viernes, 4 de julio de 2025

JOSÉ EMILIO PACHECO EL PARQUE HONDO CUENTO COMPLETO

 




A Carlos Fuentes

A Elena Poniatowska


EL PARQUE HONDO


Todas las tardes, cuando salía de la escuela, Arturo miraba la gran extensión verde situada abajo de la calle. Pero esa vez fue hasta el estanque de aguas inmóviles. Al ver que oscurecía entre los árboles, tuvo miedo y se alejó casi huyendo del parque hondo.

—Si no te gusta no lo comas. Pero te prohíbo que en la noche saques cosas del refrigerador. —La tía Florencia retiró el plato de albóndigas con arroz. Arturo dio algunos sorbos a la leche tibia y juntó las migajas que salpicaban el mantel.

Iba a cumplir nueve años. El mundo se reducía a Florencia, la casa de un piso, la gata que no se dejaba tocar, la primaria «Juan A. Mateos» y Rafael, su condiscípulo, su amigo, el que lo acompañaba en las funciones de cine y la pesca furtiva en el estanque del parque hondo.

Meses atrás Arturo llevó a casa un sapito envuelto en un pañuelo húmedo. Florencia le pegó en las manos y arrojó el sapo al calentador en que ardían leños y periódicos viejos. Después Arturo compró un ratón blanco. Florencia no le dijo nada. Se limitó a sonreír y a regocijarse cuando la gata saltó sobre él y lo mató sin que Arturo pudiera arrebatárselo.

Volvió a la sala, tomó el cuaderno de aritmética y se puso a resolver los quebrados. Al terminar dejó su lápiz junto al retrato del hombre que cada mes lo visitaba y le daba algo de dinero. Arturo nunca quiso llamarlo «papá» como a él le hubiera gustado.

Una noche se enteró de todo. Estaba a punto de dormirse cuando llegó hasta él la voz de su tía. Florencia, en la sala, echaba la baraja ante una de sus clientas.

—Hace siete años que ella no lo ve. Desde luego, lo intenta pero no la dejamos. Arturo cree que su mamá se fue al cielo y que su papá lo visita sólo de cuando en cuando porque es piloto aviador y siempre anda de viaje. A los niños no se les puede contar la verdad. Ricardo tiene una nueva familia y lo anterior, gracias a Dios, quedó borrado. El chico no es mayor problema. Vive conmigo desde que su madre lo abandonó y, ya ve usted, lo estoy educando como formé a mi hermano. Lo terrible, señora, es que el dinero ya no alcanza para nada. No puedo exigirle más a Ricardo porque él tiene muchos gastos con su esposa y sus niñas. Me veo obligada a buscar por todas partes. Desde los quince años he trabajado de sol a sol. Ésa fue mi cruz. Primero por mi hermano y ahora por mi sobrino. Para mí no hubo novios ni fiestas ni diversiones. No me quejo. Nuestro Señor sabe lo que hace. Mi única compañía es mi gatita, porque Arturo es un ingrato y ni siquiera me dirige la palabra... Ay, señora, perdone. Usted con sus problemas y yo dándole lata con los míos. No me haga caso, por favor... Baraje siete veces. Pártame en dos las cartas y luego tóquelas.

Florencia entró en el cuarto de Arturo. Llevaba en brazos a la gata:

—¿Dijiste ya tus oraciones? Híncate. Anda, vamos los dos.

Se arrodillaron al lado de la cama. La gata saltó y se acomodó entre las almohadas. Al terminar Florencia la recobró, besó al niño en la frente y salió de la habitación. Arturo temió que los pelos grises, brillantes en la blancura de la sábana, entraran en su boca y se abrieran camino hasta los pulmones. Es horrible la gata. No sé cómo la quiere tía Florencia.

—¿La envenenaste? —preguntó Rafael.

—No, cómo crees. Sola se puso mal. No quiere comer y chilla todo el tiempo. La vieja cree que los vecinos de enfrente le dieron matarratas.

Sentados en el parque miraban las frondas agitadas por el viento. Con un lápiz sin punta Arturo trazaba signos en la tierra.

—Mira, un trébol de cuatro hojas —gritó Rafael.

—No: tiene cinco. Fíjate bien.

—Lástima, parecía de buena suerte.

—Oye, completé mi álbum de toreros. Ven a la casa para que te lo enseñe.

—Se enoja tu tía.

—Ni se da cuenta: está muy triste por lo de la gata.

Desde la esquina vieron acercarse a Florencia. No contestó el saludo de Rafael. Miró de frente a Arturo y dijo:

—La gatita ya no tiene remedio. No quiero que siga sufriendo. Tienes que llevarla al veterinario. Aquí está la dirección del consultorio. Queda muy cerca. Di que vas de mi parte y entrega al animalito junto con estos billetes. No veas cómo la inyectan.

—¿Qué hago con el cadáver?

—Ellos se encargarán de incinerarlo.

Entraron en la casa. La gata estaba inmóvil en el sofá. Arturo comprobó que aún respiraba. Florencia la besó, la acarició y la cubrió de lágrimas. Incómoda ante la presencia de Rafael, se sintió obligada a explicar:

—No saben lo que siento. Me ha acompañado por más de diez años. No volverá a haber otra igual.

La acomodó entre algodones en una bolsa de henequén. Salieron a la calle. Florencia se quedó a las puertas de la casa y siguió llorando mientras los niños se perdían de vista.

—¿Cuánto traes? —preguntó Rafael.

Arturo le mostró los billetes.

—¿Todo eso te dio? ¿Tanto cobran por matar a una gata?

—Es la tarifa del veterinario.

—¿Sabes qué se me ocurre?: dejarla en el parque y quedarnos con el dinero.

—Jamás. ¿Te imaginas si revive y si vuelve? Mi tía me mata, de verdad me asesina. La gata ha estado perdida muchas veces y siempre regresa. A lo mejor lo hace de nuevo.

—Pero si ya se está muriendo. ¿No la ves? Haremos una obra de caridad al rematarla.

—Me da miedo. Si mi tía se da cuenta...

—No lo sabrá nunca. Imagínate lo que podemos hacer con ese dinero: ir al cine, a remar en Chapultepec, comprar toda clase de dulces y de refrescos. En fin...

Arturo palpó el cuerpo bajo la bolsa de henequén. ¿Estará muerta? Es mala. Florencia la quiere más que a mí.

—No, no me atrevo. Te juro que me da lástima la gata.

—De todos modos se va a morir, ¿no? Deja la bolsa enmedio de la calle. Con tantos coches ni quién se entere.

—Pero sufriría mucho. Un día me tocó ver a un perro...

—Tienes razón. Busquemos otra forma.

—¿Dársela a alguien?

—¿Estás loco?... Ya sé: la echamos al agua.

—No seas tonto: los gatos saben nadar.

—Mira, vamos al parque. A estas horas no hay nadie.

En el parque desierto el olor del estanque se difundía entre los árboles. Rafael saltó para alcanzar las ramas bajas y luego imitó una cabalgata. Dijo:

—Oye, ¿por qué no la ahorcamos?

—Sufriría mucho —repitió Arturo. La gata se revolvió en el interior de su prisión. No debo tener miedo. Mejor acabar con ella de una vez.

—Cuidado; no abras la bolsa: puede escaparse.

—No. ¿Te imaginas? Mi tía es capaz de todo si sabe que la desobedecimos y nos robamos el dinero.

Arturo se estremeció de frío y chasqueó los dedos. La noche estaba a punto de caer. Rafael descubrió un trozo de concreto perdido entre las hierbas, parte de algún proyecto abandonado. Se acercó a él y logró levantarlo.

—Ya estuvo: sosténme a la gata y yo le aviento esta piedrota.

—¿No hay otro remedio?

—Haz lo que te digo.

Arturo sacó a la gata inerte y la alzó por el vientre.

—Apúrate. Esto pesa muchísimo. Tengo que acertarle en la cabeza.

—Ahora. No me vayas a dar.

Rafael mantuvo en vilo el trozo de concreto:

—Cuento hasta tres y se lo tiro. Ahí va: uno, dos...

La gata intuyó el peligro y volvió a ser flexible. Se arrancó de las manos de Arturo, saltó, cayó ilesa varios metros adelante y corrió a perderse en un matorral.

—No la agarraste bien. Qué bruto eres.

—No pude. Se me zafó quién sabe cómo.

Arturo quedó inmóvil. Un minuto después urgió:

—Está viva. Hay que buscarla. Regresará. Mi tía Florencia nos va a asesinar.

—Ahora sí la fregamos. Llámala a ver si viene.

—Sí, cómo no. Los gatos son inteligentísimos. Ya la oigo diciéndonos: «Aquí estoy a sus órdenes. Mátenme por favor y gástense el dinero». Además a mí nunca me obedeció.

Durante mucho tiempo buscaron, llamaron, abrieron la maleza, observaron las ramas de los árboles, rastrearon cada sitio del parque entre el rumor de grillos, ranas, pájaros: todos los seres de la noche que ocultaba a la gata. Cansado y temeroso, Arturo se despidió de Rafael. Regresó con el terror de hallarla en el sofá. Pero en la sala nada más estaba Florencia. Jugaba con las cartas y no había dejado de llorar.

—Perdón por la tardanza. Había mucha gente en el consultorio y tuve que esperar el último turno.

—¿La entregaste en manos del doctor?

—Sí. Me dijo que no habría ningún problema.

—Te veo muy mal... Lo entiendo, claro. Debí haber ido yo misma... ¿Quieres merendar?

—No, gracias. Voy a acostarme.

—No sabes cómo extraño a la gatita. Mañana a primera hora iré por sus cenizas. Mientras yo viva me acompañará en esta casa.

El alba lo encontró insomne entre las sábanas revueltas. No quiero imaginarme qué va a pasar cuando Florencia se entere de que no llegamos al consultorio. No creerá nunca que la gata escapó. Dirá: «Tú siempre la odiaste. Fue tu venganza. No te perdonaré nunca. Ese niño es malo. Él te aconsejó. Ustedes la mataron para hacerme daño y robarme el dinero. Maldito, hijo de tu madre tenías que ser. Ahora verás quién soy yo. Acabo de hablar con mi hermano y te vas derechito al reformatorio, a pudrirte con ladrones y asesinos de tu calaña». No, él me defenderá. O quién sabe: nunca he sido cariñoso ni le agradezco sus regalos. Por culpa de Rafael estoy en un lío del que nadie me sacará.

Ahora su única esperanza era el regreso de la gata. En el ruido más leve creía escuchar sus pasos. Mira, tía, te juro por Dios Santo que no nos atrevimos a llevarla para que la mataran. Revivió y por eso la dejamos libre en el parque. Comprende, tía Florencia, yo también quiero mucho a la gatita.

No pudo más. Se levantó, sacó los billetes que había ocultado en el clóset, los rompió y los echó por la ventana. El viento dispersó los trozos de papel. Tal vez lo mejor será huir y no volver nunca. Pero ¿adónde iré si no sé hacer nada y ni siquiera conozco bien la ciudad?

Florencia escuchó ruidos y abrió los ojos. En vano buscó a su lado el cuerpo que pulían sus caricias. Lentas, inútiles caricias con que Florencia se gastaba, se iba olvidando de los días.

jueves, 3 de julio de 2025

600 LIBROS DESDE QUE TE CONOCÍ CORRESPONDENCIA VIRGINIA WOOLF LYTTON STRACHEY TRADUCCIÓN DE SOCORRO GIMÉNEZ

 



600 LIBROS DESDE QUE TE CONOCÍ CORRESPONDENCIA VIRGINIA WOOLF LYTTON STRACHEY TRADUCCIÓN DE SOCORRO GIMÉNEZ 

NOTA A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL 

 La primera versión de esta correspondencia (1956) fue editada por Leonard Woolf y James Strachey, quienes suprimieron algunos fragmentos para no herir las sensibilidades de personas que aún estaban vivas. Aquí hemos repuesto los pasajes censurados. También hemos agregado nuevas notas o ampliado las escritas por los dos editores originales. Para ello hemos empleado varias fuentes, fundamentalmente la correspondencia completa de Virginia Woolf (editada por Nigel Nicolson y publicada por The Hogart Press), la de Lytton Strachey (editada por Paul Levy y publicada por Viking) y la edición francesa de estas cartas (preparada por Lionel Leforestier y publicada por Le Promeneur). 46 Gordon Square Querido señor Strachey, Jueves [22 de noviembre, 1906] 

 Nos gustaría mucho verlo, si pudiera venir algún día. ¿Le vendría bien el próximo domingo alrededor de las seis de la tarde? Vanessa está mucho mejor y le encantaría conversar con usted.1 Atentamente, Trevose House Draycot Terrace St. Ives, Cornualles Querido Lytton, Miércoles [22 de abril, 1908] VIRGINIA STEPHEN El único papel de carta que se puede conseguir en el condado de Cornualles es éste: el que llaman comercial. La verdad es que, si pudieras ver en qué circunstancias escribo cartas, te figurarías que soy una especie de moralista. Mi despacho es el comedor; hay un aparador, una aceitera y una caja de galletas de plata. Escribo sobre la mesa, después de haber doblado una esquina del mantel y quitado de en medio varios floreritos de plata. (Éste podría ser el comienzo de una novela de John Galsworthy.) Mi casera, aunque ya tiene cincuenta años, es madre de nueve niños —alguna vez fueron once— y el menor es capaz de llorar el día entero. Si consideras que el cuarto de estar de la familia se encuentra junto al mío, y que tan sólo nos separan unas puertas plegadizas —¿qué te parece esta última frase?—, comprenderás que me parece difícil escribir acerca de J. T. Delane, «el hombre». Recibí una larga carta con instrucciones de Smith.2 Me propone que resalte el lado humano, «su lealtad inquebrantable tanto a subordinados como a superiores; en una palabra: sus grandes virtudes humanas e intelectuales, las cuales», etc., etc. «No, mi querida señorita Stephen, no hay comparación, en lo que se refiere al auténtico interés humano, que es lo que la Cornhill Magazine busca, entre Delane y Abercrombie […] De verdad creo, querida señorita Stephen, que si usted pone cabeza y corazón en ello, conseguirá dejar su impronta en el mundo de la reseña».3 ¿Alguna vez has recibido un elogio como éste? Sin embargo, paso la mayor parte del tiempo a solas, con mi Dios, en los páramos. Esta tarde me senté durante una hora (quizá fueran diez minutos) en una roca y estuve pensando cómo debía describir el color del Atlántico. Tiene extraños destellos púrpura y verde, pero si uno los llama «rubores», introduce desagradables asociaciones con la carne enrojecida. Me temo que a ti te conmueve poco la naturaleza. Desde que llegué aquí, he visto un sinfín de cosas que valdría la pena apuntar: «la retama amarilla y el mar», los árboles recortados contra el océano, pero seguramente emplearía tantas palabras equivocadas que tendría que volver a escribir esta carta (como Clive).4 He leído una buena cantidad de libros, me parece. La criada mira con suspicacia tu Pascal. Ayer corté una rama de flores blancas y le pregunté qué era; me contestó que era espino. Por algún motivo, yo pensaba que el espino era rosa. Me haría ilusión que me respondieras. Estoy tremendamente charlatana porque desde que te vi no he vuelto a hablar salvo para ponerme de acuerdo sobre lo que hay que cocinar. Tuya, V. S. 67 Belsize Park Gardens Hampstead, N.W. Querida Virginia, 23 de abril, 1908 

 Tu carta vino a consolarme en mi soledad, causada por un resfriado que ha retornado más virulento y nasal que nunca. Estoy probando el remedio desesperado de no moverme de la misma habitación. Estuve aquí todo el día de ayer y me quedaré hoy todo el día, y supongo que mañana, y así para siempre, agazapado contra una estufa de gas y lloriqueando y maldiciendo y bebiendo quinina. Esto sí parece el final de una novela de algún francés decadente. Prefiero a Galsworthy y estoy muy celoso de ti y de tu Cornualles, con su naturaleza que a mí tan poco me conmueve. Deberías ver la niebla y la lluvia que hay aquí ahora y sentir el viento frío que te cala hasta la médula. Pero me atrevo a decir que efectivamente lo sientes, pues tus descripciones me parecieron quizá demasiado literarias, con eso de la retama —¿de verdad la retama es amarilla?— y el espino blanco que debió haber sido rosa, y el Atlántico. Y, querida señorita Stephen, no me creo una palabra de lo que dices acerca del pobre señor Smith. Es una flagrante calumnia, un invento tuyo, y no me lo creeré hasta que lo vea escrito de su puño y letra. El viernes pasado salí, en parte para recuperarme de mi resfriado; fui al Green Dragon en Salisbury Plain, donde estaban James, Keynes y otros, por las Pascuas.5 Por supuesto que regresé hecho trizas: los vientos más fuertes que puedas imaginar arrasando la llanura, mala comida, falta de asientos confortables. Pero, en general, me entretuve. Los otros eran Bob Trevy, Sanger, Moore, Hawtrey y un joven estudiante llamado Rupert Brooke —¿no es un nombre romántico?—,6 de mejillas rosadas y brillante pelo amarillo —suena horrible, pero no lo era—. Moore es un ser magnífico, y además canta y toca maravillosamente, así que las tardes resultaron agradables. Me hubiese gustado que estuvieras allí —tal vez disfrazada de otro estudiante—. ¿Te habrías muerto del aburrimiento? Hablamos de política menos de lo que imaginas, pero quizá las bromas te habrían parecido un poco pesadas —yo me reí muchísimo y, si en algún momento comenzaba a sentirme estúpido, podía contemplar el pelo amarillo y las mejillas rosadas de Rupert—. James también es una figura interesante: muy misterioso y reservado; a ratos increíblemente joven, a ratos inconcebiblemente viejo. Estuve todo el tiempo mirando por la ventana, esperando ver llegar a Adrian atravesando la llanura con sus calzas color lavanda, pero nunca apareció.7 ¿Sabes algo de él? Me pregunto qué aventuras tendrá en esas tabernas que frecuenta. ¡Ah, las aventuras! ¿Todavía se tienen en estos tiempos? Para mí tu carta fue una aventura, pero no se me ocurre otra, aunque creo que sí, cada tanto las tengo. ¿Y tú? ¿El Atlántico te basta? Muchas veces pienso que soy un hombre salvaje de los bosques y que tal vez sea incomprensible para la gente civilizada que vive en Cornualles y escribe sobre Delane, «el hombre». Salí al frío para cenar y ahora estoy de vuelta, aterido y sintiéndome desgraciado, deseando no haber puesto un pie fuera de aquí, con la nieve que cae por la chimenea y gotea sobre el fuego. Me gustaría hablar con alguien. Sería maravilloso que vinieras ahora, sobre todo porque así podría explicarte exactamente qué quiero decir con eso de que soy un hombre salvaje de los bosques. Claro que en realidad no te lo explicaría nunca, pero aquí habría una silla para ti, y un poco de calor, y un poco de conversación. Mientras tanto, te imagino en tu comedor, oyendo a los hijos de tu casera e inventando cartas escandalosas del señor Smith. ¿O ya te has puesto con la descripción de Cornualles? Eso sería emocionante. Yo he estado leyendo nuevamente a Racine, con placer casi total. No ha habido jamás un artista más grande. Y escribe acerca de lo único sobre lo que merece la pena escribir, según mi opinión: el corazón humano. «J’aimais jusq’à ses pleurs que je faisais couler.» [«Amé incluso las lágrimas que había hecho brotar.»]8 ¡Verdaderamente divino! Se está haciendo tarde y debo irme a la cama. Esta carta partirá hacia ti mañana por la mañana. Me temo que es como la carta de un inválido. Me senté a escribirla tan pronto leí la tuya, así que tienes que responderme. ¿De verdad vives en un sitio llamado Trevose House? Tu letra es un poco confusa. Parece un nombre extraño. Tuyo siempre, G[iles] L[ytton] S[trachey] Trevose House Draycot Terrace St. Ives, Cornualles Querido Lytton, Martes [28 de abril, 1908] Tu carta fue un gran consuelo. Había comenzado a dudar de mi propia identidad: me imaginaba que era una gaviota y por la noche soñaba con estanques profundos de agua azul llenos de anguilas. Pero de pronto, ese mismo día, llegó Adrian, como una adusta figura salida de una saga del Norte —eso me pareció—: un explorador que hubiera viajado durante siglos con la barba congelada. Le habían caído encima nieve, lluvia y granizo, y cuando, hacia la tarde, recalaba en alguna granja solitaria, las mujeres se escondían detrás de la puerta y se recordaban a sí mismas que eran honradas. Algunas veces conseguían convencerse y él se veía obligado a caminar varios kilómetros más por la noche, luego de la travesía diurna. En cualquier caso, lo había pasado bien, había conocido a muchas personas ilustres y tenía muchas historias para contar. Luego vinieron Nessa y Clive con el bebé y la nodriza, y hemos estado tan domésticos que no he leído ni escrito nada. Mi artículo sobre Delane ha quedado abandonado a mitad de una página, así que, para responder a esa pregunta tuya «Pero ¿y qué pasa con “el hombre”?», será necesario que regreses —el sábado—; aquí tendrás tiempo de escribir y de aprender que mi b es así y mi v, así. Los niños son como el mismísimo diablo: alientan, me parece, las peores y más inexplicables pasiones de sus padres —y de su tía—. Cuando estamos conversando sobre el matrimonio, la amistad o la prosa, de pronto Nessa nos interrumpe porque ha oído un llanto, y entonces todos debemos intentar distinguir si el que solloza es Julian o el pequeñito de dos años [Quentin],9 que tiene un absceso y por lo tanto llora en una escala diferente. Adrian volvió anoche a tomar té con S[idney-] T[urner], a cenar con S[idney-] T[urner] y a hablar de ópera con S[idney-] T[urner].10 Le envié un gran cazo de nata y espero recibir en cualquier momento una carta en latín ciceroniano: «¿Qué opinas de mi uso de cur [¿?] con el dativo, o te parece demasiado tacitano?». En cuanto a ti, me aterroriza lo que me cuentas sobre la congregación de intelectos en Salisbury Plain. Mi devoción por los jóvenes inteligentes me provoca una especie de parálisis mental, hasta el punto de que no puedo ni imaginarme lo que son capaces de producir en una conversación las mentes de todos los que nombras. ¿Tú sí puedes…? Yo no, ni por un momento. Una vez atisbé a Rupert Brooke en Newnham, inclinado sobre una baranda y mirando a la galería entre la señorita Reeves y algunos miembros de la Sociedad Fabiana.11 Vamos a ir a un sitio llamado The Gurnard’s Head esta tarde, pero ahora miro al cielo y ¡he aquí que llueve! Así que, en vez de salir, nos sentaremos junto al fuego, y yo diré cosas muy agudas, y Clive y Nessa me tratarán como a un monito adorable, y el bebé llorará. Seguramente Hampstead está cubierta de nieve, ¿cómo sigue tu resfriado? A mí me dio tortícolis después de mi paseo por las rocas, pero ya se me pasó. Tuya siempre, Querido Lytton, A[deline] V[irginia] S[tephen] Fitzroy Square, 29, W. Martes [18 de mayo, 1908] ¿Podrías venir a tomar el té conmigo el jueves?12 Estoy tan miserablemente enfrascada en la ópera y la lengua alemana que creo que sólo podré tener esa tarde libre, pero sería maravilloso si pudieras venir. Te alegrará saber que he estado ordenando mis libros: los huecos entre los libros son horribles. Tuya siempre, Querido Lytton, Fitzroy Square, 29, W. [28 de julio, 1908] V. S. Estaré en casa el jueves a las 16.30, encantada de que vengas. ¿Por qué te pones pedigüeño? Ése no es el Lytton que conozco. El sábado me marcho a pasar un mes en el colegio teológico de Wells. Tuya siempre, Milton Cottage Rothiemurchus Aviemore, N. B. Querida Virginia, 24 de agosto, 1908 A. V. S. Hace algún tiempo le sugerí a Frank Sidgwick que publicara un libro con las cartas de Boswell. Él estuvo de acuerdo, me pidió que escribiera una introducción por la que me ofreció cinco guineas y me dijo que debía estar lista para el 15 de septiembre, a lo que me negué. Entonces me preguntó si conocía a alguien que pudiera hacer el trabajo. Acabo de escribirle sugiriéndole que quizá tú querrías, así que prepárate a tener noticias suyas.13 La paga me parece miserable, pero lo que terminó de disuadirme fue tener que hacerlo tan pronto. No puedo soportar la prisa y la preocupación: tengo que respirar. Últimamente apenas respiro, pero cuando lo hago es aire escocés, fresco y puro, lo que no es poco. Creo que llevo aquí unos quince días, luego de una semana horriblemente húmeda en Skye. Como lugar, esto es la perfección: aquí uno comienza a darse cuenta de que la naturaleza puede ser romántica y hermosa. Me paso el día entero contemplando lagos y escalando montañas, y las noches junto a una estufa de carbón, escribiendo cartas interminables a las que —me parece— nadie responde. ¿Tú estás en Gales? Si es así, quizá te encuentres con mi hermano James y un grupo de fabianos, pero no lo creo. Llegó carta de Clive, desde Wiltshire; me dice (entre otras cosas) que después de los de Catulo «y quizá algunos otros», mis poemas son los que le han gustado más. Eso es muy alentador. Supongo que ahora mismo él y Vanessa están jugando al bridge en algún pabellón de caza. Qué cosas más curiosas hacemos todos. Yo he estado leyendo a Voltaire, Vathek, de William Beckford, y a mademoiselle de Lespinasse, y creo que debería continuar con Darwin (Emma).14 ¿De veras te vas a Italia pasado mañana? Quelle joie! [¡Qué alegría!] Cuando estés entre tus olivos, piensa de tanto en tanto en este aterrorizado espectro que garabatea sin cesar y de cuyo fantasmal cerebro no dejan de brotar delirios en vano, ¡en vano! Para mi imaginación algo arruinada, en este preciso momento tú eres una mujer de un sentido común sólido y firme. Yo desvarío y tú pides pastillas para el hígado. ¿Es así? Todo mi ser es tan débil y frágil que no se me ocurre ni una sola idea. Mi único consuelo es que mi salud, de hecho, es casi tolerable. Estoy bronceado por el sol y consigo digerir los alimentos. Escríbeme si puedes. Pippa y Pernel están en una casa a un kilómetro de aquí, y cientos de conocidos acechan detrás de cada arbusto.15 Los hay de todo tipo: condesas, primos del campo, criados marchitos y respetuosos, y jóvenes herederos de bienes raíces. Todos son sumamente repugnantes. Creo que haré una enciclopedia de todos ellos. Será muy voluminosa. Tuyo, Querido Lytton, LYTTON STRACHEY Manorbier, Gales Domingo [30 de agosto, 1908] No he sabido nada de Frank Sidgwick, así que supongo que debe de haber encontrado a alguien más. Sería maravilloso escribir la introducción de ese libro, pero no veo cómo podría acabarla a tiempo. Andaré vagando por posadas italianas, sin tintero, ni papel borrador, ni secante, ni —supongo— una sola novela francesa. En fin, he pasado unas vacaciones deliciosas, entregada a la reflexión y a las bellezas naturales. Ni siquiera sé cómo conseguiré volver a salir a la superficie, o si lo haré hablando sólo con monosílabos. No vivo muy confortablemente, pero he alquilado una habitación en otra casa, adonde me retiro a hablar entre dientes mientras leo a George Moore, y a exclamar «¡por Dios, qué hombre!» cuando leo a Racine. Aventuras no tengo ninguna, a menos que cuente como tal una correspondencia filosófica con Saxon [Sydney-Turner] acerca del estilo de la escuela holandesa de pintura. Él me envía un inventario de los muebles de su dormitorio y yo le respondo —es mi única defensa— con la metáfora más licenciosa posible. También me invitaron a pasar una semana con los Russell para conocer a Gilbert Murray y a su esposa; a Jane Harrison, F. M. Cornford y Mary Sheepshanks.16 Todo era demasiado rancio: no fui capaz de enfrentarlo. Sí, Clive habló bien de tus poemas, y por fin conseguí que Nessa me los diera. Están aquí, sobre la mesa, frente a mí, y los leo cuando me siento suficientemente pura. Sé que los elogios no significan nada para ti, ni mis rubores verdes, ni ninguna otra forma de adulación. Dices que soy una mujer firme y sensata, pues yo también tengo una imagen muy clara de ti: un potentado oriental en bata floreada. Nessa y Clive parecen estar aburriéndose horriblemente en los Highlands, y no me extraña. Los escoceses son gente asombrosa. Me pasé la mañana esforzándome con unas escocesas, incluida tu pariente, la señora Grant de Laggan,17 y tuve que recurrir muchísimo a mi imaginación. Ah, qué bendición sería dejar de escribir y, en cambio, recostarse en un viñedo y echarse uvas a la boca. Pero debo ir a hacer las maletas, mañana parto para Londres. Tuya siempre, Querida Virginia, V. S.

miércoles, 2 de julio de 2025

PRINCIPIOS NOCTURNOS. NOVELA. FRAGMENTO. —¿Y la gramática y la lógica? —pregunté.




 —¿Y la gramática y la lógica? —pregunté.

 —La gramática no es otro tema que el orden secuencial de las ideas. Orden… De lo contrario, subsiste el caos y el caos no es bueno. La lógica es la aplicación de un orden en nuestros menesteres diarios —afirmaba una y otra vez, recostado como un califa en el enorme sillón, porque, debo confesarlo: por alguna razón misteriosa, Belfegor no solo me acompañaba y me instruía en la retórica, gramática y la lógica –el trivium medieval–, sino que al viejo demonio le agradaba arroparse y fumar opio cuando 100 no hablábamos o no estaba instruyéndome en los menesteres a los que había sido encomendado: mi educación, la laboriosa erudición. En esas oportunidades, estaba allí por horas sin hacer nada; fumaba opio, dormitaba, entreabría los ojos y volvía a retomar la pipa de agua en un éxtasis, hasta que caía rendido por el sueño. Así duraba varias horas, mientras yo continuaba escribiendo en una especie de exacerbación, apuntando, haciendo notas en las horas de mi creación artística. Al final, sus ronquidos lo despertaban y, entonces, con aire zalamero y retozón, me decía: —Joven Deford, joven Deford, que esto sea un secreto entre nosotros, pooor favooorrr, pooor favooorrr. No vayan a creer mis hermanos que me tomo muy en serio el pecado que represento, jejeje.

miércoles, 25 de junio de 2025

POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

  



NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN 

 El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una estructura gramatical distinta y también se pronunciaba de manera muy diferente. En esta edición, he optado por escribir los poemas originales debajo de cada traducción en el sistema de transcripción (usando las letras del alfabeto latino) que se suele usar para representar el japonés moderno (el siste ma Hepburn). 

Esto significa que representan la pronunciación según la cual un lector japonés moderno leería los poemas. Podría haber optado por ofrecer un texto en alfabeto latino que se acercara más a la pronunciación del japonés clásico, pero esto sólo serviría de ayuda a alguien que ya lee japonés, y que por tanto puede consultar un texto del Kokinshü en japonés.

 La pronunciación del japonés moder no se asemeja bastante al español. Las vocales son todas como en español (aunque la u es más cerrada que la españo la). Las consonantes b, d, k, m, n, p, r, s, t, también se 1 pronuncian más o menos como en español (sólo que la y es realmente una semivocal: ya, yo, yu, se pronuncian como ia, io, iu). Las excepciones song, h, j, w, z, que se pronun cian como en inglés. En principio, aún cuando se encuentren dos vocales juntas, se pronuncian siempre como dos sílabas separadas. Por ejemplo, en el primer poema del Kokinshü, kozo to ya iwamu («¿lo llamamos ‘el año pasado’?») se pronuncia «ko- zo-to-ya-i-wa-mu» (siete sílabas), con ya e i como dos síla bas separadas. Sin embargo, puede ocurrir que, por consi deraciones métricas, dos vocales que se encuentren juntas se pronuncien como una sola sílaba (al igual que la sinalefa en poesía española), como en el mismo poema, kotoshi to ya iwamu («¿lo llamamos ‘este año’?») que se-pronuncia «ko-to-shi-to-yai-wa-mu» (siete sílabas), con ya e i como una sola sílaba {yai) para conservar la métrica. El texto en el cual está basada esta traducción es la edición del Shin nihon koten bungaku taikei, que está basa da a su vez en un manuscrito del Kokinshü copiado por el poeta Fujiwara no Teika (1162-1241). Algunos poemas tie nen diversas interpretaciones, y los comentarios que he con sultado aparecen en la bibliografía. Los poemas están nu merados según su orden en esta selección, y según el número que les corresponde en el Kokinshü. De manera que, por ejemplo, el poema 7 [53] es el poema número 7 de esta selección, y el número 53 en el texto del Kokinshü. Esta traducción ha sido hecha con la intención no sólo de traducir cada poema individualmente, sino además, de intentar traducir el lenguaje poético del que están computes tos todos los poemas. 

El lenguaje de la poesía del Kokinshü está altamente codificado: los poemas son parte de, y a la vez van formando, un sistema de asociaciones y connotaciones dentro del cual cada poema individual cobra significado. La selección de cien poemas traducidos aquí ha sido hecha con la intención de transmitir a los lectores este mundo poético del Kokinshü. A la vez, la selección intenta también transmitir las secuencias y progresiones poéticas que conforman al Kokinshü como obra antológica. 

Quisiera expresar mi agradecimiento a Kayoko Takagi, co- directora de la colección «Pliegos de Oriente. Serie Lejano Oriente» por brindarme esta oportunidad, por su apoyo, y por revisar el texto de la traducción. Su ayuda ha sido indispensable. También a Anka Badurina, por revisar el texto y por su amistad; a Imogen Duthie por leer y revisar el «Prefacio en kana»; a Ellen Duthie por sus consejos y ayuda; y a Angela y Niall Duthie, por su apoyo y consejos. También quisiera agradecer al equipo de Editorial Trotta su dedica ción y labor. Finalmente, agradezco el apoyo a la edición de este libro de la Richard and Mary Jane Edwards Endowed Publication Fund, y de la Japan-U. S. Education Comission. Este libro está dedicado a la memoria de mi abuela, Do- rothy Duthie, Doux-doux (1920-1998), que me regaló tantísimos libros, entre ellos el primero que leí sobre Japón. Pittsburgh, 28 de abril de 2005 T orquil Duthie

lunes, 23 de junio de 2025

INTRODUCCIÓN El Tractatus logico-philosophicus del profesor Wittgenstein

 


