miércoles, 31 de agosto de 2016

Jaime Torres Bodet. Grupo: Los Contemporáneos.


Jaime Torres Bodet, la fusión de la vanguardia y la tradición
 Libros, revistas y literatura
 Efemérides
Comunicado No. 578/2010
17 de abril de 2010
***Su obra poética se inscribe en la tradición de la modernidad, junto a López Velarde, González Martínez y Rubén Darío

***Como funcionario construyó escuelas y promovió la alfabetización y los Libros de Texto Gratuitos

***Conaculta recuerda el 108 aniversario del natalicio del artista y hombre de Estado, que se cumple este 17 de abril

Secretario de Educación en dos ocasiones, secretario de Relaciones Exteriores y director general de la UNESCO, Jaime Torres Bodet (17 de abril de 1902–13 de mayo de 1974) fue uno de los más destacados autores de su generación, sin embargo, su obra poética y narrativa es actualmente poco leída, y menos estudiada, en parte opacada por otros autores de su grupo literario, los Contemporáneos, como Salvador Novo, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia.
Torres Bodet fue un humanista y estudioso de la literatura, poeta y ensayista; como político fue un verdadero hombre de Estado. Su labor en la alfabetización del país ha sido ampliamente reconocida, además modernizó nuestra política exterior durante los inicios de la Guerra Fría.

     Salvador Novo solía decir de Torres Bodet: “Jaime no ha tenido vida, desde pequeño ha tenido biografía”.


Apego a la tradición
Aunque fue parte del grupo de vanguardia artística en México, los Contemporáneos, como poeta, fue el más apegado a la tradición y las formas clásicas. Esta fidelidad a sus mayores: Tablada, López Velarde, González Martínez, Darío —coinciden los estudiosos de su obra— es la causa más probable del poco apego de los lectores actuales hacia su obra.

     Sobre el quehacer poético, el propio Torres Bodet escribió: “Rosa inmarcesible y luz sincera/ se ganan duramente, hora tras hora”, en la dedicatoria del libro Sin tregua.

     En Nunca escribió su propia definición: “Nunca me sentiré rey destronado/ ni ángel abolido, mientras viva,/ sino aprendiz de hombre eternamente”.

     Sobre su incansable labor acuñó esta frase: “la fe que puse en el fervor humano/ y en la eficacia del esfuerzo puro”, que podría leerse como la divisa de su vida.

     El doctor Leonardo Martínez Carrizales, investigador de la obra de Jaime Torres Bodet, es autor de El recurso de la tradición. Jaime Torres Bodet ante Rubén Darío y el modernismo (UNAM, 2007), un estudio realizado después de adentrarse en el archivo del poeta y funcionario.

     “El pensamiento poético de Jaime Torres Bodet”, escribe el investigador de la UAM, “se articula en torno de la condición ejemplar atribuida al poeta y de elevación y profundidad de su decir poético”.

     En los archivos del poeta, Martínez Carrizales rescató un texto donde el propio Torres Bodet habla del poco apego que sentía hacia la llamada poesía experimental: “Se ha llegado a exigir la sorpresa, por la sorpresa misma. Quieren muchos de los autores famosos de nuestros días que el lenguaje gobierne al hombre y no el hombre al lenguaje del que se sirve. De instrumento, el idioma ha pasado a ser hipnótico dictador. Y no son desdeñables, en algunos casos, las aventuras que logran varios ingenios bajo el efecto de aquella hipnosis, pródiga en sortilegios. La impaciencia, la prisa, el automatismo, leyes de nuestro tiempo, parecen incompatibles con la técnica lenta y lógica que normaba la expresión literaria, en la prosa tanto como en el verso”.

     El investigador opina en su estudio, que analiza el último tramo de la vida de Torres Bodet, cuando publicó la biografía Rubén Darío. Abismo y cima (1966), que “a muy pocos se les ha ocurrido considerar seriamente a Torres Bodet como un hombre perteneciente a un tiempo histórico y a un espacio social organizado de acuerdo con principios que ya no son los nuestros, a pesar de nuestra cercanía cronológica con la última etapa de su vida […] un tiempo y un espacio sustancialmente ajenos a nosotros” (65).

     “El anacronismo de su obra radica en su clasicismo. La irritante simetría del verso torresbodetiano opera en una suerte de museografía estilística, el testimonio de una estética que fue y pudo ser, pero que terminó arrollada por la fuerza vital y agónica de sus coetáneos”, asegura Ignacio M. Sánchez Prado en su reseña “Jaime Torres Bodet, poeta”, publicada en Letras Libres.

