CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
martes, 8 de noviembre de 2016
BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Lunes 24 de octubre de 1966
Clase Nº 5.
La "Balada de Maldon". Poesía cristiana.
El himno de Caedmon. El alfabeto rúnico.
Características de las elegías anglosajonas.
En la última década del siglo X ocurrió en Inglaterra un aconte-cimiento militar de relativa importancia, pero que la tuvo, y muy grande, para la historia de la literatura inglesa, ya que de él sur-gió la "Balada de Maldon", que se refiere no a una victoria sino a una derrota. Diríase que las derrotas son más favorables para la poesía que las victorias. Pensemos, para limitarnos a un solo ejemplo, en la famosa Chanson de Roland, que es uno de los grandes poemas de la literatura francesa y cuyo tema, según us-tedes saben, fue una derrota de la retaguardia del ejército de Car-lomagno por un grupo de montañeses vascuences que figuran como sarracenos en el poema.
En la Crónica anglosajona, escrita por los monjes de diver-sos monasterios, se lee que en la última década del siglo X, en el año novecientos noventa y tantos, no recuerdo la fecha precisa, un grupo de vikings noruegos comandados por el famoso rey Olaf Tryggvason desembarcó en la costa oriental de Inglaterra, y le salió al encuentro Byrhtnoth, el alcalde del pueblo. Los vi-kings le pidieron tributos. ¿Él cómo hizo? Se negó a pagar los tributos. Todo esto ocurrió a orillas de un río que se llama aho-ra Blackwater, "el agua negra". Y se libró un combate entre los vikings, que eran los primeros guerreros y navegantes de la épo-ca, y un pequeño grupo de milicianos. Los milicianos sajones fueron derrotados por los vikings, y poco después el rey de In-glaterra, que se llamaba Aethelred, y que fue apodado "el des-prevenido" "el no preparado" se allanó a pagar un tributo anual a los daneses, y el gobierno continuó cobrándolo mucho des-pués de que hubiera desaparecido el peligro de las invasiones vi-kings.
Ahora, según parece, [el poeta fue] un testigo presencial de la batalla, probablemente uno de los combatientes. Esto se dedu-ce por la abundancia de rasgos circunstanciales. En la Edad Me-dia no se inventaban rasgos circunstanciales. Ahora están al al-cance de cualquier novelista, de cualquier periodista. Entonces la gente pensaba de otro modo: pensaba de un modo platónico, alegórico. Y la abundancia de rasgos circunstanciales que hay en la "Balada de Maldon" es una prueba segura de su carácter au-téntico, o sea que nadie hubiera pensado en inventarlos. En la balada se conservan algunos rasgos de la antigua poesía épica sa-jona. Por ejemplo, los personajes hablan demasiado, pronuncian pequeños discursos que son algo inverosímil en medio de una batalla.
Se conservan también algunas fórmulas de la antigua epope-ya. Fórmulas que ya encontramos en "Finnsburh" y en el Beo -wulf. Pero en general el idioma es el idioma oral y coloquial y, lo que es más importante, sentimos que todo lo que se dice en la balada es cierto. Las cosas no pudieron haber ocurrido de otro modo. Salvo que imaginemos un novelista genial y anónimo en esa época. Pero en general se supone, y toda la historia de la ba-lada lo siente, que las cosas tienen que haber ocurrido así, o por lo menos que así se contaron después en el pueblo. Hay una crestomatía francesa publicada por Aubier que tiene un plano de la batalla. Y en ese plano podemos seguir las diversas alternati-vas de la batalla, o mejor dicho del combate. El nombre "bata-lla" le queda demasiado grande a Maldon.
Se trata desgraciadamente de un fragmento. No sabemos có-mo empieza el poeta y no sabemos cómo concluye. Pero lo más posible es que empezara diciendo "Voy a referir lo que ocurrió en Maldon", o quizá "Yo estuve ahí" o algo parecido. El frag-mento empieza con las palabras "brocen wurde" , "fue roto". Y nunca sabremos lo que fue roto. No sabemos si se trata de un cerco o si se trata de los hombres que quedaban allí. Luego em-pieza la narración, pero no sabemos cuál es el sujeto. Imagina-mos que es el alcalde, porque les dijo que rompieran filas, que se apearan, que mandaran a latigazos a los caballos a la querencia y que avanzaran. Eso se refiere, naturalmente, al grupo de milicia-nos, que serían campesinos, pescadores, leñadores, y entre ellos estaban las escoltas del alcalde. Entonces el alcalde les dice que se formen en fila. Más allá se verían las altas naves de los vikings, esas naves con un dragón en la proa y con velas rayadas, y los vi-kings noruegos habrían desembarcado ya. Y luego entra en esce-na —porque este poema es muy lindo— un muchacho, del cual se nos dice que era "Offan mæg", "pariente de Offa". Ahora, co-mo Offa fue uno de los reyes de los pequeños reinos de Inglate-rra, suponemos que eso puede no referirse a Offa, sino que se quisiera decir que era un hombre de tal o cual reino. Del reino de Mercia, creo que era. Y este muchacho es, según vemos, un joven aristócrata que está pasando por allí y que no piensa en la guerra porque tiene un halcón en el puño: es decir, estaba entre-gado a lo que se llama caza de altanería. Pero cuando el earl da esas órdenes, el joven comprende que el señor no va a tolerar co-bardías y entra en la batalla. Y algo hay que ocurre, algo que es real y que tiene un valor simbólico, algo que un director cinema-tográfico aprovecharía ahora. El muchacho siente que las cosas van en serio, y entonces deja que el querido halcón —este epíte-to "querido" es muy raro en esta poesía de hierro de los sajo-nes—, que el querido halcón vuele al bosque, y entra en la bata-lla. El texto dice: "Dejó que el querido halcón volara de su ma-no al bosque, y entró en la batalla":
he let him þa of handon leofne fleogan hafoc wið pæs holtes and to pære hilde stop
Y el poeta agrega que quien lo hubiera visto obrar de este modo hubiera comprendido enseguida que no iba a flaquear en el momento de empuñar las armas. Efectivamente, al muchacho lo matan después. Y aquí podemos ver varios símbolos, involun-tarios desde luego. Podemos pensar que el halcón puede ser un símbolo de la vida del muchacho. Y podemos pensar también que el hecho de soltar al halcón de la cacería y entrar en la bata-lla significa el tránsito de un tipo de vida a otro. El muchacho deja de ser un joven cortesano y pasa a ser un guerrero que está dispuesto a morir, no por su patria, porque el concepto de patria hubiera sido anacrónico entonces, sino por su señor, el alcalde, que a su vez combatía, no por Inglaterra, sino por su señor, el rey.
Luego aparece otro guerrero que pertenecía a la escolta del señor, y que dice que muchas veces él había dicho que le gusta-ría pelear ante su señor, y que en ese momento él podía hacer bueno su jactarse. La palabra "jactancia", según he dicho, no era una palabra censurable entonces. Se entendía que un hombre va-liente podía y acaso debía jactarse de su valor.
Tenemos ahora a las dos huestes. En una orilla están los vi-kings noruegos, en la otra orilla está la milicia de los sajones. Y el señor les enseña a los sajones, que evidentemente son campe-sinos, cómo deben comportarse. Les dice que tienen que pensar en sus manos y en el coraje, y luego les enseña cómo deben ha-cer para empuñar los escudos y la lanza. Los otros han soltado sus caballos. Se combatía a pie, pero el señor cabalga de una pun-ta de la fila hasta la otra exhortando a sus hombres, diciéndoles que no teman nada. Y ellos, mientras tanto, ven cómo van de-sembarcando los vikings. Podemos imaginar a los vikings con sus yelmos ornamentados de cuernos, ver que llega toda esta gente. Y el señor va caminando de arriba a abajo exhortándolos.
Entonces aparece otro personaje, y este personaje es el wi-cinga ar, el mensajero de los vikings. El mensajero grita desde la otra orilla, porque están separados por el río Blackwater, que se llama "Pante" en el poema. Y el mensajero dice: "Me envían a ti audaces navegantes, y dicen que están listos a hacer una tregua contigo, que pareces el más poderoso aquí, si les entregas anillos de oro, o brazaletes de oro..." —suponemos que no circulaba moneda en ese entonces— "...según lo que ellos estimen, y ha-ces desbandar a tu gente, ellos están listos a volver a sus naves. Te ofrecemos paz contra el tributo, y es mejor que nos entregues ese oro y no que nos destruyamos mutuamente".
Entonces el alcalde levanta el escudo, levanta la lanza. Esto ha sido interpretado de dos modos: según algunos comentado-res, esto significaba que él iba a hablar y que todos tenían que guardar silencio para oír sus palabras, pero es posible también que él quisiera mostrar ante todos que no le tenía miedo al no-ruego. Por eso levanta el escudo y blande la lanza y le contesta con ira, le dice: "Oye, marinero, lo que dice esta gente" —o es-ta tropa, porque la palabra "folc" tiene los dos sentidos—. Allí, la gente estaría diciendo: "¡Cómo vamos a rendirnos así!, ¡Para qué nos han traído!", etc. Y agrega: "Te pagaremos un tributo, pero no lo haremos con oro, sino con viejas lanzas y con espa-das. Lleva esta noticia odiosa a tu jefe. Dile que aquí hay un va-sallo de Aethelred, que está listo a defender la tierra de Aethel-red y que se prepara para el combate" Entonces, el wicinga ar, el mensajero de los vikings, se va a darle las noticias al rey no-ruego y la batalla empieza.
Pero la batalla empieza de un modo insatisfactorio, porque están separados por el río y tienen que combatir a flechazos. Y cae algún sajón, y cae algún noruego también. Ahora, hay un lu-gar donde hay un puente o un vado, el texto es oscuro aquí, y mandan tres o cuatro sajones para defender ese vado y nos dan los nombres de ellos. Uno de ellos se llama "el largo" —sería muy alto—. Y entonces los noruegos proponen, gritando desde la otra orilla, otra cosa. Proponen que los dejen atravesar por el vado sin hostilizarlos, porque del lado donde están los sajones hay una pradera, detrás de la pradera hay un bosque, y esa pra-dera es una cancha para el combate. Porque los combates se veían entonces como torneos.
Y aquí el jefe accede, y el poeta emplea la palabra ofermod, que corresponde a la palabra Ubermut en alemán, y que corresponde a "temeridad". Esa palabra se repite dos veces en el poe-ma, y el poeta nos hace sentir que el sajón, al acceder, ha come-tido un acto de temeridad que debe ser castigado. En la Chanson de Roland tenemos exactamente lo mismo, ya la aludí antes. Ro-lando hubiera podido hacer sonar su cuerno, su oliphant. La pa-labra "olifante" tiene el mismo origen que "elefante", porque el cuerno estaba hecho de marfil del colmillo del elefante. Pero no lo hace, no quiere llamar en su auxilio a Carlomagno y por eso es finalmente vencido por los sarracenos.
Y aquí el alcalde —sabemos por otros textos que el alcalde era un hombre alto, un hombre erudito, esto es que sabía latín, y que estaba versado en las Escrituras, y se conservan algunas cartas de él a un letrado de la época— comete la debilidad de permitir que los vikings atraviesen el río, y entonces en ese poe-ma hay un momento de serenidad, porque el poeta dice "el agua no les importaba a los noruegos" "for wætere ne murnon", y los noruegos atraviesan el río, en alto los escudos, para no mojarlos. Y el poeta dice "lidmen to lande, linde bæron", "los hombres de las naves a la tierra, en alto los escudos". Y los sajones los dejan desembarcar y empieza la batalla.
Toda ella les es en principio favorable a los sajones. Da nom-bres de los combatientes y ahí hay un rasgo que ya pone fuera de toda duda el hecho de que la descripción es auténtica. Y es el hecho de que entre los sajones hay cobardes que huyen. Ahora el jefe sajón, el alcalde, se ha apeado del caballo para combatir junto con sus hombres. Y estos cobardes —uno se llamaba Go-dric, nombre que ya hemos encontrado en el "Fragmento heroi-co de Finnsburh"—, montan en el caballo del jefe y huyen. Y entonces algunos de los sajones que están más lejos piensan que el jefe ha huido. Si el jefe ha huido, ellos no tienen ninguna obli-gación de seguir combatiendo, porque la lealtad era hacia el jefe y no a la patria. Y entonces huyen también. Y aquí ya empieza la previsible derrota de los milicianos sajones a manos de los vi-kings.
Se describen actos aislados de valor. Se habla de un soldado que hizo que su lanza "atravesara el pescuezo del soberbio vi-king". Y luego se detallan también los hechos de armas del jefe sajón. El jefe está herido, herido de muerte. Quieren robarle las armas. Este episodio está también en la Chanson de Roland, es un rasgo épico que puede haber sido cierto también. Y él, antes de morir —él es un cristiano combatiendo con paganos, comba-tiendo contra adoradores de Odín y Thor—, le da gracias a Dios por todas las felicidades que ha conocido en la Tierra, y entre esas felicidades, esa última felicidad: el combate con los paganos. Y entonces le pide a Dios que deje que su alma llegue hasta él y que no se interpongan en su camino los demonios.
