miércoles, 4 de junio de 2025

ALESSANDRO BARICCO LA VÍA DE LA NARRACIÓN TEXTO COMPLETO



Alessandro Baricco (Turín, 1958) ha publicado en Anagrama las novelas Tierras de cristal, Océano mar, Seda, City, Sin sangre, Esta historia, Emaús, Mr Gwyn, Tres veces al amanecer y La Esposa joven, la reescritura de Homero, Ilíada, el monólogo  teatral Novecento, los ensayos Next, Los bárbaros, The Game y Lo que estábamos buscando, las reseñas de Una cierta idea de mundo y los artículos de El nuevo Barnum. La vía de la narración Baricco reflexiona sobre las narraciones y trata de desentrañar sus misterios. ¿Cuál es su sentido último y su mecánica interna? La narración tiene algo de jeroglífico y algo de mapa. Su alquimia surge en las esquivas y enigmáticas fronteras entre la magia y la ilusión óptica, entre el evento místico y el proceso químico. ¿Se puede enseñar a narrar? ¿Se puede aprender a hacerlo? El siguiente texto es la transcripción, convenientemente reelaborada, de una lección impartida en la Scuola Holden en noviembre de 2021. En aquella ocasión inaugurábamos la Cátedra Spencer, una especie de seminario permanente en el que el profesorado de la escuela se detiene a reflexionar de la mejor manera posible, y con toda la intensidad que requiere el caso, sobre su propia tarea docente. Vista la solemnidad del contexto (no dejaba de ser una inauguración, quiero decir), se me ocurrió intentar plantear una lección en la que, de forma extremadamente sintética y lo más clara posible, recogiera las principales cosas de las que he ido tomando conciencia desde que me ocupo de la narración. Me parecíaútil hacer un balance, por así decirlo, de la situación. Intentar esbozar un sistema. Digo todo esto para explicar por qué el texto, al hablar de la narración, se detiene a menudo en lo que significa enseñarla: en aquella clase había mucha gente que lo hace para ganarse la vida con ello. Imagino que si me hubiera encontrado en una reunión de pescadores sin duda habría prestado más atención a las historias marinas. Turín, abril de 2022 

 1 Ocurre a veces que teselas concretas de la realidad emergen del ruido blanco del mundo y se ponen a vibrar con una intensidad particular, anómala. A veces es como un agradable aleteo. Otras veces es como una herida que no quiere cerrarse, una pregunta que espera una respuesta. Un día de caza, para un hombre prehistórico, o el destello de una mirada ilegible en el metro, para nosotros. Allí donde se verifica esa vibración, se genera un tipo de intensidad que, cuando perdura en el tiempo –superando el estatus del puro y simple asombro–, tiende a organizarse y a convertirse en una figura dibujada en el vacío. Se podría decir que, para lograr una determinada permanencia, genera un campo magnético a su alrededor, dotado de su propia geometría. A estos campos magnéticos singulares les damos un nombre particular. Ese nombre es: historias. 

 2 Una historia es el campo de energía producido en el alma de uno de nosotros por la vibración inesperada de una tesela del mundo. Su génesis puede durar un instante o incubarse durante años. Su tiempo de germinación es un misterio. 

 3 La historia, por tanto, es siempre movimiento, pero no entendido como un paso rectilíneo de un punto A a un punto B, sino como la organización dinámica de una intensidad que procede de un choque de partida. Es el campo magnético que se forma alrededor de una iluminación. La historia no es nunca una línea, sino siempre un espacio. 

 4 Poseemos un cierto conocimiento de los campos magnéticos a los que llamamos historias. Por ejemplo, estamos familiarizados con cierto número de estructuras que adoptan las historias cuando habitan en el espacio mental de quien las genera para sí mismo. Son como figuras geométricas. Menciono aquí cuatro de ellas, a modo de ejemplo. El agujero negro. El mundo entero cobra vida en la atracción fatal hacia un agujero negro central, en gran medida ilegible, de algún modo sobrehumano y no pocas veces maligno. La dinámica del sistema es contradictoria porque todas las fuerzas del campo parecen proponerse como misión destruir la oscura fuente de vida que las genera y por la que se sienten atraídas y aterrorizadas. (Ilíada, Don Juan, Drácula) La reparación. El orden del mundo, por algún motivo, sufre una alteración y nada se asienta hasta que una fuerza paciente y muy decidida consigue volver a poner las cosas en su lugar. (En la frontera, El amor en los tiempos del cólera, Sherlock Holmes) El remolino. Existe una única cosa: un movimiento circular que vuelve obsesivamente al mismo punto. El resultado, sin embargo, no es cero. En su marcha, ese movimiento genera o consume mundo, alterando la totalidad de lo existente. (Odisea, Viaje al fin de la noche, la Recherche) La deserción. De la alineación de la materia se desprende un fragmento, aparentemente enloquecido, que pone en peligro toda la secuencia de la realidad. El resultado final es la regeneración del sistema o la aniquilación de la célula desertora. (Hamlet, El guardián entre el centeno, los Evangelios) 

 5 El hecho de que algunas historias se dispongan en el espacio mental reproduciendo figuras geométricas reconocibles no significa que podamos y debamos elaborar una taxonomía de las historias. De hecho, hacerlo sería imperdonable. Hay que evitar enérgicamente la tentación de atribuir a los seres vivos un repertorio de historias definido, circunscrito y arquetípico. Las formas de los campos magnéticos a los que llamamos historias son y deben seguir siendo ilimitadas. Hay que vigilar y proteger esa infinidad, pues a ella encomiendan los seres humanos el vínculo fundamental entre historias y libertad. 

 6 Como puede verse, en su momento auroral, las historias son la composición de determinadas fuerzas, casi como el entrelazamiento de corrientes marinas. No son en modo alguno un acoplamiento de personajes. Lo que llamamos personaje es el efecto de una acción conceptualmente sucesiva: los humanos, para leer mejor esas corrientes, les dan una forma antropomórfica. Los personajes, los caracteres, los héroes, siempre son la traducción antropomórfica de una energía, de una corriente, de una sección del campo magnético. El agujero negro, Aquiles. El remolino, Ulises. Quien ve a los personajes sin captar la fuerza y la forma geométrica que subyacen en ellos se detiene en la fachada de una historia, perdiéndose su corazón. 

 7 En este sentido, debemos entender que el aspecto psicológico de los personajes, el diagrama de su devenir psíquico, no es más que la formulación matemática, calculable, por así decirlo, de una figura antropomórfica, a su vez formulación didáctica de la pura irrupción de una fuerza. Lejos de ser el origen de una historia, el viaje psicológico de un héroe es meramente una lejana emanación de ella. Que emergiera a la superficie como la parte más visible de la narración es el resultado de una anomalía en la novela de los siglos XIX y XX, heredada posteriormente por la narración audiovisual. Pero ya Benjamin advertía del peligro de situar la novela, sin reservas, en el ámbito de la narrativa propiamente dicha. 

 8 Entendida como espacio, campo magnético, organización de un flujo de intensidad, la historia existe como un movimiento que, paradójicamente, no puede moverse. Habita, de forma invisible, en una mente individual o colectiva, y de ahí no puede salir. Hay que imaginarla como una esfera de energía y movimiento que descansa sobre sí misma, inaccesible. Incluso secreta. Muchos humanos la mantienen en ese estado de reclusión durante toda una vida. Proust los comparó con esas personas que, después de hacer fotografías, guardan las placas en el sótano, sin revelarlas nunca.

 9 Lo que saca a la historia de sí misma, trayéndola así al mundo, es el acto de contarla. Que, sin embargo, no es un acto natural ni indoloro. Para acceder a la forma del relato, la historia debe perder gran parte de sí misma. El relato es bidimensional, la historia vive en infinitas dimensiones. Es una esfera, debe convertirse en una línea. Es un espacio, debe convertirse en una secuencia temporal. Hay que llevar a cabo, por tanto, una reducción. El expediente técnico por el que una historia se reduce al formato del relato se llama trama. 

 10 No hay peor error que confundir trama e historia. 

 11 La trama es un viaje lineal dentro de una historia: solo pretende pasar por determinados puntos de la historia y hacer visible solo una parte de ella. Es como una línea de ferrocarril que cruza un continente. Quien viaje en esa línea no podrá decir que ha visto todo el continente, pero sí que lo ha habitado, visto, intuido. Y sabe lo que se puede hacer. 

 12 En una versión más sofisticada, que es el sello distintivo de las narraciones más elevadas, la trama puede disponerse no solo como una escaleta de acontecimientos, sino simultáneamente como una secuencia de formas, consistencias, tonos, ritmos. Al disponer en línea no tanto hechos como ambientes, cada uno de ellos con su propia forma y consistencia, recupera algo de la naturaleza original de la historia, que es espacio y no línea. Cuando esto ocurre –circunstancia harto infrecuente–, resulta válida una semejanza que puede sernos útil para la comprensión: del mismo modo que los mapas geográficos, aunque limitados por el veredicto matemático que decreta que es imposible reproducir exactamente una superficie esférica sobre una superficie plana, consiguen dibujar el mundo con figuras que no son una lista del mundo, sino una representación real del mismo, por muy imprecisa que resulte, así la trama, en su versión más sofisticada, consigue plasmar la complejidad esférica de las historias en la superficie plana de la narración, recuperando, aunque sea de forma imprecisa, la naturaleza del ambiente, del espacio, del mundo. En el mejor de los casos, las tramas son proyecciones geográficas. Mapas de historias. 

 13 Así pues, en el principio están las historias. Campos magnéticos. Espacios de intensidad. Las tramas las habitan, las atraviesan y las hacen legibles. Son jeroglíficos que las significan, mapas que las representan. Para que el acto de contar historias se verifique de la forma más completa, falta un último componente químico, el más misterioso de los tres, el único que tiene algo que ver con la magia. Intermedio Brevísimo ensayo sobre El viaje del escritor, de Christopher Vogler El libro que más ha determinado la idea colectiva de lo que es contar historias en los últimos treinta años lo escribió un guionista estadounidense, Christopher Vogler, a principios de los noventa. Se titula El viaje del escritor (The Writer’s Journey: Mythic Structure for Storytellers and Screenwriters, 1992). 

Cualquiera que haya asistido a una escuela de storytelling o de escritura creativa se habrá encontrado estudiándolo, y la cosa no debe extrañarnos: en un tipo de enseñanza a la que le cuesta encontrar bases «científicas», desdibujándose a menudo, para consternación del gran público, en una especie de impresionismo sacerdotal, el libro de Vogler ofrecía reglas, trazaba esquemas, aseguraba resultados: los éxitos de Hollywood, perfectamente alineados con esa biblia, estaban allí para demostrar que sus teorías no eran castillos en el aire. 

