jueves, 13 de agosto de 2020

Miguel de Unamuno La agonía del cristianismo Introducción de Agustín García Calvo



Miguel de Unamuno
La agonía del cristianismo
Introducción de Agustín García Calvo

  Presentación
Está la figura de don Miguel de Unamuno de tal modo entremetida en las turbulencias y estirones de mi adolescencia que no sé bien cómo discernir ahora lo que era suyo y lo que era mío en aquel trance. Estaban, por supuesto, en la biblioteca de mi padre todos sus escritos uno tras otro, los más en sus primeras ediciones, y bien leídos por él, y a veces pulcramente anotados con lápiz muy ligero, que no dañara el libro; así que, allá entre cuarto y sexto de bachillerato, pienso que ya habían pasado casi todos por mis manos, menos pulcras y cuidadosas, y por mis ojos; y más de una vez nos los pasábamos entre los amigos; que bien me acuerdo, todavía años más tarde, que unos cuantos celebramos el Oficio de Tinieblas, la noche del Jueves al Viernes Santo, en vela hasta la procesión del alba leyéndonos en voz alta el San Manuel Bueno de cabo a rabo.
Y venían también con ello envueltos recuerdos, por memoria ajena, de la persona, fallecida aquel fin de año del primero de la guerra civil, tres antes de que ella terminara para dar paso a la otra y de que entrara yo en mis trece: estaban las noticias, parcamente rememoradas por mi padre, de cuando lo había acompañado, con una pequeña banda de adictos, de los que él seguramente no echaría más cuenta que como de espectadores de su andanza, en sus excursiones por Sanabria y su lago o por las ruinas del convento de Moreruela. Venían también por la misma fuente, reticente siempre y apenas por algún brote cediendo a la expresividad, algunas de sus anécdotas madrileñas, sesiones bulliciosas de escándalo en el Ateneo, tormentosas entrevistas con el Rey bajo la dictadura, o sobre todo aquella de cuando caía de Salamanca en el café Varela voceando «Vengo buscando al hombre de espíritu más limpio y de traza más desastrada que anda por el mundo», buscando –ya comprenden– a don Antonio Machado, cuyos proverbios andaba yo por entonces grabando a cortaplumas y tinta en los bancos del instituto.
Pero de otras fuentes me llegaban poco después recuerdos de Unamuno, cuando pasé a estudiar en Salamanca en el otoño del 43. No pisaba ya él entonces por sus calles y sus aulas: estaban ya en su lugar sus restos en el nicho del cementerio sobre el recodo del Tormes, adonde tantas veces había yo de llegarme con devoto paseo, y para más inmortalidad, a media escalinata del palacio de Anaya, el busto de Victorio Macho en granito y bronce, ante el que durante años haría supersticiosa reverencia cada vez que subía por aquellas escaleras. Pero quedaban algunos de los que lo habían tratado y que contaban de sus cosas, especialmente don José María Ramos Loscertales, por entonces decano de la Facultad de Letras, fino maldiciente de personajes de la historia, de Fernando el Católico a Isabel II, y que no dejaba también, fuera de las clases, de tratar con el mismo humor corrosivo a don Miguel, con quien había tratado algunos años, refiriendo de su manera imperiosa y descomedida de habérselas con sus contertulios y acompañantes de sus paseos, y de cómo en los cafés, despotricando de cualquier tema o contratema que cayera, su voz aguda se imponía sobre todas las voces desconsideradamente.
Pero también el mismo Ramos Loscertales, unos años más tarde, cuando, habiéndose él retirado a morir en su casa del paseo de los Capuchinos, acudía yo un día y otro a darle charla y a ver si me refería, si se terciaba, más recuerdos del paso de don Miguel por Salamanca, no se me olvidará cómo uno de los últimos días, acaso el último, después de maliciar de Unamuno un rato a la manera acostumbrada, en un momento se puso insólitamente serio y se paró a decirme: «Pero era un hombre bueno»; no se me olvidará.
Y el caso es que, ya del año antes de irme a Salamanca, había yo mismo escrito un soneto para don Miguel, que hasta ahora no había osado publicar (¿o llegó a salir en algún número de Trabajos y Días, nuestra revistilla universitaria?), pero ahora voy a osar, para testimonio, y dice: «Yo quisiera ser Dios, y en lo divino / saciar tu corazón tan fuerte y bueno, / dejar leer a tu mirar sereno / el libro sin portadas del destino. // Mejor quisiera yo ser peregrino / del mundo, si pudiera aquí en tu seno / mi frente reclinar y hacer ameno / con tu amigable charla mi camino. /// Pero era, don Miguel, cuando se abría / mi alma a este mundo, cuyo amor persigo, / tu voz silencio, y tú, memoria mía. // Y pues sé que jamás tu pecho amigo / latirá junto al mío un solo día, / yo quisiera ser Dios y estar contigo». La retórica era tal vez un poco desmadrada, aunque quizá trataba de responder un poco a la de don Miguel mismo (poniendo el TÚ donde él ponía el YO); y no fue la única vez que la huella de su figura me movió a los versos o las letras: recuerdo al menos una representación lírica de su muerte en la última noche del primer año de guerra, y un diálogo latino, un poco a lo Luciano, entre don Miguel y un Caronte tan charlatán como él, planteando en acto la cuestión de su inmortalidad.
Pero me importaba aquí, de todo esto, preguntarme qué es lo que quería decir la declaración postrimera de don José María Ramos, «Era un hombre bueno», y qué es lo que me había hecho a mí en aquel soneto adolescente tratarlo de bueno y amigable, tratándose de personaje, según concorde testimonio de quienes lo conocieron, tan áspero, descomunal y desatento, siempre maldiciendo estrepitosamente de casi cualesquiera otros personajes, tan infatuado, al parecer, consigo mismo que no hacía más, en conversaciones o tertulias, que hablar él sólo o más bien sermonear y despotricar de todo lo divino y humano sin apenas dejar meter a nadie baza, un personaje, en fin, que se diría notablemente intolerable para cualquiera.
No voy a responderme del todo a la pregunta; pero bueno quería decir probablemente algo como «no falso», «incapaz de engaño», con la implicación socrática ciertamente de que nadie hace mal sin estupidez, inconsciencia o como se llame; pero no en el sentido de que lo de dentro (¡el Yo, vive Dios!) se manifieste fuera con franqueza (lo cual implica la estupidez de creer saber quién soy yo), sino más bien en el de uno que no distingue claramente y que piensa acaso que lo de fuera es lo de dentro (las tormentas de la historia lo mismo que las agonías propias, el ser de Dios no otra cosa que el ser mío) ¿y viceversa?
Eso quiere dar cuenta de que la bondad de don Miguel pudiera consistir en un egoísmo desaforado, que se diría quizá más bien donmiguelismo, en cuanto que en esa desmesura del egoísmo (porque el egoísmo de los hombres habituales es un egoísmo pacato, que disputa herencias o ganancias dentro de un orden general de repartición, pero no pasa a la locura de ser yo todo, de yo ser Dios; y es así como son ocasionalmente malos, por mera conformidad, esto es, por la idiotez de no percibir ni por asomo la absurditud de que haya muchos yoes, reales todos y cada cual repartiéndose con los otros la realidad) podía en la desmesura de don Miguel sentirse el vislumbre de entendimiento y la falta de conformidad con la falsía, anonadante más por aburrida que por terrible, de los tratos habituales de los hombres.
Que también el revés dialéctico de la correlación, a saber, que asimismo lo de dentro es lo de fuera, latiera igual de claro y fuerte en el pecho de Unamuno, digo el reconocimiento de que la propia individualidad, la persona de uno, «es cosa de fuera», como acertó Machado a formular en uno de sus proverbios, que, por tanto, sintiera Unamuno con fervor equitativo que, así como yo soy Dios, en cuanto que Dios es yo, así también, puesto que Dios soy yo, yo no es otra cosa más que Dios, es posible que eso no se percibiera tan evidente en el temblor de su figura y de su charla. Pero aun así, basta con lo que en ello se percibiera de interés verdadero y desmesurado por sí mismo, donde «don Miguel» venía a hacerse representante vivo (y no democrático por cierto) de todo hombre, para explicarnos que Ramos Loscertales en su agonía o aquel muchacho que yo era sintiéramos ganas de decirle «bueno», un capricho, al fin, poco trascendente: porque la oposición de «bueno/malo», mantenida en sus dos términos, no es también más que cosa de la Moral, esto es, de la política y los negocios, una Moral que ordinariamente, por lo demás, consiste en enrevesar los dos términos, de modo que lo bueno sea malo, a fin de que lo malo pueda venderse como bueno; y bueno sólo debía, en todo caso, decirse de tal manera que bueno fuese aquello que dijera que «bueno» y «malo» son lo mismo.
Pero, en fin, toda esa cuestión de la bondad de don Miguel acaso fuera cosa de menos importancia, presta acaso a convertirse en una mera cuestión histórica (esto es, frívola comidilla de los que creen que las generaciones o las épocas se suceden una tras la otra, «en el tiempo», que ellos dicen), si no fuera que este caso da la coincidencia de que la cuestión de la bondad, la utilidad, de don Miguel se reproduce, se me antoja que bastante fielmente, con respecto a la de sus obras, que, por meros escritos que ellas sean, son al fin lo que aquí tenemos a la mano.