El jefe muere valerosamente y entonces hay una conversa-ción entre los otros que quedan. Y aparece un viejo soldado, y ese viejo soldado dice palabras en las que parece estar cifrada to-da la actitud que tenían frente a la vida los germanos. Y dice: "Cuantos más años sobrellevamos, cuando menor es nuestra fuerza, tanto mayor debe ser nuestro coraje. Yo quiero quedar-me aquí, al lado de mi señor". Es decir, él elige deliberadamente la muerte.
Y hay un rehén también, un rehén de la dura estirpe de Northumbria, porque el combate se libra al sur de Inglaterra. Y este rehén, de una de las pequeñas guerras civiles, combate jun-to a los que eran antes sus enemigos, pero que son sajones o an-glos como él, contra los noruegos.
Y hay un muchacho que dice del señor: "Yo me quedaré aquí a morir; ellos ya no esperan la victoria". Y habla del señor y di-ce: "he wæs ægðer min mæg and min hlaford", "era mi pariente y mi señor". Y ésos mueren también. Y entre los que mueren es-tá el muchacho que voluntariamente dejó volar el halcón y entró en la batalla. Antes de eso hay una descripción del combate y se habla también de las águilas, de los cuervos, de los lobos, anima-les que no pueden faltar en ninguna manifestación épica germá-nica. Y luego hay un Godric que muere valientemente y el poe-ma queda interrumpido con estas palabras: "Éste no era el Go-dric que huyó..."
Ahora, todo este poema está escrito en un inglés muy direc-to, apenas si encontramos una que otra kenning, una que otra fórmula épica. Pero es el espíritu de la épica antigua, y tiene una ventaja que me parece a mí inestimable sobre el Beowulf. Y es que cuando leemos el Beowulf sentimos que estamos frente a la obra de un literato que se ha propuesto escribir una Eneida ger-mánica, que está refiriéndose a hechos legendarios que ni siquie-ra imagina muy bien. En cambio, aquí sentimos la verdad.
Se ha publicado hace poco en Suecia una novela, no recuer-do el nombre del autor, cuya versión inglesa es The Long Ships, "Las naves largas". El tema son las aventuras de un viking y en el primer capítulo se describe el combate de Maldon. Ahora, hay algunos críticos que dicen que el poema quedó inconcluso, por-que llegaron noticias de que todo el sacrificio de esos milicianos había sido inútil, que el rey de Inglaterra había pagado con oro el tributo que el alcalde quiso pagar con viejas lanzas y con es-padas envenenadas. Pero lo más probable es que se haya perdi-do el resto del poema. Este poema ha sido traducido por Gor-don en aquel libro que señalé la última vez de Everyman's Li-brary, Anglo-Saxon Poetry y es el último poema épico sajón. Después el poema se pierde y la tradición épica se pierde tam-bién. Pero como el poema que vimos anteriormente, la "Oda de Brunanburh", ya no procede de la tradición continental. Ya no se habla de las antiguas tierras de los ingleses, ya no se habla de los Países Bajos, de la desembocadura del Rhin ni de Dinamar-ca, sino que los personajes son sajones de Inglaterra: anglosajo-nes. Porque parece que ése es el verdadero significado de la pa-labra: no quiere decir "anglos y sajones" sino "sajones de Ingla-terra", para diferenciarlos de los que Beda el historiador llama antiqui saxones, o sea los sajones que no participaron en la con-quista de las Islas Británicas.
Nosotros hasta ahora hemos seguido la poesía épica desde fi-nes del siglo VII hasta fines del siglo X. Pero hay dos corrientes que a veces se entremezclan: la poesía épica, que corresponde a la tradición pagana, y la poesía cristiana, que es la que estudiare-mos ahora. Es decir, empezamos ahora la segunda bolilla.
Esta poesía cristiana no empezó siéndolo del todo, porque al principio los reyes se convertían a la fe cristiana, obligaban a sus vasallos y súbditos a hacerlo también, pero eso no significaba una conversión moral. Es decir, seguían siendo fieles a los anti-guos ideales germánicos, que eran el coraje y la lealtad, no cier-tamente la humildad y el amor al enemigo. Eso era inconcebible entonces. Y acaso siga siéndolo por mucho tiempo.
En la Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum, "de las gentes de Inglaterra", de Beda, se habla del primer poeta cristiano de Inglaterra, del cual se han conservado apenas unas líneas. Se lla-maba Caedmon y la historia de ese primer poeta cristiano es bas-tante curiosa y la recordaremos más adelante cuando hablemos de Coleridge y de Stevenson. La historia es ésta: Caedmon era un hombre entrado en años, era pastor de hacienda de un mo-nasterio, era un hombre viejo y tímido. Y era costumbre enton-ces que después de las comidas el arpa fuera pasando de mano en mano, cada uno de los comensales tenía que tocar el arpa y can-tar. Y Caedmon se sabía igualmente incapaz de la música y el canto. Una noche, una noche entre tantas noches, Caedmon, que estaba cenando con sus compañeros en la sala del monasterio, vio el arpa, el arpa temida que iba acercándose a él. Y entonces, para no decir lo que había dicho tantas veces, lo que todos sa-brían que él diría, se levantó con un pretexto cualquiera y se fue. Sería el invierno, porque él se fue al establo y se tendió a dormir junto a los animales del establo, que no serían muchos, desde luego. Inglaterra era —estamos en el siglo VII— un país pobre, de ciénagas, de inviernos aún más crudos que los de ahora, y el pobre Caedmon se quedó dormido y en sueños vio un persona-je, sin duda un ángel, y ese personaje —los psicólogos pueden explicar esto fácilmente, y los que no somos psicólogos, tam-bién— le dio un arpa y le dijo: "Canta". El pobre Caedmon di-jo en sueños, como tantas veces en la vigilia: "No sé cantar", y el otro dijo: "Canta el origen de las cosas creadas". Y entonces Caedmon, asombrado, compuso un poema. Luego se despertó y recordó el poema que había compuesto. El poema se ha conser-vado y no es demasiado bueno. Se trata de los primeros versícu-los del Génesis, que él habría oído, más o menos amplificados y con palabras alteradas. Pero estaban todos tan horrorizados por eso como para que él hablara con las autoridades del monaste-rio. La abadesa oyó los versos, le pareció que estaban muy bien, pero quiso hacer una prueba con él, y ordenó a uno de los sacer-dotes que leyera los versos siguientes del Génesis, y le dijo que los versificara. Al día siguiente Caedmon, que era analfabeto, trajo el pasaje versificado, que fue transcripto, y Caedmon si-guió así versificando el Pentateuco hasta el día de su muerte. Di-ce Beda que en Inglaterra muchos han cantado bien, pero que nadie cantó tan bien como él, porque los otros tuvieron a hom-bres como maestros y él tuvo como maestro a Dios o a su ángel. Y Caedmon profetizó la hora de su muerte, y estaba tan seguro de su destino póstumo que esperó la hora de su muerte no re-zando, sino durmiendo. Y pasó así del sueño al otro sueño, la muerte, y según se ha dicho debemos pensar que se encontró con su ángel en el otro mundo. Y así muere Caedmon, dejando unos versos mediocres —los he leído— y una hermosa leyen-da. Y hasta veremos después, cuando leamos la obra de Cole-ridge y de Stevenson, una tradición literaria que parece ligada a Inglaterra: la tradición de versificar en sueños.
Después de Caedmon ya vienen otros poetas religiosos. El más famoso es Cynewulf, lo cual significa "lobo audaz". Lo más curioso de Cynewulf, cuyos poemas son paráfrasis de la Biblia, es el hábito que tuvo de firmar sus poemas. Hay poetas que han hecho esto, desde luego, de un modo más eficaz que Cynewulf. Quizás el más famoso es un poeta americano, Walt Whitman, que habla de sí mismo en sus versos y dice: "Walt Whitman, un cosmos, hijo de Manhattan, turbulento, sensual, paternal, co-miendo, bebiendo, sembrando". Y tiene un poema que dice: "¿Qué ves, Walt Whitman?", y responde: "Veo una redonda ma-ravilla que gira por el espacio". Y luego: "¿Qué oyes, Walt Whit-man?" y al final desea buena voluntad a todos los países del mundo, "From me and America sent", "enviadas por mí y por América". Ronsard también lo ha hecho en un soneto. Y Lu-gones lo ha hecho un poco en broma. Alguien pregunta en Lu-nario sentimental: "El poeta ha tomado sus lecciones/ ¿Quién es?/ Leopoldo Lugones, Doctor en Lunología". Pero Cyne-wulf eligió otra manera. Entre los persas es común esta práctica, pero parece que los persas lo hacían para que otros no se atribu-yeran sus poemas. Por ejemplo, el gran poeta persa Hafiz se menciona [a sí mismo] muchas veces, siempre elogiosamente, en sus poemas. Dice, por ejemplo: "Hafiz", y alguien responde "Los ángeles en el cielo están aprendiendo de memoria sus últi-mos poemas". Ahora, Cynewulf —pensemos que la novela poli-cial es un género típico de la lengua inglesa, aunque fue inventa-do en los Estados Unidos por Edgar Allan Poe—, Cynewulf precede la criptografía y toma las letras de su nombre. Y enton-ces tiene un poema sobre el Juicio Final, y ahí dice: "C e Y se arrodillan, rezando; N eleva sus plegarias; E tiene confianza en Dios; W y U saben que irán al Cielo; L y F tiemblan". Y eso es-tá escrito en letras rúnicas.
Las letras rúnicas eran el antiguo alfabeto de todas las gentes germánicas. Estas letras no estaban hechas para la escritura cur-siva. Estaban hechas para ser grabadas en piedra o en metal. En el Támesis se ha encontrado un cuchillo con el alfabeto rúnico. Esas letras tenían un valor mágico, estaban vinculadas a la anti-gua religión. Y así Cynewulf escribe sus poemas en escritura la-tina, aprendida de los romanos, pero cuando llega a las letras sig-nificativas emplea letras rúnicas, que los sajones usaron como las usaron también los escandinavos, pero siempre como escritura epigráfica. Son letras —no sé si ustedes las han visto— esquina-das, angulares, porque estaban hechas para ser grabadas con un cuchillo sobre la piedra o el metal, a diferencia de la escritura cursiva, que tiende, para mayor facilidad de la mano, a formas redondas. Y hay en Inglaterra monumentos —en uno de ellos están grabados los versos iniciales del "Sueño de la Cruz", que veremos después—, y están grabados con letras rúnicas. Hubo un sabio sueco que dijo que los griegos habían imitado su escri-tura de las letras rúnicas, de los germanos. Esto es totalmente in-verosímil. Lo más probable es que llegaran al norte monedas fe-nicias y romanas, y que allí la gente del norte aprendiera la escri-tura rúnica. En cuanto al origen del nombre, es extraño. La pa-labra "run" en sajón quiere decir "cuchicheo", "lo que se dice en voz baja". Y por ello quiere decir "misterio", porque lo que se dice en voz baja es lo que no se quiere que oigan los otros. De modo que "runas" quiere decir "misterios". Misterios son letras. Pero esto puede corresponder también al asombro de gente pri-mitiva ante el hecho de que las palabras, en esos signos primiti-vos, pudieran ser comunicadas por medio de símbolos escritos. Sin duda para ellos era un hecho muy extraño que una lámina de madera encerrara signos, y que esos signos fueran transformados en sonidos, en palabras. También, otra explicación sería que só-lo la gente erudita sabía leer, y entonces les llamaban "misterios" a las letras, porque el pueblo no las conocía. Éstas son diversas explicaciones de la palabra "runa". Y ya que he usado la palabra "rúnico", quería recordarles que en el Cementerio Británico ustedes pueden ver cruces que se llaman por algún error "rúni-cas". Son cruces de forma circular, generalmente de piedra roji-za o gris. Y la cruz está inscripta dentro del círculo. Son de ori-gen celta. A los celtas y a la gente germánica en general no les gustaban los espacios abiertos. Les gustaba que en un cuadro, por ejemplo, no quedara ningún espacio libre —acaso pensaran que eso era prueba de la haraganería del pintor—. No sé qué me han dicho de un cuadro expuesto últimamente que consta de una superficie blanca. Y es todo. Lo cual se parece a un concierto que se ha ejecutado en París hace poco, que ha durado tres cuartos de hora y que ha consistido en el silencio absoluto de los instru-mentos. Con lo cual se evitan errores y se prescinde de todo co-nocimiento de la música también. Hubo un compositor francés en el siglo pasado que dijo que "pour vendré le silence en musi-que...", "para expresar el silencio en música, yo necesitaría tres bandas militares". Lo cual me parece más inteligente, desde lue-go, que expresar el silencio por medio del silencio. Pues bien, es-tas cruces rúnicas son círculos. Adentro está la cruz, pero la cruz tiene astas que van creciendo hasta unirse. Siempre queda un pe-queño espacio entre los cuatro brazos de la cruz, y éste está en-tretejido con un dibujo de líneas que se cruzan, algo así como un tablero de ajedrez. Y podemos pensar que este estilo correspon-de un poco al estilo poético de que todo esté trabado, de que to-do sea por medio de metáforas. Es decir, les gustaba mucho lo intrincado y lo barroco, aunque era gente sencilla. La poesía cristiana anglosajona es, para mí, lo menos valioso de esa poesía. Salvo las elegías anglosajonas. Ahora, esos poemas no son espe-cíficamente cristianos, sino que son poemas que, aunque redac-tados en el siglo IX, ya tienen un carácter romántico. Tienen an-te todo ese rasgo singularísimo: son poemas personales. En la Edad Media eso no existía en ninguna región de Europa. Porque el poeta cantaba al rey, a una batalla, cantaba lo que su gente po-día sentir. Pero las llamadas elegías anglosajonas —ya veremos que la palabra "elegías" no es del todo propia— son poemas per-sonales, poemas que empiezan siendo, algunos de ellos, persona-les desde el primer verso. Se las ha llamado "elegías", pero "ele-gía" en realidad vendría a ser "poema que se escribe para lamen-tar la muerte de alguien". En cambio, este poema llamado "ele-gía" no lo es porque lamenta la muerte de alguien, sino por su tono, melancólico. No sé quién les ha dado este nombre, pero ahora se las conoce así, y constituyen la aportación, la primera aportación personal de los sajones a la poesía germánica. Porque fuera de la "Balada de Maldon" que hemos visto, y que abunda en rasgos circunstanciales que se anticipan a las sagas escandina-vas, muy posteriores, todo lo demás que hemos visto se compu-so en Inglaterra, pero pudo teóricamente haberse compuesto en otra parte. Nos cabe suponer, por ejemplo, un poeta de Alema-nia o de los Países Bajos, de los países escandinavos, que tomara la leyenda escandinava de Beowulf y la versificara, o un poeta danés que contara la historia de los guerreros daneses en el cas-tillo de Finn, o un poeta de cualquier otra tribu que cantara una victoria de su pueblo como lo hizo el autor del fragmento de Brunanburh. En cambio, las elegías son individuales, y una de ellas, la que se ha llamado "The Seafarer", "El navegante", em-pieza con versos que profetizan el "Canto de mí mismo" , "The Song of Myself" de Walt Whitman. Y empieza así: "Puedo can-tar una canción verdadera sobre mí mismo, puedo cantar mis viajes", "Mæg ic be me sylfum soðgied wrecan, siþas secgan". Y esto es algo del todo revolucionario en la Edad Media. Este poe-ma ha sido traducido por el famoso poeta contemporáneo Ezra Pound. Cuando yo leí hace años la versión de Ezra Pound, me pareció absurda. Porque yo no podía adivinar, al leerla, que el poeta tenía una teoría personal de la traducción. El poeta creía —como Verlaine, digamos, como tantos otros y quizá con ra-zón— que lo más importante en el poema no es el sentido que tengan las palabras, sino el sonido. Lo cual desde luego es cierto. No sé si he recordado ya aquel ejemplo de "La princesa está pá-lida / en su silla de oro" Ese verso es hermoso, pero si lo tradu-cimos al español, digamos —es decir, si usamos las mismas pala-bras pero colocándolas en otro orden, en un orden diferente—, veremos que toda la poesía desaparece. Si decimos, por ejemplo, "En su silla de oro está pálida la princesa", no queda del verso absolutamente nada. Y eso con tantos versos, quizá con todos los versos, exceptuando, por supuesto, a la poesía de carácter narrativo.
