lunes, 14 de abril de 2014

José Emilio Pacheco visto por Miguel Ángel Zapata. Revista Alforja Número 38.



 Revista de poesía Alforja número 38. Otoño del 2006.
M IGUEL  Á NGEL  Z APATA
José Emilio Pacheco: toda ciudad se funda en la violencia
—Las imágenes de la memoria se borran una vez
atrapadas en palabras—dijo Marco Polo.
—Quizás tengo miedo de perder a Venecia si hablo de ella.
O quizás, al hablar de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco.
Italo Calvino
Desde su primer libro —Los elementos de la noche (1963)— José Emilio Pacheco (México, 1939) ha venido
escribiendo una obra sólida y coherente. En este libro se manifestaban algunos de los temas fundamentales de
su obra poética: el transcurso irremediable del tiempo, una visión crítica de la historia de México, el lenguaje
(la reflexión sobre la poesía, su tradición y forma) y las ciudades, cuya visión apocalíptica se encuentra
expresada a lo largo de toda su obra. En Los elementos de la noche se observa la preocupación del poeta por
el lenguaje y su relación con la tradición de la poesía española. En esta edición figuran cuatro sonetos
tradicionales: una “Égloga octava”, “Estancias”, y dos poemas en prosa. La preocupación por el paso del
tiempo se expresa ya en la “Égloga”: “Vivimos el presente / en función del mañana y el pasado. / Porque
seguramente no estaré ya a tu lado / en otro tiempo que nació arrasado.” Esta angustia por el devenir del
tiempo se concentra en un lenguaje contenido y moderado, que es una de las características de la poesía de
Pacheco. Mario Vargas Llosa señala algunas particularidades esenciales del primer libro del poeta mexicano:
En Los elementos de la noche son ensayadas […] con igual sabiduría formas métricas clásicas y modernas, y
se emplean los procedimientos expresivos con idéntico rigor. Desde el poema en prosa hasta el soneto de ley
rígida, Pacheco pasa de una forma de construcción, y su desenvoltura y su destreza formales son semejantes
en el verso libre o el rimado, en la poesía consonante y asonante. El conocimiento del lenguaje y la vasta
poética que su libro manifiesta, permiten a Pacheco una asombrosa libertad de movimiento en el dominio de
la forma. [ JEP , pp. 18-19]
En El reposo del fuego (1966) se continúa presentando como tema el paso del tiempo. El tiempo y la ciudad
son temas centrales en este libro, conjuntamente con una visión crítica de la historia de México. Aquí se
presiente un futuro lleno de muerte, y el tiempo aparece avanzando hacia su ocaso final, devorado por un
fuego que todo lo destruye. Esto lo vemos más claramente cuando el hablante dice: “Contempla tu dominio:
este es tu reino, / una triste ciudad de agua y aceite que sin unirse flotan.” La ciudad arquetípica de Pacheco
es inhabitable, triste, un lugar donde el progreso acaba con el aire y deja como herencia un aceite inútil. Por
otro lado, el fuego como símbolo de la destrucción seguirá apareciendo en su obra posterior. En No me
preguntes cómo pasa el tiempo (1969) el tema del tiempo y de la historia son recurrentes. El pasado y el
presente se confunden en un mismo caos, el poeta es testigo de la historia y del tiempo que vive. Por ejemplo,
en el poema “Manuscrito de Tlatelolco” se denuncia la masacre de Tlatelolco en 1968. Pacheco llama a este
texto “poema colectivo”, ya que, según declara a pie de página, fue “hecho con frases entresacadas de las
narraciones orales y, en menor medida, de las noticias periodísticas que Elena Poniatowska recoge en La
noche de Tlatelolco (1971)” [Tarde o temprano, p. 66].
A pesar de su protesta contra los estragos del progreso, de su rechazo de la versión heroica de la conquista
española y su visión desencantada de la sociedad, no podríamos hablar estrictamente de un “poeta social” —
pues no hay un programa de denuncia y acción—, sino de un poeta que es testigo de su tiempo, como lo
fueron antes, en ciertas circunstancias, Vallejo y Neruda. En los posteriores libros de Pacheco seguimos
encontrando la presencia de la ciudad. En Irás y no volverás (1973) encontramos poemas como “Tres poemas
canadienses”, donde se describe la naturaleza de Vancouver, pero al mismo tiempo se interrrelaciona la
descripción con recuerdos de la historia de los aztecas, tratándose de establecer un paralelo entre un paisaje
del presente que el poeta está mirando, con otro del pasado que reaparece en la memoria mientras observa un
nuevo entorno.
