jueves, 24 de marzo de 2016

Jorge Luis Borges. Historia Universal de la Infamia.LA VIUDA CHING, PIRATA.


LA VIUDA CHING, PIRATA
(En la gráfica: Borges y su madre Leonor Rita Acevedo Suárez de Borges)
La palabra corsarias corre el albur de despertar un recuerdo que
es vagamente incómodo: el dé una ya descolorida zarzuela, Con
sus. teorías de evidentes mucamas, que hacían dé piratas coreográficas
en mares de notable cartón. Sin embargo, ha habido corsa1
rías:' mujeres hábiles en la maniobra marinera, ert él gbbierno de
tripulaciones bestiales y en la persecución y saqueo dé naves de
alto bordo. Una de ellas fue Mary Read, que declaró una vez
que la profesión de pirata no era para cualquiera, y que, para
ejercerla con dignidad, era preciso ser un hombre de coraje, come
ella. En los charros principios de su carrera, cuando no era aún
capitana, uno de sus amantes fue injuriado por el matón de a
bordo. Mary lo retó a dueloi y se batió Con él a dos maños, según
la antigua usanza de las islas del Mar Caribe: el profundo y
precario pistolórí en la mano izquierda, el sable fiel en la derecha.
El pistolón falló, pera la espada se portó como buena.. . Hacia
1720 la arriesgada carrera de Mary Read fue interrumpida por
una horca española, en Santiago de la Vega (Jamáica)i
Otra pirata de esos mares fue Anne Bonney, que era una irlandesa
resplandeciente, de senos altos y de pelo fogoso, que más de
una vez arriesgó su cuerpo en el abordaje de naves. Fue compañera
de- armas de Mary Read, y finalmente de horca. Su amante,
el capitán John Rackam, tuvo también su nudo corredizo en esa
función. Anne, despectiva, dio con esa áspera variante de la
reconvención de Aixa a Boabdil: "Si te hubieras batido como un
hombre, no te ahorcarían como a un perro."
Otra, más venturosa y longeva, fue una pirata que operó en las
aguas del Asia, desde el Mar Amarillo hasta los ríos de la frontera
del Annam. Hablo de la aguerrida viuda de Ching.
LOS AÑOS DE APRENDIZAJE
Hacia 1797, los accionistas de las muchas escuadras piráticas
de ese mar fundaron un consorcio y nombraron almirante a un
tal Ching, hombre justiciero y probado. Éste fue tan severo y
ejemplar en el saqueo de las tostas, que los habitantes despavoridos
imploraron con dádivas y lágrimas el socorro imperial. Su
lastimosa petición no fue desoída: recibieron la orden de poner
fuego a sus aldeas, de olvidar sus quehaceres de pesquería, de
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 307
emigrar tierra adentro y aprender una ciencia desconocida llamada
agricultura. Así lo hicieron, y los frustrados invasores no
hallaron sino costas desiertas. Tuvieron que entregarse, por consiguiente,
al asalto ele naves: depredación aun más nociva que la
anterior, pues molestaba seriamente al comercio. El gobierno imperial
no vaciló, y ordenó a los antiguos pescadores el abandono
del aradb y la yunta y la restauración de remos y redes. Éstos se
amotinaron, fieles al antiguo temor, y las autoridades resolvieron
otra conducta: nombrar al almirante Ching, jefe de los Establos
Imperiales. Éste iba a aceptar el soborno. Los accionistas lo supieron
a tiempo, y su virtuosa indignación se manifestó en un plato
de orugas envenenadas, cocidas con arroz. La golosina fue fatal:
el antiguo almirante y jefe novel de los Establos Imperiales entregó
su alma a las divinidades del mar. La viuda, transfigurada
por la doble traición, congregó a los piratas, les reveló el enredado
caso y los instó a rehusar la clemencia falaz del Emperador
y el ingrato servicio de los accionistas de afición envenenadora.
Les propuso el abordaje por cuenta propia y la votación de un
nuevo almirante. La elegida fue ella. Era una mujer sarmentosa,
de ojos dormidos y sonrisa cariada. El pelo renegrido y aceitado
tenía más resplandor que los ojos.
