Texto, búsqueda de novelas, idea de diagramación: Dr. Enrico Pugliatti y Méndez-Limbrick.
🍷 Comentario de sobremesa – Los Yoses, viernes por la noche: Novela: Las palabras de la noche.
La cena ha terminado, los vasos aún conservan el calor del vino, y el Consejo Editorial se inclina hacia la novela Las palabras de la noche de Natalia Ginzburg como quien se acerca a un susurro que no quiere desaparecer.
Casasola Brown, con su copa de Barolo en mano, inicia el comentario:
“Ginzburg no escribe: murmura. Y en ese murmullo, Elsa se convierte en una sombra que observa sin intervenir, como si la vida fuera una obra que ella contempla desde el telón. La burguesía piamontesa, con sus ansiedades matrimoniales y sus chismes de posguerra, es retratada con una ironía tan fina que parece cortesía. Pero no lo es. Es juicio.”
Pugliatti, desde su rincón, asiente con gravedad:
“La estructura es engañosamente simple. Pero cada diálogo es una excavación. Ginzburg maneja el italiano como si fuera latín doméstico: íntimo, pero eterno. Elsa no es protagonista, es testigo. Y eso la convierte en la voz más poderosa del libro.”
Belfegor, entre risas demoníacas, añade:
“La madre de Elsa es un personaje desquiciante, sí. Pero necesaria. Representa el teatro de la vida que Ginzburg denuncia: el papel asignado, el guion social, la máscara de la noche. La novela es un tratado sobre el silencio como resistencia.”
Cappelli, desde su aristocrático desprecio, sentencia:
“No hay épica. No hay héroes. Solo almas que se deslizan entre la ceniza del fascismo y el tedio burgués. Y sin embargo, es literatura. Que se lea en voz baja, como quien reza sin creer.”
Byron Deford, con mirada encendida, concluye:
“Es una novela que no grita, pero deja eco. Como si las palabras de la noche fueran también las nuestras, las que no decimos, las que nos definen.”
🕯️ El Consejo Editorial guarda silencio. Afuera, en Los Yoses, la noche continúa. Pero dentro, la novela ha sido leída como se debe: con vino, con juicio, y con la solemnidad que merece todo texto que habla desde el abismo cotidiano.
***
Esta novela, publicada originalmente en 1961, es una obra de atmósfera íntima y silenciosa, donde lo cotidiano se convierte en teatro existencial. Aquí están los ejes temáticos más destacados:
🧵 1. La presión social y familiar
Elsa, la protagonista, vive bajo la constante ansiedad de su madre por casarla “decentemente”.
La novela retrata cómo las expectativas sociales y familiares moldean, asfixian o silencian los deseos individuales2.
🕯️ 2. El silencio como resistencia
Elsa observa más de lo que actúa. Su aparente pasividad es una forma de resistencia frente al ruido social.
Ginzburg convierte el silencio en un lenguaje narrativo: lo que no se dice pesa más que lo dicho.
🏚️ 3. La posguerra y el fascismo como telón de fondo
Ambientada en un pueblo cercano a Turín, la novela muestra cómo la burguesía piamontesa intenta salir del dominio fascista.
La guerra no es protagonista, pero su sombra afecta las relaciones, los sueños y las estructuras familiares2.
💔 4. Frustración amorosa y deseo reprimido
Los personajes viven pasiones frustradas, sueños incomprendidos y deseos que no pueden expresarse.
El amor aparece como una necesidad incomprendida, marcada por la incomunicación y el juicio ajeno.
🧬 5. Conflictos intergeneracionales
Padres e hijos se enfrentan a secretos, incomprensiones y expectativas heredadas.
La novela muestra cómo las generaciones se repiten, se contradicen y se juzgan mutuamente.
Ginzburg logra que lo aparentemente banal se vuelva universal. Como dijo Colm Tóibín, la novela es como una “fotografía en sepia”, donde cada fragmento revela una verdad emocional que no necesita gritar para ser profunda.
***
En Las palabras de la noche, el silencio no es ausencia: es atmósfera, resistencia, y a veces, un grito contenido.
🪞 1. Elsa frente al espejo, antes de salir con Tommasino
Elsa se mira sin decir palabra. No hay descripción de belleza ni juicio explícito. Solo el gesto de arreglarse, de prepararse para una cita que no desea. El silencio aquí es juicio interno, una forma de decir “no quiero” sin pronunciarlo.
“Se puso el vestido azul. No dijo nada. Se sentó en el borde de la cama.”
🛋️ 2. La cena con su madre
La madre habla, pregunta, insiste. Elsa responde con monosílabos o no responde. El diálogo es mínimo, pero la tensión se palpa. El silencio de Elsa es resistencia, una forma de no ceder ante la presión matrimonial.
“¿Y Tommasino? ¿Te ha llamado?” — Elsa no respondió. Cortó el pan en pedazos pequeños.
🕯️ 3. El regreso de la guerra
Los personajes vuelven, pero no narran horrores. Se sientan, fuman, miran por la ventana. El silencio aquí es trauma, lo que no puede decirse. Ginzburg no necesita mostrar cadáveres: basta con el mutismo de los sobrevivientes.
🧣 4. Elsa y el abrigo del padre
Hay una escena donde Elsa encuentra el abrigo viejo de su padre. No hay lágrimas ni recuerdos explícitos. Solo lo toma, lo huele, lo guarda. El silencio es duelo, memoria, vínculo.
🪑 5. Conversaciones que no avanzan
Muchos diálogos en la novela son circulares, casi absurdos. Personajes que preguntan “¿Tienes frío?” o “¿Quieres té?” sin que eso importe. Ginzburg usa estas frases como antifaces del silencio real: lo que no se puede decir.
“¿Estás cansada?” — “No lo sé.”
***
Algunos críticos
consideran que ninguna escritora ha poseído, como Natalia Ginzburg, una mirada
tan sutil y precisa. Y su inocencia, una gracia tan fina así como
deliciosamente incorpórea. Las palabras
de la noche, llevada al cine por el director español Salvador García Ruíz
en 2004 con el título Las voces de la noche,
es un ejemplo emblemático de esa manera tan delicada de narrar que posee esta
singular autora, por lo demás poco traducida a nuestra lengua.
Natalia Ginzburg
Las
palabras de la noche
Título original: Le voci della sera
Natalia Ginzburg, 1961
Traducción: Andrés
Trapiello
Una nota muy breve
El reconocimiento y la
gratitud hacia Natalia Ginzburg están en el origen de la traducción de esta
maravillosa y extraordinaria novela, traducción que jamás habría llevado a cabo
si no me hubiera asistido el consejo de José Muñoz Millanes, a quien los
lectores españoles deben, en parte, las páginas de Léxico familiar y, desde ahora, Las
palabras de la noche, que él ha velado para que fuesen, como en su origen,
puras, felices y memorables. Es decir: fieles.
A. T., Madrid, 2-24 de
julio de 1993
A
Gabriele
En este relato los lugares y los personajes son
imaginarios. Los unos no se encuentran en los mapas y los otros no viven ni han
vivido nunca en parte ninguna del mundo. Y ya lo siento, porque he llegado a
amarles como si fuesen reales. (Nota de N. G.).
HABÍA acompañado a mi
madre al médico; volvíamos a casa por el camino que bordea el bosque del
general Sartorio y sigue por el alto y musgoso muro de Villa Bottiglia.
Era octubre, comenzaba a
hacer frío; en el pueblo, detrás de nosotras, habían encendido los primeros
faroles y el globo azul del Hotel Concordia iluminaba la plaza desierta con una
luz irreal.
Dijo mi madre: —Noto como
un pipo en la garganta. Al tragar, me duele.
Dijo: —General, buenas
tardes.
El general Sartorio había
pasado junto a nosotros, levantando el sombrero sobre la cabeza plateada y
llena de rizos, el monóculo en el ojo y el perro de la correa.
Mi madre dijo: —¡Qué pelo
tan bonito, todavía, a esa edad!
Dijo: —¿Has visto cómo se
ha puesto de feo el perro?
—Ahora noto en la garganta
como un sabor a vinagre. Y el nudo, no deja de dolerme.
—¿Cómo me habrá encontrado
la tensión alta? Yo la he tenido siempre baja.
Dijo: —Gigi, buenas tardes.
Acababa de pasar el hijo
del general Sartorio, con el montgomery
blanco sobre los hombros; bajo un brazo llevaba una ensaladera cubierta con una
servilleta y el otro lo tenía escayolado y doblado por fuera.
—Desde luego ha sido una
mala caída. A saber si volverá algún día a usar ese brazo —dijo mi madre.
