miércoles, 15 de junio de 2022

Frontispicio 5 León Tolstoi. GENIOS. HAROLD BLOOM.





 [100]

Frontispicio 5

León Tolstoi

-¡Eres un valiente! ¡Qué cantidad de tierra abarcaste! -exclamó el

starshina.

El criado acudió corriendo para levantarlo; pero Pajom sangraba por

la boca: había muerto.

Los bashkires chascaron la lengua para demostrar que sentían la muerte

de Pajom. El obrero cavó una fosa de tres arshines, aproximadamente la

longitud del cadáver, y enterró a su amo31.

James Joyce consideraba que “ ¿Cuánta tierra necesita el hombre?”

era el mejor cuento que hubiera sido escrito jamás. Yo personalmente

me inclino a favor de la novela corta Hadji Murad, pero sobre lo que no

hay duda es sobre el hecho de queTolstoi era el mejor de los contadores

de historias, porque su arte, como el de Shakespeare, parece naturaleza.

No es raro que Tolstoi quisiera mal a Shakespeare: una y otra vez afirmó

que Harriet Beecher Stowe era mucho mejor.

La narrativa de Tolstoi es sorprendentemente rica; la de Shakespeare

lo es más aún. El rey Lear enfurecía a Tolstoi, quien la consideraba inmoral.

Falstaff era la única creación shakespeariana que le interesaba a

Tolstoi. Estas son las reacciones de un genio enfrentado a otro y que no

estamos en capacidad de juzgar, si bien siempre podemos aprender de

Tolstoi, en particular cuando se equivoca escandalosamente.

El genio de Tolstoi era peligrosamente similar al de Shakespeare,

cosa que en un cierto nivel de percepción consternaba al autor de La

guerra y la paz y de Ana Karenina, de Hadji Murad y de La sonata a

Kreutzer. Quizás la idea de que Shakespeare y Tolstoi parezcan los escritores

más naturales no sea más que una ilusión del lector, pero es una

ilusión prácticamente universal. A la hora de mostrar el cambio Tolstoi

y Shakespeare no tienen par, ¿y qué puede ser más natural que un proceso

cuya configuración final sea la muerte? Al final de La guerra y la paz,

Pierre es asombrosamente diferente de lo que era al comienzo, y sin

embargo su continuidad es completamente convincente. En el gran arco

[101]

que traza en su paso del regocijo al repudio, Falstaff siempre es Falstaff

y nunca un hombre doble. Tolstoi no podía perdonarle a Shakespeare

que hubiera llegado primero.

[102]

León Tolstoi

1828 | 1910

e n 1822 t o l s t o i tomó lecciones de hebreo de un rabino y se concentró

tenazmente en la lectura de la Biblia, ante la creciente desesperación de

su esposa. Cuando la religión lo absorbía sus desavenencias aumentaban,

pero se acercaban una vez más cuando él se dedicaba de nuevo a la ficción.

Hacía mucho tiempo que Tolstoi había dejado de comulgar con la

Iglesia Ortodoxa rusa y se había convertido en un tolstoiano con muchos

seguidores, tanto en Rusia como en el extranjero. Fue Máximo Gorky

quien hizo el comentario definitivo acerca de la religión de Tolstoi: “Tiene

relaciones muy sospechosas con Dios; a ratos me recuerdan las de

‘dos osos en un mismo cubil’” . Dios no se hubiera sentido cómodo con

el conde León Tolstoi.

Tratar de definir el genio de Tolstoi es una empresa absurda. Era tan

exuberante y fecundo como Balzac y Hugo, pero sin una pizca de su conciencia

de sí y de su extravagancia. Sus juicios acerca de la literatura son

más desconcertantes que ofensivos. Denuncia a Shakespeare, particularmente

a El rey Lear, pero acepta a Falstaff porque este agudo ingenio

“no habla como un actor” . En el fondo entendía que Shakespeare era

su verdadero rival como novelista. Cada vez me resulta más claro que

las dos partes de Enrique iv, consideradas juntas, constituyen una novela

de novelas.

Mi Tolstoi favorito sigue siendo Hadji Murad, pero como he escrito

sobre ella un par de veces, tomaré como ejemplo de su genio otra novela

corta, La sonata a Kreutzer (1889), compuesta varios años antes de que

empezara a escribir Hadji Murad. La relectura de La sonata a Kreutzer

es casi una experiencia traumática: no sé bien si alabar a Tolstoi por

mesmerizarme o estremecerme ante la locura de Pozdnyshev, el narrador

interno de la historia. Este personaje enajenado no es Tolstoi -quien al

fin y al cabo nunca asesinó a la condesa Tolstoi, aunque claramente hubo

ocasiones en las que deseó haberlo hecho-. Pero Tolstoi añadió un apéndice

en el que apoya el argumento de Pozdnyshev de que las relaciones

sexuales de cualquier tipo son malas y de que es necesario evitarlas,

[103]

incluso en el seno del matrimonio. Al comienzo afirmé que Tolstoi estaba

exento de las encantadoras extravagancias características de Hugo

y de Balzac porque esto va más allá de la extravagancia y nos conduce

hacia el cosmos tolstoiano, regido por sus propios principios. El suyo

es un genio tan absoluto que es necesario empezar por su autoridad

cosmológica, que nos convence de que su obra literaria no es como ninguna

otra y las diferencias a su vez apuntalan lo que he de llamar su

autoridad estética, una expresión que lo hubiera enfurecido.

Todo lo que Tolstoi escribió, incluyendo sus más delirantes tratados

morales y teológicos, es inconcebiblemente legible. Al igual que con Shakespeare,

sucumbimos a la ilusión de que la naturaleza se encarga de la

escritura. La paradoja, evidente para cualquiera, consiste en que el elevadísimo

arte de la narrativa de Tolstoi y de los dramas de Shakespeare

parece no ser arte, al menos hasta que uno logra desprenderse del influjo

de su fuerza mimètica y se obliga a ser analítico. El crítico marxista Gyòrgy

Lukács tuvo que considerar a Tolstoi como un caso especial, pues no

era posible dar cuenta de su visión ni de su mundo a través de un punto

de vista formalista. Lukács quería ver en Tolstoi la expresión final del

romanticismo europeo, pero siendo como era un gran lector, no pudo

menos que sucumbir a los grandes momentos en los que Tolstoi muestra

“un mundo claramente diferenciado, concreto y existente” . Un cosmos

tal trascendía la novela y renovaba la épica:

Este mundo es la esfera de la pura realidad social en la que el hombre

existe como hombre, no como un ser social ni como una interioridad aislada,

única, pura y por tanto abstracta. Si este mundo pudiese convertirse

en algo natural y simplemente percibido, en la única realidad verdadera,

se podría construir una nueva y completa totalidad a partir de todas sus

sustancias y relaciones. Sería un mundo en el que nuestra propia realidad

escindida no sería más que un telón de fondo, un mundo que habría despojado

de realidad social nuestro mundo dual de la misma manera como nosotros

hemos despojado el mundo de la naturaleza. Pero el arte no puede

ser nunca agente de dicha transformación: la gran épica es apenas una

forma atada a un momento histórico, y los intentos de describir lo utópico

como existente sólo pueden desembocar en la destrucción de la forma, no

en la creación de realidad. La novela es la forma que corresponde a una

época de pecado absoluto, como dijo Fichte, y debe seguir siendo la for[

104]

ma dominante mientras el mundo siga regido por las mismas estrellas. En

Tolstoi son visibles los indicios de una ruptura hacia una nueva época, pero

siguen siendo polémicos, nostálgicos y abstractos.