Esta Casa Editorial, por ejemplo, se apresta ahora a reeditar las obras de Unamuno, entre las cuales La agonía del cristianismo, a la que estas páginas sirven, por tanto, de preámbulo (aunque pretendiendo valer también de preámbulo de la serie), y les toca, por tanto, preguntarse qué es lo que vale, qué hace en este mundo de bueno o malo este libro y tras él los otros de debate de Unamuno consigo mismo que se republiquen: en este mundo, donde la aceleración de la aparente mudanza en los procesos culturales, igual que en los políticos y económicos (pues la Cultura es también cosa del Estado y el Comercio, y sujeta, como ellos, a la misma necesidad de cambio para la permanencia), parece sugerir que libros de hace sesenta años se han quedado ya tan lejos que apenas puede creerse que se vayan a poder leer ahora con interés, ni servir para más cosa que justamente negocios y veneraciones culturales.
¿Se habrá progresado algo en estos sesenta años? Bueno, sí, hay campos en que se han hecho descubrimientos, en medio de la general parálisis progresiva del descubrimiento que la aceleración del cambio aparente impone y disimula, y ha habido algunos avances considerables, por ejemplo, en el arte de la novela (el género literario único que, reemplazando a todos los demás, sigue teniendo verdadero uso, siquiera sea para entretener el camino de la muerte con retratos de la vida), o también en los estudios de gramática y lingüística, que poco a poco disipan algunas ilusiones arraigadas sobre las relaciones entre la lengua, las almas y los pueblos, y hasta, de paso, algún avance en el análisis (cada vez más alejado de la práctica de políticos y psiquiatras) de las estructuras anímicas y sociales; así que bien me temo que las obras de Unamuno que más pertenezcan a tales campos se sientan con razón un tanto rancias o, como dicen ellos, superadas y sólo, si se leen culturalmente, como objetos más o menos curiosos (pero nunca ya sujetos en armas) de historiadores o sepultureros de filosofía y literatura. De manera que si también libros como este de La agonía del cristianismo fueran libros de ideas (religiosas, políticas, morales o lo que fuera), caerían bajo esa misma ley de superación histórica y sólo les importarían, como objeto inerte, a gentes como los estudiosos de la Historia del Pensamiento, que sólo de pensamiento muerto puede hacerse.
Pero puedo anunciar con cierta confianza que no es así. Ni una sola idea se encontrará formulada en alguna página que no aparezca derechamente contradicha o por lo menos desfigurada y confundida por otra que en alguna otra página se lea, cuando no sea en la misma. Y es justamente en este libro donde el propio Unamuno enuncia nítidamente una distinción, oposición, entre ideas, cosa fija y muerta, y pensamiento vivo. Y vivo sigue (y contradiciéndose, que es la vida misma del pensamiento) en este libro, como en otros de la misma traza; también en El sentimiento trágico de la vida, del que pensaba el autor mismo que éste era una especie de resumen, lo cual, naturalmente, no lo es; y si puede un libro resumirse, es que era ya un libro de ideas, tanto el resumido como su resumen; cosa que ciertamente no son éstos.
Mucho hay por cierto en este libro que puede echar para atrás a los lectores de ahora, pero más o menos lo mismo que podía echar a los contemporáneos suyos, y parecido a aquello que a muchos podía echarlos para atrás del trato personal (la desmesura, la charlatanería y el donmiguelismo) del autor también: es sobre todo la retórica, a veces conceptuosa y enredándose en el juego con las palabras y sus etimologías, a veces demasiado libre y desatenta a las apetencias de ilación razonable que el lector común pueda sentir, a veces desmedidamente apasionada y exaltada (hasta con la retórica tipográfica de los ¡¡¡!!! y los ...), y las más veces las tres cosas al mismo tiempo. Y a vueltas con tal retórica, el descaro de mezclar los datos íntimos y aparentemente personales con las cuestiones más genéricas y sublimes de la política, y de Dios y de la historia.
Y, sin embargo, para quien no se deje por esos vicios retóricos echar atrás, este libro sigue siendo apasionante como era, sustancioso y acompañante de un viaje por los campos que más vivamente llaman a cualquiera que no haya muerto todavía en la convicción de que ya sabe, por los abismos y perdedores que le estaban a cada cual abiertos desde siempre, y que raramente puede un libro acertar así a reabrírselos y revolvérselos, a replantearle su problema a cada uno, al revés de la memez habitual que se desentiende con la monserga de «Ése es tu problema».
No a resolvérselos ciertamente: éste no es un libro de ideas: es un libro, como dice su título, de agonía (porque todo el que vive está agonizando, esto es, luchando con la muerte) o, como verás, lector, según lo vas leyendo, de contradicciones, lo mismo las queridas y formuladas por el autor que las no queridas se le cuelan por las articulaciones de su discurso fervoroso.
Hay, en la formulación lingüística, contradicciones que son retórica vana, que se formulan por prurito de originalidad o por torpeza para pensar derecho. Se cuenta que don Miguel mismo, en la anécdota de la apertura del curso del 36 que conoce todo el mundo, le hubo de contestar a aquel general de mutilados, que había clamado sucesivamente «¡Viva la muerte!» y «¡Muera la inteligencia!» (haciéndole de paso, por cierto, un fino favor a la inteligencia, sea ella quien sea: pues en la conjunción de las dos frases resultaba ella ligada con la vida, no con la muerte en todo caso), diciéndole algo al tenor de «Yo, que soy especialista en contradicciones, os digo que ésa («Viva la muerte») es una contradicción vana y retórica» o podía haber dicho «tonta y muerta» (es la retórica que se necesita para hacer morir por la Patria, por la Causa o por la Idea, a los legionarios); y sea lo que sea de la anécdota, ello es que en este libro (y en los demás por el estilo) no se hallará una sola contradicción que se haya buscado por frivolidad, por afán de aturdir o asombrar a nadie (que luego a don Miguel le divirtiera ver a pedantes, curas de almas o amos de casa escandalizarse con sus detonaciones no quiere decir que se le ocurrieran por eso y para eso), sino que una vez y otra surgen de la fuerza misma de las contradicciones que la cosa tiene en sí, de las reales.
Porque lo que importa no es la mera condición lingüística de las contradicciones que se formulen (como si pudiera el lenguaje separarse de los demás), sino el hecho de que la realidad sea contradicción; y es bastante raro, cuando lo más de la religión, filosofía, ciencia y literatura está destinado a resolver en ideas fijas o a disimular con entretenimiento esa contradicción, que un escrito llegue a dejarlas pasar, a hacerlas amontonarse en fila y repetición, de tal manera que (por más que lo de «lucha» o «agonía» suene un tanto grandilocuente y melodramático) la evidencia de la contradicción incurable en el pensamiento del que escribe se transmita y encuentre su respuesta en el pensamiento de quien lo va leyendo; que así la lucha aparentemente más íntima y personal resulte ser la lucha y agonía común de los que no están muertos todavía.
Así pienso que sucede en gran medida en La agonía del cristianismo; y tanto que hasta las anécdotas de la historia contemporánea (suya), española o francesa, que en ella se entretejen, hasta las figuras de políticos, curas y literatos que en ella se citan profusamente, cuyos nombres y fechas hace tiempo seguramente que la Historia se los ha llevado de nuestras memorias (como que nuestros contemporáneos ya son otros y nuestra actualidad es la actual), hasta ésos entran en el juego, y no nos pesa: pues esas actualidades suyas no son más que recursos a la mano para hacer saltar la eternidad de todos, para meter en liza los problemas o tormentos del absurdo permanente por medio de los cambios; problemas que ahora podríamos revestir con los nombres de otros figurones actuales, de otras contiendas ideales y políticas, con las citas de otros libros más al día; pero que serían los mismos personajes con actores renovados, las mismas contiendas con otros escenarios y banderas, que han de surgirle a cualquiera que asome a este mundo y no se duerma en la bulla demasiado pronto.
Sólo acaso la «Conclusión» de La agonía (que, como el autor advierte, no debía tener conclusión; pero se la escribe sin embargo), sólo esas páginas finales, en que se pone don Miguel un tanto nacional y sentimental, podría decirse que son una concesión real a sus actualidades, y así poco nos añaden de vivo al debate, circular y derechamente testarudo, en que el cuerpo del libro nos ha metido. ¿Podrían quizá no haberse escrito? Quizá; pero, con todo, ese final en fuga o perdedero por lo actual (suyo) y melodramático también evita que el debate siempre vivo vaya a creerse que tiene alguna conclusión de veras.
Siempre vivo el debate, por lo demás. ¿Qué importa que los temas sobre los que aparentemente trata, el cristianismo, su muerte, su historia o su embrollo, sus místicos y sus jesuitas, sus curas franceses renegados y sus filósofos de la fe o de la razón sean para nosotros temas del tiempo de las abuelas, olvidados y barridos a la papelera de nuestros negocios de anteayer, y que podamos murmurar «¿A quién diablos le importan hoy día, como no sea por curiosidad histórica, los jesuitas y el padre Jacinto o la Dictadura de Primo de Rivera y el Soldado Desconocido de la guerra europea bajo el arco de Napoleón?». No, amigos (muchachos de diecisiete o pocos más, para quienes esta presentación se escribe primordialmente), no penséis que vais a poder con eso sacudiros el librillo y, como objeto, comentarlo compasivamente desde fuera, con la ventaja que nos dan sesenta años de historia.
