miércoles, 3 de agosto de 2016

JORGE LUIS BORGES. FERVOR DE BUENOS AIRES. (1923).


SEGUNDA PARTE DEL POEMARIO: FERVOR DE BUENOS AIRES. (1923).

AFTERGLOW

  Siempre es conmovedor el ocaso
  por indigente o charro que sea,
  pero más conmovedor todavía
  es aquel brillo desesperado y final
  que herrumbra la llanura
  cuando el sol último se ha hundido.
  Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
  esa alucinación que impone al espacio
  el unánime miedo de la sombra
  y que cesa de golpe
  cuando notamos su falsía,
  como cesan los sueños
  cuando sabemos que soñamos.

  AMANECER

  En la honda noche universal
  que apenas contradicen los faroles
  una racha perdida
  ha ofendido las calles taciturnas
  como presentimiento tembloroso
  del amanecer horrible que ronda
  los arrabales desmantelados del mundo.
  Curioso de la sombra
  y acobardado por la amenaza del alba
  reviví la tremenda conjetura
  de Schopenhauer y de Berkeley
  que declara que el mundo
  es una actividad de la mente,
  un sueño de las almas,
  sin base ni propósito ni volumen.
  Y ya que las ideas
  no son eternas como el mármol
  sino inmortales como un bosque o un río,
  la doctrina anterior
  asumió otra forma en el alba
  y la superstición de esa hora
  cuando la luz como una enredadera
  va a implicar las paredes de la sombra,
  doblegó mi razón
  y trazó el capricho siguiente:
  Si están ajenas de sustancia las cosas
  y si esta numerosa Buenos Aires
  no es más que un sueño
  que erigen en compartida magia las almas,
  hay un instante
  en que peligra desaforadamente su ser
  y es el instante estremecido del alba,
  cuando son pocos los que sueñan el mundo
  y sólo algunos trasnochadores conservan,
  cenicienta y apenas bosquejada,
  la imagen de las calles
  que definirán después con los otros.
  ¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
  corre peligro de quebranto,
  hora en que le sería fácil a Dios
  matar del todo Su obra!
  Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
  La luz discurre inventando sucios colores
  y con algún remordimiento
  de mi complicidad en el resurgimiento del día
  solicito mi casa,
  atónica y glacial en la luz blanca,
  mientras un pájaro detiene el silencio
  y la noche gastada
  se ha quedado en los ojos de los ciegos.

  BENARÉS

  Falsa y tupida
  como un jardín calcado en un espejo,
  la imaginada urbe
  que no han visto nunca mis ojos
  entreteje distancias
  y repite sus casas inalcanzables.
  El brusco sol
  desgarra la compleja oscuridad
  de templos, muladares, cárceles, patios
  y escalará los muros
  y resplandecerá en un río sagrado.
  Jadeante
  la ciudad que oprimió un follaje de estrellas
  desborda el horizonte
  y en la mañana llena
  de pasos y de sueño
  la luz va abriendo como ramas las calles.
  Juntamente amanece
  en todas las persianas que miran al Oriente
  y la voz de un almuédano
  apesadumbra desde su alta torre
  el aire de este día
  y anuncia a la ciudad de los muchos dioses
  la soledad de Dios.
  (Y pensar
  que mientras juego con dudosas imágenes,
  la ciudad que canto, persiste
  en un lugar predestinado del mundo,
  con su topografía precisa,
  poblada como un sueño,
  con hospitales y cuarteles
  y lentas alamedas
  y hombres de labios podridos
  que sienten frío en los dientes.)

  AUSENCIA

  Habré de levantar la vasta vida
  que aún ahora es tu espejo:
  cada mañana habré de reconstruirla.
  Desde que te alejaste,
  cuántos lugares se han tornado vanos
  y sin sentido, iguales
  a luces en el día.
  Tardes que fueron nicho de tu imagen,
  músicas en que siempre me aguardabas,
  palabras de aquel tiempo,
  yo tendré que quebrarlas con mis manos.
  ¿En qué hondonada esconderé mi alma
  para que no vea tu ausencia
  que como un sol terrible, sin ocaso,
  brilla definitiva y despiadada?
  Tu ausencia me rodea
  como la cuerda a la garganta,
  el mar al que se hunde.

  LLANEZA

  A Haydée Lange

  Se abre la verja del jardín
  con la docilidad de la página
  que una frecuente devoción interroga
  y adentro las miradas
  no precisan fijarse en los objetos
  que ya están cabalmente en la memoria.
  Conozco las costumbres y las almas
  y ese dialecto de alusiones
  que toda agrupación humana va urdiendo.
  No necesito hablar
  ni mentir privilegios;
  bien me conocen quienes aquí me rodean,
  bien saben mis congojas y mi flaqueza.
  Eso es alcanzar lo más alto,
  lo que tal vez nos dará el Cielo:
  no admiraciones ni victorias
  sino sencillamente ser admitidos
  como parte de una Realidad innegable,
  como las piedras y los árboles.

  CAMINATA

  Olorosa como un mate curado
  la noche acerca agrestes lejanías
  y despeja las calles
  que acompañan mi soledad,
  hechas de vago miedo y de largas líneas.
  La brisa trae corazonadas de campo,
  dulzura de las quintas, memorias de los álamos,
  que harán temblar bajo rigideces de asfalto
  la detenida tierra viva
  que oprime el peso de las casas.
  En vano la furtiva noche felina
  inquieta los balcones cerrados
  que en la tarde mostraron
  la notoria esperanza de las niñas.
  También está el silencio en los zaguanes.
  En la cóncava sombra
  vierten un tiempo vasto y generoso
  los relojes de la medianoche magnífica,
  un tiempo caudaloso
  donde todo soñar halla cabida,
  tiempo de anchura de alma, distinto
  de los avaros términos que miden
  las tareas del día.
  Yo soy el único espectador de esta calle;
  si dejara de verla se moriría.
  (Advierto un largo paredón erizado
  de una agresión de aristas
  y un farol amarillo que aventura
  su indecisión de luz.
  También advierto estrellas vacilantes.)
  Grandiosa y viva
  como el plumaje oscuro de un Ángel
  cuyas alas tapan el día,
  la noche pierde las mediocres calles.

  LA NOCHE DE SAN JUAN

  El poniente implacable en esplendores
  quebró a filo de espada las distancias.
  Suave como un sauzal está la noche.
  Rojos chisporrotean
  los remolinos de las bruscas hogueras;
  leña sacrificada
  que se desangra en altas llamaradas,
  bandera viva y ciega travesura.
  La sombra es apacible como una lejanía;
  hoy las calles recuerdan
  que fueron campo un día.
  Toda la santa noche la soledad rezando
  su rosario de estrellas desparramadas.

  CERCANÍAS

  Los patios y su antigua certidumbre,
  los patios cimentados
  en la tierra y el cielo.
  Las ventanas con reja
  desde la cual la calle
  se vuelve familiar como una lámpara.
  Las alcobas profundas
  donde arde en quieta llama la caoba
  y el espejo de tenues resplandores
  es como un remanso en la sombra.
  Las encrucijadas oscuras
  que lancean cuatro infinitas distancias
  en arrabales de silencio.
  He nombrado los sitios
  donde se desparrama la ternura
  y estoy solo y conmigo.

  SÁBADOS

  A C.G.

  Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
  engastada en el tiempo,
  y una honda ciudad ciega
  de hombres que no te vieron.
  La tarde calla o canta.
  Alguien descrucifica los anhelos
  clavados en el piano.
  Siempre, la multitud de tu hermosura.
  *

  A despecho de tu desamor
  tu hermosura
  prodiga su milagro por el tiempo.
  Está en ti la ventura
  como la primavera en la hoja nueva.
  Ya casi no soy nadie,
  soy tan sólo ese anhelo
  que se pierde en la tarde.
  En ti está la delicia
  como está la crueldad en las espadas.
  *

  Agravando la reja está la noche.
  En la sala severa
  se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
  Sobrevive a la tarde
  la blancura gloriosa de tu carne.
  En nuestro amor hay una pena
  que se parece al alma.
  *

 
  que ayer sólo eras toda la hermosura
  eres también todo el amor, ahora.

  TROFEO

  Como quien recorre una costa
  maravillado de la muchedumbre del mar,
  albriciado de luz y pródigo espacio,
  yo fui el espectador de tu hermosura
  durante un largo día.
  Nos despedimos al anochecer
  y en gradual soledad
  al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen,
  se oscureció mi dicha, pensando
  que de tan noble acopio de memorias
  perdurarían escasamente una o dos
  para ser decoro del alma
  en la inmortalidad de su andanza.

  ATARDECERES

  La clara muchedumbre de un poniente
  ha exaltado la calle,
  la calle abierta como un ancho sueño
  hacia cualquier azar.
  La límpida arboleda
  pierde el último pájaro, el oro último.
  La mano jironada de un mendigo
  agrava la tristeza de la tarde.
  El silencio que habita los espejos
  ha forzado su cárcel.
  La oscuridá es la sangre
  de las cosas heridas.
  En el incierto ocaso
  la tarde mutilada
  fue unos pobres colores.

  CAMPOS ATARDECIDOS

  El poniente de pie como un Arcángel
  tiranizó el camino.
  La soledad poblada como un sueño
  se ha remansado alrededor del pueblo.
  Los cencerros recogen la tristeza
  dispersa de la tarde. La luna nueva
  es una vocecita desde el cielo.
  Según va anocheciendo
  vuelve a ser campo el pueblo.
  El poniente que no se cicatriza
  aún le duele a la tarde.
  Los trémulos colores se guarecen
  en las entrañas de las cosas.
  En el dormitorio vacío
  la noche cerrará los espejos.

  DESPEDIDA

  Entre mi amor y yo han de levantarse
  trescientas noches como trescientas paredes
  y el mar será una magia entre nosotros.
  No habrá sino recuerdos.
  Oh tardes merecidas por la pena,
  noches esperanzadas de mirarte,
  campos de mi camino, firmamento
  que estoy viendo y perdiendo…
  Definitiva como un mármol
  entristecerá tu ausencia otras tardes.

  LÍNEAS QUE PUDE HABER
 ESCRITO Y PERDIDO HACIA 1922

  Silenciosas batallas del ocaso
  en arrabales últimos,
  siempre antiguas derrotas de una guerra en el cielo,
  albas ruinosas que nos llegan
  desde el fondo desierto del espacio
  como desde el fondo del tiempo,
  negros jardines de la lluvia, una esfinge en un libro
  que yo tenía miedo de abrir
  y cuya imagen vuelve en los sueños,
  la corrupción y el eco que seremos,
  la luna sobre el mármol,
  árboles que se elevan y perduran
  como divinidades tranquilas,
  la mutua noche y la esperada tarde,
  Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
  la espada valerosa de un rey
  en el silencioso lecho de un río,
  los sajones, los árabes y los godos
  que, sin saberlo, me engendraron,
  ¿soy yo esas cosas y las otras
  o son llaves secretas y arduas álgebras
  de lo que no sabremos nunca?

  *NOTAS

  *Calle desconocida. Es inexacta la noticia de los primeros versos. De Quincey (Writings, tercer volumen, pág. 293) anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo.
  *El truco. En esta página de dudoso valor asoma por primera vez una idea que me ha inquietado siempre. Su declaración más cabal está en «Nueva refutación del tiempo» (Otras inquisiciones, 1952).
  Su error, ya denunciado por Parménides y Zenón de Elea, es postular que el tiempo está hecho de instantes individuales, que es dable separar unos de otros, así como el espacio de puntos.
  *Rosas. Al escribir este poema, yo no ignoraba que un abuelo de mis abuelos era antepasado de Rosas. El hecho nada tiene de singular, si consideramos la escasez de la población y el carácter casi incestuoso de nuestra historia.
  Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en «revisar» la historia argentina, no para indagar la verdad sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta: la justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible. Sigo siendo, como se ve, un salvaje unitario.

 Fuente:
Esta edición fue originalmente publicada en España por Random House Mondadori, S. A., Barcelona, en 2011.

martes, 2 de agosto de 2016

DIEZ POEMAS DE SYLVIA PLATH. (1956).


  1956[11]
 1. CONVERSACIÓN ENTRE LAS RUINAS[12]
Cruzando el pórtico de mi elegante casa, entras majestuoso,
Con tus salvajes furias, desordenando las guirnaldas de fruta
Y los fabulosos laúdes y pavones, rasgando la red
De todo el decoro que refrena el torbellino.
Ahora, el lujoso orden de los muros se ha desmoronado; los grajos graznan
Sobre la espantosa ruina; bajo la luz desoladora
De tu mirada tormentosa, la magia huye volando como una bruja
Acobardada, abandonando el castillo cuando los días reales amanecen.
Unos pilares resquebrajados enmarcan este paisaje de rocas;
Mientras tú te yergues heroico, con chaqueta y corbata, y yo permanezco
Sentada tranquilamente, con una túnica griega y un moño a lo Psique[13],
Enraizada en tu negra mirada, la obra se vuelve trágica:
después de la plaga que ha asolado nuestra heredad[14],
¿Qué ceremonia de palabras puede enmendar todo este estrago?


  2. PAISAJE INVERNAL, CON GRAJOS[15]
El agua del molino, conducida por un caz de piedra,
se abisma de cabeza en ese estanque negro
donde un único cisne, absurdo e impropio de esta época,
flota casto como la nieve, burlándose de la mente nublada
que ansia arrastrar al fondo su blanco reflejo.
El sol austero, un ojo de cíclope anaranjado,
desciende sobre el pantano, sin dignarse a seguir
mirando este paisaje penoso; imaginándome cubierta
de plumas negras, avanzo al acecho, como una graja
siniestra, meditabunda, mientras cae la noche invernal.
Los juncos del verano pasado están grabados en hielo,
como tu imagen en mi mirada; la escarcha seca vidria
la ventana de mi herida. ¿Qué alivio puede extraerse de una roca
para conseguir que un corazón asolado reverdezca?
¿Quién más se adentraría en este lugar sombrío y estéril[16]?


  3. PERSECUCIÓN[17]
Dans le fond des forêts votre image me suit[18].
RACINE

Una pantera macho me ronda, me persigue:
Un día de éstos al fin me matará.
Su avidez ha encendido[19] los bosques,
Su incesante merodeo es más altivo que el sol.
Más suave, más delicado se desliza su paso,
Avanzando, avanzando siempre a mis espaldas.
Desde la esquelética cicuta, los grajos graznan estrago:
La caza ha comenzado; la trampa, funcionado.
Arañada por las espinas, ojerosa y exhausta[20],
Atravieso penosamente las rocas, el blanco y ardiente
Mediodía. En la roja red de sus venas,
¿Qué clase de fuego fluye, qué clase de sed despierta?
La pantera, insaciable, escudriña la tierra
Condenada por nuestro ancestral delito,
Gimiendo: sangre, dejad que corra la sangre.
La carne ha de saciar la herida abierta de su boca.
Afilados, los desgarradores dientes; suave
La quemante furia de su pelaje; sus besos agostan,
Dan sed; cada una de sus zarpas es una zarza;
El hado funesto consuma ese apetito.
En la estela de este felino feroz,
Ardiendo como antorchas para su dicha,
Carbonizadas y destrozadas, yacen las mujeres,
Convertidas en la carnaza de su cuerpo voraz.
Ahora las colinas incuban, engendran una sombra
De amenaza. La medianoche ensombrece el tórrido soto;
El negro depredador, impulsado por el amor
A las gráciles piernas, prosigue a mi ritmo.
Tras los enmarañados matorrales de mis ojos
Acecha el ágil; en la emboscada de los sueños,
Brillan esas garras que rasgan la carne,
Y, hambrientos, hambrientos, esos muslos recios.
Su ardor me engatusa, prende los árboles,
Y yo huyo corriendo con la piel en llamas.
¿Qué bonanza, qué frescor puede envolverme
Cuando el hierro candente de su mirada me marca?
Yo le arrojo mi corazón para detener su avance,
Para apagar su sed malgasto mi sangre, porque
Él lo devora todo y, en su ansia, continúa buscando comida,
Exigiendo un sacrificio absoluto. Su voz
Me acecha, me embruja, me induce al trance,
El bosque destripado se derrumba hecho cenizas;
Aterrada por un anhelo secreto, esquivo
Corriendo el asalto de su radiación[21].
Tras entrar en la torre de mis temores,
Cierro las puertas a esa oscura culpa,
Las atranco, una tras otra las atranco.
Mi pulso se acelera, la sangre retumba en mis oídos:
Las pisadas de la pantera lamen los peldaños,
Subiendo, subiendo las escaleras.


