jueves, 24 de agosto de 2017

ERNEST HEMINGWAY. Por Harold Bloom.


ERNEST HEMINGWAY

 Los mejores cuentos de Hemingway sobrepasan incluso a Fiesta, la única novela suya que hoy parece algo más que una pieza de época. Cierta vez Wallace Stevens, el poeta más fuerte de la vanguardia norteamericana, definió a Hemingway como "el más significativo de los poetas vivos en cuestiones de realidad extraordinaria." Por "poeta" Stevens se refiere aquí al sobresaliente estilista que es Hemingway en sus cuentos, y por "realidad extraordinaria" al dominio poético en donde "la conciencia ocupa el lugar de la imaginación." A este alto elogio se hacen acreedores los duraderos logros de Hemingway en el cuento: alrededor de quince obras maestras fáciles de parodiar (el propio Hemingway lo hizo más de una vez) pero inmunes al olvido.
 En La voz solitaria, Frank O'Connor - que detestaba a Hemingway tanto como amaba a Chéjov -, observa que los cuentos de Hemingway "ilustran el problema de una técnica en busca de un tema" y por lo tanto son "arte menor". Pues vamos a ver. Leamos el famoso boceto titulado "Colinas como elefantes blancos", cinco páginas casi enteramente de diálogo entre una joven y su amante, que están esperando el tren en una estación provinciana de España. Hay un continuo desacuerdo respecto al aborto al que él quiere que se someta ella en cuanto lleguen a Madrid. El cuento capta el momento de la derrota de la muchacha y, lo más probable, de la muerte de la relación. Eso es todo. El diálogo pone en claro que la mujer es vital y decente, mientras que el hombre es una vacuidad sensata, egoísta y fría. El lector se pone por completo del lado de ella cuando al "Yo por ti haría cualquiera cosa" de él responde con estas palabras: "¿Quieres quieres quieres quieres quieres quieres quieres callarte por favor?" Siete "quieres" parecen una enormidad, pero en "Colinas como elefantes blancos" son una repetición precisa y persuasiva. El símil del título prefigura la historia con elegancia. Es la mujer, no el hombre, la que ve como "elefantes blancos" las alargadas y claras colinas del valle del Ebro. Los elefantes blancos, regalo proverbial que se hacía en Siam a los cortesanos arruinados por gastos de manutención, se vuelven aquí metáfora de los hijos no queridos, y más aún de la relación sexual espiritualmente onerosa cuando el hombre no está a la altura.
 La mística personal de Hemingway - sus poses de temeridad como guerrero, gran cazador, boxeador y torero - es tan irrelevante para este cuento como la insistencia del protagonista: "Sabes bien que te quiero." Más irrelevante es el comentario que Nick Adams, el alter ego de Hemingway, hace en "El final de algo" al terminar con una relación: "Ya no me divierte." No conozco muchas lectoras que aprecien esa frase, pero difícilmente es una apología; sólo es la autoacusación de un hombre muy joven.
 El cuento de Hemingway que más me hiere es otra pieza de cinco páginas, "Dios les dé alegría, caballeros", que consta casi totalmente de diálogo pero se abre con una frase extravagante:

En aquellos tiempos las distancias eran muy diferentes, el
viento traía polvo de las colinas que hoy están taladas y Kansas
City se parecía mucho a Constantinopla.

 Se puede parodiar esto diciendo: en aquellos días Bridgeport se parecía mucho a Haifa. No obstante estamos en Kansas City, el día de Navidad, escuchando la conversación entre dos médicos: el incompetente doctor Wilcox, que confía en un fláccido y numerado volumen de cuero titulado Guía amistosa para el médico joven, y el cáustico doctor Fischer, que empieza citando a su correligionario Silo: "¿Qué nuevas hay en el Rialto?" Como no tarda en enterarse, las nuevas son muy malas: al hospital había llegado un chico de unos dieciséis años que, obsesionado por la pureza, pedía que lo castraran. Como lo rechazaron, se mutiló con una navaja y probablemente iba a morir desangrado.
 El interés de la historia se centra en el lúcido nihilismo del doctor Fischer, que prefigura el de Shrike en Miss Lonelyhearts, de Nathanael West:

- ¿Cabalgar hasta allí, doctor, en el mismísimo día del nacimiento de Nuestro Salvador?
- ¿Nuestro Salvador? ¿No es usted judío? - dijo el doctor Wilcox.
- Lo soy. Lo soy. Constantemente se me va de la cabeza. Nunca le he dado la importancia apropiada. Hace muy bien en recordármelo. Su Salvador. Eso eso. Su Salvador, indudablemente su Salvador... y la cabalgata del Domingo de Palmas.

 Lo que se está sugiriendo en la última frase es: "Usted, Wilcox, es el asno en el cual yo voy a Jerusalén." Sarcástico y brillante, el doctor Fischer ha atisbado el infierno, como él mismo dice. Su intensidad shylockiana es un tributo hemingwayano a Shakespeare, al que, en Al otro lado del río y entre los árboles, el Coronel Cantwell (alter ego de Hemingway), describe como "vencedor y hasta hoy campeón indiscutido." Cuanto más ambicioso es Hemingway en sus cuentos, más shakesperiano se vuelve; así sucede en el casi autobiográfico "Las nieves del Kilimanjaro", que era su favorito. De la historia del protagonista, un escritor fracasado de nombre Harry, Hemingway afirma: "Había amado demasiado, exigido demasiado y lo había consumido todo." El comentario crítico se podría aplicar soberbiamente al rey Lear, el personaje de Shakespeare más admirado por Hemingway. En la breve extensión de "Las nieves del Kilimanjaro", más que en ninguna otra parte, Hemingway intenta plasmar una tragedia y lo consigue.
 Meditación de un moribundo más que descripción de una acción, este cuento barroco es el autocorrectivo más intenso que se infligió Hemingway, y creo que habría impresionado incluso a Chéjov, que era muy dado a esta práctica. No pensamos en Hemingway como un escritor visionario, pero al comienzo de "Las nieves del Kilimanjaro" un epígrafe nos cuenta que a la nevada cumbre occidental del monte se la conoce como Casa de Dios, y que cerca de ella está el cadáver reseco y congelado de un leopardo. No se explica qué podía estar buscando un leopardo a seis mil metros sobre el nivel del mar.
 Muy poco se gana diciendo que el leopardo es un símbolo del agonizante Harry. Originalmente, en la Grecia antigua, un simbolon era una prenda de identificación, algo que podía compararse con un equivalente. Por lo común nosotros usamos "símbolo" con mayor vaguedad, para referirnos a lo que hace las veces de otra cosa, sea por asociación o por semejanza. Si uno identifica el cadáver del leopardo con el perdido pero aún residual idealismo estético del escritor Harry, hunde el cuento de Hemingway en el ridículo y lo grotesco. El propio Hemingway hizo algo por el estilo en "El viejo y el mar"; pero no en este cuento magistral.
 Muy lentamente, Harry está muriendo de gangrena en un campamento de caza en África, rodeado de buitres y hienas, presencias palpablemente desagradables que no hace falta interpretar como símbolos. Tampoco es preciso interpretar así al leopardo. Como Harry, el leopardo está fuera de lugar, pero la visión que el escritor tiene del Kilimanjaro parece una más de las visiones nostálgicas de Hemingway sobre una espiritualidad perdida, siempre matizadas por un agudo sentido de la nada, por un nihilismo shakesperiano. Parece conveniente considerar la ominosa presencia del leopardo como una ironía fuerte, un antecedente de la vana gesta de Harry para recuperar su identidad de escritor en el Kilimanjaro más que, digamos, en París, Madrid, Key West o La Habana. La ironía existe a costas de Hemingway, en la medida en que Harry profetiza al Hemingway que, a diecinueve días de cumplir sesenta y dos años, se disparó en la boca una escopeta de dos cañones en las montañas de Idaho. Con todo la historia no es primordialmente irónica, y no hace falta leerla como profecía personal. Harry es un Hemingway frustrado; dada su capacidad de escribir "Las nieves del Kilimanjaro", Hemingway está precisamente lejos de ser un fracaso, al menos como escritor.
 El mejor momento del cuento es alucinatorio y ocurre poco antes del final. Es la visión de muerte de Harry, aunque el lector no puede saberlo hasta que Helen, la esposa de Harry, se da cuenta de que ya no lo oye respirar. Mientras moría, Harry soñó que un avión de socorro iba a buscarlo, pero sólo podía transportar un pasajero. El vuelo visionario permite a Harry ver la cima cuadrada del Kilimanjaro: "grande, alta e increíblemente blanca bajo el sol." Esta aparente imagen de trascendencia es el momento más ambiguo del cuento; no representa la Casa de Dios sino la muerte. La fantasmagoría del moribundo no debe considerarse triunfal cuando, por lo que transmite todo el cuento, Harry está convencido de haber despilfarrado su talento de escritor.
 No obstante, acaso Hemingway haya recordado la fantasía de muerte del rey Lear, en la cual el viejo rey loco se persuade de que, pese a que la han asesinado, su amada hija Cordelia respira de nuevo. Si uno ama demasiado, y exige demasiado, como Lear y Harry (y en definitiva Hemingway), acabará por agotarlo todo. Para Harry, la fantasía ocupa el lugar del arte.
 Hemingway era un cuentista tan magnífico e imprevisible que he resuelto concluir este resumen con una de sus obras maestras desconocidas, el espléndidamente irónico "Un cambio radical" que, con su retrato de las ambigüedades sexuales, prefigura la novela póstuma El jardín del Edén. En "Un cambio radical" estamos en un café parisino, donde una arquetípica pareja hemingwayana se ha enzarzado en un vivo diálogo sobre la infidelidad. El lector tarda apenas unos parlamentos en comprender que el "cambio radical" del título no se refiere a la mujer, que, si bien está decidida a comenzar (o continuar con) una relación lésbica, también quiere regresar al hombre. Quien sufre el cambio radical es él, acaso para transformarse en el exuberante y extraño escritor que compondrá El jardín del Edén.
 "Soy otro hombre", le anuncia al atónito camarero una vez la mujer se ha marchado. Mirándose en el espejo ve la diferencia, pero no se nos dice qué es lo que ve. Aunque le comenta al camarero que "el vicio es una cosa muy rara", no puede ser la conciencia del "vicio" lo que lo ha transformado en otro hombre. Si algo lo ha alterado para siempre, es su entrega imaginativa ante la persuasiva defensa de la mujer. "Estamos hechos de toda clase de cosas. Tú siempre lo has sabido. Bien que lo has utilizado", le ha dicho ella, y tácitamente él reconoce cierto elemento crucial en la sexualidad que han compartido. Ahora sufre un cambio radical, pero nada de él se apaga en este momento de pérdida sólo aparente. Casi demasiado audaz para la ironía, "Un cambio radical" es un autorreconocimiento muy sutil, una autobiografía erótica notable por su oblicuidad y por la matizada aceptación de sí que contiene. Sólo el maestro más excelente del cuento norteamericano habría podido poner tanto en un esbozo tan sutil.
Fuente:
  HAROLD BLOOM

CÓMO LEER Y POR QUÉ

Traducción de Marcelo Cohen

    Grupo Editorial Norma
         Primera edición,
      Santa Fe de Bogotá,
       2000

miércoles, 23 de agosto de 2017

GUY DE MAUPASSANT. Por Harold Bloom.


GUY DE MAUPASSANT

 Chéjov aprendió de Maupassant cómo representar la banalidad. Éste, que lo había aprendido todo, incluido eso, de su maestro Flaubert, casi nunca iguala el genio cuentístico de Chéjov o Turguéniev. Lev Shestov, sobresaliente pensador religioso ruso de comienzos del siglo veinte, lo expresó con fuerza considerable:

El maravilloso arte de Chéjov no ha muerto; ese arte para matar con un mero toque, un aliento, una mirada, todo aquello por lo cual los hombres viven y de donde obtienen su orgullo. En este arte se perfeccionaba de continuo, y en él logró un virtuosismo inalcanzable para cualquiera de sus rivales de la literatura europea. A menudo Maupassant tenía que realizar ingentes esfuerzos para batir a su víctima. A menudo la víctima se le escapaba, quebrada y maltrecha, es cierto, pero con vida. En manos de Chéjov nada escapaba a la muerte.