José Emilio Pacheco es un poeta que reflexiona sobre el poema y su práctica sonora, y la ve como una miseria
que va a terminar en las bibliotecas donde nadie se molestará en leerla para despertarla. El poeta cree que la
poesía “es la sombra de la memoria” y la percibe como algo que sí estremece pero solamente por un instante,
para luego volverse “brizna / polvo”. Esto se puede corroborar en los poemas “Miseria de la poesía”, “Al
terminar la clase” y “Escribo con tinta roja”. En Desde entonces (1980) hay una sección de poemas en prosa
donde se vuelven a presentar las mismas preocupaciones del poeta por el tiempo, la miseria de la poesía y la
ciudad vista como un caos de confusión y muerte. El lenguaje que se utiliza es controlado y, en este caso, es
un logro si se considera a la narratividad —que generalmente emplea el verso largo de gran aliento— como
uno de los peligros donde el poeta puede caer vencido ante los excesos del lenguaje, sobre todo en el abuso de
los adjetivos y los a veces interminables encabalgamientos. Pacheco controla las palabras haciendo
descripciones, desarrollando pensamientos en oraciones no tan largas. En este tipo de poemas el punto
seguido es usado constantemente para evitar la sobreabundancia de palabras.
La presencia de la ciudad, en medio de una naturaleza hostil, es un tema recurrente en la poesía de Pacheco.
El poeta reflexiona sobre cómo la ciudad contemporánea y sus habitantes influyen en la sensibilidad del
sujeto poético que ve y escribe. El crecimiento horizontal de la ciudad, acompañado por la construcción de
enormes autopistas, centros comerciales, galerías y trenes subterráneos produce —aparte de su aparente
progreso— un ambiente de desorden y caos al que viene a añadirse el crecimiento acelerado de la población.
La confusión y el caos posible lo podemos observar en “México: vista aérea”:
Costras
pesadas cicatrices de un desastre
Sólo montañas de aridez
arrugas
de una tierra antiquísima
volcanes
Muerta hoguera
tu tierra es de ceniza.
[Tarde o temprano, p. 165]
Esta mirada no delínea las calles, los puentes o los edificios, no se deleita en los prodigios del urbanismo, sino
que muestra la ciudad como un cuerpo estragado. Otro poema de Pacheco que enmarca las consecuencias del
crecimiento horizontal de la ciudad (autopistas, centros comerciales) es “Shopping Center” (Tarde o
temprano, pp. 231-232), donde encontramos algunos contrastes específicos entre el denominado progreso y el
aumento de la pobreza en parte de la población:
Imagina el porvenir de los colores deslumbrantes.
Contempla la plaza como un inmenso proyecto de basurero.
Y en vez de quienes comprando tratan de ajustar su imperfección
humana al imposible ente plastificado que la publicidad exige de
ellos, mira a los niños que buscan sustento en la basura.
Esta imagen representa un ambiente desolador en el cual la basura funciona como símbolo del desgaste y
derroche que propicia el consumo descontrolado. Ni el porvenir del país ni los niños son vistos por los
consumidores, que persiguen un ideal imposible. Los niños, en cambio, están en lo real, en lo básico: la
comida que acaso no se encuentra. La basura, por lo tanto, es aquí un ambiente totalizador que ocupa el
presente y el futuro de la ciudad. El poeta inscribe el costo humano de las avenidas, los automóviles y la
tecnología: al otro lado de la producción, la distribución y el consumo, está el reciclaje siniestro de la basura.
José Emilio Pacheco escribe sobre los desheredados del progreso y sus sueños incumplidos. En sus poemas
urbanos se ve un devenir sin mayor esperanza para la humanidad. Pacheco se convierte en un poeta visionario
debido a que trata de prevenir al mundo sobre lo que podría ser la destrucción de su tiempo y de su espacio.
