Hermann
Hesse, el hilo de sangre
Cuando nació Hermann, un bebé rollizo, rosado y sonriente, sus padres iniciaron una costumbre familiar que se prolongaría durante años. Se levantaban pronto, casi de madrugada, tomaban un café, frugal, con leche, y a la luz tenue de las lámparas, naranja y uniforme, leían en voz alta dos capítulos del Antiguo Testamento, así en ayunas. Solo después se persignaban, despertaban a la criada y vestían a los niños.
Pero ocurrió que aquel runrún de santidad melosa, de
severo ascetismo, cirios y olor a incienso, no fue suficiente para impedir que
el pequeño Hesse fuera un niño travieso y revoltoso. No había día en que
alguien del vecindario no acudiera a quejarse porque había pegado a su hijo, o
saltado un muro, o roto un cristal de una pedrada. Memmerle, decían, señalando a aquel
diablillo indómito de rodillas siempre o casi siempre magulladas, que sufrió
una inflación de regañinas, broncas, sopapos, bofetadas y reglazos en la palma
de la mano —sin llorar, sin una queja—, que era como entonces arreglaban las
cosas los docentes.
Fue un muchacho trastornado, rebelde, conflictivo en el
trato, algo huraño, callado, esquivo, según sus preceptores, que se escapó una
noche del seminario donde estudiaba. Cuando apareció, aterrado y hambriento, lo
enviaron a una celda de castigo, a pan y agua, y en la pared, grabada en el
estuco, descubrió la firma de su hermano mayor, que había estado allí siete
años antes. Fue a parar a una institución para adolescentes con problemas,
donde el director hacía exorcismos, y a punto estuvo de perderse para siempre,
si no llega a ser por la jardinería, el dibujo, la música.
Después fue aprendiz de relojero, librero, trabajó con
un anticuario, y por las noches, robando tiempo al sueño, a los amigos, se hizo
escritor. Siempre le gustó el campo, caminar con el sol en la cara, nadar… Se
casó tres veces, y tuvo tres hijos, el más pequeño, Martin, que fue fotógrafo,
y que le hizo, al cabo de los años, todas las fotos buenas que hay de él.
Nunca consiguió del todo escapar de la penalidad, de la
pobreza, de una Europa, como él, enferma, infortunada. Nunca estuvo conforme.
No quiso resignarse a la guerra, a Hitler, al terror, a los judíos perseguidos…
Convertido en autor de éxito, la gente iba a visitarlo, a su casa, o le
escribía. A veces —harto— pedía a su amigo Günter Böhmer que saliera a la calle
vestido como él, para despistar a quienes le paraban, le tocaban las manos, y
le pedían consejo. También le gustaba escapar en un viejo descapotable que
tenía su última mujer, Ninon, lleno de abolladuras y arañazos porque nunca fue
demasiado buena conduciendo.
Murió una noche, por sorpresa, después de escuchar a
Mozart. Su esposa lo encontró por la mañana, acostado. Tan plácido el gesto que
habría jurado que estaba dormido si no hubiera sido por un hilillo de sangre
que le caía por la comisura de los labios, casi invisible. Casi.
Ficha
técnica
Nº de
páginas:
236
Editorial:
SIRUELA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa dura
ISBN:
9788416964406
Año
de edición:
2017
Plaza
de edición:
MADRID
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