 Como es bien sabido, la convicción de Vogler –heredada de Campbell y, lejanamente, de Propp– es que todas las historias del mundo derivan de un único modelo original y arquetípico. En la práctica, existe una única historia, reformulada hasta el infinito: un héroe es llamado a realizar una hazaña, parte para llevarla a cabo, logra superar todas las pruebas a las que se le somete y luego regresa al mundo llevando consigo una nueva sabiduría o un nuevo poder. No hay que pensar inmediatamente en dragones y caballeros. Incluso Casablanca o Tiburón, dice Vogler, funcionan así. Lo mismo ocurre con Moby Dick, para entendernos. Y la hazaña a la que el héroe está llamado podría ser «simplemente» la de hacerse mayor, o la de conquistar a su compañera de pupitre. 

Digamos que el viaje del héroe es el nombre de una secuencia de acontecimientos que Vogler considera arquetípica: que se trate luego de guerras intergalácticas o de la vida de un chiquillo en la Inglaterra rural de principios del siglo XX, cambia poco las cosas. Vogler demuestra que sabe mucho acerca de esta secuencia. Cada uno de los pasajes, explica, es una caja que contiene otros, más pequeños. Así, por ejemplo, la partida del héroe hacia su tarea no es un acto tan simple, sino que pasa por unas estaciones bien definidas: primero vive en un mundo normal, luego recibe la llamada, al principio la rechaza, después encuentra a un Mentor, luego, por fin, se marcha, cruzando con cierta solemnidad un umbral que lo conduce a la segunda parte de la historia. A su vez, cada una de estas estaciones tiene su geografía particular, una serie de formulaciones posibles; es fácil decir que el héroe «encuentra a un Mentor»: en realidad, el asunto tiene toda una serie de variantes que Vogler se esfuerza en catalogar y poner a disposición del aspirante a narrador. Lo mismo ocurre con lo que hemos llamado Umbral: no debemos pensar en una puerta pura y simple, el de umbral es un concepto muy articulado y con miles de matices, del que conocemos una serie de variantes. En resumen, para cada pasaje hay muchas formas de realización.

 Pero, al final, dice Vogler, nada cambia el hecho de que los pasajes son esos: hay un Mentor, y un Umbral también, y están colocados en ese mismo punto de la secuencia, desde siempre y para siempre. Si uno aplica esta convicción a todas las etapas de ese viaje, a todos sus pasajes, obtiene un fascinante sistema de cajas chinas donde prácticamente todo lo que puede ser relatado está contemplado, regulado, fijado. Hay que añadir que el sistema cuenta también con su propia elegancia formal: Vogler dice que está estructurado en tres actos, según una proporción armónica: el segundo acto, el de la aventura propiamente dicha, es tan largo como la suma del primero (la partida) y el tercero (el regreso). Amén. Se entenderá que tal repertorio de certezas haya representado durante años un fantástico amarre para los muchos que se han encontrado navegando por el mar abierto de las historias. Incluso en los días de cansancio, no hay nada como una buena clase sobre el viaje del héroe para volver a casa con un buen subidón del propio prestigio como docente. Sin embargo, ya es hora de regresar a las raíces del acto de narrar y poner fin a los atajos que el método Vogler ha puesto en circulación. Es importante despertar de ese agradable hechizo y recordar que el sistema por el que los humanos producen historias es mucho más complejo y libre de lo que reconoce el viaje del héroe. 

 La idea de que una historia puede remitir en su totalidad al desarrollo lineal de un personaje es ingenua y reduccionista. Como he intentado explicar, a eso se le llama trama y no es más que una reducción de un mundo esférico, la historia, preexistente a aquella. El propio héroe, al que Vogler confía la espina dorsal de la narración, no es sino una tardía y, en el fondo, infantil antropomorfización de algo más ambiguo, subterráneo y misterioso que se mueve en el espacio mental del narrador, por zonas donde no rige ninguna ley. 

Por molesto que resulte (y por problemática que resulte así una lección de escritura creativa), la producción de historias comienza en un universo que es, por así decirlo, alquímico: la química de la trama, como hemos visto, solo consigue iluminar una mínima parte. Todas las reglas de Vogler, generalmente llenas de sentido común, siguen siendo los muebles de una casa deshabitada, porque construyen la trama en ausencia de una historia: no son la consecuencia de una vida, sino su sustituto. Cuando uno las lee, le producen ese mismo desconcierto ambiguo que se siente al pasar por las habitaciones vacíasde una tienda de muebles. Sería insensato negar que les pertenece una cierta sabiduría artesanal: pero ahora es importante recordar que saber construir una mesa no es más que una parte circunscrita al acto que llamamos habitar. Por ello también se puede trabajar con el texto de Vogler para combatir la confusión obtusa de tantos experimentos narrativos; a veces, incluso puede ser necesario, para reducir los daños, intentar reconducir el material indistinto de un narrador novato a una estructura de tres actos: pero me gustaría recordar aquí que detenerse en ese punto es triste e imperdonable. Más aún: es peligroso. 

Este es quizás el aspecto más importante. En el método Vogler hay un veneno y es necesario que seamos capaces de verlo. Quien quiera saborearlo, lo encontrará en este pasaje, que sin prudencia aparece ya en la tercera página del libro, tan orgulloso de sí mismo: Los relatos edificados sobre los fundamentos básicos del viaje del héroe poseen un atractivo que está al alcance de cualquier ser humano, una cualidad que brota de una fuente universal ubicada en el inconsciente colectivo y que es un fiel reflejo de las inquietudes universales.¹ Lo que Vogler formula sin rodeos es una tesis a la que nos hemos acostumbrado sin demasiadas reticencias. Lo cierto es que formula una enormidad. Dice que las reglas del viaje del héroe no son una hábil organización del material narrativo, sino una estructura que procede a priori del inconsciente compartido: si sabes utilizarlas, obtienes un poder universal porque no algunos humanos, sino todos, encuentran en ellas sus propias preguntas, su propia manera de estar en el mundo y, en general, sus propios orígenes. Todos somos héroes y todos tenemos un viaje que realizar y del que regresar. Es un destino que nos precede y que permanecerá inalterable después de nosotros. Por lo tanto, si se encontrara a un narrador capaz de relatar ese viaje, no existirían límites para su público potencial: hasta la expresión público de masas sonaría reduccionista. Contar a todos la historia de todos: el sueño del cine de Hollywood. 

 Lo cierto es que podemos afirmar con una relativa seguridad que el viaje del héroe, lejos de ser una secuencia narrativa universal y arquetípica, es el producto claro, históricamente determinable y completamente artificial, de un pensamiento dominante, que de generación en generación ha ido transmitiendo una vivencia-madre donde está contenido el ADN mental y ético útil para la dominación. Lejos de ser el producto de un inconsciente compartido, la cadena narrativa del viaje del héroe es el instrumento con el que la lengua de la dominación intenta absorber el escándalo del inconsciente individual. Pretendiendo encarnar las preocupaciones universales, fija principalmente las preocupaciones del pensamiento dominante. No remite a una humanidad que de veras existe, sino más bien a una humanidad esclavizada que se ha alineado con las consignas del vencedor. Al igual que la Ilíada y la Odisea fueron el manual de cierta clase dirigente del siglo VIII a. C., el repertorio de figuras mentales con las que se construye el viaje del héroe coincide plenamente con la epopeya conceptual de una forma específica de dominación, que se manifiesta históricamente a principios del siglo XIX:el mito del héroe que cambia el mundo, la obsesión por el individualismo, el culto incuestionable del progreso, la idea de que la superación de una serie de pruebas es lo que lo genera, la necesidad estructural de un enemigo, la necesidad del optimismo y, por tanto, del final feliz, e incluso la convicción de que las cosas suceden de forma lineal y según una arquitectura ordenada y racional: ¿quién no reconoce las señas de identidad de una determinada civilización productiva y, al mismo tiempo, sus deudas evidentes con una idea militar y guerrera de la existencia? Son figuras mentales que sirven para construir trabajadores mansos y soldados convencidos: las dos fuerzas que necesitaba esa civilización. Han llegado hasta nosotros como una herencia envenenada, que ha ayudado a delimitar el perímetro del ciudadano ideal, es decir, del siervo inconsciente. 

Cuando, por el contrario, los humanos viven una locura espectacular, hamletiana, transmitiéndose de manera clandestina que el progreso es solo una de las direcciones posibles y, de entre todas, la más dudosa; que las pruebas no son obstáculos que hay que superar, sino escenarios que hay que habitar; que nadie es un individuo, sino todos una parte del todo; que la mayor parte de las experiencias no conducen a un aumento del saber y del poder; que quien necesita un enemigo para existir está sembrando la destrucción; y que los acontecimientos de una vida ni respetan un orden ni lo generan. Estas y otras figuras mentales los humanos las cultivan de forma clandestina, y retenerlas como historias es precisamente uno de los sistemas con los que las resguardan. Quien narra tiene algo que ocultar. Por eso, quienes enseñan a contar historias tienen una gran responsabilidad. En cierto modo, están llamados a compartir una clandestinidad y a defender una insumisión. Luego, después, llegará también el momento de ocuparse del mobiliario, y el placer de enseñar a construir mesas sólidas, útiles y hermosas. Pero solo después. Antes, enseñar a narrar coincide esencialmente con ser capaz de regenerar cuotas de libertad, eliminando bloqueos y miedos. Por eso enseñar el viaje del héroe de forma perezosa no solo es una tontería, sino que resulta contraproducente. Cada vez que lo hacemos, transmitimos una forma de dominación, y al aprovecharnos del desconcierto de los seres vivos, les robamos loque sería la recompensa de ese desconcierto, es decir, la libertad. Fin del intermedio. 

 14 Donde hay una historia, apoyada por una trama, lo que falta todavía es una voz. El estilo. 

 15 El estilo es de unos pocos. Surge de una intimidad muy elevada y misteriosa con un material concreto. No se puede enseñar, se posee. Es un acontecimiento. Ocurre cuando el lenguaje, cualquier lenguaje, deja de ser una herramienta externa y se convierte en la prolongación de un cuerpo. Mano, no martillo. Respiración. 16 El estilo, por tanto, es cuerpo. Lo es del mismo modo ambiguo que lo es la voz: una extensión incorpórea del cuerpo que se asoma hacia lo eterno. Una vibración que se convierte en sonido. 17 Cada estilo –como cada voz– es un sonido único. Se puede imitar, evidentemente, pero su código genético está enterrado en una región inaccesible del individuo. El big bang que lo generó es puro misterio. De ahí esa forma de asombro, cuando no de sospecha, que el estilo difunde a su alrededor. De manera instintiva, la gente percibe el peligro latente de un fenómeno que procede de las tinieblas. Cuando, por el contrario, el estilo, siempre, es luz.

 18 En el estilo, la historia y la trama adquieren cuerpo, y así se convierten en tierra, y en realidad definitiva. Antes de que intervenga una voz, son un acontecimiento interrumpido, un instrumento musical perfecto que nadie está tocando.

 19 El estilo es lo que mantiene unidos el cielo y la tierra, por así decirlo. El cielo de las historias, la tierra de la realidad. 

 20 Así pues: Narrar es el arte de dejar andar una historia, una trama y un estilo en el flujo de un único acto. Su propósito es mantener unidos el cielo y la tierra. 

