SHAKESPEARE
LA INVENCIÓN DE LO HUMANO
HAROLD BLOOM
PARA JEANNE
AQUELLO PARA LO QUE ENCONTRAMOS PALABRAS ES ALGO YA MUERTO EN NUESTROS CORAZONES. HAY SIEMPRE UNA ESPECIE DE DESPRECIO EN EL ACTO DE HABLAR.[1]
Nietzsche,
El crepúsculo de los ídolos
LA
VOLUNTAD Y EL SINO NUESTROS CORREN TAN ENCONTRADOS QUE TODA ESTRATAGEMA NUESTRA
ES DERRIBADA, SON NUESTRAS LAS IDEAS NUESTRAS, PERO AJENOS SUS FINES.[2]
El
Actor Rey en Hamlet
AGRADECIMIENTOS
Puesto
que no puede haber un Shakespeare definitivo, he utilizado una diversidad de
textos, a veces repuntuándolos en silencio para mí mismo. En general,
recomiendo la edición de Arden, pero muchas veces he seguido la edición de
Riverside u otras. He evitado el New Oxford Shakespeare, que busca de manera
perversa, la mayoría de las veces, imprimir el peor texto posible, poéticamente
hablando.
Parte
del material de este libro fue leído, en esbozos muy anteriores, dentro de las
conferencias Mary Flexner en Bryn Mawr College, en octubre de 1990, y de las
Conferencias Tanner en la Universidad de Princeton, en noviembre de 1995.
John
Hollander leyó y mejoró mis manuscritos, así como también mi devota editora,
Celina Spiegel; tengo también deudas considerables con mis agentes literarios,
Glen Hartley y Lynn Chu; con el editor de mi original, Toni Rachiele; y con mis
ayudantes de investigación: Mirjana Kalezic, Jennifer Lewin, Ginger Gaines,
Eric Boles, Elizabeth Small y Octavio DiLeo. Como siempre, estoy agradecido a
las bibliotecas y los bibliotecarios de la Universidad de Yale.
H.B.
Timothy
Dwight College
Universidad
de Yale
Abril
de 1998
CRONOLOGÍA
La
disposición de las obras de Shakespeare en el orden de su composición sigue
siendo una empresa discutible. Esta cronología, necesariamente provisional,
sigue en parte lo que se considera generalmente como autoridad erudita. Allí
donde soy escéptico sobre la autoridad, he dado breves anotaciones para dar
cuenta de mis suposiciones.
Shakespeare
fue bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratfordon-Avon y murió allí el 23 de
abril de 1616. No sabemos cuándo entró por primera vez en el mundo teatral
londinense, pero sospecho que fue ya desde 1587. Probablemente en 1610,
Shakespeare regresó a vivir en Stratford, hasta su muerte. Después de 1613,
cuando compuso Dos nobles de la misma
sangre (con John Fletcher), Shakespeare abandonó evidentemente su carrera
de dramaturgo.
Mi
discrepancia más importante con la mayor parte de la tradición erudita
shakespeareana es que sigo la Introduction
to Shakespeare (1964) de Peter Alexander al asignar el primer Hamlet (escrito en algún momento entre
1589 y 1593) al propio Shakespeare, y no a Thomas Kyd. Disiento también de la
reciente aceptación de Eduardo III
(1592-1595) dentro del canon shakespeareano, pues no encuentro en esta obra
nada representativo del dramaturgo que había escrito Ricardo III.[3]
Enrique
VI, Primera parte [Henry VI, Part one]
1589-1590 Enrique VI, Segunda parte [Henry VI, Part two] 1590-1591 Enrique VI, Tercera parte [Henry VI, Part three] 1590-1591 Ricardo III [Richard III] 1592-1593 Los
dos hidalgos de Verona [The Two
Gentlemen of Verona] 1592-1593 La
mayoría de los estudiosos fechan esta obra en 1594, pero es mucho menos
avanzada que La comedia de los errores,
y a mí me parece la primera comedia sobresaliente de Shakespeare.