 Aunque es una visión muy negra y a ningún lector ni lectora le gusta pensarse como víctima de un escritor, Shestov valora certeramente a Maupassant frente a Chéjov, muy a la manera en que se podría valorar a Marlowe frente a Shakespeare. No obstante, Maupassant es el mejor de los cuentistas realmente "populares", vastamente superior a O. Henry (que podía ser muy bueno) y muy preferible al abominable Poe. Ser un artista de lo popular es en sí un logro extraordinario; en los Estados Unidos hoy no tenemos nada parecido.
 Puede que Chéjov parezca simple, pero es siempre profundamente sutil. Muchas de las simplicidades de Maupassant no son sino lo que parecen ser, pero no por eso son superficiales. Maupassant había aprendido de su maestro Flaubert que "el talento es una prolongada paciencia" para ver lo que otros tienden a pasar por alto. Que Maupassant pueda hacernos ver algo que sin él nos habríamos perdido es para mí muy dudoso. Para eso se requiere el genio de Shakespeare o de Chéjov. Está además el problema de que Maupassant, como tantos escritores de ficción del siglo diecinueve y comienzos del veinte, lo veía todo a través de la lente de Arthur Schopenhauer, filósofo de la Voluntad - de - Vivir. Yo tan pronto usaría gafas Schopenhauer como gafas Freud: ambas agrandan y ambas distorsionan casi en la misma medida. Pero soy un crítico literario, no un escritor de cuentos, y cuando Maupassant contemplaba los caprichos del deseo humano más le habría valido descartar las gafas filosóficas.
 En sus mejores momentos es espléndidamente legible, trátese del patetismo humorístico de "La casa Tellier" o de un cuento de terror como "El Horla", de los cuales me ocuparé aquí. Frank O'Connor insistía en que, comparados con los de Turguéniev o Chéjov, los cuentos de Maupassant no eran satisfactorios; pero claro que pocos cuentistas pueden rivalizar con los dos maestros rusos. Lo que O'Connor objetaba, en verdad, era que en Maupassant "el acto sexual en sí deviene una forma de asesinato." El lector que acabe de disfrutar de "La casa Tellier" no estará muy de acuerdo. Flaubert, que no vivió para escribirla, deseaba situar su última novela en un burdel de provincias, cosa que su hijo ya había hecho en este robusto relato. Parte del auténtico encanto de "La casa Tellier" consiste en que allí todo el mundo es benigno y afable. Madame Tellier, una respetable campesina normanda, administra su establecimiento como se podría administrar una posada y hasta un internado de señoritas. Maupassant describe con afecto y nitidez a las cinco trabajadoras del sexo (como algunos las llaman ahora) que Madame Tellier tiene a su mando y hace hincapié en la paz que mantiene en la casa gracias a su talento y su buen humor incesante.
 Un atardecer de mayo nos encontramos con todos los clientes de mal humor porque el local aparece engalanado por un anuncio: "Cerrado por Primera Comunión". La dueña y su plantel han marchado al evento de marras, cuya celebrante es la sobrina y ahijada de Madame. La Primera Comunión se transforma en un acontecimiento extraordinario cuando el llanto prolongado de las prostitutas, impulsada cada cual a recordar su infancia, se vuelve tan contagioso que arrastra a la grey entera a un éxtasis de lágrimas. El cura proclama que ha descendido el Santo Cristo y agradece en particular a las visitantes, Madame Tellier y su equipo.
 Tras un bullicioso viaje de vuelta al establecimiento, Madame y las damas reanudan las habituales tareas vespertinas, que no obstante llevan a cabo con ímpetu no rutinario y de muy buen ánimo. "No todos los días tenemos algo que celebrar", comenta Madame Tellier cerrando el cuento, y sólo un lector sin alegría declinará celebrar con ella. Al menos por una vez el discípulo de Schopenhauer ha roto con la reflexión sombría sobre las íntimas relaciones entre el sexo y la muerte.
 En el cuento es difícil resistir la exuberancia, y Maupassant nunca escribe con más entusiasmo que en "La casa Tellier". En este relato de Normandía hay calidez, risas, sorpresa y hasta una especie de intuición espiritual. El éxtasis Pentecostal que incendia a la congregación es tan genuino como el llanto de las prostitutas que obra como chispa. La ironía de Maupassant es marcadamente más benévola (aunque menos sutil) que la de su maestro Flaubert. Y el cuento es licencioso, no lascivo, en el espíritu de Shakespeare; agranda la vida y no disminuye a nadie.
 Maupassant acabó su vida muy mal; con menos de treinta años ya era sifilítico. A los treinta y nueve la enfermedad le afectó la mente, y tras un intento de suicidio pasó los últimos años en un manicomio. El cuento de terror más inquietante que escribió, "El Horla", tiene una relación compleja y ambigua con la enfermedad y sus consecuencias. El innominado protagonista podría ser un sifilítico en trance de enloquecer, aunque nada de lo que narra Maupassant nos permite inferirlo. Relato en primera persona, "El Horla" nos da una cantidad de claves que excede la posibilidad de interpretación: no podemos entender al narrador ni confiar en sus impresiones, de las que recibimos escasa o ninguna verificación independiente.
 El cuento se abre con el narrador - un próspero joven normando - que nos convence de su felicidad en una hermosa mañana de mayo. Ve pasar frente a su casa un magnífico barco brasileño de tres palos y lo saluda. Evidentemente el ademán convoca al Horla, ser invisible que - nos enteramos después - viene asolando a Brasil con una epidemia de posesión demoníaca y subsiguiente locura. Queda claro que los Horlas son primos refinados de los vampiros: beben leche y agua y consumen la vitalidad a los durmientes sin chuparles la sangre. Sea lo que sea lo que ha sucedido en Brasil, somos libres de dudar de lo que ocurre en Normandía. Para destruir a su Horla nuestro narrador acaba prendiendo fuego a su casa, aunque olvida avisar a los criados, que arden con el edificio. Cuando advierte que su Horla continúa vivo, concluye por decirnos que tendrá que matarse.
 Claramente se trata de un Horla suyo, haya o no hecho el viaje de Brasil a Normandía. El Horla es la locura del narrador, y no sólo la causa de esa locura. ¿Ha escrito Maupassant la historia de lo que significa ser presa de la sífilis? En cierto punto el doliente mira el espejo y no se ve reflejado. Luego se divisa al fondo, envuelto en una niebla. La niebla se retira, y cuando logra verse por completo, refiriéndose a la nube o agente bloqueador grita: "¡Lo he visto!"
 El narrador dice que el advenimiento del Horla señala el fin del reinado del hombre. Magnetismo, hipnosis y sugestión son aspectos de la voluntad del Horla. "Ha llegado", exclama la víctima, y de pronto el intruso le grita su nombre al oído: "¡Ha llegado... el Horla!" El nombre de Horla es un invento de Maupassant: ¿tal vez un juego irónico con la palabra inglesa whore (puta)? Parece un poco remoto, a menos que la enfermedad venérea de Maupassant sea el centro oculto del relato.
 El cuento de terror es un género amplio y fascinante. Maupassant descolló en él, aunque nunca tan poderosamente como en "El Horla". En cierto nivel, creo, la razón es que estaba vaticinando su propia locura y su (intento de) suicidio. Maupassant no es un cuentista tan eminente como Turguéniev, Chéjov, Henry James o Hemingway, pero tiene bien merecida su inmensa popularidad. Alguien que creó tanto el éxtasis afable de "La casa Tellier" como el convincente espanto de "El Horla" es un maestro permanente del relato corto. ¿Por qué leer a Maupassant? En sus mejores momentos, lo atrapará a uno como pueden hacerlo muy pocos. Uno recibirá mucho de lo que da su voz narrativa. No es la abundancia de Dios, pero complace a muchos y sirve de introducción a los difíciles placeres de narradores más sutiles.
Fuente:
    HAROLD BLOOM

CÓMO LEER Y POR QUÉ

Traducción de Marcelo Cohen

    Grupo Editorial Norma
         Primera edición,
      Santa Fe de Bogotá,
       2000


martes, 22 de agosto de 2017

ANTÓN CHÉJOV. Por Harold Bloom.


