy interesado en la pintura, el dibujo y la caligrafía. Un estudio completo de su labor artística se puede encontrar en J. R. R. Tolkien: Artista e Ilustrador de Wayne G. Hammond y Christina Scull.
En 1910 Tolkien empezó a escribir poesía y alrededor del inicio de la primera guerra mundial, Tolkien encontró los siguientes versos en Crist, un poema anglosajón de Cynewulf:
Eala Earendel,engla beorhtast,
ofer middangeardmonnum sended
(Crist, versos 104-5)
Salve Earendelel ángel más luminoso
Sobre la tierra mediaenviado a los hombres
La palabra Earendel normalmente se traduce por «luz brillante o rayo» y algunos académicos piensa que hace referencia a una estrella. Tolkien creía que Earendel podría haber sido el nombre de Venus, el lucero vespertino. Años después, en una carta del 18 de diciembre de 1965 a Clyde S. Kilby, Tolkien se refería a este pareado de Cynewulf como «palabras que me embelesaron y de las que surgió en última instancia toda mi mitología».[5]
La mitología de Tolkien también era una consecuencia de sus lenguas inventadas, porque para que éstas crecieran y evolucionaran como lenguas reales era necesario que fueran habladas por un pueblo, y a todo pueblo lo acompaña una historia. Tolkien llamó Tierra Media a su mundo inventado, lo que no es más que una alteración moderna del inglés antiguo midangeard, una palabra que designa el mundo en que vivimos. Tolkien pobló este mundo con elfos, hombres y otras criaturas, mientras que sus dos lenguas élficas principales, el gnómico (que después se convirtió en el sindarin) y el qenya (después escrito quenya), se enraizaron en una historia imaginaria.
Tolkien escribió «The Voyage de Earendel the Evening Star» [«El viaje de Earendel la Estrella de la Tarde»], el primer poema de lo que se convirtió en su mitología inventada, en septiembre de 1914. Y durante los años siguientes esta mitología encontró expresión en léxicos, gramáticas y poemas. A principios de 1916, envió una antología de su poesía, titulada The Trumpets of Faerie [Las trompetas del mundo de las hadas], a la editorial londinense Sidgwick & Jackson, pero fue rechazada. Poco después empezó a escribir versiones en prosa de esta mitología, llamando al conjunto de relatos El Libro de los Cuentos Perdidos. Las versiones en prosa son los originales de lo que se convirtió en El Silmarillion, el legendario que trabajó y reescribió a lo largo de toda su vida. La compleja evolución de estos cuentos y leyendas se pone en evidencia en los doce volúmenes de Christopher Tolkien que componen The History of Middle-earth (1983-1996) [en castellano se publicaron trece volúmenes en dos series: La historia de El Señor de los Anillos y Historia de la Tierra Media].
Tolkien comenzó a escribir para niños en 1920; lo hizo con unas ilustradas, firmadas por Papa Noel, dirigidas a sus hijos que, con los años, se convirtieron en una serie donde se relatan los acontecimientos en el Polo Norte. Las primeras cartas son muy sencillas, pero alrededor de 1925 empezaron a crecer en extensión y complejidad, a medida que Tolkien, inevitablemente, desarrolló una mitología alrededor de Papá Noel y los elfos, gnomos y osos polares de la región. Una selección de esas cartas apareció en 1976 como The Father Christmas Letters [Las cartas de Papá Noel], editadas por Baillie Tolkien. En 1999 apareció una selección mucho más amplia bajo el título de Letters from Father Christmas [Cartas de Papá Noel].
Alrededor de 1924, Tolkien empezó a contarle cuentos a sus hijos, a veces trasladándolos al papel. Uno de esos primeros intentos es «El Orgog», un cuento inacabado de una extraña criatura que viaja a través de un paisaje fantástico. Otro, una novela corta llamada Roverandom, publicada póstumamente en 1998, le fue explicada a sus hijos en septiembre de 1925, pero aparentemente no fue escrita hasta poco antes de la Navidad de 1927. El señor Bliss, un librito ilustrado publicado en edición facsimilar en 1982, fue escrito en 1928, según un diario veraniego de Michael Tolkien, pero el único manuscrito data aparentemente de principios de la década de 1930.[6]
Alrededor de 1928 Tolkien inició una serie de poemas que tituló «Tales and Songs of Bimble Bay» [«Cuentos y canciones de Bimble Bay»], ambientados en una pueblo costero imaginario llamado Bimble Bay. Tolkien escribió seis poemas, tres de los cuales aparecen en este libro.[7] Y la primera versión de Egidio, el granjero de Ham es muy probable que también date de finales de la década de 1920, de la época inmediatamente anterior a la redacción de El Hobbit.[8]
En el ensayo «Whose Lord of the Rings Is It Anyway?» [«¿De quién es El Señor de los Anillos?»], Wayne G. Hammond ofrece una extensa valoración de los cuentos infantiles de Tolkien:
Aún no se ha apreciado en toda su dimensión el significado de los cuentos infantiles de Tolkien. Le dieron la oportunidad (o la excusa) para experimentar con otras formas de contar historias más allá de la prosa o la poesía formales que utilizaba para escribir su mitología. En un cuento infantil podía ser descaradamente juguetón, incluso infantil, en palabras y situaciones. No cabía en el legendario un chico pelirrojo llamado Carrots [literalmente, zanahorias] que vivía extrañas aventuras dentro de un reloj de cuco, o un villano Bill Stickers [Bill Pegatinas] y su némesis Major Road Ahead [Comandante Calle Adelante]. Tampoco lo eran para la posteridad, pues Tolkien nunca escribió todas estas historias, o no muchas de ellas… El señor Bliss tiene elementos de sátira social y (hasta donde sabemos) es el único experimento de Tolkien con el libro ilustrado, en el que palabra e imágenes tienen el mismo peso. En las Cartas de Papá Noel podía expresar su talento para la pintura y el dibujo, la caligrafía y las lenguas. Roverandom empezó como una invención para consolar a Michael Tolkien que había perdido un juguete y para quitarles el miedo a las tormentas a Michael y John… Egidio, el granjero de Ham, también empezó como una diversión familiar cuando jugaban en el campo alrededor de Oxford, pero captó el interés de Tolkien por los juegos de palabras y los nombres de lugares, de manera que los amplió para su publicación. (Canadian C. S. Lewis Journal, primavera de 2000, p. 62)
El Hobbit representa la primera fusión de las diversas facetas de los escritos de Tolkien; la poesía (hay dieciséis poemas en El Hobbit, además de ocho acertijos); la obra gráfica; los pueblos y lugares de su mitología inventada (Elrond, el Bosque Negro y el Nigromante, Sauron); y el estilo y la sencillez de sus escritos para niños, junto con una cierta diversión con sus conocimientos profesionales de lenguas y literatura medievales. Todo eso se une y florece en El Hobbit, lo mismo que ocurre en El Señor de los Anillos.[9]


  
La sobrecubierta (con impresión granate sobre un fondo rosa pálido) de la primera edición británica de The Marvellous Land of Snergs de E. A. Wyke-Smith, publicado por Ernest Benn en septiembre de 1927. El texto de la primera solapa (probablemente obra del editor del libro, Victor Gollancz, que trabajó en Benn antes de fundar su propia editorial) describe el libro de la siguiente forma:
El libro se abre con la descripción de un Poblado para Niños Superfluos. Un poco al norte del Poblado, han desembarcado Vanderdecken y su tripulación; el Holandés Errante está anclado muy cerca. Al sur se encuentra los amistosos y poco inteligentes snergs, muy cerca de los duendes. Como una travesura, Joe y Sylvia huyen en compañía de Gorbo —el menos inteligente de los snergs—, se ven envueltos en magia y acaban en el lado equivocado del río. Escapan de Golithos, un ogro no del todo reformado; de Mamá Meldrum, la siniestra bruja; del malvado Rey Kul; y el rescate por parte de Vanderdecken y los snergs, culminan un brillante volumen.
El Times Literary Supplement del 24 de noviembre de 1927 lo llamó «un libro divertido y satisfactorio». El libro fue reeditado en 1996 por Old Earth Books de Baltimore, con una introducción de Douglas A. Anderson sobre Wyke-Smlth y sus escritos. (Fotografía cortesía de Peter Glassman de Books of Wonder, Nueva York.)


  
Edward Augustine Wyke-Smith (1871-1935). Wyke-Smith era un Ingeniero de minas e intrépido viajero británico. En la década de 1920 publicó ocho novelas, cuatro de las cuales eran para niños. También publicó numeroso cuentos infantiles en los anuarios editados por «Herbert Strang» y publicados por Oxford University Press. The Maravellous Land of Snergs fue su último libro. La fotografía fue tomada alrededor de 1925, poco después de acabar el libro.
Tolkien reconoció que El Hobbit derivaba de la épica, la mitología y los cuentos de hadas «previamente digeridos». Conocemos algunas de esas fuentes: Beowulf, las antologías de cuentos de hadas de Andrew Lang y de los hermanos Grimm, obras de E. H. Knatchbull-Hugessen, Rudyard Kipling, William Morris y George Macdonald, especialmente La princesa y el trasgo y su secuela La princesa y Curdie. La única influencia que Tolkien reconocía como consciente era su propio «Silmarillion». Otra influencia más oscura era The Marvellous Land of Snergs [El maravilloso país de los snergs] (1927), un libro infantil de E. A. Wyke-Smith. Esta historia relata las aventuras de un snerg llamado Gorbo. Los snergs son «una raza de gente sólo ligeramente más altos que una mesa corriente, pero anchos de espaldas y de gran fuerza».
La tierra de los snergs se describe como «un sitio aparte», donde se ha fundado una pequeña colonia con niños a los que sus padres no cuidan. La historia se centra en dos niños, Joe y Sylvia, que, junto con Gorbo, se empeñan en una aventura errante por tierras desconocidas. Se topan con varios personajes curiosos e inquietantes, como Golithos, un ogro reformado que se ha vuelto vegetariano y ya no come niños, y Mamá Meldrum, una bruja siniestra que además es una cocinera maravillosa.
  
Esta ilustración de George Morrow para The Marvellous Land of Snergs muestra a Gorbo el Snerg, que conduce a Sylvia y a Joe (y su perro Tigre) a través de los Bosques Oscuros. Morrow (1869-1955) era un conocido ilustrador de Punch, una revista en la que también colaboraba Wyke-Smith. El estilo de Morrow, centrado en personas y expresiones faciales, complementa muy bien la prosa de Wyke-Smith. Morrow también ilustró otros tres libros infantiles del autor, Bill of the Bustingforths [Bill de los Bustingforths] (sólo el frontispicio), The Last of the Barón [El último de los Barón] y Some Pirates and Marmaduke [Algunos piratas y Marmaduke], todos publicados en 1921.

Tolkien admitió en una carta de 1955 dirigida a W. H. Auden que The Marvellous Land of Snergs era «probablemente un libro que sirvió de fuente inconsciente sólo para los hobbits y para nada más» (Cartas, n.º 163). Pero esta declaración no expresa la estima que Tolkien había tenido por este libro. En los borradores para su famosa conferencia «Sobre los cuentos de hadas» escribió: «Tengo que reconocer mi aprecio y el de mis hijos por The Marvellous Land of Snergs de E. A. Wyke-Smith, en primer lugar por el elemento snerg del relato, y por Gorbo una piedra preciosa entre los tontos, una joya de compañero en una escapada».
La animación y el humor de la historia sugieren intensamente el clima de El Hobbit, como lo demuestra el fragmento siguiente:
[Los snergs] sobresalen en los festines que celebran al aire libre sobre largas mesas unidas por los extremos y que siguen el recorrido de la calle. Esto es necesario porque casi todo el mundo es invitado, es decir, se le ordena asistir porque es el rey el que ofrece los festines, aunque cada cual debe contribuir con su parte de comida y bebida para sumarla al acopio general. Hace unos años el procedimiento tuvo que cambiarse por causa del enorme número de invitaciones que era preciso enviar; ahora las órdenes se sobreentienden y sólo se envían invitaciones a abstenerse de participar a la gente cuya presencia no se desea en alguna ocasión particular. A veces les es difícil encontrar un motivo para celebrar un festín, y entonces el Amo de la Casa, a quien le corresponde esa tarea, tiene que buscarlo, como, por ejemplo, el hecho de que sea el cumpleaños de alguien. En una ocasión celebraron un festín porque ese día no era el cumpleaños de nadie. (The Marvellous Land of Snergs, p. 10.)
Existen otras similitudes entre los dos libros, en el tema y en varios episodios concretos. Sigue siendo un libro delicioso y los lectores de El Hobbit pueden disfrutarlo mucho más allá de su conexión con Tolkien.
La historia de la redacción de El Hobbit debe seguirse a través del estudio de los manuscritos, mecanografiados y pruebas que se conservan en el Memorial Library Archives de la Marquette University en Milwaukee, Wisconsin. Quizá lo más fácil es describir estos documentos en términos de fases de composición, que nombraré de A a F.
Fase A: una manuscrito de seis páginas del capítulo 1 (se han perdido las primeras páginas). Éste es el manuscrito más antiguo que se conserva. En él el dragón se llama Pryftan, el líder de los enanos Gandalf y el mago Bladorthin.
Fase B: una mezcla de mecanografiado y manuscrito. Las primeras doce páginas están mecanografiadas (en la máquina de escribir Hammond de Tolkien) y el resto están manuscritas y numeradas de la 13 a la 167. Esta etapa ofrece los capítulos 1 al 12 y el 14. El nombre del dragón está mecanografiado (en el capítulo 1) Pryftan, pero corregido a mano como Smaug. El líder de los enanos sigue llamándose Gandalf y el mago Bladorthin. Beorn es llamado Medwed y el mago no tiene la llave que abre la puerta trasera de la Montaña Solitaria, sino que una llave que encuentran en la guarida de los trolls abre la Puerta de Durin. Se pueden establecer ciertas pausas a causa del cambio del papel o de la tinta, o cambios en la caligrafía a causa de la utilización de otra pluma. Las interrupciones ocurren en las páginas 50 (cerca del inicio del capítulo 5), 77 (al final del capítulo 6), 107 (a la mitad del capítulo 8) y 119 (al inicio del capítulo 9). En las últimas treinta y cinco páginas el líder de los enanos ya es Thorin y el mago Gandalf.
Un borrador de seis páginas resume la historia desde las Estancias del Rey de los Elfos hasta el final del relato.[10]
Fase C: un mecanografiado realizado en la máquina Hammond (con las canciones en cursiva), con las páginas numeradas de la 1 a la 132, repitiendo el mismo material de la fase B. (Las páginas finales fueron renumeradas en la fase E, en el momento de insertar lo que se convirtió en el capítulo 13, véase más abajo.) En este documento aparecen Thorin y Gandalf y debió iniciarse hacia el final de la fase B. También el personaje llamado Medwed se ha rebautizado como Beorn.
Fase D: un manuscrito con páginas numeradas de la 1 a la 45, correspondientes a los capítulos 13 y 15-19.
Fase E: el mecanografiado de la Fase C fue revisado, con la inserción del capítulo 13, paginado de la 127 a la 134, y el mecanografiado del anterior capítulo 13, ahora el 14, renumerado a mano de la 135 a la 140. Los nuevos capítulos de la fase D están ahora mecanografiados y numerados a mano de la 141 a la 168.
Fase F: en este momento se realizó un segundo mecanografiado completo con la intención de convertirse en el original para el editor, pero parece ser que fue descartado porque tenía demasiados errores tipográficos.
Después siguieron las primeras pruebas de imprenta, seguidas de la revisión de las mismas.
Combinar la evidencia física del manuscrito con lo que sabemos de la cronología de la composición del libro es un proceso delicado y no siempre es posible precisar las fechas.
Tolkien contó a menudo cómo empezó la historia. Una calurosa tarde de verano en su casa, sentado ante su escritorio, corrigiendo exámenes sobre literatura inglesa. En una entrevista dijo: «Uno de los candidatos dejó piadosamente una hoja en blanco (lo mejor que puede esperar el que corrige), y en ella escribí: “En un agüero en el suelo vivía un hobbit”. Los nombres siempre generan relatos en mi mente. Pensé más tarde que haría bien en descubrir cómo eran los hobbits» (Biografía, p. 191). En otro sitio añadió: «Después, algunos meses después, pensé que era demasiado bueno para dejarlo en el reverso de un examen… Primero escribí el primer capítulo, después me olvidé de él v escribí otra parte. Aún puedo ver los huecos. Hay un gran hueco después de que llegan al refugio de las Águilas. No sabía hacia donde ir». Y prosigue: «Sencillamente empecé a inventar historias con todos los elementos que tenía en la cabeza: no recuerdo haberlos organizado en absoluto».[11]


