miércoles, 22 de junio de 2022

Frontispicio 10 Geoffrey Chaucer. GENIOS. HAROLD BLOOM.



´

 Frontispicio 10

Geoffrey Chaucer

Cuando me acuerdo de mi juventud y de mi alegría, me cosquillean las

fibras de mi corazón. Hoy día constituye el consuelo de mi alma el haber

corrido el mundo en mis tiempos. Mas, ¡ay!, la edad, que todo lo inficiona,

me ha despojado de mi belleza y de mi energía. ¡Vayan enhorabuena y el

diablo cargue con ellas! La flor de la harina se acabó, y ahora tengo que

vender el salvado como mejor pueda...58.

“Hoy día constituye el consuelo de mi alma el haber corrido el

mundo en mis tiempos” : es difícil no ceder al encanto de la mujer de

Bath, tan emblemática del genio de Chaucer como sir Juan Falstaff lo

es del genio de Shakespeare. Y es comprobable que este la tenía en mente

cuando creó a Falstaff; los dos grandes vitalistas aluden a San Pablo

cuando afirman que no hay pecado en su vocación. Pero la mujer de Bath

sugiere que ha despachado por lo menos a un marido y el hecho de que

no tenga hijos es desconcertante.

Chaucer el peregrino siente un gran aprecio por la mujer, pero la

verdad es que admira a la mayoría de sus colegas peregrinos y disfruta

de ellos; o más bien se deleita en hablarnos de su admiración. Su penetrante

ironía se centra en su autorretrato como peregrino, cuyos juicios

acerca de los demás peregrinos resultan dudosos; pero eso se explica

porque Chaucer el poeta quiere que cuestionemos casi todos los juicios

morales.

Como era previsible, aparentemente la actitud de Chaucer ante

Dante era más bien ambivalente, a causa de los feroces e incesantes juicios

morales de este último. El nivel de ponderación en el buen humor

de la mujer de Bath habla por Chaucer: la alegría se cuela incesantemente.

Sus deseos no se han apaciguado y su desafío de los estragos de la

edad es maravilloso: “ ¡Vayan enhorabuena y el diablo cargue con ellas!” .

[154]

Geoffrey Chaucer

1340 ¿? I 1400

l a r isa n o a c o m p a ñ a la lectura de Lucrecio o de Virgilio, de Agustín

o de Dante. Ante semejante compañía, no podemos menos que dar la

bienvenida al genio cómico de Chaucer, quien se negó a estudiar las nostalgias,

ya fuesen caballerescas o espirituales. Pero no he escogido a los

compañeros de Chaucer por razones arbitrarias: una vez más vemos las

relaciones de influencia que hay entre Dante y Chaucer, aunque el verdadero

precursor de Chaucer fue Boccaccio, a quien nunca menciona.

Chaucer -profundamente impresionado por Dante y también jovialmente

irritado- creó una parodia de Dante el peregrino en Chaucer el

peregrino de Cuentos de Canterbury.

Los estudiosos de Dante viven llenos de admiración por su poeta.

Chaucer, el más enérgico escritor en lengua inglesa después de Shakespeare,

quería aprender de Dante pero era demasiado buen ironista para

dejarse llevar por la admiración. Lucrecio estaba seguro de conocer la

verdad: era un epicúreo. Virgilio, dudoso de todo, es una especie de

epicúreo resbaladizo: no se siente a gusto en la verdad del materialismo

metafísico, quisiera un poco de trascendencia, y sabe que no la encontrará

jamás. Agustín y Dante conocían la verdad, pero esta es una revelación

para aquellos a quienes es revelada. Chaucer, en una actitud de

lo más refrescante, duda de que ningún escritor pueda atrapar la verdad

en el lenguaje. A pesar de sus recelos y titubeos, Chaucer es un poeta

secular y como tal es el más genuino precursor de Shakespeare.

Yo sigo prefiriendo al narrador-polemista católico G.K. Chesterton

sobre los demás críticos de Chaucer, pues su certeza de la grandeza de

este es sólida. Considera que Chaucer es de la estatura de Dante y de

Shakespeare, y admite que escribe una poesía secular, incluso pagana,

cuando le conviene, ignorando sus más íntimas convicciones religiosas.

