miércoles, 14 de septiembre de 2016

Jorge Luis Borges. EL HACEDOR (1960) Poemario completo.


  EL HACEDOR
  (1960)


  A Leopoldo Lugones

  Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de Milton. Recuerdo haber recordado ya esa figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida, que maneja y supera el mismo artificio:
  Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.

  Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica deficiente le importa menos que la sana teoría.
  En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. La vasta Biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.
  J. L. B.
 Buenos Aires, 9 de agosto de 1960


  POEMA DE LOS DONES

  Nadie rebaje a lágrima o reproche
  esta declaración de la maestría
  de Dios, que con magnífica ironía
  me dio a la vez los libros y la noche.
  De esta ciudad de libros hizo dueños
  a unos ojos sin luz, que sólo pueden
  leer en las bibliotecas de los sueños
  los insensatos párrafos que ceden
  las albas a su afán. En vano el día
  les prodiga sus libros infinitos,
  arduos como los arduos manuscritos
  que perecieron en Alejandría.
  De hambre y de sed (narra una historia griega)
  muere un rey entre fuentes y jardines;
  yo fatigo sin rumbo los confines
  de esa alta y honda biblioteca ciega.
  Enciclopedias, atlas, el Oriente
  y el Occidente, siglos, dinastías,
  símbolos, cosmos y cosmogonías
  brindan los muros, pero inútilmente.
  Lento en mi sombra, la penumbra hueca
  exploro con el báculo indeciso,
  yo, que me figuraba el Paraíso
  bajo la especie de una biblioteca.
  Algo, que ciertamente no se nombra
  con la palabra azar, rige estas cosas;
  otro ya recibió en otras borrosas
  tardes los muchos libros y la sombra.
  Al errar por las lentas galerías
  suelo sentir con vago horror sagrado
  que soy el otro, el muerto, que habrá dado
  los mismos pasos en los mismos días.
  ¿Cuál de los dos escribe este poema
  de un yo plural y de una sola sombra?
  ¿Qué importa la palabra que me nombra
  si es indiviso y uno el anatema?
  Groussac o Borges, miro este querido
  mundo que se deforma y que se apaga
  en una pálida ceniza vaga
  que se parece al sueño y al olvido.

  EL RELOJ DE ARENA

  Está bien que se mida con la dura
  sombra que una columna en el estío
  arroja o con el agua de aquel río
  en que Heráclito vio nuestra locura.
  El tiempo, ya que al tiempo y al destino
  se parecen los dos: la imponderable
  sombra diurna y el curso irrevocable
  del agua que prosigue su camino.
  Está bien, pero el tiempo en los desiertos
  otra substancia halló, suave y pesada,
  que parece haber sido imaginada
  para medir el tiempo de los muertos.
  Surge así el alegórico instrumento
  de los grabados de los diccionarios,
  la pieza que los grises anticuarios
  relegarán al mundo ceniciento
  del alfil desparejo, de la espada
  inerme, del borroso telescopio,
  del sándalo mordido por el opio,
  del polvo, del azar y de la nada.
  ¿Quién no se ha demorado ante el severo
  y tétrico instrumento que acompaña
  en la diestra del dios a la guadaña
  y cuyas líneas repitió Durero?
  Por el ápice abierto el cono inverso
  deja caer la cautelosa arena,
  oro gradual que se desprende y llena
  el cóncavo cristal de su universo.
  Hay un agrado en observar la arcana
  arena que resbala y que declina
  y, a punto de caer, se arremolina
  con una prisa que es del todo humana.
  La arena de los ciclos es la misma
  e infinita es la historia de la arena;
  así, bajo tus dichas o tu pena,
  la invulnerable eternidad se abisma.
  No se detiene nunca la caída.
  Yo me desangro, no el cristal. El rito
  de decantar la arena es infinito
  y con la arena se nos va la vida.
  En los minutos de la arena creo
  sentir el tiempo cósmico: la historia
  que encierra en sus espejos la memoria
  o que ha disuelto el mágico Leteo.
  El pilar de humo y el pilar de fuego,
  Cartago y Roma y su apretada guerra,
  Simón Mago, los siete pies de tierra
  que el rey sajón ofrece al rey noruego,
  todo lo arrastra y pierde este incansable
  hilo sutil de arena numerosa.
  No he de salvarme yo, fortuita cosa
  de tiempo, que es materia deleznable.

  AJEDREZ

 I


  En su grave rincón, los jugadores
  rigen las lentas piezas. El tablero
  los demora hasta el alba en su severo
  ámbito en que se odian dos colores.
  Adentro irradian mágicos rigores
  las formas: torre homérica, ligero
  caballo, armada reina, rey postrero,
  oblicuo alfil y peones agresores.
  Cuando los jugadores se hayan ido,
  cuando el tiempo los haya consumido,
  ciertamente no habrá cesado el rito.
  En el Oriente se encendió esta guerra
  cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
  Como el otro, este juego es infinito.
 II


  Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
  reina, torre directa y peón ladino
  sobre lo negro y blanco del camino
  buscan y libran su batalla armada.
  No saben que la mano señalada
  del jugador gobierna su destino,
  no saben que un rigor adamantino
  sujeta su albedrío y su jornada.
  También el jugador es prisionero
  (la sentencia es de Omar) de otro tablero
  de negras noches y de blancos días.
  Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
  ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
  de polvo y tiempo y sueño y agonías?

  LOS ESPEJOS

  Yo que sentí el horror de los espejos
  no sólo ante el cristal impenetrable
  donde acaba y empieza, inhabitable,
  un imposible espacio de reflejos
  sino ante el agua especular que imita
  el otro azul en su profundo cielo
  que a veces raya el ilusorio vuelo
  del ave inversa o que un temblor agita
  y ante la superficie silenciosa
  del ébano sutil cuya tersura
  repite como un sueño la blancura
  de un vago mármol o una vaga rosa,
  hoy, al cabo de tantos y perplejos
  años de errar bajo la varia luna,
  me pregunto qué azar de la fortuna
  hizo que yo temiera los espejos.
  Espejos de metal, enmascarado
  espejo de caoba que en la bruma
  de su rojo crepúsculo disfuma
  ese rostro que mira y es mirado,
  infinitos los veo, elementales
  ejecutores de un antiguo pacto,
  multiplicar el mundo como el acto
  generativo, insomnes y fatales.
  Prolongan este vano mundo incierto
  en su vertiginosa telaraña;
  a veces en la tarde los empaña
  el hálito de un hombre que no ha muerto.
  Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
  paredes de la alcoba hay un espejo,
  ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
  que arma en el alba un sigiloso teatro.
  Todo acontece y nada se recuerda
  en esos gabinetes cristalinos
  donde, como fantásticos rabinos,
  leemos los libros de derecha a izquierda.
  Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
  no sintió que era un sueño hasta aquel día
  en que un actor mimó su felonía
  con arte silencioso, en un tablado.
  Que haya sueños es raro, que haya espejos,
  que el usual y gastado repertorio
  de cada día incluya el ilusorio
  orbe profundo que urden los reflejos.
  Dios (he dado en pensar) pone un empeño
  en toda esa inasible arquitectura
  que edifica la luz con la tersura
  del cristal y la sombra con el sueño.
  Dios ha creado las noches que se arman
  de sueños y las formas del espejo
  para que el hombre sienta que es reflejo
  y vanidad. Por eso nos alarman.

  ELVIRA DE ALVEAR

  Todas las cosas tuvo y lentamente
  todas la abandonaron. La hemos visto
  armada de belleza. La mañana
  y el claro mediodía le mostraron,
  desde su cumbre, los hermosos reinos
  de la tierra. La tarde fue borrándolos.
  El favor de los astros (la infinita
  y ubicua red de causas) le había dado
  la fortuna, que anula las distancias
  como el tapiz del árabe, y confunde
  deseo y posesión y el don del verso,
  que transforma las penas verdaderas
  en una música, un rumor y un símbolo,
  y el fervor, y en la sangre la batalla
  de Ituzaingó y el peso de laureles,
  y el goce de perderse en el errante
  río del tiempo (río y laberinto)
  y en los lentos colores de las tardes.
  Todas las cosas la dejaron, menos
  una. La generosa cortesía
  la acompañó hasta el fin de su jornada,
  más allá del delirio y del eclipse,
  de un modo casi angélico. De Elvira
  lo primero que vi, hace tantos años,
  fue la sonrisa y es también lo último.

  SUSANA SOCA

  Con lento amor miraba los dispersos
  colores de la tarde. Le placía
  perderse en la compleja melodía
  o en la curiosa vida de los versos.
  No el rojo elemental sino los grises
  hilaron su destino delicado,
  hecho a discriminar y ejercitado
  en la vacilación y en los matices.
  Sin atreverse a hollar este perplejo
  laberinto, atisbaba desde afuera
  las formas, el tumulto y la carrera,
  como aquella otra dama del espejo.
  Dioses que moran más allá del ruego
  la abandonaron a ese tigre, el Fuego.