 21 Es posible encontrar formas imperfectas. Más que imperfectas, parciales. Historia y trama sin estilo. Lo que queda no es verdaderamente real, no incide en lo existente, reside en un mundo paralelo al que se le ha dado un nombre muy preciso: entretenimiento. Historia y estilo sin trama. Variante muy atractiva. El narrador se asoma hacia la narración, pero luego, esencialmente, se retira de ella. El rito se vuelve solitario, onanista. La historia vuelve a encerrarse en sí misma, pero tras haber dejado a sus espaldas un resplandor de luz. El sentido de esta castración –difícil de erradicar en quienes se entregan a ella– podría ser la convicción íntima de que una historia sedisuelve si se expone demasiado a la mirada de los demás. Por otra parte, también es posible que, en cambio, se trate de un caso de pudor, de miedo, de represión: no todo el mundo está dispuesto a aceptar hacer realidad sus historias. Estilo y trama sin historia. A menudo se trata de ensayismo que se disfraza de narración. 

 22 Hay casos aún más minimalistas. La historia por sí sola es poco más que una sensación. La trama por sí sola es un gesto infantil. El estilo por sí solo es poesía. 

 23 Pero a menudo ocurre que historia, trama y estilo aparecen convenientemente entremezclados, en ese ejercicio dorado de lo que llamamos narrar. En un número limitado de casos, su fusión es tan rotunda que borra todas las marcas de sutura y las huellas de construcción. Entonces narrar alcanza cotas en las que aparece como magia y no como ese proceso químico que, en el fondo, es. Esta ilusión óptica, este desplazamiento hacia el mito, lo convierte entonces en un acontecimiento casi místico, y ahí tiene su momento esa relación particular con la verdad que a veces se le ha atribuido.

 24 Enseñar esa rotundidad –el acto dorado de la narración– no es fácil, pero solo una visión distorsionada de lo que es un narrador puede llevar a pensar que es imposible o incluso una estafa. En realidad, sabemos exactamente dónde podemos intervenir y dónde no. Podemos educar para reconocer las historias, para comprender su forma, para acogerlas y manejarlas sin hacernos daño. Podemos enseñar a construir una trama, de modo que sea un mapa completo y un jeroglífico legible. No podemos enseñar el estilo, pero podemos darle seguridad, defenderlo, hacerlo crecer. Y si no podemos enseñar a tener una voz, podemos enseñar a cantar a los que la tienen. 

 25 Así, el acto de contar historias se transmitirá de generación en generación y no se perderá nada de lo que los seres humanos saben hacer para dar sonido a ciertas vibraciones misteriosas del mundo. Apostilla La Narración como Vía De manera consciente o no, quien narra elige una enorme cantidad de veces: toma decisiones. Una palabra en lugar de otra, la longitud de la frase, el movimiento de las manos, el volumen de la voz. Una buena parte de estas decisiones se toman muy deprisa y de un modo que parece en gran medida instintivo: sería difícil remontarlas enteramente a cierto saber, a una experiencia adquirida. Pero si no vienen de ahí, ¿de dónde vienen? Es una pregunta que vale para casi todos los componentes químicos de la narración, tal y como los hemos reconstruido. ¿Qué tienen de particular esas teselas que vibran y que son el punto de partida de todo? ¿Por qué precisamente esas, de entre tantas? Y la forma de loscampos magnéticos: ¿se genera por pura casualidad o replica figuras que vienen de lejos? 

En el momento en que los sustituimos por personajes, ¿qué nos empuja a elegir ese personaje en lugar de otro? ¿En qué se diferencian las soluciones argumentales que se nos ocurren de las que se les ocurren a otros narradores? Por no hablar del pasaje más misterioso, el estilo: ¿de dónde viene el milagro de una voz? Parece legítimo pensar que al menos una parte de esas elecciones procede de una zona prerracional o posrracional del narrador, una región sobre la que su conciencia ejerce un control muy relativo. Barrios del Yo que se encuentran fuera de las murallas, que han crecido a cielo abierto más allá de las fortificaciones erigidas por el principio de realidad. Barrios prohibidos, en cierto modo. Ciertamente aislados durante mucho tiempo. Teselas del inconsciente, podríamos decir. La narración como mensaje del inconsciente. Como palabra largamente aplazada y, al final, pronunciada. Me viene a la cabeza lo que decía Lacan. 

El inconsciente, afirmaba, no es el contenedor de un pasado reprimido, sino el capítulo dejado en blanco en el texto de una existencia. No esalgo que viene del pasado, sino, decía astutamente, del futuro anterior. También pensaba, con una reflexión estéticamente espléndida, que no debemos imaginarnos como el germen de una semilla, ni como el resultado de un pasado: más bien como la consecuencia aún no realizada de un futuro anterior. Somos el cumplimiento de una profecía que yace, no escrita, en nuestro inconsciente, en las páginas de nuestra historia que hemos dejado en blanco. Un día se habrá escrito: él creía que eso ocurre en la palabra analítica, en la praxis analítica. Y que escribir la profecía, rellenar las páginas en blanco, era también una forma de reescribir el propio pasado. ¿Sería eso sanar, o, por lo menos, llegar a la realización? Lo inconsciente que hay en el acto de narrar parece llevar precisamente a este tipo de reflexiones. La mayoría de las veces tenemos la convicción de que narramos cosas que nos han sucedido y de que lo hacemos basándonos en cómo somos. Pero la multitud de elecciones instintivas que hacemos para narrar procede más probablemente de lo que aún no somos y de cosas que aún no han sucedido. 

En una zona de la que tenemos poco control, y que incluso podríamos llamar inconsciente, pescamos formas y materiales que serían nuestros, pero que aún no lo son: en ese acto vienen al mundo, convirtiéndose en profecía cumplida. El que narra, se convierte. No se limita a organizar el pasado, sino que suscita el futuro. Mientras, en apariencia, relee páginas ya escritas tiempo atrás, con la parte más animal e instintiva de su narrar está escribiendo las páginas en blanco que había dejado a sus espaldas. De este modo, al narrar, completa un largo viaje y llega a su realización. Pues si hay una meta a la que puede aspirar la conciencia, esta no puede prescindir de la capacidad de soldar lo consciente a lo inconsciente, lo escrito a lo por escribir: quien narra conoce el punto exacto de esa soldadura. Todo esto debería inclinarnos a reconsiderar el alcance de un acto como enseñar a narrar. Ahora que empieza a reconocerse como enseñanza profesional, útil para iniciarse en la práctica de un oficio, quizá ha llegado el momento de ir más lejos, y considerarla también como una Vía posible: la Vía por la que se puede alcanzar una cierta culminación de uno mismo. Si narrar es el acto en el que los seres humanos pueden encontrar alguna forma de desvelamiento, aprender a hacerlo a la sombray a la luz de un maestro puede convertirse en una práctica que encuentra su propósito en sí misma. Narrar para narrar y, con ello, completar el texto de la propia existencia. 

El cuidado de la técnica, la atención por los detalles, el esfuerzo de la corrección serían entonces ese protocolo de cuidado que está presente en todos las Vías, donde la meta espiritual más elevada pasa siempre por el éxito de un gesto de la mano, del ojo, del cuerpo. Fuera del círculo restringido de los que saben realizar esos gestos con una especial pericia, se multiplica el número de los que aspiran a realizarlos de manera meramente educada, y a practicarlos, y a perfeccionarlos. Se percatan de que en su repetición habita una disciplina antigua, una Vía entre otras. No parece insensato encomendarle la tarea posible de llevar a término breves existencias individuales, soldando cuanto es cierto en su conciencia con lo que aún es página en blanco y carta boca abajo. Escribir un relato como participar en una ceremonia del té. Fin. [←1] Christopher Vogler, El viaje del escritor, Barcelona, Ma non troppo, 2002, traducción de Jorge Conde, p. 43.

martes, 3 de junio de 2025

Dan Simmons Los vampiros de la mente PRÓLOGO

 

                



    Son algo más que tres viejos brujos. Son criaturas impías con poderes para controlar las mentes ajenas mientras alimentan emociones generadas durante sus asesinatos rituales. Una vez al año, estos vampiros de la mente se reúnen para con sus horribles juegos dividir, confundir y violar las almas humanas. Pero esta vez algo ha fallado y los tres deben enfrentarse a un indescriptible horror. Ellos y su inocente presa están abocados a una dura lucha que decidirá sus destinos y el del mundo entero.

Desde la basura nazi de la Segunda Guerra Mundial a los secretos concejos que se celebran en Estados Unidos, el horror bajará a las calles y los vampiros de la mente desarrollarán un poder que crece en la penumbra del siglo XX y en la parte oscura de la mente humana.

lunes, 2 de junio de 2025

Edward Morgan Foster Pasaje a la India CAP I

 


Edward Morgan Foster Pasaje a la India

 

Primera parte MEZQUITA Capítulo primero

 

Si se exceptúan las Cuevas de Marabar -y están a veinte millas de distancia-, la ciudad de Chandrapore no tiene nada de extraordinario. Limitada, más que bañada, por el Ganges, sigue su curso por espacio de unas dos millas y apenas es posible distinguirla de los detritos que el río deposita tan generosamente. Como el Ganges no es allí sagrado, no existen escalinatas para bañarse y, en realidad, no puede hablarse de vistas sobre el río, ya que los bazares cierran por completo el amplio y cambiante panorama de su corriente. Las calles son miserables, los templos carecen de interés, y aunque existen unas cuantas casas de calidad están escondidas entre jardines o al fondo de avenidas tan sucias que sólo la persona que ha sido invitada personalmente se siente con ánimos para llegar hasta ellas. Chandrapore no ha sido nunca una ciudad hermosa o de grandes dimensiones, pero hace doscientos años estaba situada en el camino entre la Alta India-entonces imperial- y el mar, y las casas nobles datan de ese período. El gusto por la decoración se extinguió en el siglo XVIII y tampoco puede decirse que fuera siempre democrático. En los bazares no existen pinturas y las esculturas son excepcionales. La misma madera parece hecha de barro y sus habitantes son como barro en movimiento. Todo lo que se ve resulta tan insignificante y tan monótono que cuando el Ganges baja crecido cabría esperar que hiciese desaparecer esas excrecencias que forman la ciudad, devolviéndolas a la tierra. Es cierto que algunas casas se hunden, y hay personas que se ahogan y llegan a descomponerse después in situ, pero la silueta de la ciudad en cuanto tal no se modifica, hinchándose un poco aquí y encogiéndose otro poco allá, como si se tratara de alguna elemental e indestructible forma de vida.

