domingo, 6 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


Lunes 17 de octubre de 1966
Clase Nº 3.  El Beowulf. La valentía y la jactancia:                                                                                         Beowulf comparado con los compadritos


En la clase anterior hablamos de la epopeya de Beowulf. Hoy re-tomamos el tema. Relaté antes uno de los episodios más poéti-cos del poema: ese niño que llega misteriosamente a la costa de Dinamarca, que llega a ser rey del país, infunde temor en los ene-migos. El poeta comenta: "Ese era un buen rey", porque eso era lo que se esperaba de un rey, que fuera fuerte y belicoso, e hicie-ra que su gente fuera temida por los vecinos. Luego pasan los años, el rey llega a la hora señalada por el destino. Cuando sien-te que la muerte se acerca, da órdenes para su entierro. Preparan entonces la nave funeraria.
El poeta nos dice que esta nave era "isig ond utfus". La pri-mera palabra quiere decir "helada" y corresponde a la palabra inglesa "iced" o la alemana "eisig". Pero no sabemos si la nave estaba cubierta de hielo —es raro que el poeta no haya hablado de ese hielo antes— o si quería decir "resplandeciente", "brillan-te", "clara como el hielo". La segunda palabra  es de traducción difícil, porque "fus" significa "ansiosa, ganosa" y "ut" corres-ponde a la palabra inglesa "out". Es decir que la nave estaba, co-mo si fuera un ser vivo, deseosa de partir. Luego se describe el barco, se habla de una bandera que tenía un tejido de oro y al rey lo sientan apoyado contra el mástil: "el poderoso contra el más-til", dice el poeta. Luego sus vasallos, llorando, empujan la nave hacia el mar y entonces tenemos esos versos que recordé: "Na-die, ni los consejeros en sus asambleas, ni los héroes bajo los cie-los, saben quién recibió esa carga". Y se dice del barco que fue impulsado por el poder del mar hacia lo lejos: "Bajo el poder del mar, fue a viajar lejos". Ahora, se habla también de un antepasa-do, que se llama también Beowulf, como el héroe epónimo que da su nombre al poema, pero que es otro Beowulf. Y esto nos hace imaginar algún vínculo entre la casa real de Dinamarca y la casa real de los geatas, esta tribu un poco misteriosa que unos han identificado con los jutos que invadieron Inglaterra y otros con los godos. Es decir, con los antepasados de los españoles, los visigodos. Pero hay mucha discusión sobre esto.
Un rasgo singular de Beowulf es que la historia que veremos ahora es una historia primitiva —hasta lo pueril, según algu-nos— y sin embargo el ambiente en que se desarrolla esta fábu-la bárbara y primitiva no es el ambiente fantástico de un cuento de hadas, aunque los hechos lo sean. Es un ambiente que abun-da en detalles realistas, sobre todo en lo que se refiere a la genea-logía de los personajes. Es, como ha dicho el germanista inglés Ker, un ambiente sólido, de novela realista. Los hechos son fan-tásticos, pero sentimos a los personajes como reales. Y además como personajes gárrulos, como personajes presentes, propen-sos a la oratoria, como personajes a quienes les gusta la cortesía, la convivencia, la ceremonia. Es verdad que todo ello era bastan-te precioso en una época azarosa, una época violenta a la que no le gustaba quizá mucho la violencia, una época bárbara pero que propendía a la cultura, a la cual le gustaba la cultura.
El poeta sigue enumerando los reyes de la casa real de Dina-marca y llegamos así a un rey que se llama Hrothgar. Estos gru-pos consonánticos son comunes en el idioma anglosajón, pero se han perdido actualmente: "hr" —la letra rúnica que lo sigue pue-de traducirse por el grupo "th"—.  Tendríamos otro ejemplo en el nombre anglosajón del anillo. En inglés y en alemán y creo que en las lenguas escandinavas, se dice "ring" En cambio, los anglosajones decían "hring" y tenemos otros sonidos análogos. Por ejemplo, "relinchar" en inglés es "neigh", en cambio en an-glosajón el verbo era "hnægan".  Hay otros grupos consonánti-cos que no podemos pronunciar porque no sabemos cómo se pronunciaban. Por ejemplo, "soberbio" se decía "wlanc". No sé cómo podría pronunciarse la "wl". Posiblemente la "w" se pro-nunciaría como una "u". Pero volvamos al poema.
El poeta enumera varios reyes y recae al fin en Hrothgar, el rey de Dinamarca, que construye un palacio que se llama "Heo-rot". Y ese palacio es, nos dice el poeta, el más espléndido de los palacios, aunque debemos imaginarlo hecho de madera. Por lo demás, yo he visto en los Estados Unidos casas muy lindas, casas lujosas, la casa de Longfellow,  la casa de Emerson,  que tienen trescientos años, y esas casas son de madera. Actualmente, decir en Buenos Aires "casa de madera" es imaginarse una casilla de madera. Ello no ocurre en Nueva Inglaterra: una casa de madera puede ser una casa muy linda, con muchos pisos, con sala, con bi-blioteca, y están hechas de tal modo que el viento no entra.
El rey construye ese palacio y el poeta nos dice que es el pa-lacio que resplandece sobre todos los reinos vecinos, es decir que es un palacio famoso. Podemos imaginar una gran sala central en la que el rey reúne a sus vasallos y ahí cena. Supongo que come-rían carne de cerdo, venado, beben cerveza en cuernos; el vino era muy raro, tenían que traerlo del sur. Hay en el poema un ju-glar que alegra las reuniones cantando acompañándose con su arpa. El arpa era el instrumento nacional de toda la gente germá-nica. La música, sin duda, sería muy sencilla.
El rey tiene su corte. Ahí él regala anillos o brazaletes de oro a sus vasallos. Por eso uno de los títulos del rey es "dador de ani-llos", "beahgifa". Esa palabra, "beag"  la encontramos en el idio-ma francés: "bague" significa "anillo". Es un rey poderoso, pero el estruendo o las músicas de las cortes inquieta o molesta a un monstruo que vive cerca en una región de ciénagas, de pantanos y de páramos. Algunos han creído reconocer en la descripción de las regiones donde vive el monstruo, que se llama Grendel, una descripción de ciertas regiones de Inglaterra. Lincolnshire, por ejemplo. Pero esto es meramente conjetural. Al monstruo se le describe como de forma humana pero gigantesco. Es un ogro, pertenece evidentemente a la antigua mitología germánica, pero como el poeta es cristiano ha querido vincularlo a la tradición cristiana, no a la tradición pagana, y nos dice que es descendien-te de Caín. Y este monstruo recorre los páramos y vive con su madre en el fondo de una laguna, tan profunda que el héroe que se sumerge tiene que nadar durante un día entero para llegar a la caverna subterránea donde el ogro vive con su madre, que es una bruja. El poeta la llama "la loba del mar", "la hechicera del mar". Hay tormentas también, lo cual hace que esa laguna sea un po-co marítima, y hay una descripción de las selvas que rodean a la laguna. Se dice que los ciervos temen acercarse a la laguna, como una zona de tempestades, de neblina, de soledad, y por lo que podríamos llamar también horror sagrado. La descripción de la laguna y los alrededores abarca unos veinte versos. Esto ahora no nos asombra, pero pensemos que el poema fue redactado a fi-nes del siglo VII o, según opinan los eruditos, a principios del si-glo VIII, y está lleno del sentimiento de la naturaleza. Este senti-miento tarda mucho en aparecer en las otras literaturas. Suele decirse con demasiada prisa —porque además del Beowulf ahí está Shakespeare— que el sentimiento de la naturaleza corres-ponde al sentimiento romántico. Es decir, al siglo XVIII, unos diez siglos después del Beowulf. La verdad es que hay libros, li-bros insignes, en que la naturaleza tal como la sentimos ahora no aparece. Y para remitirme al ejemplo más famoso, creo —no sé si estoy seguro—, sospecho que en el Quijote por ejemplo, no llueve una sola vez. Los paisajes que hay en el Quijote no corres-ponden al paisaje de Castilla: son paisajes convencionales de pra-deras, arroyuelos y sotos que corresponden a la novela italiana. En cambio, en el Beowulf tenemos el sentimiento de la naturale-za como algo temible, por lo demás, como algo hostil a los hom-bres; el sentimiento de la noche y de la oscuridad como algo te-mible, como ciertamente lo fueron para los sajones, que se ha-bían establecido en un país desconocido cuya geografía fueron descubriendo a medida que iban conquistando el país. Segura-mente los primeros invasores germánicos no tenían una noción muy precisa de la geografía de Inglaterra. Es absurdo imaginar que Horsa o Hengest vieron un mapa. Del todo increíble. Ni si-quiera sabemos si hubieran entendido el Beowulf, que está escri-to en un idioma muy retorcido y que abunda en metáforas que, sin duda, eran ajenas a los anglosajones en su lengua oral. Por lo pronto, no se encuentra nunca en la prosa. Y en las regiones es-candinavas, las más afines a los sajones, tenemos una división muy marcada y deliberada entre la prosa, que puede ser muy elocuente y muy patética pero que es muy simple, y el lenguaje de la poesía, que está entretejida de kennings, que es el nombre que llevan las metáforas que, según hemos visto, llegaron a una extraordinaria complejidad.
Pues bien, el rey Hrothgar domina Dinamarca. Naturalmen-te, no se pensaba en imperios entonces, la idea de imperio es del todo ajena a la mente germánica. Pero era un rey próspero, un rey victorioso, opulento, y luego el mismo júbilo de su corte —una de las metáforas para el arpa es "madera del júbilo" o "madera de la fiesta"— molesta a Grendel, que ataca el castillo. La fábula está mal inventada, porque tenemos al principio un rey muy poderoso y luego ese rey, con sus vasallos, con su tropa, la única medida que toma es rezar a sus dioses, pedir ayuda a sus antiguos dioses, Odín y Thor y los otros. Y el poeta nos advier-te que todas sus plegarias eran inútiles. Los dioses no tenían po-der alguno contra el monstruo. Y así pasan, inverosímilmente, doce años, y cada tantas noches el ogro fuerza las dos puertas del castillo —no tenían más—, entra y devora a uno de los señores. Y el rey no hace nada. Luego llegan noticias de estas depredacio-nes del ogro. El ogro es gigantesco y es invulnerable a las armas. Las noticias son llevadas al vecino país de Suecia. Y en Suecia hay un joven, un príncipe, Beowulf, y ese príncipe durante su in-fancia se ha mostrado como lerdo, como perezoso, pero quiere distinguirse mediante una hazaña. Ha participado ya en una gue-rra contra los francos, pero esto no le basta y sale con catorce compañeros suyos en una nave.
Naturalmente, el poeta hace que el mar sea tempestuoso, pa-ra que el viaje no sea fácil, sea difícil, y Beowulf desembarca en Dinamarca. Le sale al encuentro el centinela del rey, que es un aristócrata como Beowulf, es un príncipe. Beowulf dice que vie-ne a salvar al país y es recibido cortésmente en la corte. Pero hay un personaje que pone en duda el coraje personal de Beowulf y entonces Beowulf refiere una especie de certamen, de concurso de natación, que duró inverosímilmente diez días, un concurso con otro famoso nadador llamado Breca. Los dos nadan diez días y diez noches. Tienen que luchar con monstruos marinos, que arrastran a Beowulf al fondo del mar, donde él con su espa-da los mata y los pone en fuga. Luego sube a la superficie, sigue nadando y gana el certamen.
Ahora, aquí estamos ante una costumbre, un prejuicio mo-derno que nos aleja del poema. Decimos hoy, o es mejor, hay la idea de que un hombre valiente no debe ser jactancioso. Pensa-mos que todo jactancioso es como el miles gloriosus de la come-dia latina,  que todo jactancioso es cobarde. Pero esa idea no existía en general en la antigüedad. Los héroes se jactaban de sus hazañas y podían hacerlo. Al contrario, se animaban con ello. Puedo traer a colación las coplas de los compadritos de princi-pio de siglo en Buenos Aires, y creo que nadie pensaba que un hombre fuera cobarde porque dijera:
Soy del barrio 'e Monserra,                                                                                                               donde relumbra el acero,                                                                                                                    lo que digo con el pico,                                                                                                                         lo sostengo con el cuero.
o:
Yo soy del barrio del norte,                                                                                                                       soy del barrio del Retiro,                                                                                                                    Yo soy aquel que no miro                                                                                                                     con quién tengo que pelear,                                                                                                                 y aquí en el milonguear,                                                                                                           ninguno se puso a tiro.
o:
Hágase a un lao, se lo ruego,
que soy de la Tierra 'el Fuego.

