(RINCIPIOS NOCTURNOS. (FRAGMENTO. NOVELA. PREMIO NACIONAL DE NARRATIVA ALBERTO CAÑAS 2020.EUNED. DE FUTURA PUBLICACIÓN).
(Años
de 1939-1946, 1987). El encuentro: el
pacto. Inglaterra. México, DF.
Pero, a pesar
de mis charlas políticas, reuniones
literarias, conferencias en algunas
universidades acá en Latinoamérica
porque la Segunda Guerra Mundial estaba a pocos meses de su inicio en el Viejo
Continente, – y muy dentro de mi
persona- lo sabía, me faltaba el espaldarazo inicial para que otros escritores
de primer orden me tomaran en serio.
Entonces entré en
crisis: viajé a Europa en el primer semestre de 1939, a muy pocos meses antes
que se iniciara la Segunda Guerra Mundial. Visité Italia, Francia, Alemania, me
iba por varias semanas aprovechando que mi padre me adelantaba unos dineros
prometidos seis meses antes.
Pero, fue en
Inglaterra – lugar de mis futuros proyectos literarios- en donde tuve mi encuentro con Astaroth.
No... si ustedes están pensando que su aparición fue en un salón y en un
claroscuro están equivocados.
Tampoco, se me
presentó en forma de perro de aguas, o se me revelaría con una enorme chiva
mientras yo escribía aperezado en mi mansión de la campiña inglesa. Menos se
presentó con los cachos en su frente o con patas de carnero. ¡Atavismos tontos!
¡Equivocados! Esas son habladurías de la gente para atemorizar, para hacer
apoteósicos encuentros con este ser. ¡No!
Sucede que en
Inglaterra, me matriculaba en un curso de Teoría Literaria en la Universidad de
Oxford, para olvidarme de mis fracasos literarios y para avivar en mi persona
esa necesidad de empujarme a unos deseos que se debilitaban más y más sin yo
proponérmelo.
Llegué esa mañana al
auditorio principal de la Universidad de Oxford. Estaba colmado de estudiantes como yo que
hacían diferentes cursos universitarios y en algunas carreras, la signatura era
un simple requisito.
Fue ahí, que tuve mi
encuentro. Fue ahí que se me presentó.
Estaba sentado en el
auditorio como un oyente o un estudiante. Yo diría, más que estudiante parecía
un profesor que escuchaba a un colega porque, por alguna razón tenía interés en
lo que su colega hablaba en el auditorio. Yo, me senté a varios asientos detrás
del hombre y en oportunidades podía observarlo,
esa observación que hacemos en
forma involuntaria, y percibimos un objeto o persona pero, lo hacemos sin
precisar en realidad lo que estamos mirando.
Terminada la charla
el auditorium en pocos minutos quedó sin un solo estudiante, en los segundos
que me aprestaba a salir quedé de frente
con el hombre. No lo podía creer porque, el hombre estaba a unos cinco metros
de mi persona pero, sin saber el cómo apareció delante de mí.
-
Yo a
usted lo conozco. Dijo el hombre y calló con perfecto acento británico.
-
Creo que
se equivoca señor. Respondí. Aunque, mi curiosidad me sobrepasó, el hombre se me parecía a una persona de
vieja y añeja alcurnia y yo debía de averiguar de quién se trataba. Me cautivó
su acento británico de clase alta, me
atrajo su bello traje de casimir color azul cobalto. Usaba unos espejuelos de
oro, redondeados, de bastón negro y que me pareció su empuñadura poseía una
bestia mitológica que no pude interpretar. Y,
en el auditorium estaban solo dos personas: mi interlocutor misterioso y
yo. El auditorium minutos antes con unos cincuenta estudiantes, ahora me
parecía el lugar más desolado del mundo: me quedaba solo como por arte de
magia. Una especie de paisaje sin vida,
frío, monocromático, estaba a nuestro alrededor. Ahora, las butacas eran de piedra y el recinto de maderas
acogedoras y de una luz sensible al ojo, se convirtió en un paisaje ancestral
en donde intuía que ningún mortal había estado allí y, tampoco había visto
jamás un paisaje semejante. Me quedé petrificado escuchando al hombre una vez
que respondí en mi negativa que nos conocíamos. La luz del auditorium se
transformó en una luz opaca, sin brillo, para luego, pasar a un color llameante
y dorado lo que, me produjo cierta modorra. El hombre replicó sin tomar nota de
mis últimas frases.
