CAPILLAS LITERARIAS
Creo que Thomas Mann dice, en
alguna de sus novelas, que el hombre solitario es capaz de enunciar
más originalidades y más tonterías que el hombre social. Esto vale
también para la literatura. Cierto aislamiento, cierto bárbaro
aislamiento, como siempre tuvo el artista en los Estados Unidos, es
fértil para la creación de algo fuerte y novedoso. No es necesario,
como lo prueba gente como Proust o como Tolstoi; tampoco es
suficiente, como lo prueba tanto idiota aislado. Digo, con muchos
«ciertos» y «quizá», que de vez en cuando es bueno y
fertilizante, como ha sido fertilizante para la ultrarrefinada
literatura europea la inyección de esa sangre de escritores como
Hemingway.
En Buenos
Aires, como en París, padecemos esas galerías de espejos que son
las capillas. Y así sucede que la mayor parte de sus integrantes
(falsamente multiplicados por los espejos, como en esos negocitos
mezquinos de hoy en día) no hacen literatura sino literatura
de literatura,
una especie de literatura a la segunda potencia, únicamente apta
para iniciados y exquisitos conocedores.
Y por eso se
rieron del Martín
Fierro.
Casi siempre, prefieren el ingenio al simple genio.
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