  4. CAMPESINOS[22]
1° de mayo[23]: llegaron dos a una braña de esta guisa:
“Un prado repleto de margaritas”, dijeron a la vez,
Como si fueran uno; así que buscaron dónde tumbarse,
Saltando la cerca de púas, cruzando entre un rebaño de vacas marrones.
“Ojalá no haya ningún campesino beldando”, dijo ella;
“Y que el alba nos proteja”, añadió él.
Junto a un matorral de endrinos, un puñado de flores,
Tiraron sus abrigos, se acostaron en el verde.
Abajo: un estanque de agua quieta;
A través: la colina de punzantes ortigas;
Luego, a la fuerza, el ganado pastando mudo;
Encima: nube blanca, aire blanco con hojas espectrales.
Durante toda la tarde, estos amantes yacieron juntos
Hasta que el sol pasó de cálido a pálido,
Y el dulce viento cambió de aire, sopló dañino:
Las crueles ortigas le picaron a ella en los tobillos desnudos.
Triste, y aún más enfadado, porque la tierna piel
Hubiese aceptado una herida tan vil,
El pisoteó y aplastó los tallos contra la tierra
Que había lastimado a su querida moza.
Y ahí va ahora, por su recto y justo camino,
Decidido, por su honor, a marcharse,
Mientras ella se queda ardiendo, rodeada de veneno,
Aguardando a que se le pase ese otro escozor más intenso.


  5. HISTORIA DE UNA BAÑERA[24]
La cámara oscura del ojo registra las paredes pintadas,
escuetas, mientras una luz eléctrica flagela los nervios
crómicos de las cañerías en carne viva;
semejante pobreza agrede al ego; sorprendida
desnuda en su mero cuarto actual, la extraña
persona que aparece en el espejo del lavabo
adopta una sonrisa pública, repite nuestro nombre,
aunque reflejando escrupulosamente su pánico habitual.
¿Hasta qué punto somos culpables cuando el techo
no revela ninguna grieta descifrable? ¿Cuando el lavamanos
que lo soporta no tiene otra manera santa
de invocar que la ablución física, y la toalla
niega secamente que las fieras caras de troll acechen
en sus explícitos pliegues? ¿O cuando la ventana,
cegada por el vapor, ya no deja entrar la oscuridad
que amortaja nuestras expectativas con sombras ambiguas?
Hace veinte años, la bañera familiar engendraba
un montón de augurios, pero ahora sus grifos
no originan ningún peligro; todos los cangrejos
y pulpos —forcejeando más allá del alcance de la vista,
aguardando alguna pausa accidental en el rito
para atacar de nuevo —se han ido definitivamente;
el auténtico mar los rechaza y arrancará
la fantástica carne hasta el mismísimo hueso.
Nos zambullimos; bajo el agua, nuestros miembros
fluctúan, ligeramente verdes, tiritando con un color
muy distinto al de nuestra piel. ¿Podrán nuestros sueños
borrar alguna vez las pertinaces líneas que dibuja
la forma que nos encierra? La realidad absoluta
logra introducirse incluso cuando el ojo rebelde
se cierra; la bañera existe a nuestras espaldas:
sus relucientes superficies están en blanco, son verdaderas.
Sin embargo, los ridículos costados desnudos
exigen siempre algo de ropa con la que cubrir
tal desnudez; la veracidad no debe campar a sus anchas:
el día a día nos obliga a recrear todo nuestro mundo
disfrazando el constante horror con un abrigo
de ficciones multicolores; enmascaramos nuestro pasado
con el verdor del edén, con la pretensión de que el brillante fruto
del futuro renazca a partir del ombligo[25] de esta pérdida actual.
En esta particular bañera, dos rodillas sobresalen
como dos icebergs, mientras los diminutos pelos castaños se erizan
en los brazos y en las piernas formando un fleco de algas;
el jabón verde surca las revueltas aguas de los mares
que rompen en las playas legendarias; henchidos, pues, de fe,
embarcaremos en nuestro navío imaginario y bogaremos temerarios
entre las sagradas islas del loco, hasta que la muerte
haga añicos las fabulosas estrellas y nos vuelva reales a nosotros.


  6. AMANECER EN EL SUR[26]
De color limón, mango, melocotón,
Estas villas de libro de cuentos
Aún sueñan detrás
De sus celosías, de sus balcones
Finos como un encaje hecho a mano
O un boceto a pluma botánico[27].
Alabeada por los vientos,
Sobre sus troncos en forma de flechas
Y sus cortezas de piel de piña,
Una verde medialuna de palmeras
Dispara al cielo su ahorquillada
Pirotecnia de ramajes.
Un alba clara como el cuarzo,
Centímetro a centímetro brillante,
Dora toda nuestra avenida,
Y, emergiendo de la azul disolución[28]
De la Bahía de los Ángeles,
Sale una redonda sandía roja: el sol.


  7. CRUZANDO EL CANAL
En la cubierta azotada por la tormenta, las sirenas del viento maúllan;
Cada vez que se escora, se sobresalta y se estremece, nuestro barco
De proa redonda avanza hendiendo la furia; oscuras como la ira,
Las olas asaltan, embisten su casco pertinaz.
Flagelados por la espuma, aceptamos el desafío, nos aferramos
A la barandilla, entrecerramos los ojos cara al viento preguntándonos
Un alba clara como el cuarzo,
Centímetro a centímetro brillante,
Dora toda nuestra avenida,
Y, emergiendo de la azul disolución
De la Bahía de los Ángeles,
Sale una redonda sandía roja: el sol.
Cuánto más resistiremos; pero, al mirar más allá, la vista neutral
Nos revela que, fila tras fila, los mares hambrientos avanzan.
Abajo, destrozados por las sacudidas y las náuseas, yacen los viajeros
Vomitando en unas escudillas color naranja brillante; un refugiado
Vestido de negro, en posición fetal, se revuelca entre el equipaje,
Con una mueca de dolor bajo la rígida máscara de su agonía.
Nosotros, lejos del hedor dulzón de ese aire peligroso
Que delata a nuestros compañeros, nos helamos
Y maravillamos ante la indiferencia aplastante de la naturaleza:
Qué mejor manera de poner a prueba nuestro férreo carácter
Que afrontar estas embestidas, estas fortuitas ráfagas de hielo
Que luchan como ángeles contra nosotros; la mera posibilidad
De llegar a puerto atravesando este flujo estruendoso nos impulsa
A ser valientes. Los marineros azules proclamaron que nuestra travesía
Estaría llena de sol, gaviotas blancas y agua empapada
De centelleos multicolores; pero, en vez de eso, las sombrías rocas
Emergieron enseguida, balizando nuestro trayecto, mientras el cielo
Se cuajaba de nubarrones y los acantilados calizos palidecían
Con la repentina luz de este día infausto.
Ahora, libres, por una extraña casualidad, del mal común
Que abate a nuestros hermanos, adoptamos una postura
Más burlona que heroica, encubriendo nuestro pavor
Naciente ante esta insólita trifulca incontrolable:
La humildad y el orgullo se derrumban; la extrema violencia
Destruye todos los muros; las propiedades privadas se resquebrajan,
Saqueadas ante el ojo público. Finalmente, renunciamos
A nuestra suerte exclusiva, obligados por nuestro lazo, por nuestra sangre,
A mantener una suerte de pacto inexpresado; quizás no sirva de nada
O aquí esté de más el preocuparse, pero nosotros debemos hacer
Ese gesto, inclinar y llevarnos las manos a la cabeza.
Y así navegamos rumbo a las ciudades, las calles y las casas
De otros seres humanos, donde las estatuas celebran actos valerosos,
Realizados en la paz y en la guerra; todos los peligros acaban:
Las costas verdes aparecen; reasumimos nuestros nombres, nuestro equipaje
Cuando el muelle pone fin a nuestra breve gesta; ninguna deuda
Sobrevive al arribar; desembarcamos por la pasarela rodeados de extraños.


  8. PERSPECTIVA
Entre los tejados color naranja
y los cañones de las chimeneas
se desliza la niebla de los pantanos,
gris como las ratas,
mientras en la rama alunarada
del sicómoro
dos grajos se encorvan negros,
brillan oscuramente,
aguardando la noche,
con su mirada de absenta
apuntada a la solitaria, rezagada
figura que pasea.


  9. LA ENDECHA DE LA REINA[29]
De entre la caterva y la sofistería de la corte
Surgió este gigante[30], os lo aseguro, ante los ojos de ella,
Con sus manos como grúas,
Su mirada feroz y negra como el grajo;
Ah, todas las ventanas estallaron cuando él entró a zancadas.
Él se encabritó en sus primorosas tierras
Y trató a sus delicadas palomas con rudeza;
En verdad no sé
Qué furia lo impulsó a matar la gacela
De la reina, que no deseaba más que hacerle bien.
Ella le regañó hablándole al oído
Hasta que él se apiadó de su llanto;
Le desnudó
Los hombros cubiertos de lujosos atavíos
Y la solazó para luego abandonarla al cantar el gallo.
Desairada, ella envió un centenar de heraldos
Convocando a todos los hombres valerosos
Cuya fuerza pudiera ajustarse
A la forma de sus sueños, de sus pensamientos,
Mas ninguno de aquellos bisoños era digno de su brillante corona.
Y así fue como ella llegó a este extraño collado
Que ahora recorre con ardor bajo el sol y la ventisca
Mientras os canta así:
“Qué triste, ay, es ver
Cómo mi gente se vuelve tan, tan pequeña”.


  10. ODA A TED[31]
Bajo el crujido de la bota de mi hombre
brotan verdes retoños de avena;
él pone nombre a un avefría, hace que los conejos salgan
huyendo en estampida, a todo correr
hacia un seto decorado con zarzamoras;
él acecha al zorro rojo y a la astuta comadreja.
Esos montículos de marga los dejan los topos
cuando hurgan en busca de gusanos —afirma—,
los topos, que tienen la piel azul; tras coger un sílex
protuberante, laminado de yeso, él lo parte
con una piedra; los colores desollados maduran
abundantes, marrones, insólitos bajo el resplandor del sol.
Con sólo mirarlas, él fecunda las tierras liegas:
los campos roturados como con los dedos
echan tallos, hojas, frutos con corazón de esmeralda;
los granos resplandecientes, que tan raramente brotan,
él los fuerza a abrirse a su antojo temprano;
A petición de su fuerte y leal mano, los pájaros construyen.
Las palomas torcaces se posan a gusto en su soto,
incuban canciones que se acoplan al modo
en que él camina; ¡cómo no va a estar contenta
la mujer de este Adán
cuando toda la tierra, respondiendo a su llamada,
brinca de alegría, ensalzando la sangre de semejante hombre!

12 de abril de 1956

lunes, 1 de agosto de 2016

POESÍA COMPLETA. INTRODUCCIÓN. Sylvia Plath.


