CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
jueves, 28 de julio de 2016
Pirandello Luigi. Cuentos.
ELEMENTOS PARA UNA CARTOGRAFÍA DE CUENTOS PARA UN AÑO
Coordenadas biográficas
Luigi Pirandello nació en Sicilia, en la actual Agrigento, el 28 de junio de 1867. Como él mismo escribió: «Soy hijo del Caos; y no alegóricamente, sino de verdad, porque nací en un campo nuestro que se encuentra cerca de un intricado bosque denominado, en forma dialectal, Càvusu», que es «la corrupción dialectal del genuino y antiguo término griego Xaos». El paisaje y las tradiciones sicilianas, la pasión por los clásicos, los estudios en la Universidad de Bonn —donde se licenció en Filología Románica con una tesis sobre el dialecto de su tierra natal—, la experiencia en Roma como profesor en el Istituto Superiore di Magistero y la enfermedad psíquica de su esposa Antonietta confluyeron en la actividad del polifacético autor: poeta, ensayista, novelista, dramaturgo, director y crítico.
Luigi anidaba su destino ya en el apellido: Pirandello se compone, de hecho, por el sustantivo griego πυρ/pur, «fuego», y άγγελος/angelos, «mensajero», es decir: mensajero del fuego. Las obras pirandellianas abrasan las ilusorias certezas de lo que entendemos por mundo interior.
Para Pirandello la única y segura forma de expresión siempre fue la escritura: colaboraciones en revistas, poemas, relatos breves, novelas, ensayos y obras de teatro brotan de la mente y la fantasía del atormentado escritor. Con la puesta en escena de sus obras, Pirandello se consagra como un autor dramático de referencia para toda una época. Su fama supera los confines nacionales: los teatros parisinos, alemanes, ingleses y americanos acogen entusiasmados sus piezas. Sin pausa se dedica a la actividad literaria, a lo largo de su vida publica cinco recopilaciones de poemas, siete novelas, alrededor de doscientos cuarenta cuentos breves y más de cuarenta obras de teatro.
El amor por el teatro lo animó a fundar en 1925 la Compagnia del Teatro d’Arte di Roma, que dirigió hasta 1928, con energía y pasión, educando la vitalidad y la expresividad de los actores. Mientras en Italia se imponía el régimen fascista, Pirandello confirmó su adhesión al partido, que adquiría para él el sentido de una verificación trágica y final del fracaso del estado liberal. El 9 de noviembre de 1934 le comunicaron la concesión del Premio Nobel. Según relata Gaspare Giudice, primer biógrafo de Pirandello: «Los periodistas y los fotógrafos invaden el estudio del escritor» y «como los fotógrafos y los camarógrafos le piden que pose, Pirandello se sienta a su mesa y teclea en su máquina de escribir, repetidamente, en una hoja, la palabra “payasadas”».
Dos años después, en 1936, una pulmonía lo condujo a la muerte. Había dispuesto como última voluntad que su muerte pasara en silencio, que su cuerpo desnudo fuera incinerado y sus cenizas esparcidas «porque nada, ni siquiera cenizas, quisiera que quedara de mí». Porque ya lo había dado todo, con su arte, con su vida en el arte.
Coordenadas histórico-culturales
El contexto histórico sitúa a Pirandello en un momento fundamental de transformaciones sociales y políticas, artísticas y literarias, ideológicas y estéticas. El desarrollo de la psicología y el psicoanálisis, la teoría de la relatividad, los totalitarismos o los avances científicos determinan la pérdida de seguridad y confianza en sí mismo por parte del ser humano. Asustado, el hombre descubre la falta de unidad en su persona. Desconocido para sí mismo, no consigue definirse. El clima general de dudas y vanas esperanzas influye claramente en la formación artística de Pirandello, quien orientaba sus lecturas mientras con su arte definía sus relaciones, de implicación y rechazo, con las propuestas europeas contemporáneas.
Pirandello, narrador, poeta, ensayista y dramaturgo, se fue dotando de un completo laboratorio que incluyó, naturalmente, lecturas de poetas italianos como Carducci y Leopardi, y también extranjeros como Heine. Más tarde leyó la literatura francesa, sobre todo Molière, Maupassant, Hugo, Huysmans, Courteline, Gide y Balzac, al lado de grandes maestros de otras tradiciones, como Gorki, Tolstói, Turgueniev o Faulkner. Cervantes y los clásicos ocuparon una posición privilegiada en la topografía de la biblioteca pirandelliana, junto a volúmenes de Alfred Binet y Gabriel Séailles. La mayoría de los textos extranjeros aparece en el idioma original, lo que explica la numerosa presencia de diccionarios en su estudio.
Constante y agudo es el interés por la filología y la patología, evidente en muchas escenas de su narrativa y de su dramaturgia. El pensamiento se desarrolla en la obra pirandelliana en sintonía con los tiempos de Lipps, Bergson, Nietzsche, Zola y Maupassant, herederos de Goethe o Schopenhauer, no necesariamente en armonía con la obra de ellos y a menudo en obvio desacuerdo. Entre las voces italianas que contribuyen a su formación crítica se encuentran Manzoni, Verga, Capuana o Marchesini. Controvertida es la definición de su relación con Freud y la teoría psicoanalítica, así como la correspondencia con otros temas, doctrinas y autores asociados o asociables a Pirandello, expresiones de los nuevos vientos que caracterizan la contemporaneidad.
La variedad de lecturas, intereses y propuestas conduce a la formulación de una estética fuertemente conectada con la experiencia humana, con la vida. Por un lado Pirandello asigna al arte la función de expresar una concepción propia y personalísima y, por el otro, de representar una realidad humana e histórica determinada.
El ambiente que forja la personalidad de Pirandello, como hombre y como artista, es un conjunto extremadamente rico de impulsos, experimentaciones y hallazgos. Las vanguardias históricas, con formas y recursos diversificados, ponen a prueba las herramientas de las artes, investigan las posibilidades de encontrar una respuesta a las preguntas sobre el mundo y la vida, buscando un lugar adecuado donde el hombre pueda hacerse y concebirse como individualidad, en una totalidad orgánica. Aunque históricamente sea posible encontrar paralelismos y convergencias con movimientos concretos, resulta interesante la propuesta del estudioso Wladimir Krysinski de considerar a Pirandello un vanguardista absoluto por la amplitud de la experimentación en su material narrativo y escénico, más allá del relativismo histórico o cultural.
No obstante, como afirma la estudiosa Graziella Corsinovi, su vínculo con el expresionismo es innegable: la persona se transforma en personaje. El rostro se altera, el gesto se exagera, mientras el aspecto general del hombre asume las características de una máscara. La fisonomía humana, deformada en los rasgos, expresa la tensión y la angustia frente a la pérdida de valor de las palabras, transformadas en grito lacerante o en risa amarga y dolida. Grito y risa, manifestaciones aparentemente opuestas, implican los mismos músculos faciales, sólo la boca asume una posición diferente: circular en el grito y horizontal en la risa. Ambas expresiones denuncian la carencia de valor del lenguaje verbal, de la palabra, sustituida con una gramática y una sintaxis del cuerpo.
El personaje se vuelve espejo de la crisis de identidad que experimenta el hombre de finales del siglo XIX y principios del XX: ya no «carácter» en su singularidad, sino «tipo» humano que intenta simbolizar una situación contradictoria y compartida. Lo grotesco, como categoría de la experiencia estética, permite identificar la contradicción entre lo trágico y lo cómico, contradicción que no impide que ambos puedan coexistir simultáneamente. Porque la vida es risa y llanto, el arte más sublime puede ser al mismo tiempo ridículo. El mensaje de las vanguardias es revolucionario en los contenidos, puesto que narra almas devastadas por el inconsciente y dibuja cuerpos lacerados, explotados, pero también en las formas. Siempre se trata de formas simbólicas, emblemas para condiciones particulares.