C. G. Jung habla de la relación de la poesía con lo que él denomina la “conciencia de su época”:
Una época es como el alma de un individuo, tiene sus situaciones de conciencia especiales, y específicamente
limitadas y necesita, por tanto, de una compensación, que se procura de lo inconsciente colectivo, en la
medida en que un poeta, un vidente o un caudillo sepan asimilar lo tácito que flota en la época y hagan surgir
en la imagen o en la acción lo que la necesidad incomprendida de todos esperaba, sea para bien o para mal la
salvación de una época o para su perdición.
Pacheco es este vidente jungiano que recoge lo tácito que flota en la época que le ha tocado vivir y lo registra
en sus poemas. De esta manera trata de encontrar alguna salida a la problemática de la ciudad de México.
Escribir sobre la ciudad es estar inmerso en un mundo complejo que va camino a la barbarie: para el poeta la
ciudad se vuelve la cumbre y el abismo de la civilización actual. En esta ciudad encontramos flores y asfalto,
voces que penan y se alegran en las calles en medio del humo y la confusión de la muchedumbre. La voz
poética encuentra en el poema y su lenguaje, el lugar apacible para calmar sus miedos y premoniciones. Su
visión está centralizada en la ciudad de México, la cual recorre con la mirada crítica del lenguaje. En
“Ciudades” se perciben algunas características de su poesía más notable, y representan la temática que va a
ser la continuidad en su obra, especialmente la violencia que crea el caos y el desconcierto:
Las ciudades se hicieron de pocas cosas:
madera (Y comenzó la destrucción)
lodo piedra agua pieles
de las bestias cazadas y devoradas
Toda ciudad se funda en la violencia
y en el crimen de hermano contra hermano
[Tarde o temprano, p. 207]
Este texto podría ser el punto de partida de la poética urbana de Pacheco. La violencia es el eje central del
poema, la cual se remonta hasta los orígenes del hombre y su afán por sobrevivir ante la naturaleza. Este ser
humano tiene que destruir para construir. Entre los textos más notables que tratan este tema de la destrucción
y la muerte destaca el extenso poema “Alturas de Machu Picchu” de Pablo Neruda: “La ciudad como un vaso
se levantó en las manos / de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos / de tanta muerte, un muro, de tanta
vida un golpe / de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada: / este arrecife andino de las colonias
glaciales” [p. 337]. Aquí el poeta alude a una fuerza incontenible, llena de furia: una piedra que viene de la
piedra y también de los hombres. Este texto se refiere específicamente a un lugar: la construcción de la ciudad
de Machu Picchu, construida sobre un banco de rocas entre una espesa ceja de selva. Es una ciudad levantada
con una mezcla de fuerzas, para construir los “pétalos de piedra” en lo alto de un arrecife andino. El poeta nos
habla de un viraje entre la vida y la muerte: vivos y muertos, todas las fuerzas y las sangres unidas en una sola
empresa: levantar una ciudad de piedra en medio de una naturaleza hostil. La ciudad surge como prolongación
de la naturaleza —es piedra y flor—, pero es también resultado de la labor humana que envuelve dominación
y violencia. Walter Benjamin ha escrito que “violence is a product of nature, as it were a raw material, the
use of which is in no way problematical, unless force is misused for injust ends” [p. 278]. El uso de elementos
naturales como la madera, el agua, las pieles de los animales y su carne, requieren de un cierto grado de
violencia para ser utilizados productivamente en la vida diaria. En “Ciudades”, Pacheco generaliza la
problemática de la destrucción y dice que el mundo fue creado desde el lado oscuro de la violencia. Neruda,
en cambio, se refiere a un caso específico: Machu Picchu y su museo de piedras estelares. Aun cuando ambos
textos hablan de la destrucción y la muerte, en el poema de Neruda se puede ver la labor solidaria entre los
seres humanos para construir su rosa permanente, su morada de piedra. También Neruda trata de transmitir el
sufrimiento de los oprimidos en esa ciudad, de los esclavos y los olvidos enterrados:
Machu Picchu, pusiste
piedras en la piedra, ¿y en la base harapo?
Carbón sobre carbón, ¿y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, ¿y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
¡Devuélveme el esclavo que enterraste!