POESÍA COMPLETA. Sylvia Plath.
INTRODUCCIÓN

En el momento de su muerte, acaecida el 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath ya había escrito una cuantiosa obra poética. Que yo sepa, Plath nunca desechó ninguna de sus tentativas líricas. Exceptuando uno o dos, siempre continuó elaborando sus poemas hasta conseguir darles una forma satisfactoria para ella, rechazando, como mucho, los versos que no casaban con el conjunto, un falso comienzo o un falso final. Su actitud hacia sus poemas era la de una artesana: si con el material con el que contaba no podía hacer una mesa, se contentaba con hacer una silla, e incluso un juguete. El resultado de ese proceso era para ella no tanto un poema logrado como algo que, temporalmente, colmaba su ingenio. De ahí que este libro contenga no ya los poemas que salvó sino —después de 1956— todos los que escribió.
Desde una época bastante temprana, Plath empezó a ensamblar sus poemas en un hipotético poemario que, cada cierto tiempo, iba presentando —siempre esperanzada— a diversos editores y jurados de premios. Con los años, ese poemario en ciernes fue evolucionando de manera natural, desprendiéndose de poemas viejos e integrando otros nuevos, de manera que, hasta el 11 de febrero de 1960, el día en que su autora firmó el contrato de The Colossus [El coloso] con Heinemann, en Londres, ese primer libro ya había tenido varios títulos y sufrido varios cambios substanciales. «Hoy, en la sombría aula de arte, vi, como si fuera una visión, el título de mi libro de poemas», escribió a principios de 1958[1]. «De repente tuve muy claro que The Earthenware Head [La cabeza de terracota] era el título apropiado, el único posible». Luego prosigue diciendo: «Este nuevo título supone, en cierto modo, para mí una liberación con respecto a la vieja, tensa, frágil y acaramelada voz de Circus in Three Rings [Circo de tres pistas] y Two Lovers and a Beachcomber [Dos amantes y un raquero]», los dos títulos inmediatamente anteriores. Dos meses después, ya había reemplazado The Earthenware Head por The Everlasting Monday [El lunes interminable]. Pero, apenas quince días después, el título ya se había transformado en Full Fathom Five [A cinco brazas de profundidad], título tomado «de un poema que, a mi juicio, se halla entre los mejores y más curiosamente conmovedores textos que escribí, uno sobre mi padre-dios marítimo e inspirador (…) “[La dama y] La cabeza de terracota”, desechado, aunque antes, en Inglaterra, lo tuviese por mi “mejor poema”: demasiado fantasioso, plano, desigual y rígido —ahora me resulta de lo más embarazoso—, con sus diez rebuscados epítetos de cabeza en sus cinco estrofas».
Al año siguiente, Full Fathom Five devino en The Bull of Bendylaw [El toro de Bendylaw], pero luego, en mayo de 1958, Plath escribió: «En un arrebato de inspiración, cambié el título del poemario por The Devil of the Stairs [El diablo de las escaleras] (…) este otro título abarca íntegramente mi libro y “explica” los poemas sobre la desesperación, que es tan ilusoria como la esperanza». El nuevo título duró hasta octubre de ese año, cuando Plath estaba en Yaddo. Entonces, en un rapto distinto de inspiración, anotó: «Escribí dos poemas que me gustan. Uno, para Nicholas» (estaba esperando un hijo, y tituló el poema “The Manor Garden” [El jardín de la residencia]), «y otro sobre el viejo tema de la adoración paterna», (que tituló “The Colossus”. [El coloso]). «Pero distintos. Más arcanos[2]. Veo un cuadro, un ambiente, en estos poemas. Saqué “Medaillon”. [Medallón] del libro inicial, y me convencí de que debía empezar, por encima de todo, otro nuevo poemario. Lo importante ahora es quitarme de la cabeza la idea de que lo que escribo es para el viejo libro —ese soso libro. En fin, que ya tengo tres poemas para el nuevo, el cual se llamará, en un principio, El coloso y otros poemas».
La decisión de empezar un nuevo libro «por encima de todo[3]», así como la de sacudirse todo lo que había escrito hasta entonces, coincide con el primer punto de inflexión real en su escritura, tal y como podemos apreciar ahora. El proceso interior de ese cambio bastante repentino aparece interesantemente registrado, en sentido metafórico, en la secuencia titulada “Poem for a birthday”. [Poema para un cumpleaños], sobre la que Plath ya reflexionaba el 22 de octubre de 1959 (cf. nota al poema n° 119). El 4 de noviembre escribió: «Milagrosamente, he escrito los siete poemas de la secuencia “Poema para un cumpleaños”, y los dos poemillas que hice antes de ella, “El jardín de la residencia” y “El coloso”, me parecen curiosos y llenos de color. Pero el manuscrito de mi [viejo] libro ha muerto para mí. Lo siento tan lejano, tan caduco… Además, ya no tiene casi ninguna posibilidad de encontrar editor: justo ahora, acabo de enviárselo al séptimo (…) Lo único, intentar que alguien lo saque en Inglaterra». Unos días después, anota: «Esta semana escribí un buen poema durante nuestro paseo dominical al balneario quemado, un poema para este segundo libro. ¡Cuánto me consuela la idea de estar componiendo otro libro con estos nuevos poemas!: “El jardín de la residencia”, “El coloso”, los siete poemas del cumpleaños y quizás “Medallón”, si decido al fin sacarlo del libro anterior». Pero entonces se percató de que «si algún editor aceptase publicarme, me sentiría obligada a meter todos los nuevos poemas, para reforzar el libro».
Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Cuando ya finalizaba su estadía en Yaddo, que tan fructífera había empezado a resultarle de repente, y en medio de la convulsión que supuso para ella volver a Inglaterra en diciembre, Plath no pudo añadir a su «segundo» libro más que unos cuantos poemas. Así que fue esa mezcolanza de poemas antiguos —que ella interiormente ya había rechazado— y de unos escasos poemas nuevos —que a ella le parecían tan distintos— lo que Heinemann, según le dijo James Michie a Plath en enero de 1960, publicaría luego bajo el título de The Colossus.
Una vez firmado el contrato, Plath reemprendió su labor, aunque con una notable diferencia. Al igual que antes, calificaba cualquier poema que escribía como «a book poem» o «not a book poem», pero ahora se mostraba mucho más relajada a ese respecto, y, durante los dos años siguientes, no intentó desesperadamente encontrar un título-madre para su creciente progenie, hasta que, al fin, se sintió poseída por aquella súbita inspiración con la que escribió los poemas de los últimos seis meses de su vida.
En algún momento próximo a la Navidad de 1962, Plath reunió la mayoría de los poemas que ahora conocemos bajo el título de Ariel en una carpeta negra, ordenándolos meticulosamente. (Por entonces, apuntó que la secuencia empezaba con la palabra “amor” y acababa con la palabra “primavera”. El orden exacto de los textos aparece recogido al final del apartado de “Notas”). Ese poemario excluía casi todo lo que ella había escrito entre la publicación de El coloso y el mes de julio de 1962 —o sea, dos años y medio de trabajo. Como de costumbre, le costó encontrar el título. En la portada del manuscrito, The Rival [La rival] aparece reemplazado por A Birthday Present [Un regalo de cumpleaños], y éste, a su vez, por el de Daddy [Papi]. Tan sólo poco antes de morir volvió a cambiar el título por el de Ariel.
El volumen Ariel publicado en 1965 era algo distinto al que su autora había planeado[4]. Incorporaba la mayoría de los poemas (una docena, más o menos) que Plath había seguido escribiendo en 1963, aunque ella misma, reconociendo el hálito distinto de esos nuevos textos, los tenía por el comienzo de un tercer libro. En aquella edición, omití algunos de los poemas más personalmente agresivos de 1962, y podía haber obviado uno o dos más, de no haber estado ya publicados en revistas —por lo que, entonces, ya eran ampliamente conocidos. Aquel volunten fue el resultado de mi eventual compromiso de, por un lado, publicar una cuantiosa muestra de su trabajo —incluyendo buena parte de los poemas escritos después de El coloso y antes de Ariel— y, por otro, de presentar sus últimos textos con suma cautela, imprimiendo quizás sólo veinte poemas, para empezar. (Muchas personas me advirtieron de que a los lectores podría costarles asumir los violentos y contradictorios sentimientos expresados en esos poemas. Intuición que, en cierto sentido, y a juzgar por lo que ocurrió luego, era bastante acertada).