Por tanto, los posibles referentes de la concepción pirandelliana del personaje y de la narrativa confluyen y al mismo tiempo se mueven hacia dos direcciones: por un lado la reflexión filosófico-psicológica, y por el otro la experiencia artística y la propuesta estética contemporáneas. Todos esos estímulos penetran, en conexión profunda, en la personalidad de Pirandello y contribuyen sin duda a la determinación de la obra, no simplemente a nivel temático y semántico, sino también con respecto a los recursos formales y estéticos.
Fuente:
Título original: Novelle per un anno
Luigi Pirandello, 1922
Traducción: Marilena de Chiara
Introducción: Marilena de Chiara
miércoles, 27 de julio de 2016
Robert Musil. Cuento. A una desconocida señorita.
Robert Musil.
Cuento.
A una desconocida señorita
Mi pequeña desconocida señorita:
Como no la conozco, le escribo por el periódico. Sí, si reflexiono sobre las
circunstancias de nuestro encuentro, se me hace claro que escribo a alguien que,
simplemente, ya no existe, o, si existe, sólo de una forma sumamente vaga. Sin
embargo, aquel encuentro se realizó en circunstancias de lo más ordinarias.
Usted subía al tranvía en donde yo estaba sentado. Supongo que usted habrá
reparado en mí entre los pocos viajeros que había, pues usted ostentaba, mi muy
pequeña dama, un ser conservado de un modo poco común, que siente que
alguien la mira.
En su compañía se encontraba un señor de mi propia edad, que también me
gustó; podía ser un hermano mayor, pero, si era su padre, se mostraba, juvenil,
a su mismo nivel y no dominante, y yo quisiera sospechar que usted adulaba a
sus pensamientos de forma semejante a los míos. Calculo que usted tendría, en
aquel entonces, catorce años a lo sumo. Llevaba un vestido de terciopelo con
colores de calle, con el talle estrecho, de modo que el tejido del vestido, algo
pesado y, no obstante, plástico, simulaba por encima y por debajo la madurez de
la femenina figura, sin que el tipo perdiera con ello lo infantil. Me vino a las
mientes enseguida la expresión “mujer-niña”, nada más verla a usted. Su
vestido de terciopelo tenía en sus angostas mangas puños de piel y estaba
guarnecido abajo también con piel, formando allí un amplio volante; y
recordaba un poco un traje regional o de patinador, pero puede ser que no fuera
ni un vestido, sino un abrigo: seguro que usted lo sabrá todavía hoy día y lo
recordará con gusto, pero lo que es yo lo único que puedo hacer es aducir para
disculparme que la admiración observa siempre con mucho más exactitud que
la autodeterminación, que, ante el espejo, entra en objetividad en detalles y los
examina.
Acaso es esta disculpa falsa, pero, en todo caso, concede que mi admiración era
subjetiva y, en un sentido no totalmente irrecusable, romántica, cosa natural del
todo, pues la posibilidad de enamorarme de usted estriba precisamente en el
que yo no tratara la realidad con conciencia plena de lo que hacía, realidad que
no me lo hubiera permitido. Usemos para designarlo la buena, la vieja palabra
sueño: uno encuentra allí a una persona, reconoce quién es, y sabe que es
distinta de uno; de forma similar, en las honduras de la mina sobre la que de
ordinario nos movemos, usted siguió siendo para mi una niña y, con todo, fue
para mi una mujer a escala reducida, por espacio de diez minutos, antes de que
usted bajara y se me perdiera, sin que yo me resistiera a ello. El modo como
usted entró, se sentó y entregó el dinero al cobrador, un poco negligentemente
(pues lo hizo usted, y no su acompañante), no tenía ni sombra de aquella
afectación con que lo hace una niña; y los rasgos de su rostro, que me parece
estar viendo, con su ojo oscuro, las fuertes cejas, los labios llenos y la nariz un
poco respingona, es verdad que se adelantaban a sus años, pero, no obstante, no
configuraban algo así como el rostro reducido de una mujer adulta. Se me
ocurre que el aspecto de usted tampoco puede ser comparado en absoluto con
un “capullo”, pues su forma es juvenil, es verdad, pero dura y decidida, mientras
que el encanto amoroso de lo infantil de usted se asemeja más bien a una flor
sin raíces, es más, sin tallo.
Propiamente no tengo más que decir. Y no tengo que derivar de esto ni una
moralidad ni una inmoralidad: nuestro encuentro estaba, evidentemente, entre
estas dos posibilidades, y además han pasado ya desde entonces más de diez
años sin consecuencias. De vez en cuando, usted me hace recordar que hay toda
clase de historias de mujeres que procedían misteriosamente de las ramas de un
árbol, de manantiales o retortas, que no eran mujeres del todo y que con ese nodel-
todo estimularon a los hombres a que inventaran leyendas. Es,
manifiestamente, una fantasía que, por muchas razones, le llega al varón al
corazón. Y, por otra parte, me pregunto qué es lo que usted puede aún saber de
aquella pequeña muchacha que no quería esperar a convertirse en usted, y que,
seguramente, ahora está un poco decepcionada de ello.
***
Robert Musil
(Klagenfurt, 1880 - Ginebra, 1942) Escritor austriaco. Es, junto con Thomas Mann y con Franz Kafka, uno de los más importantes novelistas en lengua alemana del siglo XX, y también, durante muchos años, fue uno de los menos conocidos. Pertenecía a una distinguida familia de la alta burguesía, de la que habían salido eruditos, funcionarios y militares. Hijo único, e inclinado por su padre (profesor de Mecánica aplicada en el Politécnico de Klagenfurt, consejero áulico y honrado con título nobiliario) a la carrera militar en la Academia de Mährisch-Weisskirchen, pronto se reveló en Musil una fuerte vocación científica.
obert Musil
Habiendo abandonado por ello la Academia, Robert Musil se matriculó en la Escuela Técnica Superior, donde estudió ingeniería mecánica, y fue durante algunos años ayudante de mecánica en el Politécnico de Stuttgart, donde elaboró el famoso "giroscopio de Musil"; en 1903 se trasladó a Berlín para estudiar filosofía y psicología aplicada en la escuela de Carl Stumpf. Este vagabundeo intelectual y profesional fue un rasgo característico de Musil.
Oficial durante la Primera Guerra Mundial, en la que llegó al grado de coronel, fue redactor, en la posguerra, de la Neue Rundschau y adscrito a trabajos de redacción en el Ministerio de Asuntos Exteriores austríaco. Nietzscheano de orientación, embebido de ciencia y de técnica, pero insatisfecho de una y de otra (es también característica su intolerancia de la poesía y de la música), Musil quiso realizar un lúcido y severo diagnóstico de sí mismo, de su época y del hombre en general; sus naturales y sólidas dotes artísticas le salvaron, por otra parte, de la aridez de la teoría pura y de la fragmentación ensayística. "Crónica" y "análisis" fueron sus palabras programáticas.
Su primera novela, Los extravíos del alumno Törless (Die Verwirrungen des Zöglings Törless, 1906), que le hizo súbitamente célebre en los países de habla alemana, constituye un claro y despiadado análisis de la miseria moral y sentimental de una juventud para la que la educación cristiana no representa ya un fondeadero seguro o un sólido punto de apoyo.
Los cinco cuentos, los únicos escritos por Robert Musil y reunidos en los dos volúmenes Las uniones (Die Vereinigungen, 1911) y Tres mujeres (Drei Frauen, 1924), extienden la investigación al mundo de los adultos y a la vida conyugal. El minucioso análisis de los sentimientos para llegar a un nuevo y puro "orden de sentimientos" (expresión cara al escritor) constituye una fórmula afín, desde muchos puntos de vista, a la del primer expresionismo alemán (Gerhart Hauptmann, Frank Wedekind, Heinrich Mann, Alfred Döblin, etc.), aunque Musil, espíritu profundamente conservador, se mantuviera alejado del expresionismo y de cualquier otra "tendencia a la moda".
