INTRODUCCIÓN
Puede ocurrir que algunos
lectores de esta historia tengan en su poder una «máscara» —o una cabeza— de
escayola del rostro de Shakespeare, una de las reproducciones en vaciado del
famoso busto de Stratford que se pusieron a la venta hace algún tiempo. Las
circunstancias bajo las cuales se obtuvo el molde original se las oí relatar,
una vez, a un amigo de quien guardo un cariñoso recuerdo y con quien estoy en
deuda por el ejemplar que poseo hoy en día.
Hace algunos años, se contrató a
un cantero para efectuar unos arreglos en la iglesia de Stratford-upon-Avon.
Mientras se ocupaba de estas reparaciones, el cantero se las arregló —sin
levantar sospechas, pensaba él— para fabricar un molde del busto de
Shakespeare. Sin embargo, se descubrió lo que había hecho e, inmediatamente,
las autoridades, encargadas de la custodia del busto original, lo amenazaron
con penas y sanciones legales muy severas, aunque no especificaron de qué
delito se le acusaba. El pobre hombre estaba tan asustado por las amenazas que
rápidamente empaquetó sus herramientas y, cogiendo el molde, se marchó de
Stratford. Después, el cantero expuso su caso a personas con capacidad para
aconsejarle, quienes le dijeron que no debía temer ningún castigo y que, si
consideraba que podría venderlos, hiciera tantos moldes del busto como quisiera
y los pusiera a la venta en cualquier lugar. El cantero siguió el consejo,
realizó cuidadosamente sus reproducciones del busto en bloques de mármol negro
y vendió un gran número de ellas no solo en Inglaterra, sino también en
América. Debe añadirse que este cantero había destacado siempre por su
extraordinaria veneración a Shakespeare, que llevó a tal extremo que llegó a
asegurar al amigo —de quien luego recibí esta información— que él, que era
viudo, ¡se habría vuelto a casar solo si hubiera conocido a una mujer que fuera
descendiente directa de William Shakespeare!
La idea inicial de las siguientes
páginas procede de la anécdota que acabo de relatar. Ahora ofrezco mi librito
al público, en el que he procurado narrar una trama sencilla, escrita de forma
llana y familiar, o, en otras palabras, como si estuviera contándosela a unos
amigos ante la chimenea de mi casa.
WILKIE COLLINS
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