Lukács, un gran crítico a la vez habilitado y limitado por su marxismo,

da testimonio de la escandalosa fuerza representativa de Tolstoi, afín

apenas a la de unos cuantos escritores: Homero, el Yavista, Dante, Chaucer,

Shakespeare, Cervantes, Proust. Dicha fortaleza es el origen de la

ilusión de que Tolstoi es el menos “ literario” de los escritores, una ilusión

porque su profunda tendenciosidad y su incesante manejo del lector

lo ubica a medio camino entre San Agustín y Freud, maestros de una

retórica que ya es una psicología. Tolstoi quiere salvarnos y curarnos:

En La sonata a Kreutzer él mismo, medio loco, espera la salvación y la

curación mediante la cesación universal de las relaciones sexuales, ya

sea dentro o fuera del matrimonio.

El que una historia basada en esta premisa sea legible, y más que

legible, sobrecogedora, es prueba desconcertante de que el genio de

Tolstoi es prácticamente único. En su última comedia, Medida por medida,,

Shakespeare creó una Víena mítica en la que la ley -que ahora será

aplicada- exige la decapitación de cualquier hombre que haya tenido

relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si dicha ley se aplicara a la

mera realidad, el mundo se despoblaría rápidamente, pero no tan rápidamente

como lo previo Tolstoi en una carta a su satélite Chertkov:

Así pues, todo el mundo debe evitar el matrimonio y, si ya está casado,

él y su esposa deben vivir como hermanos... Me replicará usted que

esto significaría el fin de la raza humana... ¡Qué infortunio! Los animales

antediluvianos ya abandonaron la tierra, y los animales humanos desaparecerán

también.

En sus Recuerdos de Tolstoi, Máximo Gorki cuenta de una ocasión

en la que Tolstoi trata de silbar al son de un pinzón pero no puede seguirlo:

-Lleva el diablo en el cuerpo, está enojada la pequeña criatura.

¿Qué es?

Yo le hablé del pinzón y de su característica envidia.

[105]

-Su vida no es más que una sola canción -dijo-, y a pesar de ello es

envidioso. El hombre lleva en el corazón centenares de canciones, tristes

y alegres, y le reprochan su envidia. ¿Es justo?

Hablaba lentamente como si se interrogara a sí mismo.

-Hay momentos en que un hombre le cuenta a una mujer más de lo

que debiera saber de él. Luego él olvida lo que ha dicho, pero ella lo recordará.

Los celos, ¿no serían acaso el miedo de rebajar su alma, el temor

de ser humillado y ridiculizado? La mujer peligrosa no es la que sujeta al

hombre por su lascivia, sino la que lo sujeta del alma.

Le dije que eso estaba en desacuerdo con su Sonata a Kreutzer. Una

sonrisa iluminó su rostro y respondió:

-Yo no soy un pinzón.

Por la tarde, durante el paseo, dijo súbitamente:

-El hombre soporta terremotos, epidemias, enfermedades, tormentos

en el alma, pero en todo tiempo su más dolorosa tragedia ha sido, es y

será, la tragedia de la alcoba3®.

El pobre Pozdnyshev es un pinzón y la “ tragedia de la alcoba” lo

convierte en un asesino. El crítico John Bayley ilumina aTolstoi al compararlo

con Goethe y poniendo en entredicho el contraste queThomas

Mann establece entre los dos hombres:

Tolstoi era un egoísta monumental, pero un egoísta de muy diferente

índole. Mientras que Goethe no estaba interesado más que en sí mismo,

Tolstoi no era más que él mismo; y por consiguiente su percepción

de lo que la vida había llegado a significar para él era más íntima y conmovedora.

Misteriosa como es la cercanía de Tolstoi con el lector, esta resulta

de lo más desconcertante en La sonata a Kreutzer. Y sin embargo no

conozco a ningún lector que haya podido simpatizar con el malhadado

Pozdnyshev, aunque tampoco podemos permanecer impasibles ante el

horror y la intensidad con las que Tolstoi describe a este marido enloquecido

de celos asesinando a su mujer:

“ ¡No mientas, miserable!” , vociferé agarrándola con la mano izquierda;

pero ella se desprendió. Entonces, sin soltar el puñal, la así del cuello,

la derribé y empecé a ahogarla. Me pareció que tenía el cuello áspero. Me

[106]

cogió las manos tratando de librarse. Como si sólo hubiese esperado esto,

le asesté una puñalada en el lado izquierdo, debajo de las costillas.

Los que afirman obrar inconscientemente, en un arrebato de furor,

mienten. Tenía una clara visión de todo y no dejé de tenerla un solo momento.

Cuanto más aumentaba mi acceso de locura, tanto más resplandeciente

era la luz de mi conciencia, gracias a la cual me era posible ver

lo que hacía. No puedo afirmar que supiera de antemano lo que iba a hacer,

pero en el momento en que llevaba a cabo el acto, incluso un poco antes,

me daba cuenta de todo, como si me dieran la posibilidad de arrepentirme,

de comprender que estaba a tiempo de detenerme. Me constaba que iba

a herirla debajo de las costillas y que el puñal penetraría en la carne. En

el momento mismo en que cometía el acto, sabía que hacía una cosa espantosa

que tendría terribles consecuencias. Pero la conciencia de esto pasó

como un rayo, e inmediatamente siguió el acto mismo, que realicé con una

extraordinaria claridad. Recuerdo una momentánea resistencia debida al

corsé y a algo más y, después, cómo se hundió el puñal en algo blando. Mi

mujer agarró la hoja con ambas manos y se hirió, pero no logró detenerla.

Estando en la cárcel, después de la evolución moral que se realizó en mí,

medité mucho sobre aquel momento. Recuerdo que por un instante fugaz

tuve la horrible conciencia de que mataba, de que había matado a una mujer

indefensa, a mi esposa. Deduzco y hasta recuerdo vagamente que, después

de haber hundido el puñal, lo retiré acto seguido deseando reparar

el mal que había hecho. Permanecí inmóvil y esperé para ver qué ocurría

y si sería posible reparar el daño. Mi mujer se puso en pie exclamando:

“ ¡Niania, me ha matado!”39.

Quizás la única razón por la cual podemos buscar el genio en este

fragmento sin cortejar la moralidad o el sadismo es que se trata de Tolstoi.

Cuando pienso en él, los recuerdos se me acumulan: el príncipe

Andrei se enamora de Natasha cuando ella canta al clavicordio; Ana

Karenina yace en su cama mirando hacia una única vela prácticamente

consumida, que al final tiembla y se apaga; Hadji Murad, herido de

muerte, que, con “el puñal en la mano... se lanzaba contra el enemigo...

cojeando pesadamente” 40. Y al lado de estos recuerdos, me sobrecoge

el de la esposa de Pozdnyshev hiriéndose al agarrar el cuchillo con ambas

manos y sin embargo incapaz de detenerlo.

Es válida aunque trillada la afirmación de los críticos de que Tolstoi

lo ve todo como si nadie lo hubiera visto jamás, y sin embargo mezcla

[107]

la extrañeza de lo que ve con el sentido de lo universal. Nos resulta incómodo

poner a prueba ese lugar común con el asesinato de la esposa

de Pozdnyshev, pero la máxima se sostiene. Tolstoi es un contador de

cuentos tan virtuoso que este asesinato ficticio es tan memorable como

la carnicería que Macbeth lleva a cabo con Duncan. Shakespeare le resultaba

preocupante a Tolstoi porque su propio desapego como escritor

se aproximaba al de él, y cuando la supremacía del arte se imponía,

Tolstoi dejaba de moralizar.

