martes, 3 de mayo de 2011

GRACIAS ARGENTINA: POR TU HIJO ERNESTO SÁBATO FERRARI.

SÁBATO: maestro y amigo.











En 1975 vino Ernesto Sábato Ferrari a Costa Rica a dar tres charlas sobre literatura en nuestro Teatro Nacional. En aquella época yo tenía 20 años. Ya habían pasado los Estudios Generales en la Universidad de Costa  Rica que realizaba en 1973 y me iniciaba en una Carrera de Derecho y en  una Carrera de Filología que hoy me arrepiento profundamente de no haber terminado. También para aquella época yo ya me había leído el TÚNEL y SOBRE HÉROES Y TUMBAS, ambas novelas habían sido textos universitarios para la materia de literatura en estudios Generales como dije en 1973. Pasaron muchos años pero muchos años y yo siempre tenía la inquietud de escribir. Inquietud que tenía desde mis 14 años. Fue después de graduado como abogado y de haber dejado mi vida universitaria y tener cierta tranquilidad para la escritura que decidí dedicarle parte del día al quehacer literario como lo hago hasta la fecha.
En una fecha mucho anterior a MARIPOSAS NEGRAS PARA UN ASESINO y EL LABERINTO DEL VERDUGO, escribí una novela de juventud que hasta hoy tengo inédita que lleva por título CÁTEDRA EN EL CAFÉ.  Allí trato de narrar y describir aquel mundo universitario y de escritores que nos reuníamos en una sodita cerca muy cerca de la entrada principal de la universidad que se llamaba Soda Guevara.
Pues bien, en esa novela hasta hoy inédita hay un pasaje de la llegada de Ernesto Sábato a Costa Rica y en donde el personaje principal narra el encuentro con el maestro.
He pensado mucho en publicar esta novela, no sé si lo haré acá en Costa Rica pero, es imposible que no lo haga ahora (subir al blog un fragmento), en estos días que nuestro maestro de generación Ernesto Sábato Ferrari ha muerto.
Espero que me disculpen quizá por el desenfado con el que fue escrito el texto pero así sentí aquella experiencia de juventud, de traiciones amorosas, envidias literarias entre todos aquellos que empezábamos a escribir, y...  ¿Por qué no? ... quizá un poco de deseos por parecernos a aquellos gigantes literarios.


 CÁTEDRA EN EL CAFÉ. 
(Novela no publicada)
FRAGMENTO.

(...) También aclaro que soy fanático de Sábato porque en Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica nos pusieron a leer “Sobre héroes y tumbas” junto con otros autores como Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Carpantier, Jorge Luis Borges, Vargas Llosa, y a García Márquez. A mí la verdad no me agrada el colombiano, ni su literatura a pesar de que por línea materna mi bisabuela era colombiana y de Barranquilla, repito, no le encuentro nada de especial a su literatura comparándolo con los demás compañeros de generación.
Y aquí aclaro – y más que aclaración es una anécdota- sobre Ernesto Sábato. Pues, resulta que el argentino Ernesto Sábato vino a Costa Rica y yo lo pude conocer.
De seguro, muchos de ustedes no nacían el año en que vino a Costa Rica. ¿El año en que estuvo entre nosotros fue 1975?  No me acuerdo con exactitud. Sobra decir que las Capillitas  no se habían fundado, nada más lejano que yo conociera a Fabricio, Federico, Andrea, y los otros de la soda Guevara.
También aclaro que para los años siguientes y rozando los años 80 vinieron al país otros grandes monstruos de la Literatura Latinoamericana: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y García Márquez.
Con Sábato  pude conversar,  dirigirle unas pocas palabras – por supuesto que en aquella época ya empezaba a garabatear mis primeros manuscritos pero ni lo comenté- ¿de qué hablamos? Algo sobre su literatura –evidente, ¿no? -, mejor comienzo desde el principio. Nota: Aclaro que con los demás escritores del boom que vinieron a Costa Rica un acercamiento al diálogo no se hizo posible.