ANTÓN CHÉJOV

 De los cuentos de Turguéniev a los de Chéjov y Hemingway hay un trayecto largo, si bien las historias de Nick Adams podrían haberse titulado Apuntes del álbum de un pescador. De todos modos los tres escritores comparten un rasgo que da la impresión de ser distancia y que al cabo es algo de otra índole. Tanto en Turguéniev como en Chéjov y Hemingway es central la afinidad con el paisaje y las figuras humanas. Esto difiere mucho del sentido de inmersión en mundos sociales y géisers de personajes que predomina en Balzac y Dickens. El genio de ambos novelistas poblaba generosamente París y Londres, tanto de clases sociales enteras como de individuos grotescamente impresionantes. A diferencia de Dickens, Balzac también sobresalió en el cuento, e introdujo muchos de estos en la construcción de su Comedia Humana. No obstante faltan en ellos las resonancias de sus novelas, y no pueden compararse a los cuentos de Turguéniev y Chéjov ni a los de Maupassant y Hemingway.
 Aun los cuentos más tempranos de Chéjov pueden tener la delicadeza formal y el clima sombríamente reflexivo que lo convierten en el artista indispensable de la vida no vivida y en la mayor influencia para todos los cuentistas que vinieron después
de él. Digo "todos" porque las innovaciones formales del cuento chejoviano, aunque profusas, tuvieron menos consecuencias que su instrospección shakespeariana, su haber llevado al cuento largo o corto la innovación capital que introdujo Shakespeare en la caracterización: un "llevar a primer plano" que, en relación a Hamlet, discutiré en otra parte de este libro. En un sentido Chéjov era aún más shakesperiano que Turguéniev, quien en sus novelas tuvo el cuidado de poner en segundo plano las vidas tempranas de los protagonistas. Uno debería escribir, dijo Chéjov, de modo que el lector no necesite explicaciones del autor. Las acciones, conversaciones y meditaciones de los personajes tenían que bastar, práctica ésta que él siguió también en sus mejores obras, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos.
 De los cuentos tempranos de Chéjov mi predilecto es uno que escribió a los veintisiete años: "El beso". Riabóvich, el "oficial más tímido, soso y retraído" de una brigada de artillería, acompaña a sus camaradas a una velada social en la casa solariega de un general retirado. Vagando por la casa, el aburrido Riabóvich entra en una habitación a oscuras y vive una aventura. Una mujer que lo confunde con otro lo besa y retrocede. Él huye corriendo pero en adelante queda obsesionado por el encuentro, que al principio lo exalta pero acaba por ser una tortura. El infeliz se ha enamorado, aunque de una completa desconocida a la que no volverá a encontrar nunca.
 Un día, cuando tiempo después su brigada se acerca a la finca del general, Riabóvich, paseando por un puentecito cercano a la casa de baños, toca una sábana húmeda que alguien ha colgado a secar. Invadido por una sensación de frío y aspereza mira el agua, donde se refleja una luna roja. Mientras mira fluir la corriente, Riabóvich experimenta la convicción de que toda su vida es una broma incoherente. En el cierre del cuento, todos los demás oficiales han vuelto a la casa del general pero Riabóvich va a su cama solitaria.
 Aparte del beso mismo, el tacto de la sábana húmeda - el antibeso, por así decirlo - es el momento culminante del relato. Destruye a Riabóvich, aunque claro que también lo hace el beso. Por irracionales que sean, la esperanza y la alegría tienen más fuerza que la desesperación, y en última instancia son más perniciosas. Leo "El beso" y me repito una observación que hice una vez por escrito: el evangelio de Chéjov es "Sabrás la verdad y la verdad te hará desesperar"; sólo que este genio lúgubre insiste en ser alegre. Tal vez Riabóvich piense que su destino en la vida está sellado (pero sin duda no lo está) aunque eso nosotros nunca lo sabremos, pues queda por fuera del cuento.
 Las mejores observaciones que he leído sobre Chéjov (y también sobre Tolstoi) están en las Reminiscencias de Máximo Gorki, donde se nos dice: "Me parece que en presencia de Chéjov todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos."
 Cada vez que releo "El beso" o asisto a una buena representación de Las tres hermanas, estoy en presencia de Chéjov; y si bien no me hace más sencillo, más sincero ni más yo mismo, sí deseo ser mejor (aunque no pueda). Ese deseo, pienso, es un fenómeno más estético que moral, porque Chéjov tiene una sabiduría de gran escritor e implícitamente me enseña que la literatura es una forma del bien. Shakespeare y Beckett me enseñan lo mismo, y es por esto que yo leo. A veces pienso que, de todos los escritores cuyas biografías interiores se conocen, Chéjov y Beckett fueron los seres humanos más amables. De la vida interior de Shakespeare no sabemos nada, pero si uno lee sus obras de teatro incesantemente, acaba por sospechar que esa persona sapientísima debió de ser un tercero junto a Beckett y Chéjov. El creador de Sir John Falstaff, de Hamlet y Rosalinda (la heroína de Como gustéis) también provoca el deseo de ser mejor de lo que uno es. Pero, como argumento a lo largo de este libro, esa es la razón por la cual debemos leer, y leer sólo lo mejor de cuanto se ha escrito.
 Aunque maravillosa, "El beso" es una obra temprana; Chéjov, por su parte, consideraba que su mejor cuento era "El estudiante", una pieza de tres páginas compuesta a los treinta y tres años, la edad que según la tradición tenía Jesús al morir. Como a Shakespeare, a Chéjov es imposible calificarlo de creyente o de escéptico; ambos exceden tales categorizaciones. "El estudiante" es de una simplicidad ardorosa, aunque de una disposición muy bella. Un Viernes Santo, transido de hambre y de frío, un joven que estudia para clérigo se encuentra con dos viudas, madre e hija. Se calienta en el fuego que ellas han encendido al raso y les cuenta la historia de cómo el apóstol Pedro, según Jesús había profetizado, negó a Jesús tres veces. De vuelta en sí mismo, Pedro lloró amargamente; y lo propio hace la viuda madre. El estudiante se aleja y medita sobre la relación entre las lágrimas del apóstol y las de la madre, que le parecen eslabones de una misma cadena. De pronto se despierta en él la dicha, porque siente que en virtud de esa cadena que une el pasado con el presente perviven la verdad y la belleza. Y eso es todo; el cuento termina con la transformación de la repentina dicha del estudiante en expectativa de una felicidad todavía por venir. "Tenía sólo veintidós años", comenta Chéjov secamente, acaso con la premonición de que él mismo, a los treinta y tres años, ya había vivido tres cuartas partes de su vida (murió de tuberculosis a los cuarenta y cuatro).
 El lector puede reflexionar sobre la sutil transición en la alegría del estudiante: de la cadena temporal de la verdad y la belleza al vislumbre de una felicidad personal no imposible por parte de un joven de veintidós años. Estamos en Viernes Santo, y el cuento - dentro - del - cuento es el de Jesús y Simón - Pedro; sin embargo en ningún caso el regocijo tiene traza alguna de piedad auténtica ni de salvación. Chéjov, el más sutil psicólogo dramático que ha existido desde Shakespeare, ha escrito una lírica sombría sobre el sufrimiento y el cambio. Y Jesús sólo está allí como representación suprema del sufrimiento y el cambio, una representación que (en su peligrosa época) Shakespeare eludió invariable y sagazmente.
 ¿Por qué Chéjov prefería este cuento a docenas de otros que muchos de sus admiradores consideran mucho más decisivos y vitales? Carezco de una respuesta clara, pero creo que debemos cavilar sobre la pregunta. Salvo lo que ocurre en la mente del protagonista, no hay en "El estudiante" nada que no sea atrozmente lóbrego. Si algo parece haber conmovido a Chéjov es la irrupción ilógica de la dicha impersonal y la esperanza personal en medio del frío y la miseria, así como las lágrimas de la traición.
 Entre mis cuentos favoritos de Chéjov figura uno tardío, "La dama del perrito", que en general se considera como uno de los mejores que escribió. A Gurov, un hombre casado que se encuentra de vacaciones en Yalta - el balneario marino - lo impresiona el encuentro con una hermosa joven siempre acompañada de un pomerania blanco. Mujeriego inveterado, Gurov empieza una aventura con la dama, Anna Serguéievna, quien a su vez está infelizmente casada. Ella parte, insistiendo en que el adiós debe ser para siempre. Experto como es en amores, Gurov acepta el hecho con alivio otoñal y vuelve a Moscú, a su mujer y sus hijos, sólo para encontrarse poseído y sufriente. ¿Se ha enamorado, presumiblemente por primera vez? No lo sabe; y como tampoco lo sabe Chéjov, no lo podemos saber nosotros. Pero sin duda Gurov está obsesionado, y por lo tanto viaja a la ciudad de provincia en donde vive Anna Serguéievna y la busca durante una salida a la ópera. Angustiada, ella lo apremia a marcharse de inmediato, prometiendo que lo visitará en Moscú.
 Repetidos cada dos o tres meses, los encuentros de Moscú pronto se vuelven una tradición, placentera por demás para Gurov pero muy poco para la siempre llorosa Anna Serguéievna. Hasta que al fin, viéndose de improviso en un espejo, Gurov nota que está encaneciendo y a la vez se da cuenta del incesante dilema en el que se encuentra, y que interpreta como ese enamoramiento tardío. ¿Qué se debe hacer? Gurov siente a un tiempo que su amada y él están al borde de una vida nueva y bella, y que aún falta mucho para que la relación se termine, que la parte más dura del trabajo mutuo apenas ha empezado.
 Esto es todo lo que nos da Chéjov, pero las reverberaciones continúan aun después de esta conclusión que no concluye nada. Gurov y Anna Serguéievna han cambiado, está claro, aunque no necesariamente para mejor. Nada de lo que alguno de los dos pueda hacer por el otro tendrá un carácter redentorio; ¿qué es entonces lo que redime a la historia de su anquilosamiento mundano? ¿Cómo se diferencia de todos los relatos de adulterio desdichado?
 No por el interés que nos causan Gurov y Anna, como debería inferir cualquier lector; ellos no tienen nada de notable. Él es un mujeriego más y ella una de tantas mujeres que lloran. En ninguna otra obra es el arte de Chéjov tan misterioso como en ésta, en donde aparece palpable pero difícilmente definible. Sin duda Anna está enamorada, aunque Gurov no es un objeto muy digno. Ignoramos cómo evaluar exactamente a esa mujer
plañidera. Chéjov presenta con tal desapego lo que sucede entre los amantes, que no carecemos ya de información sino de juicio, incluido el nuestro. Porque el cuento es raramente lacónico en su universalidad. ¿De veras cree Gurov que finalmente se ha enamorado? Ni él ni el lector cuentan con pista alguna, y si Chéjov la tiene, se niega a revelarla. Como en Shakespeare, donde Hamlet nos dice que ama y no sabemos si creerle, no nos sentimos tentados a confiar en Gurov cuando dice que esto es algo auténtico. Si Anna se queja amargamente de que el suyo es un "amor secreto y oscuro" (para usar la gran frase de "La rosa enferma", de William Blake), Gurov parece solazarse en la vida secreta que, le parece, devela su verdadera esencia. Es un banquero, e indudablemente muchos banqueros tienen esencias verdaderas; pero Gurov no es uno de ellos. El lector puede dar crédito a las lágrimas de Anna, pero no a lo que Gurov exclama ("¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?") mientras se agarra la cabeza. El Chéjov enamorado dibujó la parodia de sí mismo en el Trigorin de La gaviota, y sugiero que Gurov es una autoparodia más transparente. Aunque Gurov no nos gusta demasiado, y querríamos que Anna parase de llorar, no podemos arrojar su historia a un lado porque es nuestra historia.
 Gorki dice de Chéjov que "era capaz de revelar el humor trágico presente en el tenue mar de la banalidad." Suena ingenuo, y sin embargo el mayor poder de Chéjov reside en darnos la impresión, mientras leemos, de que allí está al fin la verdad sobre la constante mezcla de infelicidad banal y alegría trágica que impregna la vida humana. En materia de alegría trágica la autoridad para Chéjov (y para nosotros) era Shakespeare, pero en Shakespeare no aparece lo banal, ni siquiera cuando escribe parodia o farsa.
Fuente:
HAROLD BLOOM

CÓMO LEER Y POR QUÉ

Traducción de Marcelo Cohen

    Grupo Editorial Norma
         Primera edición,
      Santa Fe de Bogotá,
       2000

lunes, 21 de agosto de 2017

JORGE LUIS BORGES. Por Harold Bloom.


JORGE LUIS BORGES

 El cuento moderno, en tanto permanece en la órbita de Chéjov, es impresionista; esto es tan cierto respecto del James Joyce de Dublineses como de Hemingway o Flannery O'Connor. Percepción y sensación, centros de la estética de Walter Pater, lo son también del cuento impresionista, incluidas en este rubro las mejores piezas cortas de Thomas Mann y de Henry James. Algo muy diferente ingresó en el arte moderno del relato con las fantasmagorías de Franz Kafka, precursor principal de Jorge Luis Borges, de quien puede decirse que reemplazó a Chéjov como influencia mayor en la cuentística de la segunda mitad del siglo veinte. Hoy los cuentos tienden a ser chejovianos o borgianos; sólo en raras ocasiones son ambas cosas.
 Al contrario que las miradas impresionistas de Chéjov a las verdades de la existencia, las obras de ficción de Borges siempre insisten en un consciente carácter de artificios. Convendrá que, cuando vaya al encuentro de Borges y sus muchos seguidores, los lectores sepan albergar expectativas muy distintas a las que tienen frente a Chéjov y su vasta escuela. Ya no se oirá la voz solitaria de un elemento sumergido en la población, sino una voz habitada por una plétora de voces literarias precedentes. La gran proclama con que Borges profesa su alejandrinismo es que no hay para un Dios gloria mayor que ser absuelto del mundo. Si en los cuentos de Chéjov hay un Dios, no puede ser absuelto del mundo, como tampoco podemos serlo nosotros. Pero para Borges el mundo es una ilusión especulativa, o un laberinto, o un espejo que refleja otros espejos.
 Necesariamente, entender cómo debe leerse a Borges es más una lección en la forma de leer a sus precursores que un ejercicio de autocomprensión. No quiero decir que Borges sea menos entretenido o iluminador que Chéjov, sino que es muy diferente. Para Borges, Shakespeare es todo el mundo y a la vez nadie: es el laberinto vivo de la literatura misma. Para Chéjov, Shakespeare es obsesivamente el autor de Hamlet, y el príncipe Hamlet se convierte en el barco en el cual Chéjov navega (del modo más literal en "En el mar", el primer cuento que publicó bajo su propio nombre). El relativismo de Borges es un absoluto; el de Chéjov es condicional. Cautivado por Chéjov y sus discípulos, el lector puede gozar de una relación personal con cada cuento, pero Borges lo cautiva en el campo de las fuerzas impersonales, donde la memoria de Shakespeare es un vasto abismo en donde uno puede tambalearse y perder los restos de individualidad que le queden.
 Cada lector confeccionará una lista selecta de las ficciones de Borges; la mía consta de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", "Pierre Menard, autor del Quijote", "La muerte y la brújula", «El Sur", "El Inmortal" y "El Aleph". De esta media docena, aquí me concentraré sólo en la primera, y con cierto detalle, para ayudar a culminar esta sección sobre cómo leer cuentos y por qué necesitamos seguir leyendo los mejores ejemplos que encontremos.
 "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" empieza con una frase desarmante: "Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar." Esto es puro Borges: añádase a la enciclopedia y el espejo un laberinto y se tendrá su mundo. De todas las ficciones de Borges, ésta es la más sublimemente exorbitante. No obstante, el lector sucumbe a la seducción y busca encontrar creíble lo increíble, porque Borges tiene la habilidad de emplear personas y lugares reales (sus amigos mejores y más literarios, por un lado, y por otro una vieja mansión de campo, la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, un hotel familiar). Uno le concede la misma realidad natural al ficticio Herbert Ashe que al real Bioy Casares, mientras que Uqbar y Tlön, aunque fantasmagorías, resultan poco más maravillosas que la Biblioteca. Una enciclopedia que trata enteramente de un mundo inventado es algo muy distinto que la verificación de un mundo porque figura en una enciclopedia, obra a la cual solemos dar autoridad.
 De hecho esto es desconcertante, pero de una manera sesgada. A medida que los objetos y conceptos tlönianos se propagan por las naciones, la realidad "cede". En ningún momento la seca ironía de Borges es más imponente:

Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden - el materialismo dialéctico, el antisemitismo, al nazismo - para embelesar a los hombres.