  LA LUNA

  Cuenta la historia que en aquel pasado
  tiempo en que sucedieron tantas cosas
  reales, imaginarias y dudosas,
  un hombre concibió el desmesurado
  proyecto de cifrar el universo
  en un libro y con ímpetu infinito
  erigió el alto y arduo manuscrito
  y limó y declamó el último verso.
  Gracias iba a rendir a la fortuna
  cuando al alzar los ojos vio un bruñido
  disco en el aire y comprendió, aturdido,
  que se había olvidado de la luna.
  La historia que he narrado aunque fingida,
  bien puede figurar el maleficio
  de cuantos ejercemos el oficio
  de cambiar en palabras nuestra vida.
  Siempre se pierde lo esencial. Es una
  ley de toda palabra sobre el numen.
  No lo sabrá eludir este resumen
  de mi largo comercio con la luna.
  No sé dónde la vi por vez primera,
  si en el cielo anterior de la doctrina
  del griego o en la tarde que declina
  sobre el patio del pozo y de la higuera.
  Según se sabe, esta mudable vida
  puede, entre tantas cosas, ser muy bella
  y hubo así alguna tarde en que con ella
  te miramos, oh luna compartida.
  Más que las lunas de las noches puedo
  recordar las del verso: la hechizada
  dragon moon que da horror a la balada
  y la luna sangrienta de Quevedo.
  De otra luna de sangre y de escarlata
  habló Juan en su libro de feroces
  prodigios y de júbilos atroces;
  otras más claras lunas hay de plata.
  Pitágoras con sangre (narra una
  tradición) escribía en un espejo
  y los hombres leían el reflejo
  en aquel otro espejo que es la luna.
  De hierro hay una selva donde mora
  el alto lobo cuya extraña suerte
  es derribar la luna y darle muerte
  cuando enrojezca el mar la última aurora.
  (Esto el Norte profético lo sabe
  y también que ese día los abiertos
  mares del mundo infestará la nave
  que se hace con las uñas de los muertos.)
  Cuando, en Ginebra o Zurich, la fortuna
  quiso que yo también fuera poeta,
  me impuse, como todos, la secreta
  obligación de definir la luna.
  Con una suerte de estudiosa pena
  agotaba modestas variaciones,
  bajo el vivo temor de que Lugones
  ya hubiera usado el ámbar o la arena.
  De lejano marfil, de humo, de fría
  nieve fueron las lunas que alumbraron
  versos que ciertamente no lograron
  el arduo honor de la tipografía.
  Pensaba que el poeta es aquel hombre
  que, como el rojo Adán del Paraíso,
  impone a cada cosa su preciso
  y verdadero y no sabido nombre.
  Ariosto me enseñó que en la dudosa
  luna moran los sueños, lo inasible,
  el tiempo que se pierde, lo posible
  o lo imposible, que es la misma cosa.
  De la Diana triforme Apolodoro
  me dejó divisar la sombra mágica;
  Hugo me dio una hoz que era de oro,
  y un irlandés, su negra luna trágica.
  Y, mientras yo sondeaba aquella mina
  de las lunas de la mitología,
  ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
  la luna celestial de cada día.
  Sé que entre todas las palabras, una
  hay para recordarla o figurarla.
  El secreto, a mi ver, está en usarla
  con humildad. Es la palabra luna.
  Ya no me atrevo a macular su pura
  aparición con una imagen vana;
  la veo indescifrable y cotidiana
  y más allá de mi literatura.
  Sé que la luna o la palabra luna
  es una letra que fue creada para
  la compleja escritura de esa rara
  cosa que somos, numerosa y una.
  Es uno de los símbolos que al hombre
  da el hado o el azar que un día
  de exaltación gloriosa o de agonía
  pueda escribir su verdadero nombre.

  LA LLUVIA

  Bruscamente la tarde se ha aclarado
  porque ya cae la lluvia minuciosa.
  Cae y cayó. La lluvia es una cosa
  que sin duda sucede en el pasado.
  Quien la oye caer ha recobrado
  el tiempo en que la suerte venturosa
  le reveló una flor llamada rosa
  y el curioso color del colorado.
  Esta lluvia que ciega los cristales
  alegrará en perdidos arrabales
  las negras uvas de una parra en cierto
  patio que ya no existe. La mojada
  tarde me trae la voz, la voz deseada,
  de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

  A LA EFIGIE DE UN CAPITÁN DE LOS EJÉRCITOS DE CROMWELL

  No rendirán de Marte las murallas
  a éste, que salmos del Señor inspiran;
  desde otra luz (desde otro siglo) miran
  los ojos, que miraron las batallas.
  La mano está en los hierros de la espada.
  Por la verde región anda la guerra;
  detrás de la penumbra está Inglaterra,
  y el caballo y la gloria y tu jornada.
  Capitán, los afanes son engaños,
  vano el arnés y vana la porfía
  del hombre, cuyo término es un día;
  todo ha concluido hace ya muchos años.
  El hierro que ha de herirte se ha herrumbrado;
  estás (como nosotros) condenado.

  A UN VIEJO POETA

  Caminas por el campo de Castilla
  y casi no lo ves. Un intrincado
  versículo de Juan es tu cuidado
  y apenas reparaste en la amarilla
  puesta del sol. La vaga luz delira
  y en el confín del Este se dilata
  esa luna de escarnio y de escarlata
  que es acaso el espejo de la Ira.
  Alzas los ojos y la miras. Una
  memoria de algo que fue tuyo empieza
  y se apaga. La pálida cabeza
  bajas y sigues caminando triste,
  sin recordar el verso que escribiste:
  Y su epitafio la sangrienta luna.

  EL OTRO TIGRE

  And the craft that createth a semblance.

  MORRIS, Sigurd the Volsung, 1876

  Pienso en un tigre. La penumbra exalta
  la vasta Biblioteca laboriosa
  y parece alejar los anaqueles;
  fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
  él irá por su selva y su mañana
  y marcará su rastro en la limosa
  margen de un río cuyo nombre ignora
  (en su mundo no hay nombres ni pasado
  ni porvenir, sólo un instante cierto.)
  Y salvará las bárbaras distancias
  y husmeará en el trenzado laberinto
  de los olores el olor del alba
  y el olor deleitable del venado.
  Entre las rayas del bambú descifro
  sus rayas y presiento la osatura
  bajo la piel espléndida que vibra.
  En vano se interponen los convexos
  mares y los desiertos del planeta;
  desde esta casa de un remoto puerto
  de América del Sur, te sigo y sueño,
  oh tigre de las márgenes del Ganges.
  Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
  que el tigre vocativo de mi verso
  es un tigre de símbolos y sombras,
  una serie de tropos literarios
  y de memorias de la enciclopedia
  y no el tigre fatal, la aciaga joya
  que, bajo el sol o la diversa luna,
  va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
  su rutina de amor, de ocio y de muerte.
  Al tigre de los símbolos he opuesto
  el verdadero, el de caliente sangre,
  el que diezma la tribu de los búfalos
  y hoy, 3 de agosto del 59,
  alarga en la pradera una pausada
  sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
  y de conjeturar su circunstancia
  lo hace ficción del arte y no criatura
  viviente de las que andan por la tierra.
  Un tercer tigre buscaremos. Éste
  será como los otros una forma
  de mi sueño, un sistema de palabras
  humanas y no el tigre vertebrado
  que, más allá de las mitologías,
  pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
  me impone esta aventura indefinida,
  insensata y antigua, y persevero
  en buscar por el tiempo de la tarde
  el otro tigre, el que no está en el verso.

  BLIND PEW

  Lejos del mar y de la hermosa guerra,
  que así el amor lo que ha perdido alaba,
  el bucanero ciego fatigaba
  los terrosos caminos de Inglaterra.
  Ladrado por los perros de las granjas,
  pifia de los muchachos del poblado,
  dormía un achacoso y agrietado
  sueño en el negro polvo de las zanjas.
  Sabía que en remotas playas de oro
  era suyo un recóndito tesoro
  y esto aliviaba su contraria suerte;
  a ti también, en otras playas de oro,
  te aguarda incorruptible tu tesoro:
  la vasta y vaga y necesaria muerte.

  ALUSIÓN A UNA SOMBRA DE MIL OCHOCIENTOS NOVENTA Y TANTOS

  Nada. Sólo el cuchillo de Muraña.
  Sólo en la tarde gris la historia trunca.
  No sé por qué en las tardes me acompaña
  ese asesino que no he visto nunca.
  Palermo era más bajo. El amarillo
  paredón de la cárcel dominaba
  arrabal y barrial. Por esa brava
  región anduvo el sórdido cuchillo.
  El cuchillo. La cara se ha borrado
  y de aquel mercenario cuyo austero
  oficio era el coraje, no ha quedado
  más que una sombra y un fulgor de acero.
  Que el tiempo, que los mármoles empaña,
  salve este firme nombre, Juan Muraña.

  ALUSIÓN A LA MUERTE DEL CORONEL FRANCISCO BORGES (1833-1874)

  Lo dejo en el caballo, en esa hora
  crepuscular en que buscó la muerte;
  que de todas las horas de su suerte
  ésta perdure, amarga y vencedora.
  Avanza por el campo la blancura
  del caballo y del poncho. La paciente
  muerte acecha en los rifles. Tristemente
  Francisco Borges va por la llanura.
  Esto que lo cercaba, la metralla,
  esto que ve, la pampa desmedida,
  es lo que vio y oyó toda la vida.
  Está en lo cotidiano, en la batalla.
  Alto lo dejo en su épico universo
  y casi no tocado por el verso.

  IN MEMORIAM A. R.