INTRODUCCIÓN 

 El Tractatus logico-philosophicus del profesor Wittgenstein intenta, consígalo o no, llegar a la verdad última en las materias de que trata, y merece por su intento, objeto y profundidad que se le considere un acontecimiento de suma importancia en el mundo filosófico. Partiendo de los principios del simbolismo y de las relaciones necesarias entre las palabras y las cosas en cualquier lenguaje, aplica el resultado de esta investigación a las varias ramas de la filosofía tradicional, mostrando en cada caso cómo la filosofía tradicional y las soluciones tradicionales proceden de la ignorancia de los principios del simbolismo y del mal empleo del lenguaje. Trata en primer lugar de la estructura lógica de las proposiciones y de la naturaleza de la inferencia lógica. De aquí pasamos sucesivamente a la teoría del conocimiento, a los principios de la física, a la ética y, finalmente, a la mística (das Mystiche). Para comprender el libro de Wittgenstein es preciso comprender el problema con que se enfrenta. En la parte de su teoría que se refiere al simbolismo se ocupa de las condiciones que se requieren para conseguir un lenguaje lógicamente perfecto. Hay varios problemas con relación al lenguaje. En primer lugar está el problema de qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra mente cuando empleamos el lenguaje con la intención de significar algo con él; este problema pertenece a la psicología. En segundo lugar está el problema de la relación existente entre pensamientos, palabras y proposiciones y aquello a lo que se refieren o significan; este problema pertenece a la epistemología. En tercer lugar está el problema de usar las proposiciones-de tal modo que expresen la verdad antes que la falsedad; esto pertenece a las ciencias especiales que tratan de las materias propias de las proposiciones -en cuestión. En cuarto lugar está la cuestión siguiente: ¿Qué relación debe haber entre un hecho (una proposición, por ejemplo) y otro hecho para que el primero sea capaz de ser un símbolo del segundo? Esta última es una cuestión lógica y es precisamente la única de que Wittgenstein se ocupa. Estudia las condiciones de un simbolismo correcto, es decir, un simbolismo en el cual una proposición «signifique» algo suficientemente definido. En la práctica, el lenguaje es siempre más o menos vago, ya que lo que afirmamos no es nunca totalmente preciso. Así pues, la lógica ha de tratar de dos problemas en relación con el simbolismo: l.° Las condiciones para que se dé el sentido mejor que el sinsentido en las combinaciones de símbolos; 2.º Las condiciones para que exista unicidad de significado o referencia en los símbolos o en las combinaciones de símbolos. Un lenguaje lógicamente perfecto tiene reglas de sintaxis que evitan los sinsentidos, y tiene símbolos articulares con un significado determinado y único. Wittgenstein estudia las condiciones necesarias para un lenguaje lógicamente perfecto. No es que haya lenguaje lógicamente perfecto, o que nosotros nos creamos aquí y ahora capaces e construir un lenguaje lógicamente perfecto, sino que toda función del lenguaje consiste en tener significado y sólo cumple esta función satisfactoriamente en la medida en que se aproxima al lenguaje ideal que nosotros postulamos. La función esencial del lenguaje es afirmar o negar los hechos. Dada la sintaxis de un lenguaje, el significado de una proposición está determinado tan pronto como se conozca el significado de las palabras que la componen. Para que una cierta proposición pueda afirmar un cierto he debe haber, cualquiera que sea el modo como el lenguaje esté construido, algo en común entre la estructura de la proposición y la estructura del hecho. Esta es tal vez la tesis más fundamental de la teoría de Wittgenstein. Aquello que-haya de común entre la proposición y el hecho, no puede, así lo afirma el autor, decirse a su vez en el lenguaje. Sólo puede ser, en la fraseología de Wittgenstein, mostrado, no dicho, pues cualquier cosa que podamos decir tendrá siempre la misma estructura. www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. El primer requisito de un lenguaje ideal sería tener un solo nombre para cada elemento, y nunca el mismo nombre para dos elementos distintos. Un nombre es un símbolo simple en el sentido de que no posee partes que sean a su vez símbolos. En un lenguaje lógicamente perfecto, nada que no fuera un elemento tendría un símbolo simple. El símbolo para un compuesto sería un «complejo». Al hablar de un «complejo» estamos, como veremos más adelante, pecando en contra de las reglas de la gramática filosófica, pero esto es inevitable al principio. «La mayor parte de las proposiciones y cuestiones que se han escrito sobre materia filosófica no son falsas, sino sinsentido. No podemos, pues, responder a cuestiones de esta clase de ningún modo, sino establecer su sinsentido. La mayor parte de las cuestiones y proposiciones de los filósofos proceden de que no comprendemos la lógica de nuestro lenguaje. Son del mismo tipo que la cuestión de si lo bueno es más o menos idéntico que lo bello» (4.003). Lo que en el mundo es complejo es un hecho. Los hechos que no se componen de otros hechos son lo que Wittgenstein llama Sachverhalte, mientras que a un hecho que conste de dos o más hechos se le llama Tatsache; así, por ejemplo: «Socrates es sabio» es un Sachverhalt y también un Tatsache, mientras que «Sócrates es sabio y Platón es su discípulo» es un Tatsache, pero no un Sachverhalt. Wittgenstein compara la expresión lingüística a la proyección en geometría. Una figura geométrica puede, ser proyectada de varias maneras: cada una de éstas corresponde a un lenguaje diferente, pero las propiedades de proyección de la figura original permanecen inmutables, cualquiera que sea el modo de proyección que se adopte. Estas propiedades proyectivas corresponden a aquello que en la teoría de Wittgenstein tienen en común la proposición y el hecho, siempre que la proposición asevere el hecho. En cierto nivel elemental esto desde luego es obvio. Es imposible, por ejemplo, establecer una afirmación, sobre dos hombres (admitiendo por ahora que los hombres puedan ser tratados como elementos) sin emplear dos nombres, y si se quiere aseverar una relación entre los dos hombres será necesario que la proposición en la que hacemos la aseveración establezca una relación entre los dos nombres. Si decimos «Platón ama a Sócrates», la palabra «ama», que está entre o la palabra «Platón» y la palabra «Sócrates», establece una relación entre estas dos palabras, y se debe a este hecho que nuestra proposición sea capaz de aseverar una relación entre las personas representadas por las palabras «Platón y Sócrates». «No: `El signo complejo aRb dice que a está en la relación R con b’, sino: Que a está en una cierta relación con b, dice que aRb» (3.1432). Wittgenstein empieza su teoría del simbolismo con la siguiente afirmación (2.1): «Nosotros nos hacemos figuras de los hechos.» Una figura, dice, es un modelo de la realidad, y a los objetos en la realidad corresponden los elementos de la figura: la figura misma es un hecho. El hecho de que las cosas tengan una cierta relación entre sí se representa por el hecho de que en la figura sus elementos tienen también una cierta relación, unos con otros. En la figura y en lo figurado debe haber algo idéntico para que una pueda ser figura de lo otro completamente. Lo que la figura debe tener en común con la realidad para poder figurarla a su modo y manera -justa o falsamente- es su forma de figuración» (2.161, 2.17). Hablamos de una figura lógica de la realidad; cuando queremos indicar solamente tanta semejanza cuanta es esencial a su condición de ser una figura, y esto en algún sentido, es decir, cuando no deseamos implicar nada más que la identidad de la forma lógica. La figura lógica de un hecho, dice, es un Gedanke. Una figura puede corresponder o no corresponder al hecho y por consiguiente ser verdadera o falsa, pero en ambos casos tiene en común con el hecho la forma lógica. El sentido en el cual Wittgenstein habla de figuras puede ilustrarse por la siguiente afirmación: «El disco gramófonico, el pensamiento musical, la notación musical; las 2 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. ondas sonoras, están todos, unos respecto de otros, en aquella internó relación figurativa que se mantiene entre lenguaje y mundo. A todo esto es común la estructura lógica. (Como en la fábula, los dos jóvenes, sus dos caballos y sus lirios, son todos, en cierto sentido, la misma cosa)» (4.014). La posibilidad de que una proposición represente a un hecho depende del hecho de que en ella los objetos estén representados por signos. Las llamadas «constantes» lógicas no están representadas por signos, sino que ellas mismas están presentes tanto en la proposición como en el hecho. La proposición y el hecho deben manifestar la misma «multiplicidad» lógica, que no puede ser a su vez representada, pues tiene que tener en común el hecho y la figura. Wittgenstein sostiene que todo aquello que es propiamente filosófico pertenece a lo que sólo se puede expresar, es decir: a aquello que es común al hecho y a su figura lógica. Según este criterio se concluye que nada exacto puede decirse en filosofía. Toda proposición filosófica es un error gramatical, y a lo más que podemos aspirar con la discusión filosófica es a mostrar a los demás que la discusión filosófica es un error. «La filosofía no es una de las ciencias naturales. (La palabra `filosofía’ debe significar algo que esté sobre o bajo, pero no junto a las ciencias naturales) E1 objeto de la filosofía es la aclaración lógica de pensamientos. La filosofía no es una teoría, sino una actividad. Una obra filosófica consiste especialmente en elucidaciones. El resultado de la filosofía no son `proposiciones filosóficas’ sino el esclarecimiento de las proposiciones. La filosofía debe esclarecer y delimitar con precisión los pensamientos que de otro modo serían, por así decirlo, opacos y confusos» (4.111 y 4.112). De acuerdo con este principio todas las cosas que diremos para que el lector comprenda la teoría de Wittgenstein son todas ellas cosas que la propia teoría condena como carentes de sentido. Teniendo en cuenta esto, intentaremos exponer la visión del mundo que parece que está al fondo de su sistema. El mundo se compone de hechos: hechos que estrictamente hablando no podemos definir, pero podemos explicar lo que queremos decir admitiendo que los hechos son los que hacen á las proposiciones verdaderas o falsas. Los hechos pueden contener partes que sean hechos o pueden no contenerlas; «Sócrates era un sabio ateniense» se compone de dos hechos: «Sócrates era sabio» y «Sócrates era un ateniense». Un hecho que no tenga partes que sean hechos se llama por Wittgenstein Sachverhalt. Es lo mismo que aquello a lo que llama hecho atómico. Un hecho atómico, aunque no conste de partes que son hechos, sin embargo consta de partes. Si consideramos «Sócrates es sabio» como un hecho atómico veremos que contiene los constitutivos «Sócrates» y «sabio». Si se analiza un hecho atómico lo más completamente posible (posibilidad teórica, no práctica), las partes constitutivas que se obtengan al final pueden llamarse «simples» u «objetos». Wittgenstein no pretende que podamos realmente aislar el «simple» o que tengamos de él un conocimiento empírico. Es una necesidad lógica exigida por la teoría como el caso del electrón. Su fundamento para sostener que hay simples es que cada complejo presupone un hecho. Esto no supone necesariamente que la complejidad de los hechos sea finita; aunque cada hecho constase de infinidad de hechos atómicos y cada hecho atómico se compusiese de un número infinito de objetos, aun en este supuesto debería haber objetos y hechos atómicos (4.2211). La afirmación de que hay un cierto complejo se reduce a la aseveración de que sus elementos constitutivos están en una cierta relación, que es la aseveración de un hecho; así, pues, si damos un nombre al complejo, este nombre sólo tiene sentido en virtud de la verdad de una cierta proposición, especialmente la proposición que arma que los componentes del complejo están en esa relación. Así, nombrar a los complejos presupone la proposición, mientras que las proposiciones presuponen que los simples tengan un nombre. Así, pues, se pone de manifiesto que nombrar los simples es lógicamente lo primero en lógica. 3 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. El mundo está totalmente descrito si todos los hechos atómicos se conocen, unido al hecho de que éstos son todos los hechos. El mundo no se describe por el mero nombrar de todos los objetos que están en él; es necesario también conocer los hechos atómicos de los cuales esos objetos son partes constitutivas. Dada la totalidad de hechos atómicos, cada proposición verdadera, aunque compleja, puede teóricamente ser inferida. A una proposición (verdadera o falsa) que asevera un hecho atómico se le llama una proposición atómica. Todas las proposiciones atómicas son lógicamente independientes unas de otras. Ninguna proposición atómica implica otra o es compatible con otra. Así pues, todo el problema de la inferencia lógica se refiere a proposiciones que no son atómicas. Tales proposiciones pueden ser llamadas moleculares. La teoría de Wittgenstein de las proposiciones moleculares se fundamenta sobre su teoría acerca de la construcción de las funciones de verdad. Una función de verdad de una proposición p es una proposición que contiene a p, de modo que su verdad o falsedad depende sólo de la verdad o falsedad de p;. del mismo modo, una función de verdad de varias proposiciones p, q, r... es una proposición que contiene p, q, r..., y así su verdad o falsedad depende sólo de la verdad o de la falsedad de p, q, r... Pudiera parecer a primera vista que hay otras funciones de proposiciones además de las funciones de- verdad; así, por ejemplo, sería «A cree p», ya que de modo general A creería algunas proposiciones verdaderas y algunas falsas; a menos que sea un individuo excepcionalmente dotado, no podemos colegir que p es verdadera por el hecho de que lo crea, o que p es falsa por el hecho de que no lo crea. Otras excepciones aparentes serian,-por ejemplo, «p es una proposición muy compleja» o «p es una proposición referente a Sócrates». Wittgenstein sostiene, sin embargo, por razones que -ya expondremos, que tales excepciones son sólo apa rentes, y que cada función de una proposición es realmente una función de verdad. De aquí se sigue que si podemos definir las funciones de verdad de modo general, podremos obtener una definición general de todas las proposiciones en los términos del grupo -primitivo de las proposiciones atómicas. De este modo procede Wittgenstein. Ha sido demostrado por el doctor Sheffer (Trans. Am. Math. Soc., vol. XIV, pp. 481-488) que todas las funciones de verdad de un grupo dado de proposiciones pueden construirse a partir de una de estas dos funciones: «no-p o no-q» o «no-p y no-q». Wittgenstein emplea la última, presuponiendo, el conocimiento del trabajo del doctor Sheffer. Es fácil ver el modo en que se construyen otras funciones de verdad de «no-p y no-q». «No-p y no-p» es equivalente a «no-p», con lo que obtenemos una definición de la negación en los términos de nuestra función primitiva; por lo tanto, podemos definir «p o q», puesto que es la negación de «no-p» y «no-q»; es decir, de nuestra función primitiva; por lo tanto, podemos definir «p o q», puesto que es la negación de «no-p» y «no-q»; es decir de nuestra función primitiva. El desarrollo de otras funciones de verdad de «no-p» y «p o q» se dan detalladamente al comienzo de Principia Mathematica. Con esto se logra lo que pretendemos, cuando las proposiciones que son los argumentos de nuestras funciones de verdad se dan por enumeración. Wittgenstein, sin embargo, por un análisis realmente interesante, consigue extender el proceso a las proposiciones generales, es decir, a los casos en que las proposiciones que son argumentos de nuestras funciones de verdad no están dadas por enumeración, sino que se dan como todas las que cumplen cierta condición. Por ejemplo, sea fx una función proposicional (es decir, una función cuyos valores son proposiciones), lo mismo que «x es humano» -entonces los diferentes valores fx constituyen un grupo de proposiciones. Podemos extender la idea «no-p y no-q» tanto como aplicarla a la negación simultánea de todas las proposiciones que son valores de fx. De este modo llegamos a la proposición que de ordinario representa en lógica matemática por las palabras «fx es falsa para todos los valores de x». La negación de esto sería 4 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. la proposición «hay al menos una x para la cual fx es verdad» que está representada por «(Ýx).fx». Si en vez de fx hubiésemos partido de no-fx habríamos llegado a la proposición «fx es verdadera para todos los valores de x», que está representada por «(x).fx». El método de Wittgenstein para operar con las proposiciones generales [es decir «(x).fx» y «(Ýx).fx »] difiere de los métodos precedentes por el hecho de que la generalidad interviene s en la especificación del grupo de proposiciones a que se refiere, y cuando esto se lleva a cabo, la construcción de las funciones de verdad procede exactamente, como en el caso de un número finito de argumentos dados, por enumeración, p, q, r... Sobre este punto, Wittgenstein no da en el texto una explicación suficiente de su simbolismo. El símbolo que emplea es (-p, -î, N(-î)). He aquí la explicación de este simbolismo: -p representa todas las proposiciones atómicas. -î representa cualquier grupo de proposiciones. N (-î) representa la negación de todas las proposiciones que componen -î. El símbolo completo (-p, -î, N(-î)) significa todo aquello que puede obtenerse seleccionando proposiciones atómicas, negándolas todas, seleccionando algunas del grupo de proposiciones nuevamente obtenido unidas con otras del grupo primitivo -y así indefinidamente-.Esta es, dice, la función general de verdad y también la forma general de la proposición. Lo que esto significa es algo menos complicado de lo que parece. El símbolo intenta describir un proceso con la ayuda del cual, dadas las proposiciones atómicas, todas las demás pueden construirse. El proceso depende de: (a) La prueba-de Sheffer de que todas- las funciones de verdad pueden obtenerse de la negación simultánea, es decir, de «no-p y no-q»; (b) La teoría de Wittgenstein de la derivación de las proposiciones generales de las conjunciones y disyunciones; (c) La aseveración de que una proposición puede encontrarse en otra sólo como argumento de una función de verdad. Dados estos tres fundamentos, se sigue que todas las proposiciones que no son atómicas pueden derivarse de las que lo son por un proceso uniforme, y es este proceso el que Wittgenstein indica en su símbolo. Por este método uniforme de construcción llegamos a una asombrosa simplificación de la teoría de la inferencia, lo mismo que a una definición del tipo de proposiciones que pertenecen a la lógica. El método de operación descrito autoriza a Wittgenstein a decir que todas las proposiciones pueden construirse del modo anteriormente indicado, partiendo de las proposiciones atómicas, y de este modo queda definida la totalidad de las proposiciones. (Las aparentes excepciones mencionadas más arriba son tratadas de un modo que consideraremos más adelante.) Wittgenstein puede, pues, afirmar que proposiciones son todo lo que se sigue de la totalidad de las proposiciones atómicas (unido al hecho de que ésta es la totalidad de ellas); que una proposición es siempre una función de verdad de las proposiciones atómicas; y de que si p se sigue de q, el significado de p está contenido en el significado de q; de lo cual resulta, naturalmente, que nada puede deducirse de una proposición atómica Todas las proposiciones de la lógica, afirma, son tautologías, como, por ejemplo, «p o no p». El hecho de que nada puede deducirse de una proposición atómica tiene aplicaciones de interés, por ejemplo, a la causalidad. En la lógica de Wittgenstein no puede haber nada semejante al nexo causal. «Que el sol vaya a surgir mañana es una hipótesis. No sabemos, realmente, si surgirá, ya que no hay necesidad alguna para que una cosa acaezca porque acaezca otra.» Tomemos ahora otro tema -el de los nombres. En el lenguaje lógico-teorético de Wittgenstein, los nombres sólo son dados a los simples. No damos dos nombres a una sola 5 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. cosa, o un nombre a dos cosas. No hay ningún medio, según el autor, para describir la totalidad de las cosas que pueden ser nombradas; en otras palabras, la totalidad de todo cuanto hay en el mundo. Para poder hacer esto tendríamos que conocer alguna propiedad que perteneciese a cada cosa por necesidad lógica. Se ha intentado alguna vez encontrar tal propiedad en la auto-identidad; pero la concepción de la identidad está sometida por Wittgenstein a un criticismo destructor, del cual no parece posible escapar. Queda rechazada la definición de la identidad por medio de la identidad de lo indiscernible, porque la identidad de lo indiscernible parece que no es un principio lógico necesario. De acuerdo con este principio, x es idéntica a y si cada propiedad de x es una propiedad de y; pero, después de todo, seria lógicamente posible para ambas cosas que tuviesen exactamente las mismas propiedades. Que esto de hecho no ocurra, es una característica accidental del mundo, no una característica lógicamente necesaria, y las características accidentales del mundo no deben naturalmente ser admitidas en la estructura de la lógica. Wittgenstein, de acuerdo con esto, suprime la identidad y adopta la convención de que diferentes letras signifiquen diferentes cosas. En la práctica se necesita la identidad, por ejemplo, entre un nombre y una descripción o entre dos descripciones. Se necesita para proposiciones tales como «Sócrates es el filósofo que bebió la cicuta» o «El primer número par es aquel que sigue inmediatamente a 1.» Es fácil en el sistema de Wittgenstein proveer respecto de tales usos de la identidad. La exclusión de la identidad excluye un método de hablar de la totalidad de las cosas, y se encontrará que cualquier otro método que se proponga ha de resultar igualmente engañoso; así, al menos, lo afirma Wittgenstein, y yo creo que con fundamento. Esto equivale a decir que «objeto» es un seudoconcepto. Decir que «x es un objeto» es no decir nada. Sigue esto de que no podemos hacer juicios tales como «hay más de tres objetos en el mundo» o «hay un número infinito de objetos en el mundo». Los objetos sólo pueden mencionarse en conexión con alguna propiedad definida. Podemos decir «hay más de tres objetos que son humanos», o «hay más de tres objetos que son rojos», porque en estas afirmaciones la palabra «objeto» puede sustituirse en el lenguaje de la lógica por una variable que será en el primer caso la función «x es humano»; en el segundo, la función «x es rojo». Pero cuando intentamos decir «hay más de tres objetos», esta sustitución de la variable por la palabra «objeto» se hace imposible, y la proposición, por consiguiente, carece de sentido. Henos, pues, aquí ante un ejemplo de una tesis fundamental de Wittgenstein, que es imposible decir nada sobre el mundo como un todo, y que cualquier cosa que pueda decirse ha de ser sobre partes del mundo. Este punto de vista puede haber sido en principio sugerido por la notación, y si es así, esto dice mucho en su favor, pues una buena notación posee una penetración y una capacidad de sugerir que la hace en ocasiones parecerse a una enseñanza viva. Las irregularidades en la notación son con frecuencia el primer signo de los errores filosóficos, y una notación perfecta llegaría a ser un sustitutivo del pensamiento. Pero aun cuando haya sido la notación la que haya sugerido al principio a Wittgenstein la limitación de la lógica a las cosas del mundo, en contraposición al mundo como a un todo, no obstante, esta concepción, una vez sugerida, ha mostrado encerrar mucho más que la simple notación. Por mi parte, no pretendo saber si esta tesis es definitivamente cierta. En esta introducción, mi objeto es exponerla, no pronunciarme respecto de ella. De acuerdo con este criterio, sólo podríamos decir cosas sobre el mundo como un todo si pudiésemos