—Es decir, de los alrededores de la Penitenciaria—.
Pues bien, Beowulf se parecía a nuestros compadritos de Monserrat o del Retiro. Beowulf quería jactarse de su valor. Y eso no hacía que nadie pensara que fuera cobarde. Para buscar un ejemplo más ilustre, tenemos la Ilíada, en la que los guerre-ros dicen quiénes son y su reputación no peligra. Al contrario, aumenta. Es como un preludio necesario al combate, para entrar en calor hacían estas cosas. Hasta podían insultarse también, po-dían acusarse de cobardía.
En el Beowulf después del concurso de natación y lucha con monstruos marinos, todos se van a acostar, y todos duermen. Es otro rasgo mal inventado: están esperando el ataque del ogro y sin embargo todos duermen tranquilamente y el único que está despierto es Beowulf. Y Beowulf está desnudo, porque sabe que las armas no hieren al monstruo. Confía, además, en su fuerza fí-sica. Esa fuerza es extraordinaria. El poeta nos dice que en su pu-ño hay la fuerza de treinta hombres.
Luego llega el monstruo, que rodea el castillo y aunque la puerta está cerrada con fuertes cerrojos de hierro, la derriba, sor-prende al primer guerrero durmiente que tiene a mano y lo de-vora entero, crudo. Devora las manos y los pies también y lue-go comete la imprudencia de acercarse a Beowulf. Y entonces Beowulf, que no se ha incorporado aún, toma la mano del ogro y la rompe. Y luego se entabla una lucha entre los dos. Lucha en que, para mayor lucimiento del héroe, no participan los otros. Y Beowulf, con la sola fuerza de sus manos —pensemos que esta-mos frente a un Hércules septentrional—, arranca el brazo y el hombro del ogro. Y mientras pelean, gritan. Esto corresponde a la realidad. En las cargas de infantería, por ejemplo, los hombres gritan también. Hay un verso de Kipling que los recuerda. Los dos gritan, pues. Todo el palacio de Heorot tiembla, está a pun-to de venirse abajo, pero finalmente el ogro herido cae mortal-mente, huye a morir a su ciénaga. Al día siguiente, celebran la muerte del ogro y cuelgan su brazo como trofeo en la sala. Hay otro festín, pero de noche la madre del ogro, que es una bruja y es muy fuerte también, viene a rescatar el brazo de su hijo muer-to y se lo lleva, dando muerte a un guerrero. Entonces Beowulf resuelve buscar la ciénaga donde vive el ogro y aquí tenemos esa descripción de la ciénaga, que es uno de los pasajes clásicos del poema. Algunos quieren acompañar a Beowulf, pero él es el hé-roe: conviene que cumpla solo sus hazañas, como lo hizo Hér-cules siglos antes. Y se ven en la superficie de la ciénaga restos de carne, carne humana, posiblemente la carne del ogro. Y hay tam-bién espuma como ensangrentada. El héroe se sumerge y nada durante un día hasta llegar a una caverna. Esta caverna está seca, está iluminada por una luz sobrenatural, mágica. Y allí está la madre del ogro, horrible, fuerte como él. Y Beowulf combate con ella y está a punto de ser vencido: ella es aún más fuerte que su hijo. Pero [Beowulf] tiene tiempo de arrancar una espada de la pared. La madre del ogro no es invulnerable al hierro: con esa espada la mata, pero la espada se consume, porque la bruja exha-la veneno de su sangre. Luego Beowulf toma la cabeza del ogro y lleva también la empuñadura de su espada, no la hoja, que ha sido consumida. Afuera están esperándolo ansiosamente. Él su-be con ese trofeo último, y el poeta inventa un rasgo circunstan-cial: se necesitan dos hombres para llevar la cabeza del gigante, tan pesada es. Luego Beowulf, ensangrentado, herido y victorio-so, vuelve al palacio de Hrothgar, que le agradece lo que ha hecho, lo colma de presentes —aceptar estos presentes no es deshonroso—, y Beowulf vuelve otra vez a su reino, al sur de Suecia.
Ahora, Beowulf no era sueco. Los suecos pertenecían a otra tribu. Los geatas eran enemigos de los suecos. Y así pasan cinco años... Perdón, cincuenta años, "cincuenta inviernos", dice el poeta. Los sajones contaban el tiempo por inviernos, dado el ri-gor del clima. Mientras tanto, Beowulf ejecuta muchas hazañas militares, pero el poeta las menciona al pasar, porque las que le importan son la primera y última hazañas de Beowulf. Y se ha dicho que uno de los fines del poema es presentar el príncipe ejemplar, según el concepto de la época. Esto es: fuerte, fuerte hasta lo sobrenatural ya que tiene la fuerza de treinta hombres, y además destructor de monstruos, que son un peligro para to-dos —esto concuerda otra vez con Hércules—, y es además jus-to. Porque cuando él muere, al fin del poema, invoca a Dios y di-ce que él nunca, en la sala de los festines, ha dado muerte a nin-gún pariente suyo. Y esto se considera como un hecho bastante extraordinario, y lo sería quizás en la época. Pasan cincuenta años, cincuenta años de victoria y, finalmente, de paz victoriosa, y luego aparece otro personaje, que es un dragón que vive desde tiempo inmemorial en una cueva y que guarda tesoros. La idea del dragón como guardián de tesoros es común en toda la anti-güedad germánica. Recordemos el caso de Sigurd o Sigfrido y el dragón, y recordemos en la Historia Natural de Plinio a los gri-fos, que cuidan montañas de oro y luchan con los arimaspos, que tienen un solo ojo.  La idea del dragón como guardián de te-soros es tan común, que en la poesía escandinava una de las me-táforas corrientes para el oro —que era entendida inmediata-mente por todos— era "lecho de dragón". O sea que la gente se imaginaba el oro y el dragón acostado encima y durmiendo en-cima para mejor guardarlo. Luego el poeta nos habla de un es-clavo, que ha huido y entra en la caverna cuando el dragón está durmiendo, y roba un jarro de oro. El esclavo desaparece de la fábula también. A la mañana siguiente, el dragón se despierta, nota que le falta el jarro de oro, sale, piensa que tiene que ven-garse de este robo, y luego tiene un rasgo humano: antes de de-predar la tierra de los geatas, vuelve a la cueva y vuelve a exami-nar todo bien, para ver si no está el jarro en alguna parte. Pero no lo encuentra, y entonces es el terror del reino de los geatas, como el ogro, medio siglo antes, lo había sido de Dinamarca. Entonces llegan noticias de lo que ocurre al viejo Beowulf, y él resuelve de nuevo luchar con un monstruo. Y si queremos ser un poco imaginativos, tenemos que ver esta historia como la de un hombre a quien acecha un destino: luchar con el monstruo y morir. El dragón es, de algún modo, presentido o no por el poe-ta —esto sí que no nos importa, porque las intenciones de los au-tores son menos importantes que el logro de lo que ejecutan—, la vuelta a encontrarse con su destino. Es decir, el dragón es otra vez el ogro de Dinamarca, y el rey va con su gente, que quiere acompañarlo, pero él dice que no, que se arreglará solo como se arregló hace cincuenta años con el ogro y con la madre del ogro. Llega a la boca de la cueva del dragón, que ha sido descripto por muchas metáforas —se lo ha llamado "manchado horror del cre-púsculo", "guardián del oro"—, y Beowulf lo desafía. El dragón sale y los dos combaten. Hay una descripción suficientemente sanguinaria del combate. Beowulf da muerte al dragón, pero el dragón exhala fuego de sus fauces, y Beowulf sabe que ese fue-go lo va a envenenar. Y hay un servidor que se llama Wiglaf, que es el único que lo ha acompañado hasta ahí, y el rey dice que va a entregar su alma al Señor —este párrafo es cristiano—, pero que él sabe que irá al Cielo, porque su vida ha sido justa, y da ór-denes para sus funerales. El funeral ya no es el que hemos visto antes: no se trata de una nave funeraria. Dice que erijan una alta pira adornada de yelmos, escudos y brillantes armaduras: "Hel-mum behongen, hildebordum, beorhtum byrnum, swa he bena wæs". "Helmum behongen", "Adornada de yelmos" —la pala-bra germánica "helm" es la misma—.  Luego "hildebordum", "tabla de la batalla": se llamaba así al escudo, que era redondo, de madera, y estaba revestido de cuero. Y luego "beorhtum byr-num" de brillantes armaduras, "swa he bena wæs", tal como él lo había ordenado. Luego lo acuestan a él en lo alto de la pira, le prenden fuego, y él ha dicho que además tienen que erigir un tú-mulo que se vea desde el mar, para que la gente lo recuerde.  Luego lo entierran en ese túmulo, y entonces doce guerreros a caballo evolucionan alrededor de la tumba del rey y cantan su elegía y celebran sus alabanzas.
Ahora, en un texto medieval sobre la historia de los godos, de Jordanes, se describe el entierro de Atila y el rito es el mis-mo.   La pira, el túmulo y los guerreros que cabalgan alrededor cantando la alabanza del rey. En fin, se ve que el poeta era un poeta erudito: en su poema ha querido registrar los diversos ri-tos funerarios de la gente germánica. Porque aunque Atila era huno, los germanos lo consideraban como suyo, porque muchos reyes germánicos fueron vasallos suyos. Y luego el poema con-cluye con la alabanza de Beowulf, y la alabanza es muy rara. Al-gunos han creído que es interpolación —yo creo que no— por-que uno esperaría que en esa alabanza se hablara del ogro, del dragón, de los suecos contra los cuales él ha combatido, de sus victorias, pero no se dice nada de eso. El último verso  nos dice que él era "manna mildust", "the mildest of men", el más suave, el más bondadoso de los hombres y el más deseoso de alabanza. Esto también contradice nuestra sensibilidad actual, porque no-sotros vivimos en una época de propaganda: el hecho de que un hombre desee ser famoso no nos parece un rasgo admirable. Pe-ro debemos pensar que este poema fue escrito en la Edad Media. En la Edad Media se creía que toda alabanza era justa: que un hombre deseara ser alabado es porque merecía ser alabado. El poema concluye con estas palabras: "el más bondadoso de los hombres y el más deseoso de alabanza" No se dice nada sobre su coraje. Es verdad que hemos visto este coraje ejemplificado a lo largo del poema.
Hay otro rasgo curioso en este poema, y es que en el poema aparece un juglar, y este juglar canta —y no concluye— una le-yenda germánica anterior acaso al Beowulf: la historia de una princesa de Dinamarca que se llama Hildeburh. El nombre sig-nifica "castillo de la guerra" o "el castillo de la batalla". Ahora, quizá este fragmento tal como lo canta el juglar no es evidente-mente el cantar, el romance anterior, porque el lenguaje es igual al lenguaje del resto del Beowulf. Es decir, es un lenguaje retóri-co en el que abundan las metáforas, y sin duda la poesía primiti-va de los germanos tiene que haber sido mucho más simple. Es-to lo vemos, por ejemplo, en el Cantar de Hildebrand, que aun-que compuesto más o menos en la misma época que el Beowulf corresponde a una etapa muy primitiva, ya que las aliteraciones son escasas, y creo que hay una sola metáfora, una metáfora du-dosa: se llama a la armadura "vestidura de batalla", "vestidura de guerra" lo cual puede o no ser una metáfora. Está muy lejos de metáforas complicadas, como "tejido de hombres" por "batalla", que encontramos en los escandinavos, o "camino del cisne" por el mar.
Ahora, esta historia está a medio contar, y es el tema del otro antiguo fragmento épico de los anglosajones: el "Fragmento he-roico de Finnsburh"  que consta de unos setenta versos y que debe ser, sospecho, anterior al Beowulf por lo directo de su len-guaje. La fábula elegida por el autor del Beowulf no se presta al desarrollo patético. Tenemos dos hazañas del mismo héroe. Las dos hazañas están separadas por un intervalo de cincuenta años y no hay ningún conflicto en el poema. Es decir, Beowulf cum-ple siempre con su deber de valiente, nada más. Muere valerosa-mente. El poema está lleno de sentencias piadosas. Algunas son evidentemente paganas: se dice, por ejemplo, que "mejor que llo-rar al amigo muerto es vengarlo" evidentemente pagana. Esto corresponde a una época en que la venganza era no sólo un de-recho sino un deber, un hombre debía vengar la muerte de su amigo. Pero no hay conflicto. En cambio, en la historia de Hil-deburh, que está intercalada en el Beowulf, sí tenemos un con-flicto. Porque la historia es ésta: hay una princesa de Dinamarca que se llama Hildeburh, hay una discordia entre los daneses y los frisios, es decir gente de los Países Bajos. Y entonces se resuelve que una princesa, la princesa de Dinamarca, se casará con el rey de los frisios. Y así, mediante esta alianza de las dos casas reales, queda cicatrizada esa discordia. Esta práctica era tan común que una de las metáforas de la poesía sajona es "tejedora de paz", es-to es "la princesa", no porque fuera especialmente apacible sino porque servía para que se tejiera la paz entre naciones vecinas y rivales. Hildeburh se casa con el rey de los frisios y va a visitarla su hermano, que llega con sesenta guerreros a la corte. Los reci-ben hospitalariamente y les dan como alojamiento las piezas que rodean a un recinto central con dos puertas. Idéntico, digamos, al palacio de Hrothgar. Pero de noche los atacan los frisios. Ellos salen a defenderse, combaten durante varios días y ahí el herma-no de la princesa de Dinamarca mata a su sobrino. Al final, los frisios se dan cuenta de que no pueden con los daneses. En am-bos poemas anglosajones hay una verdadera simpatía por los da-neses y por los geatas, desde luego, es decir, por la gente escandi-nava. Al cabo de unos días, [los frisios] se dan cuenta de que no pueden combatir, de que no pueden vencer [a los daneses], y les proponen una tregua, y el hermano de la princesa la acepta. Es-pera que pase el invierno para navegar —porque durante el in-vierno los mares estaban obstruidos por el hielo—, vuelve a su país y allí reúne una fuerza mayor que la de los sesenta guerreros que lo habían acompañado. Vuelve, ataca a los frisios, mata al rey y vuelve a su país llevándose a su hermana, la princesa.
Ahora, si este poema existiera entero, y de suponer que exis-tió, tendríamos un conflicto trágico, porque tendríamos la histo-ria de la princesa cuyo hijo muere a manos del tío. Es decir, aquí el poeta tendría una mayor ocasión de ser patético que en el Beo-wulf, que simplemente registra dos hazañas, increíbles para no-sotros, contra un ogro y contra un dragón. En la próxima clase vamos a examinar, y podemos examinarlo muy detalladamente, el "Fragmento heroico de Finnsburh". Ahora, el principio del fragmento, de la historia, lo dejaremos de lado porque lo he con-tado. Vamos a tomar el fragmento desde el comienzo, que es el momento en el cual los daneses notan que su habitación ha sido forzada por los frisios y que van a ser atacados por ellos, hasta que los frisios se dan cuenta de que no pueden con los daneses y que han sido derrotados por ellos. Vamos a analizarlo casi línea por línea. Son unos sesenta versos. Ustedes verán que el lengua-je es muy directo, muy distinto del lenguaje ceremonioso del Beowulf. Posiblemente su autor fue un hombre de acción. En cambio, en el caso del Beowulf, podemos imaginar al autor co-mo un monje, de Northumbria, se ha dicho, del norte de Ingla-terra, lector de Virgilio, que se propuso el experimento, muy au-daz en la época, de escribir una epopeya germánica. Y esto nos llevaría a un pequeño problema, que es éste: ¿por qué en las na-ciones germánicas —y aquí estoy pensando en Ulfilas,  estoy pensando en los sajones, estoy pensando después en Wycliff,  en Inglaterra en el siglo XIV, en Lutero—, por qué en las nacio-nes germánicas hubo traducciones de la Biblia antes que en las latinas?
Y hay un germanista de origen judío, Palgrave,  que ha da-do con la solución, y la solución es ésta: la Biblia que se leía en la Edad Media era una Biblia Vulgata, es decir un texto latino. Ahora, si alguien hubiera pensado en traducir el texto bíblico al provenzal, o al italiano o al español, esos idiomas se parecían de-masiado al latín como para que la traducción no corriera el albur de parecer una parodia del original. En cambio, como las lenguas germánicas eran totalmente distintas del latín, la traducción po-día hacerse sin ningún riesgo. Quiero decir que, en la Edad Me-dia, quienes hablaban provenzal o español o italiano sabían que estaban hablando un idioma que era una variación o una corrup-ción del latín. De modo que hubiera parecido irreverente pasar del latín al provenzal. En cambio, las lenguas germánicas eran totalmente distintas, [las traducciones de la Biblia] estaban he-chas para personas que no sabían latín, de modo que la traduc-ción podía hacerse sin correr ningún riesgo. Ahora, quizás esto podríamos aplicarlo al Beowulf. ¿Por qué el Beowulf es el pri-mer poema épico escrito en una lengua vernácula? Porque esa lengua vernácula difería tan profundamente del latín, que nadie al leer el Beowulf podía pensar que estaba leyendo una parodia de la Eneida. En cambio, tuvo que pasar bastante tiempo para que los juglares de lengua romance se animaran a intentar epo-peyas en su lengua.
En la próxima clase veremos, pues, el "Fragmento heroico de Finnsburh" y veremos algún poema muy posterior épico anglo-sajón, con lo cual concluiremos la primera bolilla.