  El vago azar o las precisas leyes
  que rigen este sueño, el universo,
  me permitieron compartir un terso
  trecho del curso con Alfonso Reyes.
  Supo bien aquel arte que ninguno
  supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
  que es pasar de un país a otros países
  y estar íntegramente en cada uno.
  Si la memoria le clavó su flecha
  alguna vez, labró con el violento
  metal del arma el numeroso y lento
  alejandrino o la afligida endecha.
  En los trabajos lo asistió la humana
  esperanza y fue lumbre de su vida
  dar con el verso que ya no se olvida
  y renovar la prosa castellana.
  Más allá del Myo Cid de paso tardo
  y de la grey que aspira a ser oscura,
  rastreaba la fugaz literatura
  hasta los arrabales del lunfardo.
  En los cinco jardines del Marino
  se demoró, pero algo en él había
  inmortal y esencial que prefería
  el arduo estudio y el deber divino.
  Prefirió, mejor dicho, los jardines
  de la meditación, donde Porfirio
  erigió ante las sombras y el delirio
  el Árbol del Principio y de los Fines.
  Reyes, la indescifrable Providencia
  que administra lo pródigo y lo parco
  nos dio a los unos el sector o el arco,
  pero a ti la total circunferencia.
  Lo dichoso buscabas o lo triste
  que ocultan frontispicios y renombres;
  como el Dios del Erígena, quisiste
  ser nadie para ser todos los hombres.
  Vastos y delicados esplendores
  logró tu estilo, esa precisa rosa,
  y a las guerras de Dios tornó gozosa
  la sangre militar de tus mayores.
  ¿Dónde estará (pregunto) el mexicano?
  ¿Contemplará con el horror de Edipo
  ante la extraña Esfinge, el Arquetipo
  inmóvil de la Cara o de la Mano?
  ¿O errará, como Swedenborg quería,
  por un orbe más vívido y complejo
  que el terrenal, que apenas es reflejo
  de aquella alta y celeste algarabía?
  Si (como los imperios de la laca
  y del ébano enseñan) la memoria
  labra su íntimo Edén, ya hay en la gloria
  otro México y otro Cuernavaca.
  Sabe Dios los colores que la suerte
  propone al hombre más allá del día;
  yo ando por estas calles. Todavía
  muy poco se me alcanza de la muerte.
  Sólo una cosa sé. Que Alfonso Reyes
  (dondequiera que el mar lo haya arrojado)
  se aplicará dichoso y desvelado
  al otro enigma y a las otras leyes.
  Al impar tributemos, al diverso
  las palmas y el clamor de la victoria;
  no profane mi lágrima este verso
  que nuestro amor inscribe a su memoria.

  LOS BORGES

  Nada o muy poco sé de mis mayores
  portugueses, los Borges: vaga gente
  que prosigue en mi carne, oscuramente,
  sus hábitos, rigores y temores.
  Tenues como si nunca hubieran sido
  y ajenos a los trámites del arte,
  indescifrablemente forman parte
  del tiempo, de la tierra y del olvido.
  Mejor así. Cumplida la faena,
  son Portugal, son la famosa gente
  que forzó las murallas del Oriente
  y se dio al mar y al otro mar de arena.
  Son el rey que en el místico desierto
  se perdió y el que jura que no ha muerto.

  A LUIS DE CAMOENS

  Sin lástima y sin ira el tiempo mella
  las heroicas espadas. Pobre y triste
  a tu patria nostálgica volviste,
  oh capitán, para morir en ella
  y con ella. En el mágico desierto
  la flor de Portugal se había perdido
  y el áspero español, antes vencido,
  amenazaba su costado abierto.
  Quiero saber si aquende la ribera
  última comprendiste humildemente
  que todo lo perdido, el Occidente
  y el Oriente, el acero y la bandera,
  perduraría (ajeno a toda humana
  mutación) en tu Eneida lusitana.

  MIL NOVECIENTOS VEINTITANTOS

  La rueda de los astros no es infinita
  y el tigre es una de las formas que vuelven,
  pero nosotros, lejos del azar y de la aventura,
  nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto,
  el tiempo en el que nada puede ocurrir.
  El universo, el trágico universo, no estaba aquí
  y fuerza era buscarlo en los ayeres;
  yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos
  y Ricardo pensaba en sus reseros.
  No sabíamos que el porvenir encerraba el rayo,
  no presentimos el oprobio, el incendio y la tremenda noche de la
  [Alianza;

  nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las
  [calles,

  la historia, la indignación, el amor,
  las muchedumbres como el mar, el nombre de Córdoba,
  el sabor de lo real y de lo increíble, el horror y la gloria.

  ODA COMPUESTA EN 1960

  El claro azar o las secretas leyes
  que rigen este sueño, mi destino,
  quieren, oh necesaria y dulce patria
  que no sin gloria y sin oprobio abarcas
  ciento cincuenta laboriosos años,
  que yo, la gota, hable contigo, el río,
  que yo, el instante, hable contigo, el tiempo,
  y que el íntimo diálogo recurra,
  como es de uso, a los ritos y a la sombra
  que aman los dioses y al pudor del verso.
  Patria, yo te he sentido en los ruinosos
  ocasos de los vastos arrabales
  y en esa flor de cardo que el pampero
  trae al zaguán y en la paciente lluvia
  y en las lentas costumbres de los astros
  y en la mano que templa una guitarra
  y en la gravitación de la llanura
  que desde lejos nuestra sangre siente
  como el britano el mar y en los piadosos
  símbolos y jarrones de una bóveda
  y en el rendido amor de los jazmines
  y en la plata de un marco y en el suave
  roce de la caoba silenciosa
  y en sabores de carnes y de frutas
  y en la bandera casi azul y blanca
  de un cuartel y en historias desganadas
  de cuchillo y de esquina y en las tardes
  iguales que se apagan y nos dejan
  y en la vaga memoria complacida
  de patios con esclavos que llevaban
  el nombre de sus amos y en las pobres
  hojas de aquellos libros para ciegos
  que el fuego dispersó y en la caída
  de las épicas lluvias de setiembre
  que nadie olvidará, pero estas cosas
  son apenas tus modos y tus símbolos.
  Eres más que tu largo territorio
  y que los días de tu largo tiempo,
  eres más que la suma inconcebible
  de tus generaciones. No sabemos
  cómo eres para Dios en el viviente
  seno de los eternos arquetipos,
  pero por ese rostro vislumbrado
  vivimos y morimos y anhelamos,
  oh inseparable y misteriosa patria.

  ARIOSTO Y LOS ÁRABES

  Nadie puede escribir un libro. Para
  que un libro sea verdaderamente,
  se requieren la aurora y el poniente,
  siglos, armas y el mar que une y separa.
  Así lo pensó Ariosto, que al agrado
  lento se dio, en el ocio de caminos
  de claros mármoles y negros pinos,
  de volver a soñar lo ya soñado.
  El aire de su Italia estaba henchido
  de sueños, que con formas de la guerra
  que en duros siglos fatigó la tierra
  urdieron la memoria y el olvido.
  Una legión que se perdió en los valles
  de Aquitania cayó en una emboscada;
  así nació aquel sueño de una espada
  y del cuerno que clama en Roncesvalles.
  Sus ídolos y ejércitos el duro
  sajón sobre los huertos de Inglaterra
  dilató en apretada y torpe guerra
  y de esas cosas quedó un sueño: Arturo.
  De las islas boreales donde un ciego
  sol desdibuja el mar, llegó aquel sueño
  de una virgen dormida que a su dueño
  aguarda, tras un círculo de fuego.
  Quién sabe si de Persia o del Parnaso
  vino aquel sueño del corcel alado
  que por el aire el hechicero armado
  urge y que se hunde en el desierto ocaso.
  Como desde el corcel del hechicero,
  Ariosto vio los reinos de la tierra
  surcada por las fiestas de la guerra
  y del joven amor aventurero.
  Como a través de tenue bruma de oro
  vio en el mundo un jardín que sus confines
  dilata en otros íntimos jardines
  para el amor de Angélica y Medoro.
  Como los ilusorios esplendores
  que al Indostán deja entrever el opio,
  pasan por el Furioso los amores
  en un desorden de calidoscopio.
  Ni el amor ignoró ni la ironía
  y soñó así, de pudoroso modo,
  el singular castillo en el que todo
  es (como en esta vida) una falsía.
  Como a todo poeta, la fortuna
  o el destino le dio una suerte rara;
  iba por los caminos de Ferrara
  y al mismo tiempo andaba por la luna.
  Escoria de los sueños, indistinto
  limo que el Nilo de los sueños deja,
  con ellos fue tejida la madeja
  de ese resplandeciente laberinto,
  de ese enorme diamante en el que un hombre
  puede perderse venturosamente
  por ámbitos de música indolente,
  más allá de su carne y de su nombre.
  Europa entera se perdió. Por obra
  de aquel ingenuo y malicioso arte,
  Milton pudo llorar de Brandimarte
  el fin y de Dalinda la zozobra.
  Europa se perdió, pero otros dones
  dio el vasto sueño a la famosa gente
  que habita los desiertos del Oriente
  y la noche cargada de leones.
  De un rey que entrega, al despuntar el día,
  su reina de una noche a la implacable
  cimitarra, nos cuenta el deleitable
  libro que al tiempo hechiza todavía.
  Alas que son la brusca noche, crueles
  garras de las que pende un elefante,
  magnéticas montañas cuyo amante
  abrazo despedaza los bajeles,
  la tierra sostenida por un toro
  y el toro por un pez; abracadabras,
  talismanes y místicas palabras
  que en el granito abren cavernas de oro;
  esto soñó la sarracena gente
  que sigue las banderas de Agramante;
  esto, que vagos rostros con turbante
  soñaron, se adueñó del Occidente.
  Y el Orlando es ahora una risueña
  región que alarga inhabitadas millas
  de indolentes y ociosas maravillas
  que son un sueño que ya nadie sueña.
  Por islámicas artes reducido
  a simple erudición, a mera historia,
  está solo, soñándose. (La gloria
  es una de las formas del olvido.)
  Por el cristal ya pálido la incierta
  luz de una tarde más toca el volumen
  y otra vez arden y otra se consumen
  los oros que envanecen la cubierta.
  En la desierta sala el silencioso
  libro viaja en el tiempo. Las auroras
  quedan atrás y las nocturnas horas
  y mi vida, este sueño presuroso.