Ahora, Ezra Pound tradujo así los versos: "May I for myself song's truth reckon, / Journey's jargon". Esto es apenas com-prensible, pero se parece como sonido al texto sajón. "May I for myself —o about myself— song's truth reckon" se parece a "Mseg ic be me sylfum soógied wrecan", y luego "journey's jar-gon" repite la aliteración de "si^as secgan". "Secgan" es natural-mente la misma palabra que "say". Pero vamos a entrar en el análisis de este poema y de otro que se titula "La ruina", un poe-ma inspirado por la ruinas de la ciudad de Bath, eso en la próxi-ma clase. Hablaré también del más extraño de los poemas sajo-nes, el más raro de todo este período, que lleva por título la fra-se "The Dream of the Rood", "El sueño de la cruz". Y después de haber hablado de estos poemas, luego de haber visto y anali-zado los elementos divergentes que encierra el último de los nombrados, es decir, de haber observado lo cristiano y el ele-mento pagano en la composición del poema —porque en el últi-mo poema, "The Dream of the Rood", aunque el poeta es un cristiano devoto y quizás hasta un místico, perduran sin embar-go elementos de la antigua epopeya, de los germanos—, después de eso, diré algunas palabras sobre el fin de los sajones en Ingla-terra, y voy a referir la historia de la batalla de Hastings, que ver-dadera o no, es uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de Inglaterra y de la historia del mundo.
John Peter Berger.
John Peter Berger (Londres, 5 de noviembre de 1926) es un crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están `G.`, ganadora del prestigioso Booker Prize en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, `Modos de ver`, texto de referencia básica para la historia del arte.
John Berger es hijo de un converso al cristianismo y a quien el servicio como oficial de la infantería en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial le quitó las ganas de ser sacerdote, pero no la fe. Berger dice que de su padre heredó el talento para la pintura y cierta moral de soldado que siempre ha intentado imitar. “Al contrario de lo que me ocurre con muchos políticos actuales, a quienes me resulta imposible respetar, respeto a los soldados, porque son conscientes de las consecuencias de lo que hacen”, declaró a EPS. En la misma entrevista añadía: “Si mi madre está tan cerca de mí es porque durante mi infancia, y ya adulto, siempre me dejó ser muy libre”.
A los 16 años se escapó del St. Edward’s School de Oxford decidido a estudiar arte “y ver mujeres desnudas.” Obtuvo una beca para estudiar en la Central School of Art de Londres, aunque pocos años después se enrolaría en el ejército británico, donde sirvió entre 1944-1946. Finalizada la guerra, retoma sus estudios en la Chelsea School of Art con otra beca, esta vez concedida por el ejército. Entre 1948 y 1955 impartió clases de dibujo en la misma escuela donde Henry Moore enseñaba escultura. Durante ese periodo traba vínculos con el partido comunista británico y no tardará en empezar a publicar artículos en el Tribune, donde escribiría bajo la estricta supervisión de George Orwell. En 1951 comenzó un periodo de colaboración con la revista `New Stateman`, colaboración que se prolongaría hasta diez años y en la que se revela como crítico de arte marxista y defensor del realismo. En 1960 se publica `Permanent Red`, volumen que recogerá una selección de los artículos publicados en `New Stateman`.
A los 30 años decidió dejar de pintar para dedicarse completamente a la escritura, no porque, según sus palabras, dudara de su talento como pintor, sino porque la urgencia de la situación política en la que vivía (plena guerra fría) parecía requerir de él que se pusiera a escribir. En 1958 publicó su primera novela, `Un pintor de nuestro tiempo`. En ella se relata la vida de un pintor húngaro exiliado en Londres. El evidente compromiso político de la novela y el realismo con el que se narraba —siempre en primera persona—, hizo pensar a muchos que se trataba de un diario íntimo y no de ficción. El libro estuvo a la venta durante un mes, al cabo del cual la editorial, SeckeryWorburg, retiró la novela de las librerías bajo presión del Congress for Cultural Freedom, una asociación de abogados anticomunistas.
Pero Berger siguió escribiendo, novela, ensayo, artículos en prensa, poesía, guiones de cine —junto a Alain Tanner— e incluso obras de teatro, y entre tanto decidió emigrar voluntariamente a un pueblo de los Alpes franceses. Se ha publicado muchas veces que lo que provocó aquel auto-exilio fue la vocación de ser un “escritor europeo”, aunque más tarde Berger ha confesado no haber conseguido sentirse en casa en el Londres de aquella época, una ciudad en la que no parecía encajar.
En 1972 la BBC emite una serie de televisión que fue acompañada por la publicación del texto `Modos de ver`, que marcó a toda una generación de críticos de arte, se ha convertido en libro de texto en las escuelas británicas y que tomaba prestadas muchas ideas de `La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica`, el artículo de Walter Benjamin de 1936. Y ese mismo año, Berger, gana inesperadamente el prestigioso Booker Prize por su novela `G.`, levantando especial revuelo su decisión de donar la mitad del monto del premio al Partido Pantera Negra británico.
A lo largo de los años ochenta va publicando escalonadamente la excepcional trilogía `De sus fatigas`, en la que estuvo trabajando durante 15 años y en la que aborda el cambio que estamos experimentando con el paso de la vida rural a la urbana. En `Puerca tierra` nos anuncia una investigación en un modo de vida que tardará menos de un siglo en desaparecer, la vida campesina. En `Una vez en Europa` relata los amores que origina una vida así y, finalmente, en `Lila y Flag` acompañamos a la siguiente generación a una existencia en la gran ciudad cosmopolita. Pero la investigación se extiende hacia la formal y al leer somos testigos de la búsqueda de una voz con la que relatar este excepcional acontecimiento de la humanidad.
En la elección de los temas sobre los que escribe, John Berger ha seguido evidenciando hasta hoy su compromiso con la escritura como medio de lucha política. Así se puede comprobar, por ejemplo, en `El tamaño de una bolsa`, que incluye una correspondencia con el subcomandante Marcos, en `Hacia la boda`, que gira en torno al sida, o en `King`, un relato de la vida de los sin techo, además de en su activa colaboración como articulista para la prensa de muchos países. Aunque con el paso de los años ha tomado cierta distancia respecto a antiguas posturas políticas, por ejemplo respecto de su apoyo al régimen soviético, hace poco terminaba uno de sus artículos, publicado en `La jornada` y titulado `Dónde hallar nuestro lugar`, diciendo: “Sí, entre muchas otras cosas, sigo siendo marxista”.
Berger quedó viudo en 2013 de Beverly Bancroft, editora de Penguin Books que era la primera lectora de sus textos. Se conocieron a principios de los años 1970, cuando preparaba `Modos de ver`. La pareja tuvo tres hijos: Jacob, director cinematográfico, Katya, escritora y crítica de cine e Yves, artista. Berger dedicó a su esposa el libro `Rondó para Beverly`, con dibujos de él mismo y de su hijo Yves.
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LIBRO: MIRAR
La mirada incisiva de John Berger inaugura nuevos modos de ver donde la mirada hacia el arte y hacia la vida se confunden combinando un exhaustivo análisis que tiende a ser `objetivo`, entre materialista y purovisualista. El ojo de la cámara y el ojo del artista nos hablan del significado oculto en la mirada cotidiana con la que contemplamos paisajes, animales o personas queridas. En los lienzos de Millet, Courbet, Turner, Magritte y Bacon, Berger evoca experiencias que confunden el propio misterio que rodea al arte con nuestras propias vidas, paseando entre categorías literarias, del relato al ensayo, sin casi reparar en ello.
Fuente: n.n.
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lunes, 7 de noviembre de 2016
BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.
Viernes 21 de octubre de 1966
Clase Nº 4
El "Fragmento de Finnsburh". La "Oda de Brunanburh".
La traducción de Tennyson. Los vikings.
Anécdotas de un viaje de Borges a York.
En la clase anterior, hablamos del "Fragmento heroico de Finns-burh". Este fragmento fue descubierto a principios del siglo XVIII y fue publicado por un anticuario, ahora dirían por un eru-dito. El manuscrito se perdió después. Este fragmento corres-ponde a parte de un romance cantado por un juglar en la sala de Hrothgar, en la epopeya de Beowulf. Creo haber dado en la cla-se anterior un resumen general de la historia de la princesa Hil-deburh de Dinamarca, a la cual casa su hermano [Hrothgar] con un rey de los frisios, es decir de un reino de los Países Bajos, pa-ra evitar una guerra entre los daneses y los frisios. Al cabo de un tiempo —que debe haber sido considerable, porque cuando el poema empieza ella tiene un hijo grande ya—, su hermano la va a ver, a visitarla, va acompañado por sesenta guerreros. Le dan como habitación una especie de aposento alrededor de una sala central que tiene en un extremo una puerta y en el otro extremo, otra. Y luego el poema empieza, porque los guerreros que vigi-lan ven en la oscuridad de la noche un brillo, un resplandor. Y entonces suponemos, por lo que viene después, que hay varias conjeturas para explicar este brillo. Y entonces el rey dice: "No están ardiendo los aleros —dijo el rey, joven en la batalla— ni amanece, ni vuela hacia aquí un dragón" —esta explicación era posible en aquella época—, "ni están ardiendo los aleros de esta sala: están lanzando un ataque". Y se ve por los versos posterio-res que ese brillo que ellos han visto es el brillo de la luna, "bri-llante bajo las nubes", sobre los escudos y las lanzas de los fri-sios que vienen a atacarlos así, a traición.
