miércoles, 4 de enero de 2017

ALFONSO REYES (Fragmento). La filosofía helenística.


ALFONSO REYES
(Fragmento).
La filosofía helenística

  NOTICIA

 TRAS La crítica en la Edad Ateniense (1914) y el desprendimiento irregular de este libro que vino a ser La antigua retórica (1942), correspondía considerar la etapa siguiente, o sea la Edad Alejandrina (de 300 a. c. a comienzos del Cristianismo). Pero nos resultó imposible atacar de una vez el caso especial de la crítica literaria en esa edad —proyecto aplazado por ahora— sin representarnos antes, por sumario que fuese, el cuadro total de la cultura alejandrina. Comenzamos, así, por un resumen de la helenización del mundo antiguo que, aunque publicado ya anteriormente, hemos querido reproducir aquí casi íntegro, por parecemos el proemio obligado al presente estudio. ("La helenización del mundo antiguo", en Junta de sombras, México, El Colegio Nacional, 1949, pp. 346-374.)
 De modo que el examen de la crítica literaria nos lanzó al mar de la cultura. Esto nos llevó a ciertas observaciones generales que aquí aparecen, sobre la educación entre los antiguos (II, 1-4). Y la educación, campaña helenística por excelencia, puesto que venía a ser la domesticación o urbanización de un mundo recién conquistado, nos llevó a su turno a la filosofía alejandrina, alimento de los nuevos ideales.
 Había, pues, que comenzar por la filosofía (ya llegará su vez —nos decíamos— a la geografía, a la historia, etcétera), si algún día deseábamos abordar la crítica. No es la primera vez que nos acontece escribir uno o dos libros como preparación de otro: para El deslinde (1944), tuvimos antes que proceder a ciertos esclarecimientos, de que surgieron los ya citados volúmenes sobre la Edad Ateniense y La antigua retórica. Y, a la hora en que trazamos estas líneas, la necesidad de dar su sitio a cierta Mitología griega en elaboración nos ha obligado a escribir antes una Religión griega, también en trama.
 No pretendemos poseer luces propias sobre la historia de la filosofía. Nuestra línea es la línea humanística. Para mejor asear el camino, no nos queda más que cruzar el bosque y atrevernos a estas aventuras. Nos valemos, para ello, de guías autorizados, a los que seguimos a veces muy de cerca. Por ejemplo, para ciertos datos de mera información, a Bréhier, a Barth. Indicar todas nuestras fuentes sería inútil en libro de este carácter.
 El especialista podrá considerarnos acaso con alguna conmiseración, como nosotros a él, por nuestra parte. Pero andamos por la tierra algunos "especialistas en universales". No nos resignamos a estudiar los objetos de la cultura como objetos aislados. Necesitamos sumergirlos en los conjuntos históricos y filosóficos de cada época. De aquí nuestras aparentes audacias. Lo son solamente por venir de un estudiante que ha pasado ya los sesenta años, y todavía reclama el derecho juvenil a seguir leyendo, tomando notas y organizando sus lecturas.
 Este libro nace de un curso invernal en la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad Nacional de México), enero a febrero de 1943, después desarrollado más ampliamente en El Colegio Nacional, abril a junio de 1954. Al darle forma para la presente publicación se vio la conveniencia de añadir, a los primeros capítulos sobre la filosofía alejandrina, otros dos capítulos más (la Tercera Parte), de modo que, al periodo ético se suma ahora el periodo religioso, y así se completa el cuadro de la filosofía helenística.
 Respecto a la filosofía anterior, el lector con quien aquí conversamos —y que no es el catedrático, ni menos el investigador— puede referirse a la obra de W. K. C. Guthrie, Los filósofos griegos de Tales a Aristóteles, traducción de don Florentino M. Torner, publicada entre los Breviarios del Fondo de Cultura Económica (núm. 88).
 1954


PRIMERA PARTE

I. LA HELENIZACIÓN DEL MUNDO ANTIGUO

 1. EL PRESENTE LIBRO

 1. HEMOS explicado brevemente, en la Noticia, cómo fue que el estudio de la antigua crítica literaria nos condujo a representarnos el cuadro de la filosofía alejandrina, requerimiento indispensable si es que pretendíamos entender el tránsito de la época griega a la época grecorromana. Hemos explicado también cómo la necesidad de completar nuestro cuadro, aunque en un principio sólo intentábamos recorrer la filosofía propiamente alejandrina o del periodo ético, nos llevó a añadir un examen del periodo grecorromano o periodo religioso, para llegar así hasta el momento en que la filosofía pagana desaparece y deja el paso franco a la filosofía cristiana (IV, 1).