     “Siempre he pensado que lo mejor de una literatura se oculta en los rincones oscuros de la obra de sus escritores raros. Torres Bodet es un raro no sólo por ser el poeta menor de la mayor generación poética de México, sino porque su obra poética no ha encontrado lugar en la configuración canónica de la literatura mexicana”, concluye Sánchez Prado.


Diversas lecturas
En Protagonistas de la Literatura Mexicana (Lecturas Mexicanas, Segunda serie, No. 48, 1986), el crítico Emmanuel Carballo consigna la entrevista que tuvo con Torres Bodet en 1965, allí afirma que “desde el momento es que comienza a vivir los años de aprendizaje, Torres Bodet respeta la tradición, pero sabe aprovechar las lecciones de la modernidad cuando ésta no se opone a sus ideas acerca de la poesía y el poeta”.

     José Gorostiza escribió: “Cripta es un libro de un solo momento poético. De otra suerte no hubiesen sido posibles ni su unidad interior ni su perfecto equilibrio técnico”.

     En el texto “Los jóvenes poetas de México”, Xavier Villaurrutia señaló: “Jaime Torres Bodet es un poeta formado. Su pensamiento conciso, contenido, explica que no venga a romper nuestra tradición poética; antes bien a continuarla. La seguridad de su acento, su conciencia artística, lo han afirmado personal, trabajando dentro de formas arquitectónicas y fuera de ellas”.

     En la Antología de la poesía mexicana moderna, Jorge Cuesta escribió: “Poesía honda, fina, de matices, moderna (la de Torres Bodet). Tan pronto se nutre en abstracciones como se fija, de una manera directa, en las cosas. En una inquietud constante, va del pensamiento a la vida y de la vida a la técnica. Un zigzag en que el capricho tiene una mínima parte, aquella que le deja un arte profundo y verdadero”.

     Si esto era así en los años 30 y 40, para mediados de los años 60 el gusto y la lectura de la poesía habían cambiado radicalmente. Mendiola consigna las opiniones vertidas en las dos antologías más influyentes, ambas editadas en 1966.

     En el prólogo a Poesía en movimiento, Octavio Paz dice: “la mayor parte de los poetas de esta generación sufrieron, al comenzar, la influencia de González Martínez. Como el resto de sus compañeros, Jaime Torres Bodet la abandonó pronto pero, a diferencia de ellos, retuvo la sensibilidad mesurada que la animaba, meditabunda a ratos y en otros moralizante”.

     Monsiváis en La poesía mexicana del siglo XX escribió que, en la poesía de Torres Bodet, “sus maestros son Pedro Salinas y Enrique González Martínez. Del primero adopta las formas sencillas, la intención de levedad; del segundo acepta la idea de la literatura como exhortación...”.

     José Luis Martínez, quien fuera secretario del poeta, en entrevista con Javier Aranda Luna (Reforma, 1994) reconoció que hubo “una corriente de frialdad, de antipatía hacia su obra. Lo acusaron de burócrata, de no haber tenido vida privada sino oficial”.

     El propio Torres Bodet abordó el tema en sus memorias: “Siempre me he preguntado si es tan perjudicial para el escritor —según muchos lo afirman— el tener que ganarse el pan en menesteres distintos al de las letras. Sinceramente, yo no lo creo... Ofrece, además, el segundo oficio otro género de ventajas. Desde luego, obliga al autor a salir de sus abstracciones, a no ser autor incesantemente y a convivir con los demás hombres…”.


Al rescate de la prosa
En Protagonistas…, Emmanuel Carballo, pone suma atención a los ensayos biográficos que don Jaime dedicó a Balzac (1959), Tolstoi (1965), Darío (1966) y Proust (1967); también a su ensayo Tres inventores de realidad (sobre los novelistas del siglo XIX: Stendhal, Dostoyevski y Pérez Galdós), pues en ellos, el prosista usa lo que entendía como la virtud principal del crítico: “la capacidad de honradez en la admiración. Esto lo impone un elemental deber: el de la modestia”.

     También José Luis Martínez, en su momento, advirtió la valía de estos ensayos biográficos y también recomendó la lectura de la primera parte de las memorias de Torres Bodet, Tiempo de arena (1955), al que calificó como uno de sus mejores libros, pues “más que una autobiografía vital es, sobre todo, una biografía intelectual, una historia de su formación espiritual, por eso las páginas más hermosas de ese libro son las que narran la revelación de personalidades artísticas y literarias”.