sábado, 5 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


Clase Nº 2

El Beowulf. Caracterización de los germanos.                                        Antiguos ritos funerarios


En la clase pasada adelantamos que vamos a tratar el poema épi-co Beowulf. El protagonista es un caballero que, como veremos, encarnará las virtudes que se apreciaban en la Edad Media: la lealtad, el valor, todo esto está en el libro de Beda el Venerable. Pero entremos al Beowulf. El nombre es en sí mismo una metá-fora que significa "lobo de las abejas" y el sentido al que apunta es "oso". Es un poema en realidad extenso: tiene más de tres mil doscientos versos, todos regidos por la ley del verso germánico: la aliteración. Su lenguaje es intrincado, utiliza constantemente el llamado hipérbaton, o sea la alteración del orden lógico de la frase. Sabemos que ésa no era la forma usual del germánico y menos de la poesía, porque otro fragmento que se conserva, el "Fragmento de Finnsburh", impresiona por el lenguaje directo que utiliza. Así que se creyó que ese estilo se debía a un estadio primitivo, bárbaro, de la creación poética. Pero posteriormente un germanista descubrió que a lo largo del poema se incluyen o entrelazan algunos versos de la Eneida y que en otros se combi-nan pasajes de la misma, que se entretejen en el texto. Por tanto, nos damos cuenta de que no estamos frente a un poema bárba-ro, sino frente a un experimento erudito y barroco de un sacer-dote; esto es, alguien que tenía acceso a los textos latinos y los estudiaba.
El autor ha tomado una antigua leyenda germánica y hace con ella una epopeya siguiendo las normas sintácticas latinas. Gracias a esos pocos versos intercalados, vemos que el autor se ha propuesto hacer una Eneida germánica. Un indicio claro de esto es el antes mencionado contraste con el lenguaje directo del "Fragmento heroico de Finnsburh" y los otros textos de la épo-ca que poseemos, tales como los conjuros, etcétera.
Pero en ese intento el autor se encontró con un problema: no podía, guardando el decoro de la época, hablar elogiosamente de los dioses paganos. Porque en el siglo VIII se estaba aún muy cer-ca de la era pagana, que estaba viva en las gentes. En los princi-pios de la era cristiana, ocurrió lo mismo. Solamente en el siglo XVII, casi diez siglos después, vemos a Góngora hablar tranqui-lo y sin problemas de los dioses paganos. Pero [el autor del Beo-wulf] tampoco podía hablar, en su intento, de Cristo ni de la vir-gen. El hecho es que no los nombra en parte alguna. Pero hay dos conceptos que aparecen y que no sabemos si el autor com-prendió que se contradecían. Se encuentra la palabra god, "dios", y aparece wyrd, "el destino". El destino, en la mitología germá-nica, era una potencia superior a la de los mismos dioses. Esto lo sabemos por la mitología escandinava. Esta palabra ha sobrevi-vido en inglés moderno: Shakespeare la usa en Macbeth, hablan-do de las brujas. Pero probablemente no tuviera aquí el mismo sentido. De todas maneras, esa palabra no es "bruja" sino "emi-saria del destino", weird sisters, "hermanas del destino".  A lo largo del Beowulf los conceptos, el de Dios, el nuevo, y el anti-guo de "wyrd", se entretejen y son usados indistintamente.
El germanista Ker  ha censurado el Beowulf ya que a su pa-recer el argumento es infantil. La idea del héroe que mata a un ogro, a la madre del ogro y luego a un dragón es un cuento ap-to para niños. Pero en realidad esos elementos son inevitables y están ahí porque deben estar. Elegida la leyenda, al autor le re-sultaba imposible omitir al ogro, la bruja y el dragón. Éstos eran esperados por el público, que conocería la leyenda. Además, es-tos monstruos eran símbolos de los poderes del mal y eran to-mados muy en serio por el auditorio.
Un rasgo curioso del poema es que se localiza primero en Dinamarca y luego en Suecia, en las regiones del sur. Esto signi-fica que al cabo de 300 años de ocupar nuevas tierras, los anglo-sajones sentían todavía la nostalgia de sus antiguas patrias del mar Báltico y esto lleva a suponer una afinidad entre los escan-dinavos y los anglosajones. Los personajes del poema son escan-dinavos: el héroe mismo es príncipe de Suecia. Esto supone pa-ra el investigador una tentación: en la tradición del pueblo godo se encuentra la leyenda de su origen, tal que lo hace descender del norte de Europa. Pero no hay prueba ninguna de ello. Se ha comprobado que las primeras noticias que de ellos se tienen los ubican en el sur del Danubio. Pero, sin embargo, Carlos XII de Suecia creyó en ella.  Tanto así que, en un problema con el Papa, le escribió que no se sintiera tan seguro, que si sus antepasados ya una vez habían entrado en Roma, sus descendientes no ha-bían perdido el valor. Esto aludía a una posible invasión que re-pitiera la que los godos habían hecho en Italia. Ahora, si obser-vamos el nombre "geata",  vemos que es fácilmente asimilable a "godo". Por tanto, si identificáramos a los geatas con los godos, los españoles serían parientes de los escandinavos. ¡Por tanto, todos los descendientes de españoles seríamos parientes de Beo-wulf!
En la Odisea y en la Ilíada encontramos que los hechos que priman son los de sangre, los bélicos. Al poeta del Beowulf le in-teresaban, más que los hechos militares, la hospitalidad, la cortesía, los regalos, los juglares; esto es, lo que actualmente llamaría-mos la vida social. Todo esto era apreciado en esa época. Debía agradarles a los sajones, que vivían en un tiempo violento y en una tierra inhospitalaria. Europa era más fría. Esto se sabe por-que las investigaciones han demostrado que animales que vivían antes en regiones del sur de Europa, actualmente se encuentran sólo al norte. Así los renos, que vivían en Alemania, ahora sólo se encuentran en Escandinavia. Inglaterra era un país pantanoso. Los germanos vieron en esa tierra algo terrible, maléfico. Pobla-ron todo ese territorio de pantanos con seres del mal, demonios. Eran, además, un pueblo cuya psicología se demuestra en que contaran los años por inviernos, los días por noches. El frío que reinaba en esas tierras es lo que aparece constantemente en los textos; siempre se habla de los terrores de la nieve, del rigor del invierno. La llegada de la primavera era saludada como un gran acontecimiento.
Volviendo al poema, el primer episodio se ocupa extensa-mente de un rey mítico de Dinamarca, llamado Scyld Scefing, que quiere decir "escudo de la espiga". Este nombre proviene de la leyenda de su origen. Un cierto día llega en un barco misterio-so un bebé a las costas de Dinamarca. Nadie conducía el barco y en su fondo estaba el niño, acostado sobre un lecho de armas, es-pigas y joyas. Este niño prodigioso llega a ser rey y se hace tan fuerte que llevó la grandeza a su pueblo. Esto es, en el concepto de la época, "un buen rey": inspira terror a sus vecinos, es fuer-te, es luchador, sus guerreros lo temen y respetan. Y el tiempo pasa, el rey envejece y siente que la hora de su destino se acerca. Entonces prepara sus funerales y da órdenes para que éste se cumpla según sus instrucciones. Estas son preparar una nave, que reproduce las características de aquella en que vino, y que lo coloquen junto al mástil, rodeado de armas y joyas, y que luego lo empujen al mar.
Todos los pueblos han pensado que los territorios de la muerte estaban más allá del mar. Se relacionaba la vida oscura-mente con el curso del sol y —si el sol nace en Oriente y muere en Occidente—, se hizo una similitud con la vida humana y se pensó que al concluir ésta se iba a las tierras donde moría el sol, al oeste, más allá del mar. Así, en las leyendas celtas, se pensaba el Paraíso como situado en Occidente. En la mitología griega, los dominios de la muerte estaban más allá de las aguas, que ha-bía que atravesar para llegar a ellos. Así que esta nave que empu-jan al mar tiene este sentido. Sigue a esto una descripción de la nave y luego del rey junto al mástil y de los súbditos que, lloran-do, empujan la nave hacia el mar. Esta es una de las escenas más fuertes de todo el poema.  No podemos saber si en la mente del poeta, que ha sentido realmente esta escena, este rey que es em-pujado al mar por el que llegó es un símbolo del hombre, que misteriosamente vuelve al lugar del que misteriosamente vino. De todas maneras, este rito de lanzar la nave al mar no es una in-vención del poeta sino una costumbre germánica. Se han encon-trado en el fondo del mar naves en las que había esqueletos de hombres y de animales. Esto nos permite deducir que no sólo se lanzaba al muerto al mar, sino que en el último viaje le acompa-ñaban sus servidores y sus animales favoritos. Era una costum-bre germánica enterrar a los muertos con un perro a los pies. En el libro Beau Geste,  el protagonista dice: "Ha tenido un entie-rro de viking", es decir, con un perro a los pies. Alude a un sar-gento que yace tendido. En un antiguo texto se registra el hecho de que, al empujar la nave al mar, se le prendía fuego.
Ha sido intención del autor [del Beowulf] registrar distintos ritos funerarios de los pueblos germanos. Esto se evidencia en el final del poema, en el que se realiza el entierro de Beowulf en una pira funeraria frente al mar, tan alta que desde el mar sea di-visada por los navegantes y ornada con armas, escudos, yelmos. Este rasgo también puede encontrarse en la Odisea; es también un rito funerario.
En la próxima clase seguiremos con el estudio del Beowulf y probablemente con el "Fragmento de Finnsburh"

viernes, 4 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.CLASE 1.


