Introducción
Este libro pretende brindar un conjunto de observaciones y herramientas para
leer la fecunda historia del teatro argentino entre –aproximadamente– 1910 y
2010. Partimos de la idea de que no hay un teatro argentino sino teatro(s)
argentino(s), según el fenómeno que se focalice territorial, geográficamente, en
el análisis. En un país tan vasto como el nuestro, de tan rica extensión y de tan
diversa historia, con una realidad tan compleja de orígenes indígenas,
transculturación de los legados de diversas culturas del mundo y generación de
producciones culturales peculiares, podríamos escribir muchas y diferentes
historias de esos teatros argentinos, si trabajáramos el recorte de estudio en el
plano más puntual de una ciudad, un pueblo, el campo, la selva o la montaña, o
en los planos más amplios de lo regional, lo nacional, lo latinoamericano, lo
continental o lo mundial. La historia del teatro argentino es, en suma, un
problema de cartografía teatral, disciplina comparatista que estudia la
localización territorial de los fenómenos teatrales y su vinculación geográfica.
La perspectiva de la cartografía teatral resulta insoslayable por el simple hecho
de que los acontecimientos teatrales siempre son territoriales, siempre están
localizados en un punto de reunión convivial al que acuden artistas, técnicos y
espectadores. Por la naturaleza de su acontecer, el teatro no se deja
desterritorializar a través de la mediación tecnológica y exige la presencia de los
cuerpos de quienes lo hacen: actores, técnicos, espectadores. En esto se
diferencia radicalmente de la televisión, el cine o internet. Esencialmente
territorial y localizado cada vez que acontece en un punto del planeta, el teatro es
una reunión de cuerpos presentes, y esos cuerpos acarrean al territorio del
acontecimiento la “geografía humana” de todo el mundo.
Afirmamos que el teatro argentino incluye una polifonía de teatros, desplegados
en un mapa multicentral y en un espesor de mapas superpuestos y relacionados.
La construcción de eso que llamamos teatro argentino cambia según
consideremos como eje territorial de la focalización a Buenos Aires (y sus muy
diferentes barrios), las provincias (sus grandes capitales o su “interior”), el
vínculo con las áreas internacionales (las conexiones fronterizas con Uruguay,
Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile: teatro rioplatense, guaranítico, andino, etc.),
los permanentes viajes, migraciones y desplazamientos, la producción del teatro
argentino dentro de una comunidad específica que traza una frontera
intranacional (por ejemplo, los mapuches) o más allá las fronteras geopolíticas
en cualquier lugar del mundo. Especialmente en los últimos años, las redes
internacionales de circulación han generado una planetarización (término que
usamos en forma alternativa para oponerlo a la idea de homogeneización cultural
de la globalización, que se lleva muy mal con el teatro) que hace que un
espectáculo pueda presentarse en incontables lugares (valga un ejemplo
argentino: Villa Villa del grupo De la Guarda, ofrecido en decenas de ciudades
en cuatro continentes). No será la misma historia si se la cuenta desde Capital
Federal, Córdoba o Tierra del Fuego, o desde la experiencia de los exiliados
argentinos en México, España o Estados Unidos. Y esto constituye uno de los
ingredientes fascinantes de la historiografía teatral: la posibilidad del
multiperspectivismo y la visión plural.
El ejercicio de esta diversidad, evidentemente, excede nuestra voluntad y
posibilidades. Una historia de los teatros argentinos requeriría un amplio equipo
de investigadores ubicados en diferentes puntos del país y del extranjero, y
varias decenas de volúmenes enlazados caleidoscópicamente. De hecho, aunque
no concertada, esta diversidad hoy acontece: en los últimos veinte años la
historiografía del teatro argentino ha sumado numerosos investigadores que
ponen en práctica, desde distintas miradas y desde diferentes lugares –de Buenos
Aires a Mendoza, de Jujuy a Estados Unidos, de Francia a Neuquén, etc.–, una
historia múltiple de nuestra escena.
