viernes, 9 de noviembre de 2012

PLAUTO: COMEDIA.





No se conoce sino como aproximación la fecha de su nacimiento, se ha fijado la de 254 adC por una noticia de Cicerón (Brutus, 60) y sabemos que murió en el consulado de Plauto Claudio y L. Porcio, siendo censor Catón, es decir, en el 184 adC. Ciertamente este lapso vital corresponde a un periodo históricamente muy revuelto: la II Guerra Púnica (de la derrota de Cannas, 216, a la victoria del Metauro, 207, y Zama, 202) y la primera afirmación de la intervención romana en Grecia y en el Oriente helenístico. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. El amplio conocimiento del lenguaje marinero que atestiguan sus obras confirma este último dato, y posiblemente también realizó viajes por el Mediterráneo. Se arruinó y tuvo que empujar la piedra de un molino al tiempo que empezaba a escribir comedias palliatas adaptadas del griego. Su enorme éxito le valió salir de molinero para consagrarse a este nuevo oficio y murió prácticamente rico con más de setenta años, envuelto en una popularidad gigantesca.

RESEÑA: 
Conocida también por `Miles gloriosus` o `El soldado fanfarrón`. 

Es considerada la obra más antigua de Plauto, (en torno al 205 a.C.) y es una farsa o comedia de carácter cuya víctima es un falso héroe y engreído soldado, Pirgopolinices, de quien todos se burlan solapadamente, empezando por su criado Palestrión. 

El soldado lleva a Éfeso una cortesana ateniense, amante de un joven de su ciudad. Un esclavo de este joven cae prisionero cuando va a avisar a su amo y es comprado por el mismo militar. El esclavo hace saber al joven ateniense, por medio de estrategias, donde se encuentra la esclava, y éste va a vivir a la casa de al lado de la del militar. El esclavo hace un agujero en la pared y los enamorados pueden encontrarse a través de éste. Pero otro esclavo del militar los sorprende y deciden una estrategia: inventan una hermana gemela de la esclava y tienden una trampa al soldado: le convencen de que abandone a la esclava, porque la esposa de su vecino quiere casarse con él. Al final, sorprendido en casa del vecino, se le castiga por adulterio. 

El soldado: fanfarrón y engañado, el esclavo: astuto y manipulador y con los añadidos de juegos de palabras y continuos equívocos, una divertida obra.
****


INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
MERCEDES GONZÁLEZ-HABA
EDITORIAL GREDOS
* [Aunque el libro está conformado por todas las obras señaladas, en las versiones digitales aparecerán de obra en obra.
Nota del escaneador]
Tito Macio Plauto E l m i l i t a r f a n f a r r ó n
1
Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO y JOSÉ LUIS MORALEJO.
Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por JOSÉ ANTONIO
ENRÍQUEZ GONZÁLEZ.
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1996.
Depósito Legal: M. 9221-1996.
ISBN 84-249-1497-X. Obra completa.
ISBN 84-249-1801-0. Tomo II.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1996.-6800.
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EL MILITAR FANFARRÓN
(Miles gloriosus)
INTRODUCCIÓN
El Miles gloriosus es una de las comedias de más éxito de Plauto, sea cual sea su relación con el
original griego, del que no se conoce más que el título, Alazón1, por noticia del prólogo, y haya o no
haya contaminado el poeta, cuestiones ambas tan traídas y llevadas por la crítica2. Se suele atribuir
el Miles a la primera época de la actividad del autor, a causa de su pobreza de ritmos, al igual que el
Mercator; por una alusión al encarcelamiento del poeta Nevio (v. 211 y sigs.), habría que datar la
obra hacia el 205 antes de nuestra era. Así y todo, no se puede dejar de reconocer que el Miles
supone uno de los puntos más altos de toda la obra del poeta; es una obra plautina cien por cien, una
obra en que el autor se supera a sí mismo en cuanto a efectos cómicos, una pieza que no es posible
leer, y menos aún ver representada, sin reír casi continuamente a más y mejor.