Introducción

"A mí me gusta mucho enseñar, sobre todo porque mientras en-seño, estoy aprendiendo", decía Jorge Luis Borges en una de sus numerosas entrevistas.  Poco antes, se había referido a la cátedra como "una de las felicidades que me quedan". Y no hay duda so-bre el doble placer que le causaba a Borges estar al frente de una clase.
Semejante placer puede constatarse en este libro, que recoge un curso completo dictado por el escritor en la Facultad de Fi-losofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ubicada en-tonces en el viejo edificio de la calle Independencia, en el año 1966. Para ese entonces, Borges ya llevaba varios años dando clases en dicha institución. Había sido aceptado como titular de la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana en 1956, esco-gido por sus antecedentes frente a otro postulante pese a no ha-ber obtenido nunca un título universitario.  Borges expresó en varias oportunidades (en ese tono suyo que combinaba la mo-destia con el humor y la plena confianza en su capacidad) su sor-presa frente a la designación.
En su Autobiografía Borges explicaba, tras referirse a su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional en 1955: "Al año siguiente recibí una nueva satisfacción, al ser designado en la cátedra de literatura inglesa y norteamericana de la Univer-sidad de Buenos Aires. Otros candidatos habían enviado minu-ciosos informes de sus traducciones, artículos, conferencias y demás logros. Yo me limité a la siguiente declaración: 'Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida'. Esa sencilla propuesta surtió efecto. Me contrataron y pasé doce años felices en la Universidad". 
El curso reunido en este libro nos presenta entonces a un Borges que ya tenía a cuestas diez años dedicados a la enseñan-za, incluyendo no sólo sus clases universitarias, sino también di-ferentes cursos en instituciones como la Asociación Argentina de Cultura Inglesa. Nos presenta además a Borges en una faceta distinta a la del texto literario o la entrevista, y quizá más cerca-na a las conferencias. Sin embargo, las clases difieren de estas úl-timas en un punto esencial: aquí el escritor, tan dado a la anéc-dota y al cambio de tema, debía restringirse a cumplir con un programa fijado. No podía, como hacía con frecuencia en otros ámbitos, al cabo de media hora preguntar en tono jocoso: "¿Cuál era el título de esta charla?" Es por eso interesante ver cómo se las arreglaba —sin dejar de hacer digresiones— para dar a sus clases unidad y coherencia.
Borges mismo era consciente de esta diferencia: "A mí me gustaban más las clases que las conferencias. En las conferencias, si hablo de Spinoza o de Berkeley, al oyente le interesa más mi presencia que el contenido. Por ejemplo, mi forma de hablar, mis gestos, el color de mi corbata o el corte de mi pelo. En las clases de la universidad, que tienen una continuidad, vienen solamente los estudiantes a quienes les interesa el contenido de la clase. De este modo uno puede mantener un diálogo pleno. Yo no veo, pero puedo sentir el ambiente que me rodea. Por ejemplo, si me están escuchando con atención o distraídamente. 
Un punto importante en las clases es el lugar que Borges da-ba a la literatura. "Juzgo la literatura de un modo hedónico —di-jo en otra entrevista—. Es decir, juzgo la literatura según el pla-cer o la emoción que me da. He sido durante muchos años pro-fesor de literatura y no ignoro que una cosa es el placer que la li-teratura causa y otra cosa el estudio histórico de esa literatura."  Tal postura queda clara ya desde la primera clase, en la que Borges explica que se referirá a la historia sólo cuando el estudio de las obras literarias del programa así lo requiera.
Del mismo modo, Borges pone a los autores por encima de los movimientos literarios, a los que al comienzo de la clase so-bre Dickens define como una "comodidad" de los historiadores. Aunque no olvida las características estructurales de los textos estudiados, Borges se concentra sobre todo en la trama y en la individualidad de los autores. El programa incluye textos que el escritor ama, y esto lo demuestra constantemente en su fascina-ción al narrar los argumentos y las biografías. Lo que Borges pretende como profesor, más que calificar a los estudiantes, es entusiasmarlos y llevarlos a la lectura de las obras y al descubri-miento de los escritores. Así, hay en todo el curso apenas una re-ferencia a los exámenes, y resulta conmovedor su comentario del final de la segunda clase sobre Browning, cuando les dice a los alumnos:
"Tengo una especie de remordimiento. Me parece que he si-do injusto con Browning. Pero con Browning sucede lo que su-cede con todos los poetas, que debemos interrogarlos directa-mente. Creo, sin embargo, haber hecho lo bastante para intere-sarlos a ustedes en la obra de Browning".
Más de una vez ese entusiasmo desvía ligeramente a Borges del camino, y en el segundo teórico sobre Samuel Johnson, tras narrar la leyenda del Buddha, se disculpa:
"Ustedes me perdonarán esta digresión, pero la historia es hermosa".
Otra prueba de que los libros y autores estudiados son algu-nos de los favoritos de Borges, es que él se encargó a lo largo de su vida de prologar ediciones de muchos de ellos, e incluyó a buena parte en la colección Biblioteca personal de Hyspamérica, la última selección de textos ajenos que hizo antes de morir. Es-ta predilección resulta más obvia en el caso de la elección de los poemas. Borges no siempre analiza los versos más famosos de los autores, sino que, al contrario, se ocupa por lo general de los trabajos que más lo impresionaron a él, aquellos que menciona también a lo largo de su obra literaria.
La pasión por las historias o la admiración por los autores no son sin embargo obstáculo para que Borges los someta a un jui-cio crítico con frecuencia implacable. Al exponer las falencias de las obras o los errores de los escritores, Borges no busca denos-tarlos sino quizá quitarles toda aureola sagrada y acercarlos al estudiante. Al resaltar sus falencias, resalta además sus virtudes. De este modo, se atreve a decir en más de una ocasión que la fá-bula del Beowulf está "mal inventada", y describe de este modo a Samuel Johnson: "Era físicamente maltrecho, aunque poseía una gran fuerza. Era pesado y feo. Tenía lo que llamamos 'tics nerviosos'. (...) Se casa con una mujer vieja, mayor que él. Era una mujer vieja, fea y ridícula. Pero él le fue fiel. (...) Tuvo ade-más rasgos maniáticos".
Ésa es sólo la preparación para captar el interés de los estu-diantes. Enseguida viene la conclusión: "Y sin embargo, a pesar de estos rasgos de excentricidad, fue una de las inteligencias más razonables de la época, una inteligencia realmente genial".
Frente a las escuelas de crítica literaria que se cuestionan el rol del autor, Borges acentúa el carácter humano e individual de las obras. De cualquier modo, no establece por cierto una rela-ción de necesidad entre la vida de los autores y sus textos. Sen-cillamente se fascina y fascina a los estudiantes narrando las cir-cunstancias vitales de la existencia de los artistas y sumergiéndo-se en sus poemas o narraciones desde una mirada crítica y actual, en la que siempre están presentes la ironía y el humor.
En su afán de bajar los textos a la tierra, Borges establece además insólitas comparaciones, que sin embargo cumplen per-fectamente el rol de enmarcar cada obra y dejar en claro su va-lor. Así, al explorar el tema de la jactancia y la valentía en el Beo-wulf compara a sus personajes con los compadritos porteños de principios de siglo y pasa a recitar no una, sino tres coplas, que deben haber sonado muy curiosas en medio de una clase sobre literatura anglosajona del siglo VIII. El escritor se detiene además en detalles apasionantes que no hubieran sido imprescindibles para el curriculum, como las distintas concepciones sobre los co-lores en la poesía anglosajona, griega y celta, o su digresión so-bre la duración de las batallas, cuando compara a la batalla de Brunanburh con nuestra batalla de Junín.
En su análisis de los textos sajones, por otra parte, Borges se abandona con frecuencia a la narración pura, olvidando su rol de profesor, acercándose más bien al antiguo narrador oral. Refiere historias contadas por otros hombres, por otros hombres muy anteriores a él, y lo hace con absoluta fascinación, como si cada vez que repite un relato lo estuviera descubriendo por primera vez. Y dentro de esa fascinación, sus comentarios son casi cues-tionamientos metafísicos. Borges se pregunta de maneras distin-tas qué pasaba por la mente de los antiguos poetas sajones al escri-bir sus textos, sospechando que nunca alcanzará una respuesta.
Otro gesto típico del narrador es la anticipación de cosas que contará más adelante, con el objeto de mantener a los oyentes en suspenso. Este mecanismo se ve reforzado por el uso permanen-te de adjetivos, declarando que lo que narrará a continuación o en la próxima clase es algo "extraño", "curioso" o "interesante".
En el marco de las clases, un aspecto que salta permanente-mente a la vista es la erudición de Borges. Sin embargo, esa eru-dición no se presenta en ningún momento como una limitación para la comunicación con los estudiantes. Borges no cita para demostrar sus conocimientos, sino sólo cuando las citas le pare-cen apropiadas al tema. Lo que le importa son las ideas, no tan-to la exactitud en el dato. Pese a eso, y a que en un teórico se dis-culpa por su mala memoria para las fechas, es sorprendente la cantidad de datos que recuerda, con increíble exactitud. Debe-mos pensar que para la fecha en que dictó estas clases —y desde 1955— Borges estaba casi completamente ciego, y ciertamente inhabilitado para leer. Sus citas, por lo tanto, y el recitado de los poemas, dependen de su memoria y son testimonio de sus inter-minables lecturas anteriores.
Por las clases deambulan Leibniz, Dante, Lugones, Virgilio, Cervantes y, ciertamente, el infaltable Chesterton, que parece haber escrito prácticamente sobre todo. Aparecen también algu-nos de los fragmentos favoritos de Borges, como el famoso sue-ño de Coleridge que incluyó en tantos libros y conferencias. Pe-ro también tenemos aquí análisis de ciertas obras mucho más profundos y extensos que los que aparecen en sus libros, parti-cularmente la clase sobre Dickens, autor al que no parece haber-se referido en detalle en ninguno de sus escritos, y las lecturas que hace de los textos anglosajones —su última pasión—, a los que les dedica las siete primeras clases, y sobre los que se expla-ya sin las limitaciones de espacio que tenía en sus historias de la literatura.
Con respecto a la textualidad de las citas y el recitado, es in-teresante destacar lo que Borges mismo dice hacia el final del se-gundo teórico sobre Browning. Recordando un volumen de Chesterton dedicado a la vida y obra de aquel poeta, Borges co-menta que Chesterton conocía a tal punto la poesía de Browning que no consultó ninguno de sus libros en el momento de redac-tar el estudio, confiando plenamente en su memoria. Aparente-mente, esas citas eran en muchos casos incorrectas, pero fueron corregidas por los editores. Borges lamenta entonces que se ha-yan perdido esas modificaciones quizá geniales que la mente de Chesterton había hecho a las obras de Browning, y que hubie-ran resultado apasionantes de comparar con los originales. En el caso de estas clases, respetando su postura, los recitados de Bor-ges se han dejado intactos, manteniendo los cambios impuestos por su propia memoria, y en notas al pie se han incluido los poe-mas originales para permitir la comparación.
Asimismo, las notas han pretendido completar algunos datos que Borges da por sobreentendidos, a fin de facilitar la lectura, pero para hacer más claras las clases, ya que éstas son —sin nece-sidad de modificación alguna— claras, didácticas y apasionantes.
Por último, mientras leemos estas clases podemos imaginar a un profesor Borges ciego, sentado frente a sus alumnos, recitan-do con su tono de voz tan personal los versos de ignotos poetas sajones en su lengua original y participando de polémicas con célebres escritores románticos junto a los cuales hoy, quizás, es-té reunido discutiendo.
Martín Arias