Ahí les va el cuento de Sábato y cómo lo conocí y le pude hablar:
A mediados de los años setenta se fundó o se creó el famoso Liceo de Costa Rica, que eran unas charlas que se impartían en el Teatro Nacional. La idea de invitar a escritores extranjeros para que dictaran conferencias sobre literatura sospecho fue de Dante Palermo...  es una teoría, no me hagan caso.
Y no sean tan mal pensados, en ocasiones hay personas con buenas ideas, - lo sé- es una minoría que roza casi en una especie de cofradía o grupo pagano literario, digo esto último porque reconozco que existen, existieron y existirán personas que se oponen o se opondrán a los buenos proyectos. Al final triunfó la sensatez.
¡Se organizó un grupo de personas para traer a Costa Rica – repito- a Sábato! Muchos escépticos se rieron y dijeron que no era posible que un escritor de la talla de Sábato viniera.  Estaban equivocados y Sábato aceptó la invitación.
Sábato daría tres conferencias en el Teatro Nacional. La noticia salía publicada en los periódicos ¡No lo podía creer! Esa semana anduve como estúpido de la emoción. ¿Sería posible lo que yo leía en los periódicos? ¡Sí, no cupo la menor duda! El maestro argentino estaba entre nosotros, el verdadero maestro argentino estaba entre nosotros, porque Dante Palermo – aunque tenía premios y era muy inteligente- no se lograba comparar con Sábato que se codeaba con Jorge Luis Borges. Porque supongo que ustedes han visto la fotografía de Jorge Luis Borges y de Sábato juntos, una bella foto en donde Borges escucha con suma atención lo que Sábato le comenta. Es una foto que está en los ensayos completos de Sábato publicados por la editorial Losada y que compré en una librería de la capital. Están otras fotos como por ejemplo una en la Patagonia cerca de un lago o de un río y Sábato no se ve tan viejo, es una foto en blanco y negro de los años 60. Bueno, creo que ya les he dado el marco referencial – como dicen la mayoría de pendejos y profesores universitarios – vayamos a la verdadera anécdota.
La semana que llegó Sábato a Costa Rica fue a principios de 1975, no me crean demasiado en la fecha, en mi mente esa es la fecha, de todas maneras la fecha no es crucial. Lo importante es que las charlas se dieron en el Teatro Nacional entre 5 y 6 de la tarde. Pues bien, serían tres conferencias una cada día.
Para la primera conferencia me alisté con mi viejo blue jean, mis zapatos suela tractor y con mi chaqueta también de mezclilla. Lo acepto: ¡me dirigí como un poseso al Teatro Nacional... estaba en trance hipnótico!
Y...  Ustedes ya lo están sospechando para que no quepa duda: ¡Me senté en primera fila de luneta! ¿Acaso iba yo a permitir que gente que quizá leía a medias los textos sabatianos estuviera en primera fila y yo en una segunda o tercera fila? Eso jamás lo hubiera soportado. Porque yo, suponía en aquella época – oh engreído – era un doctor en la materia, es decir, presumía y casi así lo afirmaba que yo Julio el Barroco era una especie de doctor en literatura especialista en unos cuantos escritores y Sábato era uno de ellos.
 Nadie estaba a mi nivel para polemizar – o eso creía yo – y salir en una discusión indemne si por alguna razón los textos del maestro Sábato tenían una pequeña crítica adversa sobre su visión de la existencia humana. ¡No, eso si que no lo soportaba! ¡Nadie conocía los textos como yo! Y, para confirmar aquel sentimiento de engreído, lo justificaba que en el examen final de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica y, en la materia de Castellano, salía un texto de Sobre héroes y tumbas y, era exactamente un fragmento de la novela que yo Julio el Barroco, tenía bien, bien marcado y bien estudiado en una edición de la Editorial Sudamericana de Sobre héroes y tumbas, que todavía conservo con gran cariño.
 Y para cerrar el corolario del engreído a qué no adivinan, pues sí, para el examen final de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica obtuve un 9 de calificación. Con tales antecedentes me sentía legitimado literariamente más que un baboso para hablar de Sábato… y… ¡estar en primera fila!