 Borges, firme oponente tanto del marxismo como del fascismo argentino, incrimina lo que llamamos "realidad", pero no esa fantasía que es Tlön, parte del laberinto vivo de la literatura imaginativa.

Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por los hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

 En otras palabras, Tlön es un laberinto benigno, en cuyo final no hay Minotauro que espere para devorarnos. La literatura canónica no es una simetría ni un sistema, sino una enciclopedia vastamente proliferante del deseo humano, un deseo por ser más imaginativo en lugar de hacer daño a otra individualidad. Aunque no se trata de que Tlön nos hechice o nos hipnotice, no se nos da información suficiente para descifrarlo. Precisamente, Tlön queda como una vasta cifra a ser resuelta sólo por todo el universo literario de la fantasía.
 El cuento de Borges comienza cuando él y su amigo más íntimo (y en ocasiones colaborador), el novelista argentino Bioy Casares, después de cenar en una quinta que han alquilado, sienten que los "acecha" la presencia de un espejo al fondo de un corredor. Entonces Bioy recuerda que "uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres." No se nos revela nunca el nombre de ese asceta gnóstico, que indefectiblemente es el mismo Borges, pero Bioy cree haber leído la frase en un artículo sobre Uqbar incluido en lo que se presenta como reedición (con otro título) de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El artículo no aparece en los volúmenes que hay en la casa alquilada. Al día siguiente Bioy lleva su propio y relevante volumen, que contiene cuatro páginas sobre Uqbar. La geografía y la historia de Uqbar son igualmente vagas; la localización del país parece ser transcaucásica, mientras que su literatura es totalmente fantástica y se refiere a territorios imaginarios, entre ellos Tlön.
 En este punto el cuento, que apenas empieza, se acabaría de no ser por Herbert Ashe, un reticente ingeniero inglés con quien, a lo largo de dieciocho años, Borges dice haber mantenido desganadas conversaciones en un hotel que ambos frecuentaban. Tras la muerte de Ashe, Borges encuentra un volumen que el ingeniero ha dejado en el bar del hotel: A First Encyclopaedia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. El libro no lleva fecha ni lugar de publicación y consta de 1001 páginas, en clara alusión a Las mil y una noches. Absorto en esas páginas míticas, Borges descubre buena parte de la naturaleza (por así llamarla) del cosmos que es Tlön, en donde la ley primordial de la existencia es el idealismo feroz del obispo Berkeley, con su convicción de que nada puede ser como una idea salvo otra idea. En ese cosmos no hay causas ni efectos; predominan la psicología y la metafísica de la fantasía absoluta.
 Hasta aquí el "artículo" titulado "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" que, dice Borges, incluyó en su Antología de la literatura fantástica publicada en 1940. Una "posdata" de 1947 expande la fantasmagoría. Se explica Tlön como una benigna conspiración de hermetistas y cabalistas a lo largo de tres siglos, que en 1824 cobró un giro decisivo cuando "el ascético millonario" Ezra Buckley propuso convertir un país imaginario en un universo inventado. Borges sitúa la propuesta en Memphis, Tennessee, haciendo así de lo que hoy conocemos como Elvislandia un lugar tan misterioso como la Menfis del antiguo Egipto. Los cuarenta volúmenes de la First Encyclopaedia of Tlön se completan en 1914, año en que estalla la Primera Guerra Mundial. En 1942, en medio de la Segunda Guerra, empiezan a aparecer los primeros objetos de ese universo: una brújula cuyas letras corresponden a uno de los alfabetos de Tlön, un cono metálico de peso insoportable, un juego completo de la Encyclopaedia. Otros objetos, hechos de materiales no terrestres, inundan luego las naciones. La realidad cede y con el tiempo el mundo será Tlön. Escasamente alterado, Borges permanece en su hotel revisando lentamente una "indecisa traducción quevediana" del Urn Burial de Sir Thomas Browne, del que mi frase favorita sigue siendo: "La vida es pura llama, y vivimos de un Sol invisible que está en nosotros."
 Borges, visionario escéptico, nos encanta aun cuando hayamos aceptado su advertencia: la realidad cede con demasiada facilidad. Puede que las fantasías de cada uno de nosotros no sean tan complejas ni abstractas como Tlön; pero Borges ha esbozado una tendencia universal y cumplido un anhelo fundamental en relación con las razones por los cuales leemos.
Fuente:
    HAROLD BLOOM

CÓMO LEER Y POR QUÉ

Traducción de Marcelo Cohen

    Grupo Editorial Norma
         Primera edición,
      Santa Fe de Bogotá,
       2000


sábado, 19 de agosto de 2017

(Fragmento. Novela. BOLA NEGRA). Tercera Parte de Mariposas Negras Para un Asesino.


(Fragmento. Novela. BOLA NEGRA). J. Méndez-Limbrick.

PENELOPEA
El Valle de las Muñecas es uno de los lugares más visitados con la oscuridad. La Torre Báquica y otros espacios de la ciudad de San José apenas se levanta el “toque de queda”,  muchas personas se refugian en los night clubs.
Yo no soy la excepción, busco  entretenimiento con las sombras de la ciudad. Después de tomar el elixir y recostarme media hora en mi Torre Ave Fénix, la transformación es completa: soy el bello Julián, el bello Julián con el cabello rubio hasta los hombros, el bello Julián que cautiva a hombres y mujeres.
Mi estatura es de 1,85 cm, ojos pardos, tez blanca - nívea, como el sueño de un vampiro, una barba al ras de la piel, igual, rubia,  unas manos perfectas, una risa provocadora, y unos dientes para un anuncio de pasta dentífrica…  ¿Quién lo diría? Sí, este bello joven soy yo, don Julián Casasola Brown.
No hay respuesta racional para concluir son la misma persona pero, lo somos. Lo único compartido en las dos personas supondrán qué es… ¡exacto, el anillo con la piedra color púrpura!
[...]
En el night club todas me aman y apenas entro está allí la Madama Carlota, siempre  me atiende, siempre me hace un guiño a mis peticiones. Es Carlota cc “Garganta Profunda”, sí, están ustedes en lo cierto, el sobrenombre de “Garganta Profunda” obedece a tres razones:
La primera. Así se llamó una película porno, quizá la gran película porno de los años 70 del siglo pasado y filmada en los Estados Unidos de Norteamérica.
La segunda. Fue la primera actriz porno que tuvo en su boca un pene enorme y al realizarle sexo oral a su co-protagonista, el enorme miembro desaparecía por completo… entonces, en la jerga mundial se le bautizó a la actriz de “Garganta Profunda”.
La tercera. Y con un doble sentido, así se llamó a toda persona e informante anónimo de temas que le podían interesar a la ciudadanía. A la Madama Carlota, se le llama también –y por cariño- “Garganta Profunda” por conocer los chismes de la mayoría de los políticos y de sus aventuras sexuales en el antro de “Penelopea”.
“Garganta Profunda”, ignora quién soy, a ella no le importa, a Carlota le interesa mi buen pago. ¿Sospecha de mí? ¿De mis crímenes? Podría ser. ¿Qué haría para denunciar?
El ambiente huele a aerosol y, un aire de ventilación no natural golpea e invade mis fosas nasales.  Penelopea con los muchos cristales le dan al ambiente una fuga de imágenes, de proyecciones fingidas y falsas al salón principal.
Los planos se superponen y el fondo del antro adquiere proporciones que no posee. Me agradan sus metales con los violetas de los adornos,  proyectan una sensación de ensueño y una especie de narcosis.

“Garganta Profunda” –me observa- es un áspid, yergue la cabeza y suelta la mano al aire en señal de saludo. Yo la miro y me dirijo hacia ella.
-Belleza, tesoro de mamá… mi nene… ¿adónde estabas escondido? Dice “Garganta Profunda” y hace un espacio para que me siente a su lado. No podría negarlo…  “Garganta Profunda” es una mujer cuarentona, mantiene una belleza incólume de una mujer treintona o menos años. Su cuerpo es de unas proporciones alucinantes, de una simetría para volver loco al más puritano de los hombres. Pero, “Garganta Profunda” es la Madama, es la administradora de las putas y no comercia con su cuerpo.
Me acerco, huelo su piel, su perfume y por un momento me embrutece los sentidos. Es la sensación del estar drogado… “Garganta Profunda” se sabe deseada por los hombres y eso la excita, siento la piel mejilla tibia sobre mejilla tibia mientras con inteligencia me toma de las manos (otro golpe de sangre en la cabeza) y, me desplomo rendido a su lado. ¡Soy su prisionero!
Agrega:
- Amorcito… JC, con este asunto de la oscuridad en la ciudad muchos políticos “ratas al fin” se han ido a pasarla – con el caos de las sombras- a otras partes, a otras ciudades. ¿Europa o Sudamérica? Probable, porque, quedarse en lugarcitos de Centroamérica pues no,  es peligroso jajajaja.
- Y, ¿vos macho divino qué querés de bebida? Pregunta Carlota y alza la mano por segunda vez en medio del claroscuro para llamar a un salonero.
- Un whisky. Agrego y no hago ningún comentario ni a favor ni en contra de los políticos que, han dejado la ciudad igual a las ratas cuando un barco se hunde. Me importa muy poco. Estoy satisfecho con el caos de la ciudad. La ciudad está enferma y eso me gusta.

Señalo:
-“Y vos Carlota, ¿por qué no te fuiste con tus amigotes políticos a Miami o a Puerto Vallarta? Le digo, sosteniendo el trago de whisky.
-¿Yo? ¿Cómo decís? Jajajaja, ayyy, qué ocurrencias tenés, ¿yo? Jajaja… ¡Qué rico, síiiii! ¡Qué ocurrencias JC. ¿Y las niñas, qué hago con las niñas, me las llevo a todas? ¡Ayyy noooo amoooor, debemos de trabajar, el negocio no se puede descuidar. Agrega “Garganta Profunda” encendiendo un cigarro. Observo su rostro: bronceado, a una décima de segundo por ser el rostro más sexy de la farándula nacional porque, “Garganta Profunda” también tiene otras actividades. ¿Cuáles? Posee boutiques, restaurantes y  bares con “Lady´s night”  para la clase media urbana pero, su secreto mejor guardado está en el antro “Penelopea”, exclusivo para políticos, empresarios, futbolistas y, personas de clase alta. Personas deseosas de una larga, larguísima diversión.
También Carlota cc “Garganta Profunda” hace  charters a varias islas del Golfo de Nicoya con extranjeros y nacionales. Ella a estas actividades les llama “giras turísticas-ecológicas”, si le solicitan “un documento para identificar el negocio. Francesco Rocco, Arthur Blackwood y yo, preferimos llamarlo: “putas con tanga en la playa”. Es toda una organización  propiedad de “Garganta Profunda”.
Carlota continúa:
- ¡Ayyy… amooor… viste, ¡qué ricooo, qué hombre más simpático jajaja! ¿Lo viste… a ese diputadillo “Pedro Navaja” hablando en contra de las drogas por la tele? Si la gente lo sabe, jajaja, él se regodea con los narcos internacionales mexicanos, jajaja. No amor, ahora Costa Rica no se le conoce en los ámbitos internacionales de “Banana republic” ahora es “Cocaína republic” jajaja, y no la Suiza centroamericana sino la “Reina de la cocaína Centroamericana, al menos en bodegaje… jajajaja. Sonrío, es imposible no sonreír con las ocurrencias de Carlota.  Pedro Navaja es un diputado de la bancada oficial saliente. Por lo estrafalario  en su vestir le pusieron así, Pedro Navaja como el personaje de la canción de Rubén Blades.