  Borges en clase

... He ðe us ðas beagas geaf...
Beowulf: 2631


Editar este libro fue como correr detrás de un Borges que se per-día entre los libros de una biblioteca o —para usar una metáfo-ra cara a nuestro escritor— que se nos escapaba corriendo, gi-rando en cada esquina de un vasto laberinto. No bien encontrá-bamos el año o la biografía que buscábamos, Borges se nos ade-lantaba y desaparecía detrás de un ignoto personaje o de una os-cura leyenda oriental. Cuando otra vez lo encontrábamos, tras mucho buscar, Borges arrojaba enseguida a nuestras manos algu-na anécdota sin fecha, alguna cita sin autor, y de nuevo lo veía-mos perderse, escapando por la rendija entreabierta de una puer-ta o entre filas de estantes y anaqueles. Para recuperar sus pala-bras lo seguimos por las páginas de incontables enciclopedias y las salas de la Biblioteca Nacional, lo buscamos en las páginas de sus libros y en decenas de conferencias y entrevistas, lo encon-tramos en su nostalgia del latín, en las sagas del Norte y en los recuerdos de sus colegas y amigos. Cuando llegamos por fin a nuestra meta, habíamos recorrido más de dos mil años de histo-ria, los siete mares y los cinco continentes. Pero Borges nos es-peraba tranquilo y sonriente. Correr de la antigua India al me-dioevo europeo no lo había fatigado. Pasar de Caedmon a Cole-ridge era para él moneda común.
Dos alegrías nos reconfortan después de terminada esta la-bor. La primera es haber contribuido a abrir una puerta en el es-pacio y en el tiempo; permitir a otros lectores asomarse con no-sotros a las aulas de la calle Independencia. La segunda es haber disfrutado estas clases con la misma intensidad que aquellos es-tudiantes que las presenciaron hace más de treinta años. Investi-gar y revisar cada recoveco del texto nos llevó —sin quererlo— a memorizar cada poema y cada frase, a asociar cada oración de Borges con sus cuentos, sus poemas y sus dichos, a formar y des-cartar hipótesis sobre cada coma, cada punto y cada renglón. Borges escribe: "Que alguien repita una cadencia de Dunbar o de Frost o del hombre que vio en la medianoche el árbol que sangra, la Cruz, y piense que por primera vez la oyó de mis la-bios. Lo demás no me importa".  Al terminar este libro, el lector encontrará que recuerda con placer líneas de Wordsworth y de Coleridge, que la música de William Morris lo ha hechizado, que personajes remotos como Hugh O'Neill o Harald Hardrada se han vuelto familiares, que gracias a Borges resuenan en sus oídos los hierros de la batalla de Brunanburh o los versos anglosajones de la Visión de la Cruz. Borges sonreiría satisfecho.
En las veinticinco clases que conforman este curso, Borges nos lleva en un verdadero viaje por la literatura inglesa, tan cer-cana a sus lecturas y a su obra. Este viaje —que comienza en las nieblas del tiempo con la llegada a Inglaterra de anglos, jutos y sajones, continúa luego con las obras de Samuel Johnson, se de-tiene en Macpherson, los poetas románticos y la época victoria-na— nos ofrece un panorama de la vida y obras de los prerrafae-listas, y termina en el siglo XIX, en Samoa, con uno de los escri-tores más cercanos a Borges: Robert Louis Stevenson.
"He enseñado exactamente cuarenta trimestres de literatura inglesa en la facultad, más que enseñado, he tratado de traducir el amor de esa literatura" —dijo Borges una vez—. "He preferi-do enseñarles a mis estudiantes no la literatura inglesa —que ig-noro— pero sí el amor de ciertos autores, o, mejor aún, de cier-tas páginas, o mejor aún, de ciertas líneas. Y con eso basta, me parece. Uno se enamora de una línea, después de una página, después del autor. ¿Bueno, por qué no? Es un hermoso proceso. Yo he tratado de llevar a mis estudiantes a eso." 
Desde la primera clase queda claro que se trata de un reco-rrido particular, guiado por las preferencias literarias del escritor. El hilo que une a todas estas clases es el placer literario, el afec-to con el que Borges aborda cada una de estas obras, y su inten-ción clara de contagiar su entusiasmo por cada autor y período estudiado.
Dentro de estas preferencias, hay una que ocupa un lugar prominente: la literatura anglosajona, a la que el profesor dedica nada menos que siete clases, más de una cuarta parte del curso. Esto —que es ya del todo inusual para cualquier curso de litera-tura inglesa— resulta aun más curioso para un curso dictado en un país de lengua castellana. Borges dedica una clase a las ken-nings, dos al estudio de la Gesta de Beowulf y otras tantas al bes-tiario anglosajón, a los poemas guerreros de Maldon y Brunan-burh, a "La visión de la Cruz" y "La sepultura". Indagar las ra-zones de este énfasis en las letras de la Inglaterra medieval se vuelve entonces inevitable: ¿Qué encontraba Borges en esta lite-ratura? ¿Qué representaba para Borges el estudio del inglés an-tiguo? Preguntas amplias en cuyas respuestas se entretejen reali-dad y ficción, el pasado familiar de Borges y su concepción filo-sófica y literaria del mundo.
Para responderlas, debemos analizar brevemente la historia del idioma inglés, tradicionalmente dividida en tres períodos:
Inglés antiguo o anglosajón: siglo V hasta 1066
Inglés medio: 1066-1500
Inglés moderno: 1500 hasta el presente
El anglosajón, primer estadio de la lengua inglesa, es una for-ma arcaica que conserva muchas de las características del germá-nico común, entre ellas tres géneros gramaticales (tenemos así sustantivos masculinos como se eorl, "el hombre" o se hring, "el anillo" y neutros como þæt hus, "la casa", o þæt boc, "el libro", y femeninos como seo sunne, "el sol", o seo guð, "la batalla"),  tres números en los pronombres (singular ic: "yo" plural we: "noso-tros", dual wit: "nosotros dos"), un complejo sistema de conju-gación de verbos, cinco casos de inflexión y numerosos paradigmas de declinación de sustantivos y adjetivos, junto con un vo-cabulario casi puro, influido al comienzo apenas por unas pocas palabras de origen celta y latino. Se trata pues de una lengua del todo incomprensible incluso para los hablantes de inglés moder-no, quienes deben estudiarlo como si fuera un idioma extranje-ro para poder entenderlo. Vaya a modo de ejemplo el anal co-rrespondiente al año 793 de la Crónica anglosajona:

Her wæron reðe forebecna cumene ofer Norðanhymbra land, and pæt folc earmlic bregdon, pæt wæron ormete ligræs-cas, and fyrenne dracan wæron gesewene on þam lifte fleo-gende. þam tacnum sona fyligde mycel hunger, and litel æfter þam, pæs ilcan geares, on vi Idus Ianuarii, earmlice heþenra manna hergung adilegode Godes cyrican in Lindisfarnaee purh hreaflac ond mansliht.

Este año terribles portentos asolaron a las tierras de Nor-tumbria y atemorizaron miserablemente a sus gentes: hubo terribles relámpagos de luz y se vieron feroces dragones vo-lando en el aire. A estos ominosos signos siguió una gran hambruna, y muy poco después, el 8 de junio de ese mismo año, las hordas de hombres paganos cayeron sobre la iglesia de Dios en Lindisfarne, a la que devastaron con rapiña y muerte.

Que el inglés antiguo fuera el ancestro remoto de la lengua inglesa,  tan querida por nuestro escritor, es explicación suficien-te para justificar su interés en estudiarlo: las composiciones que el profesor Borges analiza en sus clases se encuentran entre las primeras escritas en una lengua que podríamos llamar inglesa. Pero el idioma anglosajón tiene para Borges dos atractivos adi-cionales. En primer lugar, posee una significación personal: se trata de la lengua que hablaban los ancestros remotos del escri-tor por vía paterna: su abuela Frances Haslam había nacido en Staffordshire. "Quizá no sea más que una superstición mía" —escribió Borges una vez— "pero el hecho de que los Haslam hayan vivido en Nortumbria y Mercia —o, como se las llama hoy, Northumberland y las Midlands— me vincula con un pasa-do sajón y quizá también danés."
En su conferencia sobre "La ceguera" de Siete noches, Bor-ges escribe:
Yo era profesor de literatura inglesa en nuestra universidad. ¿Qué podía hacer para enseñar esa casi infinita literatura, esa literatura que sin duda excede el término de la vida de un hombre o de las generaciones?... Vinieron a verme unas alumnas que habían dado examen y lo habían pasado. ..A las niñas (serían nueve o diez) les dije: 'Tengo una idea, ahora que ustedes han pasado y yo he cumplido con mi deber de pro-fesor, ¿no sería interesante que emprendiéramos el estudio de un idioma y una literatura que apenas conocemos?' Me pre-guntaron cuál era ese idioma y cuál era esa literatura. 'Bueno, naturalmente, el idioma inglés y la literatura inglesa. Vamos a empezar a estudiarlos, ahora que estamos libres de la frivoli-dad de los exámenes; vamos a empezar por los orígenes'. 
En segundo lugar, Borges encuentra en las escenas de esta poesía el auténtico "sabor de lo épico" que lo conmueve y emo-ciona. Más de una vez Borges explica este disfrute contraponien-do la pluma a la espada, lo sentimental a lo heroico, su condición de poeta enfrentada al coraje que mostraron sus mayores en combate.
A esto se agrega lo inesperado de su descubrimiento. En su "Ensayo autobiográfico", Borges afirma:
Siempre consideré a la literatura inglesa como la más rica del mundo; el descubrir una cámara secreta en los orígenes de esa literatura me pareció un regalo adicional. 
Esta idea se repite en el hermosísimo prólogo a su Breve an-tología anglosajona.
Hará unos doscientos años se descubrió que [la literatura in-glesa] encerraba una suerte de cámara secreta, a manera del oro subterráneo que guarda la serpiente del mito. Ese oro an-tiguo es la poesía de los anglosajones. 
Borges encuentra en ese oro antiguo algo remoto, extraño y valioso, un tesoro que, al ser desenterrado y recuperado, lo de-vuelve a la época azarosa y heroica de sus mayores. A este carác-ter originario y épico se suma el placer fonoestético que este idioma le produce. Al comenzar a estudiarlo, Borges siente que sus palabras resuenan con una extraña belleza:
Los versos en un idioma extranjero tienen un prestigio que no tienen en el idioma propio, porque se oye, porque se ve cada una de las palabras. 
Borges nunca olvidará esta embriaguez inicial. Cada vez que se refiera al inglés antiguo, describirá una vez más este mundo auditivo:
El lenguaje anglosajón, el inglés antiguo, estaba por su mis-ma aspereza predestinado a la épica, es decir a la celebración del coraje y de la lealtad. Por eso... lo que les sale especial-mente bien a los poetas es la descripción de batallas. Es como si oyéramos el ruido de las espadas, el golpe de las lanzas so-bre los escudos, el tumulto de los gritos de la batalla. 
Pareciera que a nuestro profesor le hubiera gustado estar allí, en medio de la lucha, presenciando el choque de las espadas, el crujido de los estandartes y el encuentro de los hombres. Pero el poder evocativo que los versos anglosajones tienen para Borges no termina allí. A estas imágenes auditivas las complementan otras, de carácter visual. Cada vez que la parquedad del poeta deja un detalle o una imagen sin describir, Borges complementa los versos con descripciones de su propia imaginación. Encontramos un ejemplo en su narración de la Batalla de Maldon. El poema original comienza con las siguientes líneas:
Het þa hyssa hwæne hors forlætan,                                                                                                                                                     feor afysan, and forð gangan,
Que se traducen literalmente de la siguiente manera:
Le ordenó entonces a cada guerrero que dejara atrás su caballo                                                   Que lo enviara lejos y que avanzara
La traducción que Borges ofrece, sin embargo, tiene ligeras variaciones:
Les pidió que rompieran filas, que se apearan,                                                                                     que mandaran a latigazos a los caballos a la querencia y que avanzaran.
Ni los latigazos ni ningún equivalente a la "querencia" figu-ran en el texto original. No nos consta que los guerreros de Byrhtnoth tuvieran fustas a la mano, y el poema anglosajón no indica el lugar adonde debían ser enviados sus caballos (el alcal-de sólo ordena que los alejen). Son estos agregados de Borges, que tienen tal vez poco que ver con la Inglaterra medieval, pero que contribuyen sin lugar a dudas a acercar la batalla de Maldon y a los protagonistas de ese combate del siglo X a nuestro país y nuestra época.
Al continuar el estudio de este poema, Borges recrea el pai-saje y la escena inicial del combate:
Entonces el alcalde les dice que se formen en fila. Más allá se verían las altas naves de los vikings, esas naves con un dra-gón en la proa y con velas rayadas, y los vikings noruegos ha-brían desembarcado ya.
Una vez más, la descripción de Borges es una versión libre, enriquecida por su imaginación. La orden del alcalde sí se en-cuentra en los versos de "Maldon", pero ni las altas naves, ni las velas rayadas ni el desembarco de los vikings figuran en el poe-ma, cuyo comienzo se ha perdido. Borges, sin embargo, necesi-ta imaginar la escena en detalle para que la acción comience a transcurrir:
Los sajones ven cómo van desembarcando los vikings. Pode-mos imaginar a los vikings con sus yelmos ornamentados de cuernos, ver que llega toda esta gente...
Estas descripciones parecen verdaderas películas, y Borges de hecho asocia estas imágenes visuales con el cinematógrafo en más de una oportunidad:
Y luego entra en escena —porque este poema es muy lindo— un muchacho... Y este muchacho... tiene un halcón en el pu-ño: es decir, estaba entregado a lo que se llama caza de alta-nería. Y algo hay que ocurre, algo que un director cinemato-gráfico aprovecharía ahora. El muchacho siente que las cosas van en serio, y entonces deja que el querido halcón vuele al bosque, y entra en la batalla.
Igual procedimiento utiliza al describir la batalla de Stam-ford Bridge:
El ejército sajón salió con treinta o cuarenta jinetes... Podemos imaginarlos cubiertos de hierro. Quizá los caballos tuvieran hierro también. Si ustedes [la] han visto, [la película] Alejan-dro Nevsky puede servirles para imaginar esta escena. 
Como si se tratara de films de acción, las descripciones de Borges nos sumergen en la tensión de los versos. En su rol de profesor, Borges no sólo describe y analiza, sino que, de alguna manera, insufla vida, significado y movimiento a estas obras épi-cas.
Es esta misma sensibilidad la que lleva a Borges a entretejer en estas clases historia y leyenda, mito y realidad. Sin las restric-ciones que imponen una conferencia o el número de páginas de un manual, Borges despliega aquí su costumbre de mezclar he-chos reales con ficción literaria, desdibujando los límites de esos dos ámbitos que en el universo borgeano se desdoblan siempre para luego fusionarse.
Así, en su descripción de la batalla de Hastings, Borges in-tercala un episodio poético de Heine o hechos legendarios toma-dos de la Gesta Regum Anglorum de William de Malmesbury; en su explicación sobre las expediciones vikingas irrumpen citas de la Crónica de los Reyes de Noruega, obra que combina verda-des históricas con material de carácter legendario o ficticio. De más está decir que no se trata de descuidos, sino de una actitud coherente con la cosmovisión del escritor.  A Borges, para quien la historia representaba por momentos una rama más de la literatura fantástica, le preocupaban menos la realidad de los he-chos que el goce literario o la emoción que produce cada relato o escena. Así, al explicar las razones que llevaron a la batalla de Stamford Bridge, nuestro profesor se lamenta:
Tenemos pues al rey Harold y a su hermano, el conde Toste o Tostig, según los textos. Ahora, el conde creía que él tenía de-recho a parte del reino, que el rey debía dividir Inglaterra con él. El rey Harold no accedió, y entonces Tostig se fue de Inglaterra y se hizo aliado del rey de Noruega, a quien lla-maban Harald Hardrada, Harald el resuelto, el duro... Es una lástima que tenga casi el mismo nombre de Harold, pero no se puede modificar la historia. 
¡A Borges le gustaría cambiar nada menos que los nombres de los protagonistas para mejorar la calidad literaria de este epi-sodio!
En conclusión: No importa si en realidad hubo un vikingo que saqueó una ciudad creyendo que era Roma; no importa si el Rey Olaf Haraldsson poseía en verdad una agilidad extraordina-ria; no importa si el juglar Taillefer entró realmente en Hastings haciendo malabarismos con su espada. Más allá de su veracidad puntual, estas escenas tienen valor por la atmósfera que contri-buyen a crear.
Entregado al placer literario que le producen estas obras, su exaltación del coraje y las sílabas de hierro de su idioma, Borges juega durante estas clases con etimologías, intercala en su análi-sis palabras y versos anglosajones; los recita, explica y analiza, e intenta —por sobre todo— despertar en sus alumnos el mismo placer que él encuentra en esta lengua.
En otras palabras: Borges siente la necesidad y la vocación de compartir este oro antiguo. En las últimas líneas de la Gesta, los geatas afirman que Beowulf era un guerrero gentil, amable con sus súbditos y ansioso de alabanza. Sabemos que Borges era un hombre gentil; nos consta que no le interesaba la fama. Podemos estar seguros, sin embargo, de que hubiera recibido con agrado el título real del que lo hace merecedor este curso: beahgifa,   "dador de anillos", "distribuidor de tesoros", "repartidor de ri-quezas" expresión que utilizaban los anglosajones para subrayar la generosidad del monarca al repartir el oro entre sus hombres.
Martín Hadis