Entre todos los posibles teatros argentinos, realizamos en este libro un recorte
territorial que se centra en la actividad de la ciudad de Buenos Aires –de por sí
inabarcable en su riqueza, como veremos– con parciales deslizamientos a otros
contextos de producción en las provincias y más allá de las fronteras geopolíticas
nacionales. Proponemos una periodización de estos cien años en seis grandes
unidades, articuladas a partir de un componente que consideramos dominante y
destacable en nuestro recorte territorial:
• El desarrollo de la forma de producción “industrial” y la superación de la
llamada “época de oro” del teatro argentino (1910-1930).
• El surgimiento y los primeros recorridos del “teatro independiente”, que a
partir de la iniciativa de Leónidas Barletta y el Teatro del Pueblo poco a poco va
transformando la dinámica del campo teatral (1930-1945).
• La politización de la actividad escénica en el arco que va del peronismo, el
“posperonismo” y la Revolución Cubana (1945-1959).
• Las relaciones entre modernización y radicalización política en los años
siguientes (1960-1973), sin duda bajo el signo del “posperonismo” y de la
izquierda internacional.
• La represión aberrante en la predictadura y la dictadura militar con el accionar
ilegal de la Triple A y el Proceso de Reorganización Nacional (1973-1983), cuyo
resultado es el genocidio y la violación de los derechos humanos.
• Finalmente, de 1983 hasta hoy, la posdictadura, que definimos como período a
la vez de salida de la dictadura (el prefijo “post” entendido como “después de”)
y de trauma y continuidad de la subjetividad de la dictadura en la democracia
restituida (el prefijo “post” entendido como “consecuencia de”).
Reservamos un último capítulo para pensar algunas nuevas coordenadas de la
historia del presente y del pasado más reciente bajo el signo político de lo que
llamamos el posneoliberalismo (2003-2012), subunidad dentro de la
posdictadura.
La secuencia progresiva de estos períodos no debe pensarse en forma
sencillamente lineal sino desde la comprensión de su complejidad interna;
esperamos que el lector pueda observar en cada período la coexistencia de
diversas formas de producir y concebir el teatro (comercial, profesional de arte,
oficial, independiente, filodramática, de variedades, etc.), es decir, el “espesor”
inabarcable de la historia teatral, así como los procesos que asumen ciertas
tendencias, constantes y cambios teatrales que se van reformulando a través de
los períodos y cuya orgánica trasciende los límites de las unidades de
periodización. Creemos importante señalar que muchas veces esas concepciones
se cruzan, superponen y mezclan a tal punto que es imposible asimilarlas a una
determinada tendencia. En esos casos, no se trata de precisar distinciones
sistemáticas sino de advertir fenómenos de liminalidad y dominios lábiles, con la
necesaria puesta en suspenso de los rótulos y las fórmulas historiográficas más
rígidos y cerrados. Por ejemplo, el lector reconocerá que los mismos artistas y
compañías producen a la par teatro comercial y teatro profesional de arte en el
período industrial y siguientes, o también las tempranas asimilaciones entre el
teatro independiente y el teatro profesional de arte ya a partir de la década de
1940.
Asimismo, en referencia al mencionado espesor histórico de los
acontecimientos, agreguemos que el desarrollo de un campo teatral se mide por
un conjunto concertado de factores: el teatro propio que gesta y estrena, el teatro
argentino y extranjero que recibe, el comportamiento de su público, el
funcionamiento de su crítica, el grado de institucionalización de la actividad (a
través de asociaciones, gremios, organismos, leyes, etc.), el desarrollo de su
pedagogía, la infraestructura de salas y equipamiento, y también, no menos
centralmente, la investigación que produce. Son muchos aspectos relevantes, y
cada uno de ellos amerita una historia en sí misma; en nuestro libro hemos
tratado de tener en cuenta, siquiera brevemente, a cada una, destacando las
aristas más relevantes. Así, consideramos en cada capítulo los principales
acontecimientos en cuanto a las formas de producción y las diversas
concepciones de teatro coexistentes, las poéticas de los espectáculos y la
dramaturgia, los espacios teatrales y los actores, las visitas extranjeras, las
publicaciones (crítica, revistas, ensayística, memorias), los desarrollos
institucionales. Cerramos cada capítulo con una reflexión sobre la productividad
del período y su proyección en la historia posterior. La posdictadura, el gran
“estallido” de las concepciones teatrales, plantea un caso especial, porque
acontece aún (su proceso interno no se ha cerrado) y porque su dinámica se
complejiza en el auge de lo “micro”.