Me deja perplejo el hecho de que Tolstoi consideraría que mis comentarios

son los de otra víctima seducida por su arte, arte que él mismo

rechaza al tiempo que se impone en este ámbito. Gary Saul Morson

verbaliza nuestro dilema de manera irrefutable: uLa sonata a Kreutzer

es una obra maestra de la estética espléndidamente realizada, que nos

enseña a despreciar tal maestría y tal logro: esa es su engañosa estrategia”

. Y sin embargo los diálogos más poderosos de Platón ponen en

escena la misma duplicidad: son resplandores estéticos que nos enseñan

a exilar la experiencia estética. A l igual que Platón, Tolstoi condena

el arte porque está seguro de conocer la verdad; la diferencia radica en

que Tolstoi es su propio Sócrates y está dispuesto a convertirse en un

mártir de la verdad. Tanto Platón como Tolstoi, siendo como son artistas

literarios que han alcanzado la cima, se salen con la suya en este sucio

negocio de la seducción, al tiempo que la censuran.

La sonata a Kreutzer concluye con un patetismo al que no puedo

resistirme pero que tampoco perdono:

[Pozdnyshev] iba a decir algo, pero se interrumpió sin poder contener

los sollozos. Después de hacer un esfuerzo, prosiguió:

-Comencé a comprender sólo cuando la vi en el ataúd...

Sollozó de nuevo, pero continuó precipitadamente:

-Sólo al verla muerta comprendí lo que había hecho. Era yo quien la

había matado, era yo el culpable de que ese ser vivo, móvil y caliente se

hubiera vuelto inmóvil, frío y amarillento... Comprendí que esto no podría

repararse jamás. Quien no haya pasado por una cosa así, no puede

comprenderlo. ¡Oh, oh, oh! -repitió varias veces.

Durante largo rato permanecimos callados. Pozdnyshev sollozaba

estremeciéndose. Su rostro había adelgazado, alargándose, y su boca parecía

extenderse en toda su anchura.

[108]

-Si hubiera sabido lo que sé ahora, las cosas hubieran sucedido de

otro modo. No me hubiera casado con ella por nada del mundo... No me

hubiera casado en absoluto.

De nuevo guardamos silencio.

-Perdóneme...

Se alejó y, echándose en el asiento, se tapó con una manta de viaje. Al

llegar a la estación en que debía bajar -eran las ocho de la mañana-, me

acerqué a él para despedirme. No sé si dormía o fingía dormir, pero el caso

es que estaba inmóvil. Lo toqué. Se destapó la cara y comprendí que no

había estado durmiendo.

-Adiós —pronuncié tendiéndole la mano.

Me la estrechó y sonrió imperceptiblemente, pero su expresión era

tan lastimosa que sentí deseos de llorar.

-Perdóneme -repitió.

Era la palabra con la que había terminado su relato41.

Tolstoi, resuelto a castigarnos por nuestra incapacidad de resistirnos

a su genio, no tiene indulgencia alguna. Lo que realmente quiere

decir es que él (que tuvo trece hijos con su esposa) nunca debió haberse

casado, y nosotros tampoco. La ausencia de mutua indulgencia entre

el escritor y el lector/crítico no significa nada a la hora de comprender

la narrativa de Tolstoi. Esta me parece una forma adecuada de ubicar

su genio.

lunes, 13 de junio de 2022

CÁTEDRA EN EL CAFÉ. RITMO Y CADENCIA EN LA PROSA. J. MÉNDEZ LIMBRICK



 Gracias a todas las personas que han tenido la curiosidad de visitar el blog.

***

ANOTACIONES SOBRE LITERATURA

CÁTEDRA EN EL CAFÉ:

Muchas personas creen que solo el ritmo debe ser para la poesía. Equivocados: el buen texto literario debe de tener cierto ritmo. Un ejemplo de lo anterior lo constituye Rulfo en Pedro Páramo. Cada frase posee una cadencia rítmica y que la misma va aparejada y correlacionada con la idea o imagen narrada. Lamentablemente hoy estamos colmados de escritores sordos.


Frontispicio 4 John Milton. GENIOS. HAROLD BLOOM.



 

[86]

Frontispicio 4

John Milton

No estoy solo cuando tú de noche

Me visitas en sueños o la aurora

cubre el este de púrpura. Urania,

Continúa orientando mi canto,

Y busca un auditorio apropiado,

Aunque exiguo. Pero aparta de mí

Las disonancias bárbaras de Baco

Y de sus bulliciosos seguidores,

Progenie de aquella alocada turba

Que en Rodope, donde bosques y peñas

Tenían oídos para el embeleso,

Despedazaron al bardo de Tracia

Hasta que el clamor desenfrenado

Ahogó a un tiempo a la voz y al arpa;

Ni siquiera la musa salvar pudo

A su hijo32.

El sparagmos, cuando Orfeo es desgarrado por las salvajes bacantes

de Tracia, es una angustia obsesiva en la obra de Milton. Y sin embargo

la identificación órfica es más fuerte en el orgullo legítimo que en el

temor, pues Calíope, la musa de la épica heroica, era la madre de Orfeo.

El considerarse la nueva encarnación de Orfeo supone identificar el

genio propio con la poesía misma. El extraordinario y justificado orgullo

poético de Milton revolotea muy cerca del centro de su don.

Milton, obsesionado con Shakespeare, consideró alguna vez la posibilidad

de un Macbeth pero lo pensó mejor. El género salvó a El paraíso

perdido y a Samson Agonistes [Sansón agonista] -dramáticos tan sólo en

el teatro de la mente- de un enfrentamiento con Shakespeare, y de allí

surge su fortaleza. Sobre el Satanás de Milton pende la sombra de Yago

y sin embargo Milton lucha por liberarse para poder participar a Satanás

de su genio particular.

[87]

En la invocación del libro noveno de El paraíso perdido, el libro de

la caída, Milton le pide a la musa, su patrona celestial, un “ estilo que

responda” . Y con ello se refería, en primera instancia, a un estilo que

correspondiese a su gran tema, pero también a un estilo a la par con

su propio genio y con su muy individual concepción de Dios.

[88]

John Milton

1608 | 1674

j o h n m i l t o n , gloria de su lengua junto con Shakespeare y Chaucer,

nació en la casa de su padre el 9 de diciembre de 1608. Shakespeare vivió

hasta 1616 y vale la pena recordar que Milton era un niño de ocho años

cuando murió su principal antecesor. Cuando Milton cumplió 16 años,

ya era un poeta; en 1632 se publicó su ambiguo poema de alabanza, “On

Shakespeare” [Sobre Shakespeare]. Milton se dedicó a la lectura de los

escritores griegos y latinos en Horton, la propiedad campestre de su

padre. Allí se puso en escena Comus, su soberbia mascarada, un drama

alegórico con motivos mitológicos, en 1634.

La madre de Milton (de la cual no habla mucho) murió en 1637; al

año siguiente, la muerte de un compañero de estudios, Edward King,

le sirvió de pretexto para escribir “Lycidas” [Lícidas], su magnífica elegía

clásica, posiblemente el mejor poema corto en lengua inglesa. Leo

“Lycidas” como una preelegía del mismo Milton, pero está saturada de

la muerte de la madre.

En mayo de 1638 inició su gran gira continental: Francia, y después

Italia, pero el estallido de la guerra civil en Inglaterra lo empujó de regreso

a casa en julio de 1639. En 1641 se había convertido en un temible

panfletista al servicio de los puritanos. Su infeliz matrimonio con Mary

Powell, en 1642, desembocó en su tratado sobre el divorcio. En septiembre

de 1643 le empezó a fallar la vista, pero esto no evitó la aparición,

en noviembre de 1644, de su Aeropagítica, sobre la libertad de imprenta.