Otra observación:“Garganta Profunda” es la reina de las pasarelas a escala nacional. Señala a dedo quién sale o quién no sale en las pasarelas de los Malles, bares y en las “Ladys´s night” organizados ya sea para eventos privados o públicos.
- ¿Y chicas nuevas? Le pregunto. Es una rutina con Carlota, preguntar por novedades “artísticas”. Carlota me lleva al fondo del negocio, su sala de operaciones en donde tiene una lista o álbum completo de las últimas novedades de jóvenes con sus fotografías. Pero, la rutina ahí no termina, si la joven está en Penelopea o anda cerca del lugar estudiando en una universidad privada o pública, Carlota le manda un mensajito para que llegue rápido al night club y haga un espectáculo en el hot tube.

Así sucedió dos semanas atrás y visité Penelopea,  me llamó la atención una “modelo” colombiana más al pedirle a Carlota los servicios de la muchacha, la joven andaba en “turismo ecológico” viendo la “isla Tortuga” allá en las playas del Pacífico.

“Penelopea” arde en sombras acá y allá. Observo, Carlota continúa con la charla:

- ¿Y vos amor, tesorito de mamá? ¿cómo le hacés para andar con “el toque de queda”? Pregunta con cierta duda, intriga, recelo y no vaya a ser yo un agente encubierto de la DEA o de la O.I.C. en busca de drogas y menores de edad en el lugar. Me doy cuenta, no es una pregunta suelta de “Garganta Profunda”, es una pregunta fría y bien calculada. Así Carlota obtiene información de los políticos nacionales: disparando preguntas a discresión.

El negocio lo inició hace mucho tiempo atrás. Apenas era una adolescente y se encontró con Mr. Miller (un gringo viejo e inversionista). Juró venir acá a invertir en el turismo ecológico. No era otro negocio que turismo de putas en las playas.

Y Carlota estaba en la costa con una tanga diminuta, con sus diecisiete años en Sámara, con un grupo de compañeros del colegio un fin de semana.
Y mr. Miller  la vio y se dijo “esa” era la mujercita tropical de sus sueños carnavalescos. Le habló.  Carlota cumplidos los 18 años se iría a vivir con el gringo Miller a Sámara.
Luego, montaron el negocio de Penelopea en  uno de los lugares más “chic” de la ciudad capital y cuando comenzaron a visitarlo políticos, empresarios y personas influyentes del medio social, mr. Miller ideó un plan de crédito y garantía a través de los años: tener un libro, llamado el “Libro Rojo” con detalles (teléfonos, residencias, familiares, negocios, amistades, preferencias sexuales, putas solicitadas en las visitas, etc) de lo visto en Penelopea.
El asunto llegó a oídos de los políticos clientes del lugar y a partir del rumor del libro rojo, por arte de magia, Mr. Miller obtuvo favores y privilegios de las autoridades nacionales.
El famoso “Libro Rojo”  ponía al descubierto los encuentros sexuales de políticos con  prostitutas  y menores de ambos sexos.
No queriendo correr ningún riesgo los políticos involucrados por no saber  si ellos eran víctimas de las anotaciones en el Libro Rojo, las complacencias con Mr. Miller fueron de puertas abiertas.

Mr. Miller negó a la prensa nacional tales acusaciones del Libro Rojo y las anotaciones de los políticos – clientes.
(Páginas siguientes ilegibles…).

Y, -recordó Carlota- los beneficios económicos llegaron multiplicados. Carlota ríe y me dice tener a mano El Libro Rojo en lugar seguro, que me lo puede enseñar. Yo le comento  no tener el menor interés y  esto a Carlota  le intriga mucho más, piensa, soy un extraterrestre. ¡Muchas personas pagarían por leer  el Libro Rojo!

[...]  Pasan cuatro jóvenes aleteando sexo, brincan de una mesa a otra hasta que miran a donde está “Garganta Profunda” y yo. Carlota las ve y de una señal con su mano, las 4 jovencitas están alrededor nuestro, bautizándome con sus nombres de cariño. Me siento en un serallo.
“Garganta Profunda” se levanta y me dice al oído:
-Dichosas estas jovencitas con una belleza, con una divinura como vos, mi rico, mi macho divino  y en el último momento me introduce su lengua en la oreja para muy luego sentir su aliento tibio y mezclado con más palabras y un diminuto beso en la boca de: “ te amo… mi adonis”.  Y “Garganta Profunda” es una puta más en medio de la penumbra.

Esa noche estuve con las 4 jóvenes. Imagino, con la escasez de clientes cualquier compañía  es buena, y más si se departe con alguien joven y de mi posición social quien no duda en comprar bebidas sin escatimar precios.
La polémica de las jovencitas se da, cada una desea granjearse mis atenciones y favores. Es un ir y venir de palabras y  palabritas de doble sentido entre las mujeres. Yo escucho… se inicia una guerra de guerrillas por avanzar al interés que yo pueda tener por una de ellas.
La de mayores intentos en conseguir mi atención es una jovencita de nombre  Sady, “la muñequita barby” así, se le apoda por su belleza en Penelopea. Su cuerpo es delgado sin ser flacucha.
Medidas: no más de 1.60 cm. Ustedes dirán: “es baja”, yo digo: “perfecta”… no me agradan las mujeres demasiado grandes… me parecen masculinas…andróginas. El garbo y la sensualidad está en las proporciones correctas y Sady posee las proporciones exactas entre altura, peso y formas. ¿Su piel? En un claroscuro, yo le puedo percibir un color de piel trigueño, posee un tenue dorado, tostado, del pan recién hecho, para comerlo, ¿dorado? Sí, ustedes me entienden, ¿verdad?
Usa frenillos para que sus dientes busquen la simetría que de por sí ya poseen. ¿Su pelo? Ahhh, su pelo es lacio, es una cascada de color champagne, fino, terso, sedoso, con una ondulación mínima provocado por su peinado. Es una cabellera un poco menos de la media espalda de largo. ¿Su risa? Es una risa de sensualidad, no es una risa vulgar, por el contrario cuando ríe lo hace con la provocación de una niña pulcra y con recato en donde se le adivinan dos camanances. ¡Ahhh, se me olvidaba comentar: Al caminar lo hace con sensualidad, no camina sino,  levita.

[...]  Nos quedamos en un rincón de Penelopea Sady y yo. Pasamos de una conversación a otra, ella supone no voy  más allá en la tertulia por razones de no estar seguro con una cita. ¿Será? Equivocado el razonamiento de  Sady, no me decido por varias razones. La primera: no convengo en proponerle sexo esa noche. Me limito al diálogo, no hay escarceos por parte mía. Me acerco a su cara y le digo una seguidilla de mentiras. La primera y gran mentira: “Garganta Profunda” y yo tuvimos un romance,  hoy,  somos “buenos amigos”. “Carlota y yo nos conocemos hace mucho tiempo atrás” Argumento. ¿Razones por no solicitar sus servicios hoy? Deseo a una Sady cómplice para una cita dentro de 24 horas, y me jure lo siguiente: las últimas frases son convincentes máxime cuando estas mujercitas les hablás al oído y les pasás las manos por las piernas. Hurgo entre sus muslos internos – Sady anda con una falda de mezclilla corta-  y siento lo caliente de su caverna, de su piel húmeda a mi contacto, siento el vaho,  el silabario roto que expele esa gruta. Justifico:

- ¿Me entendés, Sady, mi belleza lo que trato de explicar? Y hago una pausa, buscando más palabras de mentira, de convencimiento, de seducción imposible para una puta como Sady.  Sigo la pantomima: “es simple, imagino  Carlota todavía me ama y, sentiría celos si sabe de nuestra cita”. Le digo a Sady. La frase le gusta por el contenido de rivalidad existente entre todas las mujeres, es una cuestión de vanidad, de halagos,  al final somos  humanos.
- ¿Y? ¿Qué hacemos? Me lo dice acercándo su rostro a mi oído en un flash…
- ¿Qué deseo? Te repito, es algo sencillo, ahí está la trampa y “Sady la barby” consentida no entiende de qué se trata el juego oscuro así llamados a los juegos de seducción y muerte por la abogada Beatriz Muriel Nigroponte. Y  Sady se siente única con una mentira más: “vos Sady me gustás y si “Garganta Profunda” se da cuenta mi interés en  vos, se pondrá fúrica, aunque no lo creás-. Le digo la mentira hasta  tocar su piel con mis labios. Al toque de mi aliento siento el brinco leve, el movimiento del músculo tenso a un acto inesperado para  alejarse de mi rostro y volverme a mirar a los ojos y preguntar, si es así, y no le miento. Entonces, me digo:  “la trampa está puesta, el señuelo: su ego, su orgullo y vanidad me han dado resultado,  ha caído…”.
[...]
(Faltan varias páginas).
No me despedía de Carlota, la Madama se iba al fondo del negocio y no regresaba. Le dije a Sady nos viéramos al día siguiente, a las 7 de la noche cerca de los andenes de ferrocarriles. Ella no convencida me contestó, no le gustaba la idea. Quedamos de encontrarnos en la “Torre Báquica”, en el Valle de las Muñecas, antes del toque de queda y así, cenaríamos y antes de las 21:30 horas  estaríamos en un lugar secreto, mío, muy personal…
- Tu penthouse de soltero… comenta Sady y me confiesa:
- Yo, también  le he pagado favores a un general centroamericano en un penthouse hermoso, mirando al mar. Sady se mantiene muda, estática, continúa con la idea anterior: “sabés, los gringos lo mataron en un accidente simulado, sabía demasiado de la política exterior gringa hacia Latinoamérica”.
- Imagino, de cuál general centroamericano me hablás. Le comento y cambio de conversación. Lo contado no me importa, me importa el ahora, el saber estoy con Sady… me importa el instante creado, el instante de la perversión y de mi enfermedad… ¿Tiene relevancia lo contado del “gorila militar” y que la tuvo por varias noches en su penthouse como una muñequita inflable para hacerle el sexo cuantas veces quisiera? ¿ Es un juguete caro para desechar?… ¡Qué obsceno y vulgar es el mundo! Me digo.

Pero, si el gorila militar hizo lo contado… yo… ¿en qué posición me sitúo?
¡Lo mío va más allá de lo físico, de lo sexual! Se encuentra en el término medio de lo sexual, lo erótico, la perversión, la locura. Es una sensación primitiva, elemental,  también es la sensación más sublime de todas las sensaciones capturada con mi esencia de humano… un cuerpo te pertenece por siempre. El acto y la mujer se convierten en una especie de tótem, de actos impuros y, de belleza disipada al instante porque, entre el orgasmo, lo sensual, lo erótico, lo sexual y la muerte prevalece solo un tris, un viaje diminuto y sin retorno…

Cuando Sady llegó a nuestra cita,  la oscuridad de San José, se hacía más intensa. Los científicos dijeron: “la oscuridad será mayor con la sumatoria de los días”.
En este segundo día, la cresta de la oscuridad se iniciaba. No me importó. Al contrario - y lo dije en páginas precedentes- , la oscuridad y el caos promovido por las bandas de párvulos delincuentes me tiene sin cuidado.
Otro asunto: Apareció Sady y el frío aumentaba. Al pasar el tiempo y se hace más densa la oscuridad, el frío es mucho mayor. Las proporciones son las mismas: a más oscuridad más frío.

