lunes, 31 de marzo de 2014

T. S. Eliot, crítico literario

 

T. S. Eliot, crítico literario

Thomas Stearns Eliot: uno de los principales poetas críticos del siglo XX. Es difícil encontrar alguien que haya aunado la creación y la crítica de un modo tan personal, abriendo caminos y ayudando a sostener las sendas críticas y poéticas de autores coetáneos o futuros, de diversas culturas y nacionalidades. Cuando se ha decretado desde hace tiempo la crisis de la crítica literaria según una presunta imposibilidad de conocimiento, la herencia eliotiana puede servir para repensar los problemas y abrir vías de más esperanzada intelección.
Su figura cobra desde este contexto amplio una interesante actualidad, por su capacidad de integración de logros de la modernidad poética en un diseño más conciliador que no abdica de hacer preguntas fundamentales. Como señala en Función de la poesía y función de la crítica, las dos preguntas que el crítico de poesía debe plantearse constantemente son “¿Qué es la poesía?” y “¿Es éste un buen poema?” La pretensión estética no se disimula, la continuidad con la tradición humanista que se interroga por el ser y el valor, tampoco. Uno encuentra respuestas, en buena medida, según la profundidad de las preguntas que plantea. El Eliot modernista de La tierra baldía y de los ensayos de El bosque sagrado, tenía una resistencia a la excesiva teorización, a pasar por Hegel, y se opuso al panlogismo de éste y a la sustitución de la realidad por un todo mental y unas categorías analíticas. Pero también huyó del extremo contrario: se debe considerar que si en la Tierra baldía la lógica de la yuxtaposición y el fragmento -comadronadas por Pound-, actúan de un modo estructural, no es por la instalación de Eliot en una posición lúdica semejante a la de Mallarmé, sino por la constatación de que el mundo moderno en la vida personal y social de los años 20 es dolorosamente así. En la parte final de dicho poema, “Lo que dijo el trueno”, se aprecia una pregunta por la trascendencia y el sentido.
Desde ahí, los textos críticos de Eliot van a reivindicar la provisionalidad del juicio crítico, por la inherente complejidad del mundo y la relativa opacidad que opone a la razón. Bajo esa clave hay que entender su crítica, alejada tanto de la construcción mental que pretende iluminarlo todo; como de la crítica disolvente que sustituye la realidad por la voluntad de juego o poder a través del representacionismo. Eliot irá consolidando su pensamiento por caminos que reafirman el papel la tradición, no sólo literaria, sino también cultural. Una de sus opiniones críticas fundamentales aparece en “La tradición y el talento individual”, considerado por muchos como el ensayo literario más importante del siglo XX. Allí reacciona contra el pensamiento romántico que presenta al poeta como un ser especial, el único capaz de conseguir la originalidad, postulada por algunas concepciones modernas como el máximo valor literario. Sin embargo, según Eliot, el artista de genio es el que mejor asimila la tradición, única posibilidad de crear la genuina obra de arte. El artista y el hombre que sufre son dos realidades distintas en la misma persona, y es la apertura a la tradición mediante la lectura atenta y el trabajo, lo que puede provocar que ese artista de genio transmute los materiales artísticos y personales allegados en un todo único y nuevo, cuyo valor radicará en la medida en que las obras valiosas del pasado se afirmen con mayor vigor.
En El bosque sagrado, donde aparecen estas ideas, no dudará en incluir ensayos críticos sobre obras que han configurado la tradición literaria inglesa, como Hamlet, y europea, como la Divina comedia, y defenderá que los problemas críticos importantes no tienen una solución local o esteticista. Así, defiende la necesidad de un canon literario como pilar de la actividad literaria, creativa, crítica o simplemente lectora. A diferencia de Harold Bloom -que parece fundamentar su elección sobre un criterio principalmente estético- Eliot apunta –sin listas- a un canon universal de grandes libros y criterios para discernir los clásicos, las obras de mérito y las obras de los escritores menores, acudiendo a instancias culturales e históricas que le sitúan en la tradición del humanismo cristiano (no hace demasiado, el crítico literario George Steiner recordó en Presencias reales el humus religioso que alentó al gran arte y la gran literatura europeas, y en Gramáticas de la creación formuló la pregunta sobre la posibilidad de un arte ateo al mismo nivel de excelencia). Pero, aun reconociendo las raíces culturales y espirituales de la poesía, para Eliot, ésta no sustituye a la vida, ni es su principio rector, ni la expresión de una totalidad de intereses unificados como quería Wordsworth, ni tiene funciones religiosas o de consolación cuasireligiosa como proponía Arnold. El correctivo que Eliot impone a estas pretensiones excesivas sirve para respetar mejor la particular esencia de la poesía y su lugar en el diseño más abarcante de las esferas de la existencia humana.
Desde la tradición crítica moderna en la que se inserta y renueva, Eliot propone un texto crítico con fondo estético, abordado de modo experiencial, al que lleva luces culturales y filosóficas, junto con una gran sensibilidad, sin la ilusión o más bien ilusionismo, de llegar a una comprensión absoluta. Los textos críticos de Eliot se dirigen a un lector de poesía, buen aficionado -y por ello no necesariamente especializado- al que se le quiere ilustrar sobre sus percepciones literarias, apelando a un sentido poético común, si bien se deja un amplio margen al disenso. Gil de Biedma acierta al caracterizar el modo eliotiano de acercarse críticamente a la poesía, al comentar una de sus frases: “La gente es aficionada a creer que existe una esencia única de la poesía, susceptible de formulación” (en Función de la poesía y función de la crítica). El poeta español señala:
