martes, 7 de septiembre de 2010

EL LABERINTO DEL VERDUGO POR CARLOS CORTÉS





El laberinto del verdugo. CARLOS CORTÉS.
Como anticipa el comentario de Juan Durán Luzio que le sirve de contratapa, El laberinto del verdugo de Jorge Méndez Limbrick marca el regreso al ciclo de grandes novelas en la trayectoria del premio Editorial Costa Rica, tal y como lo hizo en la década de 1970. La Editorial Costa Rica lo entendió así al inaugurar con este título su colección de novela negra –acorde con la evolución actual de la narrativa iberoamericana-, editarla de forma impecable y atractiva y, en especial, distribuirla ampliamente en las librerías comerciales. Quien tenga duda de su importancia puede leerla y comprobarlo por su cuenta.

El laberinto del verdugo es la segunda parte de Mariposas negras para un asesino (2005), Premio UNA Palabra 2004, y a su vez es la continuación de lo que promete ser una trilogía narrativa orgánica –un libro en tres partes-, no sólo una trilogía temática, consagrada a lo que el mismo autor denomina “la esfera suprema”, que es el grado máximo del conocimiento iniciático sobre el cual se estructuran los nudos narrativos de las dos primeras entregas: los asesinatos en serie de La Cofradía, la sombra evanescente de Julián Casasola Brown y la geografía fantasmagórica de la ciudad transmutada en el Valle de las Muñecas (o de las prostitutas, tema central de la novela inaugural). Las tres novelas, una vez publicadas, constituirán una especie de “trilogía sucia de San José”, para decirlo con el popular título del novelista cubano Pedro Juan Gutiérrez.

Como trasfondo, la obra incursiona en una temática antigua como el género humano: el secreto de la inmortalidad, la búsqueda de la sabiduría esotérica –que va de los hierofantes egipcios a los románticos de los siglos XVIII y XIX-, así como otros aspectos más claramente filosóficos (como la duda sistemática y la conciencia de la decrepitud humana y de la decadencia), y otros tópicos que, por un lado, la emparentan con la novela existencial, y por el otro, con su verdadero origen, que es la literatura gótica –como es el mito de Fausto, el mago que le vendió el alma al diablo a cambio de conocimiento, o las alusiones al vampirismo-.

El laberinto del verdugo muestra la paulatina construcción de un mundo imaginario hasta en sus últimas consecuencias y la indudable evolución estilística del autor, que pasa del lirismo histórico de su primera novela, Noche sonámbula (1998), al sarcasmo visceral de su trilogía actual. En la última década, Mario Zaldívar y Oscar Núñez incursionaron con holgura en la narrativa policíaca, pero El laberinto del verdugo va más allá, en su ambición narrativa, al ir de esta tendencia al universo caótico y perverso que Margarita Rojas explora exhaustivamente en su ensayo La ciudad y la noche. La nueva narrativa latinoamericana (2006).

En Méndez Limbrick no importan valores como la verdad y la justicia, y menos su indagación, sino su reverso encarnado en ambientes, situaciones y personajes estrafalarios que crean una sensación de vértigo dentro de una trama de novela gótica, nocturna, subterránea, que discurre sinuosamente “en la periferia de la periferia, en las márgenes de la infamia”, entre manicomios, parques solitarios, archivos misteriosos, morgues, bajos fondos urbanos y otros espacios opresivos.

Uno de sus mayores logros –que remite a este aspecto de la nueva narrativa- es la utilización del punto de vista y la posibilidad de contar la misma historia desde diversos ángulos, sin que sea evidente para el lector, y la constante relativización de lo narrado y de la percepción de los personajes. Por ejemplo, al ingresar en una discoteca y recibir las típicas burlas adolescentes contra los “rocos”, uno de los personajes interrumpe el típico discurso sobre “los buenos modales de antes” –todo tiempo pasado fue mejor- para admitir su hipocresía y confesar que estaría dispuesto a violar o recibir una felación de cualquiera de las “ninfas o ninfetas” que pululan en la atmósfera cargada de heavy metal y que él no es mejor que ninguno de aquellos “maleducados”.

Del mismo modo, los dos personajes principales se distancian de la realidad que perciben porque saben que es una ilusión hecha de inútiles convenciones sociales y que la condición humana no puede oponerse al “verdugo”, al “habitante mayor” de nuestras vidas. Los protagonistas se sienten superiores a los demás y acto seguido admiten su impotencia ante el destino y el patetismo corrosivo que los devora.

La acción, vertiginosa a partir del segundo capítulo –el primero es un tanto moroso y reflexivo-, nos lleva del manicomio al mall en un viaje a través de la modernidad, del interior al exterior. Henry de Quincey y Felipe Ossorio, psicópatas y asesinos en serie, condenados por los extraños crímenes de las prostitutas que conocimos en Mariposas negras..., de los que sin embargo son inocentes, planean su fuga desde el hospital psiquiátrico. Este hilo narrativo se cruza con el monólogo de una joven abogada, Beatriz Nigroponte, que divaga sobre la posible existencia de Julián Casasola Brown, una especie de conde de Saint-Germain, la enigmática figura de la Europa del siglo XVIII. Este es el disparador de una novela que no nos deja salir del laberinto hasta la última página.

1 comentario:

  1. El laberinto del verdugo se encuentra disponible a nivel mundial por medio de Librería Legado, además de otras obras de Jorge Méndez Limbrick:

    El Laberinto del verdugo: http://www.editlegado.com/mendez-limbrick-jorge-laberinto-verdugo-p-2543.html

    Noche sonámbula: http://www.editlegado.com/mendez-limbrick-jorge-noche-sonambula-p-1782.html

    Mariposas negras para un asesino: http://www.editlegado.com/mendez-limbrick-jorge-mariposas-negras-para-asesinonbsp-p-2290.html

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