[p. 341]
Estas asociaciones entre el rojo del carbón y la sangre muestran el sufrimiento que experimentaron muchos
hombres para levantar la ciudad. Hernán Loyola ha escrito que “la estructura de piedra acusa ante la
sensibilidad de Neruda la presencia aguda del hombre que trabajó y sufrió en la construcción de las
escalinatas” [p. 198]. La morada en el poema de Pacheco anuncia “el crimen de hermano contra hermano”. El
poeta elige para fundar la genealogía de la ciudad la línea de Caín contra Abel, hermano contra hermano, y no
la de Freud en “Totem and Taboo”, en donde la cultura se funda en la destrucción del padre. Freud se remonta
a las costumbres de algunas tribus primitivas de Australia para probar su tesis. Estas tribus poseen leyes
estrictas que castigan severamente a los que las desobedecen. Por ejemplo, los que pertenecen a un “totem”
determinado (un animal específico de los antepasados de esta raza) no pueden tener relaciones sexuales con
miembros de la misma familia, ya que son considerados consanguíneos, aun cuando biológicamente no lo
sean. Si un hombre transgrede esta ley (a través de relaciones incestuosas) “[he] is hunted down and killed by
his clansmen” [p. 810]. Es también curioso, por otro lado, que Freud, en el mismo artículo descubre que estos
mismos aborígenes australianos “do not build houses or permanent huts. They do not cultivate the soil or keep
any domestic animals except dogs; and they do not even know the art of pottery. They live exclusively on the
flesh of all sorts of animals which they kill in the chase, and on the roots which they dig” [p. 807]. Esto nos
muestra los distintos niveles de violencia y destrucción en el hombre primitivo. Algunas tribus no emplean el
lodo ni la madera destruyendo los bosques y sus árboles. La violencia se manifiesta a través de la caza de
animales para sobrevivir. Por otro lado, el tipo de violencia que nos presenta Pacheco de hermano contra
hermano es castigada por Dios al decirle a Caín que “aunque trabajes la tierra, no volverá a darte frutos.
Andarás vagando por el mundo, sin poder descansar jamás” [Génesis 5]. Caín emprende un viaje por el
mundo y, posteriormente, “Caín se unió con su mujer, y ella quedó embarazada y dio a luz a Enoc. Luego
Caín fundó una ciudad, a la que pudo por nombre Enoc, como a su hijo” [Génesis 6]. Esta ciudad, la primera
fundada en la Tierra, tuvo como antecedente la violencia y el crimen. Caín y sus descendientes tuvieron que
trabajar la tierra, cazar y talar los bosques para poder sobrevivir. Este tópico es tratado nuevamente en otro
poema de Pacheco titulado “Caín” [City of Memory, p. 180]: “Su nombre es testimonio de la caída. / Caín el
can de la corrupción, / el perro rabioso / que la tribu mata a pedradas […] Caín, nuestro padre. / El fundador
de las ciudades” [p. 184]. En este constante enfrentamiento, la naturaleza es la que pierde y, con el tiempo, la
civilización se erige sobre las ruinas de la naturaleza. El ser humano, como ser social, nace de un encuentro,
de una cooperación, tanto como de una violencia. Estos poemas de Pacheco, con su afirmación tajante —
“Toda ciudad se funda en la violencia / y en el crimen de hermano contra hermano” y “Caín, nuestro padre. /
El Fundador de las ciudades”— nos da una idea profunda de lo que es su arte poética urbana.