El lenguaje es sumamente directo y querría que ustedes oye-ran los primeros [versos], para que vuelvan a oír la dureza del antiguo inglés, más apropiada a la poesía épica que el inglés ac-tual, en que ya no quedan vocales abiertas y los sonidos de las consonantes son menos duros.
"Hornas byrnað naefre?" "Horn" quiere decir "cuerno", pe-ro aquí quiere decir "alero"’; "byrnað naefre", "arden nunca" no están ardiendo; "hleobrode ða, heaðogeong cyning" , "el rey jo-ven en la batalla". "Ne ðis ne dagað eastan, ne her draca..." —draca es "dragón"— "...ne fleogeð, ne her ðisse healle hornas ne byrnað, ac her forð berað" y luego el rey tiene una especie de visión de lo que ocurrirá después, porque lo que dice no se re-fiere al presente. Dice: "Cantan los pájaros". Esos pájaros son las aves de rapiña que bajarán sobre los campos de batalla. Y luego dice: "resuena la madera de la batalla", guðwudu, es decir "la lanza". "El escudo contesta a la espada", y luego habla de la lu-na que brilla sobre las armaduras de quienes los atacan. Y enton-ces él les dice a sus guerreros que se despierten, que se levanten, que piensen en el coraje. Entonces muchos caballeros con ador-nos de oro, es decir con hilos de oro sobre las capas, se levantan, se ciñen las espadas, las desnudan y avanzan hacia las dos puer-tas, para defender la sala de Finn.
El poema se titula "Finnsburh", "el castillo de Finn". La pa-labra burh o burg es una palabra que ustedes conocen y que sig-nifica "castillo" y que ha perdurado en los nombres de muchas ciudades: Edimburgo, "castillo de Edin"; Estrasburgo, Gotem-burgo —en el sur de Suecia— y la ciudad castellana de Burgos, que es un nombre visigótico. Luego tenemos que hablar de pa-labras como "burgués", habitante de la ciudad, "burguesía". En francés dio la palabra burgraves, "Los condes de la ciudad", el nombre de un drama de Hugo, y otros.
El poema nos dice entonces los nombres de los guerreros que salen a defender el fuerte. Y en esa enumeración aparece uno a quien se destaca especialmente: se llama Hengest, y el poema dice "el propio Hengest". Se ha conjeturado que este Hengest es el mismo que luego fundará el primer reino germánico en Ingla-terra. Esto es verosímil, porque Hengest era juto. Obvio es re-cordar que Jutlandia se llama a la parte norte de Dinamarca. O sea que antes de ser el capitán que luego funda el primer reino germánico en Inglaterra, Hengest puede haber guerreado entre los daneses que venían del mismo país. Además, si este Hengest no fuera el mismo Hengest que inició la conquista de Inglaterra, no sé bien por qué razón lo destacarían. El poeta es anglosajón. La conquista de Inglaterra tuvo lugar a mediados del siglo V. El poema es, se supone, de fines del siglo VII. Puede ser anterior también, ya que su estilo es un estilo mucho más directo, que no tiene las inversiones latinas ni los complicados kennings, metá-foras del Beowulf. Entonces, a un auditorio inglés le interesaría saber que uno de los protagonistas fue uno de los fundadores de los reinos sajones de Inglaterra.
Luego el poeta vuelve su atención a quienes atacan traicione-ramente a los daneses. Y entre ellos está Garulf, hijo de la reina Hildeburh y sobrino de uno de sus defensores, a cuyas manos posiblemente muere. Una persona le dice que [él] es muy joven, que no debe arriesgar su vida en el ataque, ya que no faltará quien quiera tomarla, porque él es un príncipe, hijo de la reina. Pero él, un muchacho valiente, no se deja arredrar por este con-sejo, y pregunta el nombre de uno de los defensores de la puer-ta. Ahora, esto corresponde a una época aristocrática. Él, siendo príncipe, no iba a combatir con cualquiera: tenía que combatir con otro que fuera de su rango. Y entonces el defensor le contes-ta: "Sigfrido es mi nombre, soy de la estirpe de los Secgan" —se ha perdido la ubicación de esta tribu—, "soy un famoso aventu-rero, he estado en muchos duros conflictos, y ahora el destino resolverá qué recibirás de mí, o qué puedo esperar de ti", es de-cir, el destino decidirá a cuál de los dos le tocará la gloria de la victoria y a cuál la muerte.
El nombre "Sigeferð" significa "de ánimo victorioso", pero es evidentemente la forma sajona de "Sigfrido", famoso por los dramas musicales de Wagner, que mata al dragón, y su corres-pondencia escandinava sería "Sigurd" en la Völsungasaga. Lue-go se entabla la batalla y entonces el poeta nos dice que los escu-dos, según había previsto Garulf, retumban bajo el golpe de las lanzas. Y caen muchos guerreros de los que atacan, y el primero de los que caen es Garulf, aquel joven frisio al que le habían di-cho que no se aventurara en la primera línea de los guerreros. El combate prosigue, algo inverosímilmente, durante cinco días, y caen muchos frisios, pero no cae ninguno de los defensores. El poeta se entusiasma aquí y dice: "No oí jamás que se comporta-ran mejor en la batalla de hombres sesenta varones victoriosos", o literalmente "sesenta varones de la victoria" Aquí la frase "ba-talla de hombres" parece una redundancia: toda batalla es bata-lla de hombres. Pero realmente da mayor fuerza a la frase. Y lue-go tenemos esta singular palabra compuesta: sigebeorna, varones de la victoria, hombres de la victoria, por "varones victoriosos". Y el poeta dice también que toda la sala de Finnsburh brillaba con el brillo de las espadas, "como si Finnsburh estuviera en lla-mas". Creo que hay una metáfora análoga en la Ilíada, que com-para una batalla con un incendio. La compara por el brillo de las armas y, además, por su carácter mortal.
Y quizá no huelga recordar que en la mitología escandinava, la Valhalla, el paraíso de Odín, está iluminado no por candela-bros, sino por espadas, que brillan con un brillo propio, sobre-natural. Luego el "protector del pueblo" —se le llama así al rey de los frisios— pregunta cómo va la batalla. Le dicen que ellos han perdido a muchos hombres y que hay uno de los frisios que se retira, dice que su escudo y su yelmo están deshechos, y en-tonces uno de los jóvenes... Y aquí cesa el fragmento, uno de los más antiguos de todas las literaturas germánicas, sin duda ante-rior al Beowulf. Y por otras fuentes sabemos el resto de la histo-ria. Sabemos que se establece una tregua, pero que al cabo de un año se permite al rey de los daneses, hermano de la reina, volver a Dinamarca. Vuelve al cabo de un año, y regresa con una expe-dición, vence a los frisios, destruye el castillo de Finn, y vuelve con su hermana. De modo que tenemos un conflicto trágico: una princesa que ha perdido a su hijo, posiblemente a manos del tío de éste, su hermano. Es una lástima que no se haya conservado algo más de este poema, tan rico en posibilidades patéticas, pero debemos contentarnos con los sesenta y tantos versos que se han salvado.
Hasta aquí, las dos piezas épicas anglosajonas que hemos vis-to son de tema escandinavo. Pero luego tenemos otra, muy pos-terior, en que ya ocurren hechos en Inglaterra. Y ocurren cele-brando hechos de armas entre sajones y escandinavos. Porque alrededor del siglo VIII, Inglaterra, que ya era un país cristiano, empezó a sufrir las depredaciones de los vikings. Estos proce-dían principalmente de Dinamarca. Había noruegos también, pero los llamaban daneses a todos. Y no es imposible, más aún, es verosímil, que hubiera suecos. Yo querría detenerme aquí pa-ra hablar de los vikings.
Los vikings fueron quizá la gente más extraordinaria entre los germanos de la Edad Media. Fueron los mejores navegantes de su época. Tenían naves, llamadas "naves largas", con un dra-gón, una cabeza de dragón, en la proa. Tenían mástiles, velas; te-nían filas de remeros. De uno de los reyes noruegos, Olaf, se di-ce que era tan ágil que podía correr saltando de un remo a otro mientras navegaba la nave. Las empresas marítimas y guerreras de los vikings fueron extraordinarias. Tenemos en primer térmi-no la conquista del norte y del centro de Inglaterra, donde se es-tablecieron en una región llamada Danelaw, "ley de los daneses", porque ahí regían las leyes danesas. Ahí se estableció el pueblo. Eran agricultores, eran guerreros además, y concluyeron mez-clándose con los sajones y perdiéndose entre ellos. Pero dejaron muchas palabras en el idioma inglés. En general, los idiomas to-man sustantivos y adjetivos de otros idiomas. Pero en el caso in-glés tienen todavía pronombres escandinavos. Por ejemplo, la palabra "they", "ellos", es una palabra danesa. Los sajones decían "hi", pero como "él" se decía "he", esas palabras se prestaban a confusión y concluyeron por adoptar el danés "they". La pala-bra "dream" "sueño", también es danesa. Y en el dialecto de los campesinos de Yorkshire, que fue una de las principales funda-ciones danesas, perduran muchas palabras escandinavas. Cuando yo estuve en York, tuve ocasión de hablar con el crítico de arte Sir Herbert Read, y él me dijo que hace años había naufragado un barco danés o noruego, no recuerdo, en la costa de Yorkshi-re. Naturalmente la gente, los habitantes del pueblo, fueron a au-xiliar a los náufragos. Él conversó con el capitán, que hablaba in-glés, como todos los escandinavos cultos —allí el inglés se ense-ña en las escuelas primarias, en Dinamarca, en Suecia, en Norue-ga—, pero los marineros y la gente más primitiva no conocían el inglés, pero llegaron a entenderse con los pescadores y campesi-nos que fueron a auxiliar. Y esto es notable, si consideramos que habían pasado por lo menos diez u once siglos. Sin embargo, quedaban bastantes rastros de la lengua escandinava en el inglés como para que esa gente común pudiera entenderse. Me dijo que un campesino en Yorkshire no diría "I am going to York" , "Yo voy a York", sino "I'm going till York" y ese "till" es escandina-vo. Y podríamos multiplicar los ejemplos. Ya recordé uno, el del día "Thursday", "jueves", que en sajón era thunresdæg, y que ahora tiene el nombre escandinavo de Thor, en gracia de la bre-vedad. Pero volvamos a los vikings.
Los vikings eran aventureros individuales. Ésta es una de las causas por las cuales no hubo un imperio escandinavo. Los es-candinavos no tenían conciencia de raza. Cada uno debía lealtad a su tribu y a su jefe. Hubo un momento en la historia de Ingla-terra en que pudo haber habido un imperio escandinavo. Aquel momento en que Canuto, Knut, fue rey de Inglaterra, de Dina-marca y de Noruega. Pero él no tenía conciencia de raza. Eligió imparcialmente como gobernadores y como ministros a sajones o a daneses. La verdad que la idea de imperio era una idea roma-na, una idea del todo ajena a la mente germánica. Pero veamos ahora lo que hicieron los vikings. Fundaron reinos en Inglaterra; en Francia, el condado de Normandía, es decir, de hombres del norte. Saquearon a Londres y a París. Hubieran podido quedar-se en esas ciudades, pero prefirieron cobrar un tributo y retirar-se. Fundaron un reino danés en Irlanda. Se cree que la ciudad de Dublín fue fundada por ellos. Descubrieron América, descu-brieron Groenlandia y se establecieron en la costa oriental de América. Eso de llamarlo "Groenlandia" es casi un artificio de rematadores, porque Groenlandia quiere decir "tierra verde" y es una tierra de témpanos. Pero le pusieron "tierra verde" para atraer a los colonos. Luego abandonaron América. Hubieran podido ser los conquistadores de América, pero lógicamente una tierra pobre, una tierra habitada por esquimales y por pieles ro-jas, una tierra sin metales preciosos —no llegaron a México—, no tenía por qué interesarles. Luego, hacia el sur, saquearon ciu-dades de Francia, de Portugal, de España, de Italia y llegaron hasta Constantinopla. El emperador de Bizancio, de Constanti-nopla, tenía una guardia de guerreros escandinavos. Éstos ha-bían venido desde Suecia, habían atravesado toda Rusia. Se ha dicho que el primer reino en Rusia fue fundado por un escandi-navo llamado Rurik, que habría dado su nombre a todo el país. Se han encontrado tumbas de vikings a orillas del Mar Negro. Ellos conquistaron también esas pequeñas islas que hay al norte de las Islas Británicas, las Shetland, las Orcadas. Los habitantes ahora hablan un dialecto en que hay muchas palabras escandina-vas. Y existe un tal Jarl, del que se habla, que es conde de Orca-das... "viajero a Jerusalén", así lo llamaban. Y tenemos noticias también de otro viking que saqueó una ciudad en Italia y creyó erróneamente que era Roma, y entonces le prendió fuego para tener el honor de ser el primer escandinavo que incendiaba Ro-ma. Después resultó que se trataba de un pequeño puerto sin importancia, pero él tuvo su momento de gloria, felicidad mili-tar. Y además saquearon ciudades en el norte de África. Hay en el idioma escandinavo la palabra "Serkland", "tierra de sarrace-nos", y esa palabra se refiere indistintamente —ya que los moros estaban establecidos ahí— a Portugal, a Marruecos, a Argelia. Todo eso era tierra de sarracenos. Y más abajo está lo que los historiadores escandinavos llamaban Bláland, "tierra azul", "tie-rra de hombres azules", es decir "negros", porque confundían un poco los colores. Fuera de una palabra, sölr, que significa "ama-rillento" y que se aplica a la tierra sin labrar y al mar, no hay co-lores. Se habla de la nieve hartas veces, pero no se dice nunca que la nieve es blanca. Se habla de la sangre, y no se dice nunca que es roja. Se habla de las praderas, y no se dice nunca que son ver-des. Además, no sabemos si esto correspondía a una especie de daltonismo, o si se trata simplemente de una convención poéti-ca. También los griegos homéricos hablaban del color vino. Es verdad que tampoco sabemos de qué color sería el vino entre los griegos, pero no hablan de colores. En cambio, en la poesía cel-ta contemporánea y algo anterior a la poesía germánica, los co-lores abundan enormemente: está llena de colores. Ahí, cada vez que se habla de una mujer, se habla de su cuerpo blanco, de su pelo de oro o color fuego, de sus labios rojos. Se habla también de las verdes praderas, se detallan los colores de las frutas, etc. Es decir, los celtas vivían en un mundo visual; los escandinavos no.