No: porque es que, en efecto, ¿a quién le importan esos temas de cristianismos y demás monsergas? Pero más: ¿qué importan los temas en este libro de La agonía? Esto no es –recordad– un libro de ideas, sino de pensamiento (contradicción, guerra en la paz), y su parte meramente semántica, los temas de que trata, bueno, se reciben de buena gana, no en sí, sino como representantes de cualesquiera otros que, con otros nombres en vez de los de «cristianismo», «fe», «evangelio», «resurrección de la carne», «inmortalidad del alma», «espíritu» y demás, siguen reproduciendo las mismas cuestiones y debate, la misma guerra en esta paz de cada día o cada siglo. Y de igual modo, los Nombres Propios sólo hacen referencias a puntos del mundo en que escribía Unamuno para servir de ejemplo y recordarnos que las cuestiones no son meramente ideales, sino que al mismo tiempo juegan y se debaten en este mundo en el que hablamos, Unamuno o nosotros, qué más da, pero en todo caso, éste. Y lo que cuenta no son sus partes semánticas y onomásticas, no las cosas de que se habla, sino el hecho de que con ellas se hable así, como ahí se sigue hoy hablando y sonando desde lo escrito.
Pero esto es un escrito –me diréis acaso– de Teología. Bueno, si se quiere: es ciertamente una especie de sermón, una obra de cura extraviado, al que la teología se le hubiera vuelto un poco loca, es decir, demasiado interesante y confundida con la vida. Pero teología, metafísica, ontología, filosofía, no son más que nombres para recluir, denigrar y dejar de oír cosas que tocan a la raíz misma de las creencias sobre las que vivimos o nos viven; y por cierto que, en medio de una Ciencia que ya no se plantea sus fundamentos, sino que sólo juega con números a los que ha domesticado a su servicio, y de una política tan trivial y chata que trata de problemas así de interesantes y vivos más o menos como las cuentas de un ama de su casa, sólo que en más grande (y de una religión, que ya no es más que política la pobre, lo mismo en sus papas que en sus herejes), no estará mal que una vez y otra suenen sermones teológicos, pero que tengan su gracia, como el de Unamuno, no en ideas que defiendan o recomendaciones morales que propinen, sino en el hecho de sonar así, de enhebrar y hacer chocar las ideas a lo largo de las razones de tal modo que las vaya la razón moliendo y dejando el corazón relativamente desnudo para descubrir, a propósito de cuestiones varias, con motivo de este lugar o de aquel sujeto, la verdad de sus mentiras, la guerra de su paz.
Así quiere también decir algo como «en serio»: una seriedad que es rechazo de la frivolidad con que Ciencia y Literatura de ordinario disimulan y por ende confirman el absurdo o contradicción sin cura de nuestras vidas y de la Realidad toda: que se siente que aquí nada se disimula, que ni una frase se dice por decirla o se escribe por llenar una hoja y llenar con ello un tramo más del tiempo vacío que la pacata fe en la muerte nos tiende por delante: no, sino que, al contrario, es con la contradicción con lo que se cuenta, y se deja que ella aflore y que hable ella, aunque sea por escrito.
Bien, y el caso es que, por más que haya una necesidad de paz en este mundo (es decir, de muerte), una necesidad de divertirse y procurar no darse cuenta de esta imposibilidad en la que estamos, hay también en este mundo y en los mismos corazones un deseo o tentación incurable de repregunta, de duda y de contienda, esto es, de vida; poco le hace que luego lo que se llame vida sea aquella muerte y se rehúya la tentación de vivir (dudar) como un peligro de la muerte: nunca, sin embargo, podrán librarse de esa contradicción más que quizá los muertos.
Y es por algo de eso más o menos por lo que aquí, en esta nueva salida de La agonía y otros libros de Unamuno, me atrevo a poner apuesta a que habrá, entre los muchachos de estos días a quienes esos libros lleguen, muchos que los lean, y no como de Unamuno, sino como suyos de cada uno de ellos, y que, pese a lo indeseable de su retórica y aun de la persona del autor misma, hallen en ellos los mismos gozos y alborotos con que yo (mentira parece) los leía a mis dieciséis y diecisiete años.
Agustín García Calvo
(1986)

martes, 11 de agosto de 2020

MIGUEL DE UNAMUNO OBRAS COMPLETAS Tomo XV POESIA, III CANCIONERO







MIGUEL DE UNAMUNO
OBRAS
COMPLETAS
Tomo XV
POESIA, III
CANCIONERO

Diario poético
[1928-1936]
1 Para acomodar esta obra a las proporciones habituales de
los volúmenes de esta colección, tanto el prólogo del editor como
la bibliografía fueron anticipados en el tomo XIV, al que nos
permitimos remitir a los lectores. [M. G. BJ

PROLOGO DEL AUTOR 1

Estos versos, más o menos canciones, han sido mejor
que escritos cantados o canturreados con pluma
metálica —pluma de ala de acero— en una celda de
destierro ^-destierro, aesentierro— donde todas las
albas me remozaba el espíritu releyendo en el Nuevo
Testamento, cerca de la mar, que es el Testamento
Eterno. Cerca de la mar salada. "Lo mejor, el agua",
cantó Píndaro, y el Cristo : "buena la sal" (Marcos,
IX, 50). Y luego: "Si la sal se hace sosa ¿con qué
la prepararéis? Tened en vosotros mismos sal y paz
unos con otros". Y el apóstol Pablo: "Vuestra palabra
siempre en gracia y pertrechada con sal". (Colossenses,
IV, 6). Y así he adobado estas canciones
con la sal de la mar fronteriza, con la sal -milenaria
del golfo de mi Vizcaya, de mi Wasconia —Gascuña—,
con la sal de Dios, fronterizo también.
La lectura y lección del Nuevo Testamento me era
padre nuestro de cada día. Y oía yo, bibliófago, comedor
de libros, lo que el de la Revelación —ApoU
calipsis— nos dice; "Y la voz que oí del ciclo que
1 Las páginas que siguen, inéditas hasta ahora, proceden de
las cuartillas autógrafas que el autor redactó para ponerlas al
frente, sin duda, de los poemas compuestos hasta los primeros
dias de noviembre de 1928, unos cuatrocientos ochenta y tantos
del Cancionero. Aunque aquel propósito no llegó a realizarse, nos
ha parecido conveniente y necesario incluirlas aquí. (N. del E.)
8 PROLOGO
de nuevo hablaba conmigo diciéndome : "Ve, coje el
libro abierto en mano del mensajero qut está sobre la
mar y sobre la tierra" ; y fui al mensajero, diciéndole
que me diera el librillo y me dice-. "Coje y trágatelo,
y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce
y miel"; y cojí el librillo de manos del mensajero y
me lo tragué y era en mi boca como miel dulce y cuando
la comí me amargó el vientre" {Apocalipsis, X,
8-10). Y releyendo este apocalíptico mensaje comprendí
cómo mi bibliofagía es teofagía, y que al comerme
libros me como a Dios en ellos.
Las Buenas Nuevas, las Cartas y el Libro de lat
Revelación me enseñaban a soñar la vida —que es a
la ves pensarla, sentirla y vivirla— con metáforas,
parábolas y paradojas —o sea: traslados, soslayos y
desvíos— cultivando en mí al creyente descreído
—"Señor, ayuda a mi descreimiento !" (Marcos, IX,
24)—, al ciudadano proscrito y al poeta razonador.
Esos textos evangélicos, epistolares y apocalípticos
han sido entretejidos a tantos ensueños, a tantos dolores,
a tantos goces, a tantas esperanzas, a tantos
desengaños que habla ya en ellos un piélago de almas
de siglos y quieren decírnoslo todo y más. Los
textos que sólo nos dicen lo que su autor quiso o
creyó querer decir no nos dicen nada; son textos
muertos. Y muerto el autor mismo cuando los escribió,
pues "tienes nombre de que estás vivo y estás
muerto; despierta!" (Apocalipsis, III, 1-2). Muerto
de una vez y muriendo cada día. como el Apóstol (/!
Corintios, XV, 31) que es vivir; muerto de una vez
como uno de los que buscan la¡ muerte sin encontrarla
(Apocalipsis, IX, 6) porque ya la llevan dentro. Su
alma es un dogma, un decreto, una tabla de la ley,
un pedrisco. Pero yo quiero que en mí hablen las
hablas de los que me hicieron; las almas de nuestros
padres que caminaron bajo la niebla (I Corintios, X),
PROLOGO 9
que es la nube luminosa que nos deja en sombra:
{Mateo, XVII, 5-14).
Las más de estas canciones lian sido escritas tendido
yo en la cama, antes de levantarme a lavarme y
aviarme, después de liaber leído la Buena Nueva del
día, cuando me entraba la luz del sol mañanero que
iba a salir sobre los montes de Irún —la ventana de
mi cuarto daba al sureste—, a esa hora del alba indecisa
en que los ensueños emprenden su vuelo dejando
en los surcos del alma su simiente. Algunas lo han
sido estando yo recostado sobre la arena de la playa
de Ondarraitz y recordando aquella arena —más bien
polvo— sobre que escribió Jestís con el dedo desnudo
y sin tinta al perdonar a la mujer adúltera (Juan,
VIII, 6) como en la arena de esta playa que es el
mundo en que pasamos, escribe con sus dedos desnudos
—aunque a las veces con sangre— desde el cielo
el Señar. En la arena formada de polvo de concluís
que albergaron criaturitas de Dios, que fueron sus
casas, sus moradas vivideras. Otras las compuse sentado
sobre la yerba verde, como aquella en que Jesús
mandó sentarse a la turba para que le oyese : "Haced
que se sienten los hombres, pues había mucha yerba
en el lugar" (Juan, VI, 10). Yerba para descansar
sobre ella soñando la vida; debajo de ella durmiéndola.
Aquella celda de un mediano albergue de Hcndaya,
hogar de paso y de alquiler, lia sido mi concha de caracol,
mi casa de [varios] (1) años. Como aquella casa
de que el apóstol Pablo nos habla (II, Corintios, V)
de que hemos de salir para retomar al Señor. Y estas
canciones, ahora muertas y vacías, más tarde
polvo, fueron también casas de almas huideras que me
visitaban. Dicen que arrimando el oído a la casa vacía
del caracol marino se oye la voz del océano y los
sabios lo corrigen enseñando que es la de la circula-
En blanco en el original. (N. del E.).
10 PROLOGO
ción de la sangre por el propio pabellón de la oreja
del que la oye. Es la sangre de nuestros padres y de
sus padres, otro océano, que nos canta en el caracol.
Y quiera Dios que al arrimar a tu oído, lector, estos
mis caracoles muertos oigas la vos de tus padres y de
los que fueron padres de ellos.
La celda de mi albergue de Hendaya me sirvió de
casa, santificada alguna vez por la presencia de mi
mujer. Una casa! Una casa se edifica, pero no se
construye. El auto es una máquina para caminar; la
casa, una máquina para habitar, enseña Le Corbusier.
¿Máquinas? Las aborrezco. Huyo de los autos y de
su vocinglería petrolera, y por eso en París me refugiaba
en la Isla de San Luis, en la Plaza de los
Vosgos, para abuelos y nietos, en el Palais Royal,
gran caracol de piedra resonante de ecos de la Gran
Revolución. Y aquí, en Hendaya, me voy a Biriatu,
siguiendo la ribera del Bidasoa, bordeada por la flor
de oro de la argoma que dura casi todo el año, que
no se pliega a engalanar ojales de solapas de chaquetas
de señoritos, que, austera y virginal, se guarda'
para sí su perfume y se cierra a mariposas celestinas
y a abejas machorras.
Me hallo en el destierro, fuera aunque a la vista
de mi España, de esa España a la que anunció que iba
a ir el Apóstol (Romanos, XV, 28), Pablo, ¡claro!,
que Santiago no, y menos a matar moros. Y San Pablo
ha venido a mi España, o lo que val-e igual, lia,
venido a mí. Y me ha dicho que por la gracia de Dios,
como él, soy lo que soy (I Corintios, XV, 9) y me exhorta,
con su ejemplo, a evangelizar, diciéndome :
aAy
de mí si no evangelizo !" (I, Corintios, IX, 17) y a
enloquecer en Dios (II, Corintios, V, 13), él, que según
confesión propia (I, Timoteo, I, 13) era de suyo
maldiciente, perseguidor e insolente, que había perseguido
a sus hermanos por demasiado celo de las tradiciones
patrias (Gálatas, I, 14); él, el hereje que no
PROLOGO 11
fué más que un hombre (Hechos, X, 27), él me enseña
lo que es la terrible guerra civil en el tablado de
la propia conciencia personal convertida en campo de
batalla (II, Corintios, XL, 1-6). Tremenda guerra
más que civil, que habría dicho Lucano, el español,
guerra más que hermanal, mellizal. "Miserable de mí,
quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos
VII 24). Es la guerra entre Caín y Abel, entre
Esaú y Jacob, entre Rómulo y Remo. Es la guerra
que ha hecho los rebeldes desde el amanecer de la
historia.
Esta amorosa rebeldía, este amor rebelde, me viene
de los días de mi apretada y henchida niñez cuando
fui inocente testigo de la guerra civil que ensañaba
entre sí a nuestros padres y abuelos arrastrándolos a
todos los desmanes y demasías. Y me acuerdo que durante
el asedio y bombardeo de mi Bilbao nos hacían
cantar una canción en la que se les llamaba a los carlistas
caribes y fariseos. Fariseos! Para mí entonces
eran los que velaban el cadáver de Nuestro Señor Jesucristo
en el monumento de jueves y viernes santos
y que salían en las procesiones, tomando por tales a
los que hacían de legionarios romanos. Después he/
sabido que el apóstol Pablo fué fariseo (Filipenses,
III, 5) criado a los pies de Gamaliel. Y ¿porqué el
Cristo persiguió con tanta saña y como a hipócritas,
junto con los escribas o letrados, a los que creían en
la resurrección de la carne? Acaso porque sólo' en
la carne creían.
Aquella guerra más que civil, hermanal, -y hasta
melhzal, en que me crié y crié mi espíritu, fué hija
de la envidia cainita, inquisitorial.
* * *
"Quien no está conmigo contra mí está" (Mateo,
XIII, 30), repiten, mas ¿porqué se callan lo que el
12 PROLOGO
mismo Jesús dijo de-. "Quien no está contra vosotras
por vosotros está"? (Lucas, IX, 50). Porque Él es
uno y los que le siguen son otros. Aunque esto de tapar
a un Evangelio con otiJo no es raro. Así se nos
enseña lo de según San Mateo (V, 4) de: "Bienaventurados
los que sufren porque ellos serán consolados",
pero tapando lo de según Lucas (VI, 21) de : "Bienaventurados
los que lloran porque ellos se reirán", o
se hace un pisto de los dos, pero callando la risa.
¡Qué jesuítico horror a la risa! ¡Hasta han hecho la
leyenda de que el Cristo, que tanto se reía jugando con
los niños y les hacía reír, no se rió nunca! Y hasta
bailó cuando tocaban la flauta, no debemos dudarlo.
"Os tocamos la flauta y no bailasteis" (Mateo, XI,
17). ¡Y él, que comía- y bebía!
Mi abuela materna —que era a la ves tía paterna
mía—, "quien siembra risas recoje lloros!", nos
solía decir a sus nietos y sobrinos. ¿Por qué no la inversa?
Los más de los cristianos, la casi totalidad de
ellos, no han comprendido y, por lo tanto, no han
sentido a Cristo Niño; al Niño Jesús, sí, pero este
es otra cosa, liedle en su relación a su madre; nunca
la mamá, siempre la señora madre. Diñase que Jesús
le hablaba de usted. Recuérdese el "¿qué a mi y a ti,
mujer?" (Juan, II, 4) y el : "¡mujer, he ahí a tu
hijo!" (Juan, XIX, 26) y el: "¿quién es mi madre?"
(Mateo, XII, 48). Pero el arte llamado cristiano jamás
ha representado, que yo sepa, a María yéndose,
con ios brazos remangados de estar cocinando y riéndose,
a abrasar y dar un beso a Jesús adulto que salía
a predicar y a jugar con los niños.
Aquella guerra civil, con la que yo y en la que yo
de niño me reía, ¿fué para imponer lo de Hernando
de Acuña, el poeta de Carlos Quinto, una ley, um(
monarca y una, espada —Dios, Patria y Rey— o un
señor, una fe y un bautismo que dijo San Pablo (EfePROLOGO
13
sios, V, 5)f No, no fué para eso. Fué una guerra
inquisitorial : fueron los hijos de Caín acaudillando a
los de Abel y todos ellos mezclados en sucia mescolanza.
Eran los que se llamaban a sí mismos tradicionalistais,
que dejando los mandamientos de Dios
toman la tradición de los hombres (Marcos, VII, 8)
y los que se llamaban y llaman liberales y progresistas.
De aquella mi niñez que en el destierro, desenterrado
de ella, otra vez en mi nativa tierral vasca, me
ha venido a flor de conciencia, procede la inspiración
de muchas de estas lijeras canciones. Así h¿ recordado
aquel Pimpinito, pimpinito que cantábamos, lo
cantaban sobre todo las niñas, después nuestras compañeras
de vida y de convivencia, con un aire y un
tonillo melancólicamente monótonos, o aquello otro
que a coro entonábamos en el colegio : "Aplaca, Señor,
tu ira, tu justicia y tu rigor, misericordia, Señor"
[Canción 69]. De aquella mi niñez me viene el
mariquita y el ciervo volante [Canción 203] y sobre
todo el cochorro [Canción 221], fuente de deliciosas
incongruencias infantiles. Por cierto que aquí, en
Francia, he aprendido otra cancioncilla infantil francesa,
del hanneton, nuestro cochorro, el melolontha
aristofanesco, que dice
;
Hanneton, volé, vote, volé,
Hanneton, volé volé done
si tu ne veux pas voler
je le dirai au curé,
le curé a sa servante
qui te coupera le ventre
avec un grand couteau d'or et d'argent;
vive la menniére et le moulin a vent.
Y este hanneton que parece querer decir "gallito" —en alemán gallo es hahn— es nuestro cochorro o
cochinillo, en gallego vaca loura, vaca rubia.
14 F R O L O G O
¡Aqucüa mi niñez! ¡Cuando jugábamos a la guerra
cu medio de la guerra de nuestros padres, de Caín
y Abel, de Esaú y Jacob, del campo y de la ciudad!
¡La eterna tragedia de la historia! Caín, el labrador,
el que mató por envidia a su hermano Abel, el pastor,
fué quien levantó la primera ciudad, la de Ur, cociendo
tierra, dice la leyenda, y con la ciudad las mazorcas
de casa, luego las casas de vecindad, las torres
de pisos y de ladrillo, los rascacielos, y de ello' nació
la civilización, cierto, pero también el patriotismo nacionalista
y con él la envidia, su hija primogénita.
Por envidia —phthonos, ¡qué terrible palabra helénica,
herodotiana, trágica, evangélica
!
— entregaron a
Jesús al prctonano Pilotos los sacerdotes judíos {Marcos,
XV, 10) y Judas, el segundo Caín, el gran avaro,
fué un envidioso suicida. Por envidia querían haber
matado a Lázaro el resucitado, el desenterrado (Juan,
XII, 10). Por envidia, sí, por envidia, crucificaron
al Cristo, pero acusándole antes de antipatriota, pues
"Qué haremos?, porque este hombre hace muchas señales;
si le dejamos, todos creerán en El y vendrán
los romanos y nos suprimirán y al lugar y a la na*-
ción... conviene, pues, que un hombre muera por todo
el pueblo y no que perezca toda la nación" (Juan, XI,
47-50). El Cristo era el rebelde, el individualista, el
pesimista, el enredador que diría cualquier grotesco
tiranuelo. Había que liábale aplicado la disciplina.