-
¿No es
usted acaso el escritor Byron Deford? ¿Es usted, verdad? Dijo. Y se me quedó
mirando con esa curiosidad del interlocutor que solo espera que le confirmen lo
preguntado. Pero, no dejó que yo contestara. Agregó: Sí, es usted, yo a usted
lo conozco desde hace mucho tiempo atrás.
Usted está acá en Inglaterra porque, desea darse un respiro a toda esa
frustración que siente en su alma, en su espíritu. Su juventud se rebela cada
vez que escribe en su vieja máquina Underwood para luego botar cientos de hojas
papel periódico, ¿verdad que no me equivoco? Añadió el hombre con una gran
insolencia pero que, a la vez por su sinceridad me dejaba desarmado. Confieso,
que la curiosidad no me permitía ser tampoco grosero con mi interlocutor. La
curiosidad comenzó a corroer mi persona. ¿Cómo sabía que yo, Byron Deford,
estaba pasando por una crisis existencial y más que existencial una crisis de
escritor? ¿Cómo sabía de mi vieja máquina de escribir y los cientos de
borradores que botaba al cestillo de la basura en semanas anteriores? Mucho
gusto en conocernos, mi nombre es Lord
John Rutland y Archiduque de... pero, este título, no sería oportuno que le
dijera archiduque de qué región, jejeje.
Replicó el hombre extendiendo su mano y se me quedó mirando con esa
mirada de complacencia y más que de complacencia de complicidad a sus últimas
palabras acerca de mis frustraciones literarias que en ese tiempo no le
confesaba a nadie ni a mi amigo Horacio Guerra. No perdía nada en contestarle
al hombre afirmativamente a lo preguntado. El hombre en verdad me llamaba a la
curiosidad – y para qué mentir- hasta me simpatizó su elegancia como su acento
británico y aristocrático, vuelvo a repetir.
-
Sí, lo
soy... digo soy Byron Deford. Está usted en lo correcto, Lord Rutland.
Contesté. Y, disparé la pregunta: equivocado o no si era conveniente pero, no
lo soporté, deseaba saber el cómo un hombre de anteojos con aro de oro, de
impecable porte inglés y de una educación y modales dignos de sus títulos
nobiliarios me confesaba sabía de mi persona. ¿Y cómo se enteró usted de mi
máquina Underwood? Pregunté sin atreverme a preguntar el resto: del cómo
conocía que también tiraba al cesto de la basura cientos de páginas. Lord
Rutland, no me dejó que continuara.
-
Y también
sé muchas cosas más de usted, secretos suyos. Conozco su pasado igual a la
palma de mi mano como dicen las personas, joven Byron Deford. Al afirmar el
hombre esto último, sentí un frío que me corroía por dentro, una frialdad y
todo a mi alrededor lo percibí sin vida: era una zona gris entre la vida y la
muerte desde donde el hombre me dirigía sus palabras. Golpeteó levemente con su
bastón el suelo para que yo lo escuchara. Continuó: ¡Y perdone, no es que yo
sea una persona indiscreta... es que está en mi naturaleza conocer: el hoy, el
pasado y el futuro de las personas! Y, agregó: ¡Ahhh, qué inmodesto de mi
parte, perdón, perdón joven Byron Deford! ¡ Hablo más de la cuenta! Sonreí.
Agregué.
-
En verdad
que usted me ha intrigado, Lord Rutland con lo que me ha comentado de mi
persona. Sí, en efecto, estoy acá en Inglaterra más que por estudios, estoy
para obtener un nuevo aire, una especie de limpieza del alma, para recuperar
fuerzas. Interrumpió.