  AL INICIAR EL ESTUDIO DE LA GRAMÁTICA ANGLOSAJONA

  Al cabo de cincuenta generaciones
  (tales abismos nos depara a todos el tiempo)
  vuelvo en la margen ulterior de un gran río
  que no alcanzaron los dragones del viking,
  a las ásperas y laboriosas palabras
  que, con una boca hecha polvo,
  usé en los días de Nortumbria y de Mercia,
  antes de ser Haslam o Borges.
  El sábado leímos que Julio César
  fue el primero que vino de Romeburh para debelar a Bretaña;
  antes que vuelvan los racimos habré escuchado
  la voz del ruiseñor del enigma
  y la elegía de los doce guerreros
  que rodean el túmulo de su rey.
  Símbolos de otros símbolos, variaciones
  del futuro inglés o alemán me parecen estas palabras
  que alguna vez fueron imágenes
  y que un hombre usó para celebrar el mar o una espada;
  mañana volverán a vivir,
  mañana fyr no será fire sino esa suerte
  de dios domesticado y cambiante
  que a nadie le está dado mirar sin un antiguo asombro.
  Alabada sea la infinita
  urdimbre de los efectos y de las causas
  que antes de mostrarme el espejo
  en que no veré a nadie o veré a otro
  me concede esta pura contemplación
  de un lenguaje del alba.

  LUCAS, XXIII

  Gentil o hebreo o simplemente un hombre
  cuya cara en el tiempo se ha perdido;
  ya no rescataremos del olvido
  las silenciosas letras de su nombre.
  Supo de la clemencia lo que puede
  saber un bandolero que Judea
  clava a una cruz. Del tiempo que antecede
  nada alcanzamos hoy. En su tarea
  última de morir crucificado,
  oyó, entre los escarnios de la gente,
  que el que estaba muriéndose a su lado
  era Dios y le dijo ciegamente:
  Acuérdate de mí cuando vinieres
  a tu reino, y la voz inconcebible
  que un día juzgará a todos los seres
  le prometió desde la Cruz terrible
  el Paraíso. Nada más dijeron
  hasta que vino el fin, pero la historia
  no dejará que muera la memoria
  de aquella tarde en que los dos murieron.
  Oh amigos, la inocencia de este amigo
  de Jesucristo, ese candor que hizo
  que pidiera y ganara el Paraíso
  desde las ignominias del castigo,
  era el que tantas veces al pecado
  lo arrojó y al azar ensangrentado.

  ADROGUÉ

  Nadie en la noche indescifrable tema
  que yo me pierda entre las negras flores
  del parque, donde tejen su sistema
  propicio a los nostálgicos amores
  o al ocio de las tardes, la secreta
  ave que siempre un mismo canto afina,
  el agua circular y la glorieta,
  la vaga estatua y la dudosa ruina.
  Hueca en la hueca sombra, la cochera
  marca (lo sé) los trémulos confines
  de este mundo de polvo y de jazmines,
  grato a Verlaine y grato a Julio Herrera.
  Su olor medicinal dan a la sombra
  los eucaliptos: ese olor antiguo
  que, más allá del tiempo y del ambiguo
  lenguaje, el tiempo de las quintas nombra.
  Mi paso busca y halla el esperado
  umbral. Su oscuro borde la azotea
  define y en el patio ajedrezado
  la canilla periódica gotea.
  Duermen del otro lado de las puertas
  aquellos que por obra de los sueños
  son en la sombra visionaria dueños
  del vasto ayer y de las cosas muertas.
  Cada objeto conozco de este viejo
  edificio: las láminas de mica
  sobre esa piedra gris que se duplica
  continuamente en el borroso espejo
  y la cabeza de león que muerde
  una argolla y los vidrios de colores
  que revelan al niño los primores
  de un mundo rojo y de otro mundo verde.
  Más allá del azar y de la muerte
  duran, y cada cual tiene su historia,
  pero todo esto ocurre en esa suerte
  de cuarta dimensión, que es la memoria.
  En ella y sólo en ella están ahora
  los patios y jardines. El pasado
  los guarda en ese círculo vedado
  que a un tiempo abarca el véspero y la aurora.
  ¿Cómo pude perder aquel preciso
  orden de humildes y queridas cosas,
  inaccesibles hoy como las rosas
  que dio al primer Adán el Paraíso?
  El antiguo estupor de la elegía
  me abruma cuando pienso en esa casa
  y no comprendo cómo el tiempo pasa,
  yo, que soy tiempo y sangre y agonía.

  ARTE POÉTICA

  Mirar el río hecho de tiempo y agua
  y recordar que el tiempo es otro río,
  saber que nos perdemos como el río
  y que los rostros pasan como el agua.
  Sentir que la vigilia es otro sueño
  que sueña no soñar y que la muerte
  que teme nuestra carne es esa muerte
  de cada noche, que se llama sueño.
  Ver en el día o en el año un símbolo
  de los días del hombre y de sus años,
  convertir el ultraje de los años
  en una música, un rumor y un símbolo,
  ver en la muerte el sueño, en el ocaso
  un triste oro, tal es la poesía
  que es inmortal y pobre. La poesía
  vuelve como la aurora y el ocaso.
  A veces en las tardes una cara
  nos mira desde el fondo de un espejo;
  el arte debe ser como ese espejo
  que nos revela nuestra propia cara.
  Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
  lloró de amor al divisar su Ítaca
  verde y humilde. El arte es esa Ítaca
  de verde eternidad, no de prodigios.
  También es como el río interminable
  que pasa y queda y es cristal de un mismo
  Heráclito inconstante, que es el mismo
  y es otro, como el río interminable.

  MUSEO


  CUARTETA

  Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado,
  que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte.
  ¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur,
  muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?
  Del Diván de Almotásim el Magrebí (siglo XII)


  LÍMITES

  Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
  Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
  hay un espejo que me ha visto por última vez,
  hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
  Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
  hay alguno que ya nunca abriré.
  Este verano cumpliré cincuenta años;
  la muerte me desgasta, incesante.
  De Inscripciones, de Julio Platero Haedo (Montevideo, 1923)


  EL POETA DECLARA SU NOMBRADÍA

  El Círculo del cielo mide mi gloria,
  las bibliotecas del Oriente se disputan mis versos,
  los emires me buscan para llenarme de oro la boca,
  los ángeles ya saben de memoria mi último zéjel.
  Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia;
  ojalá yo hubiera nacido muerto.
  Del Diván de Abulcásim el Hadramí (siglo XII)


  EL ENEMIGO GENEROSO

  Magnus Barford, en el año 1102, emprendió la conquista general de los reinos de Irlanda; se dice que la víspera de su muerte recibió este saludo de Muirchertach, rey en Dublín:
  Que en tus ejércitos militen el oro y la tempestad, Magnus Barford.
  Que mañana, en los campos de mi reino, sea feliz tu batalla.
  Que tus manos de rey tejan terribles la tela de la espada.
  Que sean alimento del cisne rojo los que se oponen a tu espada.
  Que te sacien de gloria tus muchos dioses, que te sacien de sangre.
  Que seas victorioso en la aurora rey que pisas a Irlanda.
  Que de tus muchos días ninguno brille como el día de mañana.
  Porque ese día será el último. Te lo juro, rey Magnus.
  Porque antes que se borre su luz, te venceré y te borraré, Magnus
  [Barford.



  De Anhang zur Heimskringla de H. Gering, 1893


  LE REGRET D’HÉRACLITE

  Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
  aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach.
  Gaspar Camerarius, en Deliciae Poetarum Borussiae, VII, 16.


  EPÍLOGO

  Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra.
  Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
  J. L. B.
 Buenos Aires, 31 de octubre de 1960.
Fuente:
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, SEPTIEMBRE 2012.

martes, 13 de septiembre de 2016

Ignacio Padilla Cumpleaños. Carlos Fuentes.