Y ahora, ya que estamos en el tema de la poesía épica, vamos a ver otras composiciones épicas muy posteriores, ya que corres-ponden al siglo IX. Y vamos a ver, en primer término, la "Oda de Brunanburh", compuesta a principios del siglo X. Figura en la Crónica anglosajona. Hay varias versiones de ella, y aquellos de ustedes que sepan inglés pueden ver una traducción realmen-te espléndida que figura en las obras de Tennyson. O sea, es muy fácilmente accesible. Tennyson no conocía el anglosajón, pero un hijo suyo había estudiado esa forma primitiva del inglés y pu-blicó en una revista especializada una traducción en prosa de la obra. Esa traducción interesó a su padre, a quien le explicaría sin duda las reglas de la métrica anglosajona. Le dijo que estaba ba-sada en la aliteración y no en la rima, que el número de sílabas en cada verso era irregular, y entonces Tennyson, poeta muy adicto a Virgilio, intentó por una sola vez en su vida, y con un éxito indudable, ese experimento no ensayado hasta entonces en idioma alguno, que fue el hecho de escribir en inglés moderno un poema que correspondiera a una traducción casi literal de un poema anglosajón, y escrito en la métrica anglosajona. Es ver-dad que Tennyson exagera un poco las leyes de esa métrica. Por ejemplo, hay más aliteraciones y una aliteración más justa en la versión de Tennyson que en el poema original. Pero la versión merece, desde luego, ser leída. Ustedes encontrarán en cualquier edición de los poemas de Tennyson la "Oda de Brunanburh". Y antes de hablar de esta oda, habría que hablar de esta batalla, que según el poema fue una de las más sangrientas y largas que se libraron en Inglaterra durante toda la Edad Media, ya que em-pezó al amanecer y duró todo el día hasta el ocaso, lo cual es muy largo para una batalla de la Edad Media. Pensemos en nuestra famosa batalla de Junín, que duró tres cuartos de hora. No se disparó un solo tiro en ella, y toda la batalla fue a fuer-za de sable y de lanza. Y veremos que un día para una batalla de la Edad Media representa una duración muy larga, análoga a la larga duración de las batallas en la guerra civil de los Estados Unidos, las más sangrientas de siglo XIX, y a las largas batallas de la Primera y Segunda Guerras Mundiales.
Las circunstancias de la batalla son curiosas. Tenemos una alianza, que hubiera parecido invencible al principio, entre Constantino, rey de Escocia —Escocia era un reino indepen-diente entonces— y su yerno Olaf —en el poema se llama An-laf—, rey danés de Dublín. Y luego combate contra los sajones de Wessex. Wessex significa "tierra de los sajones occidentales". Combaten también cinco reyes britanos, es decir, celtas. Tene-mos, pues, esta coalición de escoceses, escandinavos de Irlanda y reyes britanos contra el rey sajón Aethelstan, que quiere decir "piedra noble", y un hermano suyo. Hay un hecho que no ha si-do explicado. Según todas las crónicas, el rey danés de Dublín sale de Dublín para invadir Inglaterra. Lo natural que se espera es que hubiera atravesado el canal de Irlanda y hubiera desem-barcado en Inglaterra. En cambio, por razones que desconoce-mos —fue buscando una sorpresa, quizá—, dio con sus naves —que eran quinientas y que llevaban unos cien guerreros cada una— toda la vuelta al norte de Escocia y desembarcó en un lu-gar que no ha sido bien identificado, en el este de Inglaterra, no en el oeste como esperaríamos. Allí sus fuerzas se unieron a las escocesas de Constantino y con los últimos reyes britanos, que venían de Gales. Y formaron así un ejército formidable. Luego el rey Aethelstan y su hermano Eadmund avanzan desde el sur para encontrarse con ellos. Los dos ejércitos se encuentran, se enfrentan, y resuelven esperar hasta el día siguiente para iniciar la batalla —las batallas entonces tenían algo de torneo—. Al rey Anlaf se le ocurre una estratagema para conocer la disposición del campamento sajón. Se disfraza de juglar, toma el arpa —sin duda sabía tañer el arpa y cantar— y se presenta en la corte del rey sajón. Los dos idiomas, como he dicho, se parecían. Además, según he dicho ya, en aquel tiempo las guerras no se veían como la guerra entre un pueblo y otro, sino entre un rey y otro, de modo que la aparición de un juglar danés no tenía por qué alar-mar ni sorprender a nadie. Al juglar lo llevan hasta el rey Aethelstan, canta en danés, sin duda, el rey lo oye con placer y luego le da, posiblemente le arroja, unas monedas. Y el juglar, que ha observado la disposición del campamento sajón, se va. Y aquí ocurre algo que no está comentado en las crónicas, pero que no es difícil de adivinar. El rey Anlaf ha recibido monedas. Esas monedas le han sido dadas por el rey sajón, a quien él piensa ma-tar, o en todo caso derrotar, al día siguiente. Y él puede pensar muchas cosas. Puede pensar —y esto es lo más verosímil— que estas monedas le traerán mala suerte en la batalla que se librará al día siguiente. Pero ha de pensar también que no está bien que acepte dinero del hombre con el cual piensa combatir. Ahora, si él tira las monedas, las monedas pueden ser encontradas y pue-de descubrirse el ardid. Entonces él resuelve enterrarlas. Pero entre los hombres del rey sajón había uno que había combatido antes a los mandatos de Anlaf, y que sospecha la identidad del falso juglar, lo sigue, lo ve enterrar las monedas y sus sospechas quedan confirmadas. Y entonces él vuelve y le dice a su rey, el sajón: "Ese juglar que estuvo cantando aquí es realmente Anlaf, rey de Dublín". Y el rey le dice: ¿Por qué no me lo dijiste antes?" Y el soldado, evidentemente una persona noble, le dice: "Rey, te he jurado lealtad. ¿Qué pensarías de mi lealtad si yo traicionara a un hombre a quien antes juré lealtad? Pero mi consejo es que cambies tu campamento". Entonces el rey reconoce al soldado, cambia toda la exposición de su campamento, y en el lugar que él ocupaba —esto es un poco pérfido por parte del rey sajón— deja a un obispo que había llegado con su gente. Antes del alba, los escoceses, los daneses, los britanos, intentan un ataque sor-presivo, matan debidamente al obispo y al día siguiente se libra la batalla, que dura todo el día y que es cantada en la "Oda de Brunanburh". Ahora, esta batalla fue cantada por el gran poeta islandés también, el viking y poeta Egil Skallagrímsson, que gue-rreó de parte de los sajones contra sus hermanos escandinavos. Y en la batalla murió combatiendo a su lado un hermano de Egil, que después celebró la victoria sajona en un poema famoso en la historia de la literatura escandinava. Y ese poema, ese panegíri-co del rey, encierra una elegía a la muerte de su hermano. Es un extraño poema, un panegírico, un canto a la victoria que encie-rra una elegía, un canto de tristeza por la muerte de su hermano caído a su lado en la batalla.
Pero volvamos al poema. No sabemos quién lo ha escrito. Probablemente lo escribió un monje. Este hombre, aunque es-cribía a principios del siglo X, tenía la mente llena de toda la poe-sía épica sajona anterior. Encontraremos una frase del Beowulf incrustada en su poema. Habla, por ejemplo, de cinco reyes jó-venes puestos a dormir por la espada. Es uno de los pocos ras-gos de ternura que hay en el poema, el hablar de esos reyes jó-venes. Ahora, uno esperaría, en un poema compuesto en la Edad Media, algo así como un agradecimiento a Dios. Le agradecería a Dios el haber deparado la victoria a los sajones y no a los ene-migos. Pero el poeta no dice nada de esto: el poeta celebra la glo-ria que el rey y su hermano han alcanzado, "la larga gloria", "el largo Marte", dice literalmente el poema: "ealdorlangne tyr". La palabra "tyr", que equivaldría al dios clásico Marte, significa "gloria" también. "Ganaron con el filo de las espadas cerca de Brunanburh" —sweorda ecgum, "filo de las espadas", "by the edge of the sword". Y luego el poeta dice que combatieron du-rante todo el día, "Desde que el sol..." —mære tungol, "esa fa-mosa estrella" lo llama— "...se deslizó sobre los campos hasta que la gloriosa criatura se hundió en Occidente". Después des-cribe la batalla, y el poeta siente una evidente felicidad ante la de-rrota de los enemigos. Habla del astuto, traicionero escocés Constantino, que tuvo que volver a su tierra en el norte y que no tuvo ninguna causa para jactarse de su encuentro de lanzas, del crujido de los estandartes... Usa muchas metáforas para referir-se a la batalla. Y antes habla de Anlaf. Dice que Anlaf tuvo que huir a sus naves y buscar refugio en Dublín, acompañado de unos pocos, que apenas pudo salvar su vida. Y dice que ellos fue-ron persiguiendo todo el día a los enemigos que odiaban. Hay una mención de Dios en el poema, una sola mención de Dios, y es cuando llama al sol "brillante candela de Dios", "godes condel beorht". Es el único recuerdo de la divinidad. El poema, aunque evidentemente escrito por un cristiano —estamos a principios del siglo X —, es un poema que corresponde al antiguo espíritu heroico de los germanos. Después de haber descripto la batalla, se detiene con evidente júbilo en el cuervo, de pico "duro como el cuerno", que come, devora los cadáveres de los hombres. Y habla también de "esa bestia gris habitante del bosque", habla de los lobos, que comen a los cadáveres. Todo esto con una especie de júbilo. Pero cuando habla de los daneses que vuelven a Du-blín, dice que vuelven avergonzados, porque la derrota era con-siderada como un bochorno, sobre todo si iba acompañada de la huida. Anlaf y Constantino, según la ética germánica, hubieran debido hacerse matar en la batalla que habían perdido. Era bo-chornoso que se salvaran, que salieran con vida. Y después de es-to, el poeta nos habla del rey y del príncipe. Dice que ellos vol-vieron cabalgando a Wessex, "cada uno en su gloria". Y después de este canto de exaltación, ocurre algo que también es singular en la Edad Media, porque debemos pensar que la gente en aque-lla época, como los indios pampas aquí, por ejemplo, no ten-drían mucha conciencia histórica. Y, sin embargo, este poeta, que era evidentemente un hombre culto puesto que conocía al dedillo todas las antiguas metáforas, todas las leyes de las versi-ficación germánica, dice que nunca se había librado en esta isla, en Inglaterra, una batalla mayor, desde que los sajones y los an-glos, "duros herreros de la guerra" —dice esto como si la guerra fuera un instrumento, un instrumento de hierro— llegaron a es-tas islas, movidos —y Tennyson traduce "by the hunger of glory"— "por el hambre de la gloria". Y nos dice que "sobre el ancho mar buscaron a los britanos y se apoderaron de la tierra".
Es decir que este poeta del siglo X, a principios de éste, re-cuerda la conquista germánica de Inglaterra, que ocurrió en el si-glo V, y une la memoria de esta victoria presente, que tiene que haber sido emocionante para los sajones —ya que era común que los escandinavos los derrotaran, era raro que fueran ellos los vencedores—, y la vincula a las glorias muchas veces seculares de los primeros germanos que llegaron a Inglaterra.
En la próxima clase veremos otra pieza épica anglosajona, una pieza que conmemora una victoria, no una derrota, de los noruegos sobre los anglosajones, y luego hablaremos de la poe-sía propiamente cristiana, es decir, la poesía basada en la Biblia y en el sentimiento cristiano.
domingo, 6 de noviembre de 2016
BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.