Un volumen posterior, titulado Crossing the water [Vadeando el agua] (1971), contenía la mayoría de los poemas escritos entre los dos primeros libros; y, ese mismo año, salió a la luz Winter Trees [Arboles de invierno], que reunía dieciocho poemas inéditos del último período, junto con su obra radiofónica en verso Three Women [Tres mujeres], escrita a principios de 1962.
La intención de la presente edición, que contiene una secuencia numerada de 224 poemas escritos a partir de 1956, más otros cincuenta seleccionados de entre la obra anterior a esa fecha, es reunir en un solo volumen la poesía completa de Sylvia Plath, incluyendo los diversos textos que nunca fueron publicados hasta ahora, y ordenar el conjunto, en la medida de lo posible, cronológicamente, para que sus lectores tengan acceso íntegro al desarrollo y al logro de esta poeta insólita.
Los manuscritos en los que se basa este volumen evidencian, más o menos, tres fases de creación, y cada una de ellas le planteó problemas ligeramente distintos a su editor.
La primera fase, que podríamos denominar Juvenilia [Poemas de juventud], entrañaba el problema de decidir cuándo concluía realmente. Pero, a finales de 1955, justo después de que Plath hubiese cumplido veintitrés años, se produce una división lógica, y muy conveniente, a este respecto. Los doscientos veinte poemas, aproximadamente, escritos con anterioridad revisten interés sobre todo para los especialistas. Sylvia Plath había dejado atrás esas obras (muchas de ellas de su primera adolescencia) con gran firmeza y, ciertamente, jamás los habría vuelto a publicar. Sin embargo, bastantes de ellos merecen ser conocidos por el público en general. Los mejores son tan característicos y tan redondos como cualquiera de los que escribió luego. Pueden parecer artificiales, pero siempre están iluminados por la emoción propia de su autora. En ellos se advierte, además, que la impresión de profunda y matemática inevitabilidad que transmiten el sonido y la textura de sus versos ulteriores había empezado a desarrollarse mucho antes. En esos primeros poemas podemos apreciar también cómo la escritura de Plath depende exclusivamente de un sobrecargado sistema de símbolos e imágenes interiorizados, un círculo cósmico cerrado. Si éste se pudiera proyectar visualmente, la sustancia y los patrones de sus poemas conformarían unos mandalas muy curiosos. Como poemas, son siempre una fiesta inspirada, pero con frecuencia también algo más. E incluso los más flojos ayudan a registrar el movimiento de aceleración que hizo despegar definitivamente a su autora.
La mayor parte de esos poemas tempranos sobrevive en sus versiones finales mecanografiadas; otros se hallaban en revistas y algunos más, que no habían sido ni mecanografiados ni publicados, aparecieron en cartas y en otros lugares. Incluso es probable que aún haya algunos más, escondidos. El orden cronológico de las obras de ese período resulta, casi siempre, imposible de determinar, salvo en líneas generales. A veces podemos fijar una fecha a partir de una carta o de una revista, pero Plath solía retomar sus viejos poemas —a veces, varios años después— y rehacerlos.
De ese período anterior a 1956, yo seleccioné lo que me pareció mejor, cincuenta poemas que figuran —en su supuesto orden cronológico— al final del volumen, a modo de apéndice. También ofrezco ahí una lista completa de los títulos, ordenados alfabéticamente, de todos los poemas de esa época que conocemos, junto con sus correspondientes fechas, en los casos en los que ésta es conocida.
La segunda fase creativa de Sylvia Plath va desde principios de 1956 a finales de 1960. La primera fecha marca, en efecto, una línea divisoria en su obra, ya que a finales de ese año, 1956, aparecen los poemas tempranos de su primer libro, El coloso. Además, a partir de esa fecha, yo trabajé junto a ella y vi cómo iban naciendo sus poemas, así que estoy razonablemente seguro de que todo está aquí. Buscando a lo largo de estos años, no conseguí desenterrar ninguno más. Todos los poemas que figuran en este volumen tienen su correspondiente versión final mecanografiada. También su orden cronológico está más claro, aunque el problema persiste, en cierta medida. La evolución de Plath como poeta fue muy veloz, pasando rápidamente por sucesivos moldes estilísticos, a medida que iba encontrando su verdadera temática y su verdadera voz. En cada fase que atravesaba, Plath tendía a sacar a la luz un grupo de poemas vinculados por su semejanza general, y yo, en mi memoria, tengo asociada cada una de esas fases a una época y a un lugar concreto. Cada vez que nos mudábamos, ella se desprendía de un estilo.
Por eso, la secuencia de los grupos de poemas de ese período está ciertamente clara. Pero, ahora, no estoy muy seguro de qué poema va antes o después de otro en cada uno de los grupos. Entre ellos, siempre hay un poema extraño, que desentona, como un residuo muy anterior. Asimismo, Plath, de vez en cuando, se anticipaba a sí misma y creaba un poema (“Two Lovers and a Beachcomber by the Real Sea”. [Dos amantes y un raquero a orillas del Mar Real], por ejemplo, en la selección de los poemas anteriores a 1956, o “The Stones”. [Las piedras], la parte VII de la secuencia de 1959 “Poema para un cumpleaños”) que ahora parecen pertenecer a una época algo posterior. En muchos casos, pude precisar la fecha y el lugar de un poema. (Plath escribió “Miss Drake Proceeds to Supper”. [La señorita Drake se dispone a cenar] en el parapeto de un puente del Sena, el 21 de junio de 1956). Pero, de nuevo aquí, se dan un par de casos en los que las fechas que aparecen en los manuscritos contradicen mis recuerdos supuestamente exactos sobre ellos. De ahí que no haya intentado datar aquellos poemas en cuyos manuscritos no figuraba la fecha. Afortunadamente, a partir de 1956, Plath registró cada una de las fechas en las que enviaba sus poemas a las revistas, y, en la medida de lo posible, normalmente lo hacía poco después de concluirlos, lo cual me ayudó a encajar la ordenación cronológica.
La tercera y última fase creativa de Plath, desde el punto de vista editorial, empieza, más o menos, en septiembre de 1960. Por esa fecha, comenzó a datar la versión final mecanografiada de cada poema. En las dos o tres ocasiones en las que modificó un poema posteriormente, fechó también la corrección. A partir de principios de 1962, empezó a guardar todos los manuscritos como tales (que, hasta entonces, destruía sistemáticamente cuando se iba de un sitio), y también las versiones finales provisionales, que, asimismo, solía fechar. Por ello, la secuencia cronológica de ese período es correcta, y la única duda que albergo respecto al orden de composición atañe sólo a los poemas que su autora escribió el mismo día.
He resistido la tentación de reproducir los borradores de esos poemas postreros en su variada integridad. Borradores que bien podemos ver como una parte importante de las obras completas de Plath. Algunos de los manuscritos están plagados de frases y versos escalofriantes, bellísimos, que ocupan toda la página; muchos de ellos tan notables como los que ella eligió luego para componer la versión final. Pero imprimirlos supondría darle un tamaño excesivo a este libro.
Un poema «para dos voces», jamás leído ni publicado, figura entre las notas correspondientes a “Ouija”. [Uija] (n° 62), por su relevancia. También aparecen en el apartado de “Notas” algunos fragmentos o algunas secciones bastante amplias de varios poemas, así como la traducción literal de un poema de Rilke: “A Prophet”. [Un profeta]. Las “Notas” incluyen una breve información biográfica acerca del período 1956-1963, así como el telón de fondo de ciertos poemas. Asimismo, el/la lector/a hallará en ese apartado la concordancia de los contenidos de cada uno de los cuatro poemarios publicados, según la numeración cronológica adoptada en esta edición de la poesía completa.
Tengo que dar las gracias a Judith Kroll, que cotejó los manuscritos y me ayudó a establecer el texto definitivo de muchos poemas, y a la Biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana, Bloomington, por permitirme acceder al archivo de la Juvenilia de Sylvia Plath.
Agosto de 1980