Y disciplina quiere decir látigo y hasta cruz. Y le
crucificaron, a azuzamiento de los sacerdotes, los soldadotes,
los de Pilotos, los mercenarios del honor pretoria/
no y cesariano, los de la casta de Longinos, el
lancero ciego que abrió la puerta sangrienta en el costado
del que había dicho: "Yo soy la puerta (Juan,
X, 9) y el camino" (XIV, 6). Y menos mal que entonces
alcanzó Longinos a ver con "los ojos del corazón"
(Efesios, I, 18).
¡Terrible esta casta profesional de Pilatos y de
PROLOGO 15
Longinos! Recordando que el Cristo, el Ungido, entró
en Jerusalén en triunfo el día de Pascua de Ramos,
montado en una bonica (Mateo, XXI) —no
era caballero, y ¡cómo recuerdo la procesión del borriquito
en Al'bia de la Bilbao de mi niñez!—, se les
ocurre algo así como sacar el Sacramento a cuestas,
pero para obligar a los pobres paisanos a que se arrodillen.
* * *
Pero yo no doblo la rodilla sino ante el Padre
de quien se llama toda patria (Efesios, 14-15) y
me rebelo contra toda esa "abominación de desolación".
También en mi niñez y en mi Bilbao nativa, villa —no ciudad— mercantil, cuya ría se abre, por el
Abra, a la mar que baña las costas de todos los pueblos
de la tierra adiviné la universalidad del hombre,
su humanidad por encima de las patrias todas. Subiendo
unas calzadas, unas largas escaleras de piedra —por donde antaño la calzada de Begoña— estaba el
cementerio de Maltona, donde descansaba el resto mortal
de mi padre y donde una matrona monumental y
marmórea coronaba a los mártires de la guerra civil,
pero a orillas del Nervión, el río que se abre a todos
los pueblos, el que ha hecho la riqueza material y la
espiritual de mi Bilbao, se tendía sosegado y apaciblemente
risueño —jardín cerrado— el camposanto de
los ingleses. ¡El Camposanto de los Ingleses! Lo que
nos decía aquel rinconcito ribereño de tierra vasca —entonces no era bilbaína, sino de la República de
Abando— donde se enterraba juntos a católicos y
a protestantes. Era una lección. Allende nuestras luchas
civiles, políticas y eclesiásticas —no religiosas—
16 PROLOGO
había otro mundo... de las mismas Juchas también.
Lo supe luego.
Y aquí, en esta frontera, he vuelto a aprender la
lección de la tolerancia y del odio a la cruzada. Aquí
he visitado el puente de Arnegui, entre San Juan de
Pie de Puerto y Volcarlos, por donde volvió, dice la
leyenda, de su cruzada Carlomagno, derrotado, al pasar,
por los vascos, mis mayores, a los ecos de lai
trompa de Roldan; y siglos más tarde, en mi niñea,
volvió por él a salir de España el pretendiente a su
corona, don Carlos de Borbón y de Este, el Ca-rlos VII
de los carlistas, diciendo: u
¡ volveré /". Dos cruzados,
que habían entrado los dos por tierras de Francia
en España. Como de Francia, la tierra de Godofredo
de Bullón, de Pedro el Ermitaño y de las Cruzadas,
entró en España aquel coronado obispo don
Jerónimo, de quien se nos canta en el viejo Cantar
de mió Cid, la canción de gesta de que luego salieron
los romances y luego el retraducido Cid de CorneiRe.
¿Y no fué en Francia donde Domingo de Guzmán, el
de Caleruega del Duero, predicó la cruzada contra
los albigenses? ¿Y no fué en Francia, en Montmartre
de París, donde fundó su Compañía aquel Iñigo
de Loyola que se invalidó para la otra guerra en Pamplona,
peleando contra los franceses y aprendiendo de
ellos el arte de pelear? Sí, de Francia nos fué a España
la cruzada, como de ella nos fué el ultramontanismo
y el absolutismo, que no son españoles. Pero
esta frontera en que recapacito esto no es española ni
francesa: es vasca.
Contra toda esa abominación de desolación, pues,
me he rebelado con rebeldía de cristiano español, de
religioso patriota; me rebelé contra la censura y me
puse a proclamar la verdad oportuna inoportunamente,
como el Apóstol (II, Timoteo, IV, 2). Y por ello
se me desterró y al desterrárseme se me desenterró. Y
PROLOGO 17
aquí, en el destierro y desentierro, se me ha enardecido
la lucha, pero con ella- la niñez y a golpes ha empezado
mi corazón a destilar la dulzura de sus días
infantiles y se me ha vuelto niño el espíritu. "Si
no os volvéis como niños no entraréis en el reino de
los cielos" (Mateo, XVIII, 3). Y digo, siguiendo al
Apóstol: Papá, el padre (Romanos, VIII, 15) porque
Abba es Papá. Y con la niñez se me ha reencendido
la pasión. Que de apasionado me tildó el tiranuelo
¡gracias a Dios! "Conozco tus obras, que ni eres
{río ni caliente; ojalá fueses frío o caliente, y porque
así eres tibio y ni caliente ni frío, te he de vomitar
de mi boca''' (Apocalipsis, III, 15-16). Otros y
otras veces me lian tildado como de loco diciendome
lo que Festo al Apóstol: "Desvarías, Pablo, las muchas
letras te han vuelto loco'' (Hechos, XXVI, 24),
pero yo sé bien que al Cristo le tomaron por loco los
suyos, su familia misma —la mía no a mí—, su madre
y sus hermanos (Marcos, III, 20-25); y sé lo que
es la locura de la cruz y la rebeldía cristiana. Y es
que he puesto calor de hogar en la cosa pública
—res publica— que me es cosa privada. De las
ofensas a mi patria hago cuestión personal, no de
las ofensas a mí, que son cuestión individual.
Rebeldía, sí! Bien se que la guerra, la que lleva
dentro de mí, me ha hecho pecar al maldecir de los
jefes que el pueblo se ha dado o soporta (Hechos,
XXIII, 5), que el apóstol Pedro nos enseña a sometemos
por el Señor a toda institución humana, o rey,
o superior, o jefe (I, Pedro, 13-14), que Pablo lo
apoya diciendo que no hay autoridad —exousia— sino
de Dios, y que las que hay, por Dios están ordenadas
(Romanos, XIII, 1; Tito, III, 1), pero dejando lo
que va de autoridad —o licencia— a poder, tampoco
debo olvidar que hay que obedecer antes a Dios que a
los hombres (Hechos, V, 29) y que hay desobedien18
PROLOGO
cias santas. Ni olvido que al Bautista se le degolló
por haber reprendido al rey Herodes (Marcos, VI,
18-30), pero su cabeza degollada sigue reprendiendo
desde el plato.
Sé que les he injuriado e insultado y que hasta he
esgrimido contra ellos —¡contra quiénes sino ha de
ser!— el arma prohibida, aquella de que dijo el Cristo
que quien llamase tonto — yiopá — a su hermano
será reo de la pena del juego (Mateo, V, 22) —espero
que del fuego purificador—, pero ¡cuántas veces
no se nos habla en el Evangelio de la tontería o
necedad de los enemigos del Señor! "Se llenaron de
tontería!" (Lucas, VI, 11). ¿Y cómo podría yo soportar
que inundasen de tontería, como la han inundado,
a mi España, que la anegaron de sus necedades?
Y en cuanto a desobediencia no me atengo a sus tres
terribles grados según los estableció Iñigo de Loyola,
el soldado hecho fraile, sino a aquello otro de mi
tierra —y la suya— de "se obedece, pero no se cumple",
y disciplina, que viene de discípulo y éste de
discere, aprender, supone maestría, de maestro que
enseña, y ¿dónde está la maestría de esos supuestos
"administradores de los secretos de Dios?" (Corintios,
IV, 1).
No puedo menos que hacer lo que hago y en ello
me estoy y me arrellano. Y aquí mantengo mi rebeldía
esperando a que Dios quiera que los españoles
queramos rescatarnos de la tiranía. Aquí espero a
que las murallas de Jericó se derrumben a fuerza de
nuestra fe (Hebreos, XI, 30), sepultando a los sacerdotes
que no tienen más rey que el César (Juan, XIX,
15) y que temen a la luz, que es Dios (Epístola, I,
Juan I, 5), que es amor (Epístola I, Juan, IV, 16),
siendo Amor la Luz. Y la Justicia, que espero, la
libertad de la verdad, el advenimiento del reino de
Dios que está dentro de nosotros (Lucas, XVII, 21).
PROLOGO 19
Y en tanto, soporto la persecución de que se me
hace blanco, y me digo : "Bienaventurados los perseguidos
a causa de la justicia porque de ellos es el
reino de los cielos" (Mateo, V, 10). Repiten que soy
un desterrado voluntario, lo que en el sentido en que
lo dicen no es verdad y procuran obligarme a volver
a entrar en la prisión que es hoy España, por aquello
de la parábola de "obligarle a entrar" (Lucas,
XIV, 23), que tantos crímenes ha hecho cometer.
Mas huí de ella desnudo (Marcos, XIV, 52) y poco
más que desnudo sigo aquí. Y hecho teatro de mi
mismo (I, Corintios, IV, 9), tratando de descubrirme
a mí mismo, de conocerme y más bien de conocer
al Señor para ser por Él conocido. Que si el oráculo
de Dclfos, y luego con él Sócrates y sus discípulos
lo repitieron, decía: "¡conócete a ti mismo!", las
Escrituras ( ) (1), y lo repite la Epístola
a los Hebreos; "¡Conoce al Señor!", es decir, ámale,
pues no se puede sino amar a aquel a quien de
veras se conoce. Y así se es conocido por Él, se vive
en su memoria siempre presente, eterna, pues quien
amia a Dios es conocido por Él (I, Corintios, VIII, 3),
es hombre de Dios (II, Timoteo, III, 17), es teodidacto
(Tito, III, 11).
Y aquí vivo ganándome como puedo mi vida para
ser lo menos gravoso a los míos, pues sé lo de que el
que no quiera trabajar que no coma (II Tesalonicenses,
VI, 10); pero sin dejarme rendir porque traten,
sino de cortarme los viveros, de perjudicarme en mis
ganancias. Y no vivo de mi predicación patriótica,
sino como Pablo que vivía de su trabajo (II Tcsalonicenses,
III, 8), que era el de hacer tiendas, y yo de
hacer otras tiendas en que puedan almas abrigarse.
Artesano de armar tiendas Pablo, y Cristo, su Cristo,
1 En blanco en el original. (N. del E.)
20 PROLOGO
tecton (Marcos, VI, 3) armador de casas rústicas, que
no carpintero. Y mi principal trabajo el de hacer lenguaje
—y lenguaje es pensamiento— español, que es
hacer tienda de espíritu de pueblo permanente.
Algunos de mis sedicentes mejores amigos, "¡lástima
de hombre, con lo que pudo haber sido y haber
hecho!", y le llaman a este mi destierro- desentierro
un suicidio político, y me hacen recordar lo de aquellos
judíos que creyeron que Jesús se iba a suicidar
cuando les dijo : "Donde yo v'oy, vosotros no podéis
ir" (Juan, VIII, 21). ¿Qué, es que habiéndome
quedado allí, enterrado habría yo llegado a cosa así
como dictador? El Cristo, cuando las turbas quisieron
nombrarle rey por haberles dado de comer, huyó
al monte (Juan, VI, 15) rechazando el tentador (Mateo,
IV, 8-10), y otros, otras veces, me llaman pesimista
_ "Hay que aislar a los pesimistas" , que dijo el
rey don Alfonso XIII, teniéndome, sin duda, a mí en
mientes. Mas ya yo no sé, ni ellos tampoco, lo que
con esa tan asendereada y manida palabreja —pesimismo—
quieren decir.
Y estando aquí, en el destierro-desentierro, me he
vuelto a mirar una voz que me llamaba (Apocalipsis,
I, 11) y vi que de mi niñez rediviva se alzaba
un arcángel, mi patrono Miguel —que declarado quiere
decir en hebreo: "¿Quién como Dios?"— de quien
nos cuenta en su Epístola el Apóstol Judas (versículo
9) cuando disputó con el Fiscal —que no otra cosa
quiere decir la voz diábolos, el diablo, el acusador—
por el cuerpo de Moisés y de quien en el Libro de la
Revelación (Apocalipsis, XII, 7) se nos dice cómo
peleó con sus ángeles en el cielo contra el Dragón,
la Serpiente Antigua, la que tentó a nuestros primeros
padres en el Paraíso y que no es otro que la
Esfinge misma, llamada Diablo: Acusador o Satanás:
Tentador. Que quien acusa, tienta. Pues ¿quién
PROLOGO 21
tienta a caer sino el que trama la enquisa, el enquisidor
o Inquisidor? ¿Dónde estaba la injuria, en la
boca de Pablo o en el oído del Sumo Sacerdote Ananías,
que mandó que le pegasen en aquélla? {Hechos,
XXIII). "Peo ¿es que tú no eres a tu ves un acusador,
un diablo —se me dirá— que te has erigido
a nombre del pueblo en censor de los que le mandan?"
Cierto; mas también sobre el cuerpo de
Moisés acusaba Miguel al defenderlo. Y dialogaba
— SisXr/exo — en dialéctica de fuego, como después
Pablo. La espada de fuego que puso Dios en manos
del ángel que guardaba el Paraíso, desterrados de
él Adán y Eva, ¿no sería una espada de dialéctica
arcangélica y el arcángel Miguel mismo?
Bajo su advocación me pusieron porque nací en
el día de su fiesta, un 29 de setiembre, por misteriosa
providencia, y siempre recuerdo a cuatro Migueles
de nuestra España ; a Miguel de Cervantes Saavcdra,
soldado que habiéndose quedado manco en Lcpanto
de su manquera sacó el Quijote, como Iñigo de
Loyola, otro soldado, por haberse quedado dojo en
Pampiona, de su cojera sacó la Compañía llamada
de Jesús; a Miguel Lopes de Lcgazpi, vasco como
Iñigo y como yo, que sin esgrimir espada —no era
soldado— con la pluma sólo —era escribano— ganó
para los Austrias de España, sin derramar una sola
gota de sangre y pocas de tinta, las Islas Filipinas;
a Miguel Servct, guerrero del pensamiento, a quien
al quemarle Calvino en Ginebra nos ahorró el que le
hubiesen quemado, si le agarran, sus hermanos los
españoles en España; y a Miguel de Molinos, el
aragonés, que en la quietud de nosotros mismos nos
enseñó a retemplar y como divinizar nuestras ganas
y que queriendo lo que ha de hacernos Dios consigamos
que Dios nos haga lo que queremos. Después
nuestro glorioso nombre, de Cervantes, de Le~
22 PROLOGO
gazpi, de Servet, de Molinos y mío, se ha degradado
en nuestra- España, pero yo —gracias a Dios—
lo cnarbolo muy en alto y muy en claro.
A todo lo cual me hablan de no sé consabe qué
peligro del caos. ¡Caos! Mi oficio me ha enseñado
a mirar y ver en el secreto histórico de las palabras
y sé que la voz griega chaos, como la latina hiatus,
significa abertura de boca, bostezo. Y, en efecto, el
peligro grande de nuestra España, y de Europa, es
que se muera, de un bostezo. Pero... ¿otro? Tiemblan
de los dolores del parto; no saben que esos terremotos
y esas hambres son "principios de dolores
de parto" (Mateo, XIII, 8). ¡La puesta del Occidente!
Pero el Occidente es el ocaso; es la puesta
constante que vive poniéndose, como la vida del cristianismo
que —lo he mostrado en otro libro— es una
agonía inacabable.
Esta mañana —la de hoy 23 de marzo de 1928 en
que esto escribo— he estado leyendo el capítulo XII
de la Segunda Epístola del apóstol Pablo a los Corintios,
y al encontrarme ahí He encontrado toda mi
vida del momento que pasa y queda. En ese pasaje
nos cuenta el Apóstol cómo fué arrebatado al tercer
cielo, no sabía bien si en cuerpo o fuera de él, al Paraíso,
y oyó "dichos no decideros" — apprjta ¿rjjiatcí —
que no es posible al hombre decirlos. ¿Y qué otra cosa
son los dichos que hay que decir en poesía ? ¿Qué son
sino diclios indecibles los que hay que verter en versos?
Y de ello se jacta el Apóstol; como yo; del exceso
de las revelaciones. Y para que no se ensoberbeciera
con ello se le dió aire, axoXocp en la carne; Si os
hablara yo de mi axoXo
Apóstol pedía a su Señor que se la quitara de encima,
pero le respondió: "Te basta mi gracia, pues la fuerza
se cumple en debilidad!" Hay que haber vivido
desterrado, desenterrado, para comprenderlo y cansenPROLOGO
23
tirto. Y sigile el Apóstol y dice a los Corintios: "Me
he hecho insensato; vosotros me obligasteis". Es lo
que les digo a mis amigos de España. Y luego añade
que quiere ir a ellos, "pues no busco lo vuestro, si no
a vosotros". ¡No busco lo vuestro, si no a vosotros!
Tampoco yo cuando me presenté a los mocitos del
Ateneo de Madrid a explicarles mi visita al Rey, buscaba
lo de ellos, su colocación —como cuadrilleros de
la Santa Hermandad— si no a ellos, y porque les
buscaba a ellos y no lo suyo, me denostaron. Y luego
agrega Pablo estas palabras que me están retintineando
dentro desde que se me abrió este día: "Temo
pues no sea que yendo os encuentre no cuales os quiero
y sea yo encontrado por vosotros cual no me queréis?"
Este es mi temor de volver ahora a España, el
de encontrar allí a mis amigos no cuales los quiero
y de que ellos me encuentren no cual me quieren.
Y ahora a cosas de forma, que lo son también de
fondo.
Las canciones van publicadas —excepto la primera—
por el orden temporal de su nacimiento (1), que
es el orden más vivo, pues han nacido unas de otras.
El desorden, el caos o bostezo, sería enfilarlas por
géneros, por temas, por metros o por tonillos. El
orden más práctico suele ser el más artificioso : el
alfabético. Entre todas ellas forman, creo, un poema
de gran unidad, de la estrecha e íntima unidad que
da la vida. Y son, me atrevo a afirmarlo, poesía y filosofía,
si es que éstas se diferencian entre sí.
Primero, si esto es o no poesía. Bah, conversación
!
¿El decir de algo que es o no es poesía es juicio clasi-
1 Ordenadas hoy rigurosamente por fechas, esa canción
aludida es la núra. 7, que lleva la de 1-III-28. (N. del E.)
24 PROLOGO
ficativo o valorativof "No es más que un poeta!" o
es "nada menos que todo un poeta", poco dicen. Es
como si se dijese de una abeja que no es más que un
insecto porque sólo tiene seis patas mientras que la
araña tiene ocho. ¿Es por ello la telaraña superior a
la celdilla del panal? El naturalista comprende un árbol,
el filósofo lo piensa, el poeta lo sueña —el poeta
filosófico y el filósofo poético, lo piensan soñándolo o
lo sueñan pensándolo que es igual— y el leñador ni
lo comprende, ni lo piensa, ni lo sueña, sino que lo
corta y lo utiliza.
Y filosofía. Este cuerpo de canciones ofrece una
filosofía aunque no un sistema filosófico. "La poesía,
digo yo, seguro de la cosa —dice Holdcrlin
en su Hyperion— es el principio y el fin de esta ciencia",
y se refiere a la filosofía. Que no se encierra,
es claro, en la sucesión de los sistemas filosóficos ni
cabe en ellos. Hace poco leí una historia, en alemán,
del pensamiento filosófico donde no figuraban muchos
constructores de sistemas, y por primera vez hacía en
ella un buen papel España, representada sobre todo
por Loyola, Cervantes y Calderón de la Barca. Porque
no, la filosofía no es sistema. En la pregunta esfíngica;
"Crees en Dios?" el problema no es tanto lo
que Dios sea cuanto lo que sea creer. ¿Qué es creer?
¿qué es ver? ¿qué es soñar? La inteligencia apetece
conocimiento • la fuerza, trabajo; la fe, creencia. Y el
hambre come, la sed bebe, el amor ama; los tres para
morirse.
Y ahora a cosas de más forma aún, de la formalidad
de la forma.
He procurado decir del modo más llano y corriente
lo que todos sienten sin acertar a decirlo y al menos,
si no todos, ¡a mayoría selecta, esto es: el pueblo. Y
para ello convertir paradojas en lugares comunes, que
equivale a convertir lugares comunes en paradojas.
PROLOGO 25
Más de una canción me brotó de una frase flotante
que cojí al vuelo con el oído.
Creo tener que decir que el lenguaje mismo, el lenguaje
popular, ha sido mi inspirador capital. Las palabras
mismas suscitan ideas. El que cría palabras o
asiste con amor a su crianza, las ahija, las hace hijas
suyas. La etimología amorosa es una fuente de poesía,
de re-creación más bien, de anapoesía, de palimpoesía.
Los llamados aciertos poéticos suelen ser aciertos
verbales. Hay tal juego de palabras que es juego
de conceptos, conceptismo y juego de pasión. Porque
las palabras levantan pasiones y emociones; y acciones.
Los conceptistas han solido ser grandes apasionados
y grandes poetas: así San Pablo y San Agustín,
y Pascal y Spinoza y Quevcdo. ¿Quién más conceptista
que San Pablo? Aunque se quiera oponer el
paulinismo al juanismo, el fariseo de Tarso y del camino
de Damasco, el dialéctico polémico sentía mejor
que San Juan lo de que en el prinicipio fué la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios y Dios era la
Palabra y todo se hizo por Ella, y sin Ella no se hizo
ni una sola cosa de lo hecho (Juan, I, 1-3). Y hasta
por ella se hizo Dios dios. San Pablo vuela, en sus
más altos vuelos dialécticos y metafóricos —diálogo
es metáfora— en alas de las palabras. A las veces le
guía hasta -una aliteración, una asonancia. Como a
San Agustín el aforístico; como a Quevedo, como a
San Juan de la Cruz. Y no lo que podríamos llamar
la música de las palabras, como en Góngora, sino su
letra. Aunque a Góngora tampoco le guiaba la música,
sino el viso, el brillo, el lustre. Su mismo nombre :
Góngora, que tanto le ha servido, es un nombre esdrújulo,
con sus dos oes, una tónica y otra átona y
terminado en a sonora: ó-o-a, y sus dos gues y su
nasal y su ere suave; es un nombre de musicalidad
visual.
Otra cosa, y es que no hay palabras puras e impu26
PROLOGO
ras, limpias y sucias, como no las hay nobles y plebeyas,
que dijo Víctor Hugo. Y lo digo por el reproche
que se me lia hecho de emplear ciertas expresiones
en mi Romancero del destierro. Pues qué, ¿voy
como Echegaray en su Gran Galeoto a acumular tres
consonantes en -ete para sugerir la voz alcahuete,
sin duda vitanda? No; ni lo de Cervantes, que después
de decir "los cochinos, que sin perdón así se
llaman", hace que Don Quijote recomiende a Sancho
que diga eructo, que para nosotros no es más que latín,
y no regüeldo, que es castellano o ladino; regüeldo
o regüctro, que sin perdón así se debe llamar.
Y metido ya de hoz y de coz —de hocico y de calcañar—
en estas vocabulerías —picaro oficio!— he
de advertir que aunque la Real Academia Española de
la Lengua —Dios la tenga en gloria, a la Academia—
manda o aconseja decir argoma, esdrújulo, y no argama,
llano; a esta llaneza, que en tal caso era mi costumbre,
me atengo. Como me atengo, por el contrario,
y en favor del castizo esdrújulo, a decir telegrama y
no telegrama, que así me lo enseñaron de niño y no
me ha de hacer desviar de ello el que un ex-jesuíta
pedante) casticista y no castizo —al que conocí y traté
y discutí de ello con él —y que fue el de la h de
harmonía —ya se la han quitado— llevase al Diccionario
oficial y oficioso esa acentuación a la latina,
fundándose en que la anteúltima sílaba por estar
ante consonante doble, telegramma en latín, es larga,
y, según regla prosódica latina, acentuada, cosa que
no ocurre en griego, donde istexpay-pa debe ser proparoxítono
o esdrújulo, a pesar de la larga. Y en todo
caso habíase ya adoptado telegrama junto a telégrafo,
pues el castellano siente querencia por el esdrújulo —lo
ha hecho a médula, voz latina que en latín no lo es:
medulla— y no había por qué alterarlo, que hartas cultilatiniparlerías
cundían ya y aún cunden. Que por la
PROLOGO 27
misma regla latina habíamos de decir filosofía, cuatrisílabo
y con el acento en la segunda o y no filosofía,
y al igual pedagogía y no pedagogía como en
griego. Como decimos sinfonía, a la griega, que de la
forma latina symphonia hicimos zampona. Y aquí diré
lo que dije a uno que me preguntaba por qué no le
ponía hache a la armonía y fué que-, "porque sabiendo
que soy profesor de griego han de suponer que sé
por qué les manda ponérsela a los que se la ponen
sin saber por qué". A susodicho cx-jesuíta le quedaba
de su pasado jesuitismo lo del tercer grado de obediencia,
obediencia de juicio, y quiso llevarlo a la
Academia y a los que la acatan; pero yo, aunque paisano
de Iñigo de Loyola, o acaso por esto mismo, soy
en lenguaje, como en otras cosas, protestante, partidario
del libre examen.
Y siguiendo en vocabulcrías —a las veces palabrerías—
advertiré los juegos etimológicos de la composición
[número 152] y cómo estro; ois-cpoQ es tábano,
y la metáfora viene de que al poeta, arrebatado
en furor poético o creativo, se le comparaba con la
ternera arrebatada por el tábano, y que la palabrarato
—el que hay que matar— deriva de rapto —es
su forma popular— o arrebato. Estos juegos etimológicos
nos hacen hacer conciencia expresiva, expresión
concicnte, de lo subconciente del lenguaje, sacarle
a luz las entrañas.
Evito términos técnicos. Y así no se me ocurre
llamarle asfódelo a la gamona, a pesar de las reminiscencias
clásicas de aquel término. Cuando en la verde
frescura de una poesía en el derecho sentido popular
—de la ynayoría selecta— me encuentro con
una de esas voces de libro de texto de asignatura de
Instituto de Segunda Enseñanza, me produce la repulsa
que al encontrar en una pradera de yerba mullida
y verde una lata de sardinas desgarrada y vacía o
acaso, lo que es peor, la hoja de una revista finan28
PROLOGO
riera, amarillenta ya y embadurnada de grasa y que
sirvió para envolver la tortilla de patatas de la merienda.
Y puesto ya a revelar la organización —no mecanización—
poética, he de decir que el poemita [243'[,
Erguijuela de la Sierra, me surgió también de estro
o tábano etimológico, Erguijuela, como Egrijucla,
luego Grijuela, procede de ecclesiola, con disimilación
de las dos eles —así: L-L> r-l— al modo de Grijalba
aquí lo de "iglesuela en cuclillas", en cluquillas como
una gallina clueca que abriga no sólo a los huevos,
sino después a los polluelos, que se ponen al aixapluch
(catalán) o al agarimo (gallego) de la gallina madre.
Todo lo demás del poemita es recuerdo de un vistazo
que di por encima, yendo en auto por la carretera,
desde La Albcrca a Sequeros, a esc pobre lugarejo
de la Sierra de Francia, en Salamanca. Otra ves he
jugado con los derivados de "verter", de donde verso,
que son, entre otros, de advertir, adverso y avieso;
de travertir, traverso, travieso y través; de divertir,
diverso y divieso; de invertir, inverso y envés; de
revertir, reverso y revés; de convertir, converso, convés
(combés) y conversación.
Y es que la palabra crea. En el principio fué —otra
vez!— la palabra y por ella y con ella crió Dios al
mundo, y luego Adán, al dar nombre a las cosas que
por Dios creadas, Éste se las presentó a que las
nombrara, las recreó y se re-creó re-creándolas y se
hizo hombre e hizo humano al mundo y al pensamiento
que ahora quieren algunos, ¡y con palabras!,
deshumanizar. Y la creación, la poesía, es palabra,
no música ni pintura sino en cuanto éstas hablan. Y
palabra es parábola o soslayo.