Ignacio Padilla
Cumpleaños. Carlos Fuentes.
La cristología del tiempo
Ignacio Padilla

Si es verdad que la obra entera de Carlos Fuentes es una épica de la encarnación del tiempo en el espacio, Cumpleaños tendría por fuerza que ser su carta de batalla. En él confluyen no sólo las ideas que sobre el arte de narrar el tiempo el escritor ha acuñado y cultivado a lo largo de su fructífera vida creativa. También están allí, en bruto o en plenitud, sus técnicas, o por mejor decir, la técnica. Allí están los cómo y los por qué, el modus operandi del crimen fuentesiano contra las consciencias tranquilas del arte de la novela. Este librito inmenso exhibe las claves del estilo singular que el autor se ha inventado afanosamente para conseguir que la narrativa sea la única expresión del saber humano capaz de amigarse con y adelantarse a la física cuántica en su búsqueda por fijar de una buena vez y para siempre, más que el tiempo mismo, su caprichoso fluir.
Es sin embargo o por lo mismo un libro extraño, con frecuencia inconseguible, esquivo. Aun cuando guía, Cumpleaños está lejos de la simplicidad ajena a los recetarios o los instructivos de decodificación. Su propio autor, tan insistente a la hora desentrañar públicamente el papel de cada uno de sus libros como partes de una opera omnia balzaciana, apenas lo menciona. Y no lo hacen más sus críticos y sus lectores, que en este caso parecen unidos al autor por un tácito juramento de silencio. Una suerte de pudor colectivo envuelve esta obra. O acaso sea otra cosa, quizá una secrecía de índole iniciática. Durante años, el alquimista ha buscado en la sujeción del tiempo al espacio narrativo una panacea que es piedra filosofal que es la fuente de la eterna juventud: en el secreto del tiempo narrado se cifran los del saber, la inmortalidad y la absoluta síntesis. Los accidentes y resultados de tal búsqueda están en Cumpleaños, que es un mapa en sí mismo, un criptograma que se muerde la cola, como si el tesoro en el corazón del laberinto tuviese que ser al mismo tiempo su minotauro, el monstruo cuyo vencimiento es también parte de la revelación a la que defiende. Naturalmente, no cualquiera puede acceder a este conocimiento, no a cualquiera está reservado. De allí que la obra sea en buena medida un palimpsesto: la catábasis, el acceso al saber que nos mata como requisito para el renacimiento, debe ocurrir mediante un complejo y exigente descenso ad inferos. Y éste, qué duda cabe, lo es en el más sano y más puro sentido de la palabra.
* * *
Pocos autores como Carlos Fuentes conozco tan minuciosos y diestros en el difícil arte del epígrafe. Y el de Cumpleaños es tal vez uno de los más elocuentes. “Hambre de encarnación padece el tiempo”, anuncia el autor en voz del Octavio Paz de Ladera Este. Ésa y no otra es la carta de navegación del libro, aunque también lo había venido siendo para Fuentes desde mucho tiempo atrás, como ha seguido siéndolo desde entonces, adelantado veinte años a la teoría bajtiniana del cronotopo en la novela. Desde Aura, libro hermano de Cumpleaños, hasta los relatos de El naranjo, o los círculos del tiempo, pasando desde luego por La muerte de Artemio Cruz, por mencionar sólo los más explícitos en este orden, el narrador ha consagrado su inteligencia a agotar todas las posibilidades que puedan ofrecer el arte, la historia, la religión y la ciencia para desesclavizar al hombre de la muerte, que en Occidente no ha sido sino el impío sicario del tiempo. La reencarnación, la supuesta circularidad del tiempo, la especularidad y la permanencia del ser en la más absoluta intersubjetividad, el dominio inconsciente que de nuestro transcurrir hacemos en el mundo de los sueños, todo ha entrado y cabido en la obra de Fuentes, suma de una inteligencia que ha buscado obsesivamente nuestra liberación de las ataduras del antes, el ahora y el después.
Saciar el hambre que el tiempo tiene de encarnarse, y hacerla suya. ¿Cómo? En el verbo. Nunca una lección de la tradición judeocristiana había sido mejor asimilada y, al mismo tiempo, con tanto encono desmantelada. Si antes del tiempo estaba el verbo, narrar es la clave para domeñar, fijar y finalmente prevaricar la sucesión ordinaria de los acontecimientos. Pero esta asimilación requiere asimismo de una apostasía, una rebelión prometeica contra la lectura que del continuo espacio-tiempo nos han querido imponer dos mil años de accidentada exégesis cristiana. En Cumpleaños se explicita el rotundo no de Carlos Fuentes a las quimeras de esa línea recta que nos conduce de la Creación a un Apocalipsis que tiene más de psicotrópico, onírico y poético que de aceptable y cierto. Se trata entonces de un refinado non serviam, un rechazo que sin embargo no cierra los ojos a remirar los planteamientos originales con el claro propósito de reinventarlos a partir de sus más célebres paradojas.

Y es que en el fondo, la conclusión de Carlos Fuentes debiera resultarnos tan clara como familiar: si la tradición judeocristiana ha derivado en la postulación de un transcurrir rectilíneo, y la oriental descafeinada nos ha hecho creer en una circularidad sin remisión, resulta indispensable buscar una más creíble y esperanzadora visión del tiempo. La alternativa, por ende, debe hallarse en una noción más cercana a la de los gnósticos, para quienes el tiempo, necesariamente excéntrico en cuanto humano, existe de forma irregular, o a lo menos, en espiral. Y si es verdad que la espiral es la expresión finita de un proceso infinito, la narrativa en particular y el arte en general estarían por antonomasia destinados a ser la espiral del tiempo. Diseñar esta espiral como quien diseña una catedral es la misión que Carlos Fuentes se ha impuesto al escribir Cumpleaños.
* * *
No deja de ser sugerente que Cumpleaños sea el libro de Carlos Fuentes más inmediato al turbulento 68. Un libro en apariencia apolítico, o inclusive impolítico. Un tratado, un criptograma elaborado cuando el mundo entero se sacudía en un presente tan intenso que apenas daba oportunidad de réplica. Bien visto, sin embargo, Cumpleaños tiene y da sentido justamente por la época en que ve la luz. En el año de su publicación, el irlandés Samuel Beckett recibía el Premio Nóbel, mientras Italo Calvino y E. M. Escher alcanzaban acaso el punto más alto de sus carreras creativas y de su popularidad. La física cuántica se encajaba en el palpitante corazón de la Guerra Fría, y tanto Julio Cortázar como Gabriel García Márquez, siempre de la mano de Carlos Fuentes, elaboraban sus correspondientes obras maestras sobre el tiempo soñado y el tiempo espiral. Más allá de la realidad sesentera, de la cual se ocupará más tarde, el novelista mexicano prefiere atender primero a los orígenes de lo sagrado que ante sus ojos van culminando en una violencia anunciada.

Fuente:
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0012/padilla/00padilla.html

domingo, 11 de septiembre de 2016

Salvador Novo. Grupo: Los Contemporáneos.


Conaculta rinde homenaje al poeta, cronista y dramaturgo Salvador Novo en el 107 aniversario de su natalicio

Comunicado No. 1531/2011
30 de julio de 2011
En 1967, Novo recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el ramo de Lingüística y Literatura


Si algo caracterizó el estilo del escritor Salvador Novo fue su defensa de la identidad y los valores mexicanos. Vinculado al grupo de los Contemporáneos, llamados así por participar en la revista del mismo nombre encargada de difundir las innovaciones del arte y la cultura en la sociedad mexicana de la primera mitad del siglo XX, Novo colaboró al lado de Carlos Chávez en el lanzamiento del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1947 y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el ramo de Lingüística y Literatura en 1967.
Nacido el 30 de julio de 1904, Salvador Novo realizó sus primeros estudios en Chihuahua y Torreón, para regresar a la Ciudad de México en donde se tituló en la UNAM, en la facultad de Derecho y más tarde en la Facultad de Filosofía y Letras hizo sus estudios de maestro en lengua italiana.
Desde 1920 colaboró en revistas literarias y en 1924 fue uno de los redactores de las Lecturas clásicas para niños. Fue profesor en el Departamento de Idiomas Extranjeros de la Universidad Central, por su dominio del francés y el inglés.
A partir de su faceta como docente, surgieron textos como La educación literaria de los adolescentes (1928) y versos en lengua inglesa que publica bajo el título Seamen Rhymes.
En 1925 fue nombrado jefe del Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública. Ese mismo año se publicó su primer volumen de versos titulado XX Poemas y en 1927 dirigió con Xavier Villaurrutia la revista Ulises, conocida por ser precursora de la modernidad literaria.
Su obra poética pronto se distinguió por abordar los inventos modernos de inicios del siglo XX y el amor. En cuanto a su obra en prosa, sobresale Nuevo amor, uno de sus libros más importantes y reconocidos a nivel internacional editado en 1933 y Nueva grandeza mexicana, ensayo sobre la ciudad de México y sus alrededores publicado en 1946 que le hizo merecedor del título de “Cronista de la Ciudad de México".
Novo también destacó por sus cargos en la administración pública como jefe del departamento de publicidad de la Secretaria de Relaciones Exteriores y jefe del departamento de publicaciones de la Secretaría de Economía Nacional.
En 1945 escribió su autobiografía titulada La estatua de sal que fue publicada hasta 1998 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
De 1946 a 1952 dirigió las actividades teatrales en el Instituto Nacional de Bellas Artes y fue creador del proyecto cultural La Capilla que consistió en convertir una antigua capilla de hacienda en un teatro en el cual se estreno la obra italiana El presidente Heredia en 1953.
Entre sus obras como dramaturgo se encuentran Don Quijote (1947), La culta dama (1951) y Yocasta o casi (1961), una versión de la tragedia griega Edipo rey, a partir de la visión femenina.

A partir de 1965 su trabajo literario se concentró en la historia de México, uno de sus últimos títulos, Historia y leyenda de Coyoacán publicado en 1971, es una valiosa muestra de su interés por la crónica. Hasta su muerte acaecida el 13 de enero de 1974, publicó un extenso trabajo sobre la vida artística e intelectual de nuestro país bajo el título Los paseos de la Ciudad de México.

Fuente:
http://www.cultura.gob.mx/noticias/efemerides/14736-conaculta-rinde-homenaje-al-poeta-cronista-y-dramaturgo-salvador-novo-en-el-107-aniversario-de-su-natalicio.html

sábado, 10 de septiembre de 2016

Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo. Hemeroteca Literaria.


Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo.
Efe
sábado, 09 de enero de 2010, 13:53
Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo Alberti "terminó creyéndose sus propias memorias", según su biógrafo
Sevilla.- El profesor de Literatura Hilario Jiménez Gómez, que ha biografiado las relaciones personales y literarias de Lorca y Alberti en "La difícil compañía" (Renacimiento), ha asegurado a Efe que cuando se entrevistó con Alberti para este trabajo comprobó que "acabó creyéndose sus propias memorias".
"Alberti mentía mucho, pero inconscientemente" y sus memorias, agrupadas bajo el título de "La arboleda perdida", "las escribió cincuenta años después de los hechos, y eso un escritor de una gran imaginación como fue él", señala Jiménez Gómez, quien pone como ejemplo de inexactitud cómo Alberti contaba que conoció a Lorca.
Según los relatos memorialísticos del gaditano, Lorca le fue presentado por Gregorio Prieto, pero esto no es posible, según el biógrafo, porque se conserva una carta del propio Alberti a Prieto dándole cuenta de que acaba de ver a Lorca.
"Alberti confundía todo, fechas y lugares", asegura Jiménez Gómez, quien tras haber dedicado una tesis doctoral y varios años a investigar las relaciones y el epistolario de ambos poetas, asegura que las cartas que se cruzan Lorca y Alberti son "cartas paladinas, como las que se le escriben a un vecino, vacías".
"Lorca marcó siempre mucha distancia con Alberti, no le gustó nunca; y Alberti hablaba mal de Lorca a sus amigos, como hace por carta a José María de Cossio o a José María Chacón, cuando le llama 'Federica' o le trata con tremenda fobia, o cuando dice del granadino que es 'una niña que coge aceitunas' y que le ha enseñado mucho de botánica".
"Alberti y García Lorca. La difícil compañía" es un libro que aborda los doce años en que ambos poetas se conocieron, desde 1924 a 1936, si bien sólo tuvieron posibilidad de coincidir seis años -cuando Lorca no estaba en América, Alberti se encontraba en Europa- y constata que cuando el granadino fue asesinado "llevaban varios meses sin hablarse".
El desencadenante de este alejamiento final fue que Alberti y su esposa, María Teresa León, trataron de forzar a Lorca para que firmara manifiestos comunistas e ingresara en el PCE, a lo que el granadino se negó con rotundidad, lo que originó una agria discusión entre ambos poetas de la que fue testigo Dámaso Alonso, en Madrid.
Jiménez Gómez también habló con Pepín Bello, quien le constató que Alberti y Lorca nunca fueron amigos, y le aseguró que muchos se apartaban de Lorca por su extremo amaneramiento, una circunstancia que no hacía precisamente feliz al granadino.
El biógrafo de esta "difícil compañía" asegura que sus horas de charla con Alberti en sus últimos años de vida fueron "una experiencia bonita", pero que le reportaron pocos datos "porque se emocionaba; al hablar de Lorca decía 'lo estoy viendo ahora mismo' o aquello de 'tenían que haberme matado a mí en vez de a él'".
"Lo de la Generación del 27 como la 'Generación de la amistad' fue algo que alentaron todos ellos, pero nunca hubo amistad verdadera entre ninguno del grupo", asegura el biógrafo.
Antes al contrario, a Lorca y Alberti los azuzaban sus propios compañeros, desde Pedro Salinas y Jorge Guillén, que se referían a ellos como "gallitos", José Bergamín, que cargaba contra Lorca en cuanto podía, o el padre de todos ellos, Juan Ramón Jiménez, prefiriendo al gaditano.
El poeta Luis García Montero, en el prólogo de esta "difícil compañía", da otra vuelta de tuerca al afirmar: "Federico García Lorca y Rafael Alberti no fueron enemigos. Nada más y nada menos"; y añade: "los motivos de su celebrada cercanía se deben a tópicos de la crítica literaria y a la nostálgica elaboración de una mitología muy propia de la generación del 27".
"La rivalidad a la que se vieron sometidos desde el principio pudo haber tenido, y hubiese sido lógico según otros ejemplos, peores consecuencias", añade García Montero, para acabar su prólogo matizando: "Nunca hubo una amistad estrecha entre García Lorca y Alberti, pero sí respeto mutuo y conciencia de intereses estéticos y humanos compartidos".

Fuente:
http://www.lavozlibre.com/noticias/ampliar/31990/alberti-termino-creyendose-sus-propias-memorias-segun-su-biografo

jueves, 8 de septiembre de 2016

EL LABERINTO DEL VERDUGO. NOVELA. FRAGMENTO.


(2)
Cerca del Valle de las Muñecas.
Primera lectura de siete poemas del poeta Rodríguez Rosado.
 Apartamento de Beatriz Muriel Nigroponte. 7:00 p.m. Monólogos.

Estoy enferma y he recibido un regalo de JC. Me ha mandado una antología de la poesía mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX.
Es un período muy extraño en las letras mexicanas, según lo comenta Xavier Villaurrutia en el prólogo del libro. La antología se intitula: Los nocturnales. Antología de la poesía mexicana.
El libro está encuadernado en cuero negro y sus páginas son de papel vergé con tonos azulados. Es una edición de colección publicada entre 1940 y 1950, digo probable porque no se lee con claridad en la impresión el año de publicación.
JC me lo obsequió en una cajita barnizada de cocobolo marrón oscuro. En su interior la cajita está forrada con terciopelo de color bermellón. JC me mandó una nota diciéndome que el libro era de Sotheby’s, que los ingleses se lo ofrecieron a buen precio y que él entonces pensó en mí porque sabe que me gusta la poesía.
La antología recoge poetas de transición entre el parnasianismo francés de Leconte de Lisle hasta llegar al modernismo de Darío. Los poetas se autonombraron: “Los nocturnales”, que me parece bastante cursi, cómico y ridículo, pero sospecho que para la época era un supernombre.
En la antología está incluido el poeta Efrén Rebolledo que nombra Roberto Bolaño en su novela Los detectives salvajes, y están otros que no conocía, como Rafael Escudero, Antonio Domínguez Rojas; pero el que no he podido quitarme de la mente es el poeta Miguel Rodríguez Rosado, existe una selección de siete poemas suyos que los leo una y otra vez y se me vienen a la cabeza malos pensamientos, pensamientos trágicos, de muertes y de mujeres asesinadas.
Otras veces, los pensamientos son eróticos, de sensualidad y misterio, entonces se me hace una enorme confusión en mi mente, no sé qué pensar de lo que me sucede.
Los poemas me asustan pero me atraen y el estado mórbido de mi cuerpo exacerba mis sentidos.
El primer poema es el siguiente:

Ofrendas de sombras se derraman en ti
Como flores blancas.
Flor herida en llama oculta.

Avanza... ¿quién?
El vampiro, pulso débil en sangre.

Y en la alcoba se desata
En aleteo
En sueño
En boca
En luna
O en sol apagado.

El vampiro avanza desquiciado
Y con las turbias vocales de su tacto
Pronuncia tu nombre
Mientras acaricia melancólico tus cabellos
Ofreciéndote la semilla oscura de su llaga.

¿Lo oyes? En crespón nocturno
Y orlas blancas
Agita azogues, espejos de deseo;
Y a tus espaldas
Muerde tu cuello impostergado.

El poema tiene muchas claves y mucho de simbolismo hermético, que trato de interpretar...

Después que he leído el poema me he dormido con la antología entre mis manos, pero no ha sido un sueño reconfortante, que me sustente, al contrario, cuanto más me hundía en el sueño, en la otra cara de la realidad de este mundo, escuchaba a alguien recitar el poema del vampiro una y otra vez, era una voz casi de tenor. Hizo las pausas necesarias en las vocales y en los versos de un buen recitador y no atropellando el poema, porque muchas personas así lo hacen y parece más bien que están leyendo el periódico en voz alta.
En mi sueño estaba oscuro a mi alrededor, fue un sueño sin imágenes, fue un sueño de voces, nada más voces... la voz que recitaba el poema se me pareció a la voz de JC, pero desistí de la idea porque él no tiene una voz tan ronca y melodiosa a la vez, o si la tiene yo no me he dado cuenta.
Me desperté sobresaltada y demasiado agotada como si hubiera hecho la peregrinación a la Meca, a Santiago de Compostela o a la Virgen de los Ángeles...
Los poemas son su instrumento de perversión. Sospecho que JC me ha obsequiado la antología para torturarme, porque él sabe que yo sé quien es él.
No ha sido casualidad el encuentro con JC en el bufete... pienso tantas cosas y me invade el temor...

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una aproximación a "Terra Nostra" de Carlos Fuentes.


Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes.
VÁZQUEZ MALDONADO, JOSÉ NOÉ: «Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes».