Ted Hughes



  Nota del traductor


 From the Pain comes the Dream

From the Dream comes the Vision

From the Vision comes the People

From the People comes the Power

From this Power comes the Change

Peter Gabriel


Esta versión en castellano de la obra poética de Sylvia Plath sigue, al pie de la letra, la edición de los Collected Poems que en su día preparó Ted Hughes para la editorial Faber & Faber. Salvo en dos detalles: a) que, además de las de Hughes, hemos incluido las notas correspondientes a la traducción en sí y a la bibliografía consultada para hacerla; y b) que hemos corregido las erratas que, a lo largo de las décadas, y pese a las muchas reimpresiones que este poemario (uno de los más vendidos de la segunda mitad del siglo XX) tuvo y tendrá, continuaron apareciendo hasta ahora. En este sentido, la “edición restaurada” de Ariel, preparada y publicada por la pintora y poeta Frieda Hughes en el año 2004, nos fue de gran ayuda, aunque, por desgracia, no eran ésos los únicos poemas que arrastraban erratas.
Este trabajo me ha dado innumerables quebraderos de cabeza pero también algunas de las mayores satisfacciones estéticas que he experimentado hasta ahora. Desde muy joven, casi desde que empecé a escribir y a traducir simultáneamente, mi doble admiración por la obra de Sylvia Plath y la de Ted Hughes no ha hecho sino medrar, y, en relación a la primera, esta traducción me ha servido para constatar lo que siempre he creído: que Sylvia Plath fue, en efecto, «a genious of a writer»; que su obra está muy por encima de su mito, y que su muerte supuso una pérdida inmensa para los amantes de la Poesía con mayúscula. Así de claro.
Mas, por otra parte, el resultado de este proceso de absoluta reinmersión en el corpus biográfico y literario de esta creadora genial me ha procurado muchas sorpresas. Sorpresas que, a su vez, me han servido para constatar lo que siempre había intuido: que la mayoría de las “verdades” que corren sobre Sylvia Plath son “verdades a medias” —y algunas puras falacias. Lo cierto es que es difícil hallar en la historia de la literatura una personalidad, una obra, una vida y una muerte tan desfiguradas, tan manipuladas como las de Sylvia Plath. Sobre ellas se ha dicho de todo, y de cualquier manera. Y, como se ha dicho de todo, quienes afirman o niegan cosas sobre ellas siempre tienen, en mayor o menor medida, algo de razón. Pero ¡cuánto, cuánto también de sin-razón! Todos los críticos, todos los lectores, todos los fans han hecho de la capa de Plath su sayo. Y todos, salvo contadísimas excepciones, cometiendo, a mi juicio, el mismo error.
El paradigma suele ser éste. El biógrafo o la biógrafa, el crítico o la crítica en cuestión, expone una hipótesis que, al principio, sí parece tener cierto xeito (como decimos en gallego), cierta gracia, cierto sentido. Pero, luego, poco a poco, las hipotéticas “pruebas” se acaban, y los estudiosos, encerrados en el callejón sin salida que ellos mismos han construido, se ven forzados a defender cosas que, a la luz de los textos —las auténticas evidencias—, son indefendibles. Peor aún: para poder demostrar esas tesis finalmente indemostrables, los especialistas acostumbran a medir sus “datos” por un doble rasero, el cual, dependiendo de la simpatía o la antipatía que sientan los medidores hacia ellos, transforma lo positivo en negativo, y lo negativo en positivo. ¿La relación creativa que mantuvieron Sylvia Plath y Ted Hughes fue tan fecunda, tan cristalizadora como ellos mismos aseveraron? Pues depende… de quien siente cátedra al respecto. Si quien lo hace defiende una tesis con la que pretende machacar a her husband y lo que, a sus ojos, éste representaba (la sociedad machista, patriarcal de los años cuarenta y cincuenta), entonces Plath, la muy ingenua, fue “víctima” de su propia infatuation, y “lo único verdadero” en su amor fue su situación de absoluto sometimiento a la voluntad de su castrador marido, quien, lejos de querer ayudarla a salir de sus impasses o a ser ella misma, la constriñó y se aprovechó cuanto pudo para abrirse camino en el mundillo literario. En una palabra: la “vampirizó” antes de dejarla tirada. Como el “nazi” de su padre.
No exagero, créanme. La tragedia “Sylvia Plath” produjo un fenómeno casi patológico: algo tan infrecuente, tan anormal que a veces semeja una rara enfermedad. Tal vez porque, como tal fenómeno, es algo “que vende” y, en consecuencia, “da prestigio” en nuestro mundo capitalista. Satirizando un poco la cuestión (aunque sin ánimo alguno de ofender a nadie), podríamos decir que la mayoría de la crítica plathiana se ha ido generando hasta el momento de la siguiente manera. Un día, un flamante licenciado (pongamos que de alguna de aquellas “viejas” carreras nuestras: filología, psicología, sociología…) “descubre” que esa poeta que tanto lo atrae utilizaba “muchas veces” la palabra black, y encima “pluralizándola”. Tras lo cual, lógicamente, el aspirante a especialista coliga que su admirada Sylvia Plath “odiaba a los negros”. «Hete aquí, señoras y señores, la verdadera razón de su suicidio», clama. «Su racismo inconsciente, reprimido, la impulsó a matarse, asfixiada por un sentimiento de culpa: de ahí el gas». Y, entonces, para demostrar su teoría, se dedica a reformular todas y cada una de las palabras que dijeron y escribieron tanto la susodicha como aquéllos que la conocieron y que no la conocieron, aunque para ello tenga que negarlas, obviarlas o trastocarlas descaradamente. Pero la cosa no acaba ahí, pues enseguida aparece otro nuevo aspirante a catedrático dispuesto a rebatir al anterior, aunque para ello tenga que demostrar que Sylvia Plath, pese a las fotos que conservamos de ella, «era, en realidad, negra». (O, por lo menos, «deseaba serlo, inconscientemente»). ¡Y todo por no molestarse en consultar el Thesaurus al que ella vivía pegada! Pues en él aparece claramente esa acepción de blacks que Plath utilizó en varios poemas y que a ellos les dio tantísimo que elucubrar: “Clothing of the darkest hue, especially such clothing worn for mourning. O sea, “traje o vestido de luto”.
Pero así es: así de denso, así de viciado flota el aire en los departamentos donde se hace y se deshace, se descompone y recompone la leyenda de Sylvia Plath. Y ello le pasa incluso a los escasos críticos con los que yo, personalmente, coincido —empezando por el propio Hughes. Yo también creo, por ejemplo, que Sylvia Plath, lejos de ser una mera poeta “confesional” o “de la experiencia” (a la manera de Lowell o de Sexton), es una poeta visionaria (a la manera de Blake o de Yeats, y, desde luego, tan trabajadora como ellos, en todos los sentidos). Una poeta que, en sus mejores momentos, trasciende la pura anécdota biográfica de la que parte, otorgándole a su vivencia un carácter universal[5]. Pero de ahí a ver en su suicidio un “acto cenital de trascendencia” hay un abismo insalvable: el de su desesperación. Estoy de acuerdo, sí, con Hughes y los que opinan como él en que Plath «era capaz de acceder, libre y controladamente» a esos abismos a los que sólo suelen lanzarse los chamanes y los místicos: «Su poesía escapa al análisis ordinario del mismo modo en que lo hacen la clarividencia y la capacidad mediúmnica: sus dones psíquicos eran, casi siempre, lo bastante intensos como para que ella misma deseara a veces deshacerse de ellos». Seguro. Pero intentar demostrar eso basándose en todos los poemas de la escritora es absurdo: una tarea abocada al fracaso. A fin de cuentas estamos hablando —¡por Dios!— de una mujer que murió con tan sólo treinta años, y que, a pesar de llevar escribiendo y publicando desde los nueve, acababa de encontrar su propio cerne. Por este motivo resulta igual de injusto descalificar, como hacen muchos “enemigos” suyos —que también son legión—, la obra de Sylvia Plath comparándola con la de otros poetas que tuvieron una vida mucho más larga y fructífera. Esos rabiosos, en vez de dedicarse a difamarla, más bien deberían pensar: ¿Cuántos grandes poetas del siglo XX alcanzaron el nivel de talento, la altura lírica que consiguió Plath en su brevísima existencia? ¿En qué habría quedado la obra de Seamus Heaney o de Adrienne Rich, la de Vicente Aleixandre o la de Antonio Gamoneda de haber muerto a los treinta? Desde luego, la estimación que ahora sentimos por ellas no sería la misma.
Con esto no quiero decir que debamos mostrarnos “comprensivos” o “misericordiosos” con la “esquizofrénica”, la “neurótica” o —sin más— “la loca” de Plath[6]. Al contrario: este libro desmiente, cuando menos a mis ojos, todas las patrañas que se han venido vertiendo sobre su cadáver. Son muchas, y aún colean, pero hay dos que me irritan especialmente. Sylvia Plath era una poeta abocada al suicidio desde la muerte de su padre (la dichosa «Boca de Sombra» a la que todos dan de comer). Falso. A diferencia, por ejemplo, de Anne Sexton —que sí se entregó a su propio culto funesto—, Plath fue una tremenda luchadora que, por encima de todo, ansiaba ser feliz: amando, trabajando, criando a sus hijos y colaborando, en la medida de sus posibilidades, a transformar la sociedad. Una persona que, consciente del trauma que pesaba sobre ella, así como de la ira, del bloqueo, de las diversas pulsiones enfrentadas que aquella fractura de la infancia seguía generando en su interior, hizo y escribió todo cuanto pudo para salir adelante. Y, salvo en dos ocasiones, siempre con éxito, tal y como lo demuestra su brillantísima trayectoria profesional. Pero ese «invierno terrible» del que habla Rilke en los Sonetos a Orfeo; aquel álgido y caótico invierno de 1962-63, henchido de vacío y de desamor, pudo más que ella, al final.
La otra calumnia que continúa repitiéndose aún hoy es que Sylvia Plath debe toda su fama a eso: al hecho de haber perdido su guerra psicológica. O, como mucho, a tres o cuatro poemas de Ariel. Falso también. En vida, Sylvia Plath llevaba años publicando en las mejores revistas poéticas del ámbito anglosajón; los dos únicos libros que llegó a sacar tuvieron unas críticas mucho más elogiosas de lo habitual[7], y alguna de ellas no sólo la incluía ya entre las grandes poetas de su generación sino que la comparaba con la mismísima Emily Dickinson (una de sus dos “madres literarias”, junto con Virginia Woolf). Pero además, tal y como podrá comprobar el lector o la lectora que se asome a esta vertiginosa pero apasionante falla, ya en su segunda etapa, la que va desde 1956 a 1960, Plath había escrito, cuando menos, una veintena de poemas incontestables: tan buenos o más que los de sus maestros. ¿Qué “Poema para un cumpleaños” tiene influencia de Theodore Roethke? Cierto, pero ¡cuán lejos está de él ese viaje al subsuelo, compuesto por siete poemas, cada cual más fascinante! Y lo mismo, insisto, se puede aseverar de otras muchas piezas de ese período.
Al acercarnos, pues, a la poesía de Sylvia Plath, conviene recordar una obviedad que, sin embargo, olvidan la mayoría de sus lectores y de sus estudiosos. Esto es: que si bien el hecho de conocer los detalles de su vida (engastados, ciertamente, en sus joyas más valiosas) ayuda a comprender y a “traducir” sus poemas, ello no explica, en modo alguno, el poderío de éstos. «En Plath es importante separar», como afirma Judith Kroll, poeta y ensayista, «el logro estético de sus poemas de su biografía», de la cual no dependen ni en la forma ni en el fondo. «Desde luego, uno puede leer esta obra como una biografía o “confesión”, simplemente para “conocer la historia”, “saber lo que le ocurrió a la poeta”; pero al hacerlo […] uno está prejuzgando lo que está leyendo (“la vida de una suicida”, “una escritora genial explotada por el machismo”)», y, peor aún, «está perdiéndose otros significados» mucho más relevantes que el mero aspecto “rosa” o “sensacionalista” —tan explotado por algunos y algunas en el caso de nuestra autora. Plath, como Trakl o Pizarnik, no debe, no, su fama al hecho de haberse quitado la vida sino a que en su obra «los acontecimientos están absorbidos, transfigurados por la función universalizadora del mito», y a que fue «una poeta cuya imaginación, inteligencia, lenguaje, oficio y apertura al inconsciente alcanzaron un extraordinario grado de desarrollo[8]». Virtudes que tan sólo se pueden hallar en los y las grandes creadores/as.
Por todo esto que acabo de escribir; porque sé que, pese a ella y su familia, Sylvia Plath devino, en efecto, en un mito, y un mito, además, en el que resuenan varios mitos de la Antigüedad (Electra, Medea, Eurídice, Isis, Ishtar…), soy consciente de que ésta es una de las traducciones más importantes que he hecho y haré. A partir de las pesquisas que el editor y yo realizamos, creemos que ésta es la primera versión de la Poesía Completa de Sylvia Plath que ve la luz en el ámbito hispanoamericano, y la segunda, strictu senso, que se publica en el mundo[9]. En consecuencia, me hace muy feliz saber que voy a hacer felices a miles de personas, no sólo en España sino también en Latinoamérica. Ya que ésas, a fin de cuentas, son las únicas recompensas con las que contamos los traductores: la dicha propia y la ajena.
Ningún traductor es infalible, abofé, y, aunque yo he puesto todos mis sentidos, toda mi mente y todo mi corazón en esta labor crucial para mí por muchos motivos, a fin de desentrañar, poéticamente, los incontables pasajes herméticos que contiene la obra de Sylvia Plath, seguro que he cometido algún fallo. Por eso, aún no doy por terminada esta versión (como ninguna de la treintena que ya he iniciado); por eso, confío en seguir revisándola y, por eso, invito a todas las lectoras y a todos los lectores que crean descubrir algún error o, simplemente, una manera mejor de traducir este o aquel verso, este o aquel poema, a que, por favor, me lo hagan saber a través de la página web de la editorial, dando por sentado que tendré muy en cuenta su opinión.
Finalmente, es mi deber, sin duda, dar las gracias a Pepo Paz y a Manuel Rico por haber aceptado esta propuesta y por el enorme esfuerzo que hicieron, a todos los niveles, para que la Poesía Completa de Sylvia Plath existiese al fin en castellano. Estoy en deuda con todas las traductoras y todos los traductores que aparecen citados en la bibliografía, quienes, con sus inevitables errores y sus indudables aciertos, me pasaron este testigo que yo me atrevo a legar ahora. En especial, deseo agradecer a Jordi Doce y a Alejandro Valero, dos de los mejores poetas-traductores de mi generación (rebosante, ya en sí, de ellos y de ellas) sus consejos, sus versiones y sus “vistazos”, por no hablar del tiempo que se hurtaron para mí.
Asieu.