También nos interesa identificar aquellos fenómenos que diferencian el teatro
argentino en el concierto de la escena internacional. En términos de cartografía
mundial, puede afirmarse que el teatro argentino constituye troncalmente una
región del teatro occidental, por sus deudas e intercambios históricos con el
europeo (centro irradiador de los procesos de occidentalización teatral) y, en
particular, con el español, el italiano, el francés y el del legado cultural judío.
Pero a la vez el teatro argentino presenta una singularidad, una diferencia notable
respecto del teatro europeo, tanto en la dinámica de sus producciones como en la
confluencia heterogénea de otros legados (aborigen, latinoamericano,
norteamericano) y en las formas internas de apropiación y vinculación con esos
estímulos. A lo largo de nuestra experiencia en la investigación, la docencia y la
crítica teatral, en varias oportunidades nos hemos preguntado qué contribución
ha realizado el teatro argentino al mapa occidental y mundial del teatro. En este
libro presentamos ciertas hipótesis sobre la peculiaridad de algunos fenómenos
distintivos que, sin ser los únicos, plantean una diferencia creadora: el sainete y
el grotesco criollos, algunas poéticas escénicas del tango, el teatro
independiente, la cultura teatral “oficialista” del peronismo, la respuesta de
Teatro Abierto 1981 a la dictadura, el teatro comunitario, el “teatro de estados”.
Esperamos, además, que las herramientas desplegadas sirvan al lector para
conectarlas con su actividad como espectador en el presente. En la posdictadura,
y especialmente en la actualidad, la Argentina goza de magnífica actividad
teatral, que vale la pena aprovechar. Vivir en Buenos Aires o visitarla y no ir al
teatro es como vivir o pasar por Nueva York y no conocer el moma, o como vivir
o pasar por Barcelona y no haber visitado la Sagrada Familia de Antonio Gaudí.
El teatro es un patrimonio intangible identitario de la cultura porteña. En Buenos
Aires hay “clima teatral”. Además, el teatro argentino, no sólo el de Buenos
Aires, nivela internacionalmente. Ojalá el lector encuentre en este libro
elementos que le permitan multiplicar y enriquecer su experiencia como
espectador, por ejemplo, observando de dónde provienen en la historia las
tendencias del presente, o qué coordenadas favorecen la comprensión de lo que
está pasando en la posdictadura.
Este libro está elaborado sobre el estudio de fuentes directas y sobre la atenta
lectura, la revisión y el análisis, coincidente o divergente, de las propuestas de
grandes historiadores del teatro argentino: Arturo Berenguer Carisomo, Mariano
Bosch, Raúl H. Castagnino, Jacobo De Diego, Nel Diago, Carlos Fos, Mario
Gallina, Miguel Ángel Giella, Eva Golluscio de Montoya, Teodoro Klein, Juan
Carlos Malcún, José Marial, Nora Mazziotti, Luis Ordaz, Sirena Pellarolo,
Osvaldo Pellettieri, Lola Proaño, Leandro H. Ragucci, Cora Roca, Beatriz
Seibel, David Viñas, entre otros muchos, cuyos estudios consignamos en la
bibliografía para que los interesados puedan seguir leyendo más allá de estas
páginas. Mucho queda aún por revelar de la historia teatral del país, pero no hay
duda de que en los últimos veinte años la historiografía teatral argentina se ha
ampliado y se está produciendo caudalosamente nueva investigación.
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