 2. Antes de entrar en nuestro asunto conviene recordar cómo aconteció, a partir de las campañas de Alejandro, la helenización del mundo y el nuevo ánimo que esa expresión trajo consigo. A ello consagramos el presente capítulo, marcando así el contorno donde luego, a partir del capítulo II, acomodaremos a la filosofía.
 El acervo de la antigua cultura desemboca en la edificación imperial del Estagirita. Y cuando éste, como los héroes trágicos, sufre el desplazamiento o sparagmós a manos de sus discípulos o sucesores, la sustancia ya unificada por él se derrama y canaliza en diversas especializaciones, para fecundizar varias zonas del espíritu.

 3. Situémonos ahora en el punto donde se cierra la Edad Ateniense y se abre la Edad Alejandrina; el instante simbólico en que Demetrio Faléreo, hijo del Liceo aristotélico y educado junto a Teofrasto, se traslada a Alejandría, nuevo emporio de la cultura, y lleva por decirlo así en su persona los gérmenes que habrán de prender en el suelo escogido para las nuevas hazañas del pensamiento. La Edad Alejandrina se extiende más o menos desde 300 a. c. hasta los comienzos de la Era Cristiana. Pero ya para entonces ha comenzado también la Edad Romana, en su doble corriente de humanismo griego y humanismo latino. ¿En qué momento los griegos dejan de corresponder a la Edad Alejandrina y corresponden ya a la Edad Romana? La partición es convencional, e inútil precisarla, el movimiento político se sobrepone a la continuidad del espíritu. La misma romanización de los distintos centros griegos no es simultánea. Y la helenización cultural de los romanos comienza antes de que éstos completen sus conquistas. Para circular libremente entre estos vaivenes fijaremos, pues, algunos hitos.
 Hemos consagrado dos cursos anteriores a la historia de la crítica en la cultura occidental. En el primero, que abarca los tres siglos fundamentales de Atenas (600 a 300 a. c), vimos cómo el instinto crítico, tempranamente revelado en los usos e instituciones de la sociedad helénica —recitación, escuela, recopilación y certamen— y singularmente apoyado en las grandes epopeyas, fue atraído y sumergido definitivamente en el seno de las interpretaciones religiosas, filosóficas, éticas y políticas. La crítica ateniense derivó hacia consideraciones generales de teoría y preceptiva, reglamentando así la poética y la retórica. Fuera de las anticipaciones que aventuró entre las libertades de la comedia, se desentendió, por lo menos en la expresión escrita, de la estimación particular de las obras, o la sometió de preferencia a criterios extraños al gusto y aun al sentido literario. Entretanto, adelantó las técnicas auxiliares de la crítica, esbozos de gramática y crítica textual y fundamentos de la métrica. Construyó una doctrina de la poesía épica y, sobre todo, de la trágica. No llegó a la comedia, o no han llegado a nosotros sus investigaciones sobre la comedia. Y aunque la lírica pronto alcanzó plena madurez y la historiografía dejó entonces obras imperecederas, la crítica no acertó a captarlas en su conceptuación: confundió la lírica en la música y —salvo los reparos aristotélicos— la historia en la retórica.
 Llegados a este punto, y ante la imposibilidad de abarcar de una vez el múltiple espectáculo que aparecía a nuestros ojos, hubo que fraccionar el estudio. Y, a modo de desprendimiento sobre una trayectoria determinada, consagramos el segundo curso a la retórica, enfocándola en sus grandes organizadores —Aristóteles, Cicerón, Quintiliano— para desembarazarnos del inmenso bulto oratorio, deslizándonos de Grecia a Roma y asomándonos a los albores de la Era Cristiana.