***

¡A reventar! Esa es la idea, la metáfora, el giro literario que se me ocurre si alguna persona me preguntara cuántas personas acudieron a la primera conferencia. ¡Eran tantos fanáticos los que asistían a escuchar a nuestro maestro que había gente – la mayoría jóvenes de mi edad- sentados en los pasillos de luneta! El ambiente estaba cargado, lleno de murmullos, en verdad nunca vi el Teatro Nacional tan lleno, parecía que la función era de un cantante de rock, y eso me enorgullecía porque, para mí era un triunfo de Sábato y de mi persona...  de alguna manera, sentía que existía una conexión que traslapaba, que se proyectaba más allá de nuestra realidad y del conocimiento del mismo cosmos entre Sábato y este servidor.
¡Por supuesto que lo anterior que les he contado era embobamiento, calentura literaria, admiración y emoción de conocerlo, de tener la posibilidad de respirar el mismo aire de aquel gigante literario. ¡En aquella época no lo logré entender!
¡Y Sábato aparecía, el monstruo literario apareció! ¡ Antes de su ingreso el primero que se presentó en el escenario fue el maestro argentino del taller, nuestro Dante Palermo, de seguido y con cierto aire de timidez se empezó a perfilar detrás de las cortinas de muselina y color marrón la figura de Sábato! Ustedes se podrán imaginar el estruendoso aplauso apenas comenzó a emerger la figura sabatiana.
El corazón me palpitaba fuerte y una pequeña sudoración emergía de mis manos. ¡Sí era él!  ¡Por Dios qué blanco se veía, qué tímido, y qué camisa más roja vestía! Los aplausos no cesaban, el griterío se hacía casi imposible de poderlo soportar, Dante Palermo sonreía y con un ademán de la mano extendida le daba la bienvenida a aquel gigante de las letras latinoamericanas y del mundo.
Y... Apareció Sábato en medio escenario del Teatro Nacional. De nuevo miré su indumentaria: en efecto, vestía una camisa  de color rojo encendida, unos pantalones sport color beige y unos zapatos de color café claro de suela de hule, y sí Sábato, el Iluminati se miraba demasiado blanco, muy blanco, quizá era el contraste con la camisa, quizá era un fenómeno de las luces. ¡Qué importaba! Negro o blanco era nuestro y mi gran escritor y de algún modo yo sentía que era mi alter ego.


Nota: Aclaraciones psicológicas y necesarias de mi comportamiento neurótico antes de continuar con la narración de la visita de Ernesto Sábato a Costa Rica.

(Acepto que las facciones físicas de las personas no tienen la mayor ni la menor trascendencia, para mí sí...  en lo personal me obsesionan. Puede que sea superficialidad, tonteras mías sin embargo,  nunca lo he podido superar. Cada vez que leo un escritor lo primero que busco como un desesperado es su fotografía. ¡Nunca lo he podido evitar ni superar! Es una enfermedad crónica que padezco. Y no crean que solo me pasa con los escritores, también me sucede con los grandes maestros de ajedrez, no termino de estudiar las partidas de un gran maestro y si me identifico con su estilo de juego, empiezo a tramar cómo será su cara, hasta que no me aguanto y busco en la biblioteca alguna fotografía.
A veces rayo hasta en lo morboso porque en una ocasión busqué las fotografías que le tomaron a Alekhine (campeón mundial de ajedrez) muerto en Estoril.  ¿La razón? Pienso que conocer al escritor  en foto o en persona me abre un canal mucho mayor de comunicación con su persona, con su energía y con su obra.
Sospecho que conocer el aspecto físico de las personas me ayuda más a compenetrarme con lo que escribe. Reconozco que una cosa es la obra y otra cosa son las personas y su físico y que no tienen nada que ver una con la otra... lo acepto,  no lo puedo evitar. ¿Acaso no es agradable una descripción de la  persona que admiramos? Al final la imagen del escritor pasa – muchas veces – de ser mera curiosidad a ser fetiche. Así somos la mayoría de los humanos. Y si  no creen... observen tanto cuadro colgado de escritores, ajedrecistas, políticos, mártires y santos en nuestras bibliotecas públicas o privadas). Hasta aquí mi comentario pseudo psicológico y las razones virulentas por conocer a Sábato.

Decía que Sábato estaba en medio del escenario y una vez que terminaron los aplausos se sentó en el gran escritorio de madera.
Y... Empezamos con algunas cosas interesantes. La primera: una vez que Sábato tomó la palabra se hizo silencio y comenzó a fluir en medio del aire, en medio del ambiente una energía única e indescriptible, emergía una energía en un flujo y reflujo desde Sábato hacia el público y del público hacia Sábato.  La conexión estaba hecha. Y la timidez que percibimos al inicio de su salida y presentación en el escenario por Dante Palermo ya no existía y afloró el verdadero Sábato. Me explico mejor o con palabras más simplonas. Cuando el maestro Sábato comenzó a tener mayor confianza con el público se sintió él, se sintió como en casa y comenzó a disertar sobre su vida. Habló de su infancia, su juventud y su pasión por las matemáticas y cómo el Absoluto, la comprensión del Universo, su totalidad la quería enmarcar y definir con la Ciencia. Su refugio era la Ciencia. Luego, más para acá habló sobre política, la creencia que el marxismo ayudaría a ser mejores hombres... enseguida vino una crítica mordaz sobre este punto. Habló que no debemos de confundir el arte y la política, que el arte es independiente de las ideologías, que el arte no debe ser servil de nadie y que el que deseaba  una revolución pues que... tomara un fusil y que fuera a pelear. Yo, la verdad antes estaba totalmente de acuerdo con Sábato, hoy no. Me parece que el escritor debe de cumplir un rol activo en nuestra sociedad participando  en la solución de los problemas nacionales y que su literatura debe ser fiel reflejo de su momento histórico que le ha tocado vivir: repito, en aquella época no lo entendía de esa manera. Porque – lo crean o no muchos de sus detractores- Sábato en el fondo es un hijo del Renacimiento, es un Humanista, un librepensador y un anarquista. Lo anterior es una pequeña aclaración. Sigo con la anécdota:

El ambiente seguía expectante,  la verdad lo que queríamos escuchar era sobre literatura y no los aspectos periféricos de su vida,  no obstante, para poder mirar el todo, debemos de conocer al hombre en su cotidianidad... en aquellos años uno no lo comprende. Yo me impacientaba (lo acepto) e hice un esfuerzo sobrehumano hasta que… vino el plato fuerte: ¡La literatura! Sin embargo, vino la primera cagada, el primer improntu: alguien se le ocurrió – ¿bella idea?- de grabar en vídeo la conferencia del maestro y como lógica consecuencia para esto se debía de iluminar el escenario en donde el maestro Sábato estaba disertando, de lo contrario la grabación del vídeo saldría oscura, con una imagen pobre. Pues, se encendieron los grandes reflectores para filmar y saben ¿qué?  ¡El maestro Sábato se molestó! Dijo que a él lo invitaban para hablar sobre literatura y que no era un cantante de ópera, que por favor apagaran los reflectores. Mierda – me dije- ahora que el maestro empezaba a disertar con el plato fuerte a estos imbéciles se les ocurre incomodarlo. Entonces, los reflectores se apagaron, y yo me tranquilicé y me figuro que muchos otros también sintieron un enorme alivio.