Dijo: —¿Qué llevará en esa
ensaladera?
—Se ve que tienen una
fiesta —dijo después—. En casa de los Terenzi, seguramente. Todos los que van,
tienen que llevar algo. Ahora es lo que se estila.
Dijo: —Pero ¿a ti ya no te
invitan nunca?
—No te invitan —dijo—,
porque encuentran que te das muchos humos. Tampoco has vuelto al Club de Tenis.
Si uno no se deja ver un poco, empiezan a decir que se da pisto y dejan de
buscarle. En cambio, a las chicas de Bottiglia las invita todo el mundo. La
otra tarde estuvieron bailando en casa de los Terenzi hasta las tres. Había
gente de fuera, incluso un chino.
A las chicas de Bottiglia
las llamábamos «niñas» en nuestra casa, aunque la más joven tenía ya
veintinueve años.
Dijo: —¿No tendré
arterioesclerosis?
Dijo: —¿Será de fiar este
nuevo médico? El anterior era viejo, claro, y no le interesaba nada. Si uno le
decía que tenía una molestia, él contestaba diciendo que él también la tenía.
Éste lo anota todo, ¿te has fijado cómo lo anota todo? ¿Has visto qué fea es su
mujer?
Dijo: —¿Pero es posible
que no se pueda cambiar contigo una palabra, el milagro de una palabra,
siquiera por una vez?
—¿Qué mujer? —dije.
—La mujer del médico.
—La que salió a abrir
—dije—, no era la mujer. Era la enfermera. La hija del sastre de Castello. ¿No
la reconociste?
—¿La hija del sastre de
Castello? ¡Qué fea es!
—¿Y cómo no llevaba la
bata puesta? —dijo—. Le hará de criada, no de enfermera, eso es.
—No llevaba la bata
—dije—, porque se la había quitado, porque estaba a punto de irse. El médico no
tiene criada ni mujer. Está soltero y almuerza y cena en el Concordia.
—¿Soltero?
Inmediatamente mi madre me
casó con el médico en su imaginación.
—¿Dónde se encontrará
mejor, aquí o en Cignano, donde estaba antes? Mejor en Cignano, seguramente.
Más gente, más vida. Tendremos que invitarle a dar un paseo. Con Gigi Sartorio.
—En Cignano —dije—, tiene
novia. Va a casarse en primavera.
—¿Quién?
—El médico.
—¿Tan joven y ya
comprometido?
Íbamos por el camino de
nuestro jardín, tapizado de hojas; se veía la ventana iluminada de la cocina y
a nuestra criada Antonia que batía un huevo.
Mi madre dijo: —Ahora que
el nudo en la garganta se me ha secado del todo, no va ni para arriba ni para
abajo.
Suspirando, se sentó en la
entrada y frotó uno contra otro los chanclos para quitarles el barro; mi padre
salió a la puerta de su despacho, con la pipa y la vieja chaqueta de lana del
Pirineo que usaba en casa.
—Tengo la tensión alta
—dijo mi madre con un poco de orgullo.
—¿Alta? —dijo la tía
Ottavia, en lo alto de la escalera, mientras se recogía las dos pequeñas y
negras trenzas, que parecían de lana como las de una muñeca.
—Alta. No baja. Alta.
La tía Ottavia tenía una
mejilla roja y otra pálida, como cada vez que se quedaba dormida en el sillón
junto a la estufa, con un libro de la biblioteca «Selecta».
—Han venido de Villa
Bottiglia —dijo Antonia en la puerta de la cocina—, a buscar harina. Apenas les
quedaba y tenían que hacer unos bigné.[1]
Les di un buen plato.
—¿Más todavía? Siempre les
hace falta harina. Podían dejar de hacer bigné.
Por la noche son pesados.
—No son tan pesados —dijo
la tía Ottavia.
—Son pesados.
Mi madre se quitó el
sombrero, el abrigo y un forro de pelo de gato que llevaba siempre debajo del
abrigo, y luego el chal que prende en el pecho con un imperdible.
—Claro —dijo—, han hecho
los bigné para la fiesta que debe
haber donde los Terenzi. Hemos visto incluso a Gigi Sartorio con una
ensaladera. ¿Quién ha venido a pedir la harina? ¿Carola? ¿No te dijo nada de
una fiesta?
—A mí no me dijo nada
—contestó Antonia.
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