Cubierta con una bufanda, guantes de lana, y un gabán, Sady llegó a la cita con una palidez inusual,  llegó con el viento frío de la muerte.
Le pregunté si le comentaba sobre nuestra cita a “Garganta Profunda”.
-¿Decirle? ¡Jamás amor. Le juré me quedaría en el apartamento estudiando para un examen de bachillerato.
Y mientras lee el menú me confiesa: “Ahhh, vieras qué risa, es cierto lo que me dijiste; apenas te fuiste pues Carlota me buscó y preguntó del por qué yo no me iba con vos, yo le digo que vos no quisiste, y agregaste:
 - Mirá Sady,  creo no sos mi chica ideal. Carlota preguntó:
 -¿Qué sucedió?  Y yo le respondí:
- “No, no se fue con nadie”.

[...] En medio del sonambulismo y del frío, Sady y yo caminamos por entre algunas zonas verdes del Valle de las Muñecas.
Ella y yo enfundados en nuestros abrigos, la tomo de la mano. ¿Es especial la pareja? Me pregunto. Me respondo: ¡no! Es una pareja más de jóvenes tomados de las manos. Ella de menor estatura que yo, nada más.
Botas de cuero café, gabán, ¿el color del gabán? No desentona: café claro, combina de maravilla con el matiz de su pelo color champagne- caramelo.
Sostenerla por la cintura es un prodigio, siento el ritmo de su caminado y me digo: ¡ahhh Sady, la tensión del Universo en una gota de sangre! ¡Ahhh Sady,  la belleza en el instante de las cosas finitas. Su cintura es una cintura esotérica y llena de misterios, de pasadizos!
Caminamos por la noche, pasamos junto a los numerosos anuncios de neón, por los diferentes senderillos comunicando bares, discotecas y las diferentes torres.
¡Imagino su ropa de lencería... su monte de Venus!
[…]
Soy un vampiro atrapando los sentidos de mi amiga. Así recorro la ciudad en mi Blazer negro.  La soledad de los parques y sus luces mortecinas disparan mi eros, se tensa el  músculo.

- ¿No te parece JC encantador ver la ciudad sin gente? Me pregunta Sady, la colegiala …
- Sí, a mí también me agrada mirar los parques sin gente, con las luces de color  ámbar proyectadas por las farolas. Respondo, y hurgo con la mano entre los muslos internos y tibios de mi joven amiga. Ella se deja, entreabre las piernas,  mi mano recorre sin dificultad la caverna, la gruta.” Pero, cierra los muslos y aparta mi cuerpo de ella. Yo no insisto, habrá tiempo para “eso” y mucho más. Avanzamos en el Blazer por calles paralelas, lugares no visitados. Sady me hace una pregunta.
- Te deseo  JC pero, por favor decíme la verdad, ¿sí? ¿Me das tu palabra? Y pregunta sin sonreír, con una cara neutra desprovista de humanidad, mirando hacia delante de la carretera en una sucesión de imágenes ambiguas y sombrías.
- ¿Qué será? Le respondo.
- ¡No me mintás, porfa! Vuelve a insistir Sady. Siento un cosquilleo, imagino  estoy al borde del abismo, que Sady me puede empujar con un soplo adonde son los imposibles: ¡la Nada! Pregunta:
- “… ¿sos un hombre casado? Te ves joven, guapo, educado, con dinero,   yo me pregunto si estás casado o  tu mujer no te da algunos placeres, entonces, los buscás afuera”.
Me digo qué responder.  Respiro, hago una mueca y antes de contestar vuelvo a preguntar:
- ¿ Y cuál es la diferencia? ¿No estamos juntos? ¿Qué importa lo demás? ¿No te parece?  Y expreso lo anterior alargando el tiempo para poder valorar mejor cuál será mi respuesta definitiva de si soy casado o no lo soy. Es ridícula la escena – me digo- ¿ ella no es una puta? ¿Está dentro del juego oscuro esta situación? Respondo:
-      No, no soy casado.
- ¿No? Pregunta Sady y me vuelve a mirar con el rostro de la contrariedad. ¿Es una mala respuesta? Sí, eso ha sido de mi parte: una pésima respuesta. Me confundo con el semblante de Sady.
- ¡Ahhh… ¡qué lastima se ha perdido parte de la emoción  y de lo morboso! Confiesa Sady.
- ¿Y por qué? Pregunto.
- ¡No te imaginás cómo me seducen los hombres casados!… ¿Cómo decirlo, cómo definir la sensación? Es una sensación entre morbosa y de perversión, lo sé, lo sé, es la sensación “de lo imposible” Es codiciar y no tener. Me agrada la no-pertenencia. Me excitan los imposibles, los espejismos, lo doloroso, lo torcido, no lo sé.
- Y, ¿qué vamos a hacer? ¿Decepciono tanto?
- ¡ Ayyyy no! … No JC por favor no es para cortarse las venas… contesta y hace un ademán  como cortándose las venas. Es un asunto de gustos.
- - Ahhh,¿te gusta lo torcido, lo anormal?
- Uhmmm, sí. ¡Y cuando ríe se le forman los camanances haciendo más impúdica, más de gruta enferma su persona…! ¡Me enloquece  lo escuchado…! Los frenos inhibitorios son rotos, se desemboca y comienza aletear el vampiro que llevo dentro. Es una llaga pútrida, es la pústula reventando con su inmundicia. ¡Los cupidos han muerto! Lo dicho por Sady es  agarrar a Cupido y abofetearle la cara hasta hacerlo sangrar.
- Ehhh, ajá y,  ¿qué más te seduce?  Pregunto. Siento una leve erección, es el aguijón  del escorpión  próximo a inocular su veneno.
- ¿Qué más me gusta? No sé, lo raro, lo poco común… sabés… y… ¿para dónde vamos? Pregunta  Sady, al observar, las interminables callecillas de los barrios del sur, de la Zona Fantasma por donde recorro… y agrega: sos extraño, bello, ¿sabés? Sos un hombre pulcro, misterioso, extravagante, sí esa es la palabra: “extraño”, si fueras casado sería más interesante…
- Ahhhh, ehhh pero… no lo soy… y compenso esa deficiencia con otras virtudes. ¿Te parece? Le reprocho a Sady. Y lo digo y me siento un duende malévolo, un duende a medio construir...
- Supongo, tenés novia. Me dice Sady. Modula la voz, haciendo que la pregunta no tenga una connotación de celo, de mujercita aburrida y caprichosa... por el contrario es una entonación de palabra fácil y con  doble sentido. El doble sentido que la mujer perspicaz le da al  vocabulario con una afinidad sexual a lo comentado.
Agrega:  “un hombre... digo, vos no tendrás problemas para encontrar pareja”... ríe y de nuevo se le advierten los camanances... Y ahí, es a donde reside la cuestión, el lado oscuro de esta historia. No, no es así, equivocada. No, no es dramatismo, es la realidad, la burda y cutre realidad. Son las ambivalencias, me digo. No respondo por un segundo, ella calla esperando mi respuesta.
El recorrido con el Blazer se hace monótono. Entramos a la Zona Fantasma, a los parajes de mi reino. Unos vagabundos me hacen una señal de alto, no hago caso, prosigo el viaje.
Y vuelvo a pensar en mi diálogo con Sady. ¿No tengo problemas para encontrar sexo, una mujer, una pareja? Depende... me  digo. Depende de quién se presente: JC el joven  o don Julián el viejo. ¿Arrastro mis sombras, lo vital? ¿Qué haría si ella mirara mi lado oculto, la exploración de unos sentidos  no percibidos por nadie?  ¿Se acercaría al viejo JC si supiera es un hombre rico? Soy un hombre insano, hace muchos años atrás, soy una rosa enferma y en el centro un gusano me corroe.
-      No lo sé… no lo sé… si existe una novia. Digo.
- ¿No sabés si tenés novia, una amante? Pregunta Sady.
- No, no sé cómo contestar a la pregunta. Respondo.

[...]
No ha sido necesaria la droga hipnótica para una Sady  a tono conmigo y con mi conversación. Sady afirma:
- JC. ¡Qué locura, el ambiente de los claroscuros del último piso de la Torre de los Cuervos, estoy enamorada del lugar. Sos un mago JC.  Más allá del Evento de Sucesos nadie – sepa yo- viene.  Es una zona prohibida. Y este edificio de negro y esos cuervos encima de la cúpula de cristal y ese paisaje con ese Sol que veo, que está ahí, vigilante, estático, en ese firmamento de colores ámbares. ¡Sos un loco, sos un mago, sí eso es,  sos un mago por encontrar este lugar! Dice Sady alargando y entrecortando otras frases. Entonces, cuando la beso en la boca y mientras ella está frente al gran ventanal mirando el Sol in perpetuum hundo una fina daga en su seno izquierdo. El aliento se le escapa en un orgasmo de muerte y yo lo recojo bocanada a bocanada en mi boca.

[...] ¿Qué hacer con un cadáver bello? No, están  equivocados si suponen en la profanación. ¿Lo primero? Lo limpié con la meticulosidad de  un joyero ante el diamante que  pule.
Frente al gran ventanal en un ritual único coloco el cuerpo de Sady, lo he puesto en una enorme tabla de caoba.
Es Sady, es la perfección de un cuerpo desnudo en sus proporciones humanas. Abundan cuerpos de amazonas,  exuberantes, grandes, altivos, de piernas de robles y cinturas diminutas, con caderas generosas.  Sady no es así,  más bien su cuerpo es de muñequita de escaparate, frágil, de proporciones delicadas, de curvas que se esfuman entre la sensualidad y la inocencia sin ser un cuerpo sexual, erótico. Ahí es donde reside su encanto.

Después de limpiarla me quedo mirando su cuerpo en una especie de simulacro, de capilla ardiente, en una representación única: al fondo el Sol In perpetuum, y unos rayos entrando por el ventanal hasta tocar el cuerpo de Sady y más allá del cuerpo: yo, en un sillón contemplando el espectáculo, único, irrepetible.
Bertolino, ¿dónde estás viejo amigo? ¡Me hacés falta, desearía contarte de este gusano que me corroe por dentro todas las noches!

[...]
Lo confieso: ¿Dejar el cuerpo de Sady en los patios de Ferrocarriles al Pacífico? ¡Imposible! ¡No! Con una dosis de codeína y morfina, una especie de cóctel, me he extasiado contemplando el cuerpo de Sady por segunda vez.
(Ilegibles los renglones siguientes).

[...]
He bajado a los pisos inferiores de la Torre (más allá del primer nivel) existe una escalerilla y un enorme salón.
El Maestro Oficiante no me confesó de su existencia,  ¿por qué? He colocado el cuerpo, donde nadie puede verlo, donde nadie pueda tocarlo, mancillarlo, allí estará protegido de las miradas inoportunas, de los indiscretos, de las personas deseosas por hacer un circo con las muertes de las putas.

[...] Fragmentos ilegibles.
La oscuridad continúa. En los noticieros ha salido una escueta noticia sin la mayor importancia sobre su desaparición. La noticia es revertida a un concepto ambiguo: en la noticia se habla de su desaparición. En este punto se coincide. También se dice o se comenta, la desaparición fue o hace días. También es así. Lo  no comentado es, la jovencita menor de edad y de escasos 17 años se dedicaba a la prostitución y  un general  gorila la poseía cuantas veces quisiera.
No me puedo imaginar esa mole, ese gorila encima de Sady penetrando su carne, tocándola por dentro, humillando así su belleza.

Con la muerte de Sady, no he vuelto a traer a nadie más a la Torre de los Cuervos, rebajaría su muerte y su recuerdo.
A las demás mujeres las llevaré a la Torre Cobriza, sus dimensiones son enormes con puertas y laberintos falsos.

