CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
miércoles, 25 de enero de 2017
Carlos Bousoño. Poesía. El ojo de la aguja.
A sus 70 años, escribe, con serenidad, sobre la muerte, y en torno a esta, va articulando diversos temas: el tiempo, la vida, algunas referencias a su familia, el arte, el amor, el más allá. Tiene un toque religioso, que evidencia el título. Poemas largos, con encabalgamientos abruptos, por su estructura y lenguaje nos recuerda `Hijos de la ira`. (Dividido en dos partes: 1- Introducción/ El Ojo de la Aguja/ La madeja/ Adiós/ Amor/ Testamento, 2- Canto de salvación: Quinteto Introductorio/ El Canto)
***
Carlos Bousoño Prieto (Boal, Asturias 9 de mayo de 1923-Madrid, 24 de octubre de 2015) fue un poeta y crítico literario español.
Nació en Boal, Asturias, en 1923. A los dos años sus padres se trasladaron a Oviedo, donde transcurrieron su niñez y adolescencia. Estudió los dos primeros años de la carrera de Filosofía y Letras en Oviedo y se trasladó a Madrid a los diecinueve años para concluirlos en 1946 en la Universidad Central, hoy Complutense, con premio extraordinario. En esa misma universidad se doctoró en 1949 con la primera tesis en España sobre un escritor aún vivo, Vicente Aleixandre, poeta de la Generación del 27 galardonado más tarde con el Premio Nobel de Literatura (1977). Su tesis fue publicada con gran éxito (La poesía de Vicente Aleixandre, 1950) y sigue considerándose hoy el mejor y más profundo estudio sobre la poesía de este autor.
En 1951 publicó con Dámaso Alonso, su gran modelo y compañero dentro de la disciplina estilística, Seis calas en la expresión literaria española y su más famoso libro teórico, varias veces reeditado y ampliado, Teoría de la expresión poética (1952). Entre sus obras fundamentales cabe también mencionar El irracionalismo poético. (El Símbolo) (1977), Superrealismo poético y simbolización (1978) y una obra muy ambiciosa que no llegó a concluir: Épocas literarias y evolución (1981). Reunió su poesía completa en 1998 revisada bajo el título Primavera de la muerte. Por entonces era normal verlo en tertulia en casa de Vicente Aleixandre o enamorado, al par que su amigo Francisco Nieva, de la poetisa vienesa de ojos verdes Angelika Theile-Becker.
Se casó sin embargo en 1976 con Ruth, una exalumna puertorriqueña de la que tuvo dos hijos, y enseñó Literatura española en varias universidades norteamericanas (Wellesley, Smith, Vanderbilt, Middlebury, New York University, entre otras). Impartió la materia estilística en la Universidad Complutense de Madrid, de la que fue en sus últimos años profesor emérito. Obtuvo el premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1952 y fue nombrado miembro numerario de la misma en 1979, pronunciando su discurso de ingreso en 1980. Doctor honoris causa por la Universidad de Turín, en 1978 había ganado ya el Premio Nacional de Ensayo por El irracionalismo poético y el simbolismo. En 1990 le fue otorgado el Premio Nacional de Poesía por `?Metáfora del desafuero?`, libro clave en su evolución desde el realismo al simbolismo. En 1993 fue merecedor del Premio Nacional de las Letras Españolas y en 1995 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Fue además «Honorary Fellow» de la Hispanic Society of America y Presidente de honor del Premio Loewe de Poesía, uno de los más importantes de España. Además fue finalista en dos ocasiones del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (mayo de 1993 y junio de 1994) y en diciembre de 2000 fue candidato al Premio Cervantes, en el que quedó entre los cuatro finalistas, galardón para el que compitió también en 1998, 2001 y 2002.
Durante muchos años fue votado como el mejor profesor de la Universidad Complutense. También fue un deslumbrante conferenciante. Sus clases en la Universidad Complutense fueron siempre lecciones magistrales que Bousoño decía sin mirar ni un solo apunte. Su fama como profesor llevó a sus aulas a los más destacados poetas y escritores que estudiaron en la Universidad Complutense. Entre sus amigos más importantes cabe destacar, aparte del propio Vicente Aleixandre, cuyo archivo heredó, a Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Francisco Nieva, Mario Vargas Llosa y el crítico cubano José Olivio Jiménez, entre otros.
