miércoles, 29 de marzo de 2017

carlos Barral. Poeta. LIBRO: Memorias.


Este volumen reúne toda la obra memorialística de Carlos Barral según el orden en que apareció publicada en vida de su autor: Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces. Estas Memorias, proyectadas, en principio, como un telón de fondo para retrasar el sórdido paisaje de la posguerra y de los años su cesivos, se han convertido en uno de los monumentos autobiográficos de mayor envergadura de las últimas décadas.
Fuente: N.N.
(Fragmento)



Carlos Barral
Memorias







LA MEMORIA DE CARLOS BARRAL


    por JOSEP MARIA CASTELLET

    Me pide el editor de Ediciones Península una breve nota de justificación al presente volumen de las Memorias de Carlos Barral, dada mi antigua vinculación con la editorial, por una parte, y mi mucho más antigua amistad con el autor, por otra.
    La aparición de Años de penitencia ―primer tomo de lo que sería la trilogía memorialística de Barral―, en 1975, a los 47 años de su autor, supuso una revelación en el ya no mortecino, pero sí oscurecido, mundo cultural español, pendiente de la desaparición ―que acaeció aquel año― de la más siniestra figura política del siglo, Francisco Franco. El grupo cronológico de escritores al que pertenecía Carlos barral ―ya conocido como generación del «medio siglo» o de «los 50»― había dado brillantes muestras de su implicación en la historia contemporánea de la literatura española, con novelas, libros de poemas o ensayos de una notable madurez. Lo que no había dado todavía, seguramente por razones de edad, era la tentativa de una ambiciosa aventura: la prosa memorialística, con su compromiso individual e histórico, a través de una narrativa inscrita en un género de hondas raíces bibliográficas europeas, las memorias literarias.
    La elaboración de la memoria personal como materia literaria, dada su escasa tradición española ―a diferencia de lo que había sucedido en Inglaterra o Francia, por ejemplo―, produjo, en el momento de la aparición de Años de penitencia, un ligero desconcierto, no sólo en la crítica sino también entre los lectores: Barral no era escrupulosamente preciso en lo que se refería a la cronología; sus perfiles de algunos personajes más o menos conocidos no respondían a las características tópicas con las que eran admitidos; su actitud personal no se ajustaba siempre a lo que era «políticamente correcto» en los ambientes culturales de la progresía al uso en aquellos años; etc. En una palabra, Barral rompía moldes literarios y políticos en aquella época del tardofranquismo en la que la sociedad española vivía inquietamente, entre el temor y la esperanza.
    Con el tiempo, y después de la aparición de los volúmenes sucesivos de sus memorias ―Años sin excusa (1978) y ya, tardíamente, Cuando las horas veloces (1988)―, el punto de vista barraliano quedó admitido, es decir, la aceptación de la creación de una prosa eminentemente literaria que tuviera como inicio y fundamento la memoria personal. Quienes tuvimos la ocasión y el privilegio de leer y discutir con Barral Años de penitencia antes de su publicación quedamos en cierto modo comprometidos con el legado de transmitir la legitimidad de la preeminencia de lo literario personal sobre lo más o menos periodístico de la crónica histórica aferrada a la puntualidad de los hechos,
    Convertidos en un «clásico» del memorialismo contemporáneo español, los tres volúmenes reunidos ahora en uno solo no precisan, pues, de lo que es una estricta justificación editorial. Si acaso, resituarnos en una época histórica ya cerrada en sí misma a la que podemos acercarnos libres de los prejuicios que los acompañaron en su singladura inicial. Y constatar la fertilidad de su propuesta a través de la publicación de otros libros de memorias de algunos de sus coetáneos.
    Testimonio de su tiempo y protagonista de infinitas aventuras culturales, Carlos Barral sigue tan vivo en las páginas de sus libros como en el recuerdo de los pocos supervivientes de su grupo generacional, tan castigado por los azares de la vida, es decir, por las trágicas y prematuras desapariciones de buena parte de sus amigos.
    J. M. C.