El argumento no es complicado: durante una ausencia del joven ateniense Pleusicles,
Pirgopolinices, un militar de Éfeso —un Fondottiero tipico del mundo alejandrino, que al frente de
tropas mercenarias ofrecía sus servicios a algún rey— consigue introducirse en casa de la amiga de
Pleusicles, apoderarse de ella y llevársela a la fuerza consigo a Éfeso. Palestrión, esclavo de
Pleusicles, que marcha en busca de su amo para darle cuenta de lo sucedido, es capturado por unos
piratas y entregado como esclavo precisamente al militar de Éfeso. Desde allí escribe a su anterior
amo, que se presenta en Éfeso, alojándose en casa de un amigo de su padre, el viejo
Periplectómeno, que vive precisamente en la casa contigua a la del militar. Un pasadizo abierto
secretamente en la pared medianera entre las dos casas va a ser causa de algunas complicaciones,
pero no impedirá el éxito final: el guardián personal de la joven Filocomasio, Escéledro, la ha visto
besarse con un desconocido en casa del vecino, pero al fin termina por creerse la historia de que se
trata de una hermana gemela de Filocomasio venida de Atenas con su amigo. La próxima víctima
va a ser el militar en persona. Periplectómeno, el viejo vecino, le busca a Palestrión dos jóvenes,
una de las cuales se hace pasar por esposa del viejo, mientras la otra, su esclava, hará de
intermediaria para llevar al militar el mensaje de su ama, perdidamente enamorada de él. El militar
cae en la trampa, despide a Filocomasio, a la que en nombre de su supuesta hermana y de su madre
se presenta a recoger Pleusicles, bajo disfraz de patrón de navío, y acude a casa de Periplectómeno
en busca de la que piensa va a ser su nuevo amor; en realidad le esperan allí el viejo y sus esclavos
convenientemente armados, y sólo a duras penas consigue escapar al merecido castigo, mientras
Filocomasio, Pleusicles y Palestrión navegan rumbo a Atenas.
Como cobertura a la pieza sirve una escena insuperable de presentación del militar en diálogo
con su gorrón Artotrogo, personaje protático que no vuelve a aparecer luego en el curso de la obra.
A continuación va el prólogo, en boca del esclavo Palestrión (hasta el v. 155). El militar desaparece
hasta el v. 947. Todo este espacio está reservado a los diversos preparativos para cogerle en la
trampa —con una especie de excurso sobre la persona del viejo Periplectómeno en los vv. 596-
764—. Una vez bien delineado el plan, puede volver a aparecer el militar en escena (v. 946 hasta el
final, v. 1437). Si bien el largo excurso parece salirse hasta cierto punto de lo que en sí pide el
argumento de la obra, en los 500 versos finales queda el público bien compensado del intermedio:
1 Según K. GAISER, 1959, el Ephesios de MENANDRO.
2 Q. ZWIERLEIN, 1991, atribuye las irregularidades en la composición del Miles a un reelaborador negando la
autenticidad de un total de 340 versos.
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la comicidad de lo que sigue es tal, que ni los mismos personajes pueden contener la risa, cuánto
menos, naturalmente, los espectadores —¿quizá se trata de una condescendencia del poeta con los
actores, no fuera que empezaran a reír a destiempo en escena juntamente con el público?—.
El efecto cómico queda conseguido de manera total, y eso a pesar de la técnica especial de
presentar la acción, que en sí va doblemente ofrecida: los personajes deliberan ante el público sobre
su plan, Palestrión instruye a los otros personajes de lo que han de hacer —se trata más o menos de
una narración—, y a ello sigue luego su realización en forma dramática en la ficción de la escena. Y
a pesar de tales reiteraciones. es tan perfecto el juego de los recursos cómico— dramáticos, que,
como se acaba de decir, ni los mismos personajes pueden contener la risa.