Desde sus primeros poemas José Emilio Pacheco avizora el desastre. En El reposo del fuego (1963) se lee:
“Pero los ritmos, imperiosos ritmos, los latidos secretos del desastre, / arden en la extensión de la
mansedumbre / que es la noche de México” [p. 51]. El poeta escoge la noche para simbolizar la aparente
tranquilidad de sus horas y para enmarcar la oscuridad en las esferas de la desolación. Según José Miguel
Oviedo, “Pacheco estaba dando un testimonio desgarrado de su preocupación humana e intelectual por la
crisis del México moderno […] Esa inquietud y esa convicción de que la urbe moderna es, en sí misma, una
ruina” [Verani, p. 29]. Esta imagen de la urbe como ruina va a servir de apoyatura a la serie de propuestas que
Pacheco desarrolla en sus poemas. Octavio Paz se ha referido a esta incidencia diciendo que la poesía de
Pacheco “se inscribe no en el mundo de la naturaleza sino en el de la cultura y, dentro de éste en su mitad en
sombra” [Verani, p. 13]. Esta ruina y esta sombra adquieren una señal premonitoria en sus versos: el
aniquilamiento parece indetenible, y su signo de destrucción está en las entrañas de una ciudad sin salida. En
“A las puertas del Metro” [Tarde o temprano, p. 221], se muestra un cuadro patético de la ciudad, y en
especial el de un sujeto que ha sido despiadadamente arrojado del paraíso de los que duermen bajo techo. En
este texto se describe a un hombre que se encuentra tirado sin conocimiento, tal vez por el excesivo consumo
de drogas o alcohol. Este ser lleva puesta una camiseta con la inscripcción “Have a Pepsi”, aludiendo a uno de
los anuncios más populares en Estados Unidos, cuyo mensaje es que el que beba “Pepsi” siempre se sentirá
bien en la vida. Mientras tanto, esta persona yace sin sentido en las puertas del Metro de la ciudad de México.
Estas imágenes descubren una profunda división de clases sociales: por un lado están “las señoras de bolso y
los señores de traje, que casi no se ven por el Metro” y, por el otro, los pobres representados por este sujeto
que también representa “cuatro siglos de hambre, violencia y opresión; pero también el genio que construyó
las pirámides e hizo posibles Macchu Picchu, el calendario maya, los códices nahuas…”. Este poema no
reduce su tema a lo personal, sino que extiende su alcance, convirtiéndose en una voz testigo de su tiempo y
de su historia. Jung ha señalado que “la esencia de la obra de arte [del poema] no consiste en hallarse preñada
de particularidades personales […] sino en elevarse por encima de lo personal y en hablar por y para el
espíritu y el corazón de la humanidad […] porque el artista es objetivo, impersonal en el más alto grado” [p.
10]. De esta manera, el poeta rescata lo tácito de su época, la conciencia que flota y se vive en la ciudad,
recuperando con imágenes vívidas el trance de la humanidad.
En poemas como “México: vista aérea” [p. 165] la mirada viene desde un avión en pleno vuelo. Burton Pike
ha estudiado este tipo de perspectiva:
When a writer looks at the city from above, he is placing himself (or his narrator) and the reader in a attitude
of contemplation rather than involvement. The elevated observer is within the city but above it at the same
time, removed from the daily life taking place on the streets and within buildings.
[p. 35]
“México: vista aérea” deja ver “las montañas de aridez” que es la visión de la ciudad desde la altura, una
hoguera recubierta de ceniza. La actitud contemplativa, en este caso, es mayor que la actitud de
involucramiento, perceptible en aquellos poemas donde el hablante se confunde con la multitud y es parte de
su flujo. La ciudad, a pesar de haber sido contemplada desde lo alto, es percibida como un caos. Este caos se
manifiesta con menos detalles descriptivos, pero condensando en la mirada la confusión y el desorden. El
hablante puede alejarse del plano de la superficie pero llega a detectar el caos, la ceniza de su historia y del
presente.
La poesía de Pacheco ofrece una variedad de temas que no se reducen obviamente sólo al de la ciudad. Pero
es en relación a la ciudad donde se presentan algunas constantes principales en su poesía. El paso del tiempo,
el amor y la muerte son la sombra de la ciudad que se consume. El poeta siente que el mundo perece:
Todo el mundo está en llamas:
lo visible
arde
y el ojo en
llamas lo interroga
[“Las palabras de Buda”, p. 57]
El fuego representa la destrucción progresiva de la humanidad y pareciera no haber esperanza, pero el poeta
mantiene una actitud interrogante desde la cual manifiesta su existencia desafiante a pesar del holocausto en
que está inmerso.