[...]
Otra observación: Henry de Quincey anda tras las pistas de mi personaje, de JC, el hombre joven.  Está espiando la Torre Ave Fénix... ¡Simpático! Henry al salir del psiquiátrico de Pavas lo hizo con un desquiciado mental, un fulano llamado Felipe Ossorio... estaré al tanto con mis informantes.

[...]
El oficial de Policía Ernesto Miranda Rojas, anda husmeando en la Zona Fantasma. Posee informantes y estos le aseguran, una relación entre los zanates, la Zona Fantasma y los asesinatos últimos de las mujeres. (Fragmentos ilegibles).

[...]
Francesco Rocco, Arthur Blacwood, Ricardo Iglesias, me apoyan en continuar con la tradición. La tradición de las reuniones físicas y no las reuniones virtuales propuestas por los nuevos cofrades.
Los argumentos son discutibles para las modificaciones. El argumento más interesante es:  por medio de la Internet se puede tener una mayor flexibilidad en cuanto a las reuniones. Se argumenta, el peligro generado es menor con las reuniones virtuales. Solo se tendría el Servidor Umbral de enlace y el servidor haría las comunicaciones necesarias para  los cofrades.
Es una propuesta a mi parecer descabellada y  no convence a los viejos de la cofradía. Yo, esgrimo lo siguiente: con la dirección electrónica  ya se está en riesgo de ser detectado. Los que están a favor de las reuniones virtuales, han contestado a este argumento: igual sucede con las reuniones físicas, con la agravante que si se atrapan es a todos en persona, en la mismísima reunión.
¡Es inútil con las discusiones: hemos perdido, Rocco, Blackwood, Iglesias y yo, pensamos diferente!

[...]
Nos hemos retirado de la Cofradía.  El nuevo Maestro Oficiante es un hombre de empresas y negocios. ¡Ahhh y...  le hice trampa...! Al dar los libros de miembros,  eliminé los nombres de mis amigos y el mío. E igual, en un revanchismo, no le informé sobre la Torre de los Cuervos, me la dejaré. Será parte de mi patrimonio personal. (Falta fragmento último).

[...]

- ¡Qué historia nos acaba usted de contar. Manifestó Eustaquio a Henry apenas este dejó de leer y depositó el libro en el maletín de  cuero negro.
- Sí, es una gran historia. Replicó Faustino bastante pensativo.
- Se entiende el tema de las incursiones a la Zona Fantasma por el grupo de jóvenes.
- Concluyo,  la permanencia del servidor umbral en la Zona Fantasma o más allá en el Evento de Sucesos-. Otro aspecto es el mito de la inexpugnabilidad del Evento de Sucesos. ¡Se puede ingresar! Dijo entusiasmado el Gran Archivero de la Noche.
- ¿Será posible que todavía se encuentre ahí el servidor ilegal? Preguntó Eustaquio.
-  No lo creo. Si las “fuentes” son ciertas, ya la Cofradía se  ha ido.  Contestó Henry, tamborileando los dedos  sobre el maletín  de cuero.
- ¡Especulaciones, todas son especulaciones! Única manera de saberlo: visitando la Torre Cobriza, el Evento de Sucesos y la Torre de los Cuervos. Afirmó Faustino.
- Pero, primero hacemos un trabajo de campo.   Contestó el Gran Archivero.
- Sí, lo estamos. Respondió Faustino.
- ¿Don Eustaquio, qué opina? Dijo Henry.
- Ya lo afirmó Faustino: estamos de acuerdo en las investigaciones.

Al terminar Henry de leer el documento de don Julián Casasola Brown y se concluyó la estrategia en los días siguientes, faltaba una hora para amanecer y la calma en la Zona Fantasma era total, como si la zona estuviera atenta que  sus secretos más íntimos – los del Evento de Sucesos- llegaran a ser revelados.

viernes, 18 de agosto de 2017

HAROLD BLOOM CÓMO LEER Y POR QUÉ.


PREFACIO

 No hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón primordial por la cual debemos leer. A la información tenemos acceso ilimitado; ¿dónde encontraremos la sabiduría? Si uno es afortunado se topará con un profesor particular que lo ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.
 Este libro enseña cómo leer y por qué, y avanza afianzándose en una multitud de ejemplos y muestras: poemas cortos y largos, cuentos y novelas. No debe pensarse que la selección es una lista exclusiva de qué leer, se trata más bien de una muestra de obras que mejor ilustran por qué leer. La mejor forma de ejercer la buena lectura es tomarla como una disciplina implícita; en última instancia no hay más método que el propio, cuando uno mismo se ha moldeado a fondo. Como yo he llegado a entenderla, la crítica literaria debería ser experiencial y pragmática antes que teórica. Los críticos que son mis maestros - en particular el Dr. Samuel Johnson y William Hazlitt - practican su arte a fin de hacer explícito, con cuidado y minuciosidad, lo que está implícito en un libro. En las páginas que siguen, ya trate con un poema de A. E. Housman o una pieza teatral de Oscar Wilde, con un cuento de Jorge Luis Borges o una novela de Marcel Proust, siempre me ocuparé sobre todo de modos de percibir y comprender lo que puede y debe hacerse explícito. Dado que para mí la cuestión de cómo leer nunca deja de llevar a los motivos y usos de la lectura, en ningún caso separaré el "cómo" y el "por qué". En "¿Cómo se debe leer un libro?", el breve ensayo final de su Lector Común (Volumen II), Virginia Woolf hace esta encantadora advertencia: "Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos". Pero luego añade muchas disposiciones para el gozo de la libertad por parte del lector, y culmina con la gran pregunta "¿Por dónde empezar?" Para llegar a los placeres más hondos y amplios de leer, "es preciso no dilapidar ignorante y lastimosamente nuestros poderes". Parece pues que, mientras uno no llegue a ser plenamente uno mismo, recibir consejos puede serle útil y hasta esencial.
 Woolf, por su parte, había encontrado asesoramiento en Walter Pater (cuya hermana le había dado clases), y también en el Dr. Johnson y los críticos románticos Thomas de Quincey y William Hazlitt, sobre el cual hizo esta maravillosa observación: "Es uno de  esos raros críticos que han pensado tanto que pueden prescindir de la lectura." Woolf pensaba incesantemente, y nunca dejaba de leer. Tenía buena cantidad de consejos para dar a otros lectores, y a lo largo de este libro yo los he adoptado muy contento. El mejor es recordar: "Siempre hay en nosotros un demonio que susurra 'amo esto, odio aquello' y es imposible callarlo." Yo no puedo callar a mi demonio, pero en fin, en este libro lo escucharé únicamente cuando susurre "amo", porque aquí no pretendo entablar polémicas; sólo quiero enseñar a leer.

PRÓLOGO: ¿POR QUÉ LEER?

 Importa, si es que los individuos van a retener alguna capacidad de formarse juicios y emitir opiniones propias, que sigan leyendo por su cuenta. Qué lean y cómo - bien o mal - no puede depender totalmente de ellos, pero el motivo (el por qué) debe ser el interés propio. Uno puede leer meramente para pasar el rato o leer con manifiesta urgencia, pero en definitiva siempre leerá contra el reloj. Acaso los lectores de la Biblia, ésos que la recorren por sí mismos, ejemplifiquen la urgencia con mayor claridad que los lectores de Shakespeare, pero la búsqueda es la misma. Entre otras cosas, la lectura sirve para prepararnos para el cambio, y lamentablemente el cambio último es universal.
 Me entrego a la lectura como a una práctica solitaria más que como a una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, cualquiera sea la vía adoptada en las academias. Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es el Dr. Samuel Johnson, que conocía y expresó tanto el poder como las limitaciones de la lectura incesante. Ésta, como todas las actividades de la mente, debía satisfacer el principal compromiso de Johnson, que era con "lo que tenemos cerca, aquello que podemos usar". Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que Johnson llevó a la práctica, dio este célebre consejo: "No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para sopesar y reflexionar." A Bacon y Johnson yo añado un tercer sabio de la lectura, Emerson, fiero enemigo de la historia y de todo historicismo, quien señaló que los mejores libros "nos impresionan con la convicción de que una naturaleza escribió y la misma naturaleza lee". Permítanme fundir a Bacon, Jonson y Emerson en una fórmula de cómo leer: encontrar, entre lo que está cerca, aquello que puede usarse para sopesar y reflexionar, y que se dirige a uno como si uno compartiera la naturaleza única, libre de la tiranía del tiempo. En términos pragmáticos esto significa: primero encuentra a Shakespeare, y deja que él te encuentre a ti. Si es que El rey Lear te encuentra plenamente, sopesa la naturaleza que ambos compartís y reflexiona sobre ella; es proximidad contigo mismo. No me propongo con esto ser idealista, sino pragmático. Utilizar la tragedia como queja contra el patriarcado es falsificar los intereses propios primordiales, sobre todo en el caso de una mujer joven; lo que no es tan irónico como suena. Shakespeare, más que Sófocles, es la autoridad ineludible sobre el conflicto entre generaciones, y más que ningún otro lo es sobre las diferencias entre mujeres y hombres. Ábrete a la lectura plena de El rey Lear y comprenderás mejor los orígenes de lo que crees que es el patriarcado.
 En definitiva leemos - como concuerdan Bacon, Johnson y Emerson - para fortalecer el sí -mismo (el self) y averiguar cuáles son sus intereses auténticos. Al hecho de que experimentemos esos aumentos como placer puede deberse que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. Uno no puede mejorar directamente la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. Por tradición, la esperanza social siempre ha sido que el crecimiento de la imaginación individual estimulara el cuidado por los otros. Yo me mantengo escéptico respecto de la esperanza social, y tomo con gran cautela cualquier argumento que vincule los placeres de la lectura solitaria al bien público. La pena de la lectura profesional es que sólo raras veces uno recupera el placer de leer que conoció en la juventud, cuando los libros eran un entusiasmo hazlittiano. La manera en que leemos hoy depende en parte de nuestra distancia interior o exterior de las universidades, donde la lectura apenas se enseña como placer, en cualquiera de los sentidos profundos de la estética del placer. Abrirse a una confrontación directa con Shakespeare en sus momentos más fuertes, por ejemplo en El rey Lear, nunca es un placer fácil, ni en la juventud ni en la vejez, y sin embargo no leer El rey Lear plenamente (es decir, sin expectativas ideológicas) es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético. La niñez pasada en gran medida mirando televisión se proyecta en una adolescencia frente al ordenador, y la universidad recibe un estudiante difícilmente capaz de acoger la sugerencia de que debemos soportar tanto el irnos de aquí como el haber llegado: la madurez lo es todo. La lectura se desmorona, y en el mismo proceso se hace trizas buena parte de la propia identidad. Todo esto es inmune a los lamentos, y no hay promesas ni programas que lo remedien. Lo que ha de hacerse sólo se puede llevar a cabo mediante alguna versión del elitismo, y, por buenas y malas razones, en nuestra época esto es inaceptable. Todavía hay en todas partes, aun en las universidades, lectores solitarios jóvenes y viejos. Si existe en nuestra época una función de la crítica, será la de dirigirse a la lectora y el lector solitarios, que leen por sí mismos y no por los intereses que supuestamente los trascienden.
 En la vida como en la literatura, el valor está muy relacionado con lo idiosincrático, con los excesos por los cuales se pone en marcha el sentido. No es casual que los historicistas - críticos convencidos de que a todos nos sobredetermina la historia de la sociedad - consideren los personajes literarios como signos en una página y nada más. Si no tenemos un pensamiento que sea propio, Hamlet ni siquiera será un caso clínico. Si se trata de restablecer la forma en que leemos hoy, paso ahora al primer principio, un principio que me apropio del Dr. Johnson: Limpiate la mente de jergas. El diccionario inglés dirá que "jerga" (cant), en este sentido, es un lenguaje desbordante de perogrulladas piadosas, el vocabulario peculiar de una secta o un aquelarre 1. Dado que las universidades han potenciado expresiones como "género y sexualidad" o "multiculturalismo", la admonición de Johnson se convierte en: "Limpiate la mente de jerga académica". Una cultura universitaria donde la apreciación de la ropa interior victoriana reemplaza la apreciación de Charles Dickens y Robert Browning parece la extravagancia de un nuevo Nathanael West, pero es meramente la norma. Un producto subsidiario de esta "poética cultural" es que no puede haber un nuevo Nathanael West, pues ¿cómo podría semejante cultura académica alimentar la parodia? Los poemas de nuestro clima han sido reemplazados por las trusas de nuestra cultura. Los nuevos Materialistas nos dicen que han recobrado el cuerpo para el historicismo y afirman trabajar en nombre del Principio de Realidad. La vida de la mente debe someterse a la muerte del cuerpo; pero para esto poco se requieren los hurras de una secta académica.