    Enero de 2001


  UN PERSONAJE SINGULAR


    por ALBERTO OLIART

    Las memorias son siempre la recreación de un pasado desde un presente en el que perviven, hilvanados en el tiempo de la vida de uno, aquellos hechos, encuentros y vivencias que, por razones varias y difíciles de explicar, se hacen presentes en el acto de recordar en detrimento de otros y, forzosamente, se interpretan, se modifican. A menudo, al evocarlos, los vemos bajo una luz distinta a la que iluminó el suceso recordado, y nos damos cuenta de matices y significados que nos pasaron desapercibidos cuando los vivimos.
    Esto ocurre con los tres libros de memorias de Carlos Barral: Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces, y en el centenar de páginas de recuerdos de su primera infancia que dejó al morir. A éstos hay que añadir Penúltimos castigos, la única novela de Carlos Barral, especie de autobiografía moral, en la que el autor se recrea en el personaje que también es y se llama Carlos Barral.
    En la nota introductoria a Años de penitencia, fechada en enero de 1973, escribe el autor:
Este libro no es congruente con el proyecto que me decidió a su redacción... Y así ha resultado otro libro, un libro distinto del previsto...y ahora no estoy tan seguro de que este texto [...] no sea un capítulo ―y ni siquiera el primero― de una especie de autobiografía o de algo tal vez más semejante a unas memorias [...] El presente texto, de todos modos, conserva muchos de los caracteres que debieron configurar el proyecto que luego desertó en el curso de la escritura. El descuartizamiento del relato en piezas temáticas, que prevalecen sobre la continuidad cronológica, por ejemplo, o un desenfado rozando a menudo la impertinencia en el que vino a parar, al ser desbordada por la mitología personal, la voluntad de reflexión objetiva. Y, sobre todo, una metódica inexactitud. Puesto que se trataba de suscitar una visión general, gjranangular, en la que la peripecia del personaje era sólo el punto de vista, no importaba que las dataciones fueran precisas, los recuerdos circunstanciados y exactos, si su ambigüedad no desequilibraba el cuadro general [...] En un cierto aspecto [...] el libro quisiera alcanzar la dignidad de obra de ficción, por cerca que quede de la crónica y de la reflexión sobre hechos de la historia menuda.    Esto es lo que dice Barral de sus memorias, un pasado evocado desde un presente en el que la mitología personal desborda la reflexión, quizás el recuerdo, objetivos.
    EL PERSONAJE
    Carlos Barral era un personaje singular, que se separaba por su físico, por sus gestos y por su manera de hablar y de andar, del común de los mortales. Así lo percibí cuando se me acercó, en una mañana del mes de octubre de 1945, en el patio de la Facultad de Derecho de la vieja Universidad de Barcelona para, con un pretexto cualquiera, presentarse y hablar conmigo, quizás porque yo vestía una insólita chaqueta de pana negra. Alto de estatura, para aquellos años, ancho de espaldas, exageradas éstas por las hombreras de su chaqueta, de facciones angulosas, boca muy recortada, ojos grandes, rasgados, de color cambiante con destellos dorados, el pelo casi rubio, con un mechón que caía terco sobre la frente algo huidiza, el porte rígido... y aquellas manos grandes, con los dedos índice y corazón de la mano derecha prematuramente teñidos de amarillo, que desanudaban despacio, seguras, los cordones de una bolsa de cuero ―de guardar anzuelos me diría después― como yo no había visto antes otra igual, para ofrecerme la picadura de tabaco negro y el papel de fumar que guardaba en ella. Nos liamos el cigarro que encendimos con el chisquero de mecha que sacó de un bolsillo de su chaqueta; y luego bajamos al bar a tomar un café hablando de lecturas, de poesía, de nosotros. Aquella mañana empezó una amistad completa que duró mientras él vivió; que seguirá durando mientras yo viva.