  

Cuando escribió la primera frase de El Hobbit —«En un agüero en el suelo vivía un hobbit»— Tolkien creía que estaba inventando la palabra hobbit. Se han dado numerosos orígenes de la palabra, incluyendo combinaciones basadas en hob un término común para rústico) y rabbit [conejo]. La semejanza de hobbit con el nombre de algunas de las criaturas del folklore británico ha sido observado a menudo: algunos espíritus y duendecillos benévolos se llaman Hobs y Hobthrusts, y la antología de Joseph Jacobs More English Fairy Tales [Más cuentos de hadas ingleses] (1894) incluye un cuento de unas criaturas más siniestras llamadas Hobyahs. En una entrevista, Tolkien sugirió que el palabra hobbit pudo haber nacido quizá de una asociación con Babbit, de Sinclair Lewis, la novela satírica de 1922 sobre un desesperanzado hombre de negocios de clase media. En El Señor de los Anillos, sin embargo, Tolkien sitúa el origen en la hipotética palabra en inglés antiguo hol-bytla o «habitantes de agujeros».[12]
Tras la muerte de Tolkien, se descubrió que la palabra aparece en una larga lista de más de doscientas criaturas sobrenaturales publicada en 1895. La lista se encuentra en un libro rollado The Denham Tracts, una antología de escritos sobre folklore de Michael Aislabie Denham (18017-1859), editado por el Dr. James Hardy y publicado en dos volúmenes (1892 y 1895) por la Folklore Society en Londres. Hobbit aparece en el volumen dos (p. 79, véase la tercera línea de la Ilustración superior), y en el índice, donde se define la palabra como «un tipo de espíritu».[13]


  
J. R. R. Tolkien y sus cuatro hijos en el jardín del n.º 20 de Northmoor Road. La fotografía data de 1936. De Izquierda a derecha: Priscllla, Michael, John, J. R. R. y Christopher.

No está nada claro cuándo escribió esa primera frase. Buena parte del libro existía en enero de 1933, cuando se lo mostró a C. S. Lewis, que lo menciona en una carta de Arthur Greeves del 4 de febrero de 1933: «Desde el inicio del trimestre [el 15 de enero] he pasado un tiempo delicioso leyendo una historia para niños que Tolkien acaba de escribir… Si es realmente buena (creó que lo es hasta el final) es, por supuesto, otra cuestión: es más, si gustará a los niños actuales» (They Stand Together, editado por Walter Hooper, n.º 183). Los dos hijos mayores de Tolkien, John y Michael, recordaban haber escuchado elementos del relato contados por su padre en el estudio del n.º 22 de Northmoor Road, donde la familia Tolkien vivió desde principios de 1926 hasta enero de 1930, cuando se trasladaron a la casa de al lado, que era más grande. Pero cuales eran esos «elementos» sigue siendo incierto: podrían proceder de otros cuentos que Tolkien explicó a sus hijos y después fueron reutilizados en El Hobbit. Michael Tolkien conservó algunas de sus propias composiciones infantiles, que ya adulto fechaba en 1929, y que eran imitaciones de El Hobbit. Aun así, ciertos elementos en esas historias, como las describe Michael Tolkien, dejan claro que no se refieren a las primeras fases de la composición sino a estadios tardíos.[14]
  

A la izquierda: una página del manuscrito original de El Hobbit que no iba más allá del primer capítulo.[15] La puerta trasera de la montaña está marcada con la runa F, y el pasaje rúnico al lado de la mano dice (las letras subrayadas están representadas por una sola runa): FANG THE | SECRET PASSAGE | OF THE DWARVES [COLMILLO EL | PASAJE SECRETO | DE LOS ENANOS]. (La runa que representa la O después fue utilizada por Tolkien para representar EE.) El texto bajo las runas dice: «cinco pies de alto y tres pasan con holgura». Una frase entre corchetes está tachada: «Espera junto a la piedra gris cuando [o donde] el cuervo [escrito encima: zorzal] llama y el sol naciente en el amanecer del Día de Durin iluminará la llave [el original dice keyhole con hole tachado]». La frase está escrita de nuevo debajo: «Espera junto a la piedra gris donde el zorzal llama. Durante el atardecer con la última luz del Día de Durin se iluminará la cerradura».
En esta primera versión del mapa de Thror la geografía alrededor de la Montaña Solitaria empieza a tomar forma. Están marcados el Brezal Marchito y las ruinas de Valle, y el Río Rápido, Ciudad del Lago, los pantanos cercanos, y el Bosque Negro. Un esbozo de la Montaña Solitaria aparece en la esquina inferior derecha. El compás en el centro muestra las siete estrellas de la Osa Mayor al norte, con el sol aparentemente al sur. Los símbolos a este y oeste pueden ser elementos de escritos incluidos en el «Silmarillion» en la década de 1930: las Puertas de Morn al este y las Montañas de Valinor al oeste. (Véase La formación de la Tierra Media.)
No hay muchos más documentos a valorar. El primero es una carta de Christopher Tolkien a Papá Noel de diciembre de 1937, en la que propone El Hobbit como regalo de navidad. Esa carta relata a historia del libro como sigue: «Papá lo escribió hace muchísimo tiempo y nos lo leyó a John, Michael y a mí, en invierno, después del té. Los capítulos finales no estaban bien acabados, ni mecanografiados; lo terminó hace más o menos un año» (Biografia, p. 197). Y en un memorando que escribió Stanley Unwin, tras una reunión con Tolkien a finales de octubre de 1937, señala que Tolkien «mencionó que la redacción de El Hobbit le llevó dos o tres años porque trabajaba muy despacio» (George Allen & Unwin: A Remembrancer [George Allen & Unwin: una remembranza], p. 81).
Si tomamos la publicación de The Marvellous Land of Snergs como antecedente necesario para la idea de los hobbits, Tolkien pudo escribir la primera frase como muy pronto durante el verano de 1928. Tolkien tuvo claramente la inspiración para esa frase mientras corregía exámenes un verano, y eso pudo ocurrir en los tres años que van de 1928 a 1930. En un momento posterior, Tolkien volvió a la idea de los hobbits y escribió la primera versión del capítulo 1 (fase A). Pasó el tiempo y volvió a la historia, mecanografiando el primer capítulo y continuando a mano (con un hueco adicional en la redacción tras el episodio de las águilas), formando la fase B. Debió alcanzar la fase C, un mecanografiado, en enero de 1933, con tiempo para que C. S. Lewis pudiera leer el libro y sentir ciertas dudas sobre el final que, aparentemente, sólo existía como esquema. Las fases D, E y F probablemente tienen lugar durante el verano de 1936, cuando Tolkien volvió al libro para terminarlo y enviarlo a Allen & Unwin.
Tolkien fechó el inicio de la redacción de El Hobbit en 1930. En una ocasión dijo que había escrito el primer capítulo «con toda certeza después de 1930, fecha en que me instalé en el 20 de Northmoor Road» (Biografía, p. 197). En 1968, en el programa de televisión de la BBC «Tolkien in Oxford» [«Tolkien en Oxford»], Tolkien contaba de la siguiente forma la redacción de la primera frase y la volvía a asociar con la casa en el número 20 de Northmoor Road:
La imagen es —la recuerdo perfectamente— aún puedo ver la esquina de mi casa en el 20 de Northmoor Road donde ocurrió. Tenía un enorme montón de exámenes [señala a su derecha] y corregir exámenes durante el verano es una [tarea] enorme, muy laboriosa y desgraciadamente también muy aburrida. Recuerdo que tomé un examen y me encontré —casi le subo la nota— con una página en blanco. Glorioso. Nada que leer, así que escribí en ella, no sé porqué, «En un agujero en el suelo vivía un hobbit». (Tolkien in Oxford, 1968.)
Tolkien también afirmó en una carta a Allen & Unwin del 31 de agosto de 1937 que «mi hijo mayor tenía trece años cuanto escuchó el serial» y como John nació en noviembre de 1917, cumplió trece en noviembre de 1930, lo que sugiere que Tolkien les leyó el primer capítulo durante las «lecturas invernales» en el invierno de 1930-1931.
La secuencia de acontecimientos que llevó el manuscrito de El Hobbit a George Allen & Unwin tampoco está clara. Los «manuscritos caseros» de Tolkien fueron prestados a algunas personas fuera de la familia, como C. S. Lewis, Elaine Griffiths, la reverenda madre Santa Teresa Gale (madre superiora del convento de la Orden del Niño Jesús en Cherwell Edge) y a una niña de doce o trece años, posiblemente Aileen Jennings, la hermana mayor de la poetisa Elizabeth Jennings, cuya familia era amiga de los Tolkien.
Elaine Griffiths (1909-1996) fue alumna de Tolkien y durante muchos años profesora en el Saint Anne College de Oxford. A principios de la década de 1930 era tutora en Cherwell Edge, que tenía un hostal (donde se alojaba Griffiths) para mujeres católicas que pertenecían a la Society of Home-Students [Sociedad de estudiantes externos], como se llamaba entonces Saint Anne. Desde 1934 Griffiths trabajaba con Tolkien en una tesina sobre el lenguaje del Ancrene Wisse. Una vez recordaba:
Cuando era una joven licenciada, el profesor Tolkien me dejó su copia de El Hobbit, no manuscrita, pero hermosamente mecanografiada. Tenía una máquina de escribir fascinante que podía escribir en cursiva, creía que era maravilloso y lo leí con enorme placer. Y un poco después, alguien que conocía cuando estudiaba y que estaba trabajando en Allen & Unwin, me vino a ver para pedirme algo, no recuerdo qué, y me dijo: «Oh, Susan, no sé si debo o puedo hacerlo, pero te voy a decir algo, ve a casa del profesor Tolkien e intenta conseguir la obra titulada El Hobbit pues creo que es terriblemente buena».[16]
La persona de Allen & Unwin fue Susan Dagnall (1910-1952), que estuvo en Oxford al mismo tiempo que Griffiths y que empezó a trabajar en Allen & Unwin en 1933. A finales de la primavera o principios del verano de 1936, Dagnall visitó Oxford para hablar con Griffiths sobre la revisión de una traducción de Beowulf muy popular entre los estudiantes. De hecho, Tolkien había recomendado a Griffiths para la tarea, aunque al final no pudo realizarla. El trabajo fue completado por el colega de Tolkien C. L. Wrenn, y Allen &c Unwin la publicó en 1940 como Beowulf and the Finnesburgh Fragment [Beowulf y el fragmento Finnesburgh], con prefacio de Tolkien.
Dagnall pidió prestado del manuscrito de El Hobbit y después de leerlo animó a Tolkien para que lo acabase y se pudiera publicar en Allen & Unwin. Tolkien se puso a trabajar. En agosto escribió que El Hobbit estaba casi acabado pero no envió el mecanografiado a Allen & Unwin hasta el 3 de octubre de 1936.
Stanley Unwin, presidente de la editorial, lo leyó y aprobó. Se pidió una segunda opinión a la autora de libros infantiles Rose Fyleman (1877-1957)5 que trabajada como lectora y traductora para Allen & Unwin. Pero Stanley Unwin pensaba que los niños eran los mejores jueces de la literatura infantil e, intermitentemente, pedía a sus hijos, incluyendo a su hijo pequeño Rayner, que comentaran obras destinadas a los niños a cambio de una paga de un chelín por informe. El Hobbit le fue entregado a Rayner Unwin, que entonces tenía diez años, que consideró, con la superioridad que dan los diez años, que el libro era bueno e interesaría a los niños de cinco a nueve años. El Hobbit fue aceptado. Los contratos se firmaron a principios de diciembre.
  