Lunes 17 de octubre de 1966
Clase Nº 3. El Beowulf. La valentía y la jactancia: Beowulf comparado con los compadritos
En la clase anterior hablamos de la epopeya de Beowulf. Hoy re-tomamos el tema. Relaté antes uno de los episodios más poéti-cos del poema: ese niño que llega misteriosamente a la costa de Dinamarca, que llega a ser rey del país, infunde temor en los ene-migos. El poeta comenta: "Ese era un buen rey", porque eso era lo que se esperaba de un rey, que fuera fuerte y belicoso, e hicie-ra que su gente fuera temida por los vecinos. Luego pasan los años, el rey llega a la hora señalada por el destino. Cuando sien-te que la muerte se acerca, da órdenes para su entierro. Preparan entonces la nave funeraria.
El poeta nos dice que esta nave era "isig ond utfus". La pri-mera palabra quiere decir "helada" y corresponde a la palabra inglesa "iced" o la alemana "eisig". Pero no sabemos si la nave estaba cubierta de hielo —es raro que el poeta no haya hablado de ese hielo antes— o si quería decir "resplandeciente", "brillan-te", "clara como el hielo". La segunda palabra es de traducción difícil, porque "fus" significa "ansiosa, ganosa" y "ut" corres-ponde a la palabra inglesa "out". Es decir que la nave estaba, co-mo si fuera un ser vivo, deseosa de partir. Luego se describe el barco, se habla de una bandera que tenía un tejido de oro y al rey lo sientan apoyado contra el mástil: "el poderoso contra el más-til", dice el poeta. Luego sus vasallos, llorando, empujan la nave hacia el mar y entonces tenemos esos versos que recordé: "Na-die, ni los consejeros en sus asambleas, ni los héroes bajo los cie-los, saben quién recibió esa carga". Y se dice del barco que fue impulsado por el poder del mar hacia lo lejos: "Bajo el poder del mar, fue a viajar lejos". Ahora, se habla también de un antepasa-do, que se llama también Beowulf, como el héroe epónimo que da su nombre al poema, pero que es otro Beowulf. Y esto nos hace imaginar algún vínculo entre la casa real de Dinamarca y la casa real de los geatas, esta tribu un poco misteriosa que unos han identificado con los jutos que invadieron Inglaterra y otros con los godos. Es decir, con los antepasados de los españoles, los visigodos. Pero hay mucha discusión sobre esto.
Un rasgo singular de Beowulf es que la historia que veremos ahora es una historia primitiva —hasta lo pueril, según algu-nos— y sin embargo el ambiente en que se desarrolla esta fábu-la bárbara y primitiva no es el ambiente fantástico de un cuento de hadas, aunque los hechos lo sean. Es un ambiente que abun-da en detalles realistas, sobre todo en lo que se refiere a la genea-logía de los personajes. Es, como ha dicho el germanista inglés Ker, un ambiente sólido, de novela realista. Los hechos son fan-tásticos, pero sentimos a los personajes como reales. Y además como personajes gárrulos, como personajes presentes, propen-sos a la oratoria, como personajes a quienes les gusta la cortesía, la convivencia, la ceremonia. Es verdad que todo ello era bastan-te precioso en una época azarosa, una época violenta a la que no le gustaba quizá mucho la violencia, una época bárbara pero que propendía a la cultura, a la cual le gustaba la cultura.
El poeta sigue enumerando los reyes de la casa real de Dina-marca y llegamos así a un rey que se llama Hrothgar. Estos gru-pos consonánticos son comunes en el idioma anglosajón, pero se han perdido actualmente: "hr" —la letra rúnica que lo sigue pue-de traducirse por el grupo "th"—. Tendríamos otro ejemplo en el nombre anglosajón del anillo. En inglés y en alemán y creo que en las lenguas escandinavas, se dice "ring" En cambio, los anglosajones decían "hring" y tenemos otros sonidos análogos. Por ejemplo, "relinchar" en inglés es "neigh", en cambio en an-glosajón el verbo era "hnægan". Hay otros grupos consonánti-cos que no podemos pronunciar porque no sabemos cómo se pronunciaban. Por ejemplo, "soberbio" se decía "wlanc". No sé cómo podría pronunciarse la "wl". Posiblemente la "w" se pro-nunciaría como una "u". Pero volvamos al poema.
El poeta enumera varios reyes y recae al fin en Hrothgar, el rey de Dinamarca, que construye un palacio que se llama "Heo-rot". Y ese palacio es, nos dice el poeta, el más espléndido de los palacios, aunque debemos imaginarlo hecho de madera. Por lo demás, yo he visto en los Estados Unidos casas muy lindas, casas lujosas, la casa de Longfellow, la casa de Emerson, que tienen trescientos años, y esas casas son de madera. Actualmente, decir en Buenos Aires "casa de madera" es imaginarse una casilla de madera. Ello no ocurre en Nueva Inglaterra: una casa de madera puede ser una casa muy linda, con muchos pisos, con sala, con bi-blioteca, y están hechas de tal modo que el viento no entra.
El rey construye ese palacio y el poeta nos dice que es el pa-lacio que resplandece sobre todos los reinos vecinos, es decir que es un palacio famoso. Podemos imaginar una gran sala central en la que el rey reúne a sus vasallos y ahí cena. Supongo que come-rían carne de cerdo, venado, beben cerveza en cuernos; el vino era muy raro, tenían que traerlo del sur. Hay en el poema un ju-glar que alegra las reuniones cantando acompañándose con su arpa. El arpa era el instrumento nacional de toda la gente germá-nica. La música, sin duda, sería muy sencilla.
El rey tiene su corte. Ahí él regala anillos o brazaletes de oro a sus vasallos. Por eso uno de los títulos del rey es "dador de ani-llos", "beahgifa". Esa palabra, "beag" la encontramos en el idio-ma francés: "bague" significa "anillo". Es un rey poderoso, pero el estruendo o las músicas de las cortes inquieta o molesta a un monstruo que vive cerca en una región de ciénagas, de pantanos y de páramos. Algunos han creído reconocer en la descripción de las regiones donde vive el monstruo, que se llama Grendel, una descripción de ciertas regiones de Inglaterra. Lincolnshire, por ejemplo. Pero esto es meramente conjetural. Al monstruo se le describe como de forma humana pero gigantesco. Es un ogro, pertenece evidentemente a la antigua mitología germánica, pero como el poeta es cristiano ha querido vincularlo a la tradición cristiana, no a la tradición pagana, y nos dice que es descendien-te de Caín. Y este monstruo recorre los páramos y vive con su madre en el fondo de una laguna, tan profunda que el héroe que se sumerge tiene que nadar durante un día entero para llegar a la caverna subterránea donde el ogro vive con su madre, que es una bruja. El poeta la llama "la loba del mar", "la hechicera del mar". Hay tormentas también, lo cual hace que esa laguna sea un po-co marítima, y hay una descripción de las selvas que rodean a la laguna. Se dice que los ciervos temen acercarse a la laguna, como una zona de tempestades, de neblina, de soledad, y por lo que podríamos llamar también horror sagrado. La descripción de la laguna y los alrededores abarca unos veinte versos. Esto ahora no nos asombra, pero pensemos que el poema fue redactado a fi-nes del siglo VII o, según opinan los eruditos, a principios del si-glo VIII, y está lleno del sentimiento de la naturaleza. Este senti-miento tarda mucho en aparecer en las otras literaturas. Suele decirse con demasiada prisa —porque además del Beowulf ahí está Shakespeare— que el sentimiento de la naturaleza corres-ponde al sentimiento romántico. Es decir, al siglo XVIII, unos diez siglos después del Beowulf. La verdad es que hay libros, li-bros insignes, en que la naturaleza tal como la sentimos ahora no aparece. Y para remitirme al ejemplo más famoso, creo —no sé si estoy seguro—, sospecho que en el Quijote por ejemplo, no llueve una sola vez. Los paisajes que hay en el Quijote no corres-ponden al paisaje de Castilla: son paisajes convencionales de pra-deras, arroyuelos y sotos que corresponden a la novela italiana. En cambio, en el Beowulf tenemos el sentimiento de la naturale-za como algo temible, por lo demás, como algo hostil a los hom-bres; el sentimiento de la noche y de la oscuridad como algo te-mible, como ciertamente lo fueron para los sajones, que se ha-bían establecido en un país desconocido cuya geografía fueron descubriendo a medida que iban conquistando el país. Segura-mente los primeros invasores germánicos no tenían una noción muy precisa de la geografía de Inglaterra. Es absurdo imaginar que Horsa o Hengest vieron un mapa. Del todo increíble. Ni si-quiera sabemos si hubieran entendido el Beowulf, que está escri-to en un idioma muy retorcido y que abunda en metáforas que, sin duda, eran ajenas a los anglosajones en su lengua oral. Por lo pronto, no se encuentra nunca en la prosa. Y en las regiones es-candinavas, las más afines a los sajones, tenemos una división muy marcada y deliberada entre la prosa, que puede ser muy elocuente y muy patética pero que es muy simple, y el lenguaje de la poesía, que está entretejida de kennings, que es el nombre que llevan las metáforas que, según hemos visto, llegaron a una extraordinaria complejidad.
Pues bien, el rey Hrothgar domina Dinamarca. Naturalmen-te, no se pensaba en imperios entonces, la idea de imperio es del todo ajena a la mente germánica. Pero era un rey próspero, un rey victorioso, opulento, y luego el mismo júbilo de su corte —una de las metáforas para el arpa es "madera del júbilo" o "madera de la fiesta"— molesta a Grendel, que ataca el castillo. La fábula está mal inventada, porque tenemos al principio un rey muy poderoso y luego ese rey, con sus vasallos, con su tropa, la única medida que toma es rezar a sus dioses, pedir ayuda a sus antiguos dioses, Odín y Thor y los otros. Y el poeta nos advier-te que todas sus plegarias eran inútiles. Los dioses no tenían po-der alguno contra el monstruo. Y así pasan, inverosímilmente, doce años, y cada tantas noches el ogro fuerza las dos puertas del castillo —no tenían más—, entra y devora a uno de los señores. Y el rey no hace nada. Luego llegan noticias de estas depredacio-nes del ogro. El ogro es gigantesco y es invulnerable a las armas. Las noticias son llevadas al vecino país de Suecia. Y en Suecia hay un joven, un príncipe, Beowulf, y ese príncipe durante su in-fancia se ha mostrado como lerdo, como perezoso, pero quiere distinguirse mediante una hazaña. Ha participado ya en una gue-rra contra los francos, pero esto no le basta y sale con catorce compañeros suyos en una nave.
Naturalmente, el poeta hace que el mar sea tempestuoso, pa-ra que el viaje no sea fácil, sea difícil, y Beowulf desembarca en Dinamarca. Le sale al encuentro el centinela del rey, que es un aristócrata como Beowulf, es un príncipe. Beowulf dice que vie-ne a salvar al país y es recibido cortésmente en la corte. Pero hay un personaje que pone en duda el coraje personal de Beowulf y entonces Beowulf refiere una especie de certamen, de concurso de natación, que duró inverosímilmente diez días, un concurso con otro famoso nadador llamado Breca. Los dos nadan diez días y diez noches. Tienen que luchar con monstruos marinos, que arrastran a Beowulf al fondo del mar, donde él con su espa-da los mata y los pone en fuga. Luego sube a la superficie, sigue nadando y gana el certamen.
Ahora, aquí estamos ante una costumbre, un prejuicio mo-derno que nos aleja del poema. Decimos hoy, o es mejor, hay la idea de que un hombre valiente no debe ser jactancioso. Pensa-mos que todo jactancioso es como el miles gloriosus de la come-dia latina, que todo jactancioso es cobarde. Pero esa idea no existía en general en la antigüedad. Los héroes se jactaban de sus hazañas y podían hacerlo. Al contrario, se animaban con ello. Puedo traer a colación las coplas de los compadritos de princi-pio de siglo en Buenos Aires, y creo que nadie pensaba que un hombre fuera cobarde porque dijera:
Soy del barrio 'e Monserra, donde relumbra el acero, lo que digo con el pico, lo sostengo con el cuero.
o:
Yo soy del barrio del norte, soy del barrio del Retiro, Yo soy aquel que no miro con quién tengo que pelear, y aquí en el milonguear, ninguno se puso a tiro.
o:
Hágase a un lao, se lo ruego,
que soy de la Tierra 'el Fuego.
—Es decir, de los alrededores de la Penitenciaria—.
Pues bien, Beowulf se parecía a nuestros compadritos de Monserrat o del Retiro. Beowulf quería jactarse de su valor. Y eso no hacía que nadie pensara que fuera cobarde. Para buscar un ejemplo más ilustre, tenemos la Ilíada, en la que los guerre-ros dicen quiénes son y su reputación no peligra. Al contrario, aumenta. Es como un preludio necesario al combate, para entrar en calor hacían estas cosas. Hasta podían insultarse también, po-dían acusarse de cobardía.
En el Beowulf después del concurso de natación y lucha con monstruos marinos, todos se van a acostar, y todos duermen. Es otro rasgo mal inventado: están esperando el ataque del ogro y sin embargo todos duermen tranquilamente y el único que está despierto es Beowulf. Y Beowulf está desnudo, porque sabe que las armas no hieren al monstruo. Confía, además, en su fuerza fí-sica. Esa fuerza es extraordinaria. El poeta nos dice que en su pu-ño hay la fuerza de treinta hombres.