    Si su aspecto físico lo hacía singular, diferente (cuando mis hermanas lo conocieron dijeron que era «un chico muy guapo»), aún lo diferenciaban más de la inmensa mayoría sus opiniones y juicios, que en las discusiones, en las que en aquel entonces todos nos enzarzábamos con facilidad y mucha frecuencia, mantenía con tanta habilidad dialéctica (¡oh, la educación jesuítica!) como irritada obstinación si se le contradecía; sobre todo si su contradictor le sostenía el envite sin ceder. Aunque lo que le divertía era discutir y, si era posible, quedar vencedor ante los espectadores de aquella justa verbal.
    Todos padecíamos en aquellos años los complejos e inhibiciones que nos habían impuesto la pobre cultura moral de aquella sociedad barcelonesa, los miedos latentes en nuestros mayores, producto de la Guerra Civil y de la represión de la posguerra, y la férrea dictadura armada del franquismo. Carlos Barral no era una excepción. Como dice en Años de penitencia, tenía la armadura exterior de un señorito barcelonés de la clase media, armadura que había interiorizado. Practicante de una religión que convertía en la asistencia y cumplimiento de unos actos litúrgicos socialmente obligatorios, aunque él defendiera con hábiles argumentos tomistas una conducta que poco tenía de auténtica; monárquico por influencia de amigos ―los hermanos Bofill― y, según decía por estética, hubiera sido un personaje convencional y típico de su medio, si no hubiera sido por una brillante y aguda inteligencia, por un sentido de la estética que impregnaba toda su personalidad, y por aquel don de la lengua que hacía todavía más poderosa y flexible su inteligencia. Esas cualidades y las nuevas amistades acabarían, ya mediados nuestros estudios universitarios y mucho más después, deprisa y sin vuelta atrás, por levantar su identidad y su libertad como persona, rompiendo armaduras y convenciones.
    Ese camino, y la descripción del ambiente de mediocridad, de pobreza cultural y moral, de ciegas imposiciones en el que crecimos son, a mi juicio, una de las claves del libro, entre anécdotas, inexactitudes, y certeras observaciones, y todo dicho con la palabra exacta y precisa.
    EL POETA
    Cuando nos conocimos hablamos enseguida de las poesías que uno y otro escribíamos. A partir de aquel momento el vínculo primero de nuestra amistad, compartida con mi amigo Jorge Folch Rusiñol, también poeta, fue el leernos cada uno a los otros dos el poema que habíamos escrito, comentar el que el otro nos leía, convivir en el entusiasmo que la poesía despertaba en nosotros.
    Recuerdo a Carlos, casi siempre en mi casa y en mi habitación, entre nerviosas idas y venidas de Jorge Folch, mientras yo estudiaba, pasándose horas buscando la palabra exacta, ¡sobre todo el adjetivo!, para el verso que estaba elaborando, del poema cuya estructura tenía pensada antes de empezar a escribir. Porque Carlos Barral era un poeta que intelectualizaba siempre la función de escribir y sometía la inspiración o el sentimiento a una rigurosa y ascética búsqueda de la estructura sintáctica, de la palabra exacta en su significación y tonalidad, dentro de la arquitectura del poema. Y así continuó escribiendo hasta su muerte; hasta ese, quizás, ultimo, bellísimo y estremecedor poema, titulado «En la arena del epitafio», en el que no puedo dejar de ver una oscura premonición de su ya próxima muerte:
   