Un decisivo cambio en la biografía espiritual de Musil vino marcado por la Primera Guerra Mundial, después de la cual aparece, de una manera cada vez más apremiante e insistente, el elemento político junto al ético-psicológico, como se desprende de la serie de Ensayos y Diarios escritos en la posguerra, e incluidos en la edición completa de sus obras publicada en 1955.
Entre 1920 y 1924, Musil compuso dos dramas: Los fanáticos (Die Schwärmer, 1920) y, de menos alcance, Vicente o la amiga de hombres importantes (Vinzenz oder die Freundin bedeutender Männer, 1924). El problema conyugal tratado en una de las primeras novelas cortas se transforma en Los fanáticos; en términos que recuerdan a Luigi Pirandello y, bastante más, a Kafka, Los fanáticos trata de un modo intensamente representativo la falta general de discernimiento: la desconcertante y rápida quiebra de un matrimonio sugiere la inminente amenaza de fuerzas inhumanas y destructoras.
Sin embargo, Musil no figuraría quizá en la literatura mundial si no hubiera dejado la novela El hombre sin atributos (Der Mann ohne Eigen schaften), a cuya composición dedicó largos años, sin que le disuadieran de ello graves incidentes personales: su expulsión de Alemania en 1933, a raíz de la subida de Hitler al poder, y de Austria en 1938, y la amarga miseria de su asilo en Suiza.
El hilo argumental de El hombre sin atributos es muy simple: en 1913, un año antes de la Gran Guerra, empieza la preparación del septuagésimo jubileo por la coronación del emperador Francisco José, que ha de celebrarse en 1918. El narrador lo explica desde el punto de vista de quien sabe que la pretendida celebración del imperio acabará en necrológica. La disolución del marco político colectivo es anticipada por la decisión del protagonista, Ulrich, de disolver su propio yo: puesto que no sabe qué hacer con sus talentos de hombre moderno, Ulrich (trasunto del autor) prefiere parecer muchas cosas a definir su propio ser. En este panorama del ocaso del mundo y del sujeto se intercalan multitud de episodios, observaciones y argumentos paralelos que quedan reflejados en la conciencia del protagonista. El único refugio que encontrará éste será el amor transgresor por su hermana.
La obra, de casi dos mil páginas, quedó incompleta en su parte final, y sus episodios, ambientados en la Viena de los años 1913-14, constituyen una amplia y minuciosa descripción de las condiciones internas y externas de un estado en vías de derrumbarse. Pero su verdadera finalidad es la búsqueda de los motivos por los cuales se llegó a la guerra y a las subsiguientes y angustiosas tensiones del mundo actual. La causa principal es, para Musil, la "bancarrota de las ideas" en una Europa que acaba destrozándose voluntariamente a sí misma: según el autor, el único y eficaz remedio sería una "libre economía de las ideas", así como la renuncia a todo dogmatismo ideológico.
Fuente:
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/musil.htm
lunes, 25 de julio de 2016
Robert Musil Sobre la estupidez.
Los sabios normalmente prefieren hablar sobre la sabiduría en lugar de sobre la estupidez. En consecuencia, cuando el `discípulo de Hegel y profesor en la Universidad de Halle` Joh. Ed. Erdmann anuncia en 1866 su tema, éste es recibido con carcajadas. ¿Por qué? Una de las razones, tal como el propio Erdmann reconoce, podría ser que el tema de la estupidez nos recuerda nuestros propios defectos. Volvernos `sensatos` es un largo proceso: en la estupidez percibimos un poco `los sonidos de la antigua patria, que nos agradan como el dialecto patrio largamente no escuchado`. De esta manera, nos reímos con cierta melancolía: así hemos sido también nosotros mismos, o `esto pudo habernos pasado de niños`. Y al mismo tiempo encontramos placer en las estupideces, porque ellas son la prueba directa de que hemos abandonado ese estadio.Pero la estupidez también puede enfadarnos. Al ser precisamente la expresión de la ignorancia y la inmadurez, despierta impaciencia en aquellos que tienen una completa y libre disposición sobre su capacidad de juicio.No puede ser casualidad que toda la gran literatura haya sentido siempre una fascinación especial por lo grotesco, lo idiota o lo estúpido en el sentido más extremo de la palabra. Cervantes, Hölderlin, Falubert, Thomas Mann, Proust. ¿Por qué? ¿Por qué fascina la estupidez? Quizás sea porque ella es más que una simple etapa en el desarrollo del pensamiento, y lo amenaza siempre desde dentro.
Fuente:
N.N.
(Fragmento).
Robert MusilSeñoras y Señores, quien hoy en día tenga la audacia de hablar de la estupidez corre graves riesgos: puede interpretarse como arrogancia o, incluso, como intento de perturbar el desarrollo de nuestra época. Por mi parte, hace ya varios años escribí: «Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza, o al mejoramiento, nadie querría ser estúpido». Esto ocurría en 1931 y nadie osará poner en duda que, incluso después, ¡el mundo ha visto todavía más progresos y mejoras! De manera que se hace cada vez más urgente e inaplazable dar una respuesta a la pregunta: ¿Qué es realmente la estupidez?
No quisiera omitir que en mi calidad de poeta conozco la estupidez desde hace mucho tiempo, ¡podría incluso decir que quizás he tenido con ella relaciones profesionales! En el mundo de las letras, apenas abrimos los ojos, nos vemos enfrentados a una resistencia, a una oposición difícil de describir, que parece capaz de presentarse de cualquier forma: ya sea personal, como la respetable de un profesor de literatura que, acostumbrado a mirar desde distancias incontrolables, se equivoca desastrosamente con respecto a la época contemporánea; ya sea en formas genéricas, omnipresentes, como la transformación del juicio crítico mediante el juicio comercial, desde que Dios, con su bondad difícilmente comprensible para nosotros, concedió la lengua humana incluso a los creadores de películas habladas.
He descrito ya en diferentes ocasiones otros fenómenos de este tipo, pero no es necesario que me repita o que lo complete (y, por lo que parece, sería incluso imposible frente a la tendencia colosal que todas las cosas presentan en la actualidad): basta con concretar, como resultado cierto, que la escasa sensibilidad artística de un pueblo no se revela solamente cuando las cosas salen mal y de forma violenta, sino también cuando salen bien y de todas las
www.editorialpi.com
8 Sobre la estupidez
formas, por lo que existe solamente una diferencia gradual entre prohibiciones y opresiones, por un lado, y laureadas ad honorem, destinadas a ocupar cátedras universitarias y a figurar en las distribuciones de premios, por otro.
Siempre he sospechado que esa resistencia con formas tan diferentes, en relación con el arte y la espiritualidad más elevada, por parte de un pueblo que se vanagloria de su amor por el arte, no es sino estupidez –¿quizás una forma particular, una estupidez artística especial y, quizás incluso, sentimental?– que en cualquier caso se exterioriza en este sentido: al que se le llama un «bello espíritu» sería al mismo tiempo un bello estúpido; y todavía hoy no veo muchos motivos para abandonar esta convicción. Naturalmente, no se puede culpar a todo lo que afea algo tan totalmente humano como el arte; una parte hay que atribuirla a las diferentes formas de falta de carácter, como han mostrado las experiencias de los últimos años. Pero no se debería objetar que la estupidez no interviene para nada en este caso, porque se refiere a la razón y no a los sentimientos, mientras que el arte depende de estos últimos. Sería un error. Por último, el goce estético es juicio y sentimiento. Y os pido permiso no sólo para añadir a esta gran fórmula, que he tomado prestada a Kant, la precisión de que Kant habla de una facultad de juicio estético y de un juicio de gusto, sino también para repetir a continuación las antinomias a que ello conduce: tesis: el juicio de gusto no se basa en conceptos, porque, si no, se podría discutirlo (decidir por medio de la demostración); antítesis: se basa en los conceptos, porque, si no, ni siquiera se podría discutirlo (buscar un acuerdo ).