Una fotografía de Stanley Unwin publicada en el número del 1 de enero de 1938 en la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller. El biógrafo de Tolkien Humphrey Carpenter describe al editor como «bajo, barbado y de ojos brillantes», señala que Tolkien dijo que Unwin se parecía «exactamente a uno de mis enanos» (Biografía, p. 200).
Stanley Unwin (1884-1968) había trabajado en el mundo editorial antes de adquirir en 1914 los bienes de la firma en bancarrota George Allen & Sons, convirtiéndola en George Allen & Unwin. Su editorial tuvo mucho éxito y él se convirtió en una de las figuras principales del mundo editorial. Su libro La verdad sobre el negocio editorial (1926) es un clásico sobre la realidad del mundo editorial. En su autobiografía La verdad acerca de un editor (1960), Unwin decía que El hobbit era «una de mis publicaciones preferidas». Unwin fue nombrado caballero en 1946.
El 4 de diciembre de 1936, Susan Dagnall pidió Tolkien una corta descripción del libro para el catálogo de Allen & Unwin. Tolkien se lo envió antes del 10 de diciembre. El texto no sólo apareció en los Summer Announcements [catálogo de verano] de 1937 de Allen & Unwin, sino que también fue utilizado en la primera solapa de la sobrecubierta, con otros textos añadidos por el editor. El escrito de Tolkien es el siguiente:
Si está interesado en viajes de ida y vuelta más allá del cómodo mundo occidental, más allá de las fronteras con la vida salvaje, y de vuelta a casa, y puede interesarse en un héroe humilde (bendecido con un poco de sabiduría y bastante buena suerte), aquí tiene el relato de semejante viaje y héroe. El período es la época antigua entre la edad de las hadas y el dominio del hombre, cuando todavía existía el famoso Bosque Negro, y las montañas estaban plagadas de peligros. Siguiendo la senda de este humilde aventurero, aprenderá a lo largo del camino (como él) —si es que ya no lo sabe todo sobre estas cosas— mucho sobre trolls, trasgos, enanos y elfos, y podrá vislumbrar algo de la historia y la política de una época tan importante y olvidada.
El señor Bilbo Bolsón visitó a varias personas notables; habló con el dragón, Smaug el Magnífico; y estuvo presente, aunque involuntariamente, en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Todo esto es de lo más extraordinario pues era un hobbit. Los hobbits han pasado inadvertidos para la historia y la leyenda, quizá porque preferían la comodidad a la aventura. Pero este relato, basado en sus memorias, del año más excitante en la habitualmente tranquila vida del señor Bolsón le dará una idea exacta de tan estimable pueblo, que ahora (según se dice) es difícil de ver. No les gusta el ruido.
El «manuscrito casero» de El Hobbit contenía evidentemente ilustraciones del propio Tolkien aunque su número resulta incierto. También tenía mapas, cinco de los cuales acompañaban al libro cuando fue enviado a Allen & Unwin en octubre de 1936.[17]
A lo largo de los años desde la publicación de El Hobbit, cierto número de las ilustraciones de Tolkien, ocho en blanco y negro y cinco en color (además de dos mapas), se han convertido en lo que se puede llamar las ilustraciones «estándar» que habitualmente aparecen en el libro.[18] Pero este estándar tardó algún tiempo en desarrollarse y las ilustraciones supervivientes asociadas con El Hobbit suman unas setenta piezas.
  
Informe de lectura de Rayner Unwin sobre El Hobbit, escrito cuando tenía diez años.
Rayner Unwin (1925-2000) fue, más que ningún otro, el editor de Tolkien. Tras empezar a trabajar en la empresa de su padre en 1951, fue el responsable de las obras de Tolkien durante el resto de la vida del autor y durante mucho tiempo después de su muerte. Rayner Unwin sucedió a su padre como presidente de la editorial tras la muerte de éste en 1968. Sus memorias sobre la empresa familiar George Allen & Unwin: A Remembrancer, aparecieron en 1999, con dos largos capítulos que explican sus experiencias como editor de Tolkien.

La primera edición británica no tenía ilustraciones en color, pero incluía diez en blanco y negro, junto con dos mapas. Todo los dibujos en blanco y negro de Tolkien para El Hobbit parecen proceder el período posterior a las vacaciones de diciembre de 1936 y antes de mediados de enero de 1937. El 4 de enero, Tolkien envió a Allen & Unwin cuatro dibujos acabados, entre ellos Puerta de las estancias del Rey de los Elfos, Ciudad del Lago, Puerta principal y El Bosque Negro (que Tolkien veía como guarda delantera). Al mismo tiempo envió la versión dibujada de nuevo del Mapa de Thror y el mapa de las Tierras Ásperas, habiendo decidido que los otros tres no eran necesarios (sin embargo, Tolkien tuvo que dibujar una vez más el Mapa de Thror en formato apaisado para utilizarlo como guarda). Dos semanas después envió seis dibujos más, realizados para que se distribuyeran mejor a lo largo del libro. Estas ilustraciones eran La Colina: Hobbiton al otro lado de El Agua (versión en blanco y negro), Los Trolls, El Sendero de la Montaña, Las Montañas Nubladas hacia el oeste, Estancia de Beorn y La Estancia de Bolsón Cerrado.
A finales de marzo, Allen & Unwin esperaba que Tolkien tuviera tiempo para realizar una ilustración para la sobrecubierta del libro. Él envió un diseño preliminar a principios de abril y el 25 de abril entregó el arte final (con instrucciones detalladas escritas en los márgenes para los impresores).
Cuatro de los cinco dibujos a color de Tolkien para El Hobbit se realizaron durante un par de semanas de vacaciones universitarias a mediados de julio de 1937. Fueron Rivendel, Bilbo se despertó con el sol temprano en sus ojos, Bilbo llega a las cabañas de los Elfos de la almadía y Conversación con Smaug. La quinta, una versión coloreada de La Colina: Hobbiton al otro lado de El Agua fue completada el 13 de agosto.
La complejidad de los mapas, las ilustraciones y a sobrecubierta ocuparon a Tolkien y a Allen & Unwin la mayor parte del primer semestre de 1937. En sus memorias, Rayner Unwin describe la situación de la siguiente manera:
Sólo en 1937 Tolkien envió 26 cartas a George Allen & Unwin y recibió 31 cartas en respuesta. Por parte de Tolkien todas estaban escritas a mano, a veces con una extensión de hasta cinco páginas detalladas, fluidas, a menudo incisivas, pero infinitamente educadas y exasperantemente precisas. El tiempo y la paciencia que su editor dedicó a lo que debería haber sido una sencilla tarea de composición es sorprendente. Dudo que ningún autor en la actualidad, por muy famoso que fuera, recibiría una atención tan escrupulosa. (George Allen & UnwinA Remembrancer. p. 75)
El primer anuncio de la publicación de El Hobbit apareció en la edición del 6 de febrero de 1937 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller. Allen & Unwin insertó un anuncio con sus novedades para marzo y abril, y El Hobbit era el primero del mes de abril, donde se le describe (en una comparación extraña) como «la historia en su género más deliciosa desde La olla de oro», un librode James Stephens publicado en 1912. El Hobbit se anunciaba como «ilustrado» con el mismo precio (7 chelines y 6 peniques) que tuvo el libro publicado.
Probablemente a finales de abril de 1937 enviaron una copia de El Hobbit a la editorial de Boston Houighton Mifflin Company, para que hicieran una oferta por los derechos para Estados Unidos. En esa época, varias editoriales británicas tenían acuerdos con editoriales similares en Estados Unidos, y en este contexto los lazos de Allen & Unwin eran con Houghton Mifflin. En aquel entonces Paul Brooks era un joven editor en Houghton Mifflin y mucho después explicó en sus memorias Two Park Street (1986) la reacción inicial en Houghton Mifflin ante El Hobbit: «Nuestro director editorial (que en aquel entonces estaba a cargo de los libros infantiles) no estaba impresionado. Tampoco lo estaba la bibliotecaria de la Biblioteca Pública de Boston, a la que pedimos su opinión profesional. Pero por alguna razón —aunque no tengo ni idea sobre literatura juvenil— leí El Hobbit y fui atrapado por el señor Bilbo Bolsón y su gente. No importaba a qué edad estuviera destináda la historia, había que darle una oportunidad» (p. 107).[19]
Sorprendentemente, Houghton Mifflin sugirió que se encargasen algunas ilustraciones adicionales en color a «buenos artistas americanos» para acompañar los dibujos en blanco y negro de Tolkien. Tolkien aceptó en una carta del 13 de mayo de 1937, siempre que fuera posible «vetar todo lo proveniente de los estudios Disney o influido por ellos (por cuya obra siento el más profundo aborrecimiento)»[20] (Cartas, n.º 13); pero Allen & Unwin le convenció de que era mejor que todas las ilustraciones fueran de su mano. Mayor confusión resultó del envío por parte de Tolkien a Houghton Mifflin de algunas ilustraciones en color que no eran para El Hobbit antes de enviar cinco para la historia. Houghton Mifflin seleccionó cuatro de las cinco y, a sugerencia de Allen & Unwin, pagó al artista cien dólares.
Tolkien recibió las primeras pruebas del texto en dos paquetes el 20 y 24 de febrero de 1937. Tolkien los devolvió a Allen & Unwin el 11 de marzo. Sus correcciones eran muchas y aunque había calculado la extensión de los pasajes reemplazados, fue necesario recomponer bastantes secciones. Tolkien recibió las pruebas revisadas a principios de abril y las devolvió el 13 de abril.
El libro fue impreso en junio, pero la publicación fue pospuesta para permitir el envío de ejemplares de lectura y llegar a la campaña de Navidad. En un anuncio aparecido en el número del 3 de julio de 1937 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller, Allen & Unwin recolocaba el libro en el catálogo de otoño. La descripción en este anuncio dice: «Un libro de aventuras en un mundo mágico de enanos y dragones, por un profesor de Oxford. Quizá un nuevo Alicia en el País de las Maravillas».
Tolkien recibió el primer ejemplar del libro el 13 de agosto. Unas pocas semanas antes la publicación del libro el 21 de septiembre, Stanley Unwin tomó la inusual decisión de pagar un anuncio a toda página en la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller, llamando a El Hobbit «el libro infantil del año». Allen & Unwin dedicaba rara vez un anuncio a toda página para promocionar un solo libro, pero en el caso de El Hobbit lo hizo tres veces.
  
Anuncio a toda página de El Hobbit en el número del 4 de septiembre de 1937 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller.

Finalmente, El Hobbit fue publicado en Inglaterra el 21 de septiembre de 1937, con una primera tirada de 1.500 ejemplares. Tolkien acordó con Allen & Unwin que enviarían ejemplares a C. S. Lewis, la Oxford Magazine, la Book Society, y a dos de sus colegas más próximos, los catedráticos George Gordon de Oxford y R. W. Chambers de la University of London. De sus ejemplares personales, Tolkien repartió bastantes entre los miembros de su familia. Otros fueron a antiguos alumnos que se habían convertido en colegas y amigos de la familia, entre ellos E. V. Gordon, Elaine Griffiths, Helen Buckhurst, Simonne d’Ardenne, Stella Mills y Katherine Kilbride. Un ejemplar se envió a la familia Jennings.
  
La tapa de la edición de El Hobbit de Allen & Unwin fue diseñada por Tolkien. (Algunos de sus dibujos pueden verse en Artista, n.º 140 y n.º 141.) Las runas en el lomo, dos TH y una D abajo, se refieren a Thorin y Thror, y a la puerta secreta en la Montaña Solitaria (marcada también con una runa D en el Mapa de Thror).

Allen & Unwin también envió ejemplares a algunos críticos, entre ellos Richard Hughes y Arthur Ransome, solicitando su opinión. Una selección de los comentarios de los críticos se convirtió en la base del siguiente anuncio a toda página de Allen & Unwin en el número del 6 de noviembre de 1937 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller. Allen & Unwin preparó otros materiales publicitarios como una postal de la sobrecubierta y un facsímile de una carta del novelista Richard Hughes.[21]
La National Book Fair [Feria Nacional del Libro] se celebró en Londres el sábado 20 de noviembre y el reportaje sobre la feria publicado en la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller señala que Su Alteza Real el Duque de Kent había comprado un ejemplar de El Hobbit. Tolkien visitó la feria.
En la sede de Allen & Unwin en Museum Street se dispuso un escaparate con cerca de cincuenta ejemplares de El Hobbit dispuestos frontalmente en unos estantes. (Una pequeña fotografía del montaje apareció en el número del 2 de noviembre de 1937 en la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller.)
   
La sobrecubierta de la edición de Allen & Unwin también fue diseñada por Tolkien, utilizando el azul y el verde además del blanco y negro. (Un primer diseño y el arte final se pueden ver en Artista, n.º 143 y n.º 144.) Tolkien quería que el sol y el dragón fueran impresos en rojo, pero la idea fue rechazada por Allen & Unwin por razones de coste.
Wayne G. Hammond y Christina Scull han dicho del diseño de Tolkien lo siguiente:
La sobrecubierta de El Hobbit es tan atractiva hoy como en 1937. Pero si atrae no es por el color sino por su fuerza gráfica. Las monjías se extienden rítmicamente sobre toda la superficie, mientras que sus penachos de nieve contrastan intensamente con las laderas de tonos oscuros. Líneas dentadas como rayos relampagueantes pasan a través de las montañas y vibran a sus pies. En la parte baja del dibujo los troncos de árbol aparecen, ora negros, ora blancos. Como tantos dibujos de Tolkien, éste está diseñado en torno a un eje central: aquí la larga carretera que a través del bosque llega hasta la Montaña Solitaria. Su contenido es asimétrico: en la distancia imperan la noche, la oscuridad, el mal en forma de dragón; en la parte delantera aparecen el día, la luz, el bien en forma de águilas que acuden por dos veces en misión de rescate a lo largo del relato (Artista, p. 149).
La primera tirada de El Hobbit se vendió bien, y fue necesaria una reimpresión antes de Navidades, los cinco dibujos en color fueron reclamados antes de aparecer la edición norteamericana y Allen & Unwin decidió incluir cuatro de ellos en la segunda impresión sin subir el precio. Cuatro ilustraciones en color aparecieron más tarde en la edición norteamericana, pero mientras Allen & Unwin escogieron Bilbo llega a las cabañas de los Elfos de la almadía, Houghton Mifflin eligió Bilbo se despertó con el sol temprano en sus ojos.[22]
La segunda impresión de Allen & Unwin consistió en 2.300 ejemplares. Fueron impresos a principios de diciembre de 1937, pero no todos fueron encuadernados (423 ejemplares sin encuadernar fueron destruidos en noviembre de 1940 cuando fue bombardeado el almacén del editor).
  