Luego llega el monstruo, que rodea el castillo y aunque la puerta está cerrada con fuertes cerrojos de hierro, la derriba, sor-prende al primer guerrero durmiente que tiene a mano y lo de-vora entero, crudo. Devora las manos y los pies también y lue-go comete la imprudencia de acercarse a Beowulf. Y entonces Beowulf, que no se ha incorporado aún, toma la mano del ogro y la rompe. Y luego se entabla una lucha entre los dos. Lucha en que, para mayor lucimiento del héroe, no participan los otros. Y Beowulf, con la sola fuerza de sus manos —pensemos que esta-mos frente a un Hércules septentrional—, arranca el brazo y el hombro del ogro. Y mientras pelean, gritan. Esto corresponde a la realidad. En las cargas de infantería, por ejemplo, los hombres gritan también. Hay un verso de Kipling que los recuerda. Los dos gritan, pues. Todo el palacio de Heorot tiembla, está a pun-to de venirse abajo, pero finalmente el ogro herido cae mortal-mente, huye a morir a su ciénaga. Al día siguiente, celebran la muerte del ogro y cuelgan su brazo como trofeo en la sala. Hay otro festín, pero de noche la madre del ogro, que es una bruja y es muy fuerte también, viene a rescatar el brazo de su hijo muer-to y se lo lleva, dando muerte a un guerrero. Entonces Beowulf resuelve buscar la ciénaga donde vive el ogro y aquí tenemos esa descripción de la ciénaga, que es uno de los pasajes clásicos del poema. Algunos quieren acompañar a Beowulf, pero él es el hé-roe: conviene que cumpla solo sus hazañas, como lo hizo Hér-cules siglos antes. Y se ven en la superficie de la ciénaga restos de carne, carne humana, posiblemente la carne del ogro. Y hay tam-bién espuma como ensangrentada. El héroe se sumerge y nada durante un día hasta llegar a una caverna. Esta caverna está seca, está iluminada por una luz sobrenatural, mágica. Y allí está la madre del ogro, horrible, fuerte como él. Y Beowulf combate con ella y está a punto de ser vencido: ella es aún más fuerte que su hijo. Pero [Beowulf] tiene tiempo de arrancar una espada de la pared. La madre del ogro no es invulnerable al hierro: con esa espada la mata, pero la espada se consume, porque la bruja exha-la veneno de su sangre. Luego Beowulf toma la cabeza del ogro y lleva también la empuñadura de su espada, no la hoja, que ha sido consumida. Afuera están esperándolo ansiosamente. Él su-be con ese trofeo último, y el poeta inventa un rasgo circunstan-cial: se necesitan dos hombres para llevar la cabeza del gigante, tan pesada es. Luego Beowulf, ensangrentado, herido y victorio-so, vuelve al palacio de Hrothgar, que le agradece lo que ha hecho, lo colma de presentes —aceptar estos presentes no es deshonroso—, y Beowulf vuelve otra vez a su reino, al sur de Suecia.
Ahora, Beowulf no era sueco. Los suecos pertenecían a otra tribu. Los geatas eran enemigos de los suecos. Y así pasan cinco años... Perdón, cincuenta años, "cincuenta inviernos", dice el poeta. Los sajones contaban el tiempo por inviernos, dado el ri-gor del clima. Mientras tanto, Beowulf ejecuta muchas hazañas militares, pero el poeta las menciona al pasar, porque las que le importan son la primera y última hazañas de Beowulf. Y se ha dicho que uno de los fines del poema es presentar el príncipe ejemplar, según el concepto de la época. Esto es: fuerte, fuerte hasta lo sobrenatural ya que tiene la fuerza de treinta hombres, y además destructor de monstruos, que son un peligro para to-dos —esto concuerda otra vez con Hércules—, y es además jus-to. Porque cuando él muere, al fin del poema, invoca a Dios y di-ce que él nunca, en la sala de los festines, ha dado muerte a nin-gún pariente suyo. Y esto se considera como un hecho bastante extraordinario, y lo sería quizás en la época. Pasan cincuenta años, cincuenta años de victoria y, finalmente, de paz victoriosa, y luego aparece otro personaje, que es un dragón que vive desde tiempo inmemorial en una cueva y que guarda tesoros. La idea del dragón como guardián de tesoros es común en toda la anti-güedad germánica. Recordemos el caso de Sigurd o Sigfrido y el dragón, y recordemos en la Historia Natural de Plinio a los gri-fos, que cuidan montañas de oro y luchan con los arimaspos, que tienen un solo ojo. La idea del dragón como guardián de te-soros es tan común, que en la poesía escandinava una de las me-táforas corrientes para el oro —que era entendida inmediata-mente por todos— era "lecho de dragón". O sea que la gente se imaginaba el oro y el dragón acostado encima y durmiendo en-cima para mejor guardarlo. Luego el poeta nos habla de un es-clavo, que ha huido y entra en la caverna cuando el dragón está durmiendo, y roba un jarro de oro. El esclavo desaparece de la fábula también. A la mañana siguiente, el dragón se despierta, nota que le falta el jarro de oro, sale, piensa que tiene que ven-garse de este robo, y luego tiene un rasgo humano: antes de de-predar la tierra de los geatas, vuelve a la cueva y vuelve a exami-nar todo bien, para ver si no está el jarro en alguna parte. Pero no lo encuentra, y entonces es el terror del reino de los geatas, como el ogro, medio siglo antes, lo había sido de Dinamarca. Entonces llegan noticias de lo que ocurre al viejo Beowulf, y él resuelve de nuevo luchar con un monstruo. Y si queremos ser un poco imaginativos, tenemos que ver esta historia como la de un hombre a quien acecha un destino: luchar con el monstruo y morir. El dragón es, de algún modo, presentido o no por el poe-ta —esto sí que no nos importa, porque las intenciones de los au-tores son menos importantes que el logro de lo que ejecutan—, la vuelta a encontrarse con su destino. Es decir, el dragón es otra vez el ogro de Dinamarca, y el rey va con su gente, que quiere acompañarlo, pero él dice que no, que se arreglará solo como se arregló hace cincuenta años con el ogro y con la madre del ogro. Llega a la boca de la cueva del dragón, que ha sido descripto por muchas metáforas —se lo ha llamado "manchado horror del cre-púsculo", "guardián del oro"—, y Beowulf lo desafía. El dragón sale y los dos combaten. Hay una descripción suficientemente sanguinaria del combate. Beowulf da muerte al dragón, pero el dragón exhala fuego de sus fauces, y Beowulf sabe que ese fue-go lo va a envenenar. Y hay un servidor que se llama Wiglaf, que es el único que lo ha acompañado hasta ahí, y el rey dice que va a entregar su alma al Señor —este párrafo es cristiano—, pero que él sabe que irá al Cielo, porque su vida ha sido justa, y da ór-denes para sus funerales. El funeral ya no es el que hemos visto antes: no se trata de una nave funeraria. Dice que erijan una alta pira adornada de yelmos, escudos y brillantes armaduras: "Hel-mum behongen, hildebordum, beorhtum byrnum, swa he bena wæs". "Helmum behongen", "Adornada de yelmos" —la pala-bra germánica "helm" es la misma—. Luego "hildebordum", "tabla de la batalla": se llamaba así al escudo, que era redondo, de madera, y estaba revestido de cuero. Y luego "beorhtum byr-num" de brillantes armaduras, "swa he bena wæs", tal como él lo había ordenado. Luego lo acuestan a él en lo alto de la pira, le prenden fuego, y él ha dicho que además tienen que erigir un tú-mulo que se vea desde el mar, para que la gente lo recuerde. Luego lo entierran en ese túmulo, y entonces doce guerreros a caballo evolucionan alrededor de la tumba del rey y cantan su elegía y celebran sus alabanzas.
Ahora, en un texto medieval sobre la historia de los godos, de Jordanes, se describe el entierro de Atila y el rito es el mis-mo. La pira, el túmulo y los guerreros que cabalgan alrededor cantando la alabanza del rey. En fin, se ve que el poeta era un poeta erudito: en su poema ha querido registrar los diversos ri-tos funerarios de la gente germánica. Porque aunque Atila era huno, los germanos lo consideraban como suyo, porque muchos reyes germánicos fueron vasallos suyos. Y luego el poema con-cluye con la alabanza de Beowulf, y la alabanza es muy rara. Al-gunos han creído que es interpolación —yo creo que no— por-que uno esperaría que en esa alabanza se hablara del ogro, del dragón, de los suecos contra los cuales él ha combatido, de sus victorias, pero no se dice nada de eso. El último verso nos dice que él era "manna mildust", "the mildest of men", el más suave, el más bondadoso de los hombres y el más deseoso de alabanza. Esto también contradice nuestra sensibilidad actual, porque no-sotros vivimos en una época de propaganda: el hecho de que un hombre desee ser famoso no nos parece un rasgo admirable. Pe-ro debemos pensar que este poema fue escrito en la Edad Media. En la Edad Media se creía que toda alabanza era justa: que un hombre deseara ser alabado es porque merecía ser alabado. El poema concluye con estas palabras: "el más bondadoso de los hombres y el más deseoso de alabanza" No se dice nada sobre su coraje. Es verdad que hemos visto este coraje ejemplificado a lo largo del poema.
Hay otro rasgo curioso en este poema, y es que en el poema aparece un juglar, y este juglar canta —y no concluye— una le-yenda germánica anterior acaso al Beowulf: la historia de una princesa de Dinamarca que se llama Hildeburh. El nombre sig-nifica "castillo de la guerra" o "el castillo de la batalla". Ahora, quizá este fragmento tal como lo canta el juglar no es evidente-mente el cantar, el romance anterior, porque el lenguaje es igual al lenguaje del resto del Beowulf. Es decir, es un lenguaje retóri-co en el que abundan las metáforas, y sin duda la poesía primiti-va de los germanos tiene que haber sido mucho más simple. Es-to lo vemos, por ejemplo, en el Cantar de Hildebrand, que aun-que compuesto más o menos en la misma época que el Beowulf corresponde a una etapa muy primitiva, ya que las aliteraciones son escasas, y creo que hay una sola metáfora, una metáfora du-dosa: se llama a la armadura "vestidura de batalla", "vestidura de guerra" lo cual puede o no ser una metáfora. Está muy lejos de metáforas complicadas, como "tejido de hombres" por "batalla", que encontramos en los escandinavos, o "camino del cisne" por el mar.
Ahora, esta historia está a medio contar, y es el tema del otro antiguo fragmento épico de los anglosajones: el "Fragmento he-roico de Finnsburh" que consta de unos setenta versos y que debe ser, sospecho, anterior al Beowulf por lo directo de su len-guaje. La fábula elegida por el autor del Beowulf no se presta al desarrollo patético. Tenemos dos hazañas del mismo héroe. Las dos hazañas están separadas por un intervalo de cincuenta años y no hay ningún conflicto en el poema. Es decir, Beowulf cum-ple siempre con su deber de valiente, nada más. Muere valerosa-mente. El poema está lleno de sentencias piadosas. Algunas son evidentemente paganas: se dice, por ejemplo, que "mejor que llo-rar al amigo muerto es vengarlo" evidentemente pagana. Esto corresponde a una época en que la venganza era no sólo un de-recho sino un deber, un hombre debía vengar la muerte de su amigo. Pero no hay conflicto. En cambio, en la historia de Hil-deburh, que está intercalada en el Beowulf, sí tenemos un con-flicto. Porque la historia es ésta: hay una princesa de Dinamarca que se llama Hildeburh, hay una discordia entre los daneses y los frisios, es decir gente de los Países Bajos. Y entonces se resuelve que una princesa, la princesa de Dinamarca, se casará con el rey de los frisios. Y así, mediante esta alianza de las dos casas reales, queda cicatrizada esa discordia. Esta práctica era tan común que una de las metáforas de la poesía sajona es "tejedora de paz", es-to es "la princesa", no porque fuera especialmente apacible sino porque servía para que se tejiera la paz entre naciones vecinas y rivales. Hildeburh se casa con el rey de los frisios y va a visitarla su hermano, que llega con sesenta guerreros a la corte. Los reci-ben hospitalariamente y les dan como alojamiento las piezas que rodean a un recinto central con dos puertas. Idéntico, digamos, al palacio de Hrothgar. Pero de noche los atacan los frisios. Ellos salen a defenderse, combaten durante varios días y ahí el herma-no de la princesa de Dinamarca mata a su sobrino. Al final, los frisios se dan cuenta de que no pueden con los daneses. En am-bos poemas anglosajones hay una verdadera simpatía por los da-neses y por los geatas, desde luego, es decir, por la gente escandi-nava. Al cabo de unos días, [los frisios] se dan cuenta de que no pueden combatir, de que no pueden vencer [a los daneses], y les proponen una tregua, y el hermano de la princesa la acepta. Es-pera que pase el invierno para navegar —porque durante el in-vierno los mares estaban obstruidos por el hielo—, vuelve a su país y allí reúne una fuerza mayor que la de los sesenta guerreros que lo habían acompañado. Vuelve, ataca a los frisios, mata al rey y vuelve a su país llevándose a su hermana, la princesa.