Durante toda su vida mantuvo una estrecha relación de amistad con Vicente Aleixandre, de quien recibió unas encendidas cartas amorosas y le dedicó versos de contenido homoerótico que no se hicieron públicos hasta la muerte de Bousoño.
Falleció en Madrid el 24 de octubre de 2015 a los 92 años. En el momento de su muerte era el académico de la RAE más antiguo
Fuente: Enrico Pugliatti.
EL OJO DE LA AGUJA. FRAGMENTO.
EL OJO DE LA AGUJA
© Carlos Bousoño, 1993
A
Dámaso Alonso
in memonam
Tres tiempos hay, o pudiera haber, o
acaso hubiere: el tiempo de la vida en la
vida; el tiempo de la vida en el arte o en
Ciertos instantes especiales de nuestro vi-
vir, en que se modifican los hábitos co-
tidianos de nuestra mirada; y el tiempo
de la vida en un Más Allá siempre pro-
blemático, envuelto en el enigma, en la
ambigüedad, en el sueño.
(De una carta de Zafir a un su amigo,
escrita desde su retiro en el yermo)
I
INTRODUCCIÓN
-------------
DEFINIENDO LA IMAGINACIÓN
Todo pasa y todo queda.
Una mano lo recoge,
inocente, en la alameda.
A pesar de este embeleso,
saber que voy a morir.
La imaginación es eso.
II
EL OJO DE LA AGUJA
------------------
CONSIDERACIONES POSTRERAS
A Alberto Portera
Detrás de la mamparo, en un lugar recogido
o recóndito,
en plena oscuridad, dos amantes encarnizados,
vivir y morir,
simultáneos los dos, en abrazo
letal, invisible.
Pues sabéis que mi muerte, invisible con mi vida
nació,
creció luego conmigo, y empezó (misteriosa, indirecta
mirando hacia otro lado)
su actividad. Ninguna alarma, no hace falta decirlo:
una leve arruguilla en la comisura del labio, en la
frente; una pérdida de color en un pelo,
extendida la extraña pareja (cerrando los ojos, eso sí)
a lo largo de la magna cuchilla,
monstruosa relación,
pero que simularía hallarse consagrada
por una dulzura,
un olvido, que, desde dentro, estaría como
redimiéndola,
como fingiéndole
un bienestar, un placer,
alzándola, poco a poco, en suavísima alianza
de fidelidad,
suprema en lo alto, sin gravitación,
con la sublimidad de las llamas,
el infierno,
la música.
Y aun podría expresarse eso mismo en opuesta
manera.
Pues un melódico olvido habría allí, sin duda,
pero en el que parecería esconderse,
imperceptiblemente, no sé bien,
otra cosa: quizás una mano de sombra, no sé bien,
que trazara al revés,
puntualmente, sin prisa,
los signos aquellos en el pentagrama,
incluso, quién sabe, los últimos signos,
los delgados e ígneos de la veracidad,
¡revesada canícula amarga como lenta escritura
arábiga de sonidos,
que va retrocediendo contraria, oponiéndose,
haciéndose:
desierto sonoro, tórrido torbellino de arena,
cueva tenebrosa en el aire...!
Es la hora en que cae la sombra sobre el farallón,
sobre la cadencia del mar; en que cae
el hacha de la verdad, y se deshace el remedo
sobre una cabeza implorante.
Y es de ver, en los otros, después de lo mismo,
la repetición,
y la repetición de la repetición: tal, en el ensayo
insistente
de una obra teatral, bajo la mirada escrupulosa
y sin término
de un director exigente y maniático.
Pero mira por dónde el espectáculo no carece
de grandiosidad, de belleza,
No carece de fascinación.
Porque aquellos sucesivos ajusticiamientos callados,
la mortandad sigilosa y sin pausa, y los furtivos
trenes que llegan repletos,
uno tras otro, desde siempre hasta siempre,
a Treblinka y a Auschwitz,
hacen rejuvenecer siniestramente hasta el fondo
de las raíces más hondas al orbe.
