Yasunari Kawabata
(La casa de las bellas durmientes). Una novela que marca la fina y delgada línea entre lo erótico y la perversión. El lector decide. J. Méndez-Limbrick.
(Osaka,
1899 - Zushi, 1972) Escritor japonés que obtuvo el premio Nobel de
Literatura en 1968 por su "pericia narrativa, capaz de expresar la
idiosincracia japonesa con enorme sensibilidad". Fue sobre todo un
refinado transmisor de atmósferas y emociones, que plasmó con un
lenguaje de singular belleza lírica. Sus temas intimistas, a menudo
amorosos, son exploraciones de la soledad y de las delicadas relaciones
del individuo con los otros y con la naturaleza.
Yasunari Kawabata
Tuvo una infancia trágica, signada por la
sucesiva muerte de sus familiares más próximos. Completamente solo en el
mundo a partir de los quince años, "niño sin familia ni hogar", como se
autodefinía, completó su educación en un internado y luego en la
universidad imperial de Tokio, donde se licenció. Su temprana pasión
literaria lo llevó a participar en grupos de vanguardia como el de los
neosensacionistas, que oponían el lirismo y el impresionismo al realismo
social de los escritores proletarios, y fue un activo impulsor de
movimientos y revistas.
En 1925 publicó Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños, género muy frecuentado por los autores japoneses, pero su estilo cobró verdadera personalidad y madurez en los relatos de La bailarina de Izu
(1926). Kawabata, cuya sensibilidad le permitía meterse como nadie en
la piel de sus personajes femeninos; cultivó un tipo de novela breve,
casi en miniatura, desgarrada y episódica. Su obra cumbre es quizá País de nieve (1937), que narra la relación entre una geisha que ha perdido la juventud y un insensible hombre de negocios tokiota.
Entre los títulos destacados de su producción figuran asimismo Mil grullas (1951), El sonido de la montaña (1954), donde intenta recuperar parte de los valores desplazados ante la irrupción de la cultura norteamericana, El lago (1955), La casa de las bellas durmientes (1961), Kyoto (1962), y Lo bello y lo triste (1965); hacia el final de su carrera se centró casi exclusivamente en la ensayística y la crítica literaria.
Fue
presidente del PEN Club japonés durante cuatro años y en 1959 le
otorgaron en Frankfurt la medalla de Goethe. El 16 de abril de 1972,
enfermo y deprimido, dolido sin duda por la muerte de su amigo Y.
Mishima, que lo había definido como un "viajero perpetuo", Kawabata se
suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar. Ese mismo año se
publicaría póstumamente la biografía ficticia El maestro de Go.
|
Resumen: La casa de las bellas durmientes
se desarrolla en una posada, situada a las afueras de Tokio, donde unos
ancianos adinerados se entregan a un último y voluptuoso placer: pagan
por la compañía de hermosas y jóvenes vírgenes que duermen desnudas
junto a ellos bajo los efectos de poderosos narcóticos. Estos caballeros
pueden disfrutar de la presencia de las muchachas, pero cumpliendo con
una serie de exigencias: no pueden mantener relaciones sexuales con
éstas, no despertarlas y no estar más de un día con la misma mujer. Esta
obra es una profunda reflexión sobre el amargo sabor de la vejez, la
soledad y la cercanía de la muerte.
Palabras clave: Yasunari Kawabata, narrativa japonesa, muerte, vejez, soledad
Palabras clave: Yasunari Kawabata, narrativa japonesa, muerte, vejez, soledad
La casa de las bellas durmiente (Nemureru
bijo) fue escrita por el escritor japonés Yasunari Kawabata en 1961.
Esta obra contiene tres historias breves: la primera de las cuales da
título al libro, la segunda tiene por nombre Un Brazo, y la tercera, Sobre pájaros y animales.
Estas historias constituyen un delicado ejercicio estético sobre el
erotismo y la soledad. En este análisis nos centraremos en la primera de
las narraciones de esta joya de la literatura japonesa. Este espléndido
relato aborda temas como la muerte, la vejez, la belleza, el sexo, la
nostalgia de la juventud perdida y el paso del tiempo.