Hay otros textos donde la ciudad es vista desde otras perspectivas. Estos son: “El alba de Montevideo”,
“Amanecer en Buenos Aires” y “La lluvia en Copacabana”. En ellos late una mirada fugitiva que se maravilla
con algunos tonos (cielo celeste, luces, agua limpia) de algunas ciudades sudamericanas, al contrario de los
textos escritos sobre su ciudad natal donde el tema central es el horror y la muerte. Estos poemas son postales
que proponen un recorrido cinemático, donde el poeta es el centro rector de todas las imágenes. En “Alba de
Montevideo” se lee: “la noche lentamente se deshace ante la luna / que avanza llena de eternidad” [p. 135]. En
este caso, la luna vence a la noche (oscuridad, temor) y avanza dando en su movimiento continuo, aunque
veleidoso, señales de esperanza en el futuro. En “Amanecer de Buenos Aires”: “Rompe la luz el azul celeste /
Amanece en la Plaza San Martín” [p. 135]. Aquí los colores claros (luz, claridad, azul celeste) del cielo se
complementan con elementos naturales de la tierra (la flor), para luego crear una unión permanente entre
ambos hemisferios. Y en “La lluvia de Copacabana”: “Como cae la lluvia sobre el mar / al ritmo aunque sin
pausa se desploma / así vamos fluyendo hacia la muerte” [p. 135]. El agua y el mar forman otro contexto en
las descripciones: hay ecos de Jorge Manrique, pero en este caso es la lluvia (y no los ríos) la que nos lleva
hacia la muerte. Así se reformula el descenso hacia la muerte desde una imagen aérea representada por la
lluvia. En estos breves poemas el paisaje del cielo predomina sobre la noche que pudiera representar la
desesperanza. José Emilio Pacheco casi no intercala natura y cultura en un solo poema —como lo hacía
Baudelaire—; en cambio, desarrolla estos elementos en poemas originales, como lo comprueban estos textos
breves. Aquí no encontramos la presencia de la muchedumbre caminando por las calles, ni tampoco sentimos
aquel horror por el aire contaminado que trae la invasión incontenible del tránsito urbano. El poeta parece
encontrar, excepcionalmente (en el aire, en el cielo celeste), alguna esperanza que contrarresta su pesimismo
con relación a las grandes urbes como el Distrito Federal. Pero la mayoría de los poemas urbanos están
relacionados con la capital mexicana, la cual emite señales apocalípticas. La palabra del poeta se convierte en
una voz visionaria al someter a juicio las fallas de una urbe en constante crecimiento, y anticipando las más
funestas consecuencias. Sirva otra vez como ejemplo el poema “Shopping Center”, donde se descubre el
cuadro de confusión de las autopistas y la ansiedad de los consumidores que nunca se satisfacen:
La carretera irrespirable sirve doblemente a los fines del consumo
superfluo que no se propone satisfacer necesidades reales sino
calmar la ansiedad. Oasis y espejismo, el shopping center da la
ilusión, a quien pueda costearla, de alcanzar por un momento el
nivel que si se propagara a todos los países acabaría en una
semana con la tierra herida de muerte.
[pp. 231-232]
El ambiente que se describe está contaminado. La carretera está unida, como vía de acceso, a los centros
comerciales donde se satisface una necesidad psicológica, un modo de vida falso, tal vez consecuencia del
lavado de cerebro de los medios masivos de comunicación. Aquí lo falso son los espejismos que produce el
acelerado consumo de productos y que no satisfacen necesidades vitales. Así se comprueba que desde Los
elementos de la noche (1963), su primer libro de poemas, Pacheco ha venido escribiendo una obra coherente
donde destaca esta visión apocalíptica que avizora el desastre en cada metáfora urbana.
