Giovanni Papini aborda a Dante en su ensayo Dante y otros estudios de historia de la literatura italiana con una mezcla de veneración, crítica espiritual y audacia interpretativa. Publicado en 1949 en español, este volumen reúne reflexiones sobre Dante, Jacopone da Todi, Cecco Angiolieri y Guido Cavalcanti, entre otros. Pero el núcleo más potente es Dante vivo (1933), donde Papini no se limita a analizar la obra del poeta florentino, sino que lo resucita como figura humana, espiritual y profética
Rasgos clave del enfoque de Papini sobre Dante
Retrato espiritual y humano: Papini, convertido al cristianismo, presenta a Dante como un hombre completo: poeta, filósofo, teólogo y profeta, pero también sujeto a debilidades humanas. No lo idealiza como estatua, sino que lo muestra como alguien que sufrió, amó, fracasó y creó desde la soledad y el dolor.
Crítica a la imagen estatuaria: Rechaza la visión sobrehumana del autor de la Divina Comedia, proponiendo una lectura que reconcilia sus contradicciones: la sensualidad con la espiritualidad, el orgullo con la humildad, la audacia con la sensibilidad.
Dante como símbolo de la Edad Media y de la modernidad: Papini lo ve como síntesis de su época, pero también como visionario que anticipa la misión espiritual de la Iglesia y la unidad política del mundo.
Estilo apasionado y provocador: Fiel a su estilo, Papini mezcla erudición con fervor, sarcasmo y dramatismo. Su Dante no es solo objeto de estudio, sino interlocutor, espejo y mártir.
En colaboración: Dr. Enrico Giovanni Pugliatti y Méndez-Limbrick
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DANTE (Historia de la Literatura Italiana) ★
LA PRIMERA TRIADA. - JACOPONE DA TODI. — GUIDO CAVALCANTI. - CECCO ANGI0L1ERI. — MUERTES Y RENACIMIENTOS. — DANTE. Traducción de PABLO GIROSI Ediciones FARO Victoria 1373 BUENOS AIRES NOTA DEL TRADUCTOR
Es el estilo de Papini, uno de los más serios obstácu los que debe salvar el traductor, si quiere que su labor refleje todo lo novelesco de la obra original. He tratado de superar esta dificultad de la mejor \manera, buscando la interpretación exacta, el giro de la frase más ajustado dentro de las leyes preceptivas del castellano y hasta los términos — sustantivos, adjetivos, verbos — a menudo deliberadamente consonantes, a fin de mantener en lo posible esa relación intima entre la idea del autor y su peculiar forma de expresarla. De las citas de los escritores que iban manejando un idioma en gestación y que aun al conocedor del italicno moderno pueden resultar ininteligibles, he traducido en prosa los versos y he tratado en todos los casos de ceñir me menos al texto y más a su interpretación, volviendo llano y comprensible lo que al profano pudiera parecer oscuro e i/idescifrable. Solamente para los tercetos de la "Divina Comedia” de Dante, me he valido casi siempre de la traducción de Bartolomé Mitre, tan clara y fiel como para constituir un elemento valioso de interpreta ción y embellecimiento, incluido en mi modesta labor.
