Nota: Isla de Montecristo. Mar Mediterráneo. Frente a las costas de Italia.
Comentario:
- Aquí Dantés violenta lo pactado con el abate: utilizar el tesoro de Montecristo para hacer el bien y no como su instrtumento de venganza.
- Todos sus enemigos van siendo destruidos, despojados de sus pertenencias materiales o de lo más querido, e incluso otros mueren. Esto lo hace asumiendo personalidades falsas desde un abate italiano hasta fingir ser un banquero inglés.
- Ya en el capítulo anterior observamos una IDEA de venganza por parte de Edmundo Dantés.
"El arca se abrió. Estaba dividida en tres compartimientos.
En
el primero brillaban escudos de dorados reflejos. En el segundo,
barras casi en bruto, colocadas simétricamente, que no tenían de
oro sino el peso y el valor. El tercer compartimiento, por último,
sólo estaba medio lleno de diamantes, perlas y rubíes, que al
cogerlos Edmundo febrilmente a puñados, caían como una cascada
deslumbradora, y chocaban unos con otros con un ruido como el de
granizo al chocar en los cristales.
Harto
de palpar y enterrar sus manos en el oro y en las joyas, levantóse
y echó a correr por las grutas, exaltado, como un hombre que está a
punto de volverse loco. Saltó una roca, desde donde podía
distinguir el mar, pero a nadie vio. Encontrábase solo,
enteramente solo con aquellas riquezas incalculables, inverosímiles,
fabulosas, que ya le pertenecían. Solamente de quien no estaba
seguro era de sí mismo. ¿Era víctima de un sueño, o luchaba
cuerpo a cuerpo con la realidad? Necesitaba volver a deleitarse con
su tesoro, y, sin embargo, comprendía que le iban a faltar las
fuerzas. Apretóse un instante la cabeza con las manos, como para
impedir a la razón que se le escapara, y luego se puso a correr por
toda la isla, sin seguir, no diré camino, que no lo hay en
Montecristo, sino línea recta, espantando a las cabras salvajes
y a las aves marinas, con sus gestos y sus exclamaciones. Al fin,
dando un rodeo, volvió al mismo sitio, y aunque todavía vacilante,
se lanzó de la primera a la segunda gruta, hallándose frente a
frente con aquella mina de oro y de diamantes.
Cayó
de rodillas, apretando con sus manos convulsivas su corazón, que
saltaba, y murmurando una oración, inteligible sólo para el cielo.
Esto hizo que se sintiese más tranquilo y más feliz, porque empezó
a creer en su felicidad.
Acto
seguido, se puso a contar su fortuna. Había mil barras de oro, y su
peso como de dos a tres libras cada una. Hizo luego un montón de
veinticinco mil escudos de oro, con el busto del Papa Alejandro VI y
sus predecesores; cada uno podía valer ochenta francos de la actual
moneda francesa. Y el departamento en que estaban no quedó, sin
embargo, sino medio vacío. Finalmente, contó diez puñados de sus
dos manos juntas de pedrería y diamantes, que montados por los
mejores plateros de aquella época poseían un valor artístico
casi igual a su valor intrínseco.
Entretanto,
el sol iba acercándose a su ocaso, por lo que temiendo Dantés ser
sorprendido en las grutas durante la noche, cogió su fusil y salió
al aire libre. Un pedazo de galleta y algunos tragos de vino fueron
su cena. Después colocó la baldosa en su sitio, se acostó encima
de ella y durmió, aunque pocas horas, cubriendo con su cuerpo la
entrada de la gruta. Esta noche fue deliciosa y terrible al mismo
tiempo, como las que había pasado ya dos o tres en su vida".
Editorial Porrúa. Edición Especial 1954. MÉXICO.
MUCHAS GRACIAS HERMOSO RECUERDO
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