viernes, 29 de mayo de 2015

David Torres Ruiz. Premio Hammett 2009. Novela. "Niños de tiza".


David Torres Ruiz (Madrid, 1966). Licenciado en Filología Hispánica por la UAM. Escritor, guionista y columnista de prensa, es uno de los novelistas de mayor proyección del panorama español y su obra ha sido traducida a varios idiomas.
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: NIÑOS DE TIZA, con el que obtuvo el premio Tigre Juan de Novela 2007, EL GRAN SILENCIO, finalista del premio Nadal 2003, EL MAR EN RUINAS, una ambiciosa continuación de la ODISEA homérica, NANGA PARBAT, premio Desnivel 1999. También ha publicado un libro de viajes por Polonia, LA SANGRE Y EL ÁMBAR, un libro de poemas, LONDRES, y dos colecciones de relatos, CUIDADO CON EL PERRO y DONDE NO IRÁN LOS NAVEGANTES. Su último libro es una colección de retratos literarios aparecidos en el suplemento M2 de EL MUNDO: BELLAS Y BESTIAS. Desde 2001 es guionista del programa de TVE AL FILO DE LO IMPOSIBLE y desde 2004 colaborador habitual de EL MUNDO.
Imparte diversos cursos de escritura en la escuela literaria HOTEL KAFKA donde también tiene alojado su blog TROPEZANDO CON MELONES

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En mi barrio vivía una sirena...` Cuando Roberto Esteban regresa al barrio donde transcurrió su infancia, los recuerdos se despiertan: los juegos callejeros, los amigos perdidos, los pollitos de colores, la leyenda urbana de la Mano Negra y los rescoldos de un viejo amor imposible: Lola. Sobre todos ellos planea el recuerdo de Gema, la sirena, una niña minusválida que murió ahogada en la piscina municipal. El misterio de su lejana muerte sale de nuevo a flote en medio de una trama criminal relacionada con la recalificación de terrenos en el Madrid Olímpico y con viejos amigos y enemigos de la niñez: Romero, El Lenteja y Richi, con los que Roberto va a jugar, esta vez a vida o muerte, otra partida de policías y ladrones. Niños de tiza recupera para la literatura un escenario cercano pero apenas utilizado: el de quienes crecieron en los años finales de la dictadura en los barrios periféricos, entre traficantes de heroína, curas rojos, madres abnegadas y bandas callejeras.

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(Fragmento).
EN mi barrio vivía una sirena. A veces la oíamos cantar por la mañana temprano, cuando pasábamos bajo su casa de camino al colegio. Cantaba, con una voz que no logro recordar, una de esas canciones infantiles que no se borran jamás de la memoria y que son como huellas de botas en el cemento fresco. Al pasar la barca, me dijo el barquero. El cemento tardaba toda la noche en secar pero por la mañana el dibujo de nuestras suelas quedaba allí marcado para siempre, inmortal, inmune al sol y a la lluvia, como la huella del primer hombre en la luna.
  Aquella mañana, cuando fui a recoger a Tania, volví a pasar por el pasadizo que llevaba al colegio, aquel viejo túnel ennegrecido, plagado de rincones que olían a meados y en cuyas paredes aparecieron, una mañana de abril, las primeras pintadas de la Mano Negra. Sobre las escaleras que dan al pasadizo, en el tercer piso, estaba el balcón donde se asomaba ella, sus manitas agarrando los barrotes y las piernecitas colgando lacias y destartaladas como juguetes del viento. Las niñas bonitas, no pagan dinero. Oía su voz y me detenía, zarandeado por una riada de pantalones cortos, calcetines arremangados y zapatillas de deporte que colgaban de las mochilas. Agobiado por el peso de la cartera, me empeñaba en alzar la cabeza y en adjudicarle una cara que no asomaba casi nunca. Pero su voz flotaba sobre aquella estampida de críos peinados a tazón que saltaban los escalones de tres en tres, chillando y tropezando, y tenía la virtud de suspenderme en una especie de embrujo, una ensoñación momentánea de la que despertaba con el empujón de algún compañero, Pedrín o Vázquez o el Chapas. Rober, que estás alobao. Venga, macho, que llegamos tarde.

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