Terra Nostra es una de las obras más importantes de Carlos Fuentes (1928-2012) y también una de las más difíciles en su lectura, en su análisis y en su comprensión. La novela, desde su publicación en 1975, ha sido objeto de diversas críticas y estudios debido a las facetas tan amplias que abarca en su narración. En 1977 la obra recibió el prestigioso premio Rómulo Gallegos. Desde entonces, los lectores y los distintos estudios literarios que se han hecho sobre la misma han contribuido a acrecentar el mito alrededor de la novela que es una de las más significativas de la literatura hispanoamericana.
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Hablar de Terra Nostra de Carlos Fuentes es referirse a una obra imposible por su dimensión, por su vastedad y por las facetas culturales que busca incluir; hablamos de una obra compleja en su ejecución y laboriosa en su lectura. La novela, que ha encontrado su lugar entre las grandes obras de la literatura del boom latinoamericano se centra en una exploración de las distintas vertientes históricas, sociales, artísticas, en lo particular, literarias, que forman el fenómeno de la hispanidad y sus consecuencias transculturales tanto en España como en Hispanoamérica. La novela es producto de algunos años de investigación y condensación de ciertas obsesiones vertidas en obras como Cambio de piel o Cervantes o la crítica de la lectura y fue publicada en 1975.
Se dice que la idea de escribir esta obra vino desde 1967 cuando Carlos Fuentes visitó por primera vez el Monasterio de El Escorial, construido por Felipe II. Todo indica que lo que Fuentes llegó a percibir de El Escorial, y lo refleja en su obra, es la inmovilidad, el aislamiento, la frialdad, la sobriedad, la austeridad, el ascetismo, la búsqueda de la inmortalidad, el culto a la muerte y la idea de una España sombría que da poco espacio a la vitalidad. El edificio en sí mismo contiene las claves para entender un proceso de transición que va dejando las sombras del Medioevo para adaptarse a los nuevos tiempos que propone el periodo Renacentista y las influencias del Humanismo así como las amenazas de la Reforma y la resistencia hacía la cultura árabe y judía. El Escorial propone un discurso religioso y político que promueve una España poderosa políticamente, una verdadera potencia mundial y es la estructura de este edificio construido con un gran sincretismo en donde el autor ve resumida la relación tensa y contradictoria entre España y los territorios conquistados.
El mito de la España de Felipe II, que Carlos Fuentes traza como punto de inicio de esta narrativa, está marcado por la idea de la intolerancia hacía aquello que representa una amenaza hacia el estado actual de las cosas; las guerras constantes para proteger la fe de las amenazas de la Reforma protestante; la creencia de ser una nación predestinada por Dios al dominio mundial; en Felipe II, la fascinación un tanto mórbida por la muerte y el coleccionismo desmesurado de reliquias; la censura de libros (la Inquisición española llegó a prohibir 33 mil títulos); la excesiva burocracia que caracterizó su gobierno (de ahí que se le llamara El Prudente); la obsesión por la pureza racial de los peninsulares (de ahí las investigaciones sobre el linaje de ciertos grupos).
Es en la España de Felipe II que surge el proyecto de una nación española, pura, católica, homogénea, hegemónica; dentro de un Imperio que hoy definiríamos como multicultural, un verdadero crisol de culturas que convergían en un Imperio sobre el que se decía, “no se ponía el sol”. El Imperio español crecía, no podía contenerse, hoy se diría que forma una hegemonía global. La Contrarreforma, el último baluarte contra la herejía protestante representaba una contradicción en un Imperio que se volvía multirracial, multinacional, plurireligioso y renacentista. Lo dice el personaje de Terra Nostra, Guzmán: “Señor, España ya no cabe en España”. Puede ser un estereotipo, una media verdad y una media mentira pero es la España oscurantista, contaminada por una leyenda negra que no favoreció la fama de sus gobernantes, la que al final se impuso como la visión de un reino cuyos vicios como el desprecio por el pensamiento racional, los esquemas dogmáticos, la fe ultramontana, la corrupción constante de los funcionarios públicos o el desdén por el trabajo físico pudieron permear la vida y el pensamiento de los territorios conquistados.
La obra novelística de Carlos Fuentes que tuvo como piedra fundacional La región más transparente, asumió como temáticas recurrentes la explicación, a través del recurso de la imaginación literaria, de la realidad hispanoamericana. Esta obra en su conjunto llamada La edad del tiempo trata de responder a la pregunta de lo que somos como nación, como herencia multicultural, como utopía social y política.

En ciertas obras como Cristóbal Nonato, concebida a la manera del Tristam Shandy de Sterne, se trata de explicar a un solo un individuo a través de una genealogía antropológica e histórica en donde no falta la exploración de la herencia cultural de cada mexicano, expresada en lenguaje, gustos, temperamento. Cristóbal va a nacer, pero eso no basta, hay que explicar el nacimiento de un mexicano, hay que referir la tremenda tensión cultural, existencial, fenomenológica, que supone tener esta nacionalidad. Cristóbal nace hacia atrás, hacia sus orígenes que le darán una identidad y no otra, una idiosincrasia por la que estará marcado el resto de su vida, pero al olvidar, no nace. Entre otras muchas constantes presentes en el conjunto de su obra podríamos mencionar esa obsesión recurrente alrededor de la traición del grupo político heredero de los logros sociales de la Revolución Mexicana que devino en un gobierno corrupto cuyos líderes se olvidaron del idealismo de su juventud; en obras como Las buenas conciencias o La muerte de Artemio Cruz el olvido de una identidad romántica, utópica y desinteresada marca el inicio de una muerte espiritual; vemos el tránsito hacia el desencanto cínico de la clase gobernante; observamos también la exploración social, económica e histórica de los distintos estratos de la realidad mexicana; la necesidad de incluir una polifonía de voces en su narrativa, rescatando el slang, los usos y las metamorfosis de lenguaje (es común en Fuentes el juego de palabras en inglés y en español); o bien, las distintas vertientes que justifican y vuelven comprensible un temperamento, una personalidad, una forma de ser como nación; la transfiguración y transmutación de una lengua vital como el castellano en un entorno multicultural, sitio de entrecruzamientos culturales; el saqueo cultural que busca ser incluyente y al mismo tiempo quiere crear síntesis y modelos que puedan sintetizar un hecho, un personaje, un lugar que, a fuerza de repetirse, crea una especie de patrón histórico, casi un determinismo (en la obra de Carlos Fuentes todo lo que está siendo “es” porque ya fue en algún otro momento o fue consecuencia de una suma de decisiones); como en la visión circular de Giambattista Vico, Carlos Fuentes suele buscar un casuística de la historia que da lugar a hechos concretos, causas que dan lugar a efectos predecibles que giran en círculos, sin llegar a un fin; una suma de eventos y personas que transmigran como diciendo: “estos somos nosotros, los que hacemos la Historia, siempre los mismos” (esto lo percibimos más notoriamente en Terra Nostra).
Terra Nostra es una geografía vastísima, es un territorio de entrecruzamientos donde confluyen ciertos niveles de intertextualidad que hacen que cada alusión y cada referencia, sea un símbolo, una señal plena de significado, expuesta con una intención incluyente, extensiva y exhaustiva, barroca. Concebida como novela total, posee el mismo linaje otras obras ambiciosas que son parte del boom latinoamericano como Paradiso de José Lezama Lima o El siglo de las luces de Alejo Carpentier, entre otras, entre las también podemos mencionar Hombres de maíz de Miguel Ángel Asturias. Estas obras tienen como característica una búsqueda de la cultura a través del agotamiento, de la explotación de yacimientos lingüísticos y culturales. En el caso de Terra Nostra, con sus abundante materiales, vemos la forma como dialogan los pueblos consigo mismos a través de sus tradiciones literarias. Notamos, por ejemplo, que la novela se nutre de los modelos lingüísticos y de las temáticas de obras como La celestina de Fernando de Rojas; El libro del buen amor del Arcipreste de Hita, El burlador de Sevilla y por supuesto, Cervantes, de quien la mayoría de los escritores son deudores. Esta intertextualidad hace que la novela sea leída como una especie de palimpsesto en la que se hallan sobrescritas, unas encima de otras, la herencia greco romana, la Contrarreforma, la influencia humanística de Erasmo de Rotterdam, en suma, los distintos sustratos de la obra que son una arqueología de la cultura hispánica y las tradiciones que la han formado. Notaremos así mismo, el influjo de otras culturas que fueron negadas por la tradición católica de la España de aquel tiempo; el pensamiento de intelectuales como Américo Castro y José Ortega y Gasset de los que Carlos Fuentes retomó la importancia del sistema de creencias de los pueblos y sus valores espirituales.