Y en este punto quisiera hacer la pregunta de si un juicio de este tipo, con la misma antinomia, no es la base de la política y de la confusión de la vida en general. Y ¿no es de esperar que, en una casa donde habitan el juicio y la
www.editorialpi.com
Robert Musil 9
razón, se presenten también sus hermanas y hermanitas, las diferentes formas de la estupidez? Sirva esto para indicar su importancia. Erasmo de Rotterdam escribió en su delicioso, y todavía hoy insólito, Elogio de la locura, que, sin cierto grado de estupidez, el hombre no llegaría ni siquiera a nacer.
Una prueba del dominio vergonzoso y aplastante que la estupidez ejerce sobre nosotros muchos la dan al mostrarse, amigable y conspirativamente sorprendidos, cuando se enteran de que alguien, en quien tenían puesta su confianza, tiene intención de evocar el nombre de ese monstruo. No sólo he tenido esa experiencia, sino que además he podido comprobar muy pronto su validez histórica, cuando, durante mi investigación sobre los predecesores en la tradición de la estupidez –he descubierto una cantidad increíblemente pequeña de ellos; pero ¡los sabios prefieren evidentemente escribir sobre la sabiduría!–, recibí de un docto amigo el ejemplar impreso de una conferencia dada en el año 1866 por Eduard Erdmann, discípulo de Hegel y profesor en la universidad de Halle. Dicha conferencia, titulada Sobre la estupidez, comienza revelando en seguida que su anuncio fue acogido con carcajadas; y, cuando veo que esto puede ocurrirle incluso a un hegeliano, me convenzo todavía más de que tal comportamiento de los hombres hacia quien pretende hablar de la estupidez tiene una motivación especial y me encuentro presa de gran inseguridad, convencido como estoy de haber desafiado una fuerza psicológica poderosa y profundamente contradictoria.
Por eso, prefiero confesar inmediatamente la debilidad en que me encuentro con respecto a ella: no sé lo qué es. No he descubierto ninguna teoría de la estupidez con cuya ayuda se pretendiera salvar el mundo: al contrario, no he encontrado en el ámbito de las preocupaciones científicas
www.editorialpi.com
10 Sobre la estupidez
ni siquiera una investigación dedicada a ella, y tampoco coincidencia de opiniones con respecto a su definición, que resultase del tratamiento de temas análogos. Quizá sea debido a mi ignorancia, pero es más probable que la pregunta: ¿qué es la estupidez?, no corresponda a los usos del pensamiento actual, como tampoco corresponden preguntas sobre la esencia de la bondad, belleza o electricidad. Esto, a pesar del deseo de delimitar dicho concepto y de responder con la máxima sobriedad posible a tal pregunta preliminar a toda la vida, es bastante atrayente; así que un buen día quedé presa de la pregunta, sobre qué es «realmente» la estupidez, y no en el sentido en que todos la entienden, cosa que habría estado más en consonancia con mi competencia y capacidad de escritor. Y, como no quería salir del paso con medios poéticos, ni estaba en condiciones de hacerlo de forma científica, he intentado el camino más sencillo, como se hace espontáneamente en estos casos, examinando el uso de la palabra «estúpido» y de su familia, buscando los ejemplos más frecuentes, e intentando fusionar un poco lo que iba escribiendo.
Por desgracia, un procedimiento de este tipo presenta el riesgo de ser como una caza de mariposas: durante un tiempo seguimos lo que creemos estar observando, sin perderlo de vista, pero, como por otras partes, por idénticos caminos en zigzag, se acercan otras mariposas, casi idénticas, pronto no sabemos bien si estamos todavía siguiendo la del principio. Y, así también, los ejemplos de la familia de la estupidez no siempre permiten distinguir si existe verdaderamente entre ellos un lazo originario o si atraen sólo, exterior e improvisadamente, la atención de uno a otro, y no será nada fácil recogerlos todos en un haz que pertenezca verdaderamente a un estúpido.
En tales condiciones, es casi indiferente cómo se comience. Hagámoslo, pues, de cualquier manera: lo mejor
www.editorialpi.com
Robert Musil 11
es empezar inmediatamente con la dificultad inicial que consiste en el hecho de que quien quiera hablar de la estupidez, o asistir con provecho a una disertación sobre ella, debe presuponer que él mismo no es un estúpido; y, por eso, alardea de ser inteligente, ¡aunque eso se considere generalmente como señal de estupidez! Si profundizamos la cuestión, como los estúpidos han alardeado de ser inteligentes, surge inmediatamente una respuesta, que parece cubierta por el polvo de los más antiguos predecesores, que sostiene que es más prudente no mostrarse inteligente. Es probable que esa prudencia profundamente pesimista, ni siquiera hoy más comprensible a primera vista, provenga todavía de condiciones en que para el más débil era realmente más prudente no pasar por sabio: ¡la sabiduría habría podido amenazar la vida de los más fuertes!
En cambio, la estupidez elimina cualquier sospecha: «desarma», como se dice todavía hoy. Y huellas de esa astucia, de esa estupidez astuta, las encontramos todavía en el hecho de que las fuerzas están tan desigualmente distribuidas que el más débil busca su salvación en fingirse más estúpido de lo que es; se encuentran, por ejemplo, en la proverbial astucia cotidiana, también en las relaciones entre la servidumbre y los propietarios del lenguaje culto, en la relación del soldado con el superior, del escolar con el maestro y del niño con los padres. Quien está en el poder se irrita menos cuando los débiles no pueden que cuando no quieren. La estupidez lo reduce directamente a la «desesperación», es decir, ¡inconfundiblemente a un estado de debilidad!
¡Con esto coincide perfectamente el hecho de que la inteligencia le hace montar en cólera fácilmente! Es cierto que se la aprecia en el ser servil, pero sólo cuando va unida a la sumisión más incondicional. En el momento en que le falta ese certificado de buena conducta y aparece la duda
www.editorialpi.com
12 Sobre la estupidez
sobre si será ventajosa para el señor, se la llama no tanto inteligencia cuanto impertinencia, insolencia o perfidia: y muchas veces de ello se deriva una situación que parece, por lo menos, manchar el honor y la autoridad del poderoso, aun cuando no lo amenace en su seguridad.
En el campo de la educación, a un alumno bien dotado y rebelde se le trata con mayor dureza que a uno recalcitrante por obtuso mental. En el de la moral, ha producido la concepción de que la voluntad de un hombre es tanto más malvada cuanto más valiosa sea su inteligencia. Ni siquiera la inteligencia ha quedado inmune de ese prejuicio personal y juzga con especial reprobación la ejecución inteligente de un crimen como «refinada» y «carente de sensibilidad». Y en el de la política, cualquiera podrá procurarse ejemplos donde le parezca.
Pero también la estupidez –se podría objetar– puede ser irritante y no es cierto que calme los nervios en todos los casos. En pocas palabras, generalmente provoca impaciencia, pero en casos excepcionales provoca incluso crueldad; y las repugnantes aberraciones de esa morbosa crueldad, que comúnmente suele llamarse sadismo, nos muestran muchas veces seres estúpidos en el papel de víctima. Ello se debe al hecho de que éstos caen presa de los crueles con más facilidad que los demás; pero también parece estar en relación con el hecho de que su evidente falta de resistencia excita ferozmente la imaginación, como el olor de sangre excita el placer de la caza, y la atrae a un desierto en que la crueldad va «demasiado lejos», casi sólo porque no encuentra ninguna barrera, ningún obstáculo por ningún lado. Esto constituye un rasgo de sufrimiento en quien infringe sufrimiento, una debilidad inmersa en su brutalidad; y, aunque la privilegiada indignación de la compasión ofendida sólo raras veces permita observarlo,
www.editorialpi.com
Robert Musil 13
no obstante, tanto en el caso del amor, como en el de la crueldad, se requieren dos que congenien mutuamente.