    Esta orilla es estigia. Aquí se viene
    A comprobar la prórroga, tal vez a asegurarnos
    De no haber muerto del todo todavía
    Y a enderezar el rumbo del olvido.
   
    Opino desde siempre, y me alegra coincidir con Carmen Riera, que Carlos Barral es, quizás, el poeta más estructurado de nuestra generación; y aunque los inusitados perfección y cultismo de su lenguaje no hacen fácil el acceso a su poesía, para mí no cabe duda de que es uno de los mejores poetas del espléndido grupo de la llamada Escuela de Barcelona. A lo largo de su vida y de los distintos personajes que encarnó (el de editor, intelectual comprometido, hombre brillante de moda, el navegante mediterráneo, político), él quiso siempre ser poeta. La obsesión de tener el tiempo suyo y libre para escribir, para escribir poemas, surge una y otra vez en Los años sin excusa y Cuando las horas veloces. Con la contención que le era propia, tan rígido y elusivo a la hora de expresar sus sentimientos, escribe en el primero de estos libros:
A partir, digamos, de la conversación con Einaudi, yo mismo había buscado obstinadamente esta puerta a un territorio sin refugios... Sería el editor veinticuatro horas al día y para todos y a donde quiera que fuese y hasta cuando me encerrase, abrumado por lecturas obligadas y sin gusto, condenado a la hipocresía del comercio intelectual, a la relación política, a la manifestación oportuna, con un «yo mismo» relegado a las copas de evasión y a algunos fines de semana. Pésima situación para el presunto poeta lírico.    EL EDITOR
    Sin embargo, como he dicho en otras ocasiones, Carlos Barral fue para el ojo público el editor de vanguardia que en los años cincuenta, rompiendo con el miedo y con la prudencia forzada, triunfa vertiginosamente gracias a una política editorial que fue un modelo de coherencia, de rigor y de visión de futuro.
    Gracias, primero, a Joan Petit, el hombre que Carlos encuentra en la editorial y que le apoyará de una manera decisiva en su proyecto, además de introducirle en los clásicos latinos tan presentes en su poesía, y después al grupo de amigos que formará un comité de lectura excepcional. Jaime Gil de Biedma, José María Castellet, José María Valverde y Gabriel Ferrater y, en la logística y organización, Jaime Salinas, le ayudarán en esa espléndida aventura cultural y, por el momento histórico en que se da, política, que fue la editorial Seix Barral mientras Carlos la dirigió.
    He dicho cultural y política, porque es evidente, y basta leer Los años sin excusa para percatarse de ello, que Carlos Barral y sus amigos quieren derruir con los libros que editan el obtuso muro de defensa que contra la nueva cultura de vanguardia y, por ende, de izquierdas, levantaban el franquismo y su censura.
    El éxito de la editorial fue fulgurante. La colección y el premio Biblioteca Breve dan a conocer a la nueva generación de novelistas españoles, como Juan Marsé, Juan García Hortelano, José Caballero Bonald, Luis Martín Santos, Jesús Fernández Santos y Luis Goytisolo, hasta llegar a Juan Benet. Con la concesión del premio a Mario Vargas Llosa, se lanzará el llamado boom latinoamericano. Mario Vargas, Julio Cortázar, Alejo Carpentier...; y antes que ellos y con ellos, la novela de punta de los países europeos, Svevo, Pavese, Gadda, Lessing, Böll, Robbe-Grillet, Marguerite Duras y otros muchos autores de la literatura universal... Y el Premio Internacional de Literatura, gestado entre Giulio Einaudi y Carlos Barral, sabiamente organizado por Jaime Salinas, unirá la pequeña editorial barcelonesa a las grandes casas editoriales europeas y convertirá a Carlos Barral en un editor conocido y respetado internacionalmente. Esa unión fue posible porque para ellos Carlos Barral y su grupo de amigos y colaboradores representaban la idea de la libertad cultural en un momento difícil y adverso para España.
    El discurso que Carlos Barral pronunció en la clausura del Congreso de Editores celebrado en Barcelona en mayo de 1962, terminó diciendo:
Lo que os he expuesto en nombre de mis colegas y en el mío propio, con un espíritu consciente y turbado, y sin embargo convencido de la necesidad de precisar estos extremos ante la audiencia trienal de los editores, no se deriva de un sentimiento puramente sentimental, aun admitiendo que este movimiento tiene también su parte de función, sino de la convicción profundamente enraizada de que sólo la verdad y la libertad, integradas una en la otra, pueden garantizar la libre circulación de las ideas y con ella, la dignidad humana por la que tantos de nuestros semejantes se han sacrificado.    El monumento a Carlos Barral editor lo levantan el catálogo de obras y autores publicados por la editorial Seix Barral, en los años que fue su director, y el catálogo de Barral Editores, mientras sobrevivió como editorial independiente.
 Fuente:
© Carlos Barral y Herederos de Carlos Barral:
    Memorias de infancia, 1990
    Años de penitencia, 1975
    Años sin excusa, 1977
    Cuando las horas veloces, 1988.
    © «La memoria de Carlos Barral»: Josep Maria Castellet, 2001.
    © «Un personaje singular»: Alberto Oliart Saussol, 2001.
    © Ediciones Península 2001
    DEPÓSITO LEGAL: B. 4.662-2OOI
    ISBN: 84-8307-333-1.
    Maquetación: I.p.S.A.C.

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