 4. La literatura helénica posterior a la época clásica y anterior a la Edad Media se extiende desde el fallecimiento de Alejandro hasta el fallecimiento de Justiniano —323 a. c. a 565 J. C.  Se divide en tres etapas:

 I. Helenización del mundo antiguo, hasta la batalla de Accio, año 31. Es la Edad Alejandrina, cuyas fechas rebasaremos un poco uno y otro lado para la cabal comprensión.
 Il. De Accio hasta el siglo III J. C. La conquista romana tiende a convertirse en la protección romana. Es la época grecolatina. Cada uno de los tres siglos que abarca ofrece un rasgo distintivo:
 a) Siglo J. C.—Florece la paz universal desde Augusto hasta Domiciano. Las letras latinas se desarrollan al grado que la mejor literatura, con excepción del Nuevo Testamento, se escribe en latín. Los escritores griegos parecen entonces algo oscuros, y los más dignos de nota proceden todavía de la etapa anterior.
 Siglo II J. C.— Conforme nos acercamos a este siglo, se acentúa un resurgimiento de las letras helénicas, en todos los órdenes.
 Siglo III J. C.—Se recogen los frutos de la Segunda Sofística. Auge del neoplatonismo. Longino.
 III. Siglos IV a VI J. C.—Señales de fatiga. Diocleciano busca el remedio en el despotismo oriental; Constantino, en el Cristianismo. Esta etapa tiene tres fases:
 a) Escritores cristianos.
 b) Últimos escritores paganos.
 c) Corte de letrados de Justiniano.
 De estas tres etapas sólo nos incumbe la primera, la Edad Alejandrina. Ella se divide en tres periodos:
 a) De la muerte de Alejandro a la batalla de Iso —323 a 302—. Los Sucesores riñen sobre los trozos del Imperio Alejandrino. Atenas disfruta horas de relativa prosperidad bajo la regencia del humanista Demetrio Faléreo. Florecen Teofrasto y Menandro. Aparece Epicuro.
 b) Siglo III.—Desarrollo de la cultura en las ciudades del Medite rráneo oriental. La sola Alejandría produce un millar de escritores, de que sólo llegan a nosotros unos cuantos a través de los copistas bizantinos. Florecen Licofrón, Teócrito, Calimaco, Apolonio de Rodas.
 c) Siglos II y I.—Reacción oriental y conquista romana. Florecen los críticos Aristarco y Dionisio de Halicarnaso, los eruditos anticua rios, el historiador Polibio, el geógrafo Estrabón, la filosofía judeohelénica. Quedan restos de la poesía alejandrina. Aparecen los poetas sirios Antípatro Sidonio, el dudoso Filodemo, Meleagro.
 Tal es el panorama que nos espera.

 5. Visitaremos así un mundo palpitante de novedades y sorpresas, deslumhrado ante los ensanches que las conquistas alejandrinas han dado a la tierra y al espíritu; y, en el orden de la cultura, algo ago. biado por el deber de ordenar y conservar la ponderosa herencia de Atenas. Por eso mismo, estos oficiales —que no ya creadores de la cultura— se ven en el caso de construir instrumentos. Ello les permitirá deslindar las técnicas propias de cada disciplina y descubrir poco a poco las leyes interiores que a cada una gobiernan.
 Las nuevas necesidades solicitan, por otra parte, nuevas aplicaciones. Es grande la crisis. El hombre, caído de rodillas del Olimpo y del Estado, se ve entregado a sí mismo, y la filosofía nos lo muestra absorto en la introspección moral. La vida nos lo muestra arrastrado a buscar la utilización del pensamiento. De modo que por un doble proceso, teórico y práctico a la vez —teórico en cuanto es examen de conciencia para absorber metódica y cuidadosamente el pasado, práctico en cuanto acude a exigencias sociales nunca antes conocidas—, sobreviene una diferenciación fecunda: la ciencia, desligada ya de la filosofía, se desarrolla y derrama sobre la ingeniería y la industria; la matemática empuja sus dominios, cubre la geografía descriptiva con sus fórmulas, asciende a la astronomía; nace la nueva física, insignia de la civilización occidental; la medicina logra descubrimientos anatómicos e inaugura la disección; la historia engendra tipos insólitos; la poesía se atreve con las emociones que le dicta la imprevista aventura humana; la crítica, aunque enredada de erudición y gramática, descubre su autonomía y prepara los métodos de la exégesis o ciencia de la literatura. A todo ello contribuye el hecho de que la época, por efecto de inmensa transformación histórica, considera ya la elaboración clásica que la precedió desde un punto de vista no clásico, desde otra orilla, con la objetividad de la distancia, desprendiendo así, en la literatura ateniense —tan tramada en la vida—, las puras especies culturales.

 6. Ahora bien, la crítica es fenómeno condicionado. No se explica sin la literatura. Y aunque los críticos alejandrinos viven atentos al pasado, tampoco desoyen la actualidad, antes estudian e incorporan en sus cánones a los poetas de su tiempo, a quienes juzgan según las reglas que creen extraer de los modelos antiguos. Pero la literatura tampoco se explica fuera de su ambiente histórico y cultural. Además, la literatura no se escribe exclusivamente para los críticos, sino que llama a todas las puertas. De todos los puntos del horizonte llegan los rumores que permiten establecer las normas de estimación. Si esto es verdad para cualquier sociedad y cualquier tiempo, al punto que las obras especiales sobre historia de la crítica padecen por ceñirse a los puros autores profesionales —dura necesidad económica.—, mucho más lo es para épocas y pueblos en que la profesión comienza a nacer, y sobre todo cuando la tendencia enciclopédica es predominante, como acontece en el mundo alejandrino. Los poetas a menudo son eruditos, los matemáticos cultivan a veces la historia, los ingenieros son filósofos. Tal enciclopedismo nos obligará desde luego a distribuir en distintos capítulos las referencias a un mismo autor, pues no queremos dar una lista de nombres, sino una revista de nociones. Y el deseo de hacer más comprensible la crítica situándola en su atmósfera viva nos obligará a tratar de todas las actividades que a la crítica rodean y acompañan. Nos pareció indispensable proceder con mayor elasticidad que en los cursos anteriores.
 La época que nos ocupa no ha merecido nunca una atención especial a nuestras aulas, no podemos darla por conocida. Comenzaremos, pues, por un cuadro general de la cultura alejandrina, y a su debido tiempo abordaremos la crítica y las disciplinas literarias. La historia política de este periodo ha salido mejor librada en nuestras prácticas académicas, y es lícito referirse a ella sin volver a relatarla. En la experiencia de la filosofía, procuraremos destacar las proyecciones sobre la crítica, la fase menos conocida por ventura, y nunca perder de vista la referencia histórica. Las ciencias serán objeto de una reseña general, sin descender a sus problemas específicos, según corresponde a un estudio humanístico. Filosofía, historiografía, geografía y literatura serán contempladas más de cerca, porque más de cerca nos afectan. La crítica, finalmente, será aceptada tal como entonces se produjo, con su revoltura de erudición, retórica y gramática y sin esos remilgos de buen gusto contemporáneo que a la vez mutilan y tuercen las perspectivas en algunos tratados por otros conceptos valiosísimos.

 7. Dos facultades nos persiguen, la una interna y la otra externa. De un lado, la inmensidad del campo tradicional y del campo recién descubierto, el peso abrumador de la herencia y la intensidad de la sorpresa impuesta al espíritu, hacen que los alejandrinos resulten un poco inferiores a su empresa, por más que de sus laboratorios haya surgido esta humanidad que hoy somos. De otro lado, muchísimos autores alejandrinos se han perdido hasta de la memoria; sobre otros quedan referencias más o menos tardías, más o menos inseguras; de algunas obras sólo hay extractos y fragmentos, y ninguna prácticamente está completa. Como reconstruimos mediante la imaginación y a luz de sospechas lo que pudo ser la poesía de un personaje de novela sobre el cual simplemente se nos informa que escribía versos, como nos resignamos a ignorar el ensayo de Swann sobre la pintura de Vermeer de Delft, así nos vemos forzados a proceder para con los alejandrinos.

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