salir fuera del mundo, es decir, si dejase para nosotros de ser el mundo. Pudiera ocurrir que nuestro mundo estuviese limitado por algún ser superior que lo vigilase sobre lo alto; pero para nosotros, por muy finito que pueda ser, no puede tener límites el mundo desde el momento en que no hay nada fuera de él. Wittgenstein emplea como una imagen la del campo visual. Nuestro campo visual no tiene para nosotros límites visuales, ya que no existen fuera de él, del mismo modo que en 6 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. nuestro mundo lógico no hay límites lógicos, ya que nuestra lógica no conoce nada fuera de ella. Estas consideraciones le llevan a una discusión interesante sobre el solipsismo. La lógica, dice, llena el mundo. Los límites del mundo son también sus propios límites. En lógica, por consiguiente, no podemos decir: en el mundo hay esto y lo otro, pero no lo de más allá; decir esto presupondría efectivamente excluir ciertas posibilidades, y esto no puede ser, ya que requeriría que la lógica atravesase los límites del mundo, como sí contemplase estos límites desde el otro lado. Lo que no podemos pensar, no podemos pensar; por consiguiente, tampoco podemos decir lo que no podemos pensar. Esto, dice Wittgenstein, da la clave respecto del solipsismo. Lo que el solipsismo pretende es ciertamente correcto; pero no puede decirse, sólo puede mostrarse. Que el mundo es mi mundo se muestra en el hecho de que los límites del lenguaje (el único lenguaje que yo entiendo) indican los límites de mi mundo. El sujeto metafísico no pertenece al mundo; es un límite del mundo. Debemos tratar ahora la cuestión de las proposiciones moleculares que no son a primera vista funciones de verdad de las proposiciones que contienen; por ejemplo: «A cree p». Wittgenstein introduce este argumento en defensa de su tesis; a saber: que todas las funciones moleculares son funciones de verdad. Dice (5.54): «En la forma proposicional general la proposición entra en otra sólo como base de las operaciones de verdad» A primera vista, continua diciendo, parece como si una proposición pudiera entrar de otra manera; por ejemplo: «A cree p». De manera superficial parece como si la proposición p estuviese en una especie de relación con el objeto A. «Pero es claro que “A cree p”, “A. piensa p”, “A dice p” son de la forma “‘p’ dice p”; y aquí de la coordinación de un hecho con un objeto, coordinación de hechos por medio de la coordinación de sus objetos» (5.542 ). Lo que Wittgenstein expone aquí lo expone de modo tan breve que no queda bastante claro para aquellas personas que desconocen las controversias a las cuales se refiere. La teoría con la cual se muestra en desacuerdo está expuesta en mis artículos sobre la naturaleza de la verdad y de la falsedad en Philosophical Essays y Proceedings of the Arisiotelian Society, 1906-1907. El problema de que se trata es el problema de la forma lógica de la fe, es decir, cuáles el esquema que representa lo que sucede cuando un hombre cree. Naturalmente, el problema se aplica no sólo a la fe, sino también a una multitud de fenómenos mentales que se pueden llamar actitudes proposicionales: duda, consideración, deseo, etc. En todos estos casos parece natural expresar el fenómeno en la forma «A duda p», «A desea p», etcétera, lo que hace que esto aparezca como si existiese una relación entre una persona y una proposición. Este, naturalmente, no puede ser el último análisis, ya que las personas son ficciones lo mismo que las proposiciones, excepto en el sentido en que son hechos. Una proposición, considerada como un hecho en sí mismo consistente, puede ser una serie de palabras que un hombre se repite a sí mismo, o una imagen compleja, o una serie de imágenes que pasan por su imaginación, o una serie de movimientos corporales incipientes. Puede ser una cualquiera de estas innumerables diferentes cosas. La proposición, en cuanto un hecho en sí mismo consistente, por ejemplo, la serie actual de palabras que el hombre se dice a sí mismo, no tiene importancia para la lógica. Lo que es interesante para la lógica es el elemento común a todos estos hechos, los cuales permiten, como decimos, significar el hecho que la proposición asevera. Para la psicología, naturalmente, es más interesante, pues un símbolo no significa aquello que simboliza sólo en virtud de una relación lógica, sino también en virtud de una relación psicológica de intención, de asociación o de cualquier otro carácter. La parte psicológica del significado no concierne, sin embargo, al lógico. Lo que le concierne en este problema de la fe es el esquema lógico. Es claro que cuando una persona cree una proposición, la persona 7 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. considerada como un sujeto metafísico, no debe ser tenida en cuenta en orden a explicar lo que está sucediendo. Lo que ha de explicarse es la relación existente entre la serie de palabras, que es la proposición considerada como un hecho por sí mismo existente, y el hecho «objetivo» que hace a la proposición verdadera o falsa. Todo esto se reduce en último término a la cuestión del significado de las proposiciones, y es tanto como decir que el significado de las proposiciones es la única parte no psicológica del problema implicada en el análisis de la fe. Este problema es tan sólo el de la relación entre dos hechos, a saber: la relación entre las series de palabras empleadas por el creyente y el hecho que hace que estas palabras sean verdaderas o falsas. La serie de palabras es un hecho, tanto como pueda serlo aquello que hace que sea verdadera o falsa. La relación entre estos dos hechos no es inanalizable, puesto que el significado de una proposición resulta del significado de las palabras que la constituyen. El significado de la serie de palabras que es una proposición, es una función del significado de las palabras aisladas. Según esto, la proposición como un todo no entra realmente en aquello que ya se ha explicado al explicar el significado de la proposición. Ayudaría tal vez a comprender el punto de vista que estoy tratando de exponer, decir que en los casos ya tratados la proposición está presente como un hecho y no como una proposición. Tal afirmación no debe tomarse demasiada literalmente. El punto esencial es que en el acto de creer, de desear, etc., es lógicamente fundamental la relación de una proposición considerada como hecho con el hecho que la hace verdadera o falsa, y que esta relación entre dos actos es reducible a la relación de sus componentes. Así, pues, la proposición- entra-aquí de un modo completamente -distinto al modo como entra en una función de verdad. Hay algunos aspectos, según mi opinión, en los que la teoría de Wittgenstein necesita un mayor desarrollo técnico. Esto puede aplicarse, concretamente, a su teoría del número (6.02 ss.), la cual, tal y como está, sólo puede aplicarse a los números finitos. Ninguna lógica puede considerarse satisfactoria hasta que se haya demostrado que es capaz de poder ser aplicada a los números transfinitos. No creo que haya nada en el sistema de Wittgenstein que le impida llenar esta laguna. Más interesante que estas cuestiones de detalle comparativo es la actitud de Wittgenstein respecto de la mística. Su actitud hacia ella nace de modo natural de su doctrina de lógica pura, según la cual, la proposición lógica es una figura (verdadera o falsa) del hecho, y tiene en común con el hecho una cierta estructura. Es esta estructura común lo que la hace capaz de ser una figura del hecho; pero la estructura no puede, a su vez, ponerse en palabras, puesto que es la estructura de las palabras, lo mismo que de los hechos a los cuales se refiere. Por consiguiente, todo cuanto quede envuelto en la idea de la expresividad del lenguaje, debe permanecer incapaz de ser expresado en el lenguaje, y es, por consiguiente, inexpresable en un sentido perfectamente preciso. Este inexpresable contiene, según Wittgenstein, el conjunto de la lógica y de la filosofía. El verdadero método de enseñar filosofía, dice, sería limitarse a las proposiciones de las ciencias, establecidas con toda la claridad y exactitud posibles, dejando las afirmaciones filosóficas al discípulo, y haciéndole patente que cualquier cosa que se haga con ellas carece de significado. Es cierto que la misma suerte que le cupo a Sócrates podría caberle a cualquier hombre que intentase este método de enseñanza; pero no debemos atemorizarnos, pues éste es único método justo. No es precisamente esto lo que hace dar respecto de aceptar o no la posición de Wittgenstein, a pesar de los argumentos tan poderosos que ofrece como base. Lo que ocasiona tal duda es el hecho de que después de todo, Wittgenstein encuentra el modo de decir una buena cantidad de cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir, sugiriendo así al lector escéptico la posible existencia de una salida, bien a través de la jerarquía de lengua bien de cualquier otro modo. Toda la ética, por ejemplo coloca Wittgenstein en la mística, región 8 www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. inexpresable. A pesar de ello, es capaz de comunicar sus opiniones éticas. Su defensa consistiría en decir que lo «místico» puede mostrarse, pero no decirse. Puede que esta defensa sea satisfactoria, pero por mi parte confieso que me produce una cierta sensación de disconformidad intelectual. Hay un problema puramente lógico, con relación al cual esas dificultades son especialmente agudas. Me refiero al problema de la generalidad. En la teoría de la generalidad es necesario considerar todas las proposiciones de la forma fx, donde fx es una función proposicional dada. Esto pertenece a la parte de la lógica que puede expresarse de acuerdo con el sistema de Wittgenstein. Pero la totalidad de los posibles valores de x que puede parecer que están comprendidos en la totalidad de las proposiciones de la forma fx no está admitida por Wittgenstein entre aquellas cosas que pueden ser dichas, pues esto no es sino la totalidad de las cosas del mundo y esto supone el intento de concebir el mundo como un todo; «el sentido del mundo como un todo limitado es lo místico»; por lo tanto, la totalidad de los valores de x es la mística (6.45). Esto está expresamente dicho cuando Wittgenstein niega que podamos construir proposiciones sobre el número de cosas que hay en el mundo, como, por ejemplo, cuando decimos que hay más de tres. Estas dificultades me sugieren la siguiente posibilidad: que todo lenguaje tiene, como Wittgenstein dice, una estructura de la cual nada puede decirse en el lenguaje, pero que puede haber otro lenguaje que trate de la estructura del primer lenguaje y que tenga una nueva estructura y que esta jerarquía de lenguaje no tenga límites. Wittgenstein puede responder que toda su teoría puede aplicarse sin cambiarla a la totalidad de estos lenguajes. La única réplica sería negar que exista tal totalidad. La totalidad de la que Wittgenstein sostiene que es imposible hablar lógicamente, está sin embargo pensada por él como existente y constituye el objeto de su mística. La totalidad resultante de nuestra jerarquía no sería, pues, inexpresable con un criterio meramente lógico, sino una ficción, una ilusión, y en este sentido la supuesta esfera de la mística quedaría abolida. Tal hipótesis es muy difícil y veo objeciones a las cuales, de momento, no sé cómo contesta, aunque no veo cómo una hipótesis más fácil pueda escaparse de las conclusiones de Wittgenstein. Aunque esta hipótesis es tan difícil que pudiese sostenerse, dejaría intacta una gran parte de la teoría de Wittgenstein; aunque posiblemente no aquella parte en al cual insiste más. Teniendo larga experiencia de las dificultades de la lógica y de lo ilusorio de las teorías que parecen irrefutables, no soy capaz de asegurar la exactitud de una teoría fundándome tan sólo en que no veo ningún punto en que esté equivocada. Pero haber construido una teoría lógica, que no es en ningún punto manifiestamente errónea, significa haber logrado una obra de extraordinaria dificultad e importancia. Este mérito, en mi opinión, corresponde al libro de Wittgenstein y lo convierte en algo que ningún filósofo serio puede permitirse descuidar. 

 BERTRAND RUSSELL. Mayo 1922.

viernes, 20 de junio de 2025

POESIA Y CRITICA (TEMAS HISPÁNICOS) ARTURO FARINELLI

 


AL QUE LEYERE 

 Recojo en este volumen algunos de mis escritos apare cidos en los pasados años, cuando imperaba una aparien cia de paz y yo era colaborador asiduo de «La Nación» de Buenos Aires. Breves y ligeros, no limitados en los temas, extendiéndose a diversas literaturas y hasta a la música, contienen pequeños estudios de características, esbozos de paisajes, fantasías, sueños y confesiones que espero no serán enojosos para el lector y llegarán a despertar cierto interés. En la obligada separación en que vivimos, hechas infranqueables las barreras entre los pueblos por la guerra que nos destroza, establecer comunicación es una cosa como para desesperarse.

 A lo he conseguido recuperar otros trabajos míos que reposan en tas imprentas — un Petrarca, un Tasso, un Chateaubriand, divagaciones sobre Europa y sobre América —; probablemente no los veré más y se perderán. Todo lo que ofrezco, fruto de investigación nada fatigosa y de pensamiento no atormentado, refleja, incluso en la rápida y fácil exposición, mi propia naturaleza, mi estilo propio, la impresión sencilla y el puro aliento de mi alma. 

'No quisiera que se me juzgase vacuo y superficial, más atento a divertir que a persuadir. Algunas pequeñas cosas han sido añadidas a los artículos de «La Nación» para que se completase el cuadro de la cultura y de la vida que imaginaba. Ni he desdeñado incluir, vestidos de otra manera, variantes de otros escritos, parlamentos por radio pronunciados por mí antes de surcar el Océano. Ha llegado el atardecer de mi vida, y conviene prepararme para la última despedida, reunir las pobres cosas dispersas para que aún me hagan compañía y me conforten revelando al público, que he respe tado y amado, cuanto vivió en mi corazón y ocupó mi mente en el largo peregrinar por este mundo dolorido, repleto de arcanos y de misterios. 

 Arturo Farinelli Torino, 1944.

martes, 17 de junio de 2025

Silvia Adela Kohan Aprende de los maestros Método para experimentar con Chejov y otros 49 genios de la literatura prólogo

  



Método para experimentar con Chejov y otros 49 genios de la literatura alba Razones de este método de eficacia comprobada para narradores y poetas Quiero sacar de ti tu mejor tú. Pedro Salinas «Imitar a tu manera» un texto de un escritor que te atrape es un valioso modo de sacar a la luz el libro que ya existe en ti, como decía Proust. Por lo tanto, doy cuenta aquí de esa manera. 

Unos la llaman «influencia»; otros, «inspiración»; otros, «identificación»; otros, «parodia»; para otros es el tan temerario «plagio». Como verás, puedes realizar la práctica con distintos propósitos y en distintas direcciones. Se aprende a escribir y a reescribir leyendo, consulta tus dudas leyendo entre líneas, a tus escritores admirados, no para detenerte en el tema, sino en como escriben ese tema; no para imitarlos, sino para constatar aciertos. Y verás en los capítulos de este libro que también ellos aprendieron así. 

 A mis nueve o diez años, leía escondida debajo de la mesa del salón o detrás de los enormes cortinados de cretona que enmarcaban las cortinas de voile. Cuando era yo la que ocupaba la carroza de la protagonista, me iba al patio trasero de la casa y en un cuaderno de contabilidad de los que utilizaba mi padre continuaba la historia protagonizada por mi. Habrás reparado en que los consagrados dicen que leer es el mejor taller de escritura para un escritor. Lo que no dicen es como y para que «lee» cada uno de ellos. Hay una gran diferencia entre leer como lector y leer como escritor. De eso se trata. A fin de cuentas, los pintores se inician copiando (de hecho, es conocido aquello que afirmö Picasso: «Los grandes artistas copian, los genios roban»), y puesto que escribir es resignificar las palabras de todos, ser copista literario es algo natural. Sé muy bien de que hablo. Ya en la universidad, con mi grupo de compañeros de Grafein, fundamos el método de Taller de Escritura y de Taller de Lectura. Cada uno tenía que aportar un texto por semana «a la busca de la voz propia». Las críticas mutuas eran feroces. A mí, durante varias sesiones, me «acusaron» de un exceso de lirismo, motivo por el que mis historias no avanzaban. Entonces, recurrí a La mala hora, de García Márquez, copie la gramática y la sintaxis de las primeras 35 páginas con mis propias palabras sin detenerme. Nadie se percató de la copia y me aprobaron con elogios. Entonces, pensé: «He practicado una reescritura creativa», lo instaure desde entonces como método enriquecedor a lo largo de los años y sugiero su práctica en las diversas vertientes que te propongo en los capítulos siguientes. Es un incomparable estímulo para la creación literaria. De este método han salido en mis talleres varias novelas publicadas.

 De hecho, leer es la primera llamada del deseo de escribir. Atrapo al vuelo las chispas que saltan mientras leo, así sea una novela, un ensayo, un poema, un reportaje y hasta las contraportadas de los libros. Escribo a mano y capto así de modo más sensitivo lo «mío propio» que extraigo de cada lectura. Y si bien los temas son unos pocos que se repiten en la vida, y por consiguiente también en la literatura, el secreto consiste en buscar un tratamiento distinto, desde una mirada única, la tuya. 

 Indagando en miles de textos y preguntando directamente a escritoras y escritores durante las numerosas entrevistas directas que tuve oportunidad de hacer a los famosos para la revista que dirigía, Escribir y Publicar, he podido comprobar que todos han sabido ser copistas de aquellos a quienes admiraban. Por lo tanto, en este libro revelo (con ejemplos claros) las claves para apropiarse de los mejores mecanismos, recursos, estrategias de cada escritor o escritora a partir de los diversos aspectos literarios que domina cada uno y propongo ejercicios específicos en un apartado para cuentistas y novelistas y otro para poetas.

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Sabés, Escudero, que cuando estaba investigando

  "Sabés, Escudero, que cuando estaba investigando para mi tesis doctoral en Derecho, hice un enorme estudio en el Archivero de la naci...

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