Segundo anuncio a toda página de Allen & Unwin con la acogida crítica del libro, en el número del 6 de noviembre de 1937 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Book-seller.

Las dos primeras reseñas publicadas de El Hobbit son las más positivas y perceptivas. Aparecieron anónimamente en el Times Literary Supplement y en el Times. Ambas fueron obras del íntimo amigo de Tolkien C. S. Lewis.
La primera responde directamente a la comparación[23] que hace el editor con el libro de Lewis Carroll:
El editor comenta que El Hobbit, aunque muy diferente a Alicia, se parece a ésta en que es obra de un profesor dedicado al juego. Una verdad mucho más importante es que ambos pertenecen a ese pequeño grupo de libros que no tienen nada en común excepto que son nuestra puerta de entrada a su propio mundo. Un mundo que parece que ha existido antes de que tropezáramos con él pero que, una vez encontrado por el lector correcto, se vuelve indispensable para él. Su lugar está con Alicia. Planilandia, Phantastes, El viento en los sauces.
… Debe tenerse en cuenta que éste es un libro para niños en el sentido de que la primera de muchas lecturas puede hacerse en la escuela. Los niños leen con gravedad Alicia, y los adultos lo leen entre risas; El Hobbit, en cambio, resultará muy gracioso a los lectores más pequeños, y sólo años más tarde, a una décima o vigésima lectura, empezarán a darse cuenta del diestro conocimiento y la profunda reflexión que fueron necesarios para que todo en él pareciera tan maduro, tan amistoso y, a su modo, tan veraz. Las predicciones son peligrosas, pero es muy posible que El Hobbit se convierta en un clásico. (Times Literary Supplement, 2 de octubre de 1937.)
La segunda reseña fue aún más penetrante:
La verdad es que en este libro se unen un buen número de cosas nunca unidas antes: riqueza de humor, comprensión de los niños, y una feliz fusión del erudito y el poeta en la captación de la mitología. A la vera de un valle uno de los personajes del profesor Tolkien puede detenerse y decir: «Huele como los elfos». Quizá pasen años antes de que se dé entre nosotros otro escritor con semejante olfato para los elfos. Parece que el profesor 110 inventa nada. Ha estudiado a trolls y dragones de primera mano y los describe con la fidelidad que es mucho mejor que océanos de insustancial «originalidad». (The Times, 8 de octubre de 1937.)
  
La sobrecubierta de la edición norteamericana de 1938, publicada por Houghton Mifflin Company, reproducía dos ilustraciones a color de Tolkien en cubierta y contracubierta.

Se han podido localizar alrededor de treinta reseñas de la primera edición británica de El Hobbit. Muchas de ellas son muy breves, pero unas pocas tienen algo más que decir que la simple descripción del libro.[24]
La reseña de Alice Forrester en la Poetry Review (noviembre-diciembre de 1937) comenta sobre los poemas de Tolkien: «Sólo quedan por comentar de este libro sus canciones y poemas que están unidos y ayudan a crear una atmósfera vivida y algo misteriosa».
En Junior Bookshelf, Eleanor Graham dio a El Hobbit una de sus pocas reseñas negativas:
El Hobbit es un libro extraño. Contiene los elementos para una muy buena historia, o quizá para un libro de cuentos cortos para niños, pero, en mi opinión, está malogrado por algunos reflejos de la actitud del autor hacia el mundo. Un cierto espíritu de «Tía Sally» reemplaza la benevolencia que es habitual en los libros infantiles más queridos. En vez de obstáculos naturales en el camino de la historia, el viaje del hobbit y sus compañeros se ve interrumpido por obstrucciones que dan la impresión de ser retrocesos deliberadamente intencionados y no un desarrollo natural… En cambio existe una desagradable sensación de compulsión y el hobbit realmente no se resigna nunca ni a su exilio ni a su largo viaje. Junto a estas críticas, también tengo que decir que hay un fuerte sentido de realidad en la escritura y es realmente destacable, de manera que a la gente que les guste, les va a gustar mucho. (Junior Bookshelf, diciembre de 1937.)
  
Al menos hubo dos impresiones de la edición de Houghton Mifflin en 1938. La primera tiene un hobbit que se inclina en la portada, mientras que la reimpresión lleva el sello editorial de Houghton Mifflin, una figura sentada que toca la flauta.[25]

L. A. G. Strong escribió en el Spectator el 3 de diciembre de 1937: «Es peligroso decir que un libro es realmente original, pero en este caso el riesgo vale pena. El Hobbit se convertirá en un clásico».
Una publicación australiana, All About Books, dio al libro una de sus reseñas más largas en el número del 15 de enero de 1938, a cargo de G. H. Cowling, que había sido colega de Tolkien en Leeds. Sugería un número de posibles fuentes de elementos en El Hobbit: «Si fuera un científico podría hablar largamente de los hobbits y decir si derivan su nombre de los “hobs” o de los “rabbits” “conejos”]. Pero no lo soy, de manera que sólo disfrutaré del cuento». Cowling concluía: «Ésta es realmente una historia de hadas, con la ambientación indudable del país de las hadas».
R. B. McCallum, uno de los Inklings y colega de Tolkien, escribió en el Pembroke College Record de 1937-1938: «Todo el libro es destacable por la solidez y exactitud de la narrativa, una vena de humor feliz y reflexiva y por la sensatez de la filosofía de fondo. Nada puede disminuir el lustre que el nombre de Lewis Carroll da a Christ Church pero puede ser que el hecho que el autor de El Hobbit sea profesor en Pembroke dé un interés adicional a aquellos que nos visiten en el futuro».
En Estados Unidos, se anunció la publicación de El Hobbit para el 23 de febrero de 1938 en el número de febrero de 1938 de la Retail Bookseller, pero evidentemente algunos problemas con la impresión o la encuadernación retrasaron un poco el libro. Fue anunciado de nuevo en el número de marzo de Retail Bookseller con fecha de publicación 2 de marzo, aunque los ejemplares estuvieron disponibles unos días antes.
  
Anuncio a toda página de Houghton Mifflin en el número del 26 de marzo de 1938 de Publishers Weekly.

Se han podido localizar más de veinte reseñas de la primera edición norteamericana de El Hobbit y a continuación se seleccionan algunos extractos representativos. La primera reseña, que precedió a la publicación de libro, fue obra de Mary Lamberton Becker en el New York Herald Tribune:
En el momento de escribir, aún bajo el embrujo de la historia, no puedo dejar de preguntarme si le va a gustar a los niños estadounidenses. Mi impulso es decir que si no es así peor para ellos. Como el erudito Charles Dogdson, el autor es profesor en Oxford, siendo su especialidad el anglosajón; como Alicia, la historia tiene la inconfundible señal de haber sido explicada a niños inteligentes. Pero su estilo no es como el de Lewis Carroll; es mucho más como el de Dunsany… Estas páginas contienen un mundo, una odisea comprimida, a medida que evolucionan las aventuras en el camino hacia el tesoro del dragón. No sé si a nuestros niños les gustará una historia tan concentrada, cuando cada uno de sus capítulos sería un libro por derecho propio; pueden llegar a pensar que han recibido demasiado por su dinero. Pero los enanos se han puesto este año de moda en América; quizá éstos se beneficien del éxito de Disney. (New York Herald Tribune, 20 de febrero de 1938.)
Sophia L. Goldsmith escribía en el New York Post en marzo de 1938: «Este libro gustará por igual a niños y a niñas. Tiene un encanto inmenso, humor genuino y enanos que dejan a los amigos de Blancanieves completamente en la sombra».
Anne T. Eaton (1881-1971), una figura muy conocida de la literatura infantil y bibliotecaria en la Lincoln School del Teachers’ College de la Universidad de Columbia, escribió:
Éste es uno de los más frescamente originales y deliciosamente imaginativos libros infantiles que han aparecido en mucho tiempo… [Hay] bosques que recuerdan los de los relatos en prosa de William Morris. Como los países de Morris, las Tierras Ásperas es el País de las Hadas, aunque tiene una cualidad terrena, el aroma de los árboles, lluvias torrenciales y el olor de las hogueras… Las canciones de enanos y elfos son verdadera poesía, y como el autor tiene la suficiente fortuna de ser capaz de hacer sus propios dibujos, las ilustraciones son compañeras perfectas del texto. (New York Times Book Review, 13 de marzo de 1938.)
  
Anuncio de Hougton Mifflin para El Hobbit en el número de marzo-abril de 1938 en Horn Book.

Eaton también escribió sobre el libro en Horn Book:
La época de la historia se desarrolla entre la edad de las hadas y el dominio de ios hombres, y la escena se sitúa en uno de esos países mágicos que, como las tierras de los relatos en prosa de William Moris, son parte indiscutible a la vez de Inglaterra y el País de las Hadas. En el escenario de la historia abundan auténticos fragmentos de mitología y magia y el estilo del libro es de una singular cualidad. Está escrito con un sereno humor y esos detalles lógicos que deleitan a los niños… Todos aquellos, grandes y pequeños, a los que les guste una historia imaginativa, bellamente narrada, convertirán El Hobbit es su libro de cabecera. (Horn Book, marzo-abril de 1938.)
Horn Book tuvo un interés considerable en El Hobbit. Anne Carroll Moore (1971-1961), la bibliotecaria de la sección infantil de la Biblioteca Pública de Nueva York, también escribió sobre el libro en su columna «The Three Owl’s Notebook» [«Cuaderno de apuntes de los tres búhos»] en el número de marzo-abril, calificándolo como:
un refrescante y original cuento de aventuras de enanos, trasgos, elfos, dragones, trolls, etc., en la tradición de las antiguas sagas. Creo que es un error comparar El Hobbit con Alicia o con El viento en los sauces. No se parece en nada a ambos. Está firmemente arraigado en Beowulf, en tradición sajona y aunque dirigido a la infancia tiene cosas en común con The Treasure of the Isle of Mist [El tesoro de la Isla de Niebla] de W. W. Tarn y con ciertos cuentos de William Morris. Hay un gran conocimiento detrás de El Hobbit, mientras que una rica vena de humor conecta este pequeño ser, descrito como más pequeño que un enano, con los extraños seres del mundo antiguo y del mundo en el que vivimos en la actualidad. (Horn Book, marzo-abril de 1938.)
En el número de mayo de 1938, una de las fundadoras de la revista, Bertha E. Mahony, presentaba El Hobbit como uno de un grupo de «ciertos libros que permanecen en la mente como la poesía, revelando siempre alegrías frescas y nuevos significados». Y en ese número se reprodujo una buena selección de páginas del capítulo 1 de El Hobbit.
  
Después de ganar el Hobbit el premio del New York Herald Tribune, Tolkien fue notificado mediante telegrama de Ferris Creenslet de Houghton Mifflin Company. Stanley Unwin reconoció el valor de publicitar el premio al libro en Inglaterra y reprodujo el telegrama en un anuncio a toda página en el número del 7 de mayo de 1938 de la Publisher’s Circular and The Publisher & Bookseller.