El Maestro habló de los grandes escritores europeos de finales del siglo XIX y principio del siglo XX y lo hacía sin tener un pendejo papel en las manos, y Sábato disertaba con el público como si comentara de literatura con tres o cuatro amigos, y hablaba sobre Guy de Maupassant y de Proust y de su obra de En busca del tiempo perdido y ... ¡empezaron a encender los reflectores de nuevo! ¡Oda a la mierda! ¡Oda a la cagada! ¡Oda a la estupidez y a la necedad! ¿Por qué si desde un principio Sábato advirtió que no quería ningún reflector que lo iluminara seguía la insistencia? Ha pasado una década y no encuentro respuesta a tanta estupidez. Sábato interrumpió la charla y repitió lo dicho antes: amenazó cancelar la conferencia si continuaban con la idea de la filmación. Un murmullo de protestas no se hizo esperar en contra del camarógrafo que torpe hacía un segundo intento de filmar la charla. Hubo por el suceso que arriesgaba la conferencia un recordatorio de la mamacita del camarógrafo, murmullos amenazantes, silbidos tímidos y no tan tímidos hasta que el genio entendió que debía apagar la cámara de vídeo.
La conferencia continuó y por algún motivo unos jóvenes, iniciaron un susurro, un murmullo a varios metros de donde yo me encontraba. ¿Qué sucedió? Sábato lo percibió, lo incomodó y dejó de hablar y dijo que a las personas que no les interesaba la conferencia que podían irse. Nadie se movió de donde estaba, el murmullo o los murmullos cesaron y la charla se reanudó amena, tranquila, y Sábato se agrandaba más y más.
Al final, o casi al final de la charla, dijo que las personas que tuvieran alguna pregunta que él con gusto la contestaría. En un acto de inteligencia de nosotros los anfitriones - o del mismo Sábato - se acordó que para no estar gritando las preguntas desde los diferentes puntos del Teatro Nacional, lo más sano y lógico sería que las preguntas se hicieran por escrito, y que él las leería y las contestaría. No acabaron de decirlo y Sábato tenía en la mesa una montaña de papeles y papelitos y no hablo en sentido figurado sino que de verdad, físicamente se hacían grupos de papelitos con preguntas.
Sábato relajado comenzó a leer las preguntas y comenzó a contestarlas. Lo jocoso – ¿siempre sucede? – un joven de mi edad después que ya se leían como la mitad de las preguntas, y todavía quedaban en la mesa muchas preguntas por responder, llegó sin tapujos y sin ninguna pena a dejarle su papelito con su pregunta. ¿Qué haría el maestro? ¿Lo regañaría, se pondría molesto porque ya la recepción de preguntas había terminado? ¡No! ¡Nada más alejado de aquello! El joven se acercó a la mesa y Sábato continuaba disertando, el joven – repito- llegó y le extendió el papelito. Sábato lo miró, yo me dije ahí viene la cagada, el público me pareció que dejó de respirar y contenía el aliento, volteé mi rostro hacia atrás – acuérdense que yo estaba en primera fila de luneta- y observé rostros pálidos con la consigna de: “¡ohhh, nooo...  la regañada del Maestro Sábato...  a este insolente que llega retrasado a dejar su pregunta y ahora interrumpe!” Estaban totalmente equivocados. Sábato tomó el papel, lo puso en el grupo de papeles todavía sin contestar, lo miró y le dijo al público: “De verdad que este pibe tiene fe que yo le vaya a contestar.” ¡El público estalló en risas y en aplausos! No cupo duda: el ambiente se hacía cada vez más jovial, más entrañable, ya Sábato pasaba de la categoría de Monstruo de la Literatura a ser nuestro amigo, nuestro amigo entrañable que nos hablaba con anécdotas, sin poses de lo que él creía era y debe ser la literatura. Hablaba con desenfado como en un café con varios amigos y discutimos y exponemos nuestras ideas sobre estética, política, literatura y sobre la filosofía de la vida.
Aquí no termina la anécdota. ¿Se los dije? Sucede que en la primera conferencia estaba junto a mí otro fanático sabatiano. No, por supuesto que no se trataba de ninguno de la Gran  Capilla Palermo – y como señalé líneas arriba – en aquella época no nos conocíamos, sí reconocí a un compañero de Estudios Generales que también llegó a las conferencias y terminada la charla no se imaginan lo que sucedió.  Pues, que mi compañero de Estudios Generales me dijo que antes que se retirara Sábato del escenario (apenas terminaran los aplausos), por qué no subíamos hasta el escenario del Teatro Nacional y le pedíamos unos autógrafos. Me lo insistía mientras los aplausos no cesaban y el griterío era enorme. ¿Lo haríamos? ¿Inalcanzable, accesible en el papel o a mucha distancia? ¿Inaccesible como un dios en su Olimpo? ¿Intocable? ¿Inasible? Mi compañero de Estudios Generales me lo proponía por segunda vez, a la tercera  éramos los primeros en estar cerca del maestro y obteníamos los autógrafos.  ¿Y saben qué libro me autografió?  El túnel. Confieso que me sentí frustrado o más que frustrado: la firma era una especie de garabato que dejaba impreso en mi libro. Lo miré y no lo creía, yo quería que se distinguiera con toda la firmeza del mundo su nombre: Ernesto Sábato. Que no cupiera ninguna duda, que él me lo firmaba, y no ese garabato débil y torpe que me estampaba en el libro.
No me importó, y pensé que conociéndolo a lo mejor era una especie de broma del maestro... saben ¿qué? ¡No! ¡Así firma! ¿La prueba? La demostración de lo que yo les confieso está que un lustro a los hechos que narro me compré los Ensayos completos de Sábato, y venía en la portada su firma en letras doradas: ¡Igual, idéntica a la que yo tengo en El túnel! Conclusión:  no me estaba paqueteando –como decimos los ticos-.