P. G. BENITO MUSSOLINI AMIGO DE LA POESIA Y DE LOS POETAS ESTA DEDICADA ESTA OBRA QUE DESCRIBE E ILUSTRA UNA DE LAS MAS RICAS PROVINCIAS DEL IMPERIO ESPIRITUAL ITALIANO ORIGINALIDAD DE LA OBRA í
Cada vez que se torna a escribir una historia cien ve ces narrada, el autor comete una doble falta: condena las inteligencias al fastidio de escuchar de nuevo cosas harto sabidas, y trata de robar parte de su tiempo a lectores ya por demás abrumados. El torturador y ladrón debe justificarse desde el co mienzo. El atenuante más valedero, en estos casos, es la promesa de ofrecer algo original. Confío en que val ga para mi también. Tres son las novedades más importantes de la presente obra: la primera se refiere al autor; la segunda, al con tenido: la última, al objeto. Todas las historias de la literatura italiana han sido compuestas, hasta la fecha, por honrados o apresurados compiladores, por pacientes o irascibles eruditos, por sa gaces o caprichosos filólogos, por humildes o presuntuo sos fabricantes de manuales y, a veces, por ridículos ex perimentadores in corpore nobili de estéticas echadas a perder: pero nunca por verdaderos escritores, por poe tas y artistas. El mismo De Sanctis — que, sin embargo, se yergue de la cintura para arriba del sepulcro destapado por sus exhumadores — era, sí, un crítico más atrevido y apa sionado que los de siempre, pero crítico al fin, y, por lo tanto, discurseador filosófico mucho más que artista (1). Y que careciera del primero y esencial don de los artis tas de la palabra, es decir, el estilo, lo demostró Gabriel D’Annunzio en una dura pero no modificable senten cia (2). En Fóscolo, Leopardi, Manzoni y otros autores mo dernos se encuentran ensayos y juicios sueltos sobre nuestros antiguos escritores, que nos hacen vislumbrar qué pulposa y vivacísima historia literaria habríamos po dido tener, si alguno de ellos hubiese querido ser el Vasari de los más descollantes poetas y prosistas ita lianos. Pero ni Carducci —que poseía, sin embargo, el raro y sumo don de aunar en sí una inmejorable preparación filológica y la directa experiencia del arte— quiso o pu do escribir una historia acabada de nuestra literatura. Algunos reprobarán, por temeraria, mi resolución de emprender lo que no osaron hombres tan superiores a mí en sabiduría e ingenio. De este pecado de manifiesta soberbia —monas grave e innoble que aquellos pecados de falsa y fingida humil dad en que todos los días incurren los fariseos de la cid- tura— no quiero aducir disculpas de palabras: la obra misma llevará consigo la absolución o la condena.
Cualquiera que sea la suerte que la espera, es ésta mía de todas maneras, la primera historia de la literatura italiana escrita por uno de los dueños de casa —aun que sea el último de los condominos— y no, como lafl otras, por porteros intrigantes, por inspectores de des (1) “ í>e Sanctia, una excelente pentona, rero lleno de preorupndonM y de prejuicios (prejuicio*, entendámonos, filosóficos, estéticos, critico*, etcétera. Que son lo» peores, porque son más arraigados y seguidos". G. CARDUCCI, Opere, XVI, 104. v2) “ No lograba adueñarse del element* de que el arte literario ee oemoone. es decir el verbo... £3 escritor es dominado y arrastrado por nía frases que él no sabe someter a au voluntad” , etc., etc.. G. D'ANÍJUN- ZÍO* en el “Razonamiento” que precede “ La Beata fíiva, de A. í'ONTl. Milán, Troves, XXXVI-XLIV víos, por subarrendatarios abusivos o por amanuenses de paso. Y no es que todas las demás sean como para tirarse: no pretendo en absoluto que ésta pueda tomar el lugar de aquéllas para toda clase de lectores.
El que busca las modestas vidas de cada mediano e ínfimo autor, los pe queños resúmenes de las obras famosas, las bibliografías completas de las monografías ilegibles y de los artícu los inhallables, las descripciones de los códigos anónimos y acéfalos, y, sobre todo, las soluciones, a menudo ilu sorias, de “problemas” casi siempre imaginarios, recu rrirá para sus necesidades a alguna de esas historias escritas por los diligentes anticuarios o por los cizañe ros de la estética. Sostengo, empero, que una historia compuesta por uno que de ella, bien o mal, es parte, puede con justicia exis tir, y espero que podrá gustar y ser útil a alguien. Si es verdad lo que Sarpi y Vico pensaban, que per fectamente se conocen sólo aquellas cosas que sabemos hacer, no podrá tildarse de presunción la esperanza de un escritor de poder comprender mejor que otros a los que ya profesai'on su mismo arte. Una fraternal conge nialidad entre el historiador y los héroes de su historia torna la obra más segura, más apasionada y más hermo sa.