A sus tranquilas órdenes, las naves se lanzaron al peligro y al
alto mar.
EL COMANDO
Trece años de metódica aventura se sucedieron. Seis escuadrillas
integraban la armada, bajo banderas de diverso color: la roja,
la amarilla, la verde, la negra, la morada y la de la serpiente, que
era de la nave capitana. Los jefes se llamaban Pájaro y Piedra,
Castigo de Agua ele la Mañana, joya de la Tripulación, Ola con
Muchos Peces y Sol Alto. El reglamento, redactado por la viuda
Ching en persona, es de inia inapelable severidad, y su estilo
justo y lacónico prescinde de las desfallecidas flores retóricas que
prestan una majestad más bien irrisoria a la manera china oficial,
de la que ofreceremos después algunos alarmantes ejemplos. Copio,
algunos artículos:
"Todos los bienes trasbordados de naves enemigas pasarán a
un depósito y serán allí registrados. Una quinta parte de lo apor:
tado por cada pirata le será entregada después; el resto quedará
en el depósito. La violación de esta ordenanza, es la muerte.
"La pena del pirata ii'ic hubiere abandonado su puesto sin
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permiso especial, será la perforación pública de sus orejas. La
reincidencia en esta falta es la muerte.
"El comercio con las mujeres arrebatadas en las aldeas queda
prohibido sobre cubierta; deberá limitarse a la bodega y nunca
sin el permiso del sobrecargo. La violación de esta ordenanza es
la muerte."
Informes suministrados por prisioneros aseguran que el rancho
de estos piratas consistía principalmente en galleta, en obesas
ratas cebadas y arroz cocido, y que, en los días de combate, solían
mezclar pólvora con su alcohol. Naipes y dados fraudulentos, la
copa y el rectángulo del "fantan", la visionaria pipa del opio y la
lamparita, distraían las horas. Dos espadas de empleo simultáneo
eran las armas preferidas. Antes del abordaje, se rociaban los pómulos
y el cuerpo con una infusión de ajo; seguro talismán contra
las ofensas de las bocas de fuego.
La tripulación viajaba con sus mujeres, pero el capitán con
su harem, que era de cinco o seis, y que solían renovar las
victorias.
HABLA KIA-KING, EL JOVEN EMPERADOR
A mediados de 1809 se promulgó un edicto imperial, del que
traslado la primera parte y la última. Muchos criticaron su estilo:
"Hombres desventurados y dañinos, hombres que pisan el pan,
hombres que desatienden el clamor de los cobradores de impuestos
y de los huérfanos, hombres en cuya ropa interior están figurados
el fénix y el dragón, hombres que niegan la verdad de los
libros impresos, hombres que dejan que sus lágrimas corran mirando
el Norte, molestan la ventura de nuestros ríos y la antigua
confianza de nuestros mares. En barcos averiados y deleznables
afrontan noche y día la tempestad. Su objeto no es benévolo: no
son ni fueron nunca los verdaderos amigos del navegante. Lejos
de prestarle ayuda, lo acometen con ferocísimo impulso y lo
convidan a la ruina, a la mutilación o a la muerte. Violan asi
las leyes naturales del Universo, de suerte que los ríos se desbordan,
las riberas se anegan, los hijos se vuelven contra los padres
y los principios de humedad y sequía son alterados. ..
"...Por consiguiente te encomiendo el castigo, Almirante Kvo-
Lang. No pongas en olvido que la clemencia es un atributo imperial
y que sería presunción en un súbito intentar asumirla. Sé
cruel, sé justo, sé obedecido, sé victorioso."
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA 309
La referencia incidental a las embarcaciones averiadas era,
naturalmente, falsa. Su fin era levantar el coraje de la expedición
de Kvo-lang. Noventa días después, las fuerzas de la viuda Ching
se enfrentaron con las del Imperio Central. Casi mil naves combatieron
de sol a sol. Un coro mixto de campanas, de tambores, de
cañonazos, de imprecaciones, de gongs y de profecías, acompañó
la acción. Las fuerzas del Imperio fueron deshechas. Ni el prohibido
perdón ni la recomendada crueldad tuvieron ocasión de ejercerse.