 1 Cant tiene, por supuesto, una acepción más esotérica que el español jerga, referido a especialidades u oficios. (Nota del traductor)

 Limpiate la mente de jerga conduce al segundo principio del restablecimiento de la lectura: No trates de mejorara tu vecino ni tu vecindario por las lecturas que eliges o cómo las lees. La superación personal ya es un proyecto bastante considerable para la mente y el espíritu de cada uno: no hay ética de la lectura. Hasta tanto haya purgado su ignorancia primordial, la mente no debería salir de casa; las excursiones prematuras al activismo tienen su encanto, pero consumen tiempo, y nunca habrá tiempo suficiente para leer. Historizar, sea el pasado o el presente, es practicar una especie de idolatría, una devoción obsesiva a las cosas en el tiempo. Leamos entonces bajo esa luz interior que celebró John Milton y Emerson adoptó como principio de lectura. Principio que bien puede ser el tercero de los nuestros: El estudioso es una vela que encienden el amor y el deseo de todos los hombres. Olvidando tal vez la fuente, Wallace Stevens escribió maravillosas variaciones de esta metáfora; pero la frase emersoniana original articula con mayor claridad el tercer principio de la lectura. No hay por qué temer que la libertad del desarrollo como lector sea egoísta porque, si uno llega a ser un verdadero lector, la respuesta a su labor lo ratificará como iluminación de los otros. Cuando reflexiono sobre las cartas de desconocidos que he recibido en los últimos siete u ocho años, en general me conmuevo tanto que no puedo responder. Si tienen un pathos para mí, radica en que a menudo trasuntan un ansia de estudios literarios canónicos que las universidades desdeñan satisfacer. Emerson dijo que la sociedad no puede prescindir de mujeres y hombres cultivados, y proféticamente agregó: "El hogar del escritor no es la universidad sino el pueblo." Se refería a los escritores fuertes, a los hombres y mujeres representativos; a los representantes de sí mismos, y no a los parlamentarios, pues la política de Emerson era la del espíritu.
 La función - olvidada en gran medida - de una educación universitaria quedó captada para siempre en "El estudioso americano", discurso en el que, de los deberes del docto, Emerson dice: "Todos deben estar comprendidos en la confianza en sí mismo." Yo tomo de Emerson mi cuarto principio de la lectura: Para leer bien hay que ser un inventor. A la "lectura creativa", en el sentido de Emerson, yo la llamé alguna vez "mala lectura" 2, palabra que persuadió a mis oponentes de que padecía de dislexia voluntaria. La ruina o el espacio en blanco que ven ellos cuando miran un poema está en sus propios ojos. La confianza en sí mismo no es una donación ni un atributo, sino el Segundo Nacimiento de la mente, y no sobreviene sin años de lectura profunda. En estética no hay patrones absolutos. Si alguien desea sostener que el ascendiente de Shakespeare fue un producto del colonialismo, ¿quién se molestará en refutarlo? Al cabo de cuatro siglos Shakespeare nos impregna más que nunca; lo representarán en la estratosfera y en otros mundos, si se llega hasta allí. No es una conspiración de la cultura occidental; contiene todos los principios de la lectura y es mi piedra de toque a lo largo del libro. Borges atribuyó el carácter universal de Shakespeare a su aparente falta de personalidad, pero ese rasgo es más bien una gran metáfora de lo que hace diferente a Shakespeare, que en última instancia es poder cognoscitivo como tal. Con frecuencia, aunque no siempre sabiéndolo, leemos en busca de una mente más original que la nuestra.

 2 El término inglés acuñado por Bloom es misreading, que también puede traducirse como lectura desviada. (N. del T.)

 Como la ideología, sobre todo en sus versiones más superficiales, es especialmente nociva para la capacidad de captar y apreciar la ironía, sugiero que nuestro quinto principio para el restablecimiento de la lectura sea la recuperación de lo irónico. Pensemos en la inagotable ironía de Hamlet, que casi invariablemente dice una cosa cuando quiere decir otra, ésta a menudo lo opuesto de lo que está diciendo. Pero con este principio me acerco a la desesperación, porque enseñarle a alguien a ser irónico es tan difícil como instruirlo para que se haga solitario. Y sin embargo la pérdida de la ironía es la muerte de la lectura y de lo que nuestras naturalezas tienen de civilizado.

Anduve de Tabla en Tabla
con paso lento y prudente
Sentía alrededor las estrellas
En torno a mis pies el Mar
Sabía que quizá la siguiente
fuera la pulgada final -
A mi precario Paso algunos
Suelen llamarlo Experiencia

 Mujeres y hombres pueden caminar de maneras diferentes, pero a menos que nos disciplinen todos tenemos un paso en cierto modo individual. Difícilmente puede aprehenderse a Dickinson, maestra del Sublime precario, si uno está muerto para sus ironías. Aquí va andando por el único sendero disponible, "de tabla en tabla"; irónicamente, no obstante, la lenta cautela se yuxtapone a un titanismo que le hace sentir "alrededor las estrellas", aunque tenga los pies casi en el mar. El hecho de ignorar si el paso siguiente será la "pulgada final" le confiere ese "precario Paso" al que no da nombre, aunque "algunos" lo llamen Experiencia. Dickinson había leído "Experiencia", el ensayo de Emerson - una pieza culminante, muy al modo en que "De la experiencia" lo fuera para Montaigne - y su ironía es una respuesta amable a la apertura de Emerson: "¿Dónde nos encontramos? En una serie cuyos extremos desconocemos, y que para nuestra creencia no existen." Para Dickinson el extremo es ignorar si el paso siguiente será la pulgada final. "¡Si alguno de nosotros supiera qué estamos haciendo, o hacia dónde vamos, sería mejor que lo pensáramos dos veces!" El consiguiente ensueño de Emerson difiere del de Dickinson en temperamento o, como dice ella, en el paso. En el ámbito de la experiencia de Emerson "todas las cosas nadan y destellan", y su ironía genial es muy diferente de la ironía de la precariedad de Dickinson. Con todo, ninguno de los dos es un ideólogo, y en los poderes rivales de sus respectivas ironías ambos perviven.
 Al final del sendero de la ironía perdida hay una pulgada última, más allá de la cual el valor literario será irrecuperable. La ironía es sólo una metáfora, y es difícil que la ironía de una edad literaria sea la de otra; no obstante, sin un renacimiento del sentido irónico se habrá perdido más que lo que llamamos "literatura imaginativa". Ya parece estar perdido Thomas Mann, irónico mayor de los grandes escritores de este siglo. No dejan de aparecer nuevas biografías suyas, casi siempre reseñadas sobre la base de su homoerotismo, como si la única forma de rescatarlo para nuestro interés fuera certificar su condición de homosexual, y darle así un lugar en los planes de estudio universitarios. Esto no difiere mucho de estudiar a Shakespeare sobre todo por su aparente bisexualidad, pero los caprichos del contrapuritanismo vigente parecen no tener límite. Aunque las ironías de Shakespeare, es de esperar, son las más abarcadoras y dialécticas de toda la literatura occidental, su arco emocional es tan vasto e intenso que no siempre median entre nosotros y las pasiones de los personajes. Por lo tanto Shakespeare sobrevivirá a nuestra era; perderemos sus ironías y nos aferraremos a lo que quede de él. Pero en Thomas Mann cada emoción, narrativa o dramática, está mediada por un esteticismo irónico; enseñar Muerte en Venecia o Desorden y pena temprana a los universitarios más habituales resulta casi imposible. Cuando los autores son destruidos por la historia, con toda justicia calificamos sus obras como "piezas de época"; pero cuando la ideología historizada nos los vuelve inaccesibles, creo que topamos con un fenómeno diferente.
 La ironía exige un cierto nivel de atención y la habilidad de poder tener ideas antitéticas, incluso cuando éstas chocan entre sí. Despojar a la lectura de ironía implica la pérdida inmediata de toda disciplina y sorpresa. Busca todo aquello que te es cercano, que pueda ser usado para sopesar y considerar, y muy probablemente encontrarás ironía, incluso si muchos de tus profesores no saben qué es ni dónde encontrarla. La ironía limpiará tu mente de la jerga de los ideólogos y te ayudará a resplandecer como el estudioso de una vela.
 Cuando uno anda por los setenta quiere tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo no afloja la marcha. No sé si le debemos a Dios o a la naturaleza una muerte, pero la naturaleza hará su cosecha de todos modos y, por cierto, a la mediocridad no le debemos nada, cualquiera sea la colectividad que pretende mejorar o al menos representar.
 Debido a que por medio siglo mi lector ideal ha sido el Dr. Samuel Johnson, paso a ocuparme de mi pasaje favorito de su Prefacio a Shakespeare:

Éste es pues el mérito de Shakespeare, que su drama sea el espejo de la vida; que aquél que ha enmarañado su imaginación siguiendo los fantasmas alzados ante él por otros escritores pueda curarse de sus éxtasis delirantes leyendo sentimientos humanos en lenguaje humano, escenas que permitirían a un ermitaño estimar las transacciones del mundo y a un confesor predecir el curso de las pasiones.

 Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con toda el alma. Tenga las convicciones que tenga, uno es más que una ideología; y Shakespeare le dice algo a la parte de sí que cada cual lleve hasta él. En otras palabras: Shakespeare nos lee más enteramente de lo que podemos leerlo a él, aun después de habernos limpiado la cabeza de jergas. No ha habido antes ni después de él otro escritor con semejante dominio de la perspectiva, ni que desborde tanto cualquier contextualización que se imponga a sus obras. Johnson, que percibió esto de modo admirable, nos incita a permitir que Shakespeare nos cure de nuestros "éxtasis delirantes". Permítanme extender a Johnson instándonos también a reconocer los fantasmas que exorcizará la lectura profunda de Shakespeare. Uno de ellos es la Muerte del Autor; otro es la afirmación de que el yo es una ficción; otro más, la opinión de que los personajes literarios y dramáticos son signos en una página. Un cuarto fantasma, el más pernicioso, es que el lenguaje piensa por nosotros.
 De todos modos, al fin el amor por Johnson y por la lectura me aparta de la polémica para llevarme a la celebración de los muchos lectores solitarios que sigo encontrando, tanto en el aula como en los mensajes que recibo. Leemos a Shakespeare, Dante, Chaucer, Cervantes, Dickens, y todos sus pares porque amplían la vida, y más. En términos pragmáticos, se han convertido en la Bendición, ésta en el verdadero sentido yahvístico de "más vida vertida en tiempo sin límites." Leemos en profundidad por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo suficientes personas; porque necesitamos conocernos mejor; porque requerimos conocimiento, no sólo de nosotros mismos o de otros, sino de cómo son las cosas. Sin embargo el motivo más fuerte y auténtico para la lectura profunda del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Yo no patrocino precisamente una erótica - de - la - lectura, y pienso que "dificultad placentera" es una definición plausible de lo Sublime; pero la búsqueda del lector sigue siendo un placer más alto. Hay un Sublime del lector que me parece la única trascendencia secular a nuestro alcance, si exceptuamos esa trascendencia aún más precaria que llamamos "enamoramiento". Los exhorto a descubrir aquello que les es realmente cercano y puede utilizarse para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, no para creer, no para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee.
Fuente:
Traducción de Marcelo Cohen

    Grupo Editorial Norma
         Primera edición,
      Santa Fe de Bogotá,
       2000


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