     Y también su crítica de cine, la cual, recordó Martínez, “la hizo en los tiempo del cine mudo”, entre 1925 y 1926 en Revista de Revistas. Se firmaba Celuloide y la sección se llamaba Cinta de plata. El crítico y estudioso de los Contemporáneos, Luis Mario Schneider recogió estas reseñas en La cinta de plata. Crónica cinematográfica (UNAM, 1986).

     De sus novelas y relatos (siete volúmenes publicados entre 1927 y 1941), a los que Carballo considera de un estilo que “se aparta de la simplicidad sintáctica y de la ornamentación superflua”; un ya viejo y cansado Torres Bodet designó como meros “ejercicios” formales cuyo valor, si acaso, fue “la flexibilidad que pudieron proporcionar al estilo de sus autores, para acometer empresas más importantes, entonces sólo en promesa”. Este juicio lo llevó “a no insertar ni un solo capítulo de estos textos” en el volumen de Obras escogidas publicado en el FCE en 1961.

     Algunas de sus prosas se titulan: Margarita de niebla; La educación sentimental; Proserpina rescatada (1931), también Arte deshumanizado y Nacimiento de Venus y otros relatos (escritos entre 1928 y 1931, pero publicados en 1941). Sin embrago, el que más apreciaba Torres Bodet fue Sombras, publicado en 1937.


Biografía mínima
En la vida cultural de los años 20, Torres Bodet tuvo un papel protagónico, fue secretario de José Vasconcelos en la Universidad Nacional de México (1921), después lo acompaña a la Secretaría de Educación Pública (1922-1924), donde como jefe del Departamento de Bibliotecas, en 1922, organizó la revista El Libro y el Pueblo y varias bibliotecas populares. Más tarde fue coeditor de importantes publicaciones como Falange (1922-23) y Contemporáneos (1928-1931), publicación que daría nombre a su grupo literario.

     De 1922 a 1925 publicó siete volúmenes de versos (Nuevas canciones, Poemas, Biombos), de ellos seleccionó los mejores en Poesías (1926). De pronto, sin abandonar el verso, se entusiasmó por la prosa. Escribió ensayos (Contemporáneos, 1928) y la novela Margarita de Niebla (1927). Después vendrían sus poemarios de madurez Destierro (1930) y Cripta (1937); después Sonetos (1949), Fronteras (1954) y Trébol de cuatro hojas (1958), entre otros.

     Diplomático entre 1929 y 1943 (en Madrid, La Haya, París, Buenos Aires y Bruselas, donde lo sorprende, en 1939, la Segunda Guerra Mundial). A su regreso en México, subsecretario de Relaciones Exteriores (1940-1943); Secretario de Educación Pública con el Presidente Manuel Ávila Camacho (1943-1946); Secretario de Relaciones Exteriores con el Presidente Miguel Alemán (1946-1948), director general de la UNESCO (1948-1952); Embajador de México en Francia (1955-1958), Secretario de Educación Pública del Presidente Adolfo López Mateos (1958-1964).

     Como funcionario público, escribe Salvador Diego en su ensayo biográfico sobre el poeta, son innegables: “Cifras publicadas indican que en tan sólo dos años consiguió que un millón doscientos mil mexicanos aprendieran a leer y a escribir”. Añade que “su determinación es sólo es equiparable, como educador a la de Bassols y a la de Sáenz, y como diplomático a la Alfonso Reyes.

     En sus años en el Servicio Exterior y luego en la SEP, Torres Bodet se alejó de la prosa, no así del todo de la poesía: “La poesía cobró, en mí existencia, un significado sumamente distinto: se volvió acción”, le confesó a Emmanuel Carballo en la entrevista publicada en Protagonistas…

     A Torres Bodet no sólo se deben las masivas campañas de alfabetización, a mediados de años 40, y los Libros de Texto Gratuitos de la SEP (1959), sino la edificación del Conservatorio Nacional de Música, la Escuela Normal para Maestros, la Escuela Normal Superior, el Museo Nacional de Antropología, el Museo de Arte Moderno y la organización y adaptación de los museos de Arte Virreinal y de Pintura Colonial, entre otras acciones.

     La obra de Torres Bodet se puede leer en Obras escogidas (FCE, 1983) y El juglar y la domadora (Colmex, 1992).

Fuente:
http://www.cultura.gob.mx/noticias/libros-revistas-y-literatura/4083-jaime-torres-bodet-la-fusion-de-la-vanguardia-y-la-tradicion.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas