miércoles, 24 de febrero de 2016

EL DR. JEKYLL Y EDWARD HYDE, TRANSFORMADOS. Jorge Luis Borges.


(Discusión. Obras Completas. Jorge Luis Borges. Editorial EMECÉ Editores, 1972).
EL DR. JEKYLL Y EDWARD HYDE,
TRANSFORMADOS
Hollywood, por tercera vez, ha difamado a Robert Louis Stevenson.
Esta difamación se titula El hombre y la bestia: la ha
perpetrado Víctor Fleming, que repite con aciaga fidelidad los
errores estéticos y morales de la versión (de la perversión) de
Mamoulian. Empiezo por los últimos, los morales. En la novela
de 1886, el doctor Jekyll es moralmente dual, como lo son todos
los hombres, en tanto que su hipóstasis —Edward Hyde— es malvada
sin tregua y sin aleación; en el film de 1941, el doctor
Jekyll es un joven patólogo que ejerce la castidad, en tanto que
su hipóstasis —Hyde— es un calavera, con rasgos de sadista y de
acróbata. El Bien, para los pensadores de Hollywood, es el
noviazgo con la pudorosa y pudiente Miss Lana Turner; el Mal
(que de tal modo preocupó a David Hume y a los heresiarcas
de Alejandría), la cohabitación ilegal con Fróken Ingrid Bergman
o Miriam Hopkins. Inútil advertir que Stevenson es del
todo inocente de esa limitación o deformación del problema.
En el capitulo final de la obra, declara los defectos de Jekyll:
la sensualidad y la hipocresía; en uno de los Ethical Studies
—año de 1888— quiere enumerar "todas las manifestaciones de lo
verdaderamente diabólico" y propone esta lista: "la envidia, la
malignidad, la mentira, el silencio mezquino, la verdad calumniosa,
el difamador, el pequeño tirano, el quejoso envenenador
de la vida doméstica." (Yo afirmaría que la ética no abarca los
hechos sexuales, si no los contaminan la traición, la codicia, o
la vanidad.)
La estructura del film es aun más rudimental que su teología.
En el libro, la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa:
el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato
alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine
que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos
hace postular que son dos. Nada tan fácil como trasladar al cinematógrafo
ese procedimiento. Imaginemos cualquier problema
policial: dos actores que el público reconoce figuran en la trama
(George Raft y Spencer Tracy, digamos); pueden usar palabras
análogas, pueden mencionar hechos que presuponen un pasado
común; cuando el problema es indescifrable, uno de ellos absorbe
la droga mágica y se cambia en el otro. (Por supuesto, la buena
286 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS
ejecución de este plan comportaría dos o tres reajustes fonéticos:
la modificación de los nombres de los protagonistas). Más civilizado
que yo, Víctor Fleming elude todo asombro y todo misterio:
en las escenas iniciales del firm, Spencer Tracy apura sin
miedo el versátil brebaje y se transforma en Spencer Tracy con
distinta peluca y rasgos negroides.
Más allá de la parábola dualista de Stevenson y cerca de la
Asamblea de los pájaros que compuso (en el siglo XII de nuestra
era) Parid ud-din Attar, podemos concebir un film pan teísta
cuyos cuantiosos personajes, al fin, se resuelven en Uno, que es
perdurable.

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