-
¡Limpieza
del alma! Me gusta, me encanta esa afirmación suya. No se imagina cuántas veces
la he escuchado.
-
¿Es usted
acaso una especie de mago? Digo, porque ese asunto de conocer las intimidades
de las personas son temas de magia. Aseguré con aire semi-jocoso, en el límite
que el interlocutor no sabe si lo dice en serio o por el contrario es una
burla.
-
La
respuesta usted la sabe joven Byron Deford, si yo soy un mago u otra persona
que no desea aceptar. ¿Usted sabe quién soy?
¿Me tiene miedo? ¡No lo creo! ¿Todavía usted posee dudas? A lo mejor,
soy un simple charlatán o un loco escapado de algún psiquiátrico de Londres.
Digo... por ejemplo sé que su frustración proviene de que usted tiene ya 21
años y también, acaba de publicar un libro de cuentos en su país con uno de los
“grandes” escritores, con su padrinazgo
pero, no ha sucedido nada: una crítica famélica, raquítica, insulsa, ni
buena ni mala. Y eso, a usted joven Byron Deford lo tiene mordisqueado en su
orgullo... lo tiene devastado... y lo entiendo, lo entiendo, no es para
menos... porque, usted tiene razón, usted es bueno como escritor, se lo digo
pero... y el hombre se quedó como dudando a lo que quería decir, a lo que me
quería confesar. Me armé de fuerzas y dejé los protocolos a un lado. ¿Qué podía
perder si le seguía el juego al hombre? ¡Nada! ¿Y si en verdad, era cierto lo
que yo pensaba: que el tal Lord Rutland era un mensajero del Maligno? ¿Me
estaba volviendo loco en mi frustración? ¿Cómo enfrentar una situación como la
que estaba viviendo?
-
¿Y qué
más conoce de mí? Pregunté. (Sentí un cosquilleo en el estómago inevitable).
-
Yo por el
contrario, le pregunto: ¿qué daría usted por ser el mejor escritor de su generación?
Argumentó el hombre. ¿Lo desea en
verdad? ¿Qué sacrificaría? ¿Amores?
¿Hijos? ¿Matrimonios? ¿Aún más? ¿A usted mismo si fuera del caso?
-
Le sigo
el juego, Lord Rutland o como quiera que el señor se llame. Interrumpí
asustado.
-
Joven
Deford, no es cuestión de seguirme el juego... si usted lo desea llamar así,
pues así lo llamaremos. Deje que mi persona termine la idea. ¡Usted está en
problemas! Se siente estéril, esa esterilidad
y que usted no sabe cuánto tiempo durará. Digamos el fracaso “anunciado”
del libro de cuentos a usted lo ha dejado con un temor en su corazón que lo
violenta día y noche. Mmmm ... ssssiiii, pues esa frustración y esos temores yo
puedo hacer que sean razones del pasado. Por ejemplo, sé de su amor no
correspondido de una actriz de teatro y cine, de su terquedad, de sus
desvelos... no se perturbe, yo puedo hacer que sea suya, la puedo poner postrada
a sus rodillas... no hay límites para lo que yo puedo hacer por usted. La luz
dorada continuó y el hombre entonces, buscó asiento a unos metros de mi persona
sin antes pedir permiso. El hombre quien decía llamarse Lord Rutland tomó
asiento y lo pude observar en los mínimos detalles. Su cara: poseía una leve
barba al ras de la piel en donde se le notaban partes con canas. De una
blancura aporcelanada tanto en su rostro como en sus manos y en las cuales le
percibí un anillo con una piedra de color negra. Su cabello entrecano y lacio,
estaba levemente engominado. En efecto,
el hombre poseía unos anteojos de aro dorado que supuse eran de oro y en los
cuales se percibían unos ojos azulísimos. Llevaba una camisa blanca de puño
francés que se le adivinaban unos gemelos de oro. Los puños de la camisa
sobresalían cada vez que mi interlocutor gesticulaba con sus manos. La corbata
hacía juego con su traje de casimir azul cobalto, la corbata de nudo medio
Windsor supuse era de seda porque su caída se percibía leve tomando los
pliegues en la camisa y el nudo cortamente se fijaba en el cuello, deduje que estaba hecho sin apretar. El
pantalón parecía recién puesto, no le
percibí una sola arruga. Y aún estando sentado, los quiebres o los dobladillos
lucían una perfección que no dejaba de observar una y otra vez. Las medias negras de seda y los zapatos
Oxford full-brogue y de color negro, hacían del conjunto y con su dueño una
estampa perfecta del buen gusto.
