sábado, 4 de noviembre de 2023

PRÓLOGO A UN LIBRO DE CUENTOS POLICIACOS por XAVIER VILLAURRUTIA OBRAS COMPLETAS. FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

 


PRÓLOGO A UN LIBRO DE CUENTOS POLICIACOS

SI YO fuera novelista o cuentista escribiría novelas o cuentos policiacos. Las novelas y

cuentos policiacos tienen, al menos, un sector definido de lectores fieles a las emociones que

les produce un género tan bien definido como ellos. Lo malo, en mi caso particular, es que no

he escrito aún una novela ni siquiera un cuento propiamente dichos. Cuando algún crítico, más

malicioso que justo, alude a Dama de corazones considerándola como una novela y, más aún,

como una novela frustrada, se equivoca. El texto de Dama de corazones no pretende ser el de

una novela ni alcanzar nada más de lo que me propuse que fuera: un monólogo interior en que

seguía la corriente de la conciencia de un personaje durante un tiempo real preciso, y durante

un tiempo psíquico condicionado por las reflexiones conscientes, por las emociones y por los

sueños reales o inventados del protagonista que, a pesar de expresarse en primera persona, no

es necesariamente yo mismo, del modo que Hamlet o Segismundo —para citar dos ejemplos

tan grandes como conocidos— no son necesariamente Shakespeare ni Calderón. Dama de

corazones pretendía a la vez ser un ejercicio de prosa dinámica, erizada de metáforas, ágil y

ligera, como la que, como una imagen del tiempo en que fue escrita, cultivaban Giraudoux o,

más modestamente, Pierre Girard. La verdad es que por la razón expuesta en las primeras

líneas, si algún día cedo a la tentación de escribir una novela o una serie de cuentos, pienso

que serán novela o cuentos policiacos.

La novela policiaca es una aguda rama de la novela de aventuras, género tan definido

como la legión de sus ávidos lectores de todas partes del mundo. De ella podemos decir lo

que Remy de Gourmont decía de las novelas pornográficas que tienen la ventaja, con relación

a otro tipo de novelas menos definidas, o confusas, de ser, al menos, pornográficas. Con

relación a la novelaensayo, a la novela biografía, a las biografías novelas, las novelas

policiacas tienen la ventaja de ser, al menos, policiacas, lo que equivale, de una vez por todas,

a asegurar un alimento más o menos rico en las sustancias que el lector busca para su

nutrición. Y lo que busca el lector de novelas de aventuras y, más concretamente, de novelas

policiacas —que ahora nos preocupan—, es, ante todo, diversión e ínteres. La primera

depende del segundo. Si la novela interesa, el lector ya no la dejará caer de las manos. Pero el

interés que debe despertar el novelista del género policiaco no es el mismo que deben tener

todas las novelas sino un interés sui generis, basado en el enigma, en el misterio. Enigma,

misterio. He aquí dos cosas que interesan al hombre desde que el mundo es mundo y que lo

interesarán siempre. El enigma devora al hombre en tanto que éste no alcanza la solución del

enigma, del mismo modo que el lector devora la novela enigmática hasta llegar a ese momento

en que el autor le da la solución del enigma que ha puesto en pie delante del lector y que ha

vestido de sombras para hacerlo más compacto pero que habrá de desnudar sabiamente en el

momento victorioso de la solución. La misión del novelista policiaco es intrigar al lector,

despertando su curiosidad hasta el punto de enfermarlo, creándole una especie de intoxicación

anhelante en que el lector pugna por mantenerse lúcido a fin de adivinar o resolver por su

cuenta la solución del misterio. Esta solución deberá llegar a su tiempo y nunca antes, a fin de

constituir, en un momento dado, una catarsis, una purificación del lector que deberá

experimentar una sensación de alivio y descanso. Los efectos de una novela policiaca deberán

estar aún más y mejor calculados que los de una obra de teatro. Por otra parte, la presentación

o la narración de los hechos deberán obrar magnéticamente sobre el lector. Sin estas dos

cualidades la obra resultará pobre y el lector la abandonará o, lo que es peor, la arrojará lejos

de sí cuando, una vez alcanzado el punto de llegada, la solución no corresponda a la tensión de

que ha sido víctima durante la trayectoria.

Cuando un autor logra imantar, magnetizar al lector, bien puede darse el gusto de filtrar en

su obra y, en consecuencia, en la mente de la víctima que es el lector mismo, las ideas que

quiera difundir o, simplemente, expresar sobre las más variadas cosas. El gran novelista

Gilbert K. Chesterton, que dominaba al lector gracias a la sabia disposición de los efectos y al

magnetismo de su narración, no hizo otra cosa. Gracias a ello, sus cuentos policiacos, además

de grandes breves cuentos, son agudos, insensibles instrumentos de penetración y deliciosos

vehículos de expresión de las ideas católicas que le interesaba plantear, discutir y sobre todo

propagar. Este claro ejemplo hace pensar en la injusticia y en la necedad de quienes se atreven

aún a mirar el género de la novela de aventuras y particularmente el género policiaco por

encima del hombro. Una vez dominados los medios de expresión, un cuento policiaco puede

ser —como en el caso de Chesterton— una exposición teológica, o —como en el caso de

Jorge Luis Borges— un poema o un problema metafísico.

Más de una vez me he preguntado por qué razones nuestros escritores no cultivan el género

de novelas y cuentos policiacos. Existen, sin duda, otras razones que no son ya las del simple

desdén con que, en general, lo miran. Exponer aquí estas razones sería largo y tedioso y

equivaldría a detenerse a considerar el desierto sin advertir que, para la sed de los lectores de

novelas policiacas, existe ya el pequeño oasis de los cuentos policiacos de Antonio Helú.

Porque Antonio Helú ha cultivado desde hace algunos años, modesta y silenciosamente, esta

forma de expresión.

Otros escritores mexicanos empiezan a dar señales de interés en el mismo campo, pero

Antonio Helú tiene entre nosotros una categoría de precursor. Sus cuentos nos llegan ahora

traducidos al inglés en las revistas norteamericanas que se han especializado en el género

policiaco. El protagonista de la mayoría de sus cuentos viene a ser el primer detective

mexicano que se instala en la numerosa legión extranjera o, dicho de otro modo, en el nutrido

santoral en que el padre Brown es mi favorito, como Arsenio Lupin parece ser uno de los

santos de la devoción de Antonio Helú.

El protagonista de una serie considerable de cuentos de Antonio Helú tiene un nombre

claro, sencillo y amigo de la memoria. Se llama Máximo Roldán. No he encontrado en los

cuentos que he tenido la suerte de leer, y en que Máximo Roldán aparece, una descripción

física, una ficha de identificación con sus señas particulares. Tal vez su inventor no se ha

preocupado o, lo que es más probable, no ha querido preocuparse por retratarlo de una vez

por todas, concreta y definitivamente ante sus lectores, en su aspecto físico. En cambio resulta

fácil decir que Máximo Roldán es ingenioso, agudo y, sobre todo, rápido; que Máximo Roldán

es a un tiempo ladrón y policía, a su modo; que tiene un particular sentido de la justicia, y que

procede por aparentes intuiciones rápidas pero que, en el momento de la explicación,

descubrimos que no son tales intuiciones sino reflexiones, deducciones, inducciones de una

rapidez extraordinaria, sólo que han obrado en su mente con la velocidad del relámpago.

El estilo de Antonio Helú no lo pone en peligro de instalarlo en la Academia de la Lengua,

ni en ninguna otra academia, cosa que, estoy seguro, no sólo no le preocupa sino que le haría

temblar. Tiene, a cambio de una corrección estilística estricta, otros méritos menos frecuentes:

desde luego, la economía, tan necesaria en el género que cultiva; el desenfado; la gracia

coloquial y una nerviosidad que corresponde muy precisamente a la persona de Antonio Helú,

del cual podemos afirmar que es como su manera de escribir, y como su protagonista Máximo

Roldán: delgado, inteligente, nervioso y… explosivo.

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