Para estos intelectuales no basta la razón y las ciencias naturales para explicar la dimensión y la experiencia humana, no se deben subestimar el conocimiento de la imaginación y la esencia mitológica e irracional que mueve los pueblos, es decir, sus creencias, sus tradiciones. Fue a partir de la lectura de estos dos filósofos que Carlos Fuentes empezó a estudiar el conocimiento del raigambre medieval heterodoxo como el relacionado con tradición arábiga y judía, que en medio de la opresión de una Iglesia secuestrada por el fundamentalismo de la Contrarreforma, representaban una opción liberadora.
En Cristóbal Nonato se advierte la necesidad de justificar una personalidad con la herencia de sus antecesores; pero esta herencia es la que moldea una sola personalidad y es donde se advierte el peso de la historia sobre el individuo, más que su descripción psicológica, su descripción fenomenológica. Esto lo supo ver Milan Kundera en su ensayo Terra Nova, Terra Nostra en donde analiza, a partir de la novela de Hermann Broch, Los sonámbulos a un personaje de nombre Esch al que el autor describe: “Esch era un rebelde. Esch era rebelde como lo había sido Lutero”. A partir de ese momento se le ha dado a un solo individuo la increíble tensión que supone estar inserto en la Historia, Esch, para el lector de Terra Nostra, no es como Lutero, sino que podrá decirse que “Esch es Lutero”. Es decir, la prolongación de una sola personalidad que se repite en cada rebelde que aparece en la Historia. Para Carlos Fuentes “una vida no basta para completar una sola personalidad”.
Decir que un escritor, cualquiera, es Borges tiene sentido si hemos leído Pierre Menard, autor del Quijote. Borges prefería creer que “somos, agradablemente, los otros”. No hace mucho encontré un artículo de Juan Villoro titulado ¿Por qué soy Borges?, quisiera recuperar la frase con al que remata su escrito: “un caos de dobles que buscan su original en un texto”. Borges busca a Borges en la historia de la literatura y, como Pierre Menard, interpreta para crear; a veces la interpretación (como describe Harold Bloom) resulta defectuosa y surge el autor original, el doble del Otro que, como modelo de personalidad, es el mismo. En alguna de las biografías de Borges que leí, recuerdo que se narraba que en su juventud bromeaba un poco con una amiga que recientemente había extraviado un perro que no lograba encontrar, Borges jugaba con la idea de que no había razón para preocuparse ya que cualquiera podía ser ese perro; era un simple modelo, un arquetipo o paradigma que incluía a todos los individuos de la misma especie. Si recordamos el cuento El puñal notamos como sugiere la idea de que un objeto puede ser todos los que le precedieron:
“El puñal que anoche mató en Tacuarembó y los puñales que mataron a César, es, de algún modo el mismo”.
El Terra Nostra advertimos un juego parecido en donde diversas personalidades pueden confluir en una sola, sin necesidad de individualizarla, es decir, sintetizar en un solo personaje a muchos estereotipos ya sea que tengan una existencia histórica o sean productos de la imaginación literaria. ¿Por qué no pensar que Fernando de Aragón es Don Juan? Realizar la misma operación de Daudet que hace confluir en Tartarín al Quijote y a Sancho. Pensar, por ejemplo, que Sor Juana es Santa Teresa de Ávila o Doña Inés de La Celestina y el personaje de Celestina en la novela de Fuentes será cualquier bruja, campesina o trotera que nos haya existido. Si pensamos en los Reyes de España notamos que al referirse a cualquiera de ellos se habla sobre El Señor, su contraparte real puede ser cualquier monarca español: Felipe II, Carlos V, Carlos II, e incluso un dictador como Francisco Franco. El personaje de Guzmán puede ser Maquiavelo, Mazarino, Richelieu. Los ecos borgianos son notorios: cualquier hombre puede ser todos los hombres, cualquier escritor puede ser todos los anteriores. Pierre Menard deberá transmigrar, convertirse en Cervantes y sentirse como él, para poder reescribir El Quijote palabra por palabra.
Terra Nostra es narrada por sus personajes quienes hacen monólogos como por ejemplo, el de Joanna Regina, la reina loca y trotamundos quien viajará constantemente con el cadáver de su marido el rey difundo Felipe El Hermoso y su fiel criada, la enana Barbarica. Narra como personaje-relato, su manera de hablar es explosiva y revela las influencias de la novela arábiga, del cuento interminable cuyo linaje es posible rastrearlo hasta en la Scherezada de Las mil y una noches y ahí es donde entra la participación necesaria del lector que suma su cultura y sus códigos hacia esos niveles de intertextualidad que propone Carlos Fuentes: el autor sabe que el lector sabe que los monólogos de Joanna Regina son también, de alguna manera, el monólogo de Molly Bloom, como en ese torrente de lujuria verbal rabelesiana, agota hasta lo posible las comparaciones, las alegorías y las metáforas para terminar diciendo incluso algo parecido al personaje de Joyce: “Sí, sí”. Ecos de ese monólogo también están en la intensa borrachera verbal hecha de fantasías totalizadoras y de una sed constante de referir del personaje de la novela de Fernando del Paso en Noticias del Imperio, Carlota de Bélgica, emperatriz mexicana, consorte Maximiliano de Habsburgo, loca de amor y recluida en el castillo de Bouchot. Ecos muchos más actuales de la influencia de una narradora omnisciente que cuenta sus historias desde la insensatez y la locura los vemos en una máquina ficticia capaz de tramar verbalmente la realidad que nos toca vivir en la novela de Ricardo Pilgua Ciudad Ausente que refleja una influencia notoria del Ulyses y del Finnegan´s Wake. La Maquina de Narrar que propone Piglia combinará aleatoriamente las palabras para narrar todos los cuentos de Borges e incluso la misma novela pigliana que leemos en ese momento.
Hay una lectura histórica en la obra de Diego de Silva y Velázquez, que también Michel Foucault supo valorar, la lectura de los espejos en la historia, la comprensión del “yo” y del “otro” en los que el espectador-lector participaría, se sentiría incluido en ese juego de correspondencias que busca incluirnos a todos en un juego de reflejos, hablo del cuadro Las meninas del que Terra Nostra hace referencias indirectas pero constantes. En Gringo Viejo, Carlos Fuentes hace contemplarse en el espejo a las personas cercanas al general Arroyo, “Miren, somos nosotros”. Ese “nosotros”, no podemos olvidarlo ni obviarlo, es el muralismo mexicano que, impulsado por José Vasconcelos le dio presencia a una pueblo que se consideraba segregado y apartado del devenir social y político, marginado de toda participación y repercusión en los cambios de un país. Son esos murales como Sueño de una tarde dominical en la Alameda central de Diego Rivera donde podemos contemplarnos como nación y decir: “Somos nosotros”. Pero también es el espejo en donde Quetzalcóatl contempla su vergüenza e inicia su destierro para no volver nunca más. En Las meninas vemos pintar a Velázquez a los reyes Habsburgo, pero también nos mira a nosotros que lo miramos a él, y observamos el espejo que está atrás del pintor en donde esperamos vernos a nosotros, luego el resto del cuadro. Entramos en el cuadro del pintor como una forma de corresponder a una invitación hecha desde la misma confección del mismo. Terra Nostra busca crear un juego de correspondencias parecido en donde abundarán los juegos de espejos, los reversos, los anversos, las contradicciones, las semejanzas que nos unen y nos otorgan una identidad, la impostura de lo Otro que negamos pero que también termina por imbuirnos de su personalidad.

Como en muchas de sus novelas, Carlos Fuentes pretendió explicar un destino, un devenir, y una identidad a través de la Historia y el conocimiento de la imaginación y de los mitos que, más que explicar una realidad la ponen enfrente. El poder de una obra como Terra Nostra radica en exponer a través de una sucesión de alegorías y símbolos, las razones que nos convierten en una nación o grupo de naciones, describiendo la naturaleza de nuestros vicios, nuestros grandes defectos como país o nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos. Como Mario Vargas Llosa cuando se pregunta en Conversación en la catedral sobre el origen de un Perú pauperizado, corrupto, formado una masa poblacional semi-analfabeta, marginal e ignorante; la obra novelística de Carlos Fuentes se pregunta lo mismo para el caso de México.
¿Cuándo empezó a joderse México o Latinoamérica? ¿Hubo alguna vez una opción de crear una historia distinta? ¿Era factible? ¿Es necesaria una Historia diferente y no la que vivimos como aprendizaje constante, con sus disyuntivas a resolver, con sus diferencias a zanjar? ¿Es necesario sobreponernos a nuestra herencia hispánica? ¿Es necesario borrar la Historia de lo que somos en aras de una nueva tradición? ¿Hasta qué punto nuestras tradiciones nos perjudican o nos benefician? En Terra Nostra veremos ese choque aparatoso entre distintas utopías y proyectos. De ahí que la obra abarque también una lectura social y política.
La novela de Carlos Fuentes abarca tres mundos, tres formas de trastocar y exponer una realidad: El Viejo Mundo, el Mundo Nuevo y el Otro Mundo, la exposición de esos tres mundos quiere abarcar la complejidad de una identidad que forma lo que el autor alguna vez llegó a describir de la siguiente manera:
“¿Qué nombre nos nombra entonces? ¿Qué resumen lingüístico nos une y reúne? ¿Qué título, simplificándonos, da cuenta verdadera de nuestra complejidad? He venido proponiendo un nombre que nos abarca en lengua e imaginación, sin sacrificar variedad o sustancia. Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo. Mancha manchada de pueblos mestizos. Luminosa sombra incluyente. Nombre de una lengua e imaginación compartidas. Territorios de La Mancha, el más grande país del mundo”.
Enorme fresco que resume la hispanidad, la latina, la árabe, la judía, las americana en sincretismo con sus etnias y la cultura precolombina; novela de los sueños que engendran conquista y territorio; obra de las identidades compartidas: no se vale decir que “dimos algo”, no se vale decir que “nos dieron algo”, somos nosotros, fundidos en la hispanidad; carnaval de paradigmas culturales que definen una civilización; compendio de arquetipos literarios, pictóricos, arquitectónicos; vastísimo sueño lingüístico donde confluyen las realidades históricas y las interpretaciones literarias; novela de las ideas y de sus actos, de la Historia y de sus monstruos, de la Identidad y de las identidades que nos nombran; novela de la disyuntiva ante un futuro y otro, ante una visión incluyente, abierta y tolerante de la sociedad y una visión cerrada, conservadora, excluyente; obra de la dialéctica constante entre el pensamiento ortodoxo y heterodoxo; novela de los espejos que nos ven y los espejos donde nos contemplamos como raza, como tradición y como cultura, de las imágenes que nos revelan y nos dicen quienes somos. Novela de extensos escenarios. Novela de las apariencias como sombras, como engaños. En Terra Nostra converge la utopía como sueño de existencia nueva, de renovación y nuevos comienzos, aires de libertad, y también, del sueño de muerte que se nos propone como una forma de perpetuación y de inmovilidad eterna. Ambas seducciones validas, ambas definirán la historia de una España contradictoria. Novela de la tradición y del re-encuentro con una tradición que nos otorgue un cimiento para ver el futuro. Novela de la cultura y de la búsqueda de una cultura como reafirmación y ejercicio de memoria. Somos nosotros, la literatura nos dirá entonces: “Recordemos juntos”.

Fuente:
VÁZQUEZ MALDONADO, JOSÉ NOÉ: «Una aproximación a «Terra Nostra» de Carlos Fuentes». Publicado el 6 de marzo de 2015 en Mito | Revista Cultural nº.19 Marzo 2015. URL: http://revistamito.com/una-aproximacion-terra-nostra-de-carlos-fuentes/

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