viernes, 26 de mayo de 2017

El diálogo con la sombra. Por Guillermo Fernández.


El diálogo con la sombra
Guillermo Fernández
El nuevo libro de Víctor Hugo Fernández, “Genealogía de la sombra” (WG, 2017), propone una poética en la que muchos podríamos percibir resonancias generacionales y existenciales que nos unen. Es un poemario escrito con cierto tono febril, despojado, en abierta puja de intereses con la sombra, que a muchos no nos gusta mirar de frente.
La poesía aquí no es juego, sino testimonio que no intenta encubrir los eclipses de las pasiones y la convicción de que no se puede dejar de ser un espíritu abierto y dolido en las circunstancias.
Víctor Hugo forma parte de una generación que ha visto el mundo desde una gran utopía y que se ha desmoronado con los avatares del error humano. Ha vivido el engaño de las creencias y las ideologías. Forma parte de los que ya han experimentado el ácido de los escapismos, así como de las crisis de valores y el derrumbamiento de las esperanzas sociales.
La poesía de Fernández es de redención. Se busca en ella el amparo ante la verdad de los hechos, luego de que se sabe por descontado que el futuro se ha reducido al fulgor de una penumbra. Sin embargo, la redención la notamos nosotros en la persistencia de la palabra, en el trabajo sobre ella, no en otro asunto. No en la posibilidad salvífica. Al poeta solo le queda el esfuerzo en la vía de la expresión, la cual puede ser todo lo impotente que se quiera, pero al fin de cuentas es un desquite, la única prueba de que fue testigo.
El poemario empieza con la necesidad de la expresión poética: “Podrá haber pan en nuestra mesa, / leche y miel derramarse en abundancia, / sin un poema hirviendo / sobre la memoria de las horas / no habrá día, ni noche / capaz de conjurar la vida y sus misterios”.
Sin el poema, la vida es menos vida. El poeta sería solo un hombre gris, movido por las circunstancias, sin la oportunidad de ofrecer su testimonio, única arma y fortaleza ante el mundo.
Consideramos el conjunto de los poemas de este libro un maduro intento por ofrecer un discurso poético con indudable unidad estilística. Se inclina Fernández por la sencillez, antes que por el ornamento casuístico –un mal de la poesía nacional en ciertos reductos–. El acento testimonial le confiere a sus versos apreciaciones que sus contemporáneos consideramos experiencia genuina, el pago de alcanzar nuestra edad después de irremediables avatares. No es extraño, también, en la poesía de Fernández, un ritmo coloquial, llano, que deriva de sus contactos con creadores norteamericanos, de los que el poeta ha declarado ser admirador.
Nos han parecido muy buenos poemas, “Genealogía de mi sombra”, que es, a nuestro parecer, una genealogía muy común: “He aquí el bastardo, / el apátrida / concebido en el pecado / hijo de concubina / castigado por la jerarquía / sin apellido cierto / sin cuna de oro…”, poemas como “Elegías al hermano”, el desolado y hermoso “Invierno en Georgia”, “Filosofía”: “Hay un Dios que no convence, / soy el creyente infiel / que duda y niega tres veces / antes de que cante el gallo”…, “La verdadera historia de Narciso” o una imagen de la posmodernidad, donde todo es farsa o implante; el duro “Autorretrato”; el sincero “Hacer un pacto”, el disimulo de una soledad, la del poeta, la de cualquiera; “Despedida”, poemas que no son de amor y que parecen; un poema que uno puede releer porque parece un enigma que interroga, “Esa canción que nos encanta”; “Negar tres veces”, “Busco tu imagen”, entre otros trabajos importantes.
Con el poeta Fernández se llega a la claridad de las cosas ensombrecidas, de lo que no fue posible, de lo que es realmente nuestra imagen en el espejo. El mismo amor, perfume del vivo, irradia solo amenaza o decepción, no sin cierta añoranza. Se conoce finalmente el mundo y lo que es peor, nuestras limitaciones. Pero aún se tienen flaquezas amadas, irrenunciables.
“Genealogía de la sombra” es el currículum cierto de cualquier hombre de nuestra generación y está escrito con autenticidad, sin un ápice de gloria falsa. Sus mejores poemas ubican a Fernández como un vocero necesario de los escritores del extinto “Grupo sin Nombre”, del que algunos conocimos la estela. Quiere decir que la travesía de sus miembros aún no ha terminado. En este caso, Víctor Hugo, despojado de las improntas ideológicas de aquellos años setenta, ofrece el rigor de lo vivido mediante un total desenfado estilístico y una perspectiva personal, que no necesariamente es intimista.

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