No, no crean, la anécdota todavía no termina. Falta “algo” que yo me he arrepentido toda mi vida, son cosas únicas, irrepetibles, que se dan una vez en el universo. ¿A qué no adivinan?  Yo les podría dar toda la eternidad y no se podrían imaginar lo que sucedió. Mejor se los cuento: Pues resulta que, conforme pasaron los minutos y nos quedábamos con el maestro hablando, otros vivillos y fanáticos se fueron acercando tímidamente. Sábato autografiaba con mi Parker, una Parker que idolatro a la distancia, ¿el por qué? Se me cayó en una rendija del piso de mi dormitorio y allí está hasta la fecha. Sábato firmaba con mi Parker. Mi compañero de Estudios Generales me insistía que nos quedáramos con el maestro Sábato, aún después de que me devolviera la Parker. Sostuvo, que a él le venían flojo los comentarios de las personas que lo traían a Costa Rica: el Cuerpo Diplomático estaba esperando que Sábato terminara de firmar los autógrafos para llevarlo a una Recepción de bienvenida que se le haría en la Embajada de Argentina.
Y Sábato seguía firmando libros, una joven demasiado tímida se le acercó para que le autografiara un libro,  no supo decirle alguna frase inteligente, algo que se saliera de lo normal, atinó a comentar que le gustaban demasiado sus novelas con un temor reverencial, y Sábato con la mayor naturalidad, y con la mayor sencillez le dijo que qué bien, se lo expresó - y eso fue lo que más me conmovió -  como un adolescente, como el joven agradecido que ha enseñado sus textos primerizos a un amigo, y el amigo le da su visto bueno, y el escritor promisorio se alegra de corazón.
Decía que mi amigo de Estudios Generales insistía que nos quedáramos, yo no decidía mientras Sábato continuaba firmando con mi bolígrafo Parker.
Terminada la sesión de autógrafos Sábato me devolvió el Parker, lo miré, le agradecía su devolución y yo igual que la jovencita no le dije gran cosa, sí pensé con ironía lo increíble que yo estuviera frente a un “inmortal”, que estaba frente a un hombre que pasaría a la posteridad, mientras nosotros, humanos simples, la Humanidad jamás tendría memoria que pasábamos por este mundo.
Al final, no me quedé con mi amigo de Estudios Generales. Marché,  me parecía que estaba fastidiando al Maestro Sábato, que no solo éramos los primeros en subir al escenario sino que, también le pedíamos autógrafos y que como consecuencia de abordar a Sábato en el escenario, otras personas se lanzaban a la caza de autógrafos porque los autógrafos no estaban “en la agenda” del escritor. ¿Qué más pedir?