Continuó hablando: si me sigue el juego y soy un farsante, ¿qué podría
perder? Aunque lo sé, lo sé, usted sabe en su interior quién soy. ¡Por favor no diga mi nombre! Yo
solo soy su emisario del gran Señor, porque tenemos jerarquías y somos muchos.
-
¿Decir
nombres, Lord Rutland? Eso, jamás. Sí no estoy convencido de con quién estoy
hablando no digo nombres. Y ese detalle me intriga, lo acepto.
-
-¿Qué
prueba última desea? Pregunte por su mayor secreto que yo le responderé. Pensé
en varias preguntas. No importaba que en verdad fueran o no fueran grandes
secretos, existían muchas preguntas que si yo se las hacía solo mi persona
conocería las respuestas y sus detalles. Pensé por unos segundos que se me
hicieron eternos. El hombre a la espera, sacó de su chaqueta un paquete de
cigarros y un encendedor de oro, fumaba. Recordé entonces, que una revista
universitaria de mi país, me pedía un ensayo sobre Marlowe, sobre el Doctor
Faustus, coincidencia o no de la situación en la que me encontraba, quise
hacerle una jugarreta al hombre. A miles de kilómetros y sin tener ninguna relación
con la universidad ni con las personas que me solicitaban el ensayo con el
supuesto Lord Rutland, me pareció una buena idea preguntar si en la última
semana laboraba en un proyecto literario mío o por el contrario me encomendaban uno y qué clase de trabajo
era. Pero, antes que pudiera hacerle la pregunta el hombre me dijo:
-
Ahhh por
cierto, joven Byron Deford... tome, es un regalo de mi parte, creo que le va a
servir para su trabajo... y antes de que yo hiciera la pregunta, el hombre me
entregó un libro de un empaste amarillento y viejo: el libro se trataba de la
primera edición del “Doctor Faustus del dramaturgo Cristopher Marlowe”. En la portada se leía: “La trágica historia
de la vida y muerte del Doctor Faustus”. La edición era una edición de 1604 con
una dedicatoria a mi interlocutor: Lord Rutland. No podía dejar de temblar,
sudé y luego volvía a mirar en derredor, estaba y no estaba en el auditorium de
la Universidad de Oxford. El hombre adelantó: ¿Le sirve el libro? No lo vaya a
mostrar en público porque es un original. Y si lo muestra, empezarán las
preguntas y la gente dirá que usted joven Byron Deford lo hurtó. Aclaro que yo
tampoco lo he hurtado como se puede percatar por la dedicatoria. ¡Pobre
Cristopher Marlowe... qué muerte más fea! ¡Yo estaba esa noche en la taberna...
ni me acuerdo del cómo se inició la disputa entre los hombres que acabó con la
muerte de nuestro protegido: Marlowe! Pero, no pude intervenir, mi jefe no me
dejó! Aseguró el hombre y, una voluta de humo se posó junto a mis zapatos, en lugar de
subir hasta el techo del Auditorium,
bajaba, bajaba hasta quedar a mis pies. El hombre continuó: ¿Era esa su pregunta? ¿Del ensayo, de su
ensayo que está usted preparando? ¡Ahhhh... estos mortales y estos jóvenes... uno tiene que emplearse a
fondo en nuestro trabajo para que a uno le crean. Comentó el hombre con cierto
aire retozón y de victoria. Y otra voluta de humo se fue a posar a mis pies.