Sus planes para volverse a casar se frustraron a causa del regreso

de su primera esposa en 1645. A finales de ese año se registró para publicación

su libro Poems o f Mr. John Milton [Poemas del señor John Milton],

que apareció en enero de 1646. Su padre murió el año siguiente.

En la primavera de 1649 se convirtió en el secretario de cartas latinas

del gobierno de Cromwell, posición que lo convirtió en el vocero oficial

de la revolución. Su primera esposa murió después de tres hijas y

un hijo, y al poco rato murió su hijito menor. En febrero de 1652, Milton

estaba completamente ciego. Se volvió a casar en 1656, pero su esposa

murió dos años después.

[89]

En 1659, Ia Commonwealth se desbarató; Milton siguió publicando

panfletos republicanos aun cuando la Restauración ya estaba en proceso.

En mayo de 1659 el poeta tuvo que huir; en agosto, el verdugo quemó

sus libros en Londres, y en octubre fue hecho prisionero y permaneció

en prisión aproximadamente dos meses. Su presencia planteaba un problema

grave para el nuevo régimen: había defendido el regicidio por

escrito, pero era ciego y famoso en toda Europa y los eruditos lo consideraban

el poeta más importante de su tiempo. Los consejeros de Carlos 11

optaron, no sin reticencia, por liberar a Milton antes que ensuciarse las

manos con su ejecución.

El poeta ciego evidentemente tampoco estaba en buenos términos

con sus hijas, problema que se vio exacerbado por su tercera esposa, con

quien se casó en 1663. En agosto de 1667 se publicó El paraíso perdido,

revisado y aumentado en la edición de 1674. En 1671 se publicaron El

paraíso recuperado y Samson Agonistes [Sansón agonista]. John Milton

murió en algún momento entre el 8 y el 10 de noviembre.

Estos son los sucesos exteriores de la vida del poeta-profeta; pero

como este estuvo completamente ciego durante los últimos 20 años de

su vida, en El paraíso perdido nos enfrentamos a una revelación de la vida

interior. No existe en inglés una obra maestra más deliberada, y “obra

maestra” no acaba de expresar lo que es: una épica de esplendor barroco,

de posibilidades ilimitadas para la reflexión, sobrecogedora cuando se

lee en voz alta, y un reto casi infinito incluso para sus lectores más asiduos.

Un lector secular contemporáneo carente de educación clásica

haría bien en leerla como esplendorosa ciencia ficción. “Esplendorosa”

es una gran palabra que hemos desfigurado. Quiere decir “resplandeciente;

impresionante por su gran belleza o grandeza” . Son pocos los

rivales de Milton en su propia lengua: Shakespeare, Pope, James Joyce

-nuestros principales virtuosos-. Aunque Milton alguna vez fue considerado

el poeta protestante, así como Dante aún es el poeta católico,

después de sesenta años de leer a Milton estoy cada vez menos seguro de

que sea incluso un poeta cristiano, excepto en el mismo sentido en el

que llamaríamos poetas católicos a William Blake y Emily Dickinson.

Cada uno de estos tres es una secta de uno; cada uno, un hereje tan original

como para arrojar serias dudas sobre su cristianismo. A.D. Nuttall

(uno de los mejores críticos vivos) duda de que el envejecido Milton

creyera en los principios básicos del calvinismo normativo, mientras que

el fallecido historiador Christophér Hill sugirió que Milton se había con[

90]

vertido en un muggletoniano, cosa que suena tonta, pero la Inspiración

personal de Lodowicke Muggleton, quien murió en 1698, cuarenta años

después de haber fundado su secta, es muy similar a la versión de Milton

de la Luz interior. Sabemos que Milton rompió con los congregacionistas

o independientes, y Nuttall afirma que el poeta tenía tendencias

gnósticas, como Christopher Marlowe y William Blake, y había planteado

“ trinidades alternativas” . Y también nos ha quedado claro que Milton

abundaba en herejías, todas ellas originadas en su rechazo del dualismo

paulista y agustiniano y su radical separación entre el alma y el cuerpo.

Milton, monista agresivo, adoptó al menos cuatro de las principales

herejías: el rechazo de la creación del mundo a partir de la nada; el mortalismo,

creencia en que el cuerpo y el alma morían juntos y juntos serían

resucitados; el antitrinitarismo, que afirmaba que Yavé era una sola persona;

el arminianismo, o negación de la predestinación calvinista. Pero,

al igual que Nuttall, dudo mucho que Milton creyera en algo al final de

su vida. Sentía que conocía ciertas verdades, pero en ellas no participaba

la fe.

Como Shakespeare y Dante, Milton es un genio tan evidente que

tratar de caracterizar su don puede parecer redundante, como tratar de

describir la belleza de Sofía Loren en mi lejana juventud; su poder y su

feracidad son sobrecogedores y primarios. Pero a mí me interesa en

especial el juicio que nos hemos formado de Satanás, su demoníaco y

brutalmente difamado álter ego. En realidad no habría poema si Satanás,

siendo todo lo malvado que se quiera, no fuera un genio, y he disfrutado

poco de una generación de críticos cristianos, emuladores de C.S. Lewis

-uno de los pavorreales de la academia moderna-, que repiten con él

que Satanás es estúpido. Shelley, tan preciso como Borges y Oscar

Wilde, no se equivocó al afirmar taimadamente que, “ el Diablo se lo debe

todo a Milton” . El Satanás de El paraíso perdido es el discípulo del Yago

de Shakespeare, maestro extraordinario de la trapacería. Aunque no

acaba de tener la eminencia maligna de Yago, es, por así decirlo, un diablo

sagaz y entero que se las arregla de la mejor manera posible, y es deber

del lector animarlo. Contrario a lo mandado por C.S. Lewis, no se debe

empezar el poema después de una declaración matinal de odio a Satanás.

Recuerdo haber escrito hace algunos años que lo mejor es pensar en él

como en un pariente cercano, no como si fuera la peor de las noticias

en un poema donde la mejor de las noticias, que es Jesucristo, se trans[

91]

forma en un Rommel o en un Patton, a la cabeza de una ofensiva blindada

en su Carruaje de la deidad paterna, el Merkabah que vomita fuego

(por el cual recibió su nombre el principal tanque de batalla israelí), dispuesto

a borrar con llamas el rastro en el Cielo de Satanás y sus huestes.

Claro que el pobre Satanás acaba mal, y lo vemos por última vez

como una serpiente del mar Muerto que se aleja sibilante, pero Milton

(como la mayoría de los grandes poetas excepto Shakespeare, como

siempre) juega sucio. Milton estaba muy amargado y tenía razones para

estarlo: Cromwell, su conductor de hombres, acabó colgado de las puertas

de la ciudad, su cadáver expuesto, y Harry Vane, su mejor amigo, fue

ejecutado por regicida. Además tuvo que haber sido una dura prueba

para un hombre ciego - y eso que Milton era un hombre valiente- permanecer

en prisión mientras sus libros ardían y su enemigo Belial, el

duque de Clarendon, posiblemente intercedía para que fuese perdonado

aduciendo la conveniencia diplomática. Milton y su facción habían perdido

la guerra, como Satanás y sus bizarros demonios perdieron la suya.

Perder una guerra, así sea cultural, no es bueno para el carácter: yo era

una persona más dulce antes de que las universidades cedieran al supuesto

provecho social y escogieran los textos de enseñanza con base

en la raza, el género, la orientación sexual y las afinidades étnicas de los

nuevos autores, pasados y presentes, al margen de su verdadera capacidad

como escritores.