 

Hacia el interior la perspectiva cambia. Existe una gran explanada de forma oval y un largo hospital amarillento. Las casas que pertenecen a los euroasiáticos se hallan situadas en alto, junto a la estación de ferrocarril. Más allá de la línea férrea -que corre paralela al río- la tierra desciende para subir después, otra vez, de manera bastante abrupta. En este segundo altozano se encuentra la reducida zona residencial de los funcionarios ingleses, v visto desde aquí, Chandrapore parece un lugar completamente distinto: una

 

ciudad de jardines, y aún más que una ciudad, un bosque- en el que apenas se distingue una cabaña de cuando en cuando- o un parque tropical bañado por un noble río. Las palmeras, las margosas, los mangos y las higueras de las pagodas, todos los árboles escondidos antes detrás de los bazares, se hacen ahora visibles y ocultan a su vez los edificios. Se alzan en jardines donde antiguos aljibes los alimentan, estallan en suburbios sofocantes y rodean templos carentes de belleza. Buscando luz y aire, y dotados de más fuerza que el hombre o sus obras, se remontan sobre el sedimento inferior para saludarse unos a otros con ramas y hojas que se hacen señas y con las que construyen una ciudad para las aves. Especialmente después de las lluvias, cubren lo que sucede debajo, pero siempre, incluso cuando están abrasados o han perdido todas las hojas, se encargan de ensalzar la ciudad para los ingleses que viven en lo alto, de manera que los recién llegados no quieren creer que sea tan mezquina como se les describe y se hace necesario pasearlos por ella para que se desilusionen. En cuanto a la zona residencial de los funcionarios, no provoca emociones. A nadie cautiva ni a nadie repele. Planeada con sentido común, tiene delante un club de ladrillos rojos y detrás una tienda de comestibles y un cementerio; los bungalows, por su parte, están colocados a lo largo de calles que se cruzan en ángulo recto.

 

No hay nada que sea horrible, pero sólo el panorama es hermoso; tampoco comparte nada con la ciudad, a excepción del cielo que todo lo cubre.

 

También el cielo tiene sus cambios, aunque menos pronunciados que los de la vegetación y el río. A veces las nubes le dan relieve, pero de ordinario es una cúpula de mezclados colores, con predominio del azul. Durante el día el azul palidece hasta convertirse en blanco allí donde toca el blanco de la tierra; al ponerse el sol esa franja adquiere una nueva tonalidad: un anaranjado que se disuelve hacia lo alto en el más suave de los morados. Pero el núcleo azul persiste, y lo mismo sucede de noche. Entonces, las estrellas cuelgan como lámparas de la inmensa bóveda. La distancia entre la tierra y los astros no es nada si se la compara con la distancia que hay detrás, y ésta, aunque más allá del color, es la última que se libra del azul.

 

El cielo lo determina todo: no sólo el clima y las estaciones, sino también cuándo se hermoseará la tierra, que, por sí sola, puede ha- ate muy poco: únicamente débiles explosiones florales. Pero si el cielo así lo decide, llueve gloria sobre los bazares de Chandraporeo hay una bendición que cruza de un lado a otro el horizonte. El cielo puede hacer esto por ser tan fuerte y tan enorme. La fuerza le viene peí sol; que se la infunde diariamente; el tamaño, de la postración de la tierra. Ni una montaña quiebra la curva. Legua tras legua la

 

tierra permanece llana, se alza un poco, vuelve a bajar. Solo al sur un grupo de puños y dedos, surgidos del suelo, interrumpen esta interminable llanura. Esos puños y dedos son las Colinas de Marabar, que contienen las extraordinarias cuevas

domingo, 1 de junio de 2025

ANTOLOGÍA PALATINA II LA GUIRNALDA DE FILIPO INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE GUILLERMO GALÁN VIOQUE

 



NOTA EDITORIAL 

 Este segundo volumen de la versión castellana de la Antología Palatina se publica veinticinco años después del primero, que fue traducido y prologado admirablemente por Manuel Fernández Galiano (BCG 7, 1978). Si esa Antología Palatina I ofrecía los poemas helenísticos antologizados en la llamada Guirnalda de Melea gro (y unos pocos más), la Antología Palatina II recoge los de la posterior Guirnalda de Filipo. Tanto uno como otro tomo presentan un rico conjunto de breves poemas que corresponden a una época precisa de la lírica griega. Uno y otro tienen, en este aspecto, una unidad propia, aunque resulta evidente, por otro lado, la relación y continuidad entre ambos, en su variada temática y sus reiterados tópicos epigramáticos. 

 El lector advertirá algunas divergencias en la presentación de esta versión frente a la de la Antología Palatina I. Mientras allí los epigramas están ordenados por la cronología de sus autores, según el criterio adoptado por Fernández Galiano, aquí se ha preferido la ordenación alfabética, por nombres de autor, más tradicional en las ediciones modernas. En este tomo los poemas figuran numerados consecutivamente, y no se recoge al lado, entre paréntesis, la numeración del antólogo anónimo del manuscrito palatino.

 A cambio, el traductor ha situado, al final del volumen, una tabla útil y precisa de correspondencias entre una y otra lista. Mientras que en el tomo primero se ofrecía después del nombre de cada poeta una 8 ANTOLOGÍA PALATINA escueta semblanza, aquí se ha preferido proporcionar esos datos en nota a pie de página y añadirle una selecta bibliografía. Las abundantísimas notas y referencias bibliográficas de este volumen se justifican por tratarse de una primera versión en nuestra lengua de textos de múltiples alusiones y ecos literarios.

 Ésta es la razón de que presente una amplia y erudita introducción, muy útil para la mejor comprensión de este género poético y sus reflejos en la tradición anterior y posterior. Por otra parte, ésta no es una versión rítmica, según un fijo, es quema acentual, como lo era la de Fernández Galiano, sino una traducción en prosa, muy fiel y muy bien anotada; pero aquí se ha conservado, en su presentación gráfica, la disposición de los versos originales. Hemos tardado mucho, por más de un motivo, en editar esta continuación de la Antología Palatina. Pero la calidad del presente volumen acredita, pensamos, que la demora ha valido la pena. Carlos García Gijal

sábado, 31 de mayo de 2025

FILÓSTRATO CARTAS DE AMOR FRAGMENTOS

 



FILÓSTRATO CARTAS DE AMOR 

1 [A un jovencito]

1 Las rosas, dejándose llevar por sus hojas como si fueran alas, se han dado prisa por llegar hasta ti. Acógelas con cariño, ya por ser el recuerdo de Adonis, ya la tintura de Afrodita2, ya los ojos de la tierra3. Cierto es que al atleta le corresponde el acebuche, al Gran Rey la recta tiara4 y al soldado el yelmo, pero 1 Ep. 29 en la edición de Olearius. 2 El episodio de la muerte de Adonis herido por un jabalí y el sufrimiento de la diosa Afrodita están Intimamente ligados al nacimiento y al color de la rosa, pero las versiones literarias de este detalle etiológico son múltiples. En el Canto fúnebre por Adonis de Bión (frg. 1.64-66) las rosas brotan de la sangre de Adonis y, a su vez, Nicandro (frg. 65 Schn. = Escolio a Teócrito V 92) re lata que la diosa, mientras corría para encontrarse con su amado malherido, se pinchó con las espinas de la rosa y la flor, que hasta entonces había sido blan ca, quedó teñida con su sangre (cf. Ep. 4). 3 Los ojos empleados como metáfora por la parte más hermosa. En la no vela de Aquiles Tacio (II 1) se reproduce la letrilla de una canción dedicada a la rosa en la que se la llama entre otras cosas «ornato de la tierra» y «ojos de las flores». 4 La «recta tiara» es conjetura de Boissonade a partir de una intuición de Wesseling basada, a su vez, en Jenofonte, Anábasis II5, 23, pasaje en el que se recoge que éste era atributo exclusivo del Gran Rey de los persas. 120 FILÓSTRATO a un jovencito hermoso las rosas, por la afinidad en el aroma y por la familiaridad en el color; sin embargo, no serás tú quien se ciña con las rosas, sino ellas contigo5.

 2 [A una mujer]6 Te he enviado una corona de rosas, no tanto para honrarte —aunque en verdad también para esto—, como para hacer un favor a las propias rosas, para que no se marchiten7. 5 Nótese cómo con este ocurrente final Filóstrato no sólo invierte el géne ro del anathematikón (genus dedicatorium) al privar al regalo de su condición excepcional, sino que al mismo tiempo se está invirtiendo o anulando la estruc tura priamélica, pues el aserto de que la rosa compete a los jovencitos (resalta do sobre el de que el olivo, la tiara o el yelmo corresponden al atleta, el rey o el soldado respectivamente) es invalidado en el momento en que se afirma que es realmente el joven el ornato de la flor. Este tipo de construcción antitética se puede leer en Ep. 2 y 9 y es corriente en los epigramas de la Antología Palati na (cf. V 90, 91 y 142 anónimos y V 143 de M eleagro). 6 Ep. 30 en la edición de Olearius. Algunos manuscritos de la familia 1 in titulan «Al mismo» o «A un jovencito». 7 Sobre este tipo de anathematikón invertido en el que el regalo no benefi cia al destinatario, sino que aquél se ve favorecido por éste, véase la nota 5. Re mitimos también a las páginas de nuestra «Introducción» donde se reproduce el poema de Ben Jonson «A Celia», en el que el poeta inglés se expresa en térmi nos idénticos a los del sofista. Bibliografía sobre la influencia del epistolario de Filóstrato sobre la obra de Ben Jonson puede consultarse en A. R. Benner, F. H. Fobes, The Letters of Alciphron, Aelian and Philostratus, Cambridge (Mass.)-Londres, 1949, pag. 417. CARTAS DE AMOR 

 3 [A un jovencito]8 121 Los lacedemonios se vestían con corazas teñidas de púrpu ra, bien para impactar a sus enemigos por el sobrecogimiento que produce su color, bien para no distinguir la sangre por la si militud del tinte9. Vosotros, en cambio, hermosuras, tenéis que pertrecharos sólo con rosas y aceptar de los amantes esta arma dura10. Así, el jacinto11 le corresponde al mozalbete blanqueci no, el narciso al moreno, pero la rosa a todos, porque también fue mozalbete hace tiempo12, y flor, y medicamento y ungüen to13. Ellas persuadieron a Anquises, ellas desalmaron.a Ares, 8 Ep. 27 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitulan «Al mismo». 9 Noticia tomada de las Antiguas costumbres de espartanos 24 de Plutar co (Mor. 238F), de donde se suprime la primera de las razones por la que se vestían de púrpura, a saber: porque lo consideraban un color muy varonil. So bre esta misma anécdota escriben también Jenof. (Anábasis 12, 16, La repú blica de los lacedemonios 11.3), Eliano (Historias curiosas V I6) y V alerio Máximo, I I 6,2 y en los tres casos se refieren a una túnica (no una coraza) coin cidiendo con la lectura —quizá la facilior— de los manuscritos de la familia 1. 10 Nótese el paso al ámbito metafórico de la militia amoris. 11 Todavía hoy sigue siendo discutida la identificación del jacinto griego. En lo que no parece haber dudas es en el tono oscuro de sus pétalos (cf. Ep. 36 —no en vano la flor brotó de la sangre del joven Narciso—) y que en ellos po día leerse un signo parecido a la ípsilon mayúscula (Y), inicial del nombre del muchacho, o las letras alfa e iota (AI), que serían el lamento de Apolo por ha ber provocado su muerte. 12 En cierto modo la rosa fue el joven Adonis (cf. Ep. 1). 13 Para la rosa como fármaco, cf. Anacreónticas LV 24 (Brioso) «remedio de dolientes es la rosa» (así también Dioscórides, 199 y Plinio en su Historia natural XXI73 ss„ y en el Papiro de Oxirrinco II135 se cita como ingredien te específico para el dolor de oído). En cuanto a la rosa como ungüento, el so fista quizá tenga en mente el aceite de rosas (rodelio) con el que la diosa unge el cadáver de Héctor para preservarlo de las alimañas y la corrupción (Ilíada XXIII186). 122 FILÓSTRATO ellas recordaron a Adonis que viniera14, ellas son el cabello de la primavera, ellas los resplandores de la tierra, ellas las antor chas del amor. 