Xoán Abeleira,


A Coruña (Torre de Crunnia, Torre del Sol),
en sus más de ochocientos aniversarios,
24 de septiembre de 2008

Fuente:
Título original: The Collected Poems
Sylvia Plath, 1981
Traducción y prólogo: Xoán Abeleira
Ilustración de cubierta: http://papergirl. din. md/wp-content/uploads/2011/04/Silvya-Plath. jpg
Retoque de cubierta: Levemka
Editor digital: Blok
ePub base r1.2


domingo, 31 de julio de 2016

Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. No.11


Carta N.º 11[23]


Querido León Ostrov:
Inútil explicar mis silencios. En el fondo de mí hay siempre una espera primitiva de un cambio mágico. (Una noche se romperán los espejos, arderán las que fui y cuando despierte seré la heredera de mi cadáver).
Estoy tan cansada de mis antiguos temores y terrores que no me atrevo a comunicarlos ni a decirlos. ¿Recuerda mi frase o estribillo de todos mis diarios: «Entrar en el silencio»?
He trabajado duramente en la oficina todos estos meses. Es testigo mi corazón debilitado y mi fatiga perpetua. Hasta creí morir. Te consumes. Piense en mí y en mi vida desordenada y cómo se la concilia con el despertador a las 7 hs. Y ocho horas de trabajo ininterrumpido en una piecita sombría.
Mis padres comprendieron mi deseo de quedarme. Recibí una dulce carta de mi madre en la que sentí aprobación (casi orgullo) por mi decisión de quedarme «estudiando» y trabajando sin su ayuda.
Desde hoy trabajo medio día. Como precisaban una empleada en otra sección —la de Iglesias, secretario de Cuadernos— me la ofrecieron y la acepté. Medio día y medio sueldo. No sé cómo viviré pues sólo en el hotel gastaré casi las ¾ partes de lo que gano. No obstante, conozco tanta gente que viviría bien con esa misma suma. Y yo, en verdad, no puedo vivir con ninguna. Pues cuanto tengo lo gasto y siempre tengo, no sé por qué.
Lo que me pone dichosa es tener tiempo libre: la noche, la mañana. Sobre todo en la noche, cuando escribo o leo o dibujo y soy humildemente feliz y me contento conmigo y con todo. Ahora que no me torturará el despertador creo que podré escribir y leer mucho más. No espero mucho. En verdad estoy desesperada. Pero hay un juego a muerte. Tengo que hacer poemas bellos y tengo que poblar de voces mi silencio. Por eso me dolía donar mi día a la oficina (si bien en un sentido es una derrota este cambio pues, aplicando un realismo despiadado: ¿qué hice cuando tenía tiempo?). Pero me he dado cuenta de algunas cosas. Pero también tengo temor de no trabajar todo el día, de no dolerme horriblemente el cuerpo, de no desvanecerme casi en tareas cuyo fin es «ganarse la vida». Es como si todo debiera ganarlo en contiendas espantosas. Quiero decir, es como un temor de que todo me vaya mal, ahora, cuando trabajo suavemente 4 hs, y vuelvo descansada y no me muero de fatiga. Además, trabajando todo el día me olvidaba de mí, de mi «yo» que tanto me hastía, que tanto me llora.
Pero más miedo aún de no poder estudiar y escribir. Qué esperanza absurda hay en mí. Qué optimismo feroz. Escribir sobre qué. Escribir qué.
Y además, además no hay nada. Veo a la gente de siempre: Paz, Eichelbaum, algunos jóvenes pintores, y una psicoanalista: Marianne Strauss, que trata de enseñarme (con escaso provecho) a relajarme. Esto último me ha llevado a pensar en el psicoanálisis, en la posibilidad o imposibilidad de que un ser ayude a otro. Yo creo que hay algo muy complejo y difícil y terrible en la gente como yo: los que no quieren curarse y demandan ayuda: ayúdame pues no quiero que me ayuden. Actualmente todo me es difícil e inextricable. Siento que me transportaron de la selva a la ciudad. De los dioses implacables (pero dioses al fin pues yo los hacía) a los hombres, los prójimos, los de aquí. Resultado: ni sueño ni realidad. Releo lo escrito y lo envío antes de romperlo. Hasta la suya con un abrazo para los tres,
Alejandra

jueves, 28 de julio de 2016

Premio Editorial Costa Rica.

El Premio Editorial Costa Rica es otorgado, por la Editorial del mismo nombre, en un género literario diferente (alternado) entre varias obras que sean sometidas a concurso.

El Premio era otorgado anualmente hasta el año 2007, cuando la Editorial decidió que este se realizaría cada dos años.
Fuente: Premio Editorial Costa RicaDe Wikipedia, la enciclopedia libre
GANADORES PREMIO EDITORIAL COSTA RICA

Año Título Autor Género
1972 Murámos Federico Joaquín Gutiérrez Novela
1973 Hoy es un largo día Carmen Naranjo Novela
1974 Un modelo para Rosaura Samuel Rovinski Arte
1975 Los pasos terrestres Julieta Dobles Poesía
1976 Los vencidos Gerardo Cesar Hurtado Novela
1977 Evolución de la poesía costarricense Alberto Baeza Flores Literaria
1978 Final de calle Quince Duncan Novela
1979 Los Tinoco Eduardo Oconitrillo Ensayo
1980 Desierto -- --
1981 El séptimo cielo Daniel Gallegos Teatro
1982 Desierto -- --
1983 Desierto -- --
1984 El movimiento Artesano-obrero-urbano en C.R 1880–1914 Mario Oliva Medina Ensayo
1985 Desierto -- --
1986 Julio Acosta, hombre de providencia Eduardo Oconitrillo Ensayo
1987 Desierto -- --
1988 El atardecer de los niños Uriel Quesada Cuento
1989 Desierto -- --
1990 Al final de la memoria Milton Zarate Poesía
1991 Desierto -- --
1992 Desierto -- --
1993 Desierto -- --
1994 Desierto -- --
1995 Para que cicatrices las heridas del insomnio Ronald Villar Poesía
Ahora juega usted señor Capablanca Mario Zaldívar Novela
El último baluarte del imperio Margarita Rojas G. Ensayo
1996 El pavo real y la mariposa Alfonso Chase Novela
Mujeres, sombras y coloquios de uno Eduardo Vargas Ugalde Cuento
1997 Cruces y soles Melania Nuñez Vargas Poesía
1998 Animales de la noche Ernesto Rivera Cuento
1999 Las cenizas del sentido Jorge Ramírez Caro Ensayo
2000 Pablo José Roxana Campos Teatro
2001 Desierto -- Cuento
2002 Urbanos Sergio Muñoz Cuento
2003 Abrir las puertas del mar Mauricio Molina Poesía
2004 Cuaderno de rencores Albán Mora Vargas Novela
2005 Del cielo a la tierra Ana Lucía Fonseca Ensayo
2006 Génesis Samuel Rovinsky Teatro
2007 Archipiélago Heriberto Rodríguez Novela
2009 El laberinto del verdugo Jorge Méndez Limbrick. Novela
2011 Los Herederos Sergio Muñoz Cuento
2013 El diminuto corazón de la Iguana Cyrus Shanavaz Piedra Novela
2015 Tango, arrabal y modernidad en Costa Rica Mijail Mondol López Ensayo


CORRER EL TUPIDO VELO. Páginas: 103, 104. Pilar Donoso.


CORRER EL TUPIDO VELO. Páginas: 103, 104. Pilar Donoso.
Editorial Alfaguara. 2010. España.
“Son solo cuatro los nombres que, si los definimos componen para el público el “gratis” del Boom, la elite, los “capos de la mafia”. Estos eran y siguen los más exageradamente alabados y los más exageradamente criticados: Julio Cortázar,  Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa... Mi padre se sintió integrante de este Boom  por converger en un mismo momento y en un mismo lugar con este grupo , pero intuyó que en el fondo nunca fue parte importante del movimiento, al igual  que en otros momentos de su vida, sintió su incapacidad de ser parte de un grupo o de un partido político. Sus libros nunca tuvieron el éxito comercial alcanzado por los de sus pares, si bien su calidad literaria nunca ha estado en duda”.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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