El estudio de este problema sería importante en una humanidad como la nuestra, tan atormentada por su «vil crueldad hacia los débiles» (y ésta es, me parece, la formulación más corriente para describir el sadismo); pero, considerando la relación seguida en su línea esencial y después de una rápida revisión de los primeros ejemplos, incluso lo que de ello se ha dicho debe figurar como divagación y, en conjunto, puede sacarse algo más: que puede ser estúpido vanagloriarse de la propia inteligencia, pero que no siempre es inteligente ganarse fama de estúpido. Aquí es imposible generalizar; o, en todo caso, la única generalización admisible debería ser la de que la cosa más sensata en este mundo es la de ¡hacerse notar lo menos posible! Y, de hecho, ya se ha trazado varias veces esa línea de conclusión, esencial en toda sensatez. No obstante, muchas veces se hace un uso sólo parcial, o simbólico y representativo, de esa conclusión misantrópica, y entonces ello nos conduce a contemplar el ámbito de las reglas de modestia y de reglas todavía más amplias, sin que haya que abandonar del todo el campo de la sensatez y de la estupidez.
Sea por miedo a parecer estúpido, o por miedo a ofender las buenas costumbres, muchos hombres se consideran inteligentes, es cierto, pero no lo dicen. Y, cuando se ven obligados a hablar de ello, lo circunscriben con una perífrasis y dicen por ejemplo: «No soy más estúpido que otros». Todavía más corriente es introducir en el discurso, con el tono más distanciado y sobrio posible, la consideración: «Puedo decir que poseo una inteligencia normal”. Y quizá la convicción sobre la propia inteligencia hace su aparición, en la forma coloquial: «¡No dejo que me tomen por estúpido!». Tanto más digno de observarse es el hecho de que no sólo el individuo en sus pensamientos se consiwww.
editorialpi.com
14 Sobre la estupidez
dera en secreto como particularmente inteligente y bien dotado, sino que también el hombre que actúa en la historia dice y manda decir, apenas obtiene el poder, que es infinitamente prudente, iluminado, noble, eminente, generoso, elegido por Dios y predestinado por la historia. Incluso lo dice de buena gana a propósito de otro, en caso de que se sienta iluminado por su reflejo. En los títulos y apelativos como majestad, eminencia, excelencia, magnificencia, señoría, todo esto se ha conservado en un estado de fosilización y ya no está reavivado por una conciencia precisa: pero se revela de nuevo e inmediatamente, con toda su vitalidad, cuando el hombre de hoy habla como masa. En particular, existe una condición media del espíritu y del alma, que carece de pudor en su presunción, tan pronto se presenta bajo la protección de un partido o nación o corriente artística y que, en lugar de «yo», permite decir «nosotros».
Con una reserva perfectamente comprensible y trivial, esa presunción puede llamarse también vanidad, y en verdad el alma de muchos pueblos y estados aparece dominada por sentimientos entre los que la vanidad ocupa de forma innegable un puesto preeminente; y, por otra parte, entre la vanidad y la estupidez siempre ha habido una relación, que quizá pueda proporcionarnos una indicación útil. Un hombre aparece como vanidoso por el hecho de que le falta la inteligencia de ocultarlo; pero en realidad no hay ni siquiera necesidad de ello, porque el parentesco entre estupidez y vanidad es directo. Un hombre vanidoso produce la impresión de hacer menos de lo que sería capaz de hacer; es como una máquina que pierde vapor. El viejo dicho «estupidez y orgullo crecen bajo el mismo árbol» significa precisamente esto, como también la expresión de que la vanidad es «ciega». Lo que relacionamos con el concepto de vanidad es el esperar una prestación insuficiente, ya que la palabra “vano» quiere decir en su significado priwww.
editorialpi.com
Robert Musil 15
mero casi lo mismo que “inútil». Y esa reducción de la prestación se la espera incluso donde se da en realidad: no por casualidad van unidos entre sí la vanidad y el talento, pero entonces recibimos la impresión de que se habría podido hacer todavía más, si el vanidoso no obstaculizase su propia actividad. Esa tenaz idea de una prestación reducida resulta ser también la idea más general que tenemos de la estupidez.
Sin embargo, se procura, como es sabido, evitar el comportamiento vanidoso, no porque pueda ser estúpido, sino esencialmente también en este caso, porque es una perturbación del buen comportamiento: «quien se alaba se ensucia», dice un viejo proverbio, y significa que la jactancia, el hablar mucho de sí mismo y alabarse, se considera no sólo imprudente, sino también indecente. Si no me equivoco, las leyes del buen comportamiento que no se ven afectadas forman parte de los multiformes mandatos de reserva y distanciamiento destinados a no provocar conflictos con la presunción, presuponiendo siempre que no es menor en el prójimo que en nosotros mismos. Dichos mandatos de distanciamiento prohíben incluso el uso de palabras sinceras, regulan las formas del saludo y de la alocución, no permiten que se nos contradiga sin excusarse o que una carta comience con la palabra «yo», en resumen, exigen la observación de determinadas reglas con el fin de que no nos «acerquemos demasiado» unos a otros. Su misión consiste en allanar y nivelar las relaciones mutuas, en facilitar el amor propio y el amor al prójimo y en conservar, por decirlo así, una temperatura media en el intercambio de relaciones humanas; y esas prescripciones las encontramos en cualquier sociedad, en las primitivas todavía más que en las de alto nivel de civilización, e, incluso, la de los animales, aunque carente de palabras, las conoce, como se desprende fácilmente de muchas de sus ceremonias. No obstante, forma parte de dichos mandatos
www.editorialpi.com
16 Sobre la estupidez
de distanciamiento no sólo el no alabarse a sí mismo, sino también el alabar a los demás con demasiada intromisión. Decirle en la cara a alguien que es un santo o un genio sería tan monstruoso como decirlo de nosotros mismos; y ensuciarse el rostro y arrancarse los cabellos no sería, para la sensibilidad actual, realmente mejor que insultar al prójimo. Nos contentamos con hacer la observación de que no somos más estúpidos o peores que otros, como ya hemos dicho.
Lo que en una situación de orden se desecha son las formulaciones excesivas e incontroladas. Y, de la misma forma que antes hablábamos de la vanidad, por la que pueblos y partidos se creen superiores a los demás en inspiración, hemos de añadir aquí que la mayoría vitalista –como el individuo megalómano en sus alucinaciones– no sólo cree detentar el monopolio de la sabiduría, sino también el de la virtud, y se considera valiente, noble, invencible, pía y buena; y que, entre los hombres, existe una propensión en particular, la de permitirse, cuando se presentan en masas, todo lo que les está prohibido como individuos. Esos privilegios de un «Nosotros», vuelto grande, producen hoy en día la impresión de que la civilización y la sumisión del individuo, cada vez más creciente, quedan compensadas por el embrutecimiento, que aumenta en la misma proporción, de las naciones, los estados y los grupos ideológicos; y, evidentemente, en esto se revela una perturbación emotiva, una perturbación del equilibrio emotivo, que en el fondo precede al contraste entre yo y nosotros, así como a cualquier forma de valoración moral. Pero –deberíamos preguntarnos–, ¿se trata todavía de estupidez en ese caso? ¿Tiene todavía algo que ver eso con la estupidez?
¡Egregios oyentes! ¡Nadie lo pone en duda! Pero, permitidme, antes de responder, recuperar el aliento con un
www.editorialpi.com
Robert Musil 17
ejemplo no carente de cierta sensibilidad. Todos nosotros, aunque especialmente nosotros los hombres y, en particular, todos los escritores famosos, conocemos a esa dama que quisiera confiarnos a toda costa la novela de su vida y cuya alma, al parecer, siempre se ha encontrado en condiciones interesantes, sin que nunca haya alcanzado ningún éxito, que espera solamente de nosotros. ¿Es estúpida esa dama? Algo procedente del borbotón de las impresiones nos susurra: ¡sí, lo es! Pero la cortesía, y también la justicia, nos obligan a admitir que no lo es completamente, y no siempre. Habla mucho de sí misma, y en general habla mucho. Lanza juicios con mucha decisión y a propósito de cualquier cosa. Es vanidosa e indiscreta. Nos alecciona con frecuencia. Generalmente su vida sentimental no está en su sitio y, en general, su vida es un poco desgraciada. Pero, ¿acaso no existen también otros tipos de personas a quienes se podría aplicar todo esto o, por lo menos, en gran parte? Hablar mucho de sí mismo, por ejemplo, es también un vicio de los egoístas, de los inquietos e incluso de cierto tipo de melancólicos. Y el mismo comportamiento en general se puede atribuir, en especial, a los jóvenes, de cuyos fenómenos de crecimiento forma parte el hablar mucho de sí mismos, ser vanidosos, sabihondos, y un poco fuera de lugar en la vida, mostrar, en suma, esas desviaciones de la inteligencia y del decoro, sin que por ello sean estúpidos o más estúpidos de lo normal, debido al hecho de que todavía no han llegado a ser inteligentes.