Y hay el valor corporal de la palabra por sí, del
sonido. Se dice de algún escultor que llevaba siempre
PROLOGO 29
consigo una pettita de barro de modelar hiñéndola entre
sus dedos.
Las palabras ¿son el vestigio del pensamiento? El
pensador entonces un sastre. "No; la palabra es piel
del pensamiento", dicen otros. Y otros, que son sus
entrañas. Es el pensamiento el que es la piel de la palabra.
Se piensa con palabras, o mejor, son las palabras
las que piensan en nosotros. Un palabrador es
un pensador. Adensando la expresión, enfurtiéndola,
es como se llega a sus formas más puras, más sencillas,
más claras, y más populares, que son a la vez las
más exquisitas, las más escojidas, ya que el pueblo,
la mayoría selecta, es naturalmente sentencioso y
sobrio de palabras.
Nada quiero decir de las formas rítmicas y de cómo
conservo siempre el asonante y a las veces el consonante,
abandonando el llamado verso libre, aunque el
mío nunca lo fué del todo. Pues si bien mezclaba versos
de diversos metros, procuré, aunque no siempre lo
consiguiese del todo, que cada verso fuese individualmente
un verso, que no cualquier frase de ocho sílabas
es octosílabo, ni de once —habida cuenta, claro es, de
los hiatos— un endecasílabo. Para otra música no
tengo hecho el oído ni sé si le tienen los que pretenden
hacerla. Mas lo que me subleva es el que cualquier
mequetrefe literario que por desconocr el pasado
—de lo que se jacta— desconoce el presente y más
aún el porvenir—la esperanza es recuerdo—, se nos
venga con que eso de volver a las formas métricas
tradicionales es nefanda apostasía del flamante vanguardismo
y casi crimen estético. Y si es convención
y artificio liacer sonetos, por ejemplo, convención y
artificio es escribir y aun vivir vida civilizada. Y
más convención y artificio sería querer volver a la
vida primitiva y salvaje. Nada hay más convencional
que los atrevimientos formales —dentro de la mayor
cobardía fundamental— de los anticonvencionalistas.
30 PROLOGO
Las famosas palabras en libertad de Marinetti no son
palabras.
Y algo por el estilo es el oscurismo o hermetismo
de los que se proponen, de antemano y a tiro hecho,
¡uicerse oscuros oscureciendo lo que se les ocurra y
cuando nada se les ocurre, que es lo que les ocurre
las más de las veces que se ponen a escribir, resultan
lo más claros y trasparentes, pues que trasparentan
su nadería,
Y quiero, antes de concluir, decir también algo, y
por decirlo, de eso que aquí, en Francia, han dado en
llamar poesía pura. Cuestión que se explica mejor
aquí, en Francia, y, que el francés es una lengua tan
perfecta, rehecha o acabada que se le han matado posibilidades.
¿Poesía pura? Es decir: ¿creación pura?
¿De la nada? De la nada no crea —digan lo que dijeren
los teólogos— ni Dios y menos el hombre. Y acaso
la más honda finalidad de la poesía literaria, de,
la creación por lenguaje hablado y escrito, es crear
lenguaje. Vocablos y sobre todo giros, modismos,
idiotismos, refranes, frases hechas —acabadas— las
han forjado los poetas, creadores del lenguaje. Y luego
se olvida sus nombres. Es la más pura, la más abnegada
de sus funciones. Los giros, dichos, refranes,
con que piensan —y sienten— los más, se los deben a
poetas, a creadores, de la mayoría de los cuales se han
olvidado los nombres, y en cambio se recuerda los de
aquellos que dejaron piezas retóricas de antología. Qué
honda expresión esa de "como dijo el poeta!", porque
los poetas son los únicos que dicen. Los demás \ujblan.
O hacen.
Quedemos, pues, en que poesía pura es, a lo menos,
crear el instrumento de creación, o mejor la creación
misma, crear lenguaje, pero ¿sin otro contenido?
¿Continente puro, sin contenido? ¡Imposible! Y si el
agua pura, destilada, es impotable, no quita la sed, y
PROLOGO 31
por lo tanto no es humanamente, aunque lo sea químicamente,
agua, el oro puro es deleznable y poco
duradero. Una cierta cuantía de aleación de cobre o
plata le da al oro dureza y con ella duración. Y por
esto la poesía impura, con aleación de retórica, de lógica,
de dialéctica, es más dura y más duradera que
la poesía pura.
Esta poética impureza, esta vena de pasión humana,
de inquietud humana, de congoja humana, les dará,
si es que algo se las da, dureza y con ella duración
a estas mis canciones, que no han de salvarse, si se
salvan, del olvido, por sus primores puramente poéticos
de lenguaje. Si el son de una campana repercute
y hace estremecerse, a la hora de la oración de la
tarde, a los corazones de los que le oyen, es por la
recia aleación del bronce, del bronce en que fué fundida
la campana, y en ese son suena el fuego que
hizo la colada del bronce mismo. Fuego de pasiones —que son acciones— fundió el bronce de estas canciones,
y si suena el lenguaje suena y resuena también
en ellas la brasa. Que creo haber maridado dos
pasiones, la del sentimiento de la vida humana deseándose
divina y la del lenguaje en que ese sentimiento
se expresa.
* * * !
,
ot ™p ,¡ y
Esta mañana de hoy —30-VIII-1928— me ha herido,
con repentina luz, este aforismo del trágico Hólderlin:
"Por lo más, hanse formado los poetas al
principio o al fin de un período del mundo. Con el
canto salen del cielo de su niñez a la vida activa, al
campo de la cultura, los pueblos y con el canto vuelven
de él a la vida primitiva. El arte es el paso de
la naturaleza a la civilización y de la civilización a
la naturaleza." Al leer esto y recordar aquellas cancioncillas
—todas las perdí— que hice al salir de mi
32 P R O L O G C
niñez, y recordar —recordarlas, sí— luego éstas, lat,
presentes, he pensado si estoy volviendo, como los
pueblos, a la naturaleza, si estoy retornando a mi niñez.
Esta misma mañana también y antes de haber
leído el aforismo de Hólderlin, acaso presintiéndolo
y en todo caso por misteriosa y providencial coyuntura,
estuve componiendo el recuerdo rimado de aquella
aguabenditera de concha que había junto a la cama
de mi madre viuda [Canción 356].
* * *
Y en la mañana de hoy —31 de agosto— he estad*
oyendo, no sin asombro, cómo unos niños hablando
entre sí hacían francés. Y me he acordado de aquella
décima tan conocida en España que dice;
Admiróse un portugués
de que en la más tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
"Arte diabólica es"
—dijo torciendo el mostacho

"que para hablar en gabacho
"un f¡dalgo en Portugal
"llega a viejo y lo habla mal
"y aquí lo parla un muchacho."
El portugués del cuento tenía más sentido que el
que compuso la décima, pues ¿quién no se admira de
oír a los niños que en la más tierna infancia hablan
una lengua cualquiera, la crean? Y si en España no
nos admiramos de oírles hablar español —evidente
mil-agro— es porque creemos saberlo...! Quien sabe
toda una palabra, sea "pan", es el niño que por primera
vez lo pide, y el que menos la sabe es el panadero.
El Verbo encarnado fué, al nacer, niño, palabra;
la cruz es ya letra, terrible T!
* * *
PROLOGO 33
Hoy —4 de setiembre— por la mañana leía "Enrique
el Verde" (Der grüne Heinrich) del suizo Godofredo
Keller, y aquel sueño —capítulo VII de la
Cuarta Parte— en que al alazán tostado, que es a
la vez una moneda de oro (Goldfuchs) le lleva, en
sueños —la más honda realidad— a Enrique a su
patria de la que estaba emigrado, y allí, en un puente,
le muestra la nación y sus gentes todas —"la nación
y el puente hacen juntos una identidad"— y
ahí he leído lo que le dijo a su soñador ginete el caballo
soñado y entre ello lo de que "las gentes tienen
siempre puesta su mira en afirmar su identidad, que
en este caso llaman independencia, y defenderla contra
cualquier agresión" [Canción 371].
Sí, lo que sentimos como espíritu de independencia
y llamamos así, es el sentimiento de nuestra identidad;
ser independiente es ser idéntico, es ser igual
a sí mismo, es ser uno mismo, es ser persona conti-'
nua. Y como la infinitud no es más que continuidad —lo infinito es lo continuo, lo concreto— la persona
continua es infinita e inconmensurable. Y por conservar
y continuar, que es acrecer, mi identidad personal,
mi personalidad idéntica, por ser yo mismo,
independiente, he tenido que renunciar a volver a mi
patria mientras en ella se persiga, a nombre de una
fantástica realidad, la íntima personalidad de cada
uno. Yo quiero seguir siendo yo para que los demás
españoles sigan siendo ellos y vuelvan a serlo los que
lo han dejado de ser. Independencia es identidad y
a cada cual, a cada quisque se le debe lo suyo —suum
cuique tribuere— y lo suyo es su personalidad, su
identidad continua, y en esto, en atribuir —tribuere

a cada cual —cuique— lo suyo —suum— consiste la
justicia, virtud matemática.
Esperaré, por tanto.
* * * ' juoiUNAMUNO. XV 2
34 PROLOGO
"Querido Carlos!" —escribía Federico Holderlin
a su hermamo el 4 de junio de 1799, en plena Revolución—
"nada me alegra tanto como poder decir a
un alma humana: creo en ti!" Y al leerlo yo hoy,
26 de setiempre