Chesterton se niega a separar a Chaucer de Dante, aunque pienso que

no estaba convencido de la sabiduría de hacerlo. Sabemos exactamente

cuáles son los juicios de Dante de cada una de las personas que aparecen

en su poema, aunque a veces ni él mismo tolera su juicio, como en

el caso de Francesca. Pero nadie puede saber cuál es la posición de

[155]

Chaucer en relación con el bulero, o con la mujer de Bath, o con el caballero,

como nadie sabe qué pensaba Shakespeare de Falstaff y de

Hamlet, de Yago o de Cleopatra. Chaucer y Shakespeare no pretenden

saber nada de manera irrevocable, y podemos deducir que los juicios

morales acicateaban su ironía. Dante realmente sí parece saber todo lo

que se puede saber en 1300, pero también insiste en afirmar que conoce

y habla la verdad, aunque esta resultara tan inasible entonces como ahora.

El hecho es que Dante se inventa cosas todo el tiempo para poder

lograr los propósitos de su sorprendente poema. ¿Brunetto Latini era

sodomita? Quizás a nosotros nos tenga sin cuidado que lo haya sido o

que no lo haya sido (a menos que seamos fundamentalistas o republicanos),

pero parece que Dante se inventó la orientación sexual de su antiguo

profesor. Virgilio, como ya lo dije, era esencialmente un epicúreo y

no un cristiano anterior a Cristo, y la Beatriz histórica evidentemente

no se tomaba a Dante en serio. Dante sufrió mucho, como todos nosotros,

pero muchos vacilaríamos a la hora de poblar el infierno con nuestros

enemigos personales. Chaucer es demasiado irónico para decir estas

cosas pero evidentemente las sabe y las siente y no está dispuesto a especular

sobre la condenación de nadie, ni siquiera del bulero.

¿Hay ironías en la Comedia que no sean crueles? Quizás este sea el

momento de aclarar que el tema aquí no es la fe. Tal como lo demostraré

más tarde, Shelley hace gala de un amor más profundo y de una mayor

comprensión de la poesía de Dante que cualquier otro poeta de habla

inglesa, incluido T.S. Eliot. Shelley detestaba el cristianismo pero el

dogmatismo de Dante no fue una barrera para él:

La poesía de Dante puede ser considerada un puente sobre la corriente

del tiempo, que une el mundo moderno con el antiguo. Las nociones

distorsionadas de cosas invisibles que Dante y su rival Milton han idealizado

no son más que la máscara y el manto con los que estos grandes

poetas se cubren y se disfrazan para caminar por la eternidad. Es difícil

determinar hasta qué punto eran conscientes de la diferencia, seguramente

viva en sus mentes, entre sus propios credos y los de los demás. Dante al

menos parece deseoso de marcar toda la diferencia cuando ubica a Rifeo,

a quien Virgilio llama justissimus unus, en el “Paraíso” , y al mostrarse tan

heréticamente caprichoso en la distribución de recompensas y castigos.

[...] La Divina comedia y El paraíso perdido le han dado a la mitología

moderna una forma sistemática; y cuando los cambios y el tiempo hayan

[156]

añadido una superstición más a la masa de las que han surgido y decaído

en la tierra, los comentaristas harán bien en ocuparse sesudamente en

dilucidar la religión de la Europa ancestral, que no habrá sido definitivamente

olvidada sólo porque habrá sido sellada con la eternidad del genio.

La amable profecía de Shelley se ha cumplido un poco más definitivamente

en Europa (excepto por Irlanda) que en Estados Unidos, sólo

que no reconozco rastros de “ la religión de la Europa ancestral” en lo

que insisto en que llamemos la Religión Americana, esa mezcla original

de orfismo, gnosticismo y entusiasmo que ha fortalecido la espiritualidad

de Estados Unidos desde 1800. Nuestros pentecostales, mormones,

adventistas y baptistas de diversa índole y otras invenciones originales

son la punta de lanza, pero la mayor parte del 89 por ciento de los americanos

que aseguran que Dios los ama a ellos personal e individualmente

está bastante lejos de la Europa ancestral, incluso cuando se denominan

a sí mismos católicos, luteranos, metodistas, anglicanos o presbiterianos.