Pasada una década de los acontecimientos en el Teatro Nacional, me encontré a mi amigo universitario, y lo primero que le pregunté sarcásticamente fue cómo le había ido con Sábato después que yo me marché.   Y lo confieso, en ocasiones pensaba de cómo habría terminado aquel encuentro. En las dos conferencias que siguieron no lo miré en el Teatro Nacional. Daba por un hecho que a los pocos minutos que yo me retiraba, Sábato se despedía de mi amigo y a continuación daría media vuelta y se iría con la comitiva que lo estaba esperando. ¡No, no sucedía de esa forma! Les cuento lo que pasó, ¿verdad?

Pues bien, yo me marché y como dije líneas atrás, cometí un error garrafal, enorme error craso. ¿La razón? Pues, que mi amigo de universidad, el muy “rata inmunda” se las agenciaba para que Sábato no se pudiera deshacer de él y tuviera que invitarlo a la Embajada de Argentina a la recepción que le ofrecían.
¡Lo invitaba porque el “rata inmunda” al igual que yo se leía Sobre héroes y tumbas, El túnel, y los ensayos! Estaba súper filoso con los argumentos y la crítica literaria internacional y nacional que leíamos en la Universidad. ¡Así que, mi amigo universitario, se sabía de pe a pe los recovecos y todas las historias y subhistorias que se daban en los textos sabatianos y súmele que el muy cabrón es simpático a la enésima potencia y tiene cara de buen chico entonces, no me extrañaba lo que me estaba contando! ¡La empatía se desarrolló esa noche en forma natural!
Pues sí, Sábato lo invitaba a la recepción, y claro, que no se iría con un grupo de personas que no conocía, el muy cabrón, el muy hijo de puta se iba con el mismo Sábato en el mismo coche, mientras los dos intercambiaban como viejos camaradas y escritores puntos de vista que antes no conocía Sábato de su obra.
Ustedes se pueden imaginar el colerón y la envidia de lo que pudo ser y no fue: que yo Julio el Barroco pude ser parte de la historia que me estaba contando mi amigo universitario, y que yo a su vez les cuento a ustedes. Que yo Julio el Barroco, si me hubiera quedado un poco más o no hubiera sido una persona tan correcta, pues la historia hubiese sido otra, una historia en la que yo hubiese sido el protagonista y no un simple narrador de aquel acontecimiento para mí maravilloso, no me pasó por pendejo.  Y lo vuelvo a repetir como lo he repetido varias veces: ¡la historia acá no termina! Bueno, me dije, el muy cabrón ha tenido una suerte endemoniada, hasta en la Universidad de Costa Rica, el profesor de Castellano de Estudios Generales también lo tenía entre sus simpatizantes, ¿qué otra sorpresa me podría dar? Y a la primera sensación de asombro comencé a sentir una cierta tranquilidad, mis nervios tensos se relajaban. La presión sanguínea fluía normal y tenía su ritmo sereno y acompasado, mi corazón bombeaba con menos prisa, y pensé: bueno, ya el muy cabrón me ha restregado una anécdota fantástica y casi surrealista, pienso que, no habrá más que contar, equivocado...  ¡faltaba algo más! Me dijo: “Ahhh, por cierto vieras que simpático Sábato, al despedirme, yo le di mi dirección postal para que me enviara una carta y sabés ¿qué? Me contestó la carta y me mandó una fotografía autografiada sentado en el parque Lezama, sí estás en lo correcto, en el mismo parque en donde se da inicio “Sobre héroes y tumbas”, ¿te acordás? En el parque Lezama, cerca de la estatua de Ceres. Eso último me trituró hasta el alma,  como si me hubieran tomado de la mano y me hubieran llevado de un jalón al séptimo cielo y enseguida me hubieran dejado caer. A este punto no existían palabras, la envidia esa palabra que entraña bajeza y las más enfermizas pasiones del ser humano se quedaba corta a lo que yo sentía, me contuve y no hice ningún comentario salido de tono o que pudiera tener cierta connotación de duda con la anécdota...  mi amigo de Estudios Generales me dijo que, me invitaba a su casa en Alajuela para que yo viera la foto y, la carta que le mandaba Sábato. No fui con la seguridad de que la historia era cierta.

(Fragmento: Cátedra en el café. San Pedro de Montes de Oca, 1985).

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