Ahora tenía dos volutas de humo que jugueteaban por mis zapatos como dos gatos
sin que quisieran abandonarme. No comenté nada.
Estaba en una situación precaria en la que los límites de lo racional ya
no juegan ningún papel, en una zona límite, bordeando lo irracional. No
aguanté, lancé la pregunta...
-
Supongo que todo es un trueque. El ofrecimiento.
Su Amo, su Jefe, me ofrece... y yo a cambio, también ofrezco. ¿Paridad en
condiciones? ¡No lo creo!
-
Joven,
Byron Deford, no se haga la víctima ahora. Rezongó el hombre con cierta
autoridad. ¿Acaso no es usted el que necesita de nosotros? ¿No es usted el que ha estado pensando que si la historia del
Dr. Faustus fuera real usted hubiera hecho lo mismo? ¿Llegar a un acuerdo? Venga tome asiento. Necesitamos una charla,
una buena charla. Y no se preocupe con los jóvenes y profesores de la universidad... no vendrá
nadie a interrumpirnos. No se preocupe que sea media mañana... Para usted y
para mi persona, el Tiempo transcurre diferente del cómo lo ven y lo captan los
simples mortales. Por ejemplo, ¿ve el
rosal? ( más allá de unos ventanales se observaba un jardín y en el jardín en
varias hileras se percibían un grupo de rosas). Yo puedo hacer que las rosas se
marchiten o vuelva a florecer el rosal. ¿Lo desea joven Byron Deford? ¿Quiere ver el rosal en su muerte y en su
nacimiento? No comenté nada acerca del rosal y me enfoqué en las propuestas.
-
Lord
Rutland – por favor deje que así le llame en esta charla- a su eminencia. Dije
bastante serio. La cuestión había tomado un matiz que segundos antes no me
imaginé: no me cupo la menor duda de que con quien estaba hablando era un
emisario del Maligno. ¿Propuestas? ¿Contrapropuestas? El hombre se me quedó
mirando y aspiró de nuevo el cigarro que nunca se le acababa, parecía recién
encendido aunque, ya habían pasado unos diez minutos. Botó una voluta de humo e igual que las
anteriores bajó, bajó, bajó hasta mis pies e inició una danza con las otras
volutas muy cerca de mi lado. Y las bolutas, se deslizaban entre ellas mismas
unas encima de las otras a ras del suelo, luego daban pequeños saltos y cuánto
más brincaban más azul era el color de las volutas. Jugueteaban de un lado para
el otro en medio del auditorium para de nuevo regresar a mi lado.
-
Joven
Byron Deford, quizá no me he expresado
del todo bien, o quizá en medio de la
conversación, no me ha entendido. ¿Propuestas?
Sí, las tenemos por parte de mi Señor. ¿Contrapropuestas? Se quedó pensativo,
cruzó la pierna, se acomodó los anteojos, bastoneó el piso con cierto desenfado
y autoridad... respondió: Contrapropuestas no las hará. Usted, es el interesado en todo este “tema”
de la escritura, de la creación literaria, en esta enfermedad de su narcisismo
– y esto último- lo digo con el mayor respeto, porque, ¿quién no lo es? Digo
narcisista. ¡La gente miente de que no lo es! Pero, le repito, no existirán
contrapropuestas por parte suya. Es simple: lo toma o lo deja como dicen
ustedes los mortales, es así de sencillo. Pero, no crea que mi Señor, es del
todo autocrático, creo que en medio del trato existe una prebenda hacia su
persona. ¿La razón? ¡Usted le simpatiza! (Y me guiñó un ojo - cómplice).