Shelley tiene razón, aunque muy pocos estudiosos de Dante y menos

especialistas en Milton estarían de acuerdo con él. ¿Qué hace Rifeo

en el “Paraíso” ? Resulta refrescante la demostración de Rachel Jacoff

de que Dante plantea la cuestión sólo para no responderla:

Entre los seis gobernantes que hay entre el ojo y la ceja del águila está

Rifeo, un personaje que aparece brevemente en la Eneida. Como cualquier

lector, Dante se pregunta: “ ¿Cómo puede ser esto?” . Al igual que la improbable

presencia de Catón en las orillas del Purgatorio, la sorprendente

presencia de Rifeo en el Cielo de la justicia nos hace pensar en la forma

como Dante lee a su clásicos y en cómo los reescribe. Rifeo es una señal

de la inescrutabilidad divina, pero también de la libertad del poeta. Virgilio

consideró que Rifeo era “el más justo” , pero el cuento de Dante acerca

del odio de Rifeo hacia el “hedor del paganismo” también es puro invento.

La teología católica sí permitía el “bautismo por anhelo” , pero sólo Dante

habría escogido a Rifeo como ejemplo.

¿Y entonces por qué no Virgilio? Y ya que estamos en eso, ¿por qué

Beatriz? El poema es de Dante y él hace lo que más le conviene, pero ya

es hora de darse cuenta de que Dante es una secta de uno y no un

agustiniano, ni un tomista, ni cosa que se le parezca. Milton evidentemente

también es una secta de uno, y quizás Shelley sólo se diferencia[

157]

ba de Dante y de Milton en el hecho de negarse a ser llamado cristiano.

A Chaucer lo hubiese tenido sin cuidado la teología de Dante, pero la

aspereza y la arbitrariedad del florentino le disgustaban al compasivo

ironista inglés. Somos renuentes a hablar de la destructiva arrogancia

de Dante, pero lo que no podemos pasar por alto es que él de ninguna

manera consideraba que su Dios fuese inescrutable. Dante no nos cuenta

todos los secretos de Dios pero parece conocerlos casi todos, y quizás

los habría divulgado con mayor liberalidad si se le hubiese concedido

el cuarto de siglo adicional que necesitaba para convertirse en nueve

nueves.

No es tanto que Chaucer se muestre cortésmente escéptico de los

juicios morales, casi divinos, de Dante, como que se aburre con los retratos

congelados de hombres y mujeres, condenados por Dante a no

cambiar. Podría decirse que Chaucer es la diferencia entre Dante y

Shakespeare porque la mujer de Bath incita el milagro de sir Juan

Falstaff y el abismo nihilista del bulero anuncia a los grandes transgresores

de todos los valores en Shakespeare, Yago y el Edmundo de El rey

Lear. En vez de centrarme en la mujer y en el bulero, me referiré aquí a

toda la panoplia del prólogo general de Cuentos de Canterbury. Dante,

sutilmente revisado y contradicho, es el precursor de la otra obra maestra

de Chaucer, Troilo y Cre'sida, pero los Cuentos de Canterbury en su mayor

parte dejan atrás a Dante y establecen un combate clandestino con

Boccaccio, una influencia mucho más peligrosa para Chaucer, cuyo

dominio de la narración de los personajes le debe lo suyo al sabroso autor

del Decamerón.

Chaucer empezó a escribir Cuentos de Canterbury aproximadamente

a los 46 años, y siguió escribiéndolos hasta su muerte en 1400. De los

120 cuentos planeados, terminó veintidós y empezó otros dos. Como

en el resto de su obra, Chaucer escribió pensando que se leería en voz

alta en la corte y en los hogares de los grandes nobles. Y sin embargo

Chaucer también esperaba ser leído.

Es útil para ubicar a Chaucer tener en cuenta que vivió al servicio

de Ricardo 11 y después de Enrique iv. El mundo de los dramas de Shakespeare

dedicados a Enrique iv es el de la visión que Chaucer tiene de

Inglaterra. De hecho sir Juan Falstaff es contemporáneo de Chaucer; y

lo que es más importante, Falstaff y la mujer de Bath son verdaderos contemporáneos

y habrían tenido mucho que decirse y mucho que hacer

[158]

juntos. Compartieron una época caótica de guerras civiles, virulenta e

incierta, una época para ir de peregrinaje, actividad que seguramente

tenía su lado espiritual pero también era más o menos el equivalente de

los cruceros de hoy. La mujer de Bath ha enterrado cinco maridos y

busca un sexto, o al menos compañía para el camino. Yo no quisiera

encontrarme con los personajes de Dante, ni siquiera en el “Purgatorio”

o en el “Paraíso” , pero si una fuerza temprana pudiese devolverme,

me gustaría estar con Chaucer el peregrino, el anfitrión, y los otros 28

buscadores. La originalidad de Chaucer, la gloria de su genio, surge

vividamente en los retratos del prólogo general. Su rasgo particular es

la vitalidad, ya sea que se trate del monje comedor de cisnes o del fraile

cazador de mujeres, o los cinco tunantes de los bajos fondos: el molinero,

el mayordomo, el alguacil eclesiástico, el temible administrador de colegio

y el escandaloso y perturbador bulero. La más vital de las vitalistas,

capaz de darle la talla a Falstaff o al Panurgio de Rabelais, es, por supuesto,

la mujer de Bath, a quien todos los lectores queremos tener en nuestros

brazos y que sin embargo no está exenta de rasgos sospechosos.

¿Cómo alcanzó Chaucer semejante maestría en la caracterización dos

siglos antes de Shakespeare? Aunque las modas que desacreditan la idea

del genio individual me tienen sin cuidado, tengo que admitir en este

caso, como lo hago en otras oportunidades a lo largo del libro, que para

que las obras originales surjan es necesaria una intersección entre la

conciencia dotada y el kairos, el momento oportuno. Pero no creo que

sepamos todavía cómo funciona dicha intersección. Chaucer era el hijo

de un vinatero de éxito, pero se unió a la casa real, dejando atrás sus

orígenes de clase media, a los 17. Estuvo al servicio de tres reyes -Eduardo

ni, Ricardo 11 y Enrique iv— como soldado, diplomático, cortesano y

administrador. Aparentemente nunca dejó de existir cierta fructífera

tensión entre los modestos orígenes de Chaucer y su carrera en la corte,

pero Chaucer no era único en la Inglaterra de su tiempo y sin embargo

él fue el único en convertirse en poeta supremo de su país antes

del advenimiento de Shakespeare. Su época y su posición resultaron

fecundas a la hora de suministrarle materia poética para su arte, y sin

embargo debemos preguntarnos una vez más: ¿por qué él? Al igual que

en los casos de Virgilio, Agustín y Dante, los dones únicos de Chaucer,

su inteligencia, su lenguaje y su percepción, parecen surgir exclusivamente

de su energía individual más que de las fuerzas culturales a su

alrededor. Chaucer era un observador social perspicaz, pero es que la

[159]

mujer de Bath y el hulero son visiones poéticas representadas con un

brío realista que resulta simultáneamente acogedor y engañoso, desde

una perspectiva artística. La ironía de Chaucer es de tal magnitud que

a veces no podemos verla, como lo observó Chesterton. La mujer de

Bath es más sombría de lo que parece, y el bulero, más sincero de lo que

él estaría dispuesto a admitir. ¿Y cómo interpretar la aterradora historia

de la priora? ¿Realmente es un cuento contado sin ironía? ¿Es posible

dudar del lenguaje y de las historias tanto como Chaucer y después

exhibir sinceramente la violencia antisemítica de este cuento tan infamante

que hace que El mercader de Venecia parezca bondadoso? El odio

que esta priora tan bien educada siente hacia los judíos (expulsados de

Inglaterra en 1290 por el crimen de haber sido víctimas de la masacre

de York) es perfectamente maligno, odio que culmina en una estrofa que

tengo que considerar irónica:

El prefecto hizo matar a todos los judíos que conocían el asesinato,

dándoles suplicios y muerte ignominiosa, pues a ninguno quiso perdonar

maldad tan grande. Porque quien mal hace, mal recibe. Y así, los culpables

fueron arrastrados, atados a la cola de caballos salvajes, y luego se les colgó,

como disponía la ley59.

Quizás las ironías sutiles de Chaucer no sean de esta magnitud, pero

son maravillosamente constantes. Talbot Donaldson comparó muy adecuadamente

a Chaucer el peregrino con el Lemuel Gulliver de Jonathan

Swift y su pasión por los caballos razonables. El Chaucer de Chesterton

disfrutaba socarrona e imperturbablemente de todas las contradicciones

que se topaba, y saboreaba su propia impudicia. Nadie sabía mejor que

Chaucer que su mundo estaba en decadencia y quizás nadie supo disfrutarlo

mejor en su caída. Esa ironía que depende de la sensación de que

una realidad más espléndida se ha ido para siempre es tanto chauceriana

como chestertoniana. Fue Boccaccio quien primero usó el recurso de

contar historias irónicas cuyo verdadero tema es la narración de cuentos,

y quizás es por eso que Chaucer nunca lo menciona. Pero lo que sí es

enteramente chauceriano es su ironía, que desafía toda descripción. La

erudición de la mujer de Bath es sorprendente, pero ella misma tiene

una actitud irónica al respecto. El bulero es un hombre que ansia la fatalidad

y su regocijo con la autodestrucción es otra faceta de la ironía. El

mismo Chaucer, como poeta y peregrino, se encamina hacia una visión

[160]

irónica en la que la ironía se convierte en una especie de amor por el

mundo y por los pintorescos tontos que lo habitan. La ironía amable se

convierte en amor irónico, en una hermosa y burlona aprehensión de

los peregrinos y de su peregrinaje. Y esto, sea lo que sea, es lo opuesto

de lo que Dante consideraba amor.

Mientras predica a la congregación que se dispone a despojar, el

bulero alcanza el éxtasis:

Muevo manos y lengua con tal soltura que es cosa de ver mi

diligencia60.

Uno quisiera volverlo uno de esos telepredicadores, una de los glorias

americanas en vía de extinción. ¿Y dónde hallaremos a nuestra mujer

de Bath con su glorioso lema: “La boca bebedora engendra lascivia” ?

Tenía que surgir una voz poética lo suficientemente resonante y una

visión humana lo suficientemente comprensiva para defender la vida

común de las urgencias proféticas de Dante. La originalidad de Chaucer

es menos sublime que la de Dante, ¡pero cómo agradecemos su presencia!

Los peregrinos del absoluto nunca dejan de hacer juicios morales.

Chaucer no confía en los absolutos y nos convence irónicamente de la

posibilidad de que la vida desautorice a aquellos cuyo don es condenar

a los demás.

[161]

1. “ Soneto 129” , en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

p. 2202.

2. Hamlet, príncipe de Dinamarca,

acto III, escena 2, en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

p. 1369.

3. La primera parte del rey Enrique rv,

acto 1, escena 2, en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

p. 410.

4. La vida del rey Enrique v, acto 11,

escena 3, en Obras completas,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

PP- 530-31-

5. Hamlet, príncipe de Dinamarca,

acto 11, escena 2, en Obras completas.,

William Shakespeare, trad. de

Luis Astrana Marín, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1951,

P- 1356.

6. Antonio y Cleopatra, acto iv, escena

13, en Obras completas, William

Shakespeare, trad. de Luis

Astrana Marín, Madrid, Aguilar

de Ediciones, 1951, p. 1831.

7. Hamlet, William Shakespeare,

trad. de José María Val verde, Bogotá,

Biblioteca El Tiempo, 2001,

p. 102.

8. Hamlet, William Shakespeare,

trad. de José María Valverde, Bogotá,

Biblioteca El Tiempo, 2001,

p. 99.

9- El rey Lear, William Shakespeare,

en Shakespeare, la invención de lo

humano, Harold Bloom, trad. de

Tomás Segovia, Bogotá, Editorial

Norma, 2001, p. 508.

10. Don Quijote de la Mancha, Miguel

de Cervantes, parte 11, capítulo

xxm, “De las admirables cosas

que el estremado don Quijote

contó que había visto en la profunda

cueva de Montesinos, cuya

imposibilidad y grandeza hace

que se tenga esta aventura por

apócrifa” , Barcelona, Instituto

Cervantes, Crítica, 1998, p. 827.

11. Don Quijote de la Mancha, Miguel

de Cervantes, parte 11, capítulo

l x x i i i i , “De cómo don Quijote

cayó malo y del testamento que

hizo y su muerte” , Barcelona,

Instituto Cervantes, Crítica,

1998, p. 1223.

12. Unamuno, tomado de El canon

occidental, Harold Bloom, trad.

de Damián Alou, Barcelona, Editorial

Anagrama, 1995, p. 141.

13. Don Quijote de la Mancha, Miguel

de Cervantes, parte 11, capítulo

l v i i i , “Que trata de cómo menudearon

sobre don Quijote aventuras

tantas, que no se daban vagar

unas a otras” , Barcelona, Instituto

Cervantes, Crítica, 1998,

p. 1097.

14. [Capítulo II, segunda parte]

15. Meditaciones del Quijote, núm. 15:

“El héroe” , José Ortega y Gasset,

Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina,

1942, pp. 141-42.

16. Don Quijote de la Mancha, Miguel

de Cervantes, parte 11, capítulo

x x x i i , “De la respuesta que dio

don Quijote a su reprehensor, con

otros graves y graciosos sucesos” ,

Barcelona, Instituto Cervantes,

Crítica, 1998, p. 890.

17. Ensayos, t. ni, capítulo v, “Sobre

unos versos de Virgilio” , Michel

de Montaigne, trad. de María

Dolores Picazo y Almudena

Montojo, Barcelona, Ediciones

Altaya, 1994, p. 113

18. Ensayos, t. m, capítulo 11, “Del

arrepentimiento” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

[162]

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

PP- 39 y 40.

19. Ensayos, 1 .1, “Al lector” , Michel

de Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

P- 35-

20. Ensayos, t. III, capítulo xm, “De la

experiencia” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p. 402.

21. Ensayos, 1 .11, capítulo xn, “De la

fisonomía” , Michel de Montaigne,

trad. de María Dolores Picazo y

Almudena Montojo, Barcelona,

Ediciones Altaya, 1994,

PP- 324 y 325-

22. Ensayos, t. m, capítulo v, “Sobre

unos versos de Virgilio” , Michel

de Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

pp. 85-86.

23. Ensayos, t. ni, capítulo v: “ Sobre

unos versos de Virgilio” , Michel

de Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p. 86.

24. Ensayos, 1 .111, capítulo v, “ Sobre

unos versos de Virgilio” , Michel

de Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p. 100.

25. Ensayos, t. m, capítulo v, “ Sobre

unos versos de Virgilio” , Michel

de Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p. 116.

26. Ensayos, t. ni, capítulo x iii, “De la

experiencia” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

P- 37i-

27. Ensayos, 1 . 111, capítulo x iii, “De la

experiencia” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p. 402.

28. Ensayos, t. ni, capítulo xm, “De la

experiencia” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

P- 39°-

29. Ensayos, 1 . 111, capítulo xm, “De la

experiencia” , Michel de

Montaigne, trad. de María Dolores

Picazo y Almudena Montojo,

Barcelona, Ediciones Altaya, 1994,

p.401.

30. Hombres representativos,

“Montaigne, o el escéptico” ,

Ralph W. Emerson, trad. de J.

Farran y Mayoral, Barcelona, Editorial

Iberia, 1960, p. 104.

31. Hombres representativos,

“Montaigne, o el escéptico” ,

Ralph W. Emerson, trad. de J.

Farran y Mayoral, Barcelona, Editorial

Iberia, 1960, p. 106.

32. El paraíso perdido, libro vn, 28-38,

John Milton, trad. de Esteban

Pujáis, Madrid, Ediciones Cátedra,

1986, p. 300.

33. El paraíso perdido, libro XII,

415-20, John Milton, trad. de Esteban

Pujáis, Madrid, Ediciones

Cátedra, 1986, pp. 498-99.

34. El paraíso perdido, libro iv, 492-

535, John Milton, trad. de Esteban

Pujáis, Madrid, Ediciones

Cátedra, 1986, pp. 199-200.

35. El paraíso perdido, libro IX, 859-88,

John Milton, trad. de Esteban

Pujáis, Madrid, Ediciones Cátedra,

1986, pp. 385-86.

36. El paraíso perdido, libro v, 856-61,

John Milton, trad. de Esteban

Pujáis, Madrid, Ediciones Cátedra,

1986, p. 255.

[163]

37- ¿Cuánta tierra necesita el hombre?,

capítulo ix, en Obras, t. n, León

Nikolaievich Tolstoi, trad. de

Irene y Laura Andresco, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1969,

pp. 1497-98.

38. Tres rusos, “L.N. Tolstoi” , Máximo

Gorki, sin créditos al traductor,

La Plata, Editorial Calomino,

1944, pp. 17-18.

39. La sonata a Kreutzer, capítulo

xxvii, en Obras, 1 .11, León

Nikolaievich Tolstoi, trad. de

Irene y Laura Andresco, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1969,

pp. 617-18.