"Todas las artes son obra del hombre y son, por ello, esencialmente impuras, es decir, complejas; la poesía, debido al material con que opera, es la más impura de todas. La comunicación es un elemento de la poesía, pero no define la poesía; la actividad poética es una actividad formal, pero nunca es pura y simple voluntad de forma".
Eliot parece aborrecer constantemente la tentación de la definición total, de la fórmula acabada, pero no en el espíritu de Mallarmé y Nietzsche como signo de miedo a la vida, sino como reconocimiento de esa imperfección del conocer humano, que, sin embargo no le incapacita para acercarse a la verdad y ayudarle a habitar esa misteriosa y progresiva proximidad. Los Cuatro cuartetos son en numerosos pasajes una meditación sobre el intento que constantemente el ser humano debe renovar por alcanzar la sabiduría, como opuesto al conocimiento epistemológico que fácilmente podría derivar en pura información, susceptible de convertirse en valor de cambio económico. En su ensayo crítico sobre Goethe, valorará precisamente desde el mismo título “Goethe como sabio”, la visión profundamente sapiencial. Para esta empresa cognoscitiva en busca de la sabiduría, Eliot siente la necesidad de pensar con y desde una tradición de logros literarios, culturales, filosóficos, religiosos. La exigencia de una búsqueda intersubjetiva de la verdad queda expresada del siguiente modo (Función de la poesía y función de la crítica):
"El crítico, es de suponer que si ha de justificar su existencia, debería esforzarse por disciplinar sus prejuicios personales y manías –taras a las que todos estamos sujetos- y componer sus diferencias con las de tantos colegas como sea posible, en la búsqueda común del juicio verdadero".
Lo cual no supone un irenismo crítico, ni una corrección política a la cual sacrificar la legítima investigación particular. No deja de ser llamativo que diversos hallazgos de la tradición epistemológica de la crítica literaria del XX encuentren en Eliot una formulación correlativa. El sistema literario, que encontramos en Corti y en la teoría de los polisistemas de Even-Zohar, se encuentra desde otra perspectiva en “La tradición y el talento individual”. La consideración del papel de la lectura particular en la interpretación, la recepción, la distinción entre interpretar y la experiencia más amplia de la lectura literaria -que serán tema de las estéticas de la recepción-, tienen también un precedente eliotiano del siguiente tenor en el ensayo “La música de la poesía”:
"El primer peligro es el de asumir que debe haber sólo una interpretación del poema como un todo, que debe ser verdadera. Habrá detalles de explicación, especialmente con poemas escritos en otra época que la nuestra, cuestiones de hecho, alusiones históricas, el significado de ciertas palabras en un cierto momento, que pueden ser establecidos, y el profesor puede ver que sus alumnos entiendan estas cosas. Pero por lo que toca al significado del poema como un todo, no se agota por una explicación, porque el significado es lo que el poema significa a diferentes lectores sensibles..."
Me parece que esta postura podría llegar a dialogar con la teoría de la lectura de Umberto Eco y sus reconvenciones posteriores en Los límites de la interpretación, tentando ambas esa zona sensible y no fácil entre los extremos de la lectura postestructuralista y la interpretación monista que haría un racionalismo obtusamente unívoco.
En el ensayo sobre el dramaturgo isabelino Philip Massinger, escrito en 1920, ya encontramos una constatación fáctica y una sencilla interpretación orientada a la praxis creadora, del fenómeno de la intertextualidad, concepto que tanta fortuna ha encontrado en los estudios literarios, especialmente de la mano de Julia Kristeva.
"Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban, los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos poetas lo convierten en algo mejor, o al menos en algo diferente. El buen poeta integra su robo en un todo de sentimiento que es único, patentemente distinto de aquello de lo que fue arrancado; el mal poeta lo estampa en algo que no tiene cohesión. Un buen poeta tomará prestado generalmente de autores lejanos en el tiempo, o extranjeros en la lengua, o de intereses diversos".
Eliot nuevamente se cuida mucho de teorizar en exceso y no se aparta de su experiencia personal como lector y creador. Ésta reaparece una y otra vez, y comunica rápidamente con la experiencia del propio lector, como se aprecia en su opinión sobre las imágenes líricas, que estarían conectadas con realidades misteriosas de la interioridad humana. De este modo las mantiene a salvo de una interpretación radicalmente psicologista que finalmente podría disolverlas (Función de la poesía y función de la crítica):
"Sólo una parte de la imaginería de un autor procede de sus lecturas. ¿Por qué, para todos nosotros, a partir de lo que hemos escuchado, visto, sentido, durante nuestra vida, ciertas imágenes recurren, cargadas con emoción, más que otras? Tales recuerdos pueden tener un valor simbólico, pero no lo podemos determinar, porque vienen a representar las honduras de sentimiento a las que no somos capaces de asomarnos".

Y un último apunte sobre el estilo expositivo de Eliot. Lo señala Gil de Biedma:
"Eliot es un gran poeta y un gran escritor, su prosa la precisión misma: toda palabra cuenta. Y tras la palabra escrita se transparenta siempre, dándole viveza, la palabra hablada, el modo de entonar y acentuar, el tono ligeramente más bajo que en el diálogo se marca uno de esos incisos, tan frecuentes en esta prosa escrupulosa, que parecen reflejar los rodeos del pensamiento hasta llegar a la formulación exacta, una vez hechas todas las salvedades y habida cuenta de cada posible excepción".
Nunca es tarde para releer un clásico. Y si apuesta por la belleza, la comunicación, la sorpresa, la intuición y el valor literario, la oportunidad se vuelve urgencia en estos tiempos de desesperanzada tardomodernidad.
 
José Manuel Mora-Fandos

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