El protagonista de esta curiosa historia, Yoshio
Eguchi, es un hombre de sesenta y siete años, casado y padre de tres
hijas. Uno de sus amigos le recomienda un exclusivo local, situado a
varios kilómetros de Tokio, frecuentado asiduamente por unos pocos
ancianos, bien situados social y económicamente. En este selecto club
disfrutan de la compañía de hermosas y jóvenes vírgenes que duermen
desnudas junto a ellos bajo el influjo de los narcóticos. Los clientes
deben cumplir unas normas estrictas: tienen absolutamente prohibido
tener relaciones sexuales con las muchachas y no deben intentar
despertarlas bajo ningún concepto. La mujer del establecimiento le
advierte, desde un primer momento, que no debe hacer nada de mal gusto,
sólo dormir junto a desconocidas jóvenes que ignoran totalmente su
presencia.
Estas bellas doncellas permanecen totalmente ajenas a
la visión de unos hombres que no sienten vergüenza al desnudarse ante
éstas, pues son incapaces de percibir la decadencia física de sus
cuerpos. Estos clientes pagan por el delicado placer de dormir con unas
jóvenes que les permiten sumirse en otra realidad y soñar con otras
mujeres a las que un día amaron y que hoy sólo viven en sus recuerdos.
Las chicas, oscuros objetos de deseo, representan la última aventura de
estos ancianos antes de la llegada del sueño eterno. Éstos vuelven a ser
jóvenes por una vez, gracias a la imagen de los insinuantes cuerpos de
las muchachas, que permanecen en una postura de total abandono a su
lascivia. Asimismo, esta casa del placer está regentada por una
inquietante mujer que conoce bien la psicología de su clientela. Ésta
proporciona somníferos a su selecta concurrencia y potentes drogas a las
chicas para que no puedan despertarse durante toda la noche.
En cinco encuentros, separados entre sí por
intervalos de tiempo variables, en una misma habitación, en un mismo
lecho, pero con seis mujeres diferentes, Eguchi nos muestra su visión
sobre la muerte, el amor, la sexualidad, el deseo y su ideal de belleza.
En estas visitas, el protagonista recuerda a las mujeres de su vida: su
madre, su esposa, sus amantes y sus propias hijas. Este hombre, en el
umbral de la vejez, rememora en este itinerario por el deseo desde
instantes en noches ingratas, que son difíciles de olvidar, hasta
imágenes de intensa sensualidad en la batalla de los sentidos. Estas
“cortesanas vírgenes” le hacen revivir capítulos pasados de su vida,
perdidos en la memoria, a través de intensas evocaciones. Además, en su
última velada, la mujer del local para satisfacer su fantasía masculina
le ofrece para su placer la compañía de dos jóvenes al mismo tiempo.
Desde un principio Eguchi desea profanar las reglas de
la casa, ir más allá de la mera contemplación de la belleza, pero
comprueba con asombro que efectivamente la joven que yace a su lado
conserva intacta su virginidad. No se resigna en ser un simple
observador, quiere que las bellas durmientes reaccionen a sus estímulos y
descubrir detalles concretos de sus vidas. Estas mujeres sin nombre,
sin identidad y sin pasado resultan para el protagonista un
desconcertante enigma por desvelar. Intenta insistentemente comunicarse
con ellas, despertarlas de su letargo narcótico, vulnerar su
indefensión, pero todo es inútil, pues el sueño es una barrera
infranqueable como una muralla de silencio. Por su parte, a ellas no se
les está permitido conocer ningún detalle de la identidad de sus
desconocidos clientes. Con cada nuevo encuentro, la fascinación de
Eguchi aumenta y se acrecienta su necesidad de contemplar la inquietante
belleza de las jóvenes. Desea rejuvenecer durante un instante junto a
estas hermosas doncellas, que descansan bajo un sueño hipnótico,
mientras experimenta el profundo temor a la llegada de la muerte.