Satanás, como su predecesor Yago, padece de Dignidad ofendida

porque lo pasaron por alto y prefirieron a Cristo, de la misma manera

como Yago fue ignorado a favor de Casio. La Dignidad ofendida suele

provocar Resentimiento, y tanto Yago como Satanás son verdaderos arquetipos

de todos los practicantes del Agravio. ¿Y qué hay de la Dignidad

ofendida del propio Milton?, me preguntarán. Pues yo pienso que

no existe. Lo que Milton padeció fue antiapocalíptico: la muerte de la

esperanza nacional y personal. Su hijo murió, sus hijas se alejaron, dos

de sus matrimonios acabaron mal, su vista lo abandonó, su imagen pública

fue deshonrada y sus amigos fueron asesinados con juicio previo

o forzados al exilio. El paraíso perdido y Samson Agonistes [Sansón agonista]

surgen de la derrota absoluta con fuerza y energía sobrenaturales y

expresan la autoridad edificante, el orgullo, la autoconfianza y una pugnacidad

asombrosa. El cautivo Sansón, ante la amenaza del gigante

Harafa, lo desafía: “Mis talones están encadenados pero mi puño está

libre” , uno de mis versos favoritos en Milton.

[92]

En 1660, con la Restauración de los Estuardos en marcha, Milton

se dirigió como Jeremías a un pueblo desatento, “ escogiéndoles entonces

un capitán de regreso a Egipto, para que reflexionaran un poco y pensaran

si se estaban apresurando” . Después se sumergió en el exilio interior

durante el cual compuso El paraíso perdido. Al contemplar, en su juventud,

una victoria de los puritanos en Inglaterra, Milton dijo de los himnos

y aleluyas de los santos: “Quizás se oiga a alguien haciendo ofrendas

en tono elevado con nuevos y encumbrados metros para cantar y celebrar”

. No podemos saber cómo habría sido esa canción triunfal, pero

sí conjeturar que hubiera sido un romance spenseriano sobre la cuestión

de la Bretaña, elevado a las alturas del éxtasis de una nación redimida.

En cambio Cromwell murió, la Revolución de los Santos fracasó

y el ciego Milton compuso El paraíso perdido.

Cuando yo era joven E l paraíso perdido no era bien visto porque a

T.S. Eliot, el vicario de Cristo en las universidades, no le gustaba (mucho

tiempo después Eliot permitió su regreso al canon). La mayoría de

los críticos lo leían como si se tratara de un poema de C.S. Lewis, una

épica elevada de “ pura cristiandad” . Hace mucho tiempo que perdí la

cuenta de las veces que he releído El paraíso perdido, y mi calidad de judío

gnóstico me convierte necesariamente en sospechoso, pero mi última

relectura, terminada hace poco, no me llevaría a calificar este esplendor

barroco de “épica cristiana” . Milton es mucho más circunspecto que

Blake y que Emily Dickinson, pero la suya, tanto como la de ellos, es

una religión de uno. Jesucristo apenas es un personaje secundario en

El paraíso perdido. Dios lo proclama su hijo, provocando con ello, según

William Empson, todo el lío de la rebelión de Satanás. Ya mencioné la

aparición de Cristo como comandante acorazado. Pero el pasaje crucial,

casi ridículo en su desasosiego, es el de John Milton hablando de la

crucifixión:

En la cruz clavará a tus enemigos,

A la ley que es adversaria tuya,

Y a los pecados de la humanidad,

Que con él serán en la cruz clavados

Para ya nunca más dañar a aquellos

Que confíen sinceramente en él

[93]

Como medio de satisfacción; así

Que muere, pero pronto resucita

Quiero ser enfático: las itálicas son mías. ¡Una épica cristiana en doce

libros y miles de versos le dedica seis palabras, partidas por un encabalgamiento,

a la muerte y resurrección de Jesucristo! Milton tiene que

ponerlo pero se aleja con una prisa que podríamos calificar de chistosa;

hasta los descreídos se sienten ligeramente avergonzados en este punto.

Hay un comentario de A.D. Nuttall que me resulta encantador: “Por

una vez, Milton suena casi tan imperdonablemente vivaz como Pope” .

La verdad es que Milton es, por decir lo menos, insensible ante el tema

de la crucifixión y de hecho parece como si lo avergonzara. Si este es

un poema cristiano, no lo es cristológico. En su De Doctrina Cristiana,

cautelosamente reservado para publicación postuma (finalmente apareció

en 1825), Milton se revela implacablemente como un hereje ariano

que acepta al Padre pero que rechaza la Trinidad. Una vez más Nuttall

me complace señalando que no hay ninguna referencia a Prometeo en

El paraíso perdido, y yo sospecho que en lo profundo de Milton había

algo que acogía el arianismo y tenía que ver con la evitación de Prometeo.

Milton exalta la libertad humana, incluyendo la libertad de perderse,

pero trató de no exaltar la rebelión de los hombres contra un tirano divino.

Blake y Shelley intuyeron que había un Prometeo clandestino en

Milton, pero este se habría sentido muy infeliz con la acusación.

El paraíso perdido es magnífico, pero su más elevada ambición, la de

explicar el mal definitivamente y para siempre, le dio a Milton la libertad

de perderse en su propia épica. Era tan incapaz de explicar la maldad

de la Restauración realista como lo somos nosotros de explicar los campos

de muerte de Hitler y los horrores de Stalin y del Poi Pot. Pero a

mí no me preocupa el fracaso inevitable del argumento de El paraíso

perdido sino el genio de John Milton. Ya sea que les guste o no a los críticos

normativos, algo extraordinario le sucede a la poesía de Milton y

en la poesía de Milton cada vez que habla Satanás. No creo que Satanás

sea el demonio personal de Milton ni su genio, pero sí creo que el

genio de Milton se activa íntimamente gracias a Satanás, al margen de

la frecuencia con la que la voz narradora del poema editorializa en su

contra.

[94]

Milton es un poeta erótico, no tanto en la forma ovidiana como lo

es Shakespeare sino más bien en el estilo hebraico del bíblico Cantar de

los Cantares. No sería hiperbólico asegurar que el genio de Milton es

esencialmente erótico; no puede describir a Eva sin desearla y no hay

otro poeta masculino tan fascinado con la idea de jugar con el cabello

enmarañado de una mujer hermosa. Nuestra madre Eva es increíblemente

atractiva y el pobre Satanás padece el lujurioso tormento de un

mirón:

Así habló nuestra madre universal,

Y con ojos de cándido atractivo

Conyugal y de modesto abandono,

Medio abrazada se inclinó hacia nuestro

Primer padre; parte del pecho túrgido

Y desnudo se encuentra junto al de él,

Oculto bajo la cascada de oro

De su suelto cabello. Deleitado

Por su belleza Adán y sus sumisos

Encantos le sonrió lleno de amor,

Igual que Júpiter sonríe a Juno

Cuando hincha las nubes que derraman

Las flores sobre mayo; y de besos

Puros colmó sus labios de mujer.

El Diablo se volvió preso de envidia,

Y al mirarlos celoso y malicioso

De soslayo, se lamentó a sí mismo:

“ ¡Visión odiosa y atormentadora!

Así estos dos, encerrados en el

Paraíso de sus pobres brazos,

El Edén más feliz, disfrutarán

De un cúmulo de dichas sobre dichas,

Mientras yo, arrojado en el Infierno,

Carezco de felicidad y amor,

Y sólo una ansiedad feroz, que no es

El más leve de todos mis tormentos,

Permanece aún insatisfecha

Y me consume de pena e impaciencia:

[95]

Sin embargo, conviene no olvidar

Lo que he aprendido de su propia boca.

No parece que todo esto sea suyo:

Allí se yergue un árbol que es fatal,

Llamado de la Ciencia, y les ha sido

Prohibido probar. ¿Por qué prohibida

La ciencia? Esto es sospechoso y absurdo.

¿Por qué a envidiar les iba esto el Señor?

¿Puede ser un delito el saber, puede

Ser muerte? ¿Acaso viven solamente

Por la ignorancia? ¿Es el feliz estado

De que gozan prueba de su obediencia

Y de su fe? ¡Oh, cuán hermosa base

Para fundar en ella su ruina!

En su ánimo, por ende, excitaré

Un deseo más grande de saber

Y rechazar decretos envidiosos,

Inspirados por la mera intención

De mantenerlos sometidos, cuando

La ciencia podría haberlos nivelado

Con los dioses. De aspirar a tales,

Gustarán de su fruto y morirán.

¿Qué puede suceder más verosímil?

Mas primero con cuidadoso celo

Debo reconocer este jardín

Y no dejar rincón sin explorar;

Sólo el acaso puede conducirme

Donde pudiera hallar a algún errante

Espíritu del Cielo, al margen de una

Fuente, o retirado en la espesura

Umbrosa, y consiga obtener de él

Lo que aún me falta por saber.

Entretanto vivid lo que podáis,

Feliz pareja; y hasta mi regreso

Disfrutad de vuestros breves placeres,

Pues largos sufrimientos seguirán”34.

[96]

Supongo que podrían alegar que el lascivo Milton es quien ocupa

la posición de Satanás, pues Milton y el lector también son mirones. Pero

la reacción de Milton a su propia Eva es inmensamente apasionada y

compleja, casi como si este poeta ferozmente heterosexual tuviese que

buscar en su creación ficticia todo el amor que su esposa y sus hijas -con

o sin motivos- no le dieron. Después de Satanás, Eva es el esplendor

estético de El paraíso perdido, la verdadera manifestación de una otredad

en el genio de Milton. Los críticos feministas a veces tienden a hacer

una lectura literal del poema, centrándose en la representación de Eva

como un magnífico objeto sexual y evadiendo la sutil creación de su

poderosa subjetividad, su penetrante (y peligrosa) conciencia. Me complace

citar a Barbara Lewalski, la distinguida especialista en Milton, cuya

advertencia refuerza el argumento de este libro en torno al genio:

Los grandes poetas se las arreglan para resurgir de entre las cenizas

que van dejando las secuelas de las revoluciones sociales e intelectuales,

así que indudablemente pronto podremos volver a leer a Milton por su

importancia imperecedera y no por su concepción históricamente condicionada

del hombre y de la mujer.

Al igual que Shakespeare, el Milton que yo leo atraviesa arrasando

la historia y nos permite ver lo que fue y lo que siempre estará ahí, aquello

que nunca veríamos de no ser por él. Es brillante la afirmación de

Nuttall de que “ la rebelión de Eva contra su marido se convierte en un

viaje de descubrimiento en el que ella conduce y él sigue detrás” . Ante

la conmoción que nos produce la declaración de Eva, no podemos menos

que olvidar el infortunado verso de Milton: “El por Dios, ella por

Dios en él” . Cuando Eva pronuncia una de las grandes ironías de la

épica, brota algo que resulta a la vez radicalmente novedoso y tan viejo

como la historia antigua:

¿Adán, no te ha extrañado mi tardanza?

Te he echado de menos y muy largo

Me ha parecido el tiempo separada

De tu presencia, agonía de amor

Hasta ahora no sentida, que ya no

Se habrá de repetir, pues nunca más

[97]

Sentiré, temeraria e inexperta,

El dolor de ausencia que he sufrido

Por haberme apartado de tu vista.

Pero la causa ha sido muy extraña

Y maravillosa de oír: este árbol

No es lo que se nos ha dicho, un árbol

Peligroso de probar, que hacia el mal

Desconocido abre su camino,

Sino que abre los ojos con divino

Efecto, y tal como se ha probado,

Convierte en dioses a quienes lo gustan:

La serpiente sabia, o no constreñida

Como nosotros, o desobediente,

Ha comido del fruto y no se ha muerto,

Como a nosotros se nos amenaza,

Sino que está dotada desde entonces

De voz y de inteligencia humanas,

Y razona tan admirablemente,

Que ha sabido persuadirme de que también

Gustara yo del fruto, y he encontrado

En mí los efectos correspondientes,

Los ojos más abiertos, antes turbios,

Dilatado el espíritu y más ancho

El corazón, elevándome hasta la

Divinidad; lo que especialmente

Por ti buscaba y sin ti desprecio.

Porque el gozo en que tú participas

Para mí es gozo; y enojoso resulta

Si tú no lo compartes, y aun odioso.

Por tanto, prueba tú también la fruta,

Para que un mismo sino pueda unirnos,

Con igual dicha y con igual amor;

A no ser que dejando de gustarla,

Un diferente estado nos separe,

Y para mí sea demasiado tarde

Renunciar a la deidad por ti,

Y el destino no quiera permitirlo35.

[98]

Cada vez que intento espolear una discusión sobre este parlamento

descubro que no hay dos lectores, ni dos estudiantes, ni dos críticos que

lo interpreten exactamente de la misma manera. Esto se debe en parte

a que la actitud del mismo Milton es contradictoria. Al principio Adán

se lo toma muy mal, porque entiende que en las palabras de Eva está su

sentencia de muerte, y jura que morirá con ella. Y sin embargo la llama

“ la última y la mejor de las creaciones de Dios” . Ya voy a dejar de darle

palo a C.S. Lewis (héroe, entre otras, de nuestros fundamentalistas

sureños de la actualidad), ¡pero no puedo pasar por alto su afirmación

de que Eva es culpable de planear el asesinato de Adán! Es verdad que

ella teme ser reemplazada por una segunda Eva, y que los cabalistas especularon

que ella misma había heredado a Adán, después de que él y su

primera mujer, Lilith, hubiesen tenido una disputa insoluble sobre la

posición adecuada para el acto sexual.

La cuestión que suscita el parlamento de Eva es si el desmesurado

conocimiento la ha convertido en un dios, para usar un giro keatsiano.

Y ello nos regresa al laberinto de la imaginación de Milton, e ineludiblemente

al asunto de Satanás, que por fin voy a examinar. En términos

shakespearianos, Satanás es un héroe-villano que en ciertos aspectos se

asemeja a Macbeth y a Yago. En la medida en que Milton reúne el espíritu

y el poder en un solo concepto, podemos decir que es un vitalista

teomórfico, del tipo del Jacob o de la Tamar yavistas. La mayoría de nosotros

no se toma con seriedad miltoniana la idea de que fuimos creados

a imagen y semejanza de Dios. Milton creía en el Dios interior y no en

el Papinadie de Blake que es no obstante el que aparece en El paraíso

perdido. El enigma estético de su poema está en su Dios burlón y mordaz,

el disparate de un gran poeta. Milton ha debido de perseverar en la

audacia yavista al presentar a un Yavé completamente humano, que se

acomoda a la sombra de un terebinto a devorar el almuerzo de ternera,

mantequilla y leche que le preparó Sara y después se siente tan feliz que

le anuncia que tendrá un hijo. El monista Milton nos presenta en cambio

a un Dios dualista, dado a poses espirituales. En los momentos en

que fue más fiel a sí mismo, Milton no aceptaba que los sentidos humanos

pudiesen ser motivo de perdición porque para él toda la realidad

debía ser aprehendida como una sensación, certeza que su ceguera ayudó

a fortalecer. El genio miltoniano rechaza cualquier distinción entre lo

naturalista y lo trascendente, razón por la cual Satanás resulta una representación

tan soberbia.

[99]

El poeta identificó su libertad imaginativa con la tradición de la iluminación

interior propia del protestantismo radical, y con su propia

interpretación de la Libertad cristiana, la Libertad de los santos. La

regeneración miltoniana perfecciona la naturaleza sin mutilarla. Satanás

es un católico dualista que no entiende su propia fusión de espíritu y

energía, y esa es su tragedia. W.B.C. Watkins, mi crítico favorito de Milton,

asegura que en él, “ la pasión siempre es más fuerte que la razón” .