Terminó diciendo el hombre con aire jocoso. Continuó: la propuesta: usted
tendrá todo lo que desee... ser un gran escritor y, además... tendrá como sus
ayudantes y secretarios a los 7 demonios de los pecados capitales quiénes le
cooperarán en su aventura literaria. Cada pecador de cada uno de los 7 pecados
deberá morir en el pecado para que así su alma no pueda arrepentirse. Otro
punto: usted no podrá intervenir en su muerte directamente ni por medio de un
acto o evento. ¿La prebenda? Si usted escritor Byron Deford, en su gran
aventura literaria de tantos años le entrega a nuestro Amo y Señor un alma (ya
sea con engaños o no, esto último es optativo) por cada uno de los 7 pecados
capitales, usted quedará libre, su alma
quedará en libertad, de lo contrario, se convertirá en un demonio menor como
nosotros.
-
Acepto.
Dije sin titubear, aunque por dentro
tenía temor y a la vez creía que soñaba por lo que acontecía en el
auditorium.
-
¡Lo
sabía, lo sabía! ¡Viva! Exclamó lleno de júbilo el emisario del Maligno que se
hacía llamar Lord Rutland. Venga, acérquese, firme acá - y sin saber del
dónde-, tenía entre sus manos un documento viejo y amarillento como el texto de
Marlowe que me obsequiaba. Al firmar, el
espíritu infernal pasó su mano por mi nuca y, me sentí desfallecer, sentí que
la muerte me visitaba, que llegaba hasta mí y que recorría todas las células de
mi ser, se inoculaba en mí como una enfermedad. Me ardía la nuca una vez
que retiró su mano y empecé a sentir una
leve erupción en mi piel. Agregó: no se preocupe, joven Byron Deford, no se
preocupe, este absceso que se le hará en los próximos cinco días es parte del
pacto. Es un absceso que estará con
usted mientras dure la relación, su relación con mi Señor. Y mientras usted esté
creando su obra allí estará. Repito, al quinto día el absceso será un ojo y lo
tendrá en la frente cuando trabaje en su obra.
Usted se lo pondrá en su frente para escribir. Será su tercer ojo. Sentí
asco a lo comentado pero, ya estaba hecho el trato. ¿Qué era un absceso - ojo
por la creación literaria, la inmortalidad como escritor, la fama, ser el mejor
entre los mejores escritores de mi
generación? ¡Muy poco! Por último, le
presento desde ahora a sus 7 secretarios. Y como tratándose de una representación
teatral fueron saliendo de un lado del escenario uno por uno. El primero en
aparecer fue: Aamón cc Fabiano Stirge, me hizo una reverencia y se quedó a
pocos metros de Lord Rutland. Le siguieron: Adremelech cc Lord Ruthven, con su
chaqué impecable –e igual que lo hiciera Aamón- saludó con respeto. Salió Esfria, de frac, sus gemelos se
adivinaron en la camisa de puño francés: me hizo una genuflexión. Esfria dijo
que en el mundo de los mortales se le
conocía con el nombre de Conde Estruch. Pasó y al aparecer en el escenario se
disculpó con grave y hermoso acento británico: era Goodfellow de
enorme cabeza cc desde la Edad
Media con el nombre de Gorgus Black.
Malfas, de levita estaba recorriendo con apuro el escenario. Dijo que en
el mundo de los mortales se le conocía como Onofre de Dip. Nergal comentó algo entre dientes a su
hermano cc Lord Rutland y disculpó su
tardanza que, en verdad no la entendí. Agregó, que era cc Gilles II Barón de
Rais pero que, no era tan perverso como
al hombre que él le usurpaba su patronímico. Y por último, salía Belfegor, de
smoking, de monóculo y al saludarme su ojo flamígero relampagueó en señal de
agrado. Y, las volutas de humo continuaron jugueteando por el auditorio, mas
luego se enredaron como ovillos a los pies de Lord Rutland quien agregó: bien
mi tarea está cumplida pero, antes de despedirme le diré mi nombre: soy
Astaroth, Archiduque de los infiernos de Occidente... y recuerde,
recuerde... este acertijo: ¿qué dijo la
primera rana? Y las volutas de humo comenzaron a agrandarse agrandarse hasta
que Astaroth desapareció en medio de una niebla. Y los 7 espíritus infernales y
yo volamos, volamos por el cielo hasta una mansión en la campiña inglesa: ¡ya
era de noche!
***