sábado, 26 de diciembre de 2015

Alejo Carpentier. Premio Internacional Alfonso Reyes. Año: 1975.


Alejo Carpentier. Premio Internacional Alfonso Reyes. Año: 1975.
Premio a investigación literaria y trayectoria literaria.
Otorgado por Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), Instituto Nacional de Bellas Artes, Sociedad Alfonsina Internacional, Universidad Autónoma de Nuevo León, Universidad Regiomontana, Instituto Tecnológico de Monterrey.

VIAJE A LA SEMILLA.
El tiempo nos devora y atraviesa, nos concede el don de la esperanza o la repetición del hastío. El tiempo baila de continuo en nuevos instantes y alberga la expectativa del futuro, del mañana desconocido. Pero, a pesar de sus propagaciones hacia nuevas bocanadas de segundos, el tiempo contiene siempre un corredor de regreso hacia el origen, el comienzo, la semilla.

En la celebre narración El viaje a la semilla de Alejo Carpentier, el tiempo de la narración literaria es, paralelamente, magia metafísica, alquimia de la conciencia abrumada por el presente y la expectativa del futuro. La lectura ya no es sólo un avanzar en el despliegue del relato. Es también el proceso ficcional que trasciende el tiempo corriente, y un acercarse a la semilla inicial donde el tiempo oculta su matriz, su fuente de la que surgen todos los instantes.
«Viaje a la semilla [...] es una biografía tomada en tiempo recurrente, es decir, en vez de hacer una biografía de un hombre desde el momento en que nace hasta el momento en que muere, se le toma en el momento en que está muriendo, en el momento en que se muere, y se reconstruye su vida desde la muerte hasta su nacimiento. Me dirán ustedes que hay, tal vez, en ello un juego gratuito. No, porque precisamente ese tratamiento de una biografía, viene a mostrarnos la coincidencia que hay entre los primeros días del hombre y los últimos días del hombre [...]. Se desarrolla en La Habana, en una Habana barroca, en una Habana de comienzos del siglo XIX, está relacionada con la pintura de Amelia Peláez».

La cultura en Cuba y en el mundo,
Editorial Letras Cubanas, 2003.

***
Alejo Carpentier
Viaje a la semilla

VIAJE A LA SEMILLA. FRGAMENTO.I

—¿Qué quieres, viejo?...
Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían —despojados de su secreto— cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas.
Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se desploblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros.
Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas.

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