Kvo-Lang observó un rito que nuestros generales derrotados
optan por omitir: el suicidio.
LAS RIBERAS DESPAVORIDAS
Entonces los seiscientos juncos de guerra y los cuarenta mil
piratas victoriosos de la Viuda soberbia remontaron las bocas del
Si-Kiang, multiplicando incendios y fiestas espantosas y huérfanos
a babor y estribor. Hubo aldeas enteras arrasadas. En una
sola de ellas, la cifra de-los prisioneros pasó de mil. Ciento veinte
mujeres que solicitaron el confuso amlparo de los juncales y
arrozales vecinos, fueron denunciadas por el incontenible llanto
de un niño y vendidas luego en Macao. Aunque lejanas, las miserables
lágrimas y lutos de esa depredación llegaron a noticias de
Kia-King, el Hijo del Cielo. Ciertos historiadores pretenden que
le dolieron menos que el desastre de su expedición punitiva. Lo
cierto es que organizó una segunda, terrible en estandartes, en marineros,
en soldados, en pertrechos de guerra, en provisiones, en
augures y astrólogos. El comando recayó esta vez en Ting-Kvei.
Esa pesada muchedumbre de naves remontó el delta del Si-Kiang
y cerró el paso de la escuadra pirática. La Viuda se aprestó para
la batalla. La sabía difícil, muy difícil, casi desesperada; noches
y meses de saqueo y de ocio habían aflojado a sus hombres. La
batalla nunca empezaba. Sin apuro el sol se levantaba y se ponía
sobre las cañas trémulas. Los hombres y las armas velaban. Los
mediodías eran más poderosos, las siestas infinitas.
EL DRAGÓN Y LA ZORRA
Sin embargo, altas bandadas perezosas de livianos dragones
surgían cada atardecer de las naves de la escuadra imperial y
se posaban con delicadeza en el agua y en las cubiertas enemigas.
Eran aéreas construcciones de papel y de caña, a modo de come-.
tas, y su plateada o roja superficie repetía idénticos caracteres.
La Viuda examinó con ansiedad esos; regulares meteoros y leyó
?)!(! JORGE Xt'IS BORGES—OBRAS COMPLETAS
en ellos la lenta y confusa fábula de un dragón, que siempre
había protegido a una zorra, a pesar de sus largas ingratitudes y
constantes delitos. Se adelgazó la luna en el cieloi y las figuras de
papel y d e (aña traían cada tarde la misma historia, con casi
imperceptibles variantes. La Viuda se afligía y pensaba. Cuando
la luna se llenó en el cielo y en el agua rojiza, la historia pareció
tocar a su iin. Nadie podía predecir si un ilimitado perdón o si
un ilimitado castigo se abatirían sobre la zorra, pero el inevitable
l'in> se acercaba. La .Viuda comprendió. Arrojó sus dos espadas al
río, se arrodilló en un bote y ordenó que la condujeran hasta la
nave del comando imperial.
Era el atardecer: el cielo estaba lleno de dragones, esta vez
amarillos. La Viuda murmuraba una frase: "La zorra busca el
ala del dragón", dijo al subir a bordo.
LA APOTEOSIS.
Los cronistas refieren que. la zorra obtuvo su perdón y dedicó
su lenta vejez al contrabando de opio. Dejó de ser la Viuda;
asumió un nombre cuya traducción española es Brillo de la Verdadera.
Instrucción.
Desde aquel día (escribe un historiador.) los. barcos recuperaron
la paz. Los cuatro mares y los ríos innumerables fueron ssgitros
y felices caminos, . ,
Los labradores pudieron vender las espadas y "comprar bueyes
para el arado de sus campos. Hicieron sacrificios, ofrecieron plegarias
en las cumbres de las montañas y se regocijaron durante
el día cantando atrás de biombos.
Fuente: OBRAS COMPLETAS. Editorial EMECE Editores. Año 1972. Buenos Aires, Argentina.

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