José Emilio Pacheco se circunscribe dentro de la tradición de los poetas visionarios, como habíamos señalado
anteriormente. Sus poemas acechan el desastre en medio de una naturaleza perpleja, la cual trata de sobrevivir
ante el desconcierto de la destrucción urbana. Hay dos poemas donde se concentran independientemente estos
elementos de natura y cultura: “La gota” y “La bola de hierro” forman parte de un libro más reciente: El
silencio de la luna (México, 1994). El primer texto dice: “La gota es un modelo de concisión: / todo el
universo / encerrado en un punto de agua […] La gota estuvo allí en el principio del mundo. / Es el espejo, el
abismo, / la casa de la vida y la fluidez de la muerte” [p. 86]. La gota, como partícula esférica representa en su
cristalinidad el origen del mundo, y también el retorno al origen del mundo, al primer universo, la casa, donde
habita la muerte. La gota es la concisión del lenguaje y la transparencia por la que el poeta rememora frente a
su espejo. En “La bola de hierro” la imagen que sugiere es la de una gota rellena de hierro (gota metálica), la
cual destruye o es empleada para destruir edificios antiguos y levantar lo que será el inicio de la post-ciudad,
una nueva masa de torres y edificios que comienzan precipitadamente a recubrir el planeta después de una
“saludable” destrucción de los antiguos cimientos. La bola de hierro dice: “Como un rayo redondo / o un
perdigón de Dios acabo con todo” [p. 87]. La fuerza que impera en esta bola está relacionada con la dureza de
la naturaleza, en este caso representada por el rayo. Aquí la furia también puede ser enviada desde los cielos:
una altura inalcanzable, un castigo que arrasa con la tierra. El modelo circular une geométricamente las
columnas del poema, dando como resultado intensidades dispares. Estas fuerzas secretas son las que rigen la
mejor poesía de José Emilio Pacheco. En algunos casos las fuerzas se contraponen y, al mismo tiempo, se
intra-alimentan.
Hay una luz que matiza los contornos de los objetos observados: esta luz permanece en casi todos sus
poemas; de alguna manera los textos son globos de luz, lluvia de sílabas que caen a tierra para volar entre la
vida y la muerte. “La gota es un modelo de concisión” se me ha quedado en la memoria. Esta concisión le
viene desde sus primeras publicaciones, en las cuales da fe de su preocupación por el lenguaje y sus
troquelaciones más diversas. Thomas Hoeksema dice que Pacheco “está fundamentalmente preocupado por el
papel del poeta y el significado de la poesía en un mundo de guerra cruel, sufrimientos e injusticias
universales. Pacheco siempre ha sido un poeta muy autoconsciente: abundan las alusiones al arte del poeta o
su presencia en el poema” [Verani, p. 94]. Esta miseria fértil es la que ha venido acechando a Pacheco desde
sus inicios. Los resultados son óptimos para el poeta y sus lectores. Desde su ventana de neblina y cielo
celeste ha penetrado la selva del lenguaje y la ciudad. Estos viajes han sido continuos y practicados hasta el
hastazgo: viajes interiores de la razón, viajes al aire libre, viajes donde el hablante vuela y mira hacia abajo
sorprendido por las luces que no ve: viajes de la duda y el reencuentro con la memoria del presente. Dante fue
acaso el primer poeta que viajó por esa selva, dudando y reconstruyendo, tentado por la metáfora del infierno.
Sin embargo, la poesía de José Emilio Pacheco continúa —en un texto urbano distinto— la huella dejada por
Charles Baudelaire. En “Shopping Center” retoma uno de los tópicos de Baudelaire: el de la pobreza de los
niños. Baudelaire escribe sobre una memoria pertinaz, sobre la experiencia pasada de un contacto con la
naturaleza que pervive radiante en la memoria. Su voz se llena de júbilo al describir los aspectos naturales de
la tierra: el sol y el cielo, siempre presentes —como un gran ojo abierto en la memoria— con su calor y
luminosidad. Al igual que Baudelaire, Pacheco reconfirma su desazón ante el progreso de su ciudad, su
desprendimiento de un progreso que no le toca. El poeta mexicano habla de la ciudad en ruinas, no sólo por el
caos y la multitud, sino por el caos que ocasiona un movimiento telúrico que todo lo destruye. Justamente en
el poema “Las ruinas de México (Elegía del retorno)” emplea el siguiente epígrafe: “Y entonces sobrevino de
repente un gran terremoto. —Hechos de los Apóstoles 16: 26”. Aquí se describe la destrucción de la materia
que se desploma y se hace polvo: “El día se vuelve noche. / el polvo es el sol / y el estruendo lo llena todo” [p.
104]. Todo el paisaje ha cambiado: el polvo se convierte en el elemento destructor que sobrevive a la muerte.