 Agradecimientos

Agradecemos muy especialmente a la Dra. Ana María Barrenechea, quien re-visó las pruebas e hizo valiosas sugerencias; a los profesores Dan Donoghue y Joseph Harris de la Universidad de Harvard por sus observaciones y comenta-rios en temas relacionados con las literaturas medievales de Inglaterra e Islan-dia; a María Kodama por su amable disposición en la preparación de este libro. Queremos agradecer también a las siguientes personas: profesor Roberto Ca-sazza y Eduardo Calabrese, de la Biblioteca Nacional; profesor Hugo M. Cas-tro, profesora Silvia Delpy; profesora Carmen Dragonetti; profesora Alejandri-na Falcón; profesor Jack Lynch, de la Universidad de Rutgers; Lic. Pablo Man-tel; Dr. Orrin W. Robinson, de la Universidad de Stanford; Amanda Sobel, de la Universidad de Harvard; profesora María Teresa Villares, de la U.B.A.









"Yo sé, o más bien me dicen, porque desde luego yo no puedo verlo,                                           que mis clases se llenan cada vez más de alumnos, y que                                                                  muchos no están ni siquiera inscriptos en la materia. De modo                                                               que debiéramos suponer que quieren oírme, ¿no?"

Jorge Luis Borges, entrevista con B.D., 1968                                                                         Publicada en Clarín el 7 de diciembre de 1989.











Los títulos de libros, publicaciones periódicas, films y obras de teatro se indican en cursiva.
Los nombres de poemas, cuentos, artículos y ensayos se indi-can entre comillas.
Los números de página indicados en citas tomadas de Litera-turas germánicas medievales y Breve antología anglosajona co-rresponden a la edición de 1997 de las Obras Completas en cola-boración (OCC) publicadas por Emecé Editores.
Las demás citas que se refieren a otras obras de Borges corres-ponden a la edición de sus Obras Completas (OC), publicadas por Emecé Editores en Buenos Aires en 1997.
Cuando se especifica en una nota el número del capítulo de una saga, éste corresponde siempre a la edición que aparece en la Bibliografía seleccionada, al final de este volumen.
  Viernes 14 de octubre de 1966


Clase Nº 1

Los anglosajones. La poesía y las kennings.                                                    Genealogía de los reyes germánicos.


La literatura inglesa comienza a desarrollarse a fines del siglo VII o a principios del VIII. De esa época son las primeras manifesta-ciones que poseemos, anteriores a las de las demás literaturas eu-ropeas. En las dos primeras bolillas vamos a tratar de esa literatu-ra: de la poesía y la prosa anglosajonas. Será útil, para cubrir el material de estas bolillas, un libro que he escrito con la señorita Vázquez, llamado Literaturas germánicas medievales. Está en Editorial Falbo.  Antes de continuar, deseo aclarar que este estu-dio que vamos a hacer lo desarrollaremos de acuerdo al punto de vista de la literatura, con referencia al medio económico, político o social sólo cuando sea necesario para la inteligibilidad del texto.
Empezamos entonces la primera bolilla, que trata de la épica y los anglosajones que llegaron a las Islas Británicas luego del abandono de éstas por las legiones romanas; se señala el siglo V, aproximadamente el año 449. Las islas británicas eran la colonia más alejada de Roma, la más septentrional y habían sido con-quistadas hasta Caledonia, actual territorio escocés, donde vi-vían los pictos, pueblo de origen celta separado del resto de Bre-taña por la muralla de Adriano. Al sur habitaban los celtas con-vertidos al cristianismo y los romanos. En las ciudades, la gente culta hablaba latín; las clases bajas hablaban diversos dialectos gaélicos. Los celtas eran un pueblo que ocupaba los territorios de Iberia, Suiza, Tirol, Bélgica, Francia y Bretaña. La mitología que poseían fue borrada por la acción de los romanos y de las in-vasiones bárbaras, a no ser en los territorios de Gales y en Irlan-da, donde se salvaron algunos restos de ella.
En el año 449, Roma se desintegra y retira las legiones de Bre-taña. Este fue un acontecimiento importantísimo, porque el país quedó sin la defensa con que contaba y expuesto a los ataques de los pictos por el norte y de los sajones por el este. Se supone que estos últimos eran una confederación de pueblos piratas, ya que como pueblo no están incluidos en la Germania de Tácito. Eran "germanos del mar", afines a los posteriores vikings. Habitaron en el Rhin bajo y en los Países Bajos. Los anglos vivían en el sur de Dinamarca y los jutos, como lo dice su nombre, en Jutlandia. Y ocurrió entonces que a un jefe celta, britano, al ver que el sur y el oeste estaban amenazados por los piratas, se le ocurrió usar a los unos contra los otros. A este fin, llamó a los jutos para que lo ayudaran en la lucha con los pictos. Y es entonces que llegan dos jefes germanos, Hengest,  cuyo nombre significa "potro", y Horsa, cuyo nombre significa "yegua".
"Germanos" es, entonces, el nombre de una serie de tribus con diversos gobiernos y que hablaban dialectos afines, que lue-go originaron las actuales lenguas danesa, alemana, inglesa, etc. Tenían mitologías comunes, de las que se ha salvado solamente la escandinava, en el punto más alejado de Europa: Islandia. Co-nocemos por esta mitología salvada en las Eddas  algunas corres-pondencias: por ejemplo, el Odín escandinavo era el Wotan ale-mán y el Woden inglés. Los nombres de los dioses han quedado en los días de la semana, que se tradujeron del latín al inglés an-tiguo: Monday, lunes, día de la luna, "moon"; martes, día de Marte, es Tuesday, día del dios germano de la guerra y de la glo-ria; miércoles, día de Mercurio, se asimiló a Woden en Wednes-day; el día de Jove, Jueves, dio Thursday, día de Thor, con el nombre escandinavo; el día de Venus es Friday, la Frija alemana, Frig en Inglaterra, la diosa de la belleza; Saturday es el día de Sa-turno; el domingo, día del señor —cosa que se ve en el italiano, "domenica"— quedó como el día del sol: Sunday.
De las mitologías sajonas queda poco. Como sabemos, en Es-candinavia se adoraba a las valquirias, divinidades guerreras que volaban y llevaban el alma de los guerreros muertos al paraíso; y sabemos que también fueron veneradas en Inglaterra gracias a un proceso del siglo IX, en el que una vieja fue acusada de ser una valquiria. Es decir que estas mujeres guerreras que en sus caba-llos voladores llevaban al paraíso a los muertos, fueron transfor-madas por el cristianismo en brujas. Así, en el concepto común, los viejos dioses fueron interpretados como demonios.
Si bien no existía una unidad política germana, esos pueblos reconocían una unidad de otro tipo, nacional. Así a los extranje-ros se los llamaba "wealh", que luego da en el inglés "welsh" que se aplica a los galeses. Queda esta palabra también en el nombre "Galicia", "galo", etc. Es decir que aplicaban este nombre a todo aquel que no fuera germano. El jefe celta Vortigern llamó a los jutos en su ayuda. Éstos partieron en sus naves a remo —no te-nían mástiles— y desembocaron en el condado de Kent. Inme-diatamente emprendieron la guerra y derrotaron a los pictos con gran facilidad. Y tan fácil lo hicieron que pensaron en ocupar el país. No se puede, en realidad, hablar de una invasión armada, porque esta conquista fue llevada a cabo casi pacíficamente. In-mediatamente después se forma el primer reino germánico de Inglaterra, regido por Hengest. Se fueron formando así multitud de pequeños reinos. Al mismo tiempo, los germanos abandona-ron en masa los territorios del sur de Dinamarca y Jutlandia y fundaron Northumbria, Wessex, Bernicia. Toda esta muche-dumbre de pequeños reinos se convirtió un siglo después al cris-tianismo, por la acción de monjes venidos de Roma y de Irlan-da. Estas acciones, en principio complementadas, llegaron a crear rivalidades entre los monjes de las dos procedencias. Acer-ca de esta conquista espiritual hay varios detalles para subrayar, primeramente la manera en que recibieron a Cristo los paganos. Cuenta Beda el Venerable  de un rey que tenía dos altares: uno dedicado a Cristo y otro para los demonios.  Estos demonios son, sin duda alguna, los dioses germánicos.
Aquí se presenta otro problema. Los reyes germánicos des-cendían directamente de los dioses. No había cómo negarle a un jefe que rindiese homenaje a sus antepasados. Así que los sacer-dotes cristianos que fueron encargados por su cultura de redac-tar las genealogías de los reyes —algunas han llegado a noso-tros—, se encontraron en el dilema de no contradecir a los reyes y, al mismo tiempo, de no negar la Biblia. La solución que en-contraron fue realmente curiosa. Tenemos que notar que para los antiguos el pasado se remontaba no más allá de quince o veinte generaciones: no podían ellos concebir un pasado en la extensión con que lo concebimos nosotros. Así que en estas ge-nealogías, luego de unas cuantas generaciones, vemos el entron-que con los dioses, que a su vez se entroncaban con los patriar-cas hebreos. Así que, por ejemplo, el bisabuelo es Odín, el cual es nieto de algún patriarca. Y luego se remontan directamente a Adán. Como máximo, su concepción del pasado llegaba a quin-ce generaciones, o poco más.
La literatura de estos pueblos abarca muchos siglos. Se ha per-dido en grandísima parte. Por Beda el Venerable la fechamos co-mo desde mediados del siglo V. Y desde el año 449 hasta el año 1066, en que se libró la batalla de Hastings, de todo ese gran pe-ríodo, sólo nos quedan cuatro códices y poco más.  El primero, el Códice de Vercelli, fue encontrado en el monasterio del mismo nombre, en el norte de Italia, en el siglo pasado. Es un cuaderno en anglosajón, que se supone fue llevado por peregrinos ingleses que volvían de Roma y que, afortunadamente para nosotros, ol-vidaron en el convento este manuscrito. Hay otros códices: la Crónica anglosajona, una traducción de Boecio, de Orosio, leyes, un "Diálogo de Salomón y Saturno".  Y nada más. Están luego las epopeyas. El famoso Beowulf, composición de más de 3.200 ver-sos, supondría, quizás, otras epopeyas desaparecidas. Pero éstas son absolutamente hipotéticas. Además, dado que, luego de la proliferación de cantos breves y a partir de éstos, se forma la epo-peya, es lícito suponer que ésta pueda estar aislada.
La poesía es, en todos los casos, anterior a la prosa. Parecería que el hombre canta antes de hablar. Pero hay otras razones muy importantes. Un verso, una vez compuesto, actúa como mode-lo. Se lo repite una y otra vez y llegamos al poema. En cambio, la prosa es mucho más complicada, requiere un esfuerzo mayor. Además, no debemos olvidar la virtud mnemónica del verso. Así, en la India, los códigos están en verso.  Supongo que han de tener algún valor poético, pero no están escritos en verso por eso sino simplemente porque en esa forma es más fácil recordarlos.
Debemos ver bien lo que significa "verso". Esta palabra tiene un sentido muy elástico. No es la misma concepción en todos los pueblos ni en todas las épocas. Por ejemplo, nosotros pensa-mos en verso isosilábico y rimado; los griegos pensaban en ver-so entonado, caracterizado por el paralelismo, frases que se ba-lancean. Pero nada de esto es el verso germánico. Fue difícil en-contrar la ley de construcción de estos versos, porque en los có-dices no están —como lo hacemos nosotros— escritos uno bajo el otro, sino que se encuentran escritos en forma corrida. Ade-más, no hay signos de puntuación. Pero de todas maneras, al fin se encontró que en cada verso hay tres palabras cuya primera sí-laba es tónica y que estaban aliteradas. Se han encontrado rimas, pero son casuales: el que escuchara esa poesía seguramente no las oiría. Y digo el que las escuchara, porque eran poemas para ser leídos o cantados con acompañamiento de arpa. Con respecto al verso aliterado, un germanista dice que tiene la ventaja de confi-gurar una unidad. Pero debemos agregar su desventaja y es que no permite la estrofa. En efecto, si en castellano nosotros escu-chamos el juego de rimas, éstas nos conducen a esperar la con-clusión; esto es, si en un cuarteto se empieza con rima en "-ía", siguen dos versos con "-aba", esperamos que el cuarto sea tam-bién en "-ía". Pero con la aliteración no ocurre así. Al cabo de unos cuantos versos, el sonido del primero, por ejemplo, ha de-saparecido de nuestra mente y así la sensación de estrofa desapa-rece. La rima, en cambio, permite la agrupación en estrofas.
Un recurso que los poetas germánicos descubrieron tardía-mente y que utilizaron poco fue el estribillo. Pero la poesía ha-bía desarrollado otro instrumento poético de jerarquía: éste está representado por los kennings,  metáforas descriptivas, cristali-zadas. Porque como los poetas hablaban siempre de las mismas cosas, tocaban los mismos temas siempre —esto es: la lanza, el rey, la espada, la tierra, el sol— y éstas eran palabras que no em-pezaban con la misma letra, debieron buscar un recurso. La poe-sía era, como digo, solamente épica. No existía la poesía erótica. La poesía sentimental aparecerá mucho después, en el siglo IX, con las elegías anglosajonas. Así que en la poesía, que era sola-mente épica, para nombrar esas cosas cuyos nombres no empe-zaban con la misma letra, se formaron palabras compuestas. Es-te tipo de formaciones son absolutamente posibles y usuales en las lenguas germánicas. Y luego se dieron cuenta de que esas pa-labras compuestas podían perfectamente ser utilizadas como metáforas. Así fue que comenzaron a llamar al mar "camino de la ballena", "camino de las velas" o "baño del pez"; llamaron a la nave "potro del mar" o "ciervo del mar" o "jabalí de las olas", siempre usando nombres de animales; como regla general, sen-tían a la nave como un ser vivo. Al rey se lo llamó "pastor del pueblo" y también —esto seguramente por los juglares, para su beneficio—, "generoso de anillos" Estas metáforas, algunas de las cuales son hermosas, se utilizaron como lugares comunes. Todos las usaban y todos las entendían.
En Inglaterra, los poetas acabaron por darse cuenta, sin em-bargo, de que estas metáforas —algunas de las cuales, repito, eran muy hermosas, como aquella que hablaba del pájaro diciéndole "guardián del verano"—, llegaban a trabar la poesía, así que pau-latinamente las abandonaron. Pero en cambio, en Escandinavia, se las llevó a su último grado de desarrollo: se hicieron metáforas de metáforas, mediante combinaciones sucesivas. Así que si nave era "caballo del mar" y mar era "campo de la gaviota", entonces la nave sería "el caballo del campo de la gaviota". Y ésta es una metáfora, por así decirlo, de primer grado. Como el escudo era la "luna de los piratas" —los escudos eran redondos, hechos de ma-dera— y la lanza era la "serpiente del escudo", ya que lo destruía, entonces la lanza sería la "serpiente de la luna de los piratas"
Evolucionando así, se llegó a una poesía complicadísima, os-cura. Por supuesto, esto se dio en la poesía culta, en los medios más altos de la sociedad. Y como estos poemas eran recitados o cantados, se suponía que las metáforas primeras, las que sirven de base, ya eran conocidas por el público. Conocidas y muy co-nocidas, casi identificadas con la palabra. Pero sea como sea, lle-garon a ser oscurísimas, tanto que hay que hacer un verdadero acertijo para reconocerlas en su sentido real. Tanto es así que transcriptores de siglos posteriores, en otras versiones de los mismos poemas que tenemos, demuestran no entenderlas. Una bastante simple, como ésta: "el cisne de la cerveza de los muer-tos", a nosotros, cuando nos la presentan, no sabemos interpre-tarla. Así que si la desglosamos y vemos que "la cerveza de los muertos" significa la sangre y que el "cisne de la sangre" es de-cir el ave de la muerte, es el cuervo, tenemos que "el cisne de la cerveza de los muertos" significa simplemente "cuervo". Y en Escandinavia se hicieron así poemas enteros y con una comple-jidad cada vez mayor. Pero esto no ocurrió en Inglaterra. Las metáforas se mantuvieron en primer grado, sin avanzar más allá.
Con respecto al uso de la aliteración, es curioso notar que, si en un verso aparecen las palabras tónicas que comienzan por vo-cales distintas entre sí, el verso se considera igualmente alitera-do. Si en un verso hay una palabra con vocal "a", otra con "e" y otra con "i", están aliteradas. En realidad, no podemos saber exactamente cómo se pronunciaban las vocales en el anglosajón. El inglés antiguo era, sin duda, de un sonido más abierto y más sonoro que el actual. El actual se construye con las consonantes actuando como cumbres de la sílaba. En cambio, el anglosajón o inglés antiguo —ambas palabras son sinónimas—   era de carác-ter eminentemente vocálico.
El léxico del anglosajón era, por lo demás, absolutamente ger-mánico. Antes de la conquista normanda, la única influencia de interés que pueda registrarse es la entrada de unas quinientas pa-labras aproximadamente, que fueron tomadas del latín. Estas pa-labras eran religiosas sobre todo o, si no, conceptos que no exis-tían anteriormente en esos pueblos.
En cuanto a la conversión de los germanos, cabe decir que a los germanos politeístas no les fue difícil aceptar otro dios: uno más no es nada. Pero a nosotros, por ejemplo, aceptar el paga-nismo politeísta nos sería bastante difícil. A los germanos, no; en un principio Cristo no fue más que un dios nuevo. El problema de la conversión, además, no ofrecía grandes dificultades. La conversión no era, como sería actualmente, individual, sino que, convertido el rey, se convertía todo el pueblo.
Las palabras que encontraron cabida en el anglosajón por re-presentar conceptos nuevos fueron aquellas tales como "empera-dor", noción que ellos no poseían. Aún ahora, la palabra alemana "kaiser", que tiene esa significación, viene de la latina "cæsar". En efecto, los germanos, en general, conocían bien a Roma. La reco-nocían como una cultura superior y la admiraban. Por eso, la conversión al cristianismo significaba la conversión a una civili-zación superior. Era un incontrastable atractivo, sin duda.
En la próxima clase veremos el Beowulf, poema del siglo VII, el más antiguo de toda la épica, anterior al Poema del Cid, del si-glo XI o X, y a la Chanson de Roland,  un siglo anterior al Cid y al Nibelungenlied.   Es la más antigua epopeya de todas las li-teraturas europeas. Luego proseguiremos con el "Fragmento de Finnsburh".