 4 [A un jovencito]15 Me acusas de que no te haya enviado rosas, pero yo no hice esto por indiferencia ni porque sea una persona incapaz de amar, sino porque veía que, como eras pelirrojo y estabas coro nado con tus propias rosas, no te hacían falta flores ajenas. Ho mero no ciñó con corona al pelirrojo Meleagro16, ya que esto hubiera supuesto un segundo fuego sobre el fuego, y un doble tizón sobre aquél17, pero tampoco a Aquiles, ni a Menelao, ni a 14 Anquises, Ares y Adonis son conquistas de la diosa Afrodita, aquí repre sentada por su flor. Anquises es el padre de Eneas, seducido por la diosa mien tras apacentaba sus reses en el Ida; la versión más célebre de los amores de Ares y Afrodita es la que relata el aedo Demódoco en la Odisea (VIH 266 ss.); y en cuanto a Adonis, Filóstrato alude a la disputa que Afrodita y Perséfone mantenían por hacerse con los favores del joven, disputa que Zeus dirimió dis poniendo que aquél pasara una tercera parte del año con cada diosa y el otro tercio con quien quisiera. Finalmente Afrodita consiguió que el joven perma neciera siempre con ella esa tercera parte en la que aquél podía elegir. 15 Ep. 37 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 16 En verdad, cuando Homero menciona al héroe etolio (Iliada II642 y IX 543 ss.) nunca lo presenta coronado. 17 Alusión al mito según el cual, cuando Meleagro nació, las Moiras advir tieron a su madre Altea de que mientras el tizón del hogar ardiera el niño segui ría vivo. Por ello la madre guardaba el tizón en un cofre. Pero cuando Melea gro mató a su tío, el hermano de Altea, durante la cacería del jabalí de Calidón, aquélla enfurecida volvió a echar al fuego el tizón y el joven perdió la vida. En Ep. 21 se menciona en un contexto similar una «corona de fuego» para referir se a una guirnalda de rosas. CARTAS DE AMOR 123 los demás que en su obra lucen un largo cabello. Esta flor es te rriblemente envidiosa, efímera y muy rápido llega a su fin18, y se dice que además tuvo su origen en una penosísima causa; esto es: la espina de las rosas pinchó a Afrodita cuando pasaba, según cuentan ciprios y fenicios19. No nos coronemos con san gre. Escapemos de una flor que ni siquiera respeta a Afrodita20. 

 5 [A un jovencito]21 ¿De dónde eres, jovencito? Dime por qué tan inconmovible te muestras en amores ¿De Esparta dirás? ¿No viste, entonces, a Jacinto, no te coronaste con su herida22? ¿Acaso de Tesalia? 18 En su carácter efímero radica precisamente su belleza (cf Aq. Tac., Π 36, 2). Este mismo motivo será retomado en Ep. 51. 19 Cf. Ep. 1. En este caso parece que se pone la sangre de la diosa en el ori gen de la flor y no del color. Por otra parte, el nombre del padre de Adonis, Ci- niras, es de origen fenicio. 20 La última frase podría admitir importantes diferencias interpretativas se gún la lectura de los códices que se adopte. Entendemos que del texto transmi tido por los manuscritos de la familia 2 se extrae una interpretación más acor de con el contenido de la carta, ya que el destinatario insiste, por las razones expuestas y el argumento de que ni siquiera perdonaron a la diosa, en que no es necesario el uso de las rosas para una guirnalda. Sin embargo, el texto transmi tido por los códices de la familia 1 (allá ti; me stephanoúmetha ánthos, ho onde Aphrodites pheídetai;) podría contener un curioso aprosdóketon final para la carta, recurso del que ya hemos visto que gusta Filóstrato, que además estaría acorde con el tratamiento privilegiado que la rosa tiene para un amante, y que en cierto modo daría la razón al amado que quiere que se le manden rosas: «¿Entonces qué? ¿No nos vamos a coronar con una flor que ni siquiera evita a Afrodita?»; esto es: «¿vamos a despreciar nosotros una flor que se atreve con la propia diosa?». 21 Ep. 41 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 22 Entiéndase «con las flores que brotaron de la sangre derramada de su he rida»; cf. Ep. 3. 124 FILÓSTRATO Entonces, ¿no te enseñó tampoco Aquiles de Ftía23? ¿Acaso de Atenas? ¿No pasaste, pues, junto a Harmodio y Aristogiton24? ¿Acaso de Jonia? ¿Y qué más delicado que esa tierra de donde son los Brancos25 y los Claros26, los querubines de Apolo? ¿Acaso de Creta, donde más grande es Eros, que vaga en tomo a sus cien ciudades27? Un escita me pareces y un bárbaro proce dente de aquel altar y sus inhospitalarios sacrificios28. Puedes, 23 Pasaje alusivo a la relación de Aquiles y Patroclo, cuya intrepretación erótica, según Ateneo (XIII, 601A y 602E), remonta al menos a los Mirmido nes de Esquilo. 24 Se refiere a las estatuas que en honor de estos dos amantes paradigmáti cos y tiranicidas se erigieron en el ágora de Atenas y todavía Pausanias pudo ver (18, 5). El episodio del magnicidio (Aristogiton mató a Hiparco, hijo de Pi sistrato y hermano de Hipias, al saber que su amado Harmodio iba a ser forza do por aquél) es recogido por Heród., V 55, V I123, Tucíd., 120 y V I54 o los Escolios áticos (PMG 893-896). 25 Pastor amado por Apolo al que dotó del don de la profecía. Fundó el san tuario de Dídima, en la Jonia asiática, que llegó a gozar de fama similar al de Delfos. Este episodio mítico es mencionado por Longo (IV 17), en un contex to muy similar al de la carta, por Luciano (Diálogos de los dioses 6.2), por los Himnos álficos (34.7) y sobre todo por Calimaco (frg. 194 = Yambos 4.28-31) y Clemente de Alejandría (Misceláneas V 8,48). Otras fuentes completas son Varrón, citado por los Escolios a la Tebaida de Estado VIII198 y Co- nón 33 (FGH 26 FI). Este personaje será citado nuevamente en Ep. 8 y 57. 26 Teopompo en el Escolio a Apolonio de Rodas 1308 transmite dos versio nes sobre la fundación de Claros, ciudad jonia junto a Colofón. Se atribuye bien al héroe epónimo o bien a Manto, la hija de Tiresias. 27 Creta «la de las cien ciudades» o hekatómpolis es epíteto homérico (¡lia da II649) en referencia quizá a la populosidad de la isla. Estrabón (X 4, 15) explica el origen de las diferencias entre éste y el otro epíteto similar con el que Homero designa la isla, «la de las noventa ciudades» (Odisea XIX 174). En cuanto a que fuera sede de Eros, cf. Anacreónticas XIV 22 ss. (Brioso): «Cre ta la opulenta, en que de villa en villa Amor su culto tiene abierto». Además esta idea puede tener, dado el contexto, como trasfondo la conciencia de que tradicionalmente se considerase Creta como la cuna de la pederastía. 28 El pueblo escita es paradigmático para designar la barbarie. Sobre sus CARTAS DE AMOR 125 por tanto, honrar tus costumbres patrias. Así que, si no quieres salvarme, coge tu espada. No voy a pedir indulgencia, no te mas; deseo incluso una herida29. 

 6 [A una mujer]30 Si te muestras casta, ¿por qué sólo conmigo? Si complacien te, ¿por qué no también conmigo?31 sangrientos sacrificios y su adopción y adaptación por los laconios, véase la también filostratea Vida de Apolonio de Tiana 6.20. Aristéneto también se servirá del motivo en Ep. II20. 29 Una vez más Filóstrato gusta de los juegos conceptuales basados en una construcción priamélica, en este ejemplo negativa. Tras dejar claro que este jo ven, detractor amoris, no es de ninguna de las regiones griegas citadas, sino de tierra bárbara, en lugar de recriminárselo o rechazarlo, lo da por válido si aca so con una pasión aún más intensa y autodestractiva. 30 Ep. 43 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitu lan «A un jovencito» o «Al mismo». 31 Sobre la estructura poética de esta epístola, véase el comentario en nues tra «Introducción». Además de los epigramas de Estratón (Antol. Palat. XII 235) y Nicarco (Antol. Palat. XI 252), o, como señalan A. R. Benner, F. H. Fobes, The Letters..., ad loe., los versos de Proper., Π 22, 43 (Aut si es dura, nega: sin es non dura, venito!), la carta puede confrontarse también con otras composiciones del de Sardes en las que se recoge en forma de paradoja el com portamiento inconstante de los jovencitos, también conocido como «tópico de los vilanos del abrojo»; cf. Antol. Palat. XII203: «Me besas cuando no quiero; te beso cuando no quieres. Eres fácil, si te rehuyo; difícil, si te abordo»; otra va riante latina y de tipo heterosexual puede leerse en el Eunuco de Terencio (812 s.): novi ingenium mulierum: / nolunt ubi velis; ubi nolis cupiunt ultro. Una variante del motivo puede leerse también en Aristén., Ep. II 16 (cf. n. 370). 126 FILÓSTRATO 

 7 [A un jovencito]32 Como soy pobre te parezco más deshonroso33. Y lo cierto es que incluso el propio Eros va desnudo, y las Gracias y las estre llas34. Veo también a Heracles en los cuadros cubierto con una piel de fiera y las más veces durmiendo en el suelo35, y a Apolo 32 Ep. 44 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 33 Esta epístola responde al esquema de los «encomios paradójicos» cita dos en la «Introducción», aunque en este caso puede entenderse bien como un encomio de la pobreza, bien como una variante del progimnasma del vituperio, unpsogos ploútou o «vituperio de la riqueza» (como en Owio.,Amoresl 10,53 ss.). También en Ep. 38 puede leerse que los pobres son protegidos de la divi nidad, idea que también aparece en M enandro, frg. 256 (Κ.-Th). Por otra par te, las concomitancias entre esta carta (y Ep. 23) y los pasajes de Tibul., 15,61 ss. (encomio de la pobreza) y II3,79-80 (castigo voluntario) hicieron postular un origen común de la epistolografía erótica y la elegía latina en la elegía eró tica helenística. 34 Utilización sesgada de la iconografía mitológica en los exempla adu cidos por el remitente. En el caso de Eros y las Gracias se los representa desnu dos como paradigma de belleza natural, sin aditamentos, no de la pobreza; cf. Proper., I 2, 8 Nudus Amor formae non amat artificem', y el frg. 87 (CA) de Euforión: charítessin apharésin. Que las Gracias están desnudas es, además, frase recogida en las colecciones de paremiógrafos antiguos (Apostolio, 182, Zenobio, 136, Gregorio de Chipre, 133). Aristéneto se sirve del mismo mo tivo en Ep. II21. 35 La imagen de Heracles cubierto con la piel del león de Nemea y durmien do en el suelo que el remitente asegura haber visto en cuadros podría estar re mitiendo veladamente a las también filostrateas Imágenes (cf. Π 22 «Heracles y los Pigmeos»). Pero la referencia en la carta a «dormir en el suelo» puede ser igualmente una alusión a la thyraulía, o imagen del amante durmiendo en la puerta de la amada, uno de los elementos que forman parte del paraklausíthy ron, uno de los topoi que, a su vez, configuran el género de composición litera ria del kdmos. Para las koimeseis epi thyrais de los amantes, véase el ilustrativo pasaje del Banquete platónico (183a). El motivo se repite en Ep. 14. Por su par te, el epistológrafo Aristéneto se servirá del motivo en varias composiciones. CARTAS DE AMOR 127 con un liviano calzón lanzando el disco, disparando el arco o corriendo36; en cambio, los reyes persas viven con voluptuosi dad y se entronizan altivos alegando como prueba de majestad su mucho oro. Por ello sufrieron de tan mala forma el ser ven cidos por los indigentes griegos. Era un mendigo Sócrates, pero corría a cobijarse bajo su capa raída el rico Alcibiades37. La po breza no es motivo de reproche, ni la fortuna exime de culpa a nadie en su relación con el prójimo. Mira el teatro: el pueblo lo componen los pobres. Mira los juicios: los pobres se sientan en el tribunal. Mira las batallas: mientras que los ricos con sus ar maduras de oro abandonan la formación, nosotros, en cambio, destacamos por nuestro valor. Y en la actitud que tenemos con vosotros, hermosuras, observa cuánta diferencia hay. El rico se ensoberbece con el que ha seducido, como si lo hubiera com prado. El pobre da las gracias como quien ha sido objeto de pie dad. Aquél se vanagloria de su presa, el pobre guarda silencio. Además el ilustre achaca la conquista a los recursos de su atrac tivo personal; el pobre, en cambio, a la benevolencia de quien la concede. El rico envía en calidad de mensajero a un adulador, a un parásito, a un cocinero y a los camareros; el pobre, a sí mismo, para no perder en estos menesteres el honor de hacerlo él mismo. El rico, cuando ha hecho un regalo, de inmediato queda de manifiesto, pues el asunto se pone en evidencia para 36 También en Imágenes 124 Filóstr. se recrea en la descripción de Apo lo lanzando el disco que hirió de muerte a Jacinto, aunque no se menciona su indumentaria. En cualquier caso, la interpretación de la prenda citada en la car ta se presenta ambigua, ya que el término griego zoma puede hacer referencia a una túnica corta o calzón (con lo que se incidiría en la liviandad de la vesti menta), pero también a un cinturón o talabarte de cuero del que la divinidad lle varía colgadas sus armas (con lo que se incidiría en la desnudez). 37 Para la relación de Sócrates y Alcibiades, véase preferentemente el Ban quete de Platón (219b-d). La imagen de Alcibiades bajo el manto del filóso fo puede leerse también en los Amores de Luciano (54). 128 FILÓSTRATO la multitud de los que están al corriente, de manera que ningu no de los vecinos ni de los viandantes que por allí pasan se que dan sin conocer el hecho. El que tiene trato con un amante po bre pasa desapercibido, pues no va unida a la demanda la indiscreción, evita dilvulgarlo entre ajenos, para que no surjan rivales en amores entre los que son más poderosos que él (cosa fácilmente esperable), y no confiesa su suerte, sino que la ocul ta. ¿Qué más puedo decir? El rico te llama su amado; yo mi dueño. Aquél su lacayo; yo mi dios. Aquél te considera una par te de su patrimonio; yo, en cambio, todo lo mío. Por eso, si aquél se enamora de nuevo de otro, tendrá la misma disposición con él; el pobre, en cambio, se enamora sólo una vez. ¿Quién es capaz de quedarse contigo cuando estás enfermo? ¿Quién de quedarse en vela? ¿Quién de seguirte al campo de batalla? ¿Quién de interponerse ante una flecha disparada? ¿Quién de caer por ti?38 En todo eso soy rico. 

 8 [A un jovencito]39 De que, pese a que soy extranjero, te ame, no te asombres: no se puede condenar a los ojos por extranjería40, pues la belle 38 Las interrogaciones retóricas del remitente enlazan con la creencia gene ralizada de que un ejército formado por amantes y amados puede llegar a ser invencible, al modo del célebre «batallón sagrado» tebano. Son muchos los pa sajes que lo testimonian·. Plat., Banquete 178e-179a, Jenof., Banquete 8, 32- 34, Plut., Erótico 17 (Mor. 761B-C), Charlas de sobremesa 16 (Mor. 618D), Pelópidas 18, Ateneo, XIII, 561F, 602A. Sobre Gorgidas como creador del batallón tebano, véase Polieno, Estratagemas Π 5. 39 Ep. 46 en la edición de Olearius. Los manuscritos de la familia 1 intitu lan «Al mismo». 40 El remitente se presenta como «víctima» de una graphs xenías (así en el Atica o xenelasía en Laconia), proceso (generalmente con castigo de destierro) CARTAS DE AMOR 129 za prende en ellos del mismo modo que el fuego y es preciso que aquélla resplandezca para que éstos se incendien inmedia tamente; pero ni con los oídos ni con los ojos hay que hacer dis tingos entre extranjeros y ciudadanos, sino que para ambos son los mensajeros del alma41. Desde luego Branco42 no huyó de Apolo porque fuera extranjero, ni Hilas43 de Heracles, ni Atim- nio44 de Radamante, ni Patroclo45 de Aquiles, ni Crisipo46 de Layo. También amaba a Esmerdies47 Polícrates el Samio, y al al que se sometía a los extranjeros que habían usurpado derechos de ciudada nía. La carta se incluye en el tipo que se ha dado en llamar encomio paradójico y la argumentación es típicamente escolar, basada en una batería de exempla (¡veintitrés!), de los que once son mitológicos (Branco, Hilas, Atimnio, Patro clo, Crisipo, Esmerdies, Agesilao, Asclepio, Zeus, Ganimedes y el Fénix) y doce de la naturaleza o realia (lluvia, ríos, Nilo, sol, alma, ruiseñor, golondri na, alción, elefante, letras, tisú y magos). Este mismo tema reaparecerá en Ep. 28. 41 Filóstrato introduce una variante o ampliación del topos de los ojos como vía de acceso de la pasión erótica asimilándolo al del «amor de oídas». 42 Cf. Ep. 5, n. 25 43 Hilas es hijo de Teodamante, rey de los dríopes, amado por Heracles. Durante una escala en la expedición de los argonautas, el joven fue raptado por las ninfas de una fuente, lo que provocó que el hijo de Zeus abandonara la ex pedición. Así lo relata Apolonio de Rodas en Argonáuticas 1207 ss. Especial mención merece la reelaboración literaria del motivo en el Idilio XIII de Teócr. 44 Atimnio es una aguda corrección de Boissonade por el transmitido Li- cimnio. Atimnio es hijo de Zeus y Caisopea, al que Apolodoro en su Bibliote ca (III 6) presenta como amado por los cretenses Radamante, Minos y Sarpe don, hijos de Zeus y Europa. 45 Cf. Ep. 5, n. 23. 46 Hijo de Pélope violado por Layo (cf. Ateneo, XIII, 602F). Este episodio se disputa con el de Orfeo en Tracia los orígenes mitológicos de la pederastía. 47 Episodio homoerótico narrado por Eliano (Historias curiosas IX 4), quien también cita la relación con Anacreonte: Polícrates, celoso de Anacreon te, hizo que el joven Esmerdis se cortara la cabellera (cf. Ateneo, ΧΠ, 540C y Anacreonte, PMG 366 y quizá también PMG 347, frg. 1). 130 FILÓSTRATO jovencito persa48 Agesilao (no conozco el nombre del mozalbe te). Foráneas son también las lluvias para la tierra, los ríos para el mar, Asclepio49 para los atenienses, Zeus para nosotros50, el Nilo51 para los egipcios y el sol para todos. Extranjera es tam bién el alma para el cuerpo, el ruiseñor para la primavera, la go londrina para la casa, Ganimedes52 para el cielo, el alción53 para la roca, el elefante54 para los romanos y el ave Fénix55 para los indios: ésta es extranjera y además se demora; y a la cigüeña, en cambio, quienes primero la ven también la veneran56. Foráneas 48 El nombre del jovencito persa es Megabates según Jenof., Agesilao 5 y Plut., Agesilao 11. 49 Recuérdese que su principal centro de culto estaba en Epidauro, en la Ar golide. 50 Quizá haya de entenderse que el remitente escribe en un contexto roma no y no griego, y probablemente también que éste sea uno de los pocos realia extralingüísticos que identifiquen remitente y autor. 51 La ubicación de las fuentes del Nilo fue ya tema de debate en el mundo antiguo. 52 La variante mítica más común, la del rapto de Ganimedes mientras pas toreaba en los montes de Troya por Zeus metamorfoseado en águila, fue pronto motivo paradigmático en la erótica pederástica de la literatura clásica. 53 Alcíone, hija de Eolo, fue metamorfoseada en ave por Zeus y Hera por comparar su felicidad conyugal con la de los dioses y castigada a poner sus huevos en la orilla con lo que el mar terminaba llevándoselos. Finalmente Zeus se apiada y hace que los vientos se calmen siete días antes y después del sols ticio de invierno para que pudiera incubarlos. Éstos son los llamados «días del alción». 54 Aunque el marfil era ya utilizado desde época arcaica, los griegos cono cieron el empleo de los elefantes como medio de guerra en la Batalla del Hidas- pe en la que Alejandro se enfrentó al rey Poro (326 a. C.), mientras que los ro manos en la invasión de Pirro (280 a. C.). 55 Cada quinientos años, según los de Heliópolis (así en Heród., Historias Y Ti). 56 E lian o en su Historia natural X 16 hace referencia a esta misma prácti ca referida a los egipcios. CARTAS DE AMOR 131 son también las letras, pues llegaron de Fenicia57, y el tisú de los seres58 y el saber divino de los magos, cosas todas estas de las que hacemos uso con más placer que de las de la tierra, porque rara es la posibilidad de adquirir aquéllas, mientras que a la po sesión de éstas, en cambio, le damos poco valor59. Mejor es también el amante extranjero, en la medida en que está más li bre de sospecha por ser desconocido, y de cara a pasar desaper cibido es más reservado. Pero si precisas que esté instalado, ins críbeme y sé mi Zeus Fratrio y mi Apolo Patrio, pero mi tribu que sea la de Eros60. 

 9 [A un jovencito]61 ¿Qué les ocurre a las rosas? Antes de estar a tu lado eran hermosas, genuinas rosas (porque yo no las habría enviado si no hubieran merecido que las tuvieras), pero al llegar se mar chitaron inmediatamente y expiraron62. No sé con exactitud la 57 Es un hecho admitido que el alfabeto griego procede del fenicio (cf. H e- ród., Historias V 58), aunque más complejo es elucidar cuándo, dónde y en qué circunstancias se produjo la adaptación. 58 El «tisú de los seres» (Serón hyphaí) es corrección de Boissonade (mo riente Wesseling) por un ininteligible «ninfas de las sirenas» (Seirinôn nytnp- hai) de los códices. 59 La idea de que aquello que es escaso o ajeno es también de más valor pasó pronto a ser proverbial. 60 Las tribus (phylaí) eran divisiones territoriales basadas en pertenencia a grupos de parentesco y, aunque su organización, estructura e importancia fue variando con el tiempo, puede decirse que constituían la base de la sociedad y dominaban la vida política. Aquí la nota erótico-humorística de Filóstrato es evidente. 61 Ep. 33 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 62 Agudo juego de palabras, como bien señala F. Conca, Alcifrone. Filos 132 FILÓSTRATO causa, pues no quisieron decirme nada, pero es fácil deducirla: no soportaron verse superadas en gloria, ni resistieron la rivali dad contigo, sino que, tan pronto como tocaron una piel más aromática, al instante murieron. Así también le sucede al farol superado por un fuego mayor, y las estrellas se apagan cuando no pueden mirar de frente al sol. 

 10 [A un jovencito]63 A los pájaros los acogen los nidos, a los peces las rocas, los ojos a los jóvenes hermosos64. Aquéllos emigran, cambian de residencia y se establecen aquí o allá (pues los guían las esta ciones según lo van marcando); pero cuando la belleza ha flui do una sola vez hasta los ojos ya no se aleja de esa morada. Así también yo te acogí y te llevo por doquier en las redes de mis trato... Lettere d’amore, Milán, 2005, ad loe., con esta forma verbal (apépneu- se) que también puede significar «perdieron su aroma». La carta recoge una nueva variante del género anathematikón con las rosas como protagonistas: el regalo, en lugar de ser motivo de encomio —que lo es, como bien aclara el re mitente en el paréntesis— queda desvirtuado en presencia del destinatario (véase en este mismo sentido en el epigrama de Antol. Palat. V 143 de M eleag., cómo se mustia la corona en las sienes de Heliodora). Una constante en este tipo de género de composición literaria es la personificación del regalo, en nuestro caso rosas que no sólo son capaces de sentir pudor o vergüenza, sino que incluso poseen la capacidad de hablar (cf. Ep. 20,46,54 y 63). También en Aristén., Ep. I 3, el aroma de Limone supera todas las fragancias del locus amoenus. 63 Ep. 50 en la edición de Olearius. La mayoría de los manuscritos de la fa milia 1 intitulan «Al mismo». 64 La imagen de los ojos como órganos captores de la imagen del ser ama do está aquí ampliada con la metáfora venatoria de la red. La carta va adqui riendo un tono creciente en el que la pasión amorosa va llevando a la obnubi lación o embotamiento de los sentidos del amante. CARTAS DE AMOR 133 ojos; y si llego a la montaña65, te me asemejas a un pastor que sentado es capaz de seducir a las rocas66; y si llego al mar, el mar te hace emerger como a Afrodita las profundidades67; y si a una pradera, destacas entre las propias flores. En verdad nada semejante brota allí. Porque, por muy hermosas que sean y do tadas de encantos de otro tipo, por el contrario duran un solo día. Y es cierto que cuando estoy junto a un río, éste se desva nece —no me explico cómo— y, en su lugar, creo que eres tú el que fluye, hermoso, grande, mucho mayor que el mar. Y cuando miro al cielo pienso que el sol se pone y que deambula en algún tipo de nivel inferior, y que en su lugar luce quien yo quiero. Y si además se hace de noche, veo sólo dos estrellas, al Héspero68 y a ti. 65 La forma transmitida por los códices de la familia 2 (la familia 1 omite la frase completa) kán te émporós tis («si llego como un viandante») ha trata do de ser corregida desde las primeras ediciones. Preferimos la conjetura de Westermann kán t’ ep’ oros ti más acorde con el contexto anafórico y paleográ- ficamente plausible. 66 Entiéndase «con tu hermosura». Con este impossibile se quiere aludir a Orfeo como paradigma mitológico, músico capaz de mover rocas, animales y árboles con su arte. 67 La figura de Afrodita anadyomene o emergiendo del mar es paradigmá tica en la écfrasis de la belleza femenina. Lo anecdótico aquí es que la carta es de orientación homoerótica masculina, de hecho de algún manuscrito se dedu ce que el destinatario es una mujer, como índica J. F. Boissonade, Philostrati Epistolae..., Paris-Leipzig, 1842, pág. 142: nam satimpro tous kaloùs exhibet tàs kalás. Esta advocación de la diosa volverá a ser citada en Ep. 36 y en Aris- tén., Ep. 17. 68 El Héspero como astro más hermoso de la bóveda celeste es citado ya así en Iliada XXII 318

viernes, 30 de mayo de 2025

LA FILOSOFÍA N LA EDAD MEDIA DESDE LOS ORÍGENES PATRÍSTICOS HASTA EL FIN DEL SIGLO XIV

 



 PREFACIO 

 La primera edición de esta obra data de 1922. Al presentarla de nuevo, después de veinte años, bajo una forma mucho más amplia, hemos respetado su primitivo carácter. Sigue tratándose de una visión de conjunto de la filosofía medieval, escrita para lectores cultos que deseen iniciarse en estas cuestiones.

 Los especialistas, o quienes aspiren a serlo, disponen de un admirable instrumento de trabajo en la segunda 'sección del Grundriss der Geschichte dar Philosophie, de Friedrich Ueberweg: Die patristische und scholastische Philosophie, undécima edición, publicada por Bernhard Geyer, Berlín, E. 8. Mittler, 1928. No se pueden aportar más hechos, ni más inteligentemente interpretados, en un volumen menor; sus indicaciones bibliográficas son de una riqueza inmensa, y de ahí es de donde toda inves tigación personal debe tomar su origen. Los que prefieran una orientación filosófica en toda esta masa de hechos estudiarán con provecho los dos volúmenes de la Histoire de la philosophie médiévale, de Maurice de Wulf, París, J. Vrin, 1934, 1936. 

En ella encontrarán, además de los complementos bibliográficos necesarios para el período 1928-1936, una serie de estudios históricos llevados según principios filosóficos definidos, y que se benefician de su luz. Por fin, para situar el pensamiento medieval en su relación con el conjunto de las tradiciones griegas de las que es here dero —punto de vista tan necesario como los precedentes—, debe leerse la Philosophie du moyen age, por Emile Bréhier (París, Albin Michel, 1937), cuya claridad y precisión no dejan nada que desear. Más adelante seña laremos otras obras generales sobre el mismo tema, cada una de las cuales se recomienda por sus propios méritos, que nosotros no pretendemos su plir. Nuestra intención no ha sido escribir una obra de erudición, o presen tar una serie de monografías sobre los principales pensadores de la Edad Media, ni siquiera citar todos los nombres propios conocidos, cosa que, en cierto sentido, hubiera sido más fácil, sino simplemente contar una his toria tal como se puede apreciar en sus líneas más generales después de haberla estudiado y enseñado durante muchos axlos, seleccionando de sus HHL HHL 8 Prefacio momentos principales sólo aquello que pueda aclarar su sentido general. 

 Las divisiones por siglos y por series de autores no representan aquí más que simples marcos. Con frecuencia podrían ser distribuidos los filósofos y los teólogos según series diferentes, por razones distintas y a veces me jores; pero esperamos que en cada caso nos serán reconocidas las que nos han aconsejado el orden que hemos creído deber adoptar. El índice de nombres propios permitirá reunir cuanto se relaciona con el mismo personaje y ver en qué otros marcos se le podría, quizá, inscribir. 

Las indicaciones bibliográficas han sido reducidas al mínimo, ya que al menos uno de los trabajos que indicamos remite por regla general a todos los demás. Aun cuando hemos creído que debíamos ahorrar al lector las referencias en una obra de este género, hemos conservado y aumentado las citas en las cuales el latín técnico, aunque sólo sea por su vigor, es con frecuencia irreemplazable. 

Por otra parte, el texto se comprende siempre sin ellas y da, de ordinario, su equivalencia. Accediendo a un deseo frecuentemente expresado, hemos añadido a esta historia dos capítulos de introducción al pensamiento filosófico de los Padres de la Iglesia. Finalmente, con objeto de rectificar ciertas ilusiones ópticas, de otro modo inevitables, todos estos acontecimientos han sido situados en el marco ampliado de una historia de la cultura intelectual de la Edad Media, disminuyendo así, según espero, la separación que existe siempre entre semejantes esbozos históricos y la complejidad de lo real. A pesar de este esfuerzo por abarcar lo más exactamente posible lo concreto, es necesario confesar que toda historia de la filosofía de la Edad Media presupone la decisión de abstraer esta filosofía del medio teológico en que ha nacido y del cual no es posible separarla sin violentar la realidad histórica. Puede verse que no hemos admitido ninguna línea de demarcación rigurosa entre la historia de la filosofía y la historia de la teología, no solamente en la época patrística, sino incluso en la Edad Media. 

 De ahí no se sigue que no se pueda hablar en justicia de una historia de la filosofía medieval. Nada más legítimo, desde el punto de vista de la historia general de la filosofía, que hacerse cuestión del desarrollo y proceso de los problemas filosóficos planteados por los griegos, a lo largo de los catorce primeros siglos de la era cristiana. Sin embargo, si se quiere estudiar y comprender la filosofía de esta época, hay que buscarla donde se encuentra, es decir, en los escritos de hombres que se presentaban abiertamente como teólogos o que aspiraban a serlo. La historia de la filosofía de la Edad Media es una abstracción sacada de esa realidad, más vasta y más comprensiva, que fue la teología católica medieval. 

No hay por qué sorprenderse de las incesantes referencias que, en el curso de esta obra, se hacen a problemas propiamente teológicos; antes al contrario, dichas referencias recordarán provechosamente la simbiosis de estas dos disciplinas intelectuales durante la larga serie de siglos que tenemos que recorrer. 

 Una obra tan general no se escribe sin que su autor contraiga innumerables deudas respecto de los que le han precedido en el estudio de las HHL HHL Prefacio 9 mismas cuestiones. Hemos reconocido expresamente muchas, pero nos es imposible reconocerlas todas. Las dimensiones de esta obra no han aco bardado la generosa amistad del sacerdote André Combes, profesor del Instituto Católico de París, que ha tenido a bien leerla manuscrita y sugerirnos numerosas correcciones, varias de las cuales afectaban no sólo a la simple forma, sino también al fondo. Otra deuda para con él, de naturaleza más precisa todavía —puesto que se trata de páginas redactadas a petición nuestra—, será señalada más adelante, en su lugar; pero desea mos expresarle desde ahora nuestro más vivo agradecimiento. E. G.

jueves, 29 de mayo de 2025

VIDA Y OBRA DE GALDOS (18 43-1920)


 


Este estudio se propone mostrar la unidad interior de la obra galdosiana y el desarrollo orgánico del mundo de Galdós, que va de la Historia a la Mitología, de la Materia al Espíritu, de España a la Humanidad. Desarrollo que no es una evolución, sino una formación, un depurado crecimiento, en el cual cada etapa creadora no anula la anterior: la incorpora a una realización necesaria de su mundo. Dickens, Balzac, Zola, y especialmente Cervantes, forman el fon do sobre el cual se destaca la obra de Galdós. Cervantes, además de transmitirle la forma irónica para captar un personaje y plantearse un problema o concebir un conflicto, le guía en el estudio del complejo de la cristalización de la cultura española. Galdós se forma un concepto de la historia y de la vida, primero con las ideas de Comte y Taine, después con las de Hegel y Schopenhauer. En este trabajo no se encontrará ni un análisis de las obras de Galdós ni un estudio de los temas que constituyen el mundo galdosiano. Obras y temas se han tenido en cuenta en tanto que nos mostraban el significado de la Obra y sólo en el grado que ayudaban a ello. # # # Me han ayudado a preparar esta nueva edición las Señoras Flor Urrutia de Menéndez, y Sacha Casalduero junto con los Señores An gel Del Río y Charles A. Me Bride, a quienes me complazco en dar las gracias, J. C. New York, 1961.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Cristina Rivera Garza Nadie me verá llorar fragmento

 




Cristina Rivera Garza

Nadie me verá llorar

 

 

 


Título original: Nadie me verá llorar

Cristina Rivera Garza, 1999

Ilustración de la cubierta: El suicidio de Dorothy Hale, óleo sobre madera (1939), de Frida Kahlo

Fotografía de la autora: Ernesto Lehn

 

 

 

 


 a lrg

Para Hilda Garza Bermea y Antonio Rivera Peña

 

 


Esta enferma observa buena conducta. Le gusta trabajar, es dedicada y tiene buen carácter. La enferma habla mucho, ésta es su excitación.

«Estudio psico-patológico de la enferma Matilda Burgos del pabellón tranquilas, primera sección».

 Profesora Magdalena O. viuda de Álvarez

Departamento de sarapes y de rebozos

Mixcoac, D.F., Manicomio General,

30 de junio, 1935

Beware of those who say we are the beautiful losers

Diane Di Prima, Pieces of a Song

 

 


1

Reflejos, gradaciones de luz, imágenes

 

Vemos por algo que nos ilumina;

por algo que no vemos.

Antonio Porchia

 

—¿Cómo se convierte uno en un fotógrafo de locos?

Dentro de la cabeza de Joaquín Buitrago hay un zumbido de abeja que no lo deja dormir ni descansar en paz. Matilda. Una palabra, un batir de alas. Despierto, con los músculos tensos y los ojos abiertos, enciende un cerillo. La luz anaranjada del fósforo alumbra sus dedos manchados de nicotina y la carátula del reloj de bolsillo bajo la cual las dos manecillas doradas, encima la una sobre la otra, parecen haberse detenido para siempre a las doce en punto. Con la misma llama enciende la lámpara de petróleo, el quemador izquierdo de la estufa y un cigarrillo Monarca. Hay sobre su rostro una sombra casi violeta a punto de convertirse en sonrisa que, sin embargo, se queda congelada en una mueca sobre los labios. Aun sin verla, la expresión lo molesta, lo avergüenza, pero no puede hacer nada para borrarla. Está alegre. Pero no sabe qué hacer con la alegría.

Sin camisa, Joaquín se pasa de cuando en cuando el pañuelo por la frente y alrededor del cuello para eliminar el sudor. Al mismo tiempo pone a hervir agua en una olla de peltre azul. Está preparando la emulsión de almendras dulces, clorhidrato de morfina y jarabe de flor de naranjo que ya no mitiga su insomnio crónico pero cuyo olor de cualquier manera lo hace soñar, aun con los ojos abiertos y los músculos tensos. Lo ha intentado todo, las tinturas de colombo, de cuasia, de genciana, de quina: treinta centímetros cúbicos de cada una mezclado con diez centigramos de morfina. Tres cucharadas al día. Veinte. Vasos enteros. También ha probado el opio en agua de almidón; el bromuro de potasio, perfecto para aquellos atacados por preocupaciones del espíritu, afecciones morales depresivas y esfuerzos intelectuales excesivos; el bromuro de sodio, recomendado en casos de constante irritación; el paraldehído en jarabe de laurel de cerezo o en agua de tilo. Su insomnio ha vencido todos los remedios. Al final, sólo la emulsión de almendras es capaz de apaciguarlo mientras aguarda el amanecer en el horizonte. Entonces, entre las seis y las ocho de la mañana, duerme sobre su catre justo cuando todos los demás despiertan y la ciudad vuelve a juntarse en su nudo de ruido y velocidad.

La luz lo distrae. No lo puede evitar. Apenas el ámbar cruza el límite movedizo entre la oscuridad y la falta de oscuridad, sus pupilas van detrás del color como por instinto. Son muchos años ya de perseguir la luz como se persigue a un animal. Años de esconder el rostro y el cuerpo detrás de lentes, esterópidos Gaumont comprados en París y cámaras Eastman o Graflex traídas directamente de Rochester. Son ya muchos años inútiles, años extendidos como un lienzo de muselina negra horadado a veces, muy pocas veces, por algunos agujeros luminosos, efímeros. Luciérnagas como mujeres y viceversa. Inmóvil, preso una vez más de su automatismo fototrópico, Joaquín observa las cuatro paredes de su cuarto. Aspira el humo del cigarrillo, se coloca las madejas de cabello grasoso detrás de las orejas, cruza los brazos sobre su pecho desnudo y observa. No hay nada que haga o recuerde con mayor placer. Joaquín es un hombre tenso, alguien que sólo se siente cómodo en los márgenes de los días, detrás de los espejos. Bajo la luz mortecina que produce el petróleo, las sobrepuestas capas de pintura crean paisajes umbrosos sobre los muros de adobe de su cuarto. Hay un bosque otoñal extendido sin orden ni dirección determinada. Al fondo emergen montañas de aguamarina y cielos encapotados de púrpura. Aquí y allá aparecen los hocicos abiertos rojos de ira y melancolía de los perros y, en el fondo, en lo que fue tal vez la primera capa de pintura original, hay rizos de nieve blanca obligados a caer por los embates del salitre y la humedad de todas las temporadas de lluvia. La nieve. La nieve del tiempo, mansa y blanca, duradera. Por un momento, el deseo de sentir los copos de nieve es tan agudo que Joaquín tiene que cerrar los ojos. Entonces, refugiado en la penumbra de su cabeza, recuerda cuánto le disgusta el color blanco.

—Matilda —murmura mientras mueve la cabeza de izquierda a derecha y vierte un poco de la emulsión en un pocillo de barro. El líquido deja un escozor amargo en la punta de la lengua. Una vez en el estómago, los almendros y la flor de naranjo crean una tarde fresca en los labios.

—¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos? —le había preguntado. Joaquín, desacostumbrado a oír la voz de los sujetos que fotografiaba, pensó que se trataba del murmullo de su propia conciencia. Ahí, frente a él, sentada sobre el banquillo de los locos, vistiendo un uniforme azul, la mujer que debería de haber estado inmóvil y asustada, con los ojos perdidos y una hilerilla de baba cayendo por la comisura de los labios, se comportaba en cambio con la socarronería y altivez de una señorita de alcurnia posando para su primera tarjeta de visita. Él había hecho tantas después de todo, cientos de ellas. Antes de llegar a las cárceles y, después, al manicomio, ya era un profesional de la fotografía. Un hombre de levita y zapatos boleados ante el cual las mujeres más diversas se abrían como puertas. Bastaba una frase, cierto tono sugerente en la voz, para propiciar la mejor coquetería y el más honesto exhibicionismo femenino. Lo que él buscaba era el azoro, el rasgamiento del pudor, su misma médula. Antes. No desde hacía muchos años. No hasta volver a encontrar a Matilda. En lugar de recargarse sobre la pared y mirar en silencio el vacío, ella se había inclinado hacia la cámara, y acomodándose el largo cabello de caoba con gestos seductores, formuló la única pregunta que le recordaba la muerte. La suya.

El fotógrafo pudo haberle respondido lo que siempre se decía a sí mismo: la maldita morfina. O lo que nunca se decía a sí mismo pero que hoy, este 26 de julio a las tres treinta de la tarde, le llegó de repente a su cabeza: Roma, la imposibilidad de la luz romana. Por algunos instantes, todavía incapaz de creer que una loca le preguntara aquello, estuvo tentado a contarle el milagro de sus tres años en Italia. 1897. El ejercicio voraz de la fotografía. Roma fija para siempre en papeles albuminados, placas de plata sobre gelatina. Roma, hiriendo sus retinas de veintiséis años. Tres veranos muy largos. Un paisaje de lomas, nubes, ríos. Una mujer: Alberta. Roma que había partido su vida en dos: antes y después. Antes Alberta, y después la morfina.

—¿Cómo te llamas? —el sonido de su propia voz lo sorprendió.

—Matilda. Matilda Burgos.

Repitió el nombre un par de veces tratando de mantener la atención de la mujer en la lente. Luego, la tercera, la cuarta vez, empezó a degustarlo, a masticarlo, a exprimirlo. Ella cedió. Su sonrisa primero y después sus ojos. La mujer ya estaba posando. En ese momento la luz de julio se transformó y las aguas del Tíber llegaron a sus rodillas. Alberta estaba gritando su nombre y agitando sus manos como si él se encontrara en la otra orilla.

—Aquí estoy —le dijo.

—No, tú estás aquí —murmuró la mujer llevando la mano de él hacia sus piernas. Joaquín no supo qué hacer. Ella lo atrajo hacia sí, mesó sus cabellos y se burló de su torpeza.

—¿Entonces, cómo se convierte uno en un fotógrafo de locos? —la pregunta de Matilda lo sacó de las aguas del Tíber y lo regresó a Mixcoac.

En voz muy baja, totalmente inaudible, Joaquín se dijo a sí mismo: «Todo fracaso comienza con la luz, con el deseo de atrapar la luz para siempre». Luego, molesto, reaccionando con la hostilidad habitual, dijo algo en voz alta:

—Mejor dime cómo se convierte uno en una loca.

Por toda respuesta Matilda alzó los hombros y le hizo un guiño con el ojo izquierdo.

—¿De verdad quiere que le cuente?

Joaquín Buitrago, que había olvidado la risa, se asombró al sentir en sus labios el estruendo de una carcajada. El eco recorrió el manicomio y, como si no tuviera más lugar a donde ir, se le introdujo por las orejas. El sonido invadió su cabeza todo el día y toda la noche. No era el monótono zumbido de una abeja, sino el estrépito de un vaso de cristal rompiéndose en la sangre. Como siempre a las seis de la mañana, cayó rendido, engarruñado y todavía tenso sobre su camastro maltrecho.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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