Y en una explosión repentina de rosas ardientes
y júbilo,
con crueldad, sin descuido de ninguno
de sus recovecos,
de arriba abajo, espantosamente,
renuévanlo.
Y es justo en ese momento cuando todas las banderas
y todas las patrias,
y todas las aceradas fierezas y pabellones
de los paladines del mundo,
la feroz juventud invasora, los resplandecientes
desplazadores, los depredadores, los invictos,
los justos,
en compactos escuadrones cerrados, cuadrados;
cuadriculados,
obedeciendo geométricamente a la ley,
ascéticamente,
enérgicamente,
delante del soberano absoluto que rígido y en pie
los contempla,
solitarios y únicos, arrastrando por el suelo
humillados todos los vencidos estandartes
hostiles,
duramente inmisericordes en el inmenso páramo
lúcido,
con el poder de toda la naturaleza concentrada
y llegada,
despreciando los tiempos, las alteraciones, el sol
y la luna,
interminablemente, definitivamente,
más profundos que todas las realidades y sueños,
victoriosos del todo,
cataclismos universales,
necesariamente, destilan.
LOGOGRIFOS
A José Vidal Bernabeu
"En fila y uno a uno. Que no se escape nadie.
Es una orden"
Diferentes, extraños
a su honda realidad.
Y todo ejecutándose
inteligentemente,
en formas frías, arduas,
calculadas, precisas,
como pesados logogrifos, o acertijos, o siglas
(o ríos en la noche).
Y todo,
igual que aquel dolor.
Un hilo plateado
que va entrando en la aguja,
y la aguja en la carne,
cosida porque sí.
Y se abrió el horizonte:
todo aquel padecer
con sus lentas auroras boreales
y sus parados mediodías fáusticos, carentes de
crepúsculo;
el sufrir de las hordas cavernarias y del mendigo que
duerme en las noches más crudas del invierno
debajo de los puentes para evitar la lluvia
—pasando
por el ojo
de la aguja—.
Y somos el Hijo del hombre que nunca puede
redimir al hombre,
la lluvia que lo empapa,
pues no hay puente y morimos
—y el ojo de la aguja que está en ti—.
... Y todo fue cual si nos propusieran
logogrifos o acertijos o siglas
debajo de los puentes,
o debajo
de los híspidos, ásperos enigmas del invierno,
donde el puente está en ruinas por el lado,
justamente en que existe,
aunque a modo de siglas, o logogrifos, o acertijos,
o embrollos
que entre todos conforman una unanimidad:
la del bello buen tono,
multicolor, alacre,
de todas las familias bien del mundo,
y el gran orden magnético
con que se enlazan y procrean
tan a gusto de todos,
pero también debajo de los puentes
—el ojo de la aguja que atraviesa la carne—
Debajo de los puentes pasa el orden.
La aguja que atraviesa la carne,
debajo de los puentes.
Por dentro de la carne pasa el orden,
el ojo de la aguja que mira sin la carne,
de senecarnadamente, el ojo paralítico.
Y el ojo de la aguja que enhebra irrevocable
el orden de la carne arrecia el viento.
Por el hueso y la carne arrecia el orden
disciplinadamente.
El orden verdadero
muy dentro de la carne.
Y el ojo de la aguja y el orden de la carne,
debajo de los puentes,
por donde avanzan, con tiento y majestad,
morosos, puros,
inmensos automóviles que allí desaparecen
como en sueño borroso, niebla o impropiedad,
y junto a ellos,
sillas de manos que, al caer el crepúsculo,
lentas van por vez última a Loeches,
a El Escorial, o a alguna torre, de Juan Abad u otras
—y el ojo
de la aguja
se enhebra
sin el hilo-
Y pasan, simultáneos, sucediéndose,
pesados acertijos,
cansados logogrífos
o siglas insistentes,
cual en forma de río o logogrifo
que va a dar en un mar lleno de siglas,
que son peces, charadas.
Los peces,
de tan grandes,
casi inmóviles,
lentísimos cetáceos que van a ningún sitio,
como luego, mañana, ayer, entonces.,.
Debajo de los puentes herméticos y enormes
que pasan
por el ojo
de la aguja.
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