 Sin fecha, probablemente 15/10/1966 



jueves, 3 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires.


Edición, investigación y notas de
Martín Arias y Martín Hadis

BORGES PROFESOR

Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires


Emecé Editores

 Va este libro para mis padres, Ana Maria Goldstein y Alfredo Arias, y para mi hermana Eva, por su constante apoyo hacia to-dos mis proyectos.
Martin Arias


A mi abuela, Ana Rosa R. de Genijovich, con cariño y gratitud por su vasta biblioteca de ilimitados libros ingleses.
Martín Hadis
 Sobre este libro
Estas clases fueron grabadas por un pequeño grupo de alumnos de literatura inglesa con el fin de que pudieran estudiar aquellos alumnos del curso que por su trabajo no podían asistir a las cla-ses en el horario establecido. De las grabaciones originales en cinta magnetofónica (aún no existían las cassettes), ese grupo de estudiantes realizó las transcripciones que fueron la base para la confección de este libro.
Las cintas se han perdido; probablemente hayan sido luego utilizadas para grabar otras clases, quizá de otras materias. Seme-jante descuido puede parecer hoy imperdonable. Sin embargo, debemos tener en cuenta que en 1966 —año en que fueron dic-tadas estas clases—Jorge Luis Borges aún no era considerado un genio indiscutido como hoy. Los constantes cambios políticos de nuestro país hacían resaltar más sus declaraciones sobre la actua-lidad que su labor literaria. Para muchos de los estudiantes de su curso, Borges, aunque escritor eminente y director de la Biblio-teca Nacional, debía ser sólo un profesor más. Las transcripcio-nes de las clases, por lo tanto, no fueron preparadas sino para el estudio de la materia, desgrabadas a máquina a las apuradas para cumplir, seguramente, con los tiempos de los exámenes.
Quizás eso debamos agradecerlo: no hubo al desgrabar nin-gún intento de modificar el lenguaje oral de Borges, ni de com-pletar sus palabras, que nos han llegado intactas con sus repeti-ciones y latiguillos. Esto, que resulta evidente al leer las clases, se confirma cotejando el lenguaje utilizado aquí por Borges con el de otros textos tomados de su discurso oral, como las diversas conferencias y entrevistas publicadas. Los transcriptores se preocuparon además por dejar constancia de la textualidad de sus notas, anotando debajo de la transcripción de cada clase la frase: "Es versión fiel". Esta fidelidad mantuvo, afortunadamen-te, no sólo el discurso docente de Borges sino también sus co-mentarios al margen y hasta las palabras coloquiales que el pro-fesor dirigía a sus alumnos.
En contrapartida, el apuro y el desconocimiento llevó a los transcriptores a desgrabar fonéticamente todo nombre propio, nombres de obras o frases en idioma extranjero que aparecieran en las clases, dando lugar a numerosos errores: la gran mayoría de los nombres de autores y títulos de obras citadas aparecían con sus nombres mal escritos; los recitados en anglosajón y en inglés, así como las disquisiciones etimológicas de Borges, resul-taban completamente ilegibles en las transcripciones originales.
Cada uno de los nombres que aparecen en el texto debió ser revisado y corregido. No fue difícil darse cuenta de que "Rose-ti" era Dante Gabriel Rossetti. Llevó sin embargo más tiempo desentrañar que quien aparecía como "Wado Thoube" era en realidad el poeta Robert Southey, o que el transcriptor había es-crito "Bartle" ante cada mención del filósofo George Berkeley. Muchos de estos nombres parecían inhallables y exigieron labo-riosas búsquedas. Tal fue el caso —entre otros— del jesuita del siglo XVIII Martino Dobrizhoffer, que aparecía en el original co-mo "Edoverick Hoffer" o del profesor Livingston Lowes, cuyo nombre había sido transcripto como el título de una presunta obra, titulada "Lyrics and Lows".
La falta de familiaridad de los transcriptores con los textos literarios estudiados queda en evidencia en numerosas ocasio-nes. Nombres tan conocidos como los del Dr. Jekyll y Mr. Hy-de aparecían en el original bajo extrañas denominaciones, que amenazaban con convertir en múltiple la ya terrible dualidad del personaje. El Dr. Jekyll es "Jaquil”, "Shekli" "Shake", "Sheke" o "Shakel", mientras que Mr. Hyde es a la vez "Hi", "Hid" y "Hait", variantes que conviven en una misma página y en oca-siones en un mismo párrafo. Otros personajes y autores adole-cían de problemas semejantes y a menudo resultó difícil detectar que se referían a una misma persona. Así el héroe Hengest apa-recía en una línea correctamente escrito, pero en la siguiente se había convertido en "Heinrich"; el filósofo Spengler se escondía indistintamente tras los apelativos de "Stendler" o "Spendler" o el mucho más lejano "Schomber".
Las citas poéticas de Borges eran asimismo ilegibles. Algu-nas, al ser develadas, resultaron directamente cómicas. Quizás el ejemplo más significativo de esta serie sea el verso de Leaves of Grass: "Walt Whitman, un cosmos, hijo de Manhattan", que en el original aparecía transcripto como "Walt Whitman, un cojo, hijo de Manhattan", cambio que sin duda hubiera inquietado al poeta.
Durante sus clases, Borges solicitaba a menudo a sus alum-nos que prestaran su vista y su voz para leer poemas en voz alta. A medida que un alumno leía, Borges iba comentando cada es-trofa. En la transcripción original, sin embargo, los poemas reci-tados por los alumnos habían sido eliminados por completo. Al faltar en la transcripción esos versos, los comentarios de Borges acerca de estrofas sucesivas aparecían apiñados unos sobre otros de modo indescifrable. Para devolverle coherencia a estas clases, las estrofas recitadas por alumnos fueron buscadas y restauradas consultando las fuentes. Los comentarios de Borges fueron lue-go intercalados en una verdadera tarea de montaje.
Un trabajo semejante exigió la restauración de citas en inglés antiguo, transcriptas en el original por fonética. Aunque grave-mente distorsionadas, éstas eran aún reconocibles y se las repu-so utilizando los textos originales.
La puntuación del texto, muy oscura en la apurada transcrip-ción original, debió ser modificada casi por completo, intentan-do siempre seguir el ritmo que las frases debieron llevar en su forma oral.
La presente edición tuvo entonces por tarea la corrección de todos los datos posibles, enmendando todo lo que pudiera ser error de transcripción y haciendo las correcciones necesarias pa-ra pasar de la transcripción original a un texto más o menos flui-do. Asimismo, se buscó la fuente original de buena parte de los textos mencionados, citando en notas al pie los poemas comple-tos en idioma original (si éstos eran lo suficientemente breves) o los fragmentos aludidos (cuando se trataba de obras más exten-sas).
Para facilitar la lectura de las clases, fue necesario en algunos casos realizar modificaciones menores:
1) El agregado de palabras faltantes (nexos coordinantes, conjunciones, etc.), que con seguridad Borges pronun-ció, a pesar de su ausencia en la transcripción original.
2) La eliminación de alguna conjunción, presente en el len-guaje oral pero que realmente dificultaba la comprensión del texto escrito.
3) En contadísimas ocasiones, fue necesario acercar el suje-to y el predicado de frases en las que el entusiasmo de Borges lo llevaba a una larga digresión, aceptable en el lenguaje oral pero que hacía perder completamente el hi-lo del discurso en el texto escrito. Esto fue hecho varian-do el orden de las proposiciones en la oración, pero sin omitir una sola de las palabras pronunciadas.
Dado que ninguno de estos cambios altera los dichos ni la esencia del discurso de Borges, preferimos no indicarlos a lo lar-go del curso, ya que se trata de detalles de edición que podrían molestar al lector, sin sumar por otra parte ninguna información útil al contenido. En toda otra ocasión, aquellas palabras no pro-nunciadas por Borges, agregadas al texto para facilitar su lectu-ra, aparecen marcadas entre corchetes.
De cualquier modo, y esto es obvio, en ningún caso se mo-dificaron las palabras de Borges más allá de estas correcciones.
Las notas al pie tienden a explicar referencias poco claras, o a suministrar información acerca de obras, personas o hechos mencionados que pueda enriquecer la lectura de las clases. Más allá de referencias bibliográficas puntuales, hemos resistido en gran medida la tentación de vincular los temas tratados en las clases con el resto de la obra de Borges. La relación entre el Bor-ges escritor y el Borges de cátedra es tan estrecha que esto hu-biera requerido una cantidad de notas poco menos que inacaba-ble; por lo demás, no ha sido nuestro objetivo realizar una críti-ca o análisis del texto principal.
Muchas de las notas consisten en breves biografías; la longi-tud de cada una de éstas no resulta de un juicio de valor sino que está —en la mayoría de los casos— en proporción a dos facto-res: 1) lo desconocida que puede resultar cada figura y 2) su in-terés e importancia en el contexto de las clases. Así, al pastor de los godos, Ulfilas, o al historiador islandés Snorri Sturluson les corresponden varias líneas; para aquellos personajes más recien-tes o más conocidos, o mencionados al pasar, consideramos su-ficiente dar sus fechas, nacionalidad y otros datos que permitan identificarlos.
El lector encontrará asimismo que muchas de estas breves notas biográficas corresponden a figuras célebres. Su inclusión no presupone, por cierto, que el lector las desconozca. En todos los casos, la presencia de estas notas apunta a brindar la posibi-lidad de situar históricamente a estas figuras, dada la libertad con que Borges salta en sus comparaciones de siglo a siglo y de con-tinente a continente.
Ignoramos si Borges sabía de la existencia de estas transcrip-ciones; estamos sin embargo seguros de que se alegraría al com-probar que estas páginas perpetúan su labor docente. A todos aquellos estudiantes a quienes Borges, durante sus años de cáte-dra, enseñó con dedicación y afecto la literatura inglesa, podrá unírseles ahora una cantidad ilimitada de lectores.
Esperamos que los lectores disfruten tanto al leer este libro como nosotros al preparar su edición.
Martín Arias                                                                               Martín Hadis