El polvo es el símbolo del sacrificio de los caídos, la muerte danzando bajo los escombros de los edificios, es
el sol derretido en el aire. Al final del desastre el triunfo pertenece a la naturaleza: ella reverdecerá en la
primavera, de manera natural, pero la ciudad ya no volverá a vestir sus antiguas formas de rascacielos
infinitos: “Lo que ayer fue jardín es hoy tumulto de hojas […] La ciudad / jamás renacerá como estas hojas”
[p. 140].
Así, José Emilio Pacheco encuentra su poética visionaria en el viaje por el mundo de la multitud y su
impecable soledad. El poeta se eleva por temporadas al paraíso y desciende al infierno en medio de una
naturaleza que se resiste a sucumbir en la hoguera de las ciudades. Sus poemas no nos cuentan una historia ni
tratan de reconstruir la historia de México, valiéndose de datos, fechas o acordes bibliográficos. Por el
contrario, esta voz se comunica por medio de un lenguaje transparente, el cual retorna al origen para
mostrarnos el desgarramiento del mundo y su santuario de promesas incumplidas. Sus textos son la caja de
resonancia de ciudades decapitadas que deambulan por el planeta: voces, gritos, calamidades, deseos, aire
negro, luz y cuerpos que sobreviven al fuego en su viaje por la luz y la ceniza. En medio de este caos y
confusión urbanos, el poeta se da tiempo para observar y transmitir su encuentro con la naturaleza del cuerpo
femenino que se confunde con la luz del mundo, creando con su encuentro una nueva fuerza, una luz que nos
sobrecoge: “La luz nació para que el resplandor de este cuerpo / le diera vida. / Un día más / sobrevive la
tierra gracias a ella / que sin saberlo / es el sol / entre el rumor de las frondas” [“Lluvia de sol”, City of
memory, p. 48].
La naturaleza es un segmento esencial en su poética, aparece como la luz que sube y baja en el paisaje y que
abre la comunicación entre lo “alto” y lo “bajo” (cielo, aire, niebla, tierra, frondas de hierba), creando una
fusión determinante con los elementos urbanos que se describen. El breve poema “Bogotá” ratifica esta
afirmación: “Dura ciudad entre las dos montañas. / La niebla / hace más real lo que sucede aquí abajo” [City
of memory, p. 20]. Aun cuando es difícil delimitar la poesía de Pacheco a una sola temática, su mirada
visionaria relacionada con los elementos urbanos y la naturaleza, reaparecen en forma concisa a lo largo de su
obra poética. Natura y cultura sobreviven ante un lenguaje que se niega a sucumbir en las cenizas del tiempo.
La ciudad y su aire negro se estremecen con las frondas de hierba; mientras tanto, el poeta sigilosamente la
acecha con el fulgor y la materialidad de su lengua transparente.
Obras citadas
Walter Benjamin, “Critique of violence”, en Reflections, essays, aohorisms, autobiographical writings,
Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1978, pp. 277-300.
Casiodoro de Reina (trad.), La Santa Biblia, Sociedades Bíblicas Unidas, Lima, 1960.
Sigmund Freud, “The savage’s dread of incest”, en The basic writings of Sigmund Freud, Random House,
Nueva York, 1938, pp. 807-820.
Carl Gustav Jung, Filosofía de la ciencia literaria, Fondo de Cultura Económica, México, 1943.
Hernán Loyola, “Poema-síntesis”, en Aproximaciones a Pablo Neruda, simposio dirigido por Ángel Flores,
Libres de Sinera, Barcelona, 1974, pp. 190-199.
Pablo Neruda, Obras completas, Lozada, Buenos Aires, 1973.
José Emilio Pacheco, Tarde o temprano, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.
——, El silencio de la luna, Era, México, 1995.
——, City of Memory and other poems, City Lights Books, San Francisco, California, 1997 [edición bilingüe
que contiene Ciudad de la memoria y Miro la tierra, publicados anteriormente en español por Era, México,
1986 y 1989 respectivamente].
Burton Pike, The image of the city in modern literature, Princeton University Press, Princeton, New Jersey,
1981.
Hugo Verani, José Emilio Pacheco ante la crítica, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1987.
Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana contemporánea, Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, Lima, 2002. José Emilio Pacheco, Tarde o temprano, Fondo de Cultura Económica, México,
1980.

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