jueves, 29 de mayo de 2014

Alfonso Reyes. Cuento: Fuga de navidad-


Alfonso Reyes Ochoa (Monterrey, 17 de mayo de 1889 - México, D.F., 27 de diciembre de 1959) fue un poeta, ensayista, narrador, diplomático y pensador mexicano. Se le conoce también como «el regiomontano universal».

Alfonso Reyes fue el noveno de los doce hijos del general Bernardo Reyes y de doña Aurelia Ochoa. Su padre ocupó importantes cargos durante los gobiernos de Porfirio Díaz (fue gobernador del estado de Nuevo León y Secretario de Guerra y Marina).

En 1913 su padre participó en el golpe de estado en contra del presidente Francisco I. Madero, lo que derivaría en la lucha fratricida conocida como la Decena Trágica. El general Bernardo Reyes murió el primer día de combate, en el Zócalo de la ciudad de México. Alfonso Reyes escribiría luego un poema a la memoria de esa tarde. Este hecho y la posterior participación de su hermano en el gobierno del Chacal Victoriano Huerta lo hicieron marchar a Europa en junio de ese año e incorporarse a la Legación de México en Francia, puesto que desempeñó hasta 1914.

Reyes se exilió luego en España, donde residió desde 1914 hasta 1924. Esta época

será la de su mejor período de creación y en la que se convertirá, al mismo tiempo, en gran escritor y maestro de la investigación literaria.[2]
En España, donde pasó apuros económicos, se consagró a la literatura y la combinó con el periodismo, trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de Don Ramón Menéndez Pidal. En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana `Francisco del Paso y Troncoso`, año en el que efectuó la versión en prosa del Cantar de mio Cid.

Varios de sus amigos lo instaron a naturalizarse español, pues así podría desempeñar un puesto en el gobierno, pero Reyes no siguió el consejo. Alguna vez se le presentó una oferta para la enseñanza, pero la rechazó. Se interesó en la estética de Benedetto Croce. Publicó numerosos ensayos sobre la poesía del Siglo de Oro español, entre los que destacan: Barroco y Góngora, además, fue uno de los primeros escritores en estudiar a sor Juana Inés de la Cruz. En España, organizó una ceremonia para honrar la memoria del poeta simbolista Stéphane Mallarmé. De 1917 son Cartones de Madrid`, su breve y magistral obra, Visión de Anáhuac, El suicida, y de 1921, El cazador. Fue colaborador de la Revista de Filología Española, de la Revista de Occidente y de la Revue Hispanique. Son notables sus trabajos sobre literatura española, sobre literatura clásica antigua y sobre estética, entre los que destacan, de esa época, Cuestiones estéticas (1911).

A partir de 1924, ya fuera de España, desarrolla una vida diplomática y social en París, Buenos Aires y Río de Janeiro. Literariamente, escribe poesía refinada y de cortesía. Traduce a Mallarmé y edita su propio correo literario: Monterrey, publicado a partir de 1930. Se cartea con amigos dispersos de todo el mundo y dicta discursos, conferencias y contribuye en homenajes y reuniones culturales.

Publica, entre otros, Cuestiones gongorinas (1927), Capítulos de literatura española (1939-1945), Discurso por Virgilio (1931). De su obra poética, que revela un profundo conocimiento de los recursos formales, destacan Ifigenia cruel (1924), Pausa (1926), 5 casi sonetos (1931), Otra voz (1936) y Cantata en la tumba de Federico García Lorca (1937).

Dejó asimismo una valiosa obra como traductor (Laurence Sterne, G. K. Chesterton, Anton Chéjov) y como editor (Ruiz de Alarcón, Poema del Cid, Lope de Vega, Gracián, Arcipreste de Hita, Quevedo).
Fuente:N.N.
***
Cuento:

Fuga de Navidad
Alfonso Reyes


I

Hace días que el frío labra las facetas del aire, y vivimos alojados en un diamante puro. No tarda la nieve. La quiere el campo para su misterioso calor germinativo. La solicita la ciudad para alfombra de la Noche Buena. Resbala el humo por los tejados: la atmósfera, con ser clara, es densa. Los fondos de la calle truenan de nubes negras, pero en lo alto hay una borrachera azul vértigo. De día, suben las miradas. De noche, bajan las estrellas. Nada hay mejor que el cielo, de donde cuelgan ángeles y juguetes para los niños.

