Duras,
besos y chistes malos
Criada entre palabras de sonidos exóticos —Cochinchina,
elefante, sari—, a la sombra de la vida colonial, un poco de opereta, de estuco
y falso techo, creció casi olvidada, escapada de una madre, maestra, viuda,
pobre, que hablaba con su marido muerto cada noche, quien desde el más allá les
transmitía un tranquilizador mensaje de esperanza.
Hubo algo de aquel país del agua que siempre fue con
ella. La exuberancia, el jugo de las frutas, así que cuando la obligaban a
comer las manzanas que llegaban de la metrópoli, su tacto algodonoso y seco,
áspero en la garganta, como una venda, le provocaba arcadas.
Tenía en contra que era bajita y flaca. Trenzas, pecas,
zapatos desgastados, y una expresión adusta, taciturna, rastro de una miseria
bíblica y perdurable. Y a favor, una belleza exótica, oriental, de porcelana
china, unos labios cereza —siempre rojos—, y un brillo seductor que la hacía,
en aquel paraíso del barro, deseable.
Recordó toda su vida la húmeda repulsión del primer
beso que le dio, por sorpresa, un amante, y que fue como un pez que tocara sus
labios, una babosa, una culebra muerta. Fue besarla y empezar a escupir sobre
el pañuelo, como si la saliva fuera venenosa.
Así, casi escupiendo, llegó al París de antes de la
guerra con su sensualidad arrebatada, casi perniciosa, que fue dejando a su
paso un ejército inconsolable de amantes despechados.
Y después, escribió, todo el tiempo, incansable.
Durante una temporada, su casa se llenó de existencialistas, comunistas
mundanos, escritores de culto, cineastas, amigos… Más tarde fue el alcohol; una
caja diaria de vino de Burdeos. Hasta que veía bichos en la cama. Vacas en la
despensa de la casa. Y una muchacha que cargaba libros a su espalda. Visiones
que cuando consiguió curarse empezó a echar en falta.
Le encantaban los chistes. Ese del caballo que sale a
la calle y se encuentra con una cebra a la que dice, ¿a estas horas todavía con
pijama?
Cuando publicó El amante toda Francia se rindió a
sus pies. «La Duras», le decían. Fue a la tele, le dieron premios, regalos,
agasajos, la recibió el presidente de la República… Aquel beso de pez la hizo
millonaria. ¿Cuánto? Nunca lo supo exactamente. A última hora se hizo un poco
de lío con los francos. Los antiguos y los nuevos.
En la
escuela secundaria, tuvo un compañero que se enamoró perdidamente de ella. Cada
mañana la iba a buscar, y la acompañaba hasta el colegio. A ella no le gustaba
porque tenía los dientes podridos. Así que él le pedía solo que le prestara el
anillo. Una pequeña sortija que le había regalado su madre, con una piedra
engastada, de color rojo. Ella se lo quitaba con desgana, y lo dejaba caer
sobre la palma. Y él lo apretaba en su mano. Y así, a través del metal del
anillo, sentía su calor.
Fuente:
Ficha
técnica
Nº de
páginas:
236
Editorial:
SIRUELA
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa dura
ISBN:
9788416964406
Año
de edición:
2017
Plaza
de edición:
MADRID
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