40. Hadji Murad, capítulo xxv, en

Obras, 1 . 11, León Nikolaievich

Tolstoi, trad. de Irene y Laura

Andresco, Madrid, Aguilar de

Ediciones, 1969, p. 700.

41. La sonata a Kreutzer, capítulo

xxvin, en Obras, 1 .11, León

Nikolaievich Tolstoi, trad. de

Irene y Laura Andresco, Madrid,

Aguilar de Ediciones, 1969,

p. 620.

42. De la naturaleza de las cosas, libro

iv, “Peligros del amor, sufrimientos

e ilusiones de los enamorados”

, Lucrecio, trad. del abate

Marchena, edición de Marcelino

Meléndez y Pelayo, Madrid, Ediciones

Cátedra, 1990, y Barcelona,

Ediciones Altaya, 1995, p. 279.

43. De la naturaleza de las cosas, libro

ni, “Invocación al divino

Epicuro” , Lucrecio, trad. del abate

Marchena, edición de

Marcelino Meléndez y Pelayo,

Madrid, Ediciones Cátedra, 1990,

y Barcelona, Ediciones Altaya,

I995> PP- 187-88.

44. Eneida, libro vi, “El vestíbulo del

infierno. El Aqueronte” , Virgilio,

trad. de Javier de Echave-

Sustaeta, Madrid, Editorial

Gredos, 1992, y Bogotá, Editorial

Planeta Colombiana, 1995,

pp. 189-90.

45. Eneida, libro iv, 527-52, Virgilio,

trad. de Aurelio Espinosa Polit,

edición de José Carlos Fernández

Corte, Madrid, Ediciones Cátedra,

2000.

46. Eneida, libro VI, 423-54, Virgilio,

trad. de Aurelio Espinosa Polit,

edición de José Carlos Fernández

Corte, Madrid, Ediciones Cátedra,

2000.

47. Confesiones, libro x iii, 15, San

Agustín, trad. de Pedro Rodríguez

de Santidrián, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, y Barcelona, Ediciones

Altaya, 1993, p. 399.

48. Confesiones, libro x, 27, San

Agustín, trad. de Pedro Rodríguez

de Santidrián, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, y Barcelona, Ediciones

Altaya, 1993, pp. 269-70,

274, 278, 286, 287.

49. Confesiones, libro xi, 14, San

Agustín, tfad. de Pedro Rodríguez

de Santidrián, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, y Barcelona Ediciones

Altaya, 1993, p. 327.

50. Confesiones, libro xi, 28, San

Agustín, trad. de Pedro Rodríguez

de Santidrián, Madrid, Alianza

Editorial, 1990, y Barcelona, Ediciones

Altaya, 1993, p. 343.

51. Bucólicas, bucólica rv, “Palión” ,

Virgilio, trad. de Tomás de la Ascensión

Recio García, Madrid,

Editorial Gredos, y Barcelona,

Editorial Planeta, DeAgostini,

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53. El Convivio, libro iv, 24, Dante

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Madrid, Barcelona, Calpe, 1919,

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54. “ Soneto 129” , fragmento, en

Obras completas, William Shakespeare,

trad. de Luis Astrana

Marín, Aguilar de Ediciones, Madrid,

1951, p. 2202.

[164]

55- Divina comedia, “Purgatorio” , 58.

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trad. de Luis Martínez de Merlo,

Madrid, Ediciones Cátedra,

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56. El cuento de invierno, acto iv, esce- 59,

na 3, en Obras completas,William

Shakespeare, trad. de Luis

Astrana Marín, Madrid, Aguilar

de Ediciones, 1951, p. 2001.

57. Divina comedia, “Purgatorio” ,

canto xxviii, Dante Alighieri,

trad. de Luis Martínez de Merlo,

Madrid, Ediciones Cátedra,

1988, p. 479.

Cuentos de Canterbury, “Prólogo

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Geoffrey Chaucer, trad. de Juan

G. de Luaces, España, Salvat Editores,

1971, p. 104.

Cuentos de canterbury, “ Cuento de

la priora” , Geoffrey Chaucer,

trad. de Juan G. de Luaces, España,

Salvat Editores, 1971, p. 78.

Cuentos de Canterbury, “Cuento

del hulero” , Geoffrey Chaucer,

trad. de Juan G. de Luaces, España,

Salvat Editores, 1971, p. 86.

[165]

[166]

II

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