El ideal —jamás alcanzado— sería que la historia de un arte lograra ser también una obra de arte. 2 Segunda novedad: esta obra acogerá y dibujará sólo a escritores de primera y segunda magnitud; poco más de sesenta en total. La horda restante, que constituye la intermedia y baja clase de la sociedad que escribe, de berá, desde luego, refugiarse en esos asilos que son las historias de la ciencia, de la filología, de la erudición, de la historiografía y de la cultura varia. Muchas historias de la literatura italiana, también en tre las breves, preparadas para iaa escuelas, se asemejan, en cierto modo, al asilo de Rómulo. Basta que un escu- dillador de libros haya ganado, en un siglo cualquiera, un ambo en la lotería de la celebridad para que se vea hospedado en uno de los modernos hipogeos de las letras patrias, aunque radie más, a excepción de los maestros por obligación y de los alumnos por obediencia, se acuer de de ¿I. Pero la historia de un arte aun vivo de una nación viviente no debe parecerse a un museo arqueológico en el cual estén expuestos los despojos inútilmente embal samados de tantos que fueron famosos solamente en su tiempo. Aquella muchedumbre de afortunadas mediocri dades que estiba de sí los capítulos de casi todas las his torias literarias está formada, en su mayor parte, por secuaces o discípulos de los grandes, por imitadores ser viles o chafallones —cuando no sean copiantes o plagia rios. En el mejor de los casos, eran personillas que hin charon «1 pee fin y el estómago para pavonearse en los cuadrivios de nuestra república y a menudo— tan gran de es el poder de los vendedores de charlas entre el vulgo de los contentadizos— consiguieron su pequeño nicho en las galerías de la celebridad. Se trata de bustos polvo rientos, pero de aspecto venerable, de medallones descas carados, pero que muestran aún las trazas de un altivo perfil.
Ante estos simulacros de estuco y de yeso los his toriadores devotos no tienen el coraje de pasar de largo y los tratan como a personas vivas y catalogan por milé sima vez los títulos de obras que nadie lee y repiten con pocas variaciones el juicio que va arrastrándose de ma nual en manual, sin advertir que se ha vuelto más em bustero que un epitafio. Entre los que no figuran en la presente historia hay también hombres de alto valer y que yo admiro en la medida de todo su genio. Pero este genio lo manifesta ron mucho más en otras artes o disciplinas que como es critores. Compusieron libros y volúmenes, pero jamás fueron artistas o sólo lo fueron por casualidad. Son, ver bigracia, eminentes filósofos como Juan Bautista Vico; insignes recopiladores e ilustradores de antigüedades como Muratori; historiadores copiosos y afortuna dos como Ammirato y Botta; escultores o pintores ex celentes como Ghiberti y Salvador Rosa; sabios de buena clase como Mascheroni y Ascoli.
Todos ellos y muchos otros «ue podríanse agregar, no se sabe con qué derecho o razón, aparecen en las historias de la literatura, dado que, juzgados como escritores, fueron apenas aguanta bles y quedaron de todo modo lejísimo de la perfección en ese arte que es el solo que aquí cuenta, es decir, el de la palabra. liaros son los que por natural privilegio del genio pueden figurar con el mismo derecho en más de una historia, y nadie se extrañará de encontrar también en esta mía a un redentor de gigantes como Miguel An gel, a un anatomista de los hombres como Muquiavelo, a un descubridor de los cielos como Galileo. Para elegir a los protagonistas legítimos, he tomado en cuenta, ante todo, la suerte de las obras. Cuando, por su valor intrínseco, un libro ha logrado sobrevivir durante siglos y no sólo como titulo o curiosidad sirio como nutrimento y gozo del lector no obligado; cuando un libro ha sido acogido con favor aun más allá de los confines de la patria y ha sido traducido, comentado y discutido en todas las naciones civilizadas, podemos abri gar la seguridad de que se trata de una obra que sigue fiendo viva, digna de ser amada y comprendida por in telecto?. vivos.
Hav escritores «ue en coninnto tomien- aan e integran toda una escuela, una manera, una re- foiT.’í! a moda literaria y merecen, pues, ser retratados atentamente, aunque 110 sean siempre !os mayores. Pero de nada sirve dar ingreso libre, por inercia ovejuna, ul abigarrado séquito que cada uno de aquellos arrastra consigo en las historias literarias. Son, casi todos, dis cípulos que no supieron superar al maestro, sombras sub alternas y súcubos: no se saca ningún provecho, a los fines del conocimiento del arte, malgastando frases y pá ginas en ellos. Una vez que he hablado de Guido Caval canti, ¿de qué sirve recoger las débiles rimas de Gianni Alfani o de Guido Orlandi? Una vez que he estudiado a Cecco Angolieri, ¿para qué detenerse sobre Cennc della Chitarra o Rústico di Filippo? Y luego de haber contemplado la figura titánica de Dante, ¿con qué ob jeto rebajarse a atrapar una vez más, en los pantanos del olvido, a esos dantezuelos de bolsillo que se llama ron Fació degli Uberti y Federico Frezzi? Y después de haber ahondado el alma y la potencia lírica de Petrarca, ¿es menester acaso pasar lista de aquel inmenso rebaño de petrarquistas que suspiró, baló y vagó por tres bue nos siglos a expensas del Cancionero? Diráse, tal vez, que de este modo mi libro no resulta rá una historia “orgánica”, sino una sarta de ensayos; que falta la "textura conexiva” que debe enlazar los ór ganos vitales y que está constituido, en el vasto conjun to de la literatura, también por los menores, los medio cres, los pequeños, los mínimos e ínfimos que aquí que dan excluidos. Ilusión también ésta. El que padece la manía de hacer historia integral veríase reducido al absurdo de redac tar elencos interminables de semidesconocidos y olvida dos, y ni aun así lograría reproducir la fisonomía autén tica de nn siglo.
La multilátera complejidad de la vida no puede reconstruirse en las páginas de un libro, por extenso que sea. El historiador, igual que el artista, no puede hacer a menos de elegir. Admitida la necesidad de la elección, es razonable que se elija tan sólo a los escritores que imprimieron a las épocas su propio sello, es decir, que determinaron el curso de la verdadera historia literaria. Esta obra, pues, tiene todo el derecho de llamarse his toria, más que aquéllas, abiertas de par en par a todos, semejantes a dormitorios públicos. Y es historia no sólo por la razón antedicha, sino también por su unidad in terior debida al método y por aquellos capítulos de enla ce que trazan las líneas maestras del desarrollo de nues tra literatura e iluminan ios fondos sobre los cuales so bresalen los protagonistas. La historia política está hecha, dicen, por las masas, pero en los momentos épicos y decisivos es obra de mag nos solitarios que ensoñerean y encarnan sueños, volun tades y necesidades de todo un pueblo. También la his toria literaria tiene sus héroes, sus soberanos; los pre cursores, sucesores, cortesanos y papagayos deben con formarse con unas pocas líneas en las bibliografías y en las enciclopedias.
Hacer la historia de un arte quiera decir modelar las estatuas de los genios creadores, in novadores, dominadores: lo restante es burguesía omiti- ble y sopa incomible . 3 La tercera novedad se refiere, como dije, al objeto, y por ende también a los caminos y vehículos elegidos para alcanzarlo. Desde que se escriben historias de la literatura italiana hemos asistido al uso y abuso do los dos métodos cono cidos bajo el nombre de método histórico y método esté tico. Durante todo el Setecientos predominaron los ar chivistas; en los albores del Ochocientos salieron a la escena los filosofistas; en torno al 1870 adquirieron nue vamente preponderancia y arrogancia los historiadores puros; en los albores del Novecientos han vuelto a adue ñarse del campo los estetistas puros. Ha habido, pues, temporadas de predominio de las ra tas de biblioteca y temporadas de advenimiento de los murciélagos de la filosofía. Y estos murciélagos, cuya prosopopeya es, en verdad, mayor que la de loa ratones, sostienen que sólo a ellos corresponden todo privilegio y toda primacía, porque por au cuerpo no dejan de ser ratones, es decir roedores de eruditos papeles, y poseen, además, las alas, con que se levantan —por desdicha tan sólo cuando el aire es oscuro— hasta los torreones rui nosos de la filosofía estética. Las polvorientas ratas, tremolándoles los bigotes en colerizados entre un incunable mutilado y un código membranáceo, replican que los traicioneros murciélagos, con pretextos engañosos, esquivan las fajinas biográfi cas y bibliográficas, mientras que ellos, a pesar ue ser ratas, ratones o topos, podrían, si así lo quisiesen, apron tar unos novelones estéticos que darían envidia a los más revoloteantes quirópteros. Ambos tienen un poco de razón: los ratones son dema siado materialistas, pero, a veces, dan prueba de buen gusto y de buen juicio, los murciélagos son demasiado abstractivos, pero alguno ele ellos no desdeña ni desco noce la minuciosa Dusqueda histurica. Loa ejemplares ex tremos son rarísimos: en las historias de los eruditos hay, a menudo, algún relampaguear de las girándulas es téticas; en las de ios estéticos aparece alguna noticia o síntesis histórica.
Ai fin y al cabo son primos camales, descendientes to dos del común profesor Aristóteles: los unos quieren apli car a la historia literaria loa métodos de la ciencia; ios otros sueñan con entender y juzgar el arte por medio de la filosofía, que equivaldría a querer comprender la pintura, guiados por la geometría o la música con las teorías de la acústica. Por mi parte tan poco me satisfacen loa unos como los otros, y éstos muchos menos que aquéllos. Los escarba dores son pedantea, peto inútiles; los fantaseadores son brillantes, pero infructuosos y, a veces, peligrosos. Por culpa de esas jibias profetizantes, la crítica lite raria se ha vuelto un sellado de voriceptos sobre las car nes vivas de la poesía o un desmenuzamiento de micros- copistas sensuales que pierden de vista el libro para sa borear la página, pierden la página para gozar el verso, pierden el verso para gustar la palabra, pierden la pala- ba para languidecer sobre la sílaba. Entre el despiojar de los que se alimentan de polvo y el desvariar de los “problemaniáticos” no quiero ele gir. Me he propuesto, en cambio, seguir un camino to talmente distinto — un camino que algunos juzgarárK tri llado. pero que a muchos parecerá enteramente nuevo y que de cualquier modo, es, a mi juicio, el mejor.
También la historia literaria, como cualquier obra de verdadero y honesto escritor, ha de ser “vital nutrimen to” para los que la lean. Las fechas, los sucesos y las variaciones pueden llamarse alimento, pero no vital por que sacia la curiosidad mas no el espíritu. Y el exhibir se en escamoteos teóricos a las puertas o bajo las ven tanas de las mansiones del arte, puede dar solaz a las inteligencias, pero no substancioso consuelo a las almas. Por “vital nutrimento” no entiendo el ejercicio de la memoria verbal o de la imaginativa filosófica, sino la preparación a la experiencia de la vida, el nuevo des pertar de los afectos, el adiestramiento en el arte. Una historia de la literatura ha de ser, si ustedes no se es candalizan de la palabra, educativa, es decir moral, ci vil, pragmática. Moral: porque el aproximarse a escritores que fueron grandes, y por ende varones de verdad y fuera de lo común, no debe tan sólo ayudar a un mejor conocimiento de la naturaleza humana, sino a enseñar, sobre todo, el amor a ¡a grandeza, la rectitud de la vida, la tenacidad en las dificultades, la tolerancia heroica en la desventu ra y en la miseria y más aún el deseo de superarnos con tinuamente, de subir a más celestiales firmamentos. No todos los poetas son modelos de perfecta moralidad, pero sirven lo mismo, por contraposición y contraste, a mos trarnos el peligro y la vergüenza de esos pecados que lle gan hasta disminuir o manchar la grandeza de los gran des. Civil: porque los poetas, como los artistas, interpretan mejor que el común de los mortales el alma profunda de la patria, y, representando y revelando mejor sus belle zas, configurando y transmitiendo mejor sus glorias, re avivan el amor a nuestro pueblo y a nuestra tierra. Pragmática: porque el desentrañamiento de las obras más acabadas y famosas no debe servir sólo de pretexto para nuevas comprobaciones de abstrusos e intrusos “fi- losofemas”, sino también a guiar a los principiantes y a los escritores mismos a un más certero dominio del idioma, a una conquista más genial del arte do escribir. La historia de la literatura italiana, como yo la sue ño, no debería tanto amueblar las inteligencias cuanto cambiar, enriquecer y enaltecer a las almas. Tres resul tados principales espero de ello: educar en las más altas virtudes, hacer amar mejor a Italia, adiestrar en la prác tica efectiva del arte. Estos son los anhelos y ensueños del autor de la pre sente obra —sinceramente anhelados y soñados—, aun que él no hubiese logrado realizarlos en todas sus partes. GIOVANNI PAP1NI.
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