Buenos Aires, febrero de 2000

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Jorge Luis Borges. Desino escandinavo. Revista Sur, Buenos Aires, Nº 219-220, enero-febrero de 1953.


DESTINO ESCANDINAVO

Que el destino de las naciones puede no ser menos interesante y patético que el de los individuos, es algo que Homero ignoró, que Virgilio supo y que sintieron con intensidad los hebreos. Otro problema (el problema platónico) es inquirir si las naciones existen de un modo verbal o de un modo real, si son palabras colectivas o entes eternos, el hecho es que podemos imaginarlas y que la desventura de Troya puede tocarnos más que la desventura de Príamo. Versos como éste del Purgatorio:

Vieni a veder la tua Roma che piagne

prueban el patetismo de lo genérico, y Manuel Machado ha podido lamentar, en un poema sin duda hermoso, el melancólico destino de las estirpes árabes "que todo lo tuvieron y todo lo perdieron". Acaso es lícito recordar brevemente los rasgos diferenciales de ese destino: la revelación de la Divina Unidad, que hará catorce siglos aunó a los pastores de un desierto y los arrojó a una batalla que no ha cesado y cuyos límites fueron la Aquitania y el Ganges; el culto de Aristóteles que los árabes enseñaron a Europa, tal vez sin comprenderlo del todo, como si repitieran o transcribieran un mensaje cifrado... Por lo demás, tener y perder es la común vicisitud de los pueblos. Estar a punto de tener todo y perderlo todo es el trágico destino alemán. Más raro y más afín a los sueños es el destino escandinavo, que procuraré definir.

Jordanes, a mediados del siglo vi, dijo de Escandinavia que esta isla (por isla la tuvieron los cartógrafos y los historiadores latinos) era como el taller o vaina de las naciones; las bruscas tropelías escandinavas en los más heterogéneos puntos del orbe confirmarían este parecer, que legó a De Quincey la frase officina gentium. En el siglo IX los vikings irrumpieron en Londres, exigieron de París un tributo de siete mil libras de plata y saquearon los puertos de Lisboa, de Burdeos y de Sevilla. Hasting, merced a una estratagema, se apoderó de Luna, en Etruria, y pasó a cuchillo a sus defensores y la incendió, porque pensó que se había apoderado de Roma. Thorgils, jefe de los Forasteros Blancos (Finn Gaill), rigió el Norte de Irlanda; los clérigos, destruidas las bibliotecas, huyeron y uno de los exilados fue Escoto Erígena. Un sueco, Rurik, fundó el reino de Rusia; la capital, antes de llamarse Novgórod, se llamó Holmgard. Hacia el año 1000 los escandinavos, bajo Leif Eiriksson, arribaron a la costa de América. Nadie los inquietó, pero una mañana (según consta en la Saga de Erico el Rojo) muchos hombres en canoas de cuero desembarcaron y los miraron con algún estupor. "Eran oscuros y muy mal parecidos y el pelo de las cabezas era feo; tenían ojos grandes y anchas mejillas". Los escandinavos les dieron el nombre de skraelingar, gente inferior. Ni escandinavos ni esquimales supieron que el momento era histórico; América y Europa se miraron con inocencia. Un siglo después, las enfermedades y la gente inferior habían acabado con los colonos. Los anales de Islandia dicen: "En 1121, Erico, obispo de Groenlandia, partió en busca de Vinland". Nada sabemos de su suerte; el obispo y Vinland (América) se perdieron.

Desparramados por la faz de la tierra quedan epitafios de vikings, en piedras rúnicas. Uno es así:

"Tola erigió esta piedra a la memoria de su hijo Harald, hermano de Ingvar. Partieron en busca de oro, fueron muy lejos y saciaron al águila en el Oriente. Murieron en el Sur, en Arabia". Otro dice:

"Que Dios se apiade de las almas de Orm y de Gunnlaug, pero sus cuerpos yacen en Londres". En una isla del Mar Negro se halló el siguiente: "Grani erigió este túmulo en memoria de Karl, su compañero".

Este fue grabado en un león de mármol que estaba en el Pireo y que fue trasladado a Venecia:

"Guerreros labraron las letras rúnicas... Hombres de Suecia lo pusieron en el león".

Inversamente, suelen descubrirse en Noruega monedas griegas y árabes y cadenas de oro y viejas alhajas traídas del Oriente.

Snorri Sturlason, a principios del siglo XIII, redactó una serie de biografías de los reyes del Norte; la nomenclatura geográfica de esa obra, que comprende cuatro siglos de historia, es otro testimonio de la grandeza del orbe escandinavo; en sus páginas se habla de Jorvik (York), de Bjarmaland, que es Arkangel, o los Urales, de Nórvesund (Gibraltar), de Serkland (Tierra de Sarracenos), que abarca los reinos islámicos, de Blaaland (Tierra Azul, Tierra de Negros), que es África, de Saxland o Sajonia, que es Alemania, de Helluland (Tierra de Piedras Lisas), que es Labrador, de Markland (Tierra Boscosa), que es Terranova, y de Miklagard (Gran Población), que es Constantinopla, donde aventureros suecos y anglosajones integraron, hasta que el Oriente cayó, la guardia del emperador bizantino. Pese a la vastedad que surge de esta enumeración, la obra no configura la epopeya de un imperio escandinavo. Hernán Cortés y Francisco Pizarro conquistaron tierras para su rey; las dilatadas empresas de los vikings fueron individuales. "Carecieron de ambiciones políticas" explica Douglas Jerrold. Al cabo de un siglo, los normandos (hombres del Norte) que, bajo Rolf, se fijaron en la provincia de Normandía y le dieron su nombre, habían olvidado su lengua y hablaban en francés...

El arte medieval es connaturalmente alegórico; así, en la Vita Nuova, que es un relato de orden autobiográfico, la cronología de los hechos está supeditada al número 9, y Dante conjetura que la misma Beatriz era un nueve, "es decir un milagro, cuya raíz es la Trinidad". Ello ocurrió hacia 1292; cien años antes, los islandeses redactaban las primeras sagas, que son la perfección del realismo. Pruébelo este sobrio pasaje de la Saga de Grettir:

"Días antes de la noche de San Juan, Thorbjórn fue a caballo a Bjarg. Tenía un yelmo en la cabeza, una espada al cinto y una lanza en la mano, de hoja muy ancha. A la madrugada llovió. De los peones de Atli, algunos trabajaban en la siega del heno; otros se habían ido a pescar al Norte, a Hornstrandir. Atli estaba en su casa, con poca gente. Thorbjórn llegó hacia el mediodía. Solo, cabalgó hasta la puerta. Estaba cerrada y nadie había afuera. Thorbjórn llamó y se ocultó detrás de la casa, para que no lo vieran desde la puerta. La servidumbre oyó que llamaban y una mujer fue a abrir. Thorbjórn la vio, pero no dejó que lo vieran, porque tenía otro propósito. La mujer volvió al aposento. Atli preguntó quién estaba fuera. Ella dijo que no había visto a nadie y mientras hablaban así, Thorbjórn golpeó con fuerza.

"Entonces dijo Atli: 'Alguien me busca y trae un mensaje que ha de ser muy urgente'. Abrió la puerta y miró: no había nadie. Ahora llovía con violencia y por eso Atli no salió; con una mano en el marco de la puerta, miró en torno. En ese instante saltó Thorbjórn y le empujó con las dos manos la lanza en la mitad del cuerpo.

"Atli dijo, al recibir el golpe: 'Ahora se usan estas hojas tan anchas'. Luego cayó de boca sobre el umbral. Las mujeres salieron y lo hallaron muerto. Thorbjórn, desde su caballo, gritó que el matador era él y se volvió a su casa".

Con esta prosa de rigores clásicos convivió (el hecho es singular) una poesía barroca; los poetas no decían cuervo sino cisne rojo o cisne sangriento y no decían cadáver sino carne o maíz del cisne sangriento. Agua de la espada y rocío del muerto dijeron por la sangre; luna de los piratas, por el escudo...

El realismo español de la picaresca adolece de un tono sermoneador y de cierta gazmoñería ante lo sexual, ya que no ante lo inmundo; el realismo francés oscila entre el estímulo erótico y lo que Paul Groussac apodó "la fotografía basurera"; el realismo norteamericano va de lo sensiblero a lo cruel; el de las sagas corresponde a una observación imparcial. Con justa exaltación pudo escribir William Patón Ker: "La mayor proeza del antiguo mundo germánico en sus últimos días la constituyeron las sagas, que encerraban fuerza bastante para cambiar el mundo entero, pero no fueron conocidas ni comprendidas" (English Literature, Medieval, 1912), y en otra página de otro libro rememoró: "la gran escuela islandesa; la escuela que murió sin sucesión hasta que todos sus métodos fueron reinventados, independientemente, por los grandes novelistas, al cabo de siglos de tanteo y de incertidumbre" (Epic and Romance, 1896).

Bastan los hechos anteriores, entiendo, para definir el extraño y vano destino de las gentes escandinavas. Para la historia universal, las guerras y los libros escandinavos son como si no hubieran sido; todo queda aislado y sin rastro,

SUr, Buenos Aires, Nº 219-220, enero-febrero de 1953.

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