Fuente:
Robert Musil
Sobre la estupidez
Sobre la estupidez
Información técnica
Revisión de textos y asesoría editorial: Gonzalo Betancur Urán
Diagramación: Mery Murillo Á.
La impresión fue dirigida por Carlos Villa Á.
Formato: 12 x 21 cms.
Número de páginas: 40.
Todográficas Ltda. Tel.: 412 8601.
Impreso en Medellín, Colombia.
Printed in Colombia.
En su composición se utilizó tipo Minion de 23,5, 18 y 11 puntos.
Se usó papel Propalmate de 90 gramos
y cartulina de 200 gramos.
Publicado originalmente en español por Editorial Tusquets en 1974.
Ilustración de la portada: Busto de hombre de Pablo Picasso, 1969. Colección particular.
Editorial Pi.
Editor: Álvaro Lobo U.
Comentarios a: alvarolu@editorialpi.com
Esta es una publicación sin fines lucrativos.
Ninguno de los ejemplares será puesto a la venta.
Página web: www.editorialpi.com
www.editorialpi.com
domingo, 24 de julio de 2016
CORRER EL TUPIDO VELO: Página 89. Pilar Donoso.
CORRER EL TUPIDO VELO: Página 89. Pilar Donoso. Editorial Alfaguara. 2010. España.
“La gestación de El obsceno pájaro de la noche fue difícil y larga, pero le dará grandes satisfacciones, principalmente reconocimiento como
sábado, 23 de julio de 2016
FERVOR DE BUENOS AIRES (1923) Jorge Luis Borges. (Poesía Completa). Primera entrega.
FERVOR DE BUENOS AIRES
(1923)
Jorge Luis Borges. (Poesía Completa).
LA RECOLETAConvencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.
EL SUR
Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de sombra haber mirado
esas luces dispersas,
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
–esas cosas, acaso, son el poema.
CALLE DESCONOCIDA*
Penumbra de la paloma
llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
cuando la sombra no entorpece los pasos
y la venida de la noche se advierte
como una música esperada y antigua,
como un grato declive.
En esa hora en que la luz
tiene una finura de arena,
di con una calle ignorada,
abierta en noble anchura de terraza,
cuyas cornisas y paredes mostraban
colores tenues como el mismo cielo
que conmovía el fondo.
Todo –la medianía de las casas,
las modestas balaustradas y llamadores,
tal vez una esperanza de niña en los balcones–
entró en mi vano corazón
con limpidez de lágrima.
Quizá esa hora de la tarde de plata
diera su ternura a la calle,
haciéndola tan real como un verso
olvidado y recuperado.
Sólo después reflexioné
que aquella calle de la tarde era ajena,
que toda casa es un candelabro
donde las vidas de los hombres arden
como velas aisladas,
que todo inmeditado paso nuestro
camina sobre Gólgotas.
LA PLAZA SAN MARTÍN
A Macedonio Fernández
En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza,
serena y sazonada,
bienhechora y sutil como una lámpara,
clara como una frente,
grave como ademán de hombre enlutado.
Todo sentir se aquieta
bajo la absolución de los árboles
–jacarandás, acacias–
cuyas piadosas curvas
atenúan la rigidez de la imposible estatua
y en cuya red se exalta
la gloria de las luces equidistantes
del leve azul y de la tierra rojiza.
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos!
Abajo
el puerto anhela latitudes lejanas
y la honda plaza igualadora de almas
se abre como la muerte, como el sueño.
EL TRUCO*
Cuarenta naipes han desplazado la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con las floridas travesuras
de una mitología casera.
En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y del quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.
Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismos versos y las mismas diabluras.
UN PATIO
Con la tarde
se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esta noche, la luna, el claro círculo,
no domina su espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.
INSCRIPCIÓN SEPULCRAL
Para mi bisabuelo
el coronel Isidoro Suárez
Dilató su valor sobre los Andes.
Contrastó montañas y ejércitos.
La audacia fue costumbre de su espada.
Impuso en la llanura de Junín
término venturoso a la batalla
y a las lanzas del Perú dio sangre española.
Escribió su censo de hazañas
en prosa rígida como los clarines belísonos.
Eligió el honroso destierro.
Ahora es un poco de ceniza y de gloria.
LA ROSA
A Judith Machado
La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.
BARRIO RECUPERADO
Nadie vio la hermosura de las calles
hasta que pavoroso en clamor
se derrumbó el cielo verdoso
en abatimiento de agua y de sombra.
El temporal fue unánime
y aborrecible a las miradas fue el mundo,
pero cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde,
y un olor a tierra mojada
alentó los jardines,
nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío.
SALA VACÍA
Los muebles de caoba perpetúan
entre la indecisión del brocado
su tertulia de siempre.
Los daguerrotipos
mienten su falsa cercanía
de tiempo detenido en un espejo
y ante nuestro examen se pierden
como fechas inútiles
de borrosos aniversarios.
Desde hace largo tiempo
sus angustiadas voces nos buscan
y ahora apenas están
en las mañanas iniciales de nuestra infancia.
La luz del día de hoy
exalta los cristales de la ventana
desde la calle de clamor y de vértigo
y arrincona y apaga la voz lacia
de los antepasados.
ROSAS*
En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.
Famosamente infame
su nombre fue desolación en las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
porque son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo,
esa inmortalidad infatigable
que anonada con silenciosa culpa las razas
y en cuya herida siempre abierta
que el último dios habrá de restañar el último día,
cabe toda la sangre derramada.
No sé si Rosas
fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;
creo que fue como tú y yo
un hecho entre los hechos
que vivió en la zozobra cotidiana
y dirigió para exaltaciones y penas
la incertidumbre de otros.
Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.
Ya toda vida, por humilde que sea,
puede pisar su nada y su noche.
Ya Dios lo habrá olvidado
y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución
con limosnas de odio.
FINAL DE AÑO
Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil,
algo que no encontró lo que buscaba.
CARNICERÍA
Más vil que un lupanar,
la carnicería infama la calle.
Sobre el dintel
una ciega cabeza de vaca
preside el aquelarre
de carne charra y mármoles finales
con la remota majestad de un ídolo.
ARRABAL
A Guillermo de Torre
El arrabal es el reflejo de nuestro tedio.
Mis pasos claudicaron
cuando iban a pisar el horizonte
y quedé entre las casas,
cuadriculadas en manzanas
diferentes e iguales
como si fueran todas ellas
monótonos recuerdos repetidos
de una sola manzana.
El pastito precario,
desesperadamente esperanzado,
salpicaba las piedras de la calle
y divisé en la hondura
los naipes de colores del poniente
y sentí Buenos Aires.
Esta ciudad que yo creí mi pasado
es mi porvenir, mi presente;
los años que he vivido en Europa son ilusorios,
yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.
REMORDIMIENTO POR CUALQUIER MUERTE
Libre de la memoria y de la esperanza,
ilimitado, abstracto, casi futuro,
el muerto no es un muerto: es la muerte.
Como el Dios de los místicos
de Quien deben negarse todos los predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
no le dejamos ni un color ni una sílaba:
aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
allí la acera donde acechó su esperanza.
Aun lo que pensamos
podría estar pensándolo él;
nos hemos repartido como ladrones
el caudal de las noches y de los días.
JARDÍN
Zanjones,
sierras ásperas,
médanos,
sitiados por jadeantes singladuras
y por las leguas de temporal y de arena
que desde el fondo del desierto se agolpan.
En un declive está el jardín.
Cada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
los estériles cerros silenciosos
que apresuran la noche con su sombra
y el triste mar de inútiles verdores.
Todo el jardín es una luz apacible
que ilumina la tarde.
El jardincito es como un día de fiesta
en la pobreza de la tierra.
Yacimientos del Chubut, 1922
INSCRIPCIÓN EN CUALQUIER SEPULCRO
No arriesgue el mármol temerario
gárrulas transgresiones al todopoder del olvido,
enumerando con prolijidad
el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.
Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla
y el mármol no hable lo que callan los hombres.
Lo esencial de la vida fenecida
–la trémula esperanza,
el milagro implacable del dolor y el asombro del goce–
siempre perdurará.
Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
de quienes no alcanzaron tu tiempo
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.
LA VUELTA
Al cabo de los años del destierro
volví a la casa de mi infancia
y todavía me es ajeno su ámbito.
Mis manos han tocado los árboles
como quien acaricia a alguien que duerme
y he repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado
y vi al desparramarse la tarde
la frágil luna nueva
que se arrimó al amparo sombrío
de la palmera de hojas altas,
como a su nido el pájaro.
¡Qué caterva de cielos
abarcará entre sus paredes el patio,
cuánto heroico poniente
militará en la hondura de la calle
y cuánta quebradiza luna nueva
infundirá al jardín su ternura,
antes que me reconozca la casa
y de nuevo sea un hábito!
viernes, 22 de julio de 2016
Fragmento. Novela. "El Laberinto Del Verdugo".
(Fragmento. Novela. "El Laberinto Del Verdugo". Premio Nacional de novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Primera Reimpresión 2015).
"...A nuestras espaldas la tarde caía con un Sol cobrizo y la humedad se elevaba de la tierra en un humus pegajoso y caliente, porque las lluvias cesaban.
Era absurdo, debo confesarlo, pero me sentía libre, una especie de liberación que me embargaba a cada paso, que me direccionaba hacia el campus universitario. El caminar con un Sol agónico en la tarde, observando las supercarreteras a los lados de nuestro camino y los cientos de vehículos en su veloz marcha me provocaba risa, ira, desasosiego, burla... y en el fondo de mi ser, en la misma boca del estómago, un exabrupto malicioso de toda una prisa en la vida que en la mayoría de las personas no tiene ningún sentido... “¿Correr, para qué imbécil? Si tu vida es tan lineal que da lo mismo que llegués diez o quince minutos antes o después...”, me dije perversamente como si fuera yo un dios del olimpo y luego un ser diminuto, más diminuto que una ameba, más diminuto que un virus, más diminuto... más diminuto... cada vez más diminuto hasta llegar a la Nada... “Así somos los mortales: un bostezo de la Nada”, me dije por segunda vez, una mierdita de la Nada".
Alejandra Pizarnik & León Ostrov Cartas. Nº.10
Carta N.º 10
27 de diciembre de 1960.
Querido León Ostrov:
Hace bastante tiempo que deseo escribirle y no sé qué impaciencia me detiene en mitad de las cartas, qué exasperación ante la pobreza de mi lenguaje. En fin, le envío unas pocas líneas para que sepa que estoy, que vivo, y que si no escribo es porque no puedo.
Mi vida aquí viene y va, es la corriente de siempre, esperanza y desesperanza. Ganas de morir y de vivir. A veces el orden, a veces me devora el caos. Creo que actualmente es lo segundo. Tal vez le escribo por eso.
Mi trabajo en la oficina va bien. Hago las cosas bien. Con una absoluta inconsciencia. Pero es eso, al parecer, la razón de mi éxito. Pienso en lo más lejano mientras mis manos y algo que no sé qué es se funden con la tarea. Yo estoy lejos, y no obstante las cosas se hacen. Me asombro de no haber transformado esto en un infierno, quiero decir mi relación con los que me rodean. Soy silenciosa y cortés (très gentille) y mi única preocupación es Eichelbaum (a quien usted conoce, creo) y a quien odio, muy en secreto. Este odio me exaspera como todas las manifestaciones afectivas que no comprendo. Con toda humildad psicoanalítica, me permití descubrir —por sueños y asociaciones— que lo identifico profundamente con mi padre. Además, he dado en enamorarme platónicamente de una periodista argentina que prepara con él un programa de radio. Este amor es lo que me faltaba para llevarme a la actualidad el problema siempre ardiente que tengo con mi madre. Agreguemos que la periodista es lesbiana confesa y que E. se encuentra con ella en todas partes menos en la oficina («me impide verla»). Todo esto me sume en las dos sombras de costumbre, en los dos seres de la infancia, en la sensación de orfandad y en el dolor de siempre. Sólo que ahora me veo y me descubro. Es decir, durante el día comprendo lo patológico de este amor (hace ya tres meses que me deliro por ella) pero en la noche es la venganza, y cuando más «curada» me siento, por obra y gracia de mi esfuerzo e inteligencia, se producen sueños tristes como hospitales en los que está ella y estoy yo con mi familia. En fin, estos dos seres, E. y la periodista —que no sé por qué callo su nombre si usted la debe conocer— me son cercanos y presentes casi todo el día y toda la noche. Mi vida, entonces, es una conjuración de sombras. Veo otra gente, trato de salir, me obligo a ir al cine, al teatro, a leer, a escribir. Además, desde la semana pasada tengo un amante. Un amante que me hace feliz. Esto es tan asombroso, justamente ahora que me sentía en el centro exacto de la homosexualidad, viene alguien (un joven poeta muy parecido —por la poesía y por la manera de hacer el amor— a Enrique Molina) con quien alcanzo una realización física absoluta, absurdamente perfecta. Y he quedado asombrada, cómo es posible, me digo, estar tan enferma y ser tan neurótica y no obstante, permitirse esta exaltación del cuerpo, esta plenitud sexual, esta aventura a fondo. Todo esto rodeado de temores por las consecuencias (como siempre) y además de un extraño anonadamiento porque yo no amo a este joven poeta, y me es en suma indiferente, y no obstante cuando viene es como una droga, algo mucho más fuerte que todo. No obstante, al día siguiente, viene la culpa, un sentimiento bíblico de la pesantez del cuerpo, del sexo y se me llena la memoria de palomas y necesito ángeles y flores: poemas. Lo demás está en la duda: no sé si volver o quedarme. Aún no me dijeron que me aceptan definitivamente pero sospecho que así será, y después de todo, qué importa volver o no, mejor dicho, importa no volver, importa mi soledad en mi cuartito —que he llegado a querer— mi libertad de movimiento, y esta ausencia de ojos ajenos en mis actos. Si no fuera por mi enamoramiento (que me lleva muchas noches a errar por las calles y buscarla: en cada rostro, en cada árbol, en los perros, en las hojas muertas, en las sombras; y la tristeza definitiva de volver después de no haber encontrado ¿y qué encontrar si lo que se busca no existe?) mi vida sería tranquila y posiblemente dichosa, pero esta nueva irrealidad en que me he sumido, este amar absurdo (ocurriendo, como siempre en estos casos, que ni recuerdo su rostro verdadero). En fin, tengo mucho miedo y no obstante estoy maravillada, fascinada por lo extraño y lo inextricable de todo lo que soy, de todas las que soy y las que me hacen y deshacen. («Sufren pero viven. El sufrimiento es real»). Pero me gustaría hablar con usted de todo esto. Mientras tanto, perdón por tanto conflicto, por ese lanzarme así por vía aérea, paciente a perpetuidad, erguida en la torre Eiffel como un inquebrantable «hommage a Freud». Abrazos para usted, para Aglae y para Andrea,
Alejandra
CORRER EL TUPIDO VELO. Página: 87. Pilar Donoso.
CORRER EL TUPIDO VELO. Página: 87. Pilar Donoso.
Editorial Alfaguara. 2010. España.
"...Para evitar el dolor tras la operación, le dan altas dosis de morfina. Sobrerreacciona a esta droga con delirios y alucinaciones, se arranca las sondas y trata de lanzarse por la ventana. Ve bestias que, le devoran el cuerpo, que le comen las entrañas. Cree que lo médicos quieren sacarle la sangre, que lo envenenan. Son veinte días en el infierno, pero estas visiones salidas del inconsciente cerrarán, de manera definitiva, el círculo creativo de El obsceno pájaro de la noche”.
jueves, 21 de julio de 2016
Herman Melville BARTLEBY EL ESCRIBIENTE.
Bartleby, el escribiente es una de las narraciones más originales y conmovedoras de la historia de la literatura. Melville escribió este relato a mediados del siglo XIX, pero por él no parece haber pasado el tiempo. Nos cuenta la historia de un peculiar copista que trabaja en una oficina de Wall Street. Un día, de repente, deja de escribir amparándose en su famosa fórmula: «Preferiría no hacerlo».
Nadie sabe de dónde viene este escribiente, prefiere no decirlo, y su futuro es incierto pues prefiere no hacer nada que altere su situación. El abogado, que es el narrador, no sabe cómo actuar ante esta rebeldía, pero al mismo tiempo se siente atraído por tan misteriosa actitud. Su compasión hacia el escribiente, un empleado que no cumple ninguna de sus órdenes, hace de este personaje un ser tan extraño como el propio Bartleby.
Fuente: NN.
Librodot.
(Fragmento).
Herman Melville
BARTLEBY EL ESCRIBIENTE
"SOY un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo.
Antes de presentar al amanuense, tal como lo vi por primera vez, conviene que registre algunos datos míos, de mis empleados, de mis asuntos, de mi oficina y de mi ambiente general. Esa descripción es indispensable para una inteligencia adecuada del protagonista de mi relato. Soy, en primer lugar, un hombre que desde la juventud ha sentido profundamente que la vida más fácil es la mejor. Por eso, aunque pertenezco a una profesión proverbialmente enérgica y a veces nerviosa hasta la turbulencia, jamás he tolerado que esas inquietudes conturben mi paz. Soy uno de esos abogados sin ambición que nunca se dirigen a un jurado o solicitan de algún modo el aplauso público. En la serena tranquilidad de un cómodo retiro realizo cómodos asuntos entre las hipotecas de personas adineradas, títulos de renta y acciones. Cuantos me conocen, considéranme un hombre eminentemente seguro. El finado Juan Jacobo Astor, personaje muy poco dado a poéticos entusiasmos, no titubeaba en declarar que mi primera virtud era la prudencia; la segunda, el método.
No lo digo por vanidad, pero registro el hecho de que mis servicios profesionales no eran desdeñados por el finado Juan Jacobo Astor; nombre que, reconozco, me gusta repetir porque tiene un sonido orbicular y tintinea como el oro acuñado. Espontáneamente agregaré que yo no era insensible a la buena opinión del finado Juan Jacobo Astor.
Poco antes de la historia que narraré, mis actividades habían aumentado en forma considerable. Había sido nombrado para el cargo, ahora suprimido en el Estado de Nueva York, de agregado a la Suprema Corte. No era un empleo difícil, pero sí muy agradablemente remunerativo. Raras veces me enojo; raras veces me permito una indignación peligrosa ante las injusticias y los abusos: pero ahora me permitiré ser temerario, y declarar que considero la súbita y violenta supresión del cargo de agregado, por la Nueva Constitución, como un acto prematuro, pues yo tenía descontado hacer de sus gajes una renta vitalicia, y sólo percibí los de algunos años. Pero esto es al margen.
Mis oficinas ocupaban un piso alto en el número X de Wall Street. Por un lado daban a la pared blanqueada de un espacioso tubo de aire, cubierto por una claraboya y que abarcaba todos los pisos.
Este espectáculo era más bien manso, pues le faltaba lo que los paisajistas llaman animación. Aunque así fuera, la vista del otro lado ofrecía, por lo menos, un contraste. En esa dirección, las ventanas dominaban sin el menor obstáculo una alta pared de ladrillo, ennegrecida por los años y por la sombra; las ocultas bellezas de esta pared no exigían un telescopio, pues estaba a pocas varas de mis ventanas, para beneficio de espectadores miopes. Mis oficinas ocupaban el segundo piso; a causa de la gran elevación de los edificios vecinos, el espacio entre esta pared y la mía se parecía no poco a un enorme tanque cuadrado".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Archivo del blog
- enero (5)
- febrero (2)
- marzo (1)
- julio (2)
- agosto (2)
- septiembre (2)
- octubre (4)
- febrero (5)
- marzo (5)
- abril (4)
- mayo (4)
- junio (5)
- julio (3)
- agosto (4)
- septiembre (4)
- octubre (4)
- noviembre (4)
- diciembre (4)
- enero (14)
- febrero (41)
- marzo (25)
- abril (32)
- mayo (22)
- junio (6)
- julio (2)
- agosto (1)
- septiembre (2)
- octubre (18)
- noviembre (28)
- diciembre (18)
- enero (30)
- febrero (17)
- marzo (22)
- abril (26)
- mayo (30)
- junio (20)
- julio (7)
- agosto (21)
- septiembre (26)
- octubre (34)
- noviembre (19)
- diciembre (9)
- enero (22)
- febrero (16)
- marzo (27)
- abril (27)
- mayo (31)
- junio (16)
- julio (9)
- agosto (24)
- septiembre (27)
- octubre (28)
- noviembre (18)
- diciembre (17)
- enero (20)
- febrero (17)
- marzo (23)
- abril (31)
- mayo (36)
- junio (40)
- julio (27)
- agosto (33)
- septiembre (27)
- octubre (31)
- noviembre (28)
- diciembre (27)
- enero (31)
- febrero (25)
- marzo (25)
- abril (12)
- mayo (24)
- junio (39)
- julio (38)
- agosto (32)
- septiembre (26)
- octubre (26)
- noviembre (27)
- diciembre (20)
- enero (18)
- febrero (26)
- marzo (22)
- abril (23)
- mayo (26)
- junio (18)
- julio (18)
- agosto (21)
- septiembre (4)
- abril (18)
- mayo (25)
- junio (19)
- julio (24)
- agosto (19)
- septiembre (28)
- octubre (15)
- noviembre (22)
- enero (15)
- febrero (21)
- marzo (29)
- abril (23)
- mayo (24)
- junio (17)
- julio (8)
- agosto (20)
- septiembre (11)
- octubre (19)
- noviembre (18)
- diciembre (19)
- enero (13)
- febrero (2)
- marzo (8)
- abril (23)
- mayo (30)
- junio (21)
- julio (18)
- agosto (32)
- septiembre (26)
- octubre (30)
- noviembre (8)
- diciembre (13)
- enero (16)
- febrero (17)
- marzo (13)
- abril (10)
- mayo (21)
- junio (9)
- julio (1)
- agosto (8)
- septiembre (21)
- octubre (23)
- noviembre (11)
- diciembre (6)
- enero (5)
- febrero (15)
- marzo (11)
- abril (22)
- mayo (12)
- junio (23)
- julio (9)
- agosto (12)
- septiembre (17)
- octubre (17)
- noviembre (22)
- diciembre (12)
- enero (16)
- febrero (14)
- marzo (9)
- abril (16)
- mayo (14)
- junio (20)
- julio (18)
- agosto (13)
- septiembre (22)
- octubre (25)
- noviembre (13)
- diciembre (20)
- enero (24)
- febrero (15)
- marzo (7)
- abril (16)
- mayo (2)
- junio (9)
- julio (18)
- agosto (24)
- septiembre (7)
- octubre (1)
- noviembre (12)
- diciembre (14)
- enero (18)
- febrero (25)
- marzo (26)
- abril (18)
- mayo (27)
- junio (11)
POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie
NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...