Las diversas figuras típicas de la comedia están aquí trazadas de manera magistral:
Periplectómeno, el viejo jovial y comprensivo; Pleusicles, el joven galán, esta vez con rasgos aún
más acentuados de timidez, apocado, escrupuloso, lleno de miramientos, se diría que en la luna
(piénsese en su monólogo de los vv. 1284-1297, cuando aparece disfrazado de patrón de navío para
recoger a Filocomasio y empieza —en momentos tan inoportunos, de tanto peligro— a discurrir
sobre la calidad moral de su manera de proceder y hasta a perderse en consideraciones
mitológicas... —un o de los momentos de más refinada t omicidad de la pieza—, hasta que el ver a
Palestrión y al militar le hace caer en la cuenta de que no es ocasión para ello). ¿Y el tipo del militar
fanfarrón? En ninguna otra de las comedias plautinas en donde aparece (Bacchides, Curculio,
Poenulus) es presentado de manera tan acabadamente cómico— grotesca como aquí. Las tres
figuras femeninas —Filocomasio, la heroína de la obra, Acroteleutio y Milfidipa— tampoco se
quedan atrás en su desparpajo y sus refinados procedimientos femeninos. Y en fin, el tipo del fiel
esclavo, dispuesto a todo por servirle los pensamientos a su amo: Palestrión, el artífice de todo el
complot para la liberación de Filocomasio, es digno colega sin duda del Crísalo de las Bacchides,
del Tranión de la Mostellaria o del Pséudolo de la comedia del mismo nombre, pero quizá aquí los
supera a todos en cinismo y refinada astucia, sobre todo en los afiligranados equilibrios que, al
borde mismo del precipicio, se atreve a hacer en la escena de despedida, y que no pueden por menos
de producir el mismo efecto de suspense que las peligrosas acrobacias de un circo.
Sólo la escena final desdice de la obra —¿por qué no la hizo el poeta transcurrir entre bastidores,
como en otras ocasiones, sobre todo después de la longitud de la pieza? (cf. Casina 1006; Mercator
1007 y sigs.).
Entre los numerosos descendientes literarios del Miles gloriosus citemos una traducción
española, de autor desconocido, publicada en Amberes en 1555: La comedia de Plauto titulada
Milite glorioso; en Italia, una refundición del veneciano L. Dolce (1508-1548), Il capitano; en
Francia, el capitán Matamore de L'illusion comique de P. Corneille; en Alemania, el
Horribilicribrifax de Andreas Gryphius (1616-1664) o Der grossprahlerische Offizier de Reinold
Lenz (1772), etc.
Tito Macio Plauto E l m i l i t a r f a n f a r r ó n


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ARGUMENTO I
Un militar se lleva consigo a una cortesana de Atenas a Éfeso. El esclavo del joven amigo de la
muchacha quiere darle la noticia a su amo, que estaba fuera en una misión oficial, pero es hecho
cautivo durante la travesía y entregado al militar de Éfeso. Entonces consigue hacer venir a su amo
de Atenas [5] a Éfeso y hace un pasadizo en la pared medianera entre las dos casas donde se alojan,
para que así tengan la posibilidad de reunirse los amantes. El guardián de la joven los ve desde el
tejado abrazándose en casa del vecino, pero le burlan y le engañan haciéndole creer que se trata de
otra. El esclavo [10] Palestrión convence al militar de que despida a su amiga, porque la mujer del
viejo de al lado se quiere casar con él. Entonces el militar le pide él mismo que se vaya y la colma
de regalos. Pero lo cogen en casa del viejo, siendo castigado como adúltero.
ARGUMENTO II
Un joven ateniense y una cortesana libre de nacimiento están perdidamente enamorados. El
joven marcha a Naupacto en misión oficial, y entretanto da con la cortesana un militar y se [5] la
lleva a Éfeso en contra de su voluntad. El esclavo del joven ateniense se hace a la mar para dar
cuenta a su amo de lo sucedido, pero es hecho cautivo en la travesía y entregado al militar. Entonces
escribe una carta a su amo para que se presente en Éfeso. El joven acude a toda prisa y se aloja en
casa de un amigo de su padre que está pared por medio con la del militar. [10] El esclavo hace un
pasadizo en la pared medianera, para que puedan comunicarse por allí los enamorados sin que nadie
se entere, y hace como que ha venido una hermana gemela de la joven. El vecino contrata a una
dienta suya para que solicite al militar. El militar cae en la trampa, y, creyendo que se va a [15]
casar con él, despide a su amiga, recibiendo a continuación una paliza por adúltero.

PERSONAJES
PIRGOPOLINICES, militar
ARTOTROGO, parásito de Pirgopolinices
PALESTRIÓN, esclavo
PERIPLECTÓMENO, viejo
ESCÉLEDRO, esclavo de Pirgopolinices
FILOCOMASIO, joven amiga de Pleusicles
PLEUSICLES, joven
LURCIÓN, joven esclavo
ACROTELEUTIO, cortesana
MILFIDIPA, esclava de Acroteleutio
UN JOVEN ESCLAVO CARIÓN, cocinero.
La acción transcurre en Éfeso.
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(NOTA: TRANSCRIBO UN FRAGMENTO DE ESTA MARAVILLOSA COMEDIA).
ACTO I
ESCENA ÚNICA
PERGOPOLINICES, ARTOTROGO
PIR.— (Saliendo de casa y hablando con los esclavos que están dentro.) Más luciente que los
rayos del sol en un día de cielo límpido me habéis de dejar el escudo: que, cuando llegue el caso, su
brillo ciegue en medio de la batalla la vista de las filas enemigas. [5] Es que quiero consolar a mi
espada, que no se lamente ni desespere de que la lleve ya tan largo tiempo sin oficio, cuando está la
pobre infeliz ardiendo en deseos de hacer picadillo a los enemigos. Pero ¿dónde está Artotrogo?
[10] AR.— Aquí, a la vera del varón valeroso y afortunado, un príncipe se diría, un guerrero...,
ni el dios Marte osaría nombrar ni comparar sus hazañas con las tuyas.
PIR.— ¿A quién te refieres, a ese que salvé yo en las llanuras de los Gorgojos, [15] donde era
general en jefe Bumbomáquides Clitomestoridisárquides, de la prosapia de Neptuno?
AR.— Sí, sí, lo recuerdo. ¿Tú dices aquel de las armas de oro, cuyas legiones desvaneciste de
un soplo, al igual que el viento las hojas o las pajas de un tejado?
PIR.— Bah, eso es cosa de nada.
[20] AR— Cosa de nada si es que lo vas a comparar con otras hazañas que yo podría contar, (al
público) y que no has jamás llevado a cabo; si es que alguien ha visto en toda su vida a un hombre
más embustero o más fanfarrón que éste, aquí me tiene, soy todo suyo —solamente, eso sí las
aceitunas esas que se comen en su casa, son de locura—.
[25] PIR.— ¿Dónde te has metido?
AR.— Aquí, aquí. Caray, o aquello del elefante en la India, cómo fuiste y de un puñetazo le
partiste un brazo.
PIR.— ¿Un brazo?
AR.— Una pata quise decir.
PIR.— Pues le di así como quien no quiere la cosa.
AR.— Bueno, es que si te pones, pues entonces, que se te cuela el brazo por la piel, [30] las
entrañas y la osamenta del bicho.
PIR.— Dejémonos ahora de eso.
AR.— Caray, tampoco merece la pena que me cuentes tú a mí tus hazañas, que me las sé al
dedillo; (aparte) el estómago es el culpable de todas estas penas: los oídos tienen que sacrificarse en
favor de los dientes, [35] que no les entre dentera, y no hay sino decir amén a todos sus embustes.
PIR.— Espera ¿qué es lo que iba yo a decir?
AR.— ¡Ah, ya! Sí, ya sé lo que quieres decir, sí, así fue, lo recuerdo perfectamente.
PIR.— Pero ¿el qué?
AR. — Lo que sea.
PIR.— ¿Tienes...
AR.— Las tablillas quieres, ¿verdad?, las tengo, y también un punzón.
PIR.— Es una maravilla cómo me sirves los pensamientos.
[40] AR.— Mi deber no es sino estar puntualmente al tanto de tus inclinaciones y desarrollar un
olfato especial para adivinar con antelación todos tus deseos.
PIR.— Vamos a ver, ¿lo tienes aún presente?
AR.— Sí, señor: ciento cincuenta en Cilicia, cien en Escitolatronia, treinta sardos [45] y sesenta
macedonios son los hombres a los que diste muerte en un solo día.
PIR.— ¿Cuántos hacen en total?
AR.— Siete mil.
PIR.— Ni más ni menos. La cuenta es exacta.
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AR.— Pues no es que los tenga escritos, pero, así y todo, me acuerdo.
PIR.— Caray, tienes una memoria excelente.
AR.— Los buenos bocados me la refrescan.
[50] PIR.— Mientras no cambies de conducta, no te faltará de comer, podrás participar siempre
de mi mesa.
AR.— Pues ¿y en Capadocia, donde, si no llega a ser porque la espada estaba embotada, te
cargas a quinientos de un solo golpe?
PIR.— No, es que como no eran más que soldados rasos, les perdoné la vida.
[55] AR.— Nada, ¿a qué voy a venirte yo a contar lo que todo el mundo sabe, esto es, que tú,
Pirgopolinices, eres un ser único en el mundo por tu valentía, tu beldad y tus hazañas? Todas las
mujeres se enamoran de ti, y no sin razón, puesto que eres tan guapo; [60] como aquellas que me
tiraban ayer de la capa.
PIR. ¿Qué es lo que te decían?
AR.— Bueno, me preguntaban: «oye, ¿es Aquiles?». «Aquiles no, digo, pero es su hermano». Y
entonces va la otra y dice: «pues anda, que no es guapo, y además, qué buen porte; ¡fíjate lo bien
que le cae la cabellera! [65] Verdaderamente, hija, qué suerte que tienen las que se acuestan con
él».
PIR.— ¿De verdad que decían eso?
AR.— ¡Pero si hasta me suplicaron las dos que te hiciera pasar hoy por allí como en un desfile!
PIR.— Verdaderamente que es una verdadera desgracia esto de ser demasiado guapo.
AR.— A ver, pero así es: no me dejan vivir, me ruegan, me asedian, [70] me suplican que las
deje verte, me dicen que te lleve con ellas, de forma que no me queda tiempo para ocuparme de tus
asuntos.
PIR.— Me parece que es hora de que nos acerquemos al foro, para que les pague su sueldo a los
mercenarios que alisté ayer aquí, [75] que el rey Seleuco1 me ha rogado con mucha insistencia que
se los reclutara. Hoy quiero emplear el día a su servicio.
AR.— ¡Venga, vamos allá!
PIR.— ¡Vosotros, los de mi guardia, seguidme! (Se van al foro.)

ACTO II
ESCENA PRIMERA
PALESTRIÓN
PAL.— Distinguido público, heme aquí dispuesto a contarles el argumento de esta comedia, [80]
si es que ustedes tienen la bondad de prestarme su atención. Si alguien no quiere escuchar, que se
levante y se marche, para hacer sitio donde sentarse al que lo quiera. [85] Ahora os diré el
argumento y el título de la comedia que vamos a representar, que es para lo que estáis aquí reunidos
en este lugar de fiesta: en griego se titula la pieza Alazón, lo que en latín se dice gloriosus, o sea,
fanfarrón. Esta ciudad es Éfeso; el militar este que acaba de irse ahora a la plaza es mi amo, un
fanfarrón, un sinvergüenza, [90] un tipo asqueroso, que no vive sino del perjurio y del adulterio. Se
empeña en que le persiguen todas las mujeres, y, en realidad, no es sino el hazmerreír de ellas por
donde quiera que va. Por eso tienen aquí por lo general las golfas el morro torcido, a fuerza de
burlarse de él haciéndole muecas con los labios. [95] En cuanto a un servidor, no hace mucho que
me encuentro a las órdenes del susodicho militar: ahora mismo les digo cómo es que pasé a ser
esclavo suyo en lugar del amo que tenía antes; prestad atención, que ahora empiezo a contar el
argumento. Yo estaba en Atenas al servicio de un amo que era una bellísima persona y que estaba
1 Entre el 312 y el 281 antes de nuestra era reinó Seleuco I en Siria; del 247 al 227, Seleuco II, y del 227 al 224, es
decir, en época de Plauto, Seleuco III.
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enamorado [100] de una cortesana hija de madre de Atenas del Ática2, y a ella le pasaba lo mismito
con él, lo cual se puede decir que es la forma ideal de amar. Mi amo fue enviado a Naupacto con un
asunto oficial de gran importancia. Entretanto, se presenta el militar este en Atenas y empieza a
insinuarse con la amiga de mi amo; [105] venga a camelar a la madre trayéndole vino, aderezos,
buenas cosas de comer, hasta que consigue hacerse persona de confianza en casa de la señora. En
cuanto que se le presentó la ocasión, [110] va y engaña a la madre de la muchacha de la que estaba
enamorado, y, sin que ella se dé cuenta, coge a la hija, la embarca y la trae a la fuerza aquí a Éfeso.
Cuando yo me entero de que la amiga de mi amo ha desaparecido de Atenas, cojo [115] y, lo más
rápidamente que puedo, me busco un pasaje y me embarco en dirección a Naupacto para informarle
de lo sucedido. Hete ahí que nos encontrábamos ya en alta mar, cuando aparecen por permisión
divina unos piratas que capturan el barco en donde yo iba, o sea que encuentro mi perdición antes
de encontrarme con mi dueño como era mi propósito. [120] El que me hizo cautivo me entregó
como esclavo al militar este, que me lleva con él a su casa, donde al entrar me topo con la amiga
ateniense de mi amo. Ella al reconocerme me hace señas con los ojos de que no le hable; [125]
luego, cuando tuvimos ocasión, se me queja de sus infortunios: me dice que está deseando salir
huyendo de aquella casa y volver a Atenas, que ella sigue queriendo a mi amo el de Atenas y que no
hay para ella otra persona más aborrecible que el militar. Yo, que me doy cuenta de la situación en
que está la muchacha, [130] cojo y escribo una carta y se la entrego en secreto a un comerciante
para que se la lleve a mi amo el de Atenas, el que estaba enamorado de la chica, para que se persone
aquí en Éfeso. No ha hecho él caso omiso de mi mensaje, [135] porque ha venido y se aloja aquí
junto a nosotros, en casa de un antiguo amigo de su padre, un viejo que es realmente un hombre
encantador; que está nada más que a servirle los pensamientos a su enamorado huésped y que nos
ayuda con su colaboración y sus consejos. O sea que yo he podido organizar aquí un truco
estupendo para que pudieran reunirse los enamorados [140]: en una habitación que el militar ha
reservado para su amiga, donde tiene prohibido que nadie ponga los pies aparte de ella, allí en esa
habitación ha hecho un boquete en la pared por donde la muchacha pueda pasar en secreto a la casa
del vecino de al lado —a sabiendas del viejo, por supuesto; él ha sido quien me ha dado la idea—;
[145] y es que el otro esclavo a quien el militar ha encargado la custodia de su amiga es un pobre
diablo, o sea, que a fuerza de ingeniosos trucos y de bien tramados engaños le pondremos un velo
delante de los ojos y conseguiremos que no haya visto lo que ha visto; [150] y después, para que no
os confundáis, la misma muchacha va a hacer el papel de dos, de la que vive aquí en esta casa y de
otra que va a vivir en la casa de al lado —en sí es siempre una y la misma, pero simulará ser cada
vez una distinta; ésta es la forma en que vamos a pegársela a su guardián—. Pero suena la puerta del
viejo, nuestro vecino: [155] es él el que sale; ése es el viejo tan saleroso que les acabo de decir
ahora mismo.

ESCENA SEGUNDA
PERIPLECTÓMENO, PALESTRIÓN
PE.— (Hablando a los de dentro de la casa.) Como a la próxima vez no le rompáis los huesos a
cualquiera de fuera de casa que veáis por el tejado, os voy a dejar los costados hechos unos zorros;
es que de esta forma no son ya los vecinos testigos de todo lo que ocurre dentro de mi casa, tal
como se ponen a observar desde arriba por el patio. Así que ya sabéis, tenéis orden estricta de que a
cualquier persona de la casa del militar [160] que veáis en nuestro tejado, no siendo Palestrión, le
echéis abajo a la calle; ni que diga que es que está buscando una gallina o una paloma o un mono,
os jugáis la vida si no le dais de palos hasta dejarle fuera de combate. Y además, para que no se
salten la ley esa en contra del juego de las tabas3, ya sabéis, les hacéis migas las propias [165] y
2 Texto inseguro.
3 Sobre la prohibición de los juegos de azar, cf. CICERÓN, Phil. I 56; de alea condemnatum; HORACIO, Carm. 24,
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veréis cómo no vuelven a ponerse a la mesa con ellas4.
PA.— Por lo que oigo, alguno de los nuestros debe de haber hecho una mala pasada, que da el
señor aquí orden de romperles las tabas a mis colegas; bah, a mí me ha dejado fuera de cuenta, tanto
me da lo que haga con los otros. Voy a hablarle.
PE.— ¿No es ése Palestrión?
PA.— ¿Qué hay Periplectómeno?
[170] PE.— Si me dieran a elegir, no habría muchas personas a quienes viera ahora con más
gusto que a ti.
PA.— ¿Qué es lo que pasa?, ¿qué jaleo es ese que te traes ahí con nuestros esclavos?
PE.— Muertos somos.
PA.— Pero ¿qué es lo que ocurre?
PE.— Todo se ha descubierto.
PA.— ¿Qué es todo?
PE.— Ahora mismo ha estado quien sea de los vuestros [175] desde el tejado viendo por el patio
a Filocomasio aquí en casa besándose con mi huésped.
PA.— ¿Quién es el que lo ha visto?
PE.— Uno de tus compañeros.
PA.— ¿Cuál de ellos?
PE.— Pues no lo sé, porque salió corriendo de pronto.
PA.— Barrunto que estoy perdido.
PE.— Cuando ya se iba, le grito: «eh, tú, qué es lo que haces ahí en el tejado», digo; «buscando
un mono», me contestó mientras se iba.
[180] PA.— ¡Ay, desgraciado de mí, que me voy a buscar mi ruina por culpa de un bicho tan
asqueroso! Pero ¿Filocomasio está ahí todavía en tu casa?
PE.— Cuando salí, sí que estaba.
PA.— Pues haz el favor de ir y decirle que se pase a nuestra casa lo más rápidamente posible,
para que la vean allí mis compañeros, si no es que pretende que nos den a todos a la horca por
camarada a causa de sus amoríos.
[185] PE.— Eso ya se lo he dicho yo; si no quieres otra cosa...
[185ª] PA.— Sí que quiero, dile también que no se olvide un punto de que es una mujer y se
mantenga en el ejercicio de las artes y los procedimientos femeninos.
PE.— ¿Qué es lo que quieres decir?
PA.— Quiero decir que consiga convencer al esclavo que la ha visto ahí de que no la ha visto;
así haya sido vista cien veces ahí, a pesar de todo, que lo niegue; boca tiene, una buena lengua,
alevosía, malicia y arrojo, decisión, tenacidad, falacia; [189ª] que haga frente y venza con sus
juramentos a quien la acuse; [190] no le falte capacidad para echar mentiras, para inventar falsedades,
falsos juramentos, mañas tiene, capacidad de seducir, de engañar, que una mujer que tenga
asomos de malicia no tiene que andar rogando a proveedor ninguno: en casa tiene un huerto con
todas las hierbas y los condimentos necesarios para toda clase de malas artes.
[195] PE.— Yo se lo diré, si es que está aquí. Pero ¿qué es eso a lo que andas ahí dándole
vueltas en tu magín, Palestrión?
PA.— Calla un momento, mientras que hago recuento de mis ideas y reflexiono sobre el camino
a seguir y delibero con qué mañas le salgo al paso al mañoso del colega ese que la ha visto ahí
besándose, hasta conseguir que no haya visto lo que ha visto.
[200] PE.— Hala, yo entretanto me retiro aquí a esta parte. Fíjate, cómo está ahí con la frente
fruncida, venga a cavilar, venga a discurrir; se golpea el pecho con los dedos —pues a ver si va a
hacer salir al corazón a abrirle la puerta—; ahora se vuelve para el otro lado; la mano izquierda la
apoya en la pierna izquierda, con la mano derecha echa cuentas con los dedos, dándose en el muslo
58; venta legibus ales; OVIDIO, Trist. I 472, hoc est ad nostros non leve crimen avos; según SUETONIO, Augusto, en
cambio, no tenía reparo alguno en distraerse con esta clase de juegos (Aug. 71).
4 Cf. nota a Curculio 354.
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derecho. [205] Menudos golpes se pega, parece que le vienen con dificultad las ideas; hace
chasquear los dedos: las está pasando negras: no hace más que cambiar de postura; mira, ahora
menea la cabeza, seguro que es que no le gusta lo que se le ha ocurrido; sea lo que sea, veo que no
nos lo va a servir a medio hacer, sino bien en su punto. Y ahora se pone a hacer de albañil: pone el
brazo como si fuera una columna debajo de la barbilla [210] —quita, quita, esa construcción no me
gusta, que he sabido que hay un poeta romano5 en la misma postura, custodiado día y noche por un
par de guardianes—. ¡Bravo, qué postura ahora tan salerosa, como un verdadero esclavo de
comedia! Éste no para hoy hasta no acabar con lo que se trae entre manos. [215] Ya lo tiene, creo.
¡Manos a la obra! ¡Alerta, no te duermas, a no ser que prefieras velar a fuerza de palos y de
cardenales! A ti te digo6, Palestrión, no duermas, digo, despiértate, digo, que es de día, digo.
PA.— Te oigo.
PE.— ¿No te das cuenta de que tienes el enemigo encima y que te asedia por la espalda? [220]
Toma una decisión, coge refuerzos, y además deprisa, no es hora de andarse con calmas; anticípate
por otro camino, busca algún rodeo oculto para llevar al ejército, apremia con tu asedio al enemigo,
procura ayuda para los nuestros, corta las provisiones a los contrarios y asegúrate [225] tú un
camino por donde puedan llegar sin peligro víveres y provisiones a ti y a los tuyos: manos a la obra,
la cosa urge; inventa, imagina; venga, deprisa, una artimaña para que no se haya visto lo que se ha
visto, para que no haya pasado lo que ha pasado. Grande es la empresa que acomete este hombre,
grandes las fortificaciones que construye. Palestrión, si es que te comprometes a tomar la cosa en
tus manos, [230] entonces podemos estar seguros de la derrota de nuestros enemigos.
PA.— Me comprometo, acepto la dirección de la empresa.
PE.— Y yo te aseguro que conseguirás tus fines.
PA.— ¡Júpiter te bendiga!
PE.— ¿No quieres hacerme partícipe de tus planes?
PA.— Calla mientras que te introduzco en el terreno de mis estratagemas, para que sepas lo
mismo que yo mis propósitos.
PE.— No recibirás daño alguno de ello.
[235] PA.— Mi amo el militar más que su propia piel tiene la de un elefante y no más caletre
que un adoquín.
PE.— Lo sé.
PA.— El plan que tengo, el engaño que quiero poner en práctica es el de decir que ha venido de
Atenas con un amigo suyo la hermana gemela de Filocomasio, y que las dos jóvenes [240] son tan
parecidas entre sí como dos gotas de agua; diré que están alojados en tu casa.
PE.— ¡Bravo, bravo, estupendo, me parece una idea magnífica!
PA.— De modo que, si mi camarada la acusa al militar de haberla visto ahí besándose con otro,
[245] yo le convenzo de que es a la hermana a quien ha visto besarse y abrazarse con su amigo en tu
casa.
PE.— ¡Chico, fantástico! Yo también diré lo mismo si me pregunta el militar.
PA.— Pero tú di que es que son parecidísimas, y además hay que avisárselo a Filocomasio para
que lo sepa y no ande titubeando si el militar le pregunta algo.
PE.— ¡Qué engaño tan bien pensado! Pero si el militar quiere verlas a las dos al mismo tiempo,
[250] ¿qué hacemos entonces?
PA.— Muy fácil, se pueden dar cientos de pretextos: no está en casa, ha salido de paseo, está
durmiendo, se está arreglando, está en el baño, está comiendo o bebiendo; está ocupada, no tiene
tiempo, ahora no es posible. El caso es darle largas al asunto, supuesto que consigamos de buenas a
primeras hacerle creer que son verdad todas las mentiras que se le echen.
[255] PE.— De acuerdo.
PA.— Entra en casa, pues, y, si está allí Filocomasio, dile que se pase en seguida aquí a la
nuestra; cuéntale todo esto, no dejes de avisarla y de advertirla que se quede bien con el plan este
5 Nevio, encarcelado por los ultrajes proferidos en sus obras contra personajes de la nobleza romana.
6 Sigue un texto ininteligible, que ha sido corregido por los críticos de muy diversas maneras.
Tito Macio Plauto E l m i l i t a r f a n f a r r ó n
10
que hemos urdido de la hermana gemela.
PE.— Verás qué bien sé dejártela bien instruida. ¿Algo más?
PA.— Que te metas en casa.
PE.— Ahora mismo. (Entra.)
[260] PA.— Yo también me voy a casa, a ver si con mucho disimulo puedo averiguar quién de
mis compañeros ha sido el que ha ido a buscar al mono ese, que me figuro yo que no es posible que,
sea quien sea, hablando con alguno de los de casa, no le haya dicho lo de la amiga del amo, que la
ha visto aquí en la [265] casa de al lado besándose con otro joven, que yo me sé muy bien eso de
que «lo que yo solo me sé, callármelo no podré». Si consigo dar con el que la vio, contra él dirigiré
todas mis máquinas de guerra; todo está a punto: al asalto y a hacerme con él por la fuerza de mi
brazo. Si no consigue localizarle, entonces iré olfateando como un perro de caza hasta dar con las
huellas del zorro. [270] Pero suena nuestra puerta, me callo, que es el guardián de Filocomasio, mi
compañero, el que sale.

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