El paraíso perdido es una épica apasionada, no razonable. Es por esto que

Satanás es estéticamente superior a Adán, pero no a Eva. En un intento

por distanciarse de Satanás, en el libro quinto el poeta se representa a

sí mismo como el serafín Abdiel, cuyo nombre (que significa “el sirviente

de Dios” ), en la Biblia hebrea, es el de un humano, no el de un ángel.

Abdiel es el único ángel recalcitrante en las vastas huestes celestiales de

Satanás, el único que se opone a él, “ encendido de fervor severo” . Los

demás ángeles consideran que Abdiel es “ intempestivo” , al igual que

Milton fue considerado intempestivo desde 1660 hasta su muerte, en

1674.

El desafío de Abdiel provoca en Satanás la aserción que a mí me

parece más problemática porque es la que más se acerca al corazón del

propio genio de Milton:

¿Quién vio cuándo se hizo la creación?

¿Recuerdas haber sido tú creado

Y cuándo el Creador te daba el ser?

No sabes del tiempo en que nosotros

No fuéramos como somos ahora,

A nadie conocemos anterior;

Hemos sido engendrados y creados

Por nuestra propia esencia.. .36.

Satanás no habla por el hombre, ¿pero no es esta la postura del poeta?

¿Acaso Milton no hubiese dicho “nuestra pujanza es propia” y no

la de Shakespeare o la de Spenser? La libertad del poeta es su aspiración

más querida, el corazón de su integridad. Podríamos, si quisiéramos,

decir que esta libertad resulta de la genuina obediencia a la voluntad

de Dios, pero ¿a quién corresponde interpretar dicha voluntad? Milton

la interpretó para sí mismo, basándose exclusivamente en su propia autoridad,

que identificó con su genio.

domingo, 12 de junio de 2022

Michel de Montaigne 1533 I 1592. GENIOS. HAROLD BLOOM.




 [80]

Michel de Montaigne

1533 I 1592

e l p r im e r o de l o s e n s a y is t a s personales sigue siendo con mucho el

mejor; Montaigne inventó el término “ ensayo” para referirse a una

prueba de su juicio con base en el estudio de uno mismo. Sus Ensayos

tuvieron éxito inmediato y siguen teniéndolo entre los lectores juiciosos

de todo el mundo. Escritor sabio, declaradamente en la tradición de

Séneca y Plutarco, Montaigne sigue siendo profundamente original, no

tanto en este género del ensayo personal como en su extenso e íntimo

autorretrato, que tampoco tenía precedentes. Agustín nos da su autobiografía

espiritual, que culmina con su conversión; Montaigne nos da

todo su ser. El más elevado tributo proviene de Emerson: “ Corta estas

palabras y sangrarán; son vasculares y vivientes” .

Dirigiéndose a su lector, Montaigne exclama con precisión: “Yo

mismo soy la materia de mi libro” 19. Creyó haberse retirado de la vida

pública en 1570 para escribir sus Ensayos, pero se le pidió que regresara

para servir como alcalde de Burdeos, en calidad de mediador entre

Enrique 111 de Francia y el protestante Enrique de Navarra, quien se convirtió

en Enrique iv, el más dotado de los reyes franceses. De no haber

intervenido la muerte, Montaigne se habría convertido en un consejero

decisivo en la corte de Enrique iv. A pesar de la admiración que sentía

por Navarra, su coterráneo, Montaigne sin duda habría lamentado

su perdido retiro. La influencia de sus Ensayos en su vida es comparable

con el efecto de Don Quijote en Cervantes. Después de la primera

edición, en 1580, Montaigne pasó los siguientes doce años de su vida

revisando y reviviendo su libro.

La experiencia transformadora de la vida de Montaigne se presentó

en 1576 e incluyó a Sócrates, que desde entonces se convirtió en su

mentor. El Sócrates de Montaigne, al igual que el Platón de Montaigne,

era “ un poeta desconectado” , absolutamente inaceptable para el autor

de La república y Las leyes. No se puede menos que alabar la agudeza de

Montaigne al percibir la diferencia esencial entre Sócrates y Platón. Para

Platón, la naturaleza no es precisamente benigna y es necesario desalentar

cualquier tipo de sexualidad, excepto la necesaria para la propaga[

81]

ción. Sócrates tenía una visión más generosa del hombre natural, visión

que después de 1576 se convierte en la de Montaigne, quien considera

a Sócrates el hombre más sabio que haya existido jamás. Si bien Sócrates

nunca escribió nada, su postura dialéctica se convirtió en la base de las

pruebas a las que Montaigne sometió su propio juicio, de manera que

la idea del ensayo es socrática. Ser un hombre libre es “ saber gozar lealmente

del propio ser”20. Sócrates está más allá de la ansiedad o de cualquier

tipo de temor. Uno de sus últimos ensayos, De la fisonomía (1585-

1588), cita extensamente el discurso de Sócrates a sus jueces y de la

Apología de Platón, para después comentar magníficamente:

¿No es este un alegato claro y sano, mas también ingenuo y sencillo,

de altura inimaginable, verdadero, franco y justo más allá de todo ejemplo...

Debía su vida, no a sí mismo sino al ejemplo del mundo21.

¿No se podría igualmente aplicar esta última frase a Montaigne? El

no habría estado de acuerdo, pues se consideraba a sí mismo un imitador

de Sócrates, un seguidor tardío. Y sin embargo deseaba que su libro sirviese

de ejemplo de lo que el académico Herbert Luthy llamó “ el arte

de ser veraz” . Montaigne sólo escribe por su propio bien, y sin embargo

nos necesita a nosotros, sus lectores, para poder revelarse ante sí mismo.

Tal como Montaigne correctamente advirtió, Sócrates no hablaba sólo

para sí mismo sino para todos aquellos que pudieran beneficiarse. El

autor de los Ensayos es prudente y modesto, pero también amistosamente

ofensivo y no siempre popular entre nuestras feministas de hoy. Una

de sus obras maestras es uno de sus últimos ensayos, Sobre unos versos

de Virgilio, en el que medita sobre la sexualidad. He aquí un centón de

pasajes en los que podemos saborear a Montaigne en toda su candidez:

.. .El matrimonio cuenta con la utilidad, la justicia, el honor y la constancia:

un placer soso, pero más general. El amor se funda únicamente en

el placer, y es el suyo, en verdad, más excitante, más vivo y más agudo; un

placer atizado por la dificultad. Necesita de los dardos y del escozor. Ya

no es amor si carece de flechas y de fuego. La liberalidad de las damas es

demasiado profusa en el matrimonio y embota la punta de la pasión y del

deseo22.

[82]

Hacen muy bien las mujeres al rechazar las normas de vida que rigen

en el mundo, pues las han hecho los hombres sin contar con ellas. Hay

naturalmente artimañas y chanzas entre ellas y nosotros; el más estrecho

entendimiento que podemos tener con ellas, no deja de ser tumultuoso y

tempestuoso23.

¡Oh, furiosa ventaja la de la oportunidad! A quien me preguntara qué

es lo primero en el amor, responderíale que es saber esperar; lo segundo,

lo mismo, e incluso lo tercero: es un punto que todo lo puede24.

Todos huyen de verlo nacer, todos le siguen para verlo morir. Para

destruirlo, se busca un campo espacioso, a plena luz; para construirlo, se

mete uno en un agujero tenebroso y estrecho25.

Montaigne se casó y sólo uno de sus hijos sobrevivió, una hija. En

sus Ensayos hay dos referencias rápidas a su madre, Antoinette de Lopes,

hija de una prominente familia de Toulouse de origen judeo-espaftol.

A la hija le corresponden unas pocas referencias más bien desdeñosas.

Le reservó todo su amor a su padre y a su mejor amigo, La Boétie, muerto

en 1563, después de cuatro años durante los cuales la soledad interior

del ensayista desapareció, sólo para reinstalarse en los restantes treinta

años de su vida. Quizás Enrique de Navarra hubiese llenado ese vacío,

de haber vivido Montaigne después de 1592. A uno le da la sensación

de que este hombre, cuya apariencia exterior era la del gascón “sensual,

normal y corriente” , era en su interior un solitario shakespeariano, un

poco como el Hamlet en quien evidentemente ejerció alguna influencia

(Shakespeare tuvo que haber leído primero el manuscrito de la traducción

de John Florio, pues Florio era de la casa del conde de Southampton).

Donald Frame, traductor contemporáneo de Montaigne y su más

sobresaliente estudioso, observó que cada uno de nosotros tiene su propio

Montaigne, así como tiene su propio Hamlet y su propio don Quijote.

Me gusta este comentario porque el Montaigne que aparece en los

Ensayos es tan vivido que eclipsa a San Agustín, a Goethe y al doctor

Johnson en su papel de un personaje real tan poderosamente retratado

que parece ficticio, un personaje tan literario como mi héroe, sir Juan

Falstaff.

[83]

Herbert Luthy afirmó con mucho énfasis que hay un gran componente

artístico en los caminos que escoge Montaigne para ser veraz:

“Quizás esto es lo que resulta escandaloso en Montaigne: que se contenta

con lo escandaloso y lo fragmentario, no obstante lo cual es radicalmente

lo opuesto a lo trágico” . Así como creo que no hay otro método

para la crítica literaria que uno mismo (cuando es más inteligente, espero),

Montaigne tampoco tiene un método para esa exploración de sí

mismo. Trató de mirarse a sí mismo como lo haría con un vecino, y dejó

a un lado su exitosa y honrosa carrera pública para poder llegar al fondo

de sí mismo. Pero maravillosamente no se convierte en un reduccionista,

a diferencia de la grande dame de Wallace Stevens, “la señora Alfred Uruguay”

, que salmodia “ he limpiado la luz de la luna como si fuese lodo” .

Montaigne, lejos de ser un romántico, no nos da luz de luna porque su

visión del sexo es demasiado pragmática, pero ciertamente no cree que

para conocerlo tal como es sea necesario conocer lo peor de él. Se soporta

con ecuanimidad, como el caballero de Chaucer en Cuentos de Canterbury,

porque nadie sabe mejor que Montaigne que siempre estamos

asistiendo a citas que no hicimos. Católico moderado y realista dedicado,

Montaigne quedó atrapado entre dos bandos durante las sangrientas

guerras civiles religiosas que asolaron Francia. Sitiar y quemar propiedades

eran prácticas comunes en Gascuña, donde los protestantes y los

saqueadores eran fuertes, y Montaigne no se libró de ellas. Decidido a

no convertirse ni en héroe ni en santo, el racional y metódico Montaigne

se retiraba a la torre de su biblioteca cada vez que podía, y vivió para

terminar el grandioso tercer tomo de sus Ensayos con la obra maestra

“De la experiencia” (1587-88). Aquí quisiera detenerme y hacer un comentario

más completo, pues me encuentro en terreno sagrado para mí.

Experiencia, el mejor ensayo de Emerson, es hijo de ese último ensayo

de Montaigne, y yo soy uno de los muchos vástagos tardíos de Emerson.

En sus aproximadamente cuarenta páginas, “De la experiencia” examina

tanto a Montaigne como la condición humana. No puedo pensar

en otro ensayo, en la tradición que va desde Montaigne hasta Freud, que

explore con tanta profundidad la metafísica del yo y que nos exhorte

con tanta convicción a aceptar la necesidad:

Mas no mueres por estar enfermo, mueres por estar vivo. También te

mata la muerte sin el socorro de la enfermedad. Y a algunos les han aleja-

[84]

do las enfermedades de la muerte, habiendo vivido más cuanto más les

parecía estar agonizando26.

¿Qué sé? Sobre la muerte, nada, y en relación con esa nada Montaigne

adopta la postura socrática. Como Sócrates, Montaigne se fortalece

con los años en una total aceptación de sí mismo. “ Es absoluta

perfección y como divina, el saber gozar lealmente del propio ser” 27. Ese

es por mucho el bien supremo, y no el saber de la existencia de un Dios

remoto e incognoscible. Y no hay reducto de nuestro mero ser qué tenga

que ser aprobado:

Yo que me jacto de abrazar con tanto entusiasmo los bienes de la vida,

y tan particularmente, no hallo en ellos, cuando los miro así de atentamente,

nada más que viento. Mas qué, no somos sino viento en todo. Y

aún, el viento, más sabiamente que nosotros, gusta de moverse, de agitarse,

y se contenta con sus propias funciones, sin desear la estabilidad ni la

solidez, cualidades que no son suyas28.

Esta es el tipo de sabiduría que va más allá del desencanto, más allá

del deseo de no ser engañado. Sólo Shakespeare, de entre los más vigorosos

escritores occidentales, exhibe algo parecido a la pragmática desconfianza

hacia la trascendencia de Montaigne:

Quieren salirse fuera de sí y escapar del hombre. Locura es: en lugar

de transformarse en ángeles, transfórmanse en bestias, en lugar de elevarse,

rebájanse. Espántanme esas posturas trascendentes, como los lugares

altos e inaccesibles; y nada me resulta tan difícil de digerir en la vida

de Sócrates como sus éxtasis y sus posesiones demoníacas29.

Emerson, con su propio demonio y sus variados anhelos de trascendencia,

se mostró particularmente cauteloso ante su padre, Montaigne:

¿Podremos decir que Montaigne ha hablado sabiamente y nos ha dado

la recta y permanente expresión del espíritu humano acerca de la conducta

de la vida?30

Sin dejar de mostrarse reverente ante su precursor, Emerson maniobra

hacia la defensa de sus propios éxtasis:

[85]

Quiero aprovechar esta ocasión para celebrar la fiesta de nuestro san

Miguel de Montaigne, contando y describiendo estas dudas o negaciones31.

Emerson se refiere a sus propias dudas y negaciones ante lo que

considera el escepticismo de Montaigne, pero el Montaigne que leemos

en “De la experiencia” es lo que Donald Frame llamaría “ el hombre entero”

. Y sin embargo ese hombre que verifica se siente incómodo con

la posesión demoníaca, aunque el demonio sea el de Sócrates. En su propio

ensayo “Experiencia” , Emerson finalmente cede a su propia sensación

de que el demonio sabe cómo se hace.

No conozco más que la recepción; yo soy y yo tengo, pero no obtengo.

Le digo al genio, si me perdona el proverbio, untado un dedo, untada toda

la mano.

Montaigne es demasiado unitario para dirigirse a su genio o a su

demonio. Este no tenía una existencia independiente para él como sí la

tenía para Sócrates, Emerson, Goethe, W.B. Yeats y tantos otros. Montaigne

nos parece mucho más contemporáneo que Emerson y Goethe,

en parte por esa imagen de persona completa que tan singularmente

representa.

Archivo del blog

DE SOBREMESA Rayuela: los yerros del salto En colaboración: Dr. Enrico Pugliatti y J. Méndez-Limbrick

  Rayuela : los yerros del salto 1. El culto al caos disfrazado de libertad Cortázar propone una lectura no lineal, pero el “tablero de dire...

Páginas