Hamlet
(primera versión) 1589-1593 Ésta
fue añadida al repertorio de los que serían después los Hombres del lord
Chambelán cuando Shakespeare se unió a ellos en 1594. Al mismo tiempo, éstos
empezaron a representar Tito Andrónico
y La doma de la fiera. Nunca
representaron nada de Kyd.
Venus
y Adonis [Venus and Adonis]
1592-1593 La comedia de los errores [The Comedy of Errors] 1593 Sonetos [Sonnets] 1593-1609 Los
primeros sonetos pueden haberse compuesto en 1589, lo cual significaría que
cubren veinte años de la vida de Shakespeare, terminando un año antes de su
semirretiro a Stratford.
La
violación de Lucrecia [The Rape of
Lucrece] 1593-1594 Tito Andrónico
[Titus Andronicus] 1593-1594 La doma de la fiera [The Taming of the Shrew] 1593-1594 Penas de amor perdidas [Love’s Labour’s Lost] 1594-1595 Hay un salto tan grande de las primeras
comedias de Shakespeare a la gran fiesta del lenguaje que es Penas de amor perdidas, que dudo de esta
fecha tan temprana, a menos que la revisión de 1597 para una representación en
la corte fuese bastante más de lo que entendemos generalmente por «revisión».
No hay ninguna versión impresa antes de 1598.
El
rey Juan [King John] 1594-1596 Otro gran rompecabezas de datación;
gran parte de la versificación es tan arcaica que hace pensar en el Shakespeare
de 1589 o por ahí. Y sin embargo Faulconbridge el Bastardo es el primer
personaje de Shakespeare que habla con una voz enteramente propia.
Ricardo
II [Richard II] 1595 Romeo y Julieta [Romeo and Juliet] 1595-1596 Sueño
de una noche de verano [A Midsummer
Night’s Dream] 1595-1596 El mercader
de Venecia [The Merchant of Venice]
1596-1597 Enrique IV, Primera parte [Henry IV, Part One] 1596-1597 Las alegres comadres de Windsor [The Merry Wives of Windsor] 1597 Enrique IV, Segunda parte [Henry IV, Part Two] 1598 Mucho ruido y pocas nueces [Much Ado About Nothing] 1598-1599 Enrique V [Henry V] 1599 Julio César
[Julius Caesar] 1599 Como gustéis [As You Like It] 1599 Hamlet 1600-1601 El
Fénix y la tórtola [The Phoenix and
the Turtle] 1601 Noche de Reyes [Twelfth Night] 1601-1602 Troilo y Crésida [Troilus and Cressida] 1601-1602 Bien
está lo que bien acaba [All’s Well
That Ends Well ] 1602-1603 Medida por
medida [Measure for Measure] 1604
Otelo [Othello] 1604 El rey Lear
[King Lear] 1605 Macbeth 1606 Antonio y Cleopatra [Antony and Cleopatra] 1606 Coriolano [Coriolanus] 1607-1608 Timón
de Atenas [Timon of Athens]
1607-1608 Pericles 1607-1608 Cimbelino
[Cymbeline] 1609-1610 El cuento de invierno [The Winter’s Tale] 1610-1611 La tempestad [The Tempest] 1611 Elegía
fúnebre [A Funeral Elegy] 1612 Enrique VIII [Henry VIII] 1612-1613 Dos
nobles de la misma sangre [The Two
Noble Kinsmen] 1613
ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR
La
principal dificultad de traducción de este libro son las abundantes citas de
obras de Shakespeare. Pero en este caso era imposible aceptar el desafío que
supone intentar acercarse al nivel literario o poético del genio inglés: la
naturaleza de este estudio imponía una versión inflexiblemente literal (o lo
que solemos llamar así), en la que pudieran seguirse en detalle los comentarios
del crítico. El traductor sólo puede pedir comprensión por la grisura de su
versión. Es sabido además que sigue habiendo en Shakespeare muchos puntos
oscuros o de interpretación discutible, y más para quien lo traduce a otra lengua,
y gran parte de esas oscuridades no las resuelve tampoco este libro. Para esas
dificultades el traductor ha seleccionado en lo posible las interpretaciones de
estudiosos o traductores anteriores, y en algunos pocos casos se ha aventurado
a tomar decisiones personales. Finalmente, en algunos raros pasajes (de
Shakespeare o de otros autores), el autor pensó poder permitirse una versión
más literaria o poética.
AL LECTOR
Antes
de Shakespeare, el personaje literario cambia poco; se representa a las mujeres
y a los hombres envejeciendo y muriendo, pero no cambiando porque su relación
consigo mismos, más que con los dioses o con Dios, haya cambiado. En
Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se
desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque
se escuchan hablar, a sí mismos o
mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la
individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha
logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes
aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales
y varios cientos de personajes menores claramente distinguibles.
Cuanto
más lee y pondera uno las obras de Shakespeare, más comprende uno que la
actitud adecuada ante ellas es la del pasmo. Cómo pudo existir no lo sé, y
después de dos décadas de dar clases casi exclusivamente sobre él, el enigma me
parece insoluble. Este libro, aunque espera ser útil para otras personas, es
una declaración personal, la expresión de una larga pasión (aunque sin duda no
única) y la culminación de toda una vida de trabajo leyendo y escribiendo y
enseñando en torno a lo que sigo llamando tercamente literatura imaginativa. La
«bardolatría», la adoración de Shakespeare, debería ser una religión secular
más aún de lo que ya es. Las obras de teatro siguen siendo el límite exterior
del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo moralmente,
incluso espiritualmente. Se ciernen más allá del límite del alcance humano, no
podemos ponernos a su altura. Shakespeare seguirá explicándonos, que es el
principal argumento de este libro. Este argumento lo he repetido
exhaustivamente, porque a muchos les parecerá extraño.
Ofrezco
una interpretación bastante abarcadora de las obras de teatro de Shakespeare,
dirigida a los lectores y aficionados al teatro comunes. Aunque hay críticos
shakespeareanos vivos que admiro (y en los que abrevo, con sus nombres), me
siento desalentado ante gran parte de lo que hoy se presenta como lecturas de
Shakespeare, académicas o periodísticas. Esencialmente, trato de proseguir una
tradición interpretativa que incluye a Samuel Johnson, William Hazlitt, A. C.
Bradley y Harold Goddard, una tradición que hoy está en gran parte fuera de
moda. Los personajes de Shakespeare son papeles para actores, y son también
mucho más que eso: su influencia en la vida ha sido casi tan enorme como su
efecto en la literatura postshakespeareana. Ningún autor del mundo compite con
Shakespeare en la creación aparente de la personalidad, y digo «aparente» aquí
con cierta renuencia. Catalogar los mayores dones de Shakespeare es casi un
absurdo: ¿dónde empezar, dónde terminar? Escribió la mejor prosa y la mejor
poesía en inglés, o tal vez en cualquier lengua occidental. Esto es inseparable
de su fuerza cognitiva; pensó de manera más abarcadora y original que ningún
otro escritor. Es asombroso que un tercer logro supere a éstos, y sin embargo
comparto la tradición johnsoniana al alegar, casi cuatro siglos después de
Shakespeare, que fue más allá de todo precedente (incluso de Chaucer) e inventó
lo humano tal como seguimos conociéndolo. Una manera más conservadora de
afirmar esto me parecería una lectura débil y equivocada de Shakespeare: podría
argumentar que la originalidad de Shakespeare estuvo en la representación de la cognición, la personalidad, el carácter. Pero
hay un elemento que rebosa de las comedias, un exceso más allá de la
representación, que está más cerca de esa metáfora que llamamos «creación». Los
personajes dominantes de Shakespeare -Falstaff, Hamlet, Rosalinda, Yago, Lear,
Macbeth, Cleopatra entre ellos- son extraordinarios ejemplos no sólo de cómo el
sentido comienza más que se repite, sino también de cómo vienen al ser nuevos
modos de conciencia.
Podemos
resistirnos a reconocer hasta qué punto era
literaria nuestra cultura, particularmente ahora que tantos de nuestros
proveedores institucionales de literatura coinciden en proclamar alegremente su
muerte. Un número sustancial de norteamericanos que creen adorar a Dios adoran
en realidad a tres principales personajes literarios: el Yahweh del Escritor J
(el más antiguo autor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de
Marcos, y el Alá del Corán. No sugiero que los sustituyamos por la adoración de
Hamlet, pero Hamlet es el único rival secular de sus más grandes precursores en
personalidad. Su efecto total sobre la cultura mundial es incalculable. Después
de Jesús, Hamlet es la figura más citada en la conciencia occidental; nadie le
reza, pero tampoco nadie lo rehúye mucho tiempo. (No se le puede reducir a un
papel para un actor; tendríamos que empezar por hablar, de todos modos, de
«papeles para actores», puesto que hay más Hamlets que actores para
interpretarlos.) Más que familiar y sin embargo siempre desconocido, el enigma
de Hamlet es emblemático del enigma mayor del propio Shakespeare: una visión
que lo es todo y no es nada, una persona que fue (según Borges) todos y
ninguno, un arte tan infinito que nos contiene,
y seguirá conteniendo a los que probablemente vendrán después de nosotros.
Con
la mayor parte de las obras de teatro, he tratado de ser tan directo como lo
permitían las rarezas de mi propia conciencia; dentro de los límites de una
franca preferencia por los personajes antes que por la acción, y de una
insistencia en lo que llamo «ir al primer plano» mejor que el «ir al trasfondo»
de los historicistas viejos y nuevos. La sección final, «Ir al primer plano»,
pretende ser leída en relación con cualquiera de las obras de teatro
indiferentemente, y podría haberse impreso en cualquier parte de este libro. No
puedo afirmar que soy directo en lo que respecta a las dos partes de Enrique IV, donde me he centrado
obsesivamente en Falstaff, el dios mortal de mis imaginaciones. Al escribir
sobre Hamlet, he experimentado con el
uso de un procedimiento cíclico, tratando de los misterios de la obra y de sus
protagonistas mediante un constante regreso a mi hipótesis (siguiendo al
difunto Peter Alexander) de que el propio Shakespeare joven, y no Thomas Kyd,
escribió la primitiva versión de Hamlet
que existió más de una década antes del Hamlet
que conocemos. En El rey Lear, he
rastreado la fortuna de las cuatro figuras más perturbadoras -el Bufón,
Edmundo, Edgar y el propio Lear-[4] a fin de rastrear la tragedia de esta que
es la más trágica de las tragedias.
Hamlet,
mentor de Freud, anda por ahí provocando que todos aquellos con quienes se
encuentra se revelen a sí mismos, mientras que el príncipe (como Freud) esquiva
a sus biógrafos. Lo que Hamlet ejerce sobre los personajes de su entorno es un
epítome del efecto de las obras de Shakespeare sobre sus críticos. He luchado
hasta el límite de mis capacidades por hablar de Shakespeare y no de mí, pero
estoy seguro de que las obras han inundado mi conciencia, y de que las obras me
leen a mí mejor de lo que yo las leo. Una vez escribí que Falstaff no aceptaría
que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Eso se aplica
también a los iguales de Falstaff, ya sean benignos como Rosalinda y Edgar,
pavorosamente malignos como Yago y Edmundo, o claramente más allá de nosotros,
como Hamlet, Macbeth y Cleopatra. Unos impulsos que no podemos dominar nos
viven nuestra vida, y unas obras que no podemos resistir nos la leen. Tenemos
que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente como podamos, sabiendo a
la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún. Nos leen
definitivamente.
ANAGRAMA
Colección Argumentos
Título de la edición original:
Shakespeare: The Invention of the Human
Edición en formato digital: diciembre de 2019
© imagen de cubierta, «Sibila délfica», Miguel Ángel, Capilla Sixtina
© de la traducción, Tomás Segovia, 2002
© Harold Bloom, 1998
© EDITORIAL ANAGRAMA, S.A., 2002
Pedró de la Creu, 58
08034 Barcelona
ISBN: 978-84-339-4068-1
Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L.
anagrama@anagrama-ed.es
www.anagrama-ed.es
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