Ahora, si este poema existiera entero, y de suponer que exis-tió, tendríamos un conflicto trágico, porque tendríamos la histo-ria de la princesa cuyo hijo muere a manos del tío. Es decir, aquí el poeta tendría una mayor ocasión de ser patético que en el Beo-wulf, que simplemente registra dos hazañas, increíbles para no-sotros, contra un ogro y contra un dragón. En la próxima clase vamos a examinar, y podemos examinarlo muy detalladamente, el "Fragmento heroico de Finnsburh". Ahora, el principio del fragmento, de la historia, lo dejaremos de lado porque lo he con-tado. Vamos a tomar el fragmento desde el comienzo, que es el momento en el cual los daneses notan que su habitación ha sido forzada por los frisios y que van a ser atacados por ellos, hasta que los frisios se dan cuenta de que no pueden con los daneses y que han sido derrotados por ellos. Vamos a analizarlo casi línea por línea. Son unos sesenta versos. Ustedes verán que el lengua-je es muy directo, muy distinto del lenguaje ceremonioso del Beowulf. Posiblemente su autor fue un hombre de acción. En cambio, en el caso del Beowulf, podemos imaginar al autor co-mo un monje, de Northumbria, se ha dicho, del norte de Ingla-terra, lector de Virgilio, que se propuso el experimento, muy au-daz en la época, de escribir una epopeya germánica. Y esto nos llevaría a un pequeño problema, que es éste: ¿por qué en las na-ciones germánicas —y aquí estoy pensando en Ulfilas, estoy pensando en los sajones, estoy pensando después en Wycliff, en Inglaterra en el siglo XIV, en Lutero—, por qué en las nacio-nes germánicas hubo traducciones de la Biblia antes que en las latinas?
Y hay un germanista de origen judío, Palgrave, que ha da-do con la solución, y la solución es ésta: la Biblia que se leía en la Edad Media era una Biblia Vulgata, es decir un texto latino. Ahora, si alguien hubiera pensado en traducir el texto bíblico al provenzal, o al italiano o al español, esos idiomas se parecían de-masiado al latín como para que la traducción no corriera el albur de parecer una parodia del original. En cambio, como las lenguas germánicas eran totalmente distintas del latín, la traducción po-día hacerse sin ningún riesgo. Quiero decir que, en la Edad Me-dia, quienes hablaban provenzal o español o italiano sabían que estaban hablando un idioma que era una variación o una corrup-ción del latín. De modo que hubiera parecido irreverente pasar del latín al provenzal. En cambio, las lenguas germánicas eran totalmente distintas, [las traducciones de la Biblia] estaban he-chas para personas que no sabían latín, de modo que la traduc-ción podía hacerse sin correr ningún riesgo. Ahora, quizás esto podríamos aplicarlo al Beowulf. ¿Por qué el Beowulf es el pri-mer poema épico escrito en una lengua vernácula? Porque esa lengua vernácula difería tan profundamente del latín, que nadie al leer el Beowulf podía pensar que estaba leyendo una parodia de la Eneida. En cambio, tuvo que pasar bastante tiempo para que los juglares de lengua romance se animaran a intentar epo-peyas en su lengua.
En la próxima clase veremos, pues, el "Fragmento heroico de Finnsburh" y veremos algún poema muy posterior épico anglo-sajón, con lo cual concluiremos la primera bolilla.
sábado, 5 de noviembre de 2016
BORGES PROFESOR Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.
Clase Nº 2
El Beowulf. Caracterización de los germanos. Antiguos ritos funerarios
En la clase pasada adelantamos que vamos a tratar el poema épi-co Beowulf. El protagonista es un caballero que, como veremos, encarnará las virtudes que se apreciaban en la Edad Media: la lealtad, el valor, todo esto está en el libro de Beda el Venerable. Pero entremos al Beowulf. El nombre es en sí mismo una metá-fora que significa "lobo de las abejas" y el sentido al que apunta es "oso". Es un poema en realidad extenso: tiene más de tres mil doscientos versos, todos regidos por la ley del verso germánico: la aliteración. Su lenguaje es intrincado, utiliza constantemente el llamado hipérbaton, o sea la alteración del orden lógico de la frase. Sabemos que ésa no era la forma usual del germánico y menos de la poesía, porque otro fragmento que se conserva, el "Fragmento de Finnsburh", impresiona por el lenguaje directo que utiliza. Así que se creyó que ese estilo se debía a un estadio primitivo, bárbaro, de la creación poética. Pero posteriormente un germanista descubrió que a lo largo del poema se incluyen o entrelazan algunos versos de la Eneida y que en otros se combi-nan pasajes de la misma, que se entretejen en el texto. Por tanto, nos damos cuenta de que no estamos frente a un poema bárba-ro, sino frente a un experimento erudito y barroco de un sacer-dote; esto es, alguien que tenía acceso a los textos latinos y los estudiaba.
El autor ha tomado una antigua leyenda germánica y hace con ella una epopeya siguiendo las normas sintácticas latinas. Gracias a esos pocos versos intercalados, vemos que el autor se ha propuesto hacer una Eneida germánica. Un indicio claro de esto es el antes mencionado contraste con el lenguaje directo del "Fragmento heroico de Finnsburh" y los otros textos de la épo-ca que poseemos, tales como los conjuros, etcétera.
Pero en ese intento el autor se encontró con un problema: no podía, guardando el decoro de la época, hablar elogiosamente de los dioses paganos. Porque en el siglo VIII se estaba aún muy cer-ca de la era pagana, que estaba viva en las gentes. En los princi-pios de la era cristiana, ocurrió lo mismo. Solamente en el siglo XVII, casi diez siglos después, vemos a Góngora hablar tranqui-lo y sin problemas de los dioses paganos. Pero [el autor del Beo-wulf] tampoco podía hablar, en su intento, de Cristo ni de la vir-gen. El hecho es que no los nombra en parte alguna. Pero hay dos conceptos que aparecen y que no sabemos si el autor com-prendió que se contradecían. Se encuentra la palabra god, "dios", y aparece wyrd, "el destino". El destino, en la mitología germá-nica, era una potencia superior a la de los mismos dioses. Esto lo sabemos por la mitología escandinava. Esta palabra ha sobrevi-vido en inglés moderno: Shakespeare la usa en Macbeth, hablan-do de las brujas. Pero probablemente no tuviera aquí el mismo sentido. De todas maneras, esa palabra no es "bruja" sino "emi-saria del destino", weird sisters, "hermanas del destino". A lo largo del Beowulf los conceptos, el de Dios, el nuevo, y el anti-guo de "wyrd", se entretejen y son usados indistintamente.
El germanista Ker ha censurado el Beowulf ya que a su pa-recer el argumento es infantil. La idea del héroe que mata a un ogro, a la madre del ogro y luego a un dragón es un cuento ap-to para niños. Pero en realidad esos elementos son inevitables y están ahí porque deben estar. Elegida la leyenda, al autor le re-sultaba imposible omitir al ogro, la bruja y el dragón. Éstos eran esperados por el público, que conocería la leyenda. Además, es-tos monstruos eran símbolos de los poderes del mal y eran to-mados muy en serio por el auditorio.
Un rasgo curioso del poema es que se localiza primero en Dinamarca y luego en Suecia, en las regiones del sur. Esto signi-fica que al cabo de 300 años de ocupar nuevas tierras, los anglo-sajones sentían todavía la nostalgia de sus antiguas patrias del mar Báltico y esto lleva a suponer una afinidad entre los escan-dinavos y los anglosajones. Los personajes del poema son escan-dinavos: el héroe mismo es príncipe de Suecia. Esto supone pa-ra el investigador una tentación: en la tradición del pueblo godo se encuentra la leyenda de su origen, tal que lo hace descender del norte de Europa. Pero no hay prueba ninguna de ello. Se ha comprobado que las primeras noticias que de ellos se tienen los ubican en el sur del Danubio. Pero, sin embargo, Carlos XII de Suecia creyó en ella. Tanto así que, en un problema con el Papa, le escribió que no se sintiera tan seguro, que si sus antepasados ya una vez habían entrado en Roma, sus descendientes no ha-bían perdido el valor. Esto aludía a una posible invasión que re-pitiera la que los godos habían hecho en Italia. Ahora, si obser-vamos el nombre "geata", vemos que es fácilmente asimilable a "godo". Por tanto, si identificáramos a los geatas con los godos, los españoles serían parientes de los escandinavos. ¡Por tanto, todos los descendientes de españoles seríamos parientes de Beo-wulf!
En la Odisea y en la Ilíada encontramos que los hechos que priman son los de sangre, los bélicos. Al poeta del Beowulf le in-teresaban, más que los hechos militares, la hospitalidad, la cortesía, los regalos, los juglares; esto es, lo que actualmente llamaría-mos la vida social. Todo esto era apreciado en esa época. Debía agradarles a los sajones, que vivían en un tiempo violento y en una tierra inhospitalaria. Europa era más fría. Esto se sabe por-que las investigaciones han demostrado que animales que vivían antes en regiones del sur de Europa, actualmente se encuentran sólo al norte. Así los renos, que vivían en Alemania, ahora sólo se encuentran en Escandinavia. Inglaterra era un país pantanoso. Los germanos vieron en esa tierra algo terrible, maléfico. Pobla-ron todo ese territorio de pantanos con seres del mal, demonios. Eran, además, un pueblo cuya psicología se demuestra en que contaran los años por inviernos, los días por noches. El frío que reinaba en esas tierras es lo que aparece constantemente en los textos; siempre se habla de los terrores de la nieve, del rigor del invierno. La llegada de la primavera era saludada como un gran acontecimiento.
Volviendo al poema, el primer episodio se ocupa extensa-mente de un rey mítico de Dinamarca, llamado Scyld Scefing, que quiere decir "escudo de la espiga". Este nombre proviene de la leyenda de su origen. Un cierto día llega en un barco misterio-so un bebé a las costas de Dinamarca. Nadie conducía el barco y en su fondo estaba el niño, acostado sobre un lecho de armas, es-pigas y joyas. Este niño prodigioso llega a ser rey y se hace tan fuerte que llevó la grandeza a su pueblo. Esto es, en el concepto de la época, "un buen rey": inspira terror a sus vecinos, es fuer-te, es luchador, sus guerreros lo temen y respetan. Y el tiempo pasa, el rey envejece y siente que la hora de su destino se acerca. Entonces prepara sus funerales y da órdenes para que éste se cumpla según sus instrucciones. Estas son preparar una nave, que reproduce las características de aquella en que vino, y que lo coloquen junto al mástil, rodeado de armas y joyas, y que luego lo empujen al mar.
Todos los pueblos han pensado que los territorios de la muerte estaban más allá del mar. Se relacionaba la vida oscura-mente con el curso del sol y —si el sol nace en Oriente y muere en Occidente—, se hizo una similitud con la vida humana y se pensó que al concluir ésta se iba a las tierras donde moría el sol, al oeste, más allá del mar. Así, en las leyendas celtas, se pensaba el Paraíso como situado en Occidente. En la mitología griega, los dominios de la muerte estaban más allá de las aguas, que ha-bía que atravesar para llegar a ellos. Así que esta nave que empu-jan al mar tiene este sentido. Sigue a esto una descripción de la nave y luego del rey junto al mástil y de los súbditos que, lloran-do, empujan la nave hacia el mar. Esta es una de las escenas más fuertes de todo el poema. No podemos saber si en la mente del poeta, que ha sentido realmente esta escena, este rey que es em-pujado al mar por el que llegó es un símbolo del hombre, que misteriosamente vuelve al lugar del que misteriosamente vino. De todas maneras, este rito de lanzar la nave al mar no es una in-vención del poeta sino una costumbre germánica. Se han encon-trado en el fondo del mar naves en las que había esqueletos de hombres y de animales. Esto nos permite deducir que no sólo se lanzaba al muerto al mar, sino que en el último viaje le acompa-ñaban sus servidores y sus animales favoritos. Era una costum-bre germánica enterrar a los muertos con un perro a los pies. En el libro Beau Geste, el protagonista dice: "Ha tenido un entie-rro de viking", es decir, con un perro a los pies. Alude a un sar-gento que yace tendido. En un antiguo texto se registra el hecho de que, al empujar la nave al mar, se le prendía fuego.
Ha sido intención del autor [del Beowulf] registrar distintos ritos funerarios de los pueblos germanos. Esto se evidencia en el final del poema, en el que se realiza el entierro de Beowulf en una pira funeraria frente al mar, tan alta que desde el mar sea di-visada por los navegantes y ornada con armas, escudos, yelmos. Este rasgo también puede encontrarse en la Odisea; es también un rito funerario.
En la próxima clase seguiremos con el estudio del Beowulf y probablemente con el "Fragmento de Finnsburh"
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