II

El ardiente pino, festejado árbol de las hadas, llena la cabeza de ínfulas y lazos, balancea en las manos unas velitas verdes, rojas, azules. Trepan por sus piernas arañas de oro y tenues creaciones de ala de insecto: figuras inútiles y vistosas, sacrificios de una sola noche, tejidos a punta de alfiler en largas veladas proletarias. La no sofisticada pobreza hace del juguete un ente vano: casi ya ni para jugar sirve. Revienta ante los ojos como rosa de pestañas metálicas, o en ruedecillas naranjadas y púrpura. Flores de un jardín sensitivo; querubines de ojos de chaquira y seis pétalos de esmeralda; cruces y bicruces casi de aire de color. Un reflejo, una geometría de luz, un signo frágil de alegría: nada. Entrecerramos los ojos para verlo.

III

Como en los primitivos: el Belén diminuto, pastel de torrecillas y cúpulas. El tejado elemental, sostenido por cuatro varas. Adentro, heno y paja, madre y niño, bestias de aliento blando; tres viejos de barba temblorosa alargan las manos. Afuera, la curiosidad se encarama al techo. Séquito amarillo, negro y blanco. Fila de elefantes, caballos y camellos. Pastoreo en el campo. Soldados romanos por la carretera. Y una miniatura de la Biblia: el pozo con brocal, el cántaro. Todo está bien, familia. Hasta el arroyo entre musgo y el molino. Hasta el pajarito en la rama, lírico y sin objeto: alarde gratuito, caricia.

IV

Salte, pues, el vino dorado, rociando el pavón y e turrón. ¡Alegría del moco de coral y el escobellón hirsuto y galano, cuando – égloga anacrónica, ni griega siquiera –el ejército de pavos, que conduce un pastor sin nombre, rompe por entre las filas de automóviles de nuestras ciudades! Los escaparates sacan el pecho y relucen de tentaciones. La gente asalta los tranvías, llenas las manos de paquetitos. Y los pavos de sabor de nuez se agolpan, azorados, en mitad de las cuatro esquinas, como un islote indeciso, pardo y rojo.

V

No hagamos caso: alguien anda por los tejados. Cerremos bien la puerta. Alguien está dando con los puños. Salvemos la felicidad transitoria. Hijos peregrinos de otro clima, los recuerdos rondan la casa. Por el postigo se ve el camino blanco, surcado de pisadas iguales. A veces la chimenea crepita, y bailan por el muro las sombras de unos zapatitos gemelos, abiertos de esperanza.

VI

Ese hombre ha salido por la mañana, envuelto en un gabán ligero que baña y penetra el viento de Castilla. Lleva los codos raídos, los zapatos rotos. Como es Navidad, los mendigos se acercan a pedirle limosna, y él pide perdón y sigue andando. Encorvado de frío, bajo la ráfaga que lo estruja y quiere desvestirlo, busca en el bolsillo el pañuelo, todavía tibio de la plancha casera. No posee nada, y tuvo casa grande con jardines y fuentes, y salones con cabezas de ciervos. ¿Lo habrán olvidado ya en su tierra? Tal vez apresura el paso, y tal vez se para sin objeto. Ha gastado sus últimos céntimos en juguetes para su hijo. Nadie está exento ; no sabemos dónde pisamos. Acaso un leve cambio en la luz del día nos deja perdidos, extraviados. Ese hombre ha olvidado dónde está. Y se queda, de pronto, desamparado, aturdido de esperanza y memoria, repleto de Navidad por dentro, tembloroso en el ventarrón de nieve, y náufrago de la media calle. ¡Ay, amigos! ¿quién era ese hombre?

Madrid, Navidad de 1923

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