Mary A. Whitney escribió en el Christian Science Monitor del 31 de marzo de 1938: «A todos los que le guste un cuento sólido lleno de originalidad e imaginación se deleitarán con las aventuras del hobbit». Y William Rose Benét, en la Saturday Review del 2 de abril de 1938, llamó a El Hobbit «una destacable obra de literatura imaginativa para niños que viene de un profesor de anglosajón en Oxford, como Alicia en el País de las Maravillas provino de una matemático como el reverendo Dodgson. El Hobbit es a la vez prosa y poesía, y, sobre todo, tremendamente divertido».
El 25 de abril de 1938, Tolkien recibió un telegrama de Ferris Greenslet de Houghton Mifflin, comunicándole que El Hobbit iba a recibir un premio de 250 dólares. En su segundo Festival Infantil anual, el New York Herald Tribune tenía planeado dar dos premios, cada uno de 250 dólares, uno para el mejor libro infantil publicado en primavera y el otro para el mejor libro juvenil. El Hobbit ganó el premio infantil y el ganador en la categoría juvenil fue Iron Duke [El duque de hierro] de John R. Tunis, una historia universitaria ambientada en Harvard.
Los jueces de la categoría infantil fueron May Lamberton Becker (presidenta), Elizabeth Morrow (esposa del embajador de los Estados Unidos en México, Dwight W. Morrow, y madre de la escritora Anne Morrow Lindbergh) y Stephen Vincent Benét. El premio fue otorgado en un almuerzo especial el martes 17 de mayo de 1938. El almuerzo, presidido por Irita Van Doren, editora de la sección de libros del New York Herald Tribune, tuvo lugar el último día de la convención anual de la American Bookseller Association [Asociación Americana de Libreros] en el Hotel Pennsylvania de Nueva York. Un miembro de la red comercial de Houghton Mifflin, LeBaron R. Barker Jr., aceptó el premio en nombre de J. R. R. Tolkien.[26]
Como en Inglaterra, hubo división de opiniones a la vista de las reseñas de El Hobbit. Mary L. Lucas escribió sobre el hobbit y los enanos: «Sus aventuras y desgracias son numerosas, de hecho demasiado numerosas para disfrutar realmente de la lectura. El libro se lee mejor en voz alta y a pequeñas dosis, o se debe advertir al niño que lo lea así por sí mismo. Tendrá un éxito limitado si no es correctamente introducido y aún así sólo gustará a aquellos niños que tengan una imaginación viva» (Library Journal, 1 de mayo de 1938).
En el Catholic World de julio de 1938, el anónimo comentarista escribía: «Le aseguramos que le gustará este movido cuento tanto como a su hijo. Haga que resuelva los acertijos de Gollum y Bilbo. Ellos solos valen el precio del libro». Y Harry Lorin Bisse llamó al libro, en una muy corta reseña en Commonweal del 2 de diciembre de 1938, «un brillante cuento de hadas moderno».
El Hobbit fue un éxito en Estados Unidos. En junio, ya se habían vendido casi tres mil ejemplares. Houghton Mifflin decidió anunciar de nuevo el libro a la cabeza de su catálogo juvenil de otoño, con la esperanza de aumentar las ventas. El anuncio del libro en el número de Navidad de 1938 en la revista Horn Book (véase nota 6 del capítulo 1), incluía el dibujo de un hobbit para el que Tolkien había proporcionado más detalles descriptivos. El Hobbit fue expuesto con otros cincuenta libros infantiles en la exposición anual de noviembre y diciembre en las salas dedicadas a la literatura infantil de la Biblioteca Pública de Nueva York, y fue elogiado en el folleto, Children’s Books 1938 [Libros infantiles 1938], publicado para la ocasión. El libro fue reimpreso y a finales de 1938 las ventas de la edición norteamericana habían sobrepasado los cinco mil ejemplares.
El Hobbit perdió algo de fuelle tras el estallido de la segunda guerra mundial. Debido al racionamiento de papel, impuesto en Inglaterra en abril de 1940 (algunos meses antes el almacén de Allen & Unwin al norte de Londres fue bombardeado y se perdieron más de un millón de libros), El Hobbit estuvo agotado en Inglaterra durante la mayor parte de la década de 1940, a pesar del deseo de autor y editor de mantenerlo en catálogo. El racionamiento de papel estuvo en vigor hasta 1949.
A principios de la década de 1950 (quizá espoleado por la publicación a finales de 1949 de Egidio, el granjero de Ham), El Hobbit volvió a estar de actualidad. Casi trece años después de dar a El Hobbit una reseña desconcertante, la revista Junior Bookshelf quiso equilibrar la balanza con algunos astutos comentarios de Marcus S. Crouch:
El Hobbit ha tenido un éxito desigual, como todos los libros marcadamente originales. Ha sido, creo, sólo un éxito moderado en las librerías y los bibliotecarios que tuvieron el valor de comprarlo en cantidades importantes no pueden decir que rivalice en popularidad con los bienes que se producen en grandes cantidades en la actualidad. Me parece, sin embargo, que tiene en un nivel muy alto algunas de las cualidades que lo harán perdurar. No sé de ningún libro infantil publicado en los últimos veinticinco años del que pueda predecir con mayor seguridad que se seguirá leyendo en el siglo XXI. (Junior Bookshelf marzo de 1950.)
En la década de 1950 las ventas de El Hobbit subieron considerablemente y con mayor impulso tras la publicación de la largamente esperada secuela, El Señor de los Anillos. Ha habido diversas dramatizaciones del libro, aficionadas y profesionales, desde marzo de 1953, cuando se estrenó la primera adaptación autorizada en la St. Margaret’s School de Edimburgo. A ésta han seguido numerosas adaptaciones, entre ellas el execrable programa de televisión de 1977 basado en el libro, varias versiones en audio y una representación por parte de la Ópera Nacional finesa en octubre de 2001. Las ventas de ejemplares del libro hace tiempo que llegaron al nivel multimillonario. En Gran Bretaña se puso a la venta en 1998 un sello de correos en honor de El Hobbit. Al aproximarse el sesenta y cinco aniversario de su publicación, El Hobbit ha aparecido en más de cuarenta idiomas. No cabe la menor duda que El Hobbit es un clásico en todo el mundo, para todas las edades y en todas las épocas.
  
El 21 de julio de 1998, El Hobbit fue honrado con un sello de correos en Gran Bretaña dentro de la serie «Mundos mágicos: libros de fantasía clásicos para niños». La serie homenajeaba a otras cuatro obras además de El Hobbit. A través del espejo (1872) de Lewis Carroll, The Phoenix and the Carpet [El fénix y la alfombra] (1904) de E. Nesbit, El León, la Bruja y el Armario (1950) de C. S. Lewis y The Borrowers (1952) de Mary Norton. Las ilustraciones de los sellos son de Peter Malone.



  

Esta es una historia de hace mucho tiempo. En esa época los lenguajes eran bastante distintos de los de hoy… Las runas eran letras que en un principio se escribían mediante cortes o incisiones en madera, piedra, o metal. En los días de este relato los Enanos las utilizaban con regularidad, especialmente en registros privados o secretos. Si las runas del Mapa de Thror son comparadas con las transcripciones en letras modernas, no será difícil reconstruir el alfabeto (adaptado al inglés actual), y será posible leer el título rúnico de esta página. Desde un margen del mapa una mano apunta a la puerta secreta, y debajo está escrito:
  

Las dos últimas runas son las iniciales de Thror y Thrain. Las runas lunares leídas por Elrond eran:
  

En el Mapa los puntos cardinales están señalados con runas, con el Este arriba, como es común en los mapas de enanos y han de leerse en el sentido de las manecillas de reloj: Este, Sur, Oeste, Norte. [1]
Fuente:

Título original: The Annotated Hobbit

J. R. R. Tolkien & Douglas A. Anderson, 1988

Autor de El Hobbit: J. R. R. Tolkien

Autor comentarios, notas y pies de imagen: Douglas A. Anderson

Traducción: Manuel Figueroa & Rubén Masera

Traductor de El Hobbit: Manuel Figueroa

Traductor comentarios, notas y pies de imagen: Rubén Masera

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

miércoles, 22 de enero de 2020

11 DE LOS GRANDES PUESTOS (1612). Ensayos. Sir Francis Bacon.

 

11

DE LOS GRANDES PUESTOS
(1612)
Los hombres situados en grandes puestos son sirvientes triples: sirvientes del soberano o del Estado, sirvientes de la fama y sirvientes de los asuntos; de ese modo, no disponen libremente ni de su persona, ni de sus acciones, ni del tiempo. Es un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad; o buscar poder sobre los demás y perderlo sobre sí mismo. Elevarse a los puestos es trabajoso y esos hombres llegan con penalidades a penalidades mayores; a veces son viles y, mediante indignidades, alcanzan las dignidades. Mantenerse en ellas es cosa escurridiza y retirarse resulta una caída, o al menos un eclipse, lo cual resulta un tanto melancólico: Cum non sis qui fueris, non esse cur velis vivere[1]. Aún más, los que se retiran no pueden hacerlo cuando, quieren ni podrán cuando sea razonable; pero están impacientes por el retiro aun en la vejez y en la enfermedad que requieren la sombra; como los viejos de las ciudades que seguirán sentados a la puerta de la calle, aunque con eso expongan al desprecio la vejez. En verdad que las personas importantes necesitan pedir prestada la opinión de otros hombres para creerse felices; pues si juzgan por sus propios sentimientos, no logran conseguirlo; pero si pensaran de sí mismos lo que otras personas piensan de ellos, y que los otros hombres tuvieran su alegre manera de ser, entonces serían felices como lo fueron porque se lo decían, cuando, quizá, encuentran en su interior que no es así; pues ellos son los primeros en encontrar sus propias penas aunque son los últimos en hallar sus faltas. La verdad es que los hombres de fortuna son extraños para sí mismos y mientras están en el embrollo de los asuntos no tienen tiempo de velar por su salud tanto corporal como mental. Illi mors gravis incubat, qui notus nimis omnibus, ignotus moritur sibi[2].
En el puesto hay libertad para hacer el bien y el mal, de lo cual, lo último, es una maldición; pues en el mal, la mejor condición es no desearlo, la segunda no poder. Mas hacer el bien es la finalidad verdadera y legal de las aspiraciones; pues los buenos pensamientos, aunque Dios los acepte, son poco mejor en los hombres que los buenos sueños, salvo que los ponga en obra; y esto no puede ser sin tener posibilidad y ocasión como son la ventaja y dominio de la situación.
El mérito y las buenas obras son la finalidad de la actividad del hombre, y el tener conciencia de ello es alcanzar descanso; si un hombre puede compartir el teatro de Dios, del mismo modo podrá compartir el descanso de Dios. Et conversus Deus, ut aspiceret opera, quae fecerunt manus suae, vidit quod omnia essent bona nimis[3]; luego vino el sábado.
Al desempeñar tu puesto pon ante ti los mejores ejemplos; pues la imitación es como un globo lleno de preceptos, y después pon ante ti tu propio ejemplo; y examínate severamente para ver si no lo hiciste mejor al principio. Desdeña los ejemplos no sólo de los que se comportaron mal en ese mismo puesto; no para apartarlos reprochando su recuerdo sino para que ellos mismos te indiquen lo que se ha de evitar. Por tanto, haz reformas sin jactancia o escándalo de los tiempos y personas anteriores; pero impóntelas, tanto para sentar buenos precedentes como para seguirlos. Reduce las cosas a su primitiva institución y observa dónde y cómo degeneraron; pero pide consejo a las dos épocas; la época antigua que es la mejor y la última época que es la más apropiada. Trata de dar regularidad a tu actuación, que los hombres puedan saber de antemano qué pueden esperar, pero no seas demasiado positivista y perentorio, y exprésate en buena forma cuando discrepes de tus normas. Preserva el derecho de tu puesto, pero no promuevas cuestiones de jurisdicción; y acepta, más bien en silencio, tus derechos como de facto, que voceándolo con reclamaciones y retos. Preserva asimismo los derechos de los puestos inferiores; y piensa que es más honroso dirigir lo principal que ocuparse de todo. Acepta y pide ayuda y consejos referentes al desempeño de tu puesto; y no te desvíes debido a ellos, como los metomentodo, sino aceptándolos sólo en buena parte. Los vicios de la autoridad son principalmente cuatro: tardanza, corrupción, rudeza y accesibilidad. Pues la tardanza facilita los contactos, no cumple los plazos señalados, concluye lo que se trae entre manos, y entremezcla no los asuntos, sino la necesidad. La corrupción, no sólo te ata las manos y las de tus sirvientes al aceptar, sino que ata también las manos de los solicitantes al ofrecer; porque la integridad al uso hace lo uno, pero la integridad sincera y con manifiesta aversión al soborno, hace lo otro; y evita no sólo la falta, sino la sospecha. Todo el que sea variable y cambie ostensiblemente sin causa manifiesta, da sospechas de corrupción; por tanto, siempre que cambies tu opinión o tu actuación, hazlo sencillamente y decláralo junto con las razones que te han movido al cambio, y no lo hagas subrepticiamente. Un sirviente o un favorito, si es íntimo sin ninguna otra causa aparente de estima, se piensa de él generalmente que es un escondido camino para la corrupción. Por lo cual, la corrupción es una causa innecesaria de descontento: la severidad alimenta al miedo; la rudeza al odio. Incluso los reproches procedentes de la autoridad deben ser serios, no insultantes. La accesibilidad es peor que el soborno, pues el soborno sólo se produce de tiempo en tiempo; si la importunidad o la falta de respeto guían a un hombre nunca carecerá de ellos; como dijo Salomón: No es bueno respetar a las personas; pues tal hombre pecará por un pedazo de pan.
Más verdad es lo que se dijo antiguamente: El puesto nos muestra al hombre; y nos muestra algo de lo mejor y algo de lo peor. Omnium consensu capax imperti, nisi imperasset[4], dijo Tácito de Galba; pero Vespasiano dijo: Solus imperantium, Vespasianus mutatus in melius[5], aunque en uno se refería a su capacidad y en otro a sus costumbres y aficiones.
Es señal segura de un espíritu digno y generoso, el enmendar el honor; porque el honor es, o debiera ser, asiento de la virtud; y como en la naturaleza las cosas se mueven violentamente hacia su sitio, y tranquilamente en su sitio, así la virtud es violenta en la ambición y aposentada y tranquila en la autoridad. Toda elevación hacia un punto importante es por una escalera de caracol; y si hay facciones, es conveniente apoyar al hombre mientras se eleva y contrapesarlo cuando haya alcanzado el puesto. Utiliza el recuerdo de los predecesores con justicia y tacto; porque si no lo haces, es deuda que tendrás que pagar cuando te hayas ido. Si tienes colegas, respétalos; y más bien llámalos cuando no lo pretendían que excluirlos cuando tienen razón para pretender que los llamen. No seas demasiado sensible ni tengas demasiado presente tu puesto durante las conversaciones y respuestas privadas con los peticionarios; es mejor que digan: Cuando está en su puesto, es otro hombre.

martes, 21 de enero de 2020

Sir Francis Bacon. Ensayos. 10. DEL AMOR (1612).


10

DEL AMOR
(1612)
El escenario debe más al amor que a la vida del hombre; pues para el escenario, el amor es siempre asunto de comedias y de vez en cuando de tragedias; pero en la vida hay mucha malicia, a veces como de sirena, a veces como de furia. Se puede observar que entre todas las personas grandes y valiosas (de las que queda memoria, tanto antiguas como recientes), no hay ninguna que haya sido transportada al estado de locura de amor, lo que demuestra que los grandes espíritus y los grandes negocios deben mantenerse fuera de las pasiones débiles. No obstante, se debe exceptuar a Marco Antonio, el copartícipe del imperio de Roma, y a Apio Claudio, decenviro y legislador; el primero de los cuales fue en verdad un hombre voluptuoso y desordenado, pero el último fue austero y prudente; por tanto, parece que el amor (aunque raramente) puede hallar entrada no sólo en un corazón abierto, sino también en un corazón bien fortificado, si no mantiene buena vigilancia. Vale poco el dicho de Epicuro de que Satis magnum alter alteri theatrum sumus[1]; como si el hombre, creado para la contemplación del cielo y de todos los objetos nobles, no tuviera que hacer otra cosa sino arrodillarse ante idolillos y someterse, aunque no por la boca (como están las bestias), mas por los ojos, que le fueron dados para fines más elevados. Resulta extraño observar el exceso de esa pasión y cómo ofende a la naturaleza y valor de las cosas, de ahí que el hablar en perpetua hipérbole es grato nada más que en el amor y no solamente lo es en las frases; mientras que se ha dicho acertadamente que el adulador bromista, con quien se entienden todos los aduladores despreciables, se adula a sí mismo, en verdad, el amante es algo más, pues nunca hubo un hombre que pensara tan absurdamente bien de sí mismo; como hace el amante de la persona amada; por tanto, estuvo bien dicho lo de que es imposible amar y ser juicioso. Ni esta debilidad se presenta sólo a otros, ni a la parte amada, sino a la amada sobre todo, salvo que el amor sea recíproco; pues es regla cierta que el amor siempre es recompensado, tanto recíprocamente o con un desdén íntimo y secreto; por cuanto la mayor parte de los hombres debería darse cuenta de esa pasión que pierde no sólo a otras cosas sino a sí misma. En cuanto a las otras pérdidas, las expresa bien el relato del poeta: Que el que prefirió a Helena, renunció a los dones de Juno y Palas, pues quienquiera que estime demasiado la afección amorosa, renunciará tanto a las riquezas como a la prudencia. Esa pasión tiene su afluencia en los verdaderos momentos de debilidad que son los de gran prosperidad y gran adversidad, aunque esta última ha sido menos observada; ambas encienden el amor y lo hacen más ferviente, y, por tanto, demuestran que es hijo de la insensatez. Harán mejor los que, no pudiendo rechazar el amor, le den cuartel y lo separen completamente de sus asuntos y actividades serias de la vida; porque si se interfiere una vez en los negocios, perturba la suerte de los hombres y hace que no puedan en modo alguno ser leales a sus propios fines. No sé por qué,, pero los hombres marciales están dados al amor; creo que es porque están dados al vino, pues los peligros, generalmente, reclaman ser recompensados con placeres. Hay en la naturaleza del hombre una secreta inclinación y tendencia hacia el amor a otros, las cuales si no se emplean en una o pocas personas, se extiende naturalmente hacia muchas y convierte a los hombres en humanitarios y caritativos, como se ve muchas veces en los frailes. El amor nupcial hace a la humanidad, el amor amistoso la perfecciona, pero el licencioso, la corrompe y envilece.

lunes, 20 de enero de 2020

DE LA ENVIDIA (1625). Sir Francis Bacon.


DE LA ENVIDIA
(1625)
No hay ningún sentimiento que se haya observado que fascine o hechice, a no ser el amor y la envidia. Ambos tienen poderes vehementes; se transforman fácilmente en fantasías y sugestiones y se presentan con facilidad ante los ojos, especialmente, ante la presencia de los objetos causantes de la fascinación, si es que hay alguno. Así, vemos que las Escrituras llaman a la envidia ojo maligno; y los astrólogos llaman a la mala influencia de las estrellas, malos aspectos; así es que en el acto de la envidia, parece haber conocimiento, una emanación o irradiación del ojo. Además, algunos han sido tan observadores que han notado que en momento en que la mirada de un ojo envidioso produce más daño es cuando la parte envidiada está en su momento de gloria o triunfo, porque eso agudiza la envidia; al mismo tiempo, en tales momentos, el espíritu de la persona envidiada saldrá más al exterior, y así tropezará con la desagradable mirada.
Pero dejando esos detalles (aunque merecen que se piense en ellos a su debido tiempo), nos ocuparemos de qué personas están más sujetas a ser envidiadas; y cuál es la diferencia entre envidia pública y privada.
Un hombre que no tiene virtudes jamás envidia la virtud de otros; porque la mente de los hombres se nutrirá ya de su propio bien, ya del mal ajeno; y el que desea lo uno, perseguirá lo otro; y quien carece de esperanza para alcanzar la virtud de otro, tratará de apoderarse de la fortuna del otro.
El hombre que es afanoso y curioso, por lo general, es envidioso; pues saber mucho sobre los asuntos de los demás no puede ser sino a causa de que toda esa preocupación pueda concernir a sus propios bienes; por tanto, tiene que ser que encuentre cierto placer en fijarse en las fortunas de otros; ni el que se afana en sus propios asuntos tiene mucho que envidiar; pues la envidia es una pasión ociosa que pasea por las calles y no le gusta estar en casa: Non est curiosus quim idem sit malevolus[1].
Los hombres de noble cuna se caracterizan por ser envidiosos de los hombres que se encumbran, porque se altera la distancia que los separa; y es como un engaño a los ojos porque cuando otros vienen, piensan que ellos retroceden.
Las personas deformadas y los eunucos, los viejos y los bastardos son envidiosos; porque el que no puede enmendar su propio caso, hará lo que pueda por estropear el de los otros; salvo que esos defectos se produzcan en naturalezas muy bravas y valientes que piensen hacer de sus carencias naturales parte integrante de su honra: en ese caso, debería decirse: ese eunuco, o ese cojo, hizo tales cosas grandes, dando a entender la honra de un milagro: como sucedió con Narsés el eunuco, y Agesilao y Tamerlán que eran cojos.
El mismo caso es el de los hombres que se levantan después de calamidades y desgracias; pues son como hombres reñidos con su tiempo que consideran el daño de otros como una redención de sus propios sufrimientos.
Los que desean sobresalir en muchos asuntos, aparte de la frivolidad y la vanagloria, son siempre envidiosos porque no pueden desear trabajo; ya que es imposible que en cada uno de los asuntos puedan sobrepasar a los otros; ése era el carácter del emperador Adriano, que envidiaba mortalmente a los poetas y pintores y a los diestros en el trabajo, respecto al cual sentía afán de sobresalir.
Finalmente, los parientes y los compañeros de oficio y aquellos que se han criado juntos, son más apropiados para envidiar a sus iguales cuando éstos se elevan; porque esto les vitupera su propia suerte, les señala y les acude con frecuencia a la memoria y del mismo modo hace que los otros se fijen en él; y la envidia siempre se redobla con la charla y la fama. La envidia de Caín hacia su hermano Abel fue la más vil y maligna, porque cuando su sacrificio era mejor aceptado no había nadie que lo viera. Así sucede con muchos que son propicios a la envidia.
Respecto a los que están más o menos sujetos a la envidia, primeramente, las personas de virtuosidad eminente, cuando lo son en grado avanzado, son menos envidiosas porque su fortuna parece debida a ellos; y nadie envidia el pago de una deuda sino más bien las recompensas y libertades. Además, la envidia siempre va unida a la comparación que el hombre hace consigo mismo, y donde no hay comparación, no hay envidia; por tanto, los reyes no son envidiados sino por reyes. No obstante, debe tenerse en cuenta que las personas sin mérito son más envidiadas en su primera aparición y después sobrepasan mejor la envidia; por lo que, contrariamente, las personas de valía y mérito son más envidiadas cuando su buena suerte se prolonga; pues para entonces, aunque su virtuosidad sea la misma, ya no tiene el mismo lustre; pues los recién venidos la acrecientan más que empañarla.
Las personas de sangre no le son menos envidiadas en su encumbramiento, pues parece que es un derecho correspondiente a su cuna; además, no parece agregar demasiado a su suerte; y la envidia es como los rayos del sol que calientan más en las elevaciones o cumbres que en el llano; y, por la misma razón, los que avanzan gradualmente son menos envidiados que quienes avanzan súbitamente y per saltum.
Los que juntan a sus honores grandes cuidados laboriosos, o peligros, están menos sujetos a la envidia, pues los hombres consideran que se ganan sus honores con fatiga y algunas veces se apiadan de ellos, y la piedad siempre cura a la envidia. Por lo cual, se observará que cuanto más profunda y cauta sea la clase de políticos en su grandeza, más se quejarán siempre de la vida que llevan, entonando el quanta patimur[2]; no es que lo sientan así, sino sólo para embotar el filo de la envidia; pero esto debe entenderse en negocios que pesan sobre los hombres, no los que ellos se buscan; pues nada acrecienta más la envidia que el aumento innecesario y ambicioso de los negocios; y nada extingue más la envidia hacia una persona importante que mantener a todos sus empleados inferiores en los plenos derechos y preeminencias de sus cargos; porque, por este medio, habrá muchas pantallas entre él y la envidia.
Sobre todo, están más sujetos a la envidia los que llevan la grandeza de su suerte en forma insolente y orgullosa; no encontrándose a gusto sino cuando ostentan cuán grandes son, ya con pompa externa o triunfando sobre toda oposición o competición. Por lo contrario, los hombres prudentes no se sacrificarán a la envidia sufriendo, a veces de propósito, impedimentos y sobrecargas en cosas que no les atañen mucho. No obstante, es muy cierto que el llevar la grandeza en forma declarada (aunque sin arrogancia ni vanagloria), provoca menos envidia que si se lleva de modo más hábil y artera; pues de esa forma el hombre no hace más que denegar la suerte, y parecer que se da cuenta de su propio deseo de valía, y enseñar a otros a que le envidien.
Por último, para terminar esta parte, como hemos dicho al principio que el acto de envidiar tiene en sí algo de hechicería, no tiene más curación que la que tiene la hechicería; y no es quitarse de encima la carga (como se dice) y echarla sobre otro; por esa razón las personas eminentes de mayor prudencia siempre colocan en primer término a alguien sobre quien desvían la envidia que caería sobre ellas; algunas veces sobre ministros o sirvientes, otras, sobre colegas y socios o algo semejante; y para esa desviación nunca faltan algunas personas de naturaleza valiente y emprendedora que, con tal de tener poderío y negocios, lo aceptarán a toda costa.
Pasemos ahora a hablar de la envidia pública: hay algo de bueno en la envidia pública que, contrariamente, no hay en la privada; porque la envidia pública es como un ostracismo que eclipsa a los hombres cuando se engrandecen demasiado; y, por tanto, es también un freno para los grandes que les mantiene dentro de los límites.
Esta envidia, llamada en latín invidia, circula en las lenguas modernas como el nombre del descontento, del cual hablaremos al ocupamos de la sedición. Es una enfermedad en un Estado análoga a una infección; pues una infección se extiende sobre el que está sano y lo infecta, asimismo cuando la envidia entra una vez en un Estado, difama incluso sus mejores acciones, y las convierte en pestíferas; por tanto, se gana poco mezclando acciones plausibles porque eso no indica más que temor a la envidia, lo cual daña mucho más, como sucede en las infecciones que, si se las teme, es como llamarlas sobre uno.
Esta envidia pública parece recaer principalmente sobre funcionarios importantes y ministros, más que sobre reyes y naciones. Pero es una regla fija que si la envidia hacia los ministros os grande, la causa que la produce en ellos es pequeña; o que si la envidia es general hacia todos los ministros del Estado, entonces la envidia (aunque escondida) es verdaderamente hacia el propio Estado. Y gran parte de la envidia pública o descontento, y de la diferencia de ésta con la privada, es de lo que se trató en primer lugar.
Añadiremos que, en general, tocante al sentimiento de la envidia, dé todos los sentimientos es el más inoportuno y constante; pues otros sentimientos se dan en ocasiones, por lo cual se dijo acertadamente: Invidia festos dies non agii[3], pues siempre actúa sobre uno u otros. Y también es de notar que el amor y la envidia abaten al hombre, lo cual no hacen otros sentimientos porque no son tan constantes. Es también el más vil de los sentimientos y el más depravado; por esa causa es el atributo más apropiado del demonio, del cual se dice que durmiendo los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo; y siempre ocurre que la envidia opera sutilmente, en Ja sombra y en perjuicio de las cosas buenas como lo es el trigo.
Fuente: Francis Bacon Ensayos ePub r1.0 oronet 15.11.2019

sábado, 18 de enero de 2020

EL PLATO DE LA MENTE. ROBERTO CALASSO.


EL PLATO DE LA MENTE

Varias veces me tocó observar que las películas de Hitchcock tienden a volverse más bellas cuando se ven otra vez. Me ha pasado últimamente, viendo de nuevo Psicosis, Los pájaros, Mamie.
¿De qué otros directores se podría decir lo mismo? De Lubitsch, de Max Ophüls, ciertamente. Otros nombres se podrían agregar, pero no muchos. ¿Por qué? Quizá por cierto blindaje inquebrantable que protege a esas películas del mundo externo. Quien entra en un Hitchcock, en un Lubitsch, en un Ophüls pone el pie en sitios autosuhcientes, que tienden a absorber todo en sí mismos. Luego puede haber también otras razones de constante, renovado estupor. Puede ser un estupor no sólo estético, sino especulativo. 0 mejor: un estupor estético por ser especulativo. Esto es válido para algunas películas de Hitchcock que destacan (y deslumbran) porque, a la usual trama de delicias y terrores, superponen una dimensión metafísica. Primer ejemplo patente: Vértigo. Pero lo mismo se puede decir, con implicaciones más engañosas e indomables, para La ventana indiscreta. Truffaut, con su habitual perspicacia, escribió una vez a Hitchcock: «Vértigo es más sentimental, más poética, pero La ventana indiscreta es la perfección». Se dieron cuenta de eso también Ghabroly Rohmer, que apuntaban: «Si hay una película de Hitchcock para la cual el término metafísica se pueda citar sin temor, ésta es precisamente La ventana indiscreta». Lástima que después se hayan estancado en el intento de identificar qué metafísica. Después de una primera referencia al mito platónico de la caverna, se enredaron entre San Agustín y los jansenistas en la búsqueda del significado moral del asunto. No se entiende por qué (es más, se entiende perfectamente), pero en cuanto interviene la palabra «moral»
la lucidez de la mente se empaña. Y entonces ¿cuál será la metafísica implícita en La ventana indiscreta?
Como Lubitsch, como Ophüls, Hitchcock se abstenía de teorizar sobre sus películas. Pero, aveces, lanzaba por ahí una frase decisiva, disimulada, junto con observaciones técnicas inocuas. En esa frase se decía lo esencial. Así, una vez observó: «La ventana indiscreta es totalmente un proceso mental, conducido a través de medios visuales». Aislamos la frase y nos preguntamos: ¿quién está hablando aquí? ¿Sañkara a propósito de la maya? ¿O es Rámánuja o algún otro maestro vedán- tico? ¿Qué sentido tiene describir una película puntillosa y minuciosa hasta el trompe-l'oeil (el set del patio, el más grande construido hasta entonces por la Paramount, correspondía fielmente a un inmueble de Christopher Street) como si fuera «totalmente un proceso mental»? «Totalmente»... ¿Qué habrá pretendido Hitchcock con esa afirmación tan drástica? No queda más que ver la película. El primer encuadre nos ofrece una estera semitransparente de bambú que se alza delante de una ventana, luego otra, luego otra más. Es como si la cortina de opacidad que normalmente envuelve a la mente y la hace desconocedora de sí misma se desvaneciera lentamente. ¿Qué aparece, entonces? No el mundo, sino el patio: predispuesto como un edificio mnemotécnico donde la pared de ladrillos descoloridos hace de soporte a los loci, que son las diferentes ventanas. Aquí se manifiesta la invención visual fundamental de la película: las imágenes que vemos al interior del marco de cada una de las ventanas (la bailarina que practica, los recién casados que entran en su apartamento, el músico infeliz al piano, Corazón Solitario que se prepara para recibir a un macho invisible, el viajante Lars Thorwald que regresa con su esposa enferma y rencorosa) están a otro nivel respecto a lo que vemos en el patio o en la habitación del protagonista. Esas imágenes rectangulares no son reales, son hiperreales. Tienen la cualidad alucinatoria y esmaltada de las calcomanías. Es tal la evidencia de esos rectángulos (aún más imperiosa de noche, cuando los rectángulos se recortan sobre un fondo de tinieblas) que
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empezamos a preguntarnos: ¿dónde estamos realmente? Y se insinúa la sospecha: quizá la ventana donde está apostado el fotógrafo James Stewart con su pierna enyesada no da, como todas las ventanas ingenuas, hacia algún exterior. Quizá, como lo indica el título en inglés (Rear Window), es una ventana que se abre hacia lo que perennemente está detrás del mundo: el plato de la mente. De hecho, ¿desde cuándo la «realidad» (Nabokov dice en algún lugar que se trata de una palabra uti- lizable sólo entre comillas) ha tenido la nitidez alarmante, la pátina nacarada de lo que ve el fotógrafo en los rectángulos luminosos delante de él? Lo que ocurre allí dentro ¿no es quizá el cine sorprendido en su origen? Admitamos entonces que las esteras de bambú se hayan alzado sobre un teatro ocupado por una mente y sus fantasmas. Pero ¿cómo se compone esa mente (cada mente)? Hay un ojo soberano, inmóvil: el átman, el Sí. Traduzcamos en la ironía occidental de Hitchcock: el ojo de un fotógrafo (el ojo por excelencia) con una pierna enyesada. En la superposición de un binóculo o de un imponente teleobjetivo al ojo del protagonista está implícita no sólo la capacidad de auto- intensiftcación del átman, sino la capacidad del ojo soberano de desdoblarse indefinidamente: existe siempre una metamirada que se sobrepone a la mirada, pero el paso decisivo es el primero: aquél con el que el Sí se separa del Yo, el fotógrafo que mira del asesino que es observado. Pero entonces ¿adonde fue a parar el mundo? La mente puede encargarse de dejarlo fuera, pero no del todo. Siempre queda al menos una hendidura, que hiere y permite la fuga. Por ello, en uno de los lados del patio, se abre un callejón que da a la calle. La calle es el mundo como es. Pero en la película nunca se hará notar más que por instantes, como cuando Grace Kelly o Corazón Solitario o el asesino se aventuran en él. Todo el resto se desarrolla al interior de una mente, entre el ojo del fotógrafo y sus fantasmas. Ese ojo es soberano. Frente a él, todo está disponible: cada piso, cada escena de la vida, tal como se muestran sobre la fachada interna del patio, como una película proyectada sobre cada uno de los rectángulos luminosos de las diferentes ventanas.
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El hilo que ata al fotógrafo con el asesino se aprieta en un nudo metafísico, del cual depende, como un teorema de un axioma, toda la película. Según la doctrina vedántico- hitchcockiana, el átman, el Sí, no es una entidad aislada, sino que está siempre relacionada con una contraparte, el aham, el Yo —o más precisamente el ahamkára, ese proceso de «fabricación del Yo» que da a cada uno la impresión de tener una identidad—.
Pero ¿por qué el Yo tiene que ser el asesino? La relación entre átman y aham corresponde a aquélla entre el brahmán que vigila, silencioso e inmóvil, el sacrificio y el oficiante que lo realiza. Pero ¿por qué el sacrificio? Porque es la acción por excelencia, sobre la cual se modela cualquier otra, de donde descienden todas las demás. Así decían los videntes védicos.
Y el sacrificio, aun cuando sólo consistiera en exprimir el jugo lactescente de una planta, elsomo, es siempre una destrucción.
Y una destrucción que es percibida como asesinato.
La relación entre átman y aham es tortuosa, en cualquier momento puede dar un vuelco. El átman es un ojo soberano, invisible, pero obligado a la inmovilidad de la contemplación. La angustia de Arjuna en la Bhagavadgitá sobreviene cuando el átman es llamado a actuar: pero esto en una perspectiva sacrificial, donde átman y aham pueden al final encontrar un delicado, arriesgado acuerdo. En la perspectiva profana, donde el sacrificio se ha vuelto asesinato, átman y aham no pueden más que ser siempre potencias antagónicas, hasta la muerte. Así, el viajante podrá tratar de golpear al Espectador escondido llegándole por la espalda (como entrando en la sala de cine cuando el espectáculo ya ha empezado). Y podrá tratar de matarlo, porque de cualquier modo átman y aham conviven en el mismo cuerpo. El intento de asesinato del fotógráfo, realizado por el viajante, es ante todo un intento de suicidio. Y el fotógrafo logra defenderse sólo deslumbrando con el flash al viajante: como el Sí trata de paralizar con su luz interna la revuelta del Yo, que golpea desde atrás, y desde la oscuridad.
La versión profana ofrece en los términos irónicos de la comedia psicológica lo que la versión sacrificial ofrece en
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los términos de la ritualidad metafísica: el viajante se libera con el asesinato de un matrimonio pasado (y la única prueba que queda del delito es el anillo matrimonial de su esposa), mientras que el fotógrafo quisiera liberarse de un matrimonio futuro, pero precisamente el asesinato realizado por el viajante lo obliga al matrimonio. Así ocurre que la aspirante a prometida del fotógrafo (Grace Kelly) se apodera del anillo matrimonial de la asesinada. Así reencontramos al fotógrafo enfermo y aún más inmóvil (ahora tiene ambas piernas enyesadas), mientras duerme bajo la mirada de la futura esposa, tal como estaba enferma e inmóvil en su cama la esposa del viajante antes de ser asesinada. Claro, el fotógrafo está a merced de la encantadora perfeccionista Lisa Fremont (Grace Kelly), mientras que la esposa de Tborwald estaba frente a una mirada de torvo rencor. Pero nada es inocuo. La contienda entre átman y aham es eterna, y no se detiene nunca. El encanto peculiar, el riesgo de la película es precisamente éste: componer unasophisticated comedy abigarrada y rica de virtuosismo sobre la base de una materia brutal, sin atenuar de ningún modo su carácter siniestro.
Regresemos al patio. ¿Qué ambiente se respira en ese patio de la novena calle? Más o menos el que había en Tebas con Edipo o en Elsinor con Hamlet. «Hay algo podrido en el patio». Quien se da cuenta, como de costumbre, es el coro, que aquí delega en la admirable Thelma Ritter, enfermera de las aseguradoras, para que lo represente. La rueda vertiginosa de los fantasmas, la sombra cada vez más irresistible de Grace Kelly que se proyecta (desde atrás) sobre el fotógrafo dormido (o sea, fugándose de los fantasmas que reencuentra puntualmente en la pared de enfrente) crean una tensión que crece, junto con el calor húmedo de Nueva York. Sobre todo en dos personas: el fotógrafoy el viajante, que se prepara para matar a la esposa. ¿Qué vincula a estos dos seres que se ignoran? Un hilo extremadamente sutil, un hilo femenino. El viajante Lars Thorwald mata a su esposa: el fotógrafo lo descubre con la ayuda de la mujer que se quiere convertir en su esposa (y a su vez se arriesgará a que el asesino la mate). Como siem43
pre, sacrificio y hierogamia están envueltos el uno en el otro. Una vez expulsada la víctima sagrada, que ahora no es sólo la asesinada, sino también el inocente perrito de los vecinos, se produce un efecto de pacificación en el patio. El pequeño perro, víctima sustituía, es reemplazado por otro perrito: para indicar que su existencia representa la sustitución misma. La bailarina reencuentra a su cómico novio, huyendo de los «lobos» que la acechan. También Corazón Solitario, la mujer madura y desdichada que quería matarse, encuentra un compañero: el pianista joven e infeliz, que estaba desesperado por sus fracasos. Aquí se revela la cruel ironía de Hitchcock: después de un asesinato la vida se aligera y se reanima. Los asesinos pasan, el patio permanece.
Esta lectura vedántica de La ventana indiscreta se me impuso como una evidencia hace unos diez años. Todo concordaba —y, cuanto más concordaba, más me sentía atravesado poruña sutil hilaridad—. Veía la cara de Hitchcock, protegida por el imponente baluarte de su labio inferior, engastada en el marco proliferante de un templo hindú. Después pensaba: es un poco como ver una película de Mizoguchi a través de Plotino. ¿Por qué no, después de todo? ¿Qué otra cosa se puede hacer si la psicología y el psicoanálisis occidentales son tan rudimentarios e inadecuados con respecto a Hitchcock? Años después, vi de nuevo Lo ventana indiscreta. La lectura vedántica resurgía espontáneamente, es más, se enriquecía de nuevos detalles. Pero no era esto lo que me impactaba. Sino más bienuna constatación: el arte no se deja perturbar por sus significados. Fue Dumézil quien una vez recomendó el placer de leer la Riada de corrido, «sin hacerse preguntas», sin pensar nada más que en la historia contada, sin comentarios, sin diccionarios, por lo tanto sin significados ulteriores. Ese placer es la verdadera ordalía del arte. Lo que resiste esa prueba está salvado. Y cómo se salvaba la película de Hitchcock... Tan bien que impulsaba enseguida hacia otras direcciones. Por ejemplo.- la brisa que mueve el aire estancado del patio y de las elucubraciones del fotógrafo viene de Park Avenue, con el paso de Grace Kelly. Es
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ella, con sus estrepitosas mises, con sus puntadas mucho más agudas que las del macho obligadamente chistoso, quien le da sabor a la película. A través de ella Hitchcock, estratega de la imagen, parece hacer converger todo hacia una epifanía, que es también un talismán. Observemos: al inicio de la película el fotógrafo, pedante y arisco como son a menudo los hombres de acción, explica a Grace Kelly que él va por el mundo, rozándose con peligros y molestias, con un minúsculo maletín. Es como decir: «No son cosas para ti, hembra fatua de Park Avenue». En el primer momento Grace Kelly calla y aguanta. Pero el día después, cuando ya aumenta la tensión por el supuesto asesinato, aparecerá con una maletita negra, de gran elegancia, donde tiene guardado su neceser para una noche con su reacio prometido. Y, frente al atónito James Stewart, pronunciará las dos oraciones que sellan la película. «Un poco de intuición fe - menina a cambio de una cama improvisada» (es el trueque que resuelve aforísticamente todas las dificultades sentimentales que oprimen al pobre fotógrafo). Y al final, siempre a propósito de la maletita: «Ves, es más pequeña que la tuya» (con deliciosa insinuación sexual). La epifanía se produce cuando esa minúscula caja negra se abre con un sonido seco y su geométrica nitidez se desvanece en la nube rosada del camisón que aparece (junto con las pantuflasy el diminuto espejo, recuerdo vedántico). Esa luz se irradia sobre toda la película.
Agregaría una última nota. La ventana indiscreta es el Occidente mismo, en su forma más fascinante e irreductible. Pero quizá, para entenderse a sí mismo, el Occidente también necesita de categorías nacidas en otra parte. De lo contrario corre el riesgo de verse más árido e informe de lo que ya es. Además, ¿no ha sido siempre una vocación peculiarmente occidental la de viajar mucho, buscar otros mundos, conquistarlos pero también estudiarlos? Y ¿para qué se estudia si no es para entender algo que luego también se pueda usar?
Quizá una historia que nos concierne a todos muy de cerca es la jasídica del rabí Eisikde Cracovia, contada por Buber. Rabí Eisik, hijo de Jekel, tiene un sueño recurrente que lo conmina
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a ir lejos, hasta Praga, donde encontraría un tesoro escondido, bajo el puente que conduce al castillo de los reyes bohemios. Rabí Eisik va a Praga, observa el puente pero se da cuenta de que siempre está vigilado por centinelas. Testarudo, continúa vagando por la zona. Al final el capitán de los guardias, impresionado por ese viejo obstinado, le pregunta qué busca. Rabí Eisik cuenta la historia de su sueño. El capitán de los guardias se echa a reír. Y le narra otra historia: «Mira que si los sueños reflejaran la verdad, en este momento yo estaría haciendo un viaje en sentido inverso al tuyo. Y naturalmente no encontraría nada. Has de saber que soñé que encontraría un tesoro en Cracovia, en la casa de un rabino que se llama Eisik, hijo de Jekel, detrás del fogón. Imagínate, ir a Cracovia donde la mitad de los hombres se llaman Eisik y la otra mitad Jekel...». El rabino Eisik, hijo de Jekel, escucha sin comentary regresa enseguida a su casa en Cracovia. Detrás del fogón encuentra el tesoro. El punto de la historia —observó un gran indólogo, Heinrich Zimmer—- no es que el tesoro que buscamos se encuentre más cerca de lo que pensamos. Si así fuera la historia del rabí Eisik se parecería a otras mil. El punto decisivo es que el lugar del tesoro debe ser revelado por un Extranjero, que en ese momento ni siquiera sabe que nos está iluminando. De no haber encontrado al capitán de los guardias en la lejana Praga, rabí Eisik jamás habría mirado en la esquina detrás del fogón de su casa. La India (y no sólo la India) podría ser para nosotros lo que el capitán de los guardias fue para rabí Eisik.
Traducción de Teresa Ramírez Vadillo
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Fuente:
La locura que viene de las ninfas
Roberto Galasso
TRADUCCIÓN DE TERESA RAMÍREZ VaDILLO Y
Valerio Negri Previo
sextopiso

jueves, 16 de enero de 2020

La locura que viene de las ninfas Roberto Calasso EL SÍNDROME LOLITA


La locura que viene de las ninfas
Roberto Calasso
EL SÍNDROME LOLITA

En el mes de septiembre de 1958 la clasiñcación de los bestsellers estadounidenses colocaba en primer lugar la obra Lolita de Vladimir Nabokovy en segundo, El doctor Zhivago de Boris Pasternak. Hoy, entre nosotros, predominan los Faraones de Christian Jacq, con su despiadada ridiculez. Como quiera que sea, hace cuarenta años los desmitificadores de siempre, esos que presumen de no caer nunca en las trampas de los media, ya nos habían puesto en guardia: esos dos libros, Lolita y Zhivago, eran entusiasmos pasajeros, efímeros éxitos de escándalo destinados a ser olvidados en un lapso de pocos meses. Y el verdadero escándalo sobrevino cuando pasó «el huracán Lolita» (título que Nabokov dio a un cuaderno donde anotaba, día a día, los acontecimientos). Hoy el «síndrome Lolita» parece resurgir, a raíz de la película de Adrian Lyne, que sin lugar a duda es modesta, pero ciertamente no prevarica con respecto a la novela.
Entre 1955 y 1958 la palabra clave fue «pornografía», término que a estas alturas ruborizaría a cualquiera que lo utilizara a propósito de Lolita. Los tiempos han cambiado y la palabra en boga actualmente es otra: «pedoftlia». ¿Será un progreso, una mejoría del léxico? ¡Bah...! Por lo demás, las argumentaciones continúan siendo penosamente parecidas, lo que conñrma el hecho de que la mojigatería y la incapacidad de entender de qué está hecha la literatura son cantidades que jamás decrecen, por el contrario, tienden a un gradual, engañoso incremento. Hay también un modo de medir este aumento: por la proliferación de esa siniestra especie de personas que no saben distinguir entre representación e intimación —y en consecuencia leerían Crimen y castigo como un manual
de instrucciones para asesinar mujeres viejas y solas—. A estas alturas surge espontáneamente una pregunta: si bienLolita ya se lee en las escuelas, ¿es realmente un hecho que en estos cuarenta años se haya finalmente acertado de qué habla el libro? Muchas son las dudas.
Sin embargo, como sucede con frecuencia a los más grandes escritores, Nabokov era un maestro en sembrar sus novelas de «secretos patentes», según la fórmula de Goethe: secretos tan evidentes y ofrecidos a los ojos de todos, que nadie los ve. Así sucede en Lolita.- desde las primeras diez páginas Nabokov presenta su «secreto patente», con puntillosa precisión y claridad: «Ahora quiero exponer el siguiente concepto. Sucede a veces que algunas mozuelas, entre los límites de los nueve y los catorce años, revelan a ciertos viajeros hechizados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea demoníaca); propongo llamar "nínfulas” a esas selectas criaturas». ¿Cuál fue el resultado durante los meses turbulentos que siguieron a la publicación del libro? El término «nínfula» (invención genial) enseguida se abrió camino, entrando pronto en la lengua común, a menudo con una escuálida connotación de complicidad. No así el «concepto»: que lajoven Lolita tuviera naturaleza «no humana, sino nínfica (o sea demoníaca)» no fue percibido por los críticos. Y tampoco el hecho de que todo el libro era un desgarrador, suntuoso homenaje a las ninfas ofrecido por alguien que había sido subyugado por su poder.
Los griegos antiguos, que de estas cosas sabían mucho más que nosotros, llamaban a estos seres nymphóléptoi (y Nabokov retoma puntualmente en un pasaje la inusual palabra, mientras que en otro observa: «La ninfolepsia es una ciencia exacta»). Y aquí ya me parece oír la objeción: ¿no será que esa frase arriba citada fue puesta allí por el autor entre muchas otras, como de adorno? No, lo lamento, señores del jurado, pero los verdaderos escritores no actúan así. De cualquier forma, para los voluntariosos que intentaran seguir los rastros de las ninfas, diseminados con magnánima abundancia en todo Lolita, aconsejo
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abrir el libro en las páginas 26, 54, 61,165,170,176, 210, 284, 280, 3i2 de la edición italiana.* Encontrarán suñcientes.
Pero ¿quiénes eran, después de todo, las ninfas? A estos seres de vida larguísima, aunque no eterna, la humanidad les debe mucho. Atraídos por ellas, más que por los humanos, los dioses empezaron a hacer incursiones en la tierra. Y primero los dioses, luego los hombres, que imitan a los dioses, reconocieron que el cuerpo de las ninfas era el lugar mismo de un conocimiento terrible, porque era a la vez salvadory funesto: el conocimiento a través de la posesión. Un conocimiento que otorga clarividencia, pero puede también llevar a quien lo practica a una locura peculiar. La paradoja de la ninfa es ésta: poseerla significa ser poseídos. Y por una fuerza arrolladora. Escribe Porfirio que Apolo recibió de las ninfas el don de las «aguas mentales». Ninfa sería entonces el nombre cifrado de la materia mental que hace actuar y que sufre el encantamiento. Quien se sumerge en esas aguas es llamado nymphóléptos. Entre ellos el más célebre fue Sócrates, que así se define en el Fedro, y al final del diálogo dirige una plegaria purificadora a las ninfas.
Se diría que terminamos lejos de Nabokov, y de su Hum- bert Humbert, el «cazador hechizado», poseído por su presa. 0 quizá nos acercamos demasiado, porque tanto Sócrates como Nabokov hablaron de la misma «locura que viene de las ninfas». Y ¿no habrá sido precisamente esto lo que suscitó contra ambos el coraje de la «jauría de los bienpensantes»? De hecho, cuando los seres divinos desaparecieron—al menos ante los ojos de quien ya no sabía advertir su presencia—junto con ellos se desvaneció el cortejo de los seres intermedios: ángeles, demonios, ninfas. Para muchos fue un alivio. La vida se mostraba menos peligrosa y más previsible. Y la palabra nymphóléptos cayó en desuso. En cuanto a las ninfas, volvieron a habitar en algún nicho solitario en la historia del arte. Planteo entonces
* Páginas 24, 51, 58,159,164,169-170, 304-205, 23o, 376, 3o8, de la edición española, Vladimir Nabokov, Lolita, Barcelona, Anagrama, 2002.
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una hipótesis: quizá el escándalo que Lolita suscitó en algunos cuando apareció —y al parecer continúa suscitando— se debía sobre todo al hecho de que Nabokov obligaba a la mente, con los medios traicioneros y matemáticos del arte, a despertarse a la evidencia, a la existencia de esos seres —las ninfas— que pueden también presentarse bajo la forma de una chiquilla estadounidense con calcetines blancos. Más que el sexo, el escándalo era la literatura misma.
Traducción de Teresa Ramírez Vadillo
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FUENTE:
La locura que viene de las ninfas
Roberto Galasso
TRADUCCIÓN DE TERESA RAMÍREZ VaDILLO Y
Valerio Negri Previo
sextopiso
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, transmitida o almacenada de manera alguna sin previo permiso del editor.
TÍTULO ORIGINAL
La follia che viene dalle Ninfe
Copyright © 2005 Adelphi Edizioni S.P.A. Milano Primera edición en Sexto Piso España: 2008 Traducción
Teresa Ramírez Vadillo Valerio Negri Previo
Revisión y corrección Valerio Negri Previo
Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2008 San Miguel# 36 Colonia Barrio San Lucas Coyoacán, 04030 México D.F., México.
Sexto Piso España, S. L. c/ Monte Esquinza i3, 4.0 Deha.
28010, Madrid, España.
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
ISBN: 978-84-96867-17-8 Deposito legaLM-8085-2008
Impreso en España

jueves, 9 de enero de 2020

FRANCIS BACON. 4 DE LA VENGANZA (1625)



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DE LA VENGANZA
(1625)
La venganza es una especie de justicia salvaje que cuanto más crece en la naturaleza humana más debiera extirparla la ley; en cuanto al primer daño, no hace sino ofender a la ley, pero la venganza de ese daño coloca a la ley fuera de su función. En verdad que, al tomar venganza, un hombre se iguala con su enemigo, pero si la sobrepasa, es superior; pues es parte del príncipe perdonar; y estoy seguro que Salomón dice: Es glorioso para un hombre excusar una ofensa. Lo pasado se ha ido y es irrevocable; y los hombres prudentes tienen demasiadó que hacer con las cosas presentes y venideras; por tanto no harían más que burlarse de sí mismos ocupándose de asuntos pasados. No hay hombre que cometa el mal a cuenta del mal mismo, sino para obtener provecho propio, o placer, u honor o algo semejante; por tanto, ¿por qué me voy a encolerizar con un hombre que se ama a sí más que a mí? Y si algún hombre cometiera el mal meramente por maldad natural, no sería más que como el espino o la zarza que pinchan y arañan porque no pueden hacer otra cosa. La clase de venganza más tolerable es la debida a los males que no hay ley que los remedie; pero entonces, dejar que un hombre se ocupe de la venganza es como si no hubiera ley para castigar; además el enemigo de un hombre siempre se anticipa y ya son dos por uno. Algunos, cuando toman venganza, están deseosos de que la parte contraria sepa de quién procede. Ésta es la más generosa: pues el goce parece estar no tanto en cometer el daño como en hacer que la parte contraria se arrepienta; pero los cobardes bajos y taimados son como las flechas lanzadas en la oscuridad. Cosme, duque de Florencia, lanzó una desesperanzadora frase contra los amigos pérfidos y despreciables como si esbs males fuesen imperdonables: Leeréis que se nos manda perdonar a nuestros enemigos; pero nunca leeréis que se nos mande perdonar a nuestros amigos. Sin embargo, el espíritu de Job era aún más adecuado:  También recibimos el bien de Dios ¿y el mal no recibiremos?[1], y en la misma proporción respecto a los amigos. Esto es cierto, que un hombre que proyecte vengarse, conserva abiertas sus propias heridas porque si no se cerrarían y curarían. Las venganzas públicas son afortunadas en su mayoría; como fue la muerte de César; la muerte de Pertinax; la muerte de Enrique III de Francia; y muchas otras. Pero no sucede así con las venganzas privadas; no, más bien las personas vengativas llevan la vida de las brujas, quienes, como son malignas, terminan desgraciadamente.

martes, 7 de enero de 2020

FRANCIS BACON.ENSAYOS. 2 DE LA MUERTE (1612)


 

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DE LA MUERTE
(1612)
Los hombres temen la muerte como los niños temen adentrarse en la oscuridad; y al igual que ese miedo natural de los niños se acrecienta con los cuentos, así ocurre a los otros. En verdad, la contemplación de la muerte, como precio del pecado y tránsito al otro mundo, es santa y religiosa; pero temerla, como tributo debido a la naturaleza, es debilidad. Sin embargo, en las meditaciones religiosas hay cierta mezcla de vanidad y superstición. Podremos leer en algunos libros de mortificación de los frailes que un hombre pensara para sí cuán doloroso es que tuviera las puntas de los dedos oprimidas o torturadas; y de ahí imagina cuáles son los dolores de la muerte cuando todo el cuerpo se corrompe y disuelve; cuando muchas veces pasa la muerte con menos dolor que la tortura de un miembro, porque las partes más vitales no son las de sensibilidad más rápida. Y por él, que habla sólo como filósofo y hombre natural, bien se dijo: Pompa mortis magis terret quam mors ipsa[2]. Los gemidos y convulsiones, la palidez del rostro, las lágrimas de los amigos, lutos, exequias y demás presentan terrible a la muerte. Es digno de observarse que no hay sentimiento de la mente humana tan débil, pero va unido y domina al miedo a la muerte; y, sin embargo, la muerte no es ese enemigo tan terrible cuando el hombre tiene en su derredor tantos que le atiendan que pueda ganar su batalla. La venganza triunfa sobre la muerte; el amor la desdeña; el honor la sobrepasa; la pena la huye; el miedo se anticipa a ella; no sólo leemos que, después que el emperador Otón se suicidó, la piedad (que es el más tierno de los sentimientos) provocó la muerte de muchos por mera compasión hacia su soberano y como el más verdadero destino de sus partidarios. No sólo Séneca acumuló aburrimiento y saciedad: Cogita quamdium eadem feceris; mori, velle, non tantum fortis, aut miser, sed etiam fastidiosus potest[2]. Un hombre moriría, aunque no fuera valiente ni desgraciado, sólo por cansancio de hacer la misma cosa una y otra vez. No menos digno de observarse es cuán poca alteración produce en las almas buenas la cercanía de la muerte, pues parecen seguir siendo las mismas personas hasta el último instante. César Augusto murió pronunciando un cumplido: Livia, conjugii nostri memor, vive et vale[3]; Tiberio, disimuladamente, como dice Tácito, Jam Tiberium vires et corpus, non dissimulatio, deserebant[4]; Vespasiano, gesticulando y sentado en un taburete: Ut puto deus fio[5]; Galba, con una frase, presentando el pop cuello: Feri, si ex re sit uli Romani[6]; Septimio Severo, en tono apremiante: Adeste, si quid mihi restat agendum[7], y así sucesivamente. En verdad, los estoicos concedían demasiado valor a la muerte y debido a sus enormes preparativos la hacían parecer más temible. Mejor es qui finem vitae extremum inter munera ponit naturae[8]. Es tan natural morir como nacer; y quizá para el niño lo uno es tan doloroso como lo otro. Aquel que muere en una empresa ardorosa es como al que hieren cuando hierve su sangre, que apenas nota la herida; por tanto, una mente fija e inclinada hacia algo que es bueno, no evita los dolores de la muerte; pero, sobre todo, créase, el cántico más dulce es Nunc dimittis[9], cuando el hombre ha obtenido fin y esperanzas dignos. La muerte también tiene esto, que abre la puerta a la buena fama y extingue la envidia: Extinctus amabitur idem[10].


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