En la anatomía de cada doncella encuentra las imágenes
de otras mujeres a la que un día amó, que ahora duermen en el olvido y
vuelven a su memoria. Los recuerdos reviven en su mente a través de un
olor como la esencia de unas flores, el aroma de la leche materna y la
voluptuosa fragancia de una piel que le retrotrae inmediatamente al
pasado. Un gesto se convierte en el detonante de un recuerdo nítido de
una pasión de antaño. Los cuerpos bellos y firmes de las jóvenes
narcotizadas despiertan en Eguchi una multitud de sensaciones, unas
veces tiernas y otras claramente perversas. Se deleita contemplando los
movimientos de las doncellas en el sueño, la posición de sus brazos, el
color de sus labios, las delicadas formas de sus dedos, la curvatura de
una cadera y el brillo de sus cabellos. Estas imágenes encienden sus
recuerdos de nostalgia y liberan sus ocultas fantasías.
En este recorrido por las antiguas pasiones del
protagonista encontramos a una celosa geisha, a una mujer casada de la
ciudad de Kobe que fue su última pasión de juventud, a su amante antes
de casarse, a una cortesana adolescente y a una joven a la que le robó
un beso hace más de cuarenta años. En este viaje onírico divisamos la
imagen de la primera mujer de su vida, su madre, que muere de
tuberculosis, estableciendo un paralelismo con la propia existencia del
autor que se quedó huérfano a temprana edad y el efecto que esta
enfermedad produjo entre los miembros de su familia. También, se percibe
la presencia lejana de su anciana esposa y la visión de su hija menor
que ha conocido la sexualidad en los brazos de su primer amante.
Estas vírgenes doncellas, que duermen en este
misterioso harén, representarían la encarnación de antiguas deidades
budistas a las que los ancianos piden clemencia por sus pecados, pues
algunos de éstos habían conseguido prosperar por medios ilícitos. Estos
tristes caballeros consuelan su dolor con la compañía de las muchachas y
sienten en su interior el amargo sabor de la vejez, mientras el tiempo
se les escapa rápidamente entre las manos: “Parecía haber una tristeza
en el cuerpo de una muchacha que inspiraba a un anciano la nostalgia de
la muerte”. Ahora, en el otoño de la vida, olvidados los arrebatos de la
pasión, la sensualidad se convierte para ellos en un juego puramente
mental. Las doncellas, transformadas en su última tentación, son
actrices mudas en una dramática representación cuyo desenlace es siempre
trágico. Ellas escenifican sus fantasías y guían sus pensamientos desde
el otro lado del deseo.
La iconografía de la contemplación de la belleza
dormida bebe en las fuentes de la mitología clásica donde destacan
varios ejemplos como el de Eros y Psique y la figura de Endimión, amado
por Selene, diosa de la Luna, que están llenos de simbolismo sexual.
Igualmente, la imagen de una doncella que duerme junto a un anciano es
un tema tratado desde la antigüedad. Así, sobresale la figura de un
antiguo rey de Israel que en la senectud permite a una joven virgen
calentar su lecho para poder descansar plácidamente.
En este relato asistimos a una lucha de contrarios
entre la lozanía y la decrepitud, la belleza y la fealdad, la vida y la
muerte. En primer lugar, la vejez de estos clientes acaudalados se
contrapone con la juventud de las doncellas. Este último intento, por
parte de estos viejos caballeros, por disfrutar de un instante de placer
se describe perfectamente en la siguiente frase: “(...) sólo querían
beber la juventud de las muchachas dormidas (...)”. Asimismo, todos los
miembros de este club de ancianos, a excepción de Eguchi, por ser un
poco más joven, han perdido su potencia sexual. El protagonista piensa
en los sentimientos y frustraciones de estos hombres que ya no pueden
actuar como tales, pero que en cuyas mentes sigue existiendo la
capacidad de amar que el tiempo no ha podido aplacar. Estos viejos
caballeros, que se comportan como niños ante las muchachas, tienen que
contentarse simplemente con soñar y recordar.
La lastimosa decrepitud de los ancianos se enfrenta a
la belleza de las doncellas. La contemplación de su hermosura le
proporciona al protagonista la inspiración necesaria para incitar el
recuerdo de sus amantes en instantes llenos de erotismo. Éste aflora, a
través de las líneas de este relato, en sugerentes descripciones como:
“Sus senos parecían bellamente redondeados. Un extraño pensamiento le
asaltó: ¿por qué, entre todos los animales, en el largo curso del mundo,
sólo los pechos de la hembra humana habían llegado a ser tan hermosos?
¿No era para gloria de la raza humana que los pechos femeninos hubiesen
adquirido semejante belleza?”. Además, la sexualidad, que emana de los
cuerpos de estas bellas desconocidas, permite al protagonista
cuestionarse aspectos de su existencia: “Se preguntó hasta qué punto
había conocido las profundidades y el alcance del sexo a sus sesenta y
siete años”.
En esta batalla sin cuartel entre Eros y Thanatos,
observamos a la muerte, figura omnipresente, que se esconde en cada
rincón de esta casa del placer. Este combate eterno entre el amor y el
sueño eterno aparece reflejado en las siguientes líneas: “(...) los
viejos tienen la muerte, y los jóvenes el amor, y la muerte viene una
sola vez y el amor muchas”. El protagonista piensa en la brevedad de la
vida y en la sombra de la muerte que supone el efecto de los somníferos.
Asocia las profundidades del ensueño con el abismo de la eternidad,
comparando ambos estados. Incluso, pide a la mujer de la casa una droga
como la que toman las jóvenes, pero ésta se niega pretextando que estas
píldoras son peligrosas para los ancianos Asimismo, en un momento de la
narración se cuestiona el suicidio, que años más tarde llevaría a cabo
el autor de esta obra, y considera que no puede existir mayor placer que
despedirse de este mundo en los brazos de una de estas doncellas. Las
señales premonitorias de una muerte anunciada toman cuerpo en esta
inquietante frase “tomar somníferos de forma reiterada tenía que ser
perjudicial para una joven” y en las palabras referidas a sus
acompañantes nocturnas “Te enfriarás” y “Tendrás frío” que preceden a un
trágico destino. Posteriormente, descubre casualmente por las palabras
de un amigo que uno de los clientes ha fallecido en este local por un
fallo cardíaco. Luego, la muerte, con su guadaña de plata, arrebata la
vida de una de las dos jóvenes, que duermen junto a Eguchi en su última
visita, probablemente por sobredosis de narcóticos. A continuación, la
mujer de la casa retira el cuerpo de la muchacha, a toda prisa, como
anteriormente había hecho con el cadáver del anciano, trasladándolo a un
lugar cercano.
Frente al fantasma de la muerte se encuentra la imagen
del deseo. El protagonista sueña con romper tabúes y transgredir
barreras morales, pues adivina cercano el fin de sus días. Insiste desde
su primer encuentro en acariciar los labios de las doncellas, con un
significado profundamente erótico, pese a ser una de las prohibiciones
del local: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi
la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer
dormida ni intentar nada parecido”. El protagonista nunca llega a
vulnerar la fragilidad de sus acompañantes, se limita a acariciar su
piel, tocar sus cabellos y recorrer por completo la anatomía de sus
cuerpos.
Igualmente, en esta obra, se hace una reflexión sobre
los estragos del tiempo en el alma de los hombres, la melancolía de
estos viejos caballeros que mueren un poco cada día y la nostalgia de
una juventud perdida que no puede volver, pero cuyos recuerdos están
todavía latentes en la memoria. La soledad, tema recurrente en la obra
de este autor, se muestra en la necesidad de estos ancianos acomodados
de buscar consuelo y compañía en unas jóvenes que colman el vacío
emocional que existe en su interior, pues, esencialmente, la labor de
las doncellas es proporcionar hermosos sueños y sobre todo inspirar en
ellos agradables fantasías. Así, este lugar se convierte en el pabellón
de descanso de estos hombres que, a modo de antiguos guerreros, han
luchado en mil batallas y que finalmente el tiempo ha vencido. Asimismo,
el tema de la incomunicación está presente en este relato con la
imposibilidad de hablar con las jóvenes, pues éstas permanecen
inconscientes todo el tiempo y sólo despiertan cuando sus clientes han
abandonado el local. El único diálogo que mantiene el protagonista es
con la enigmática mujer de la casa, cuya voz lenta y sosegada es como un
murmullo glacial.
Este escritor nos desvela a través de los cinco
sentidos este universo onírico, una veces oscuro y hermético y otras,
impresionista y brillante. Así, a través del tacto experimenta el
contacto suave y cálido de los cuerpos de las jóvenes; con el oído, el
sonido violento de las olas al golpear en los acantilados en el exterior
de este selecto lugar y la resonancia lejana del invierno que trae el
viento; con el gusto, el sabor de un beso sobre una parte de la anatomía
femenina; con el olfato inicia el mecanismo de la evocación de los
recuerdos; y con la percepción de la vista, un sinfín de imágenes que
descifran los enigmas de la pasión.
El autor, que escribió esta obra a los sesenta y dos
años, nos muestra la refinada forma de amar de estos hombres que buscan
el mito de la juventud eterna en los cuerpos de estas doncellas,
mientras el sueño postrero de la muerte planea sobre sus mentes. Estos
ancianos venerables, desconocidos entre sí, pero ligados por la cercanía
del sueño eterno, utilizan la fragancia de las muchachas como sagrado
elixir para escapar de las garras de las Parcas durante un instante.
También, este texto analiza los misterios del alma femenina. Este
escritor, en una de sus líneas, expresa la siguiente frase “la mujer es
infinita”, aludiendo a la imposibilidad de abarcar su espíritu por
entero. Asimismo, explora las fantasías femeninas en la figura de una
dama, de edad madura, que antes de dormirse contaba los hombres por los
que le hubiera gustado ser besada.
Este relato, enigmático y misterioso, transita entre
el sueño y la vigilia, el pecado y la virtud, el elemento masculino y la
esencia femenina, la ternura y la lujuria, la oscuridad y la luz. En
este baile de seducción con la muerte, el protagonista nos ha mostrado
su visión sobre la soledad, la senectud y el cruel paso del tiempo,
sumido en una atmósfera a medio camino entre la realidad y la fantasía
onírica. Esta obra nos ofrece espléndidas metáforas como: “Ésta,
mientras dormía, pronunciaba palabras de amor con los dedos de sus pies”
y la imagen de un gran árbol centenario, capaz de atrapar la intensidad
del ocaso en estas palabras: “Toda la luz del atardecer era absorbida
por la camelia, en cuyo interior debía estar concentrado el calor de sus
rayos”. La atmósfera de este texto está repleta de delicadas imágenes
bellamente descritas, dentro de un estilo sumamente poético y evocador,
donde destaca la exquisita habilidad de su autor para captar los más
sutiles matices ambientales. Para el escritor Yukio Mishima La casa de las bellas durmientes
era la obra máxima de Kawabata y una de las creaciones más importantes
de la literatura japonesa. Gabriel García Márquez, gran admirador de la
narrativa de este autor japonés, se inspiró en ella para escribir un
cuento titulado El avión de la bella durmiente, escrito en 1982, y posteriormente, su novela Memoria de mis putas tristes, publicada en el año 2004.
En este viaje por el deseo, el autor nos ha
transportado hasta una habitación, con cortinas de terciopelo de color
carmesí, en un exclusivo local, donde duermen bellas doncellas y en
cuyas paredes se esconden los misterios insondables del alma humana. Al
final de este recorrido onírico por las pasiones de un hombre se
encuentra la muerte, como última invitada, esperando en el umbral de la
puerta de esta casa del placer.
Yasunari Kawabata
nació en el seno de una familia culta en la ciudad de Osaka, Japón, el
11 de junio de 1899. La imagen de la muerte marcó trágicamente su
infancia. Su padre, un destacado médico, Eikichi Kawabata, murió de
tuberculosis cuando éste tenía dos años. Al año siguiente fallece su
madre, a continuación su abuela cuando éste contaba siete años y,
posteriormente, su única hermana abandona este mundo poco tiempo
después. Finalmente, pierde a su abuelo, con el que vivía en el campo,
en 1915. Estos terribles sucesos definieron su personalidad solitaria y
melancólica. Tras finalizar los estudios de secundaria, se dirigirá a
Tokio para pasar los exámenes de acceso a la universidad. En 1920
ingresa en la Universidad Imperial de Tokio para estudiar Literatura
Inglesa, carrera que cambiará un año después por la de Literatura del
Japón. En este período conoce al renombrado escritor Kikuchi Kan que era
asimismo el editor de la revista Bungei Shunju, donde este joven novelista colaborará con varios de sus trabajos. También escribe para el periódico de la universidad, Shinshicho (Nuevo Pensamiento).
Termina sus estudios en 1924 y funda junto con otros
jóvenes intelectuales, entre los que se encontraban Yokomitsu Riichi y
Kataoka Teppei, la revista Bungei-Jidai (La Edad Artística). Esta
publicación reunió a su alrededor a un grupo de prometedores escritores
conocidos como neosensacionalistas, seguidores de un nuevo movimiento
literario definido como “Shinkankaku-ha”, interesados por el lirismo y
el impresionismo, procurando realzar la percepción de las sensaciones en
el lenguaje narrativo, en oposición al realismo social imperante en su
época. Posteriormente, desarrollaría un estilo propio, que irá
perfeccionando a lo largo de los años, como se observa claramente en su
primera novela, Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños (1925). En 1926, en las páginas de su revista, ve la luz la novela corta, La danzarina de Izu,
donde se observan referencias autobiográficas que rememoran una pasión
de juventud del propio escritor. Además, se aprecia en ésta la
influencia de antiguos textos budistas y la poesía medieval japonesa,
por los que el autor sentía verdadera devoción. Este texto, que relata
el encuentro de un estudiante solitario durante un viaje por la
península de Izu con una joven bailarina que se desplaza con un grupo de
artistas, se convierte en su primer gran éxito de crítica. Después,
interesado por la cinematografía, escribe el guión de una película
clásica del cine expresionista japonés, Kurutta Ippeiji (Una página de locura, 1926) de Kinugasa Teinosuke. Años más tarde publicará La pandilla de Asakusa
(1929-1930) que tiene como escenario el famoso distrito del mismo
nombre de la ciudad de Tokio, repleto de teatros de revistas, cafés,
casas de geishas y antiguos cines, que el autor conocía muy bien por
haber vivido en esta zona durante la década de los años 20. A partir de
1934, se establece en Kamakura, en el sudoeste de Tokio, y pasa los
inviernos en la ciudad de Zushi.
Durante la II Guerra Mundial se traslada a Manchuria y
allí estudia profundamente una obra maestra de la prosa clásica
japonesa, Genji Monogatari (El relato de Genji), escrita por Murasaki Shikibu en el siglo XI. Posteriormente, publica su obra más conocida País de Nieve (1948) que lo situó entre los escritores contemporáneos más importantes de Japón.
Otros libros de este autor son: El sonido de la montaña (1949-1954), aclamada por la crítica como su mejor obra, El maestro de go (1951), El lago (1954), Primera Nieve en el Monte Fuji (1958), Mil grullas (1959), Kioto (1962) y Lo bello y lo triste (1964). Especial importancia tienen las Historias de la palma de la mano
(Tanagoko no shosetsu) que representaban, según palabras del propio
Kawabata, la esencia de su arte. El escritor comenzó a escribir pequeños
relatos en 1923 y siempre volvía a ellos cada cierto tiempo. En estas
narraciones conviven diferentes temas como la soledad, el amor, el paso
del tiempo, los rituales y la muerte. Asimismo destaca Correspondencia 1945-1970,
una recopilación de cartas que se intercambiaron Kawabata y su
discípulo el escritor Yukio Mishima durante 25 años. Además de escribir
obras de ficción, este autor trabajó como periodista, principalmente
para el diario Mainichi Shimbun.
Entre 1948 a 1965, este autor desempeña el puesto de
director del Pen club de Japón. En 1953, el novelista se convierte en
miembro de la Academia de las Artes del Japón y en 1959 recibe la
medalla Goethe en la ciudad de Frankfurt. Durante la década de los 60,
el autor, convertido en un novelista de fama internacional, imparte
conferencias por varias universidades de Estados Unidos. También, se
dedica a la crítica literaria y a apoyar a nuevos escritores. Kawabata
fue el primer escritor japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en
1968, le seguiría años más tarde Kenzaburo Oé. En la ceremonia de
entrega de dicho galardón leyó un discurso titulado Del hermoso Japón, su yo.
Posteriormente, el 16 de abril de 1972, aquejado por la enfermedad de
Parkinson y profundamente abatido, se quita la vida, como hiciera poco
tiempo antes Yukio Mishima, en su estudio en la ciudad de Zushi,
inhalando gas, sin dejar ninguna nota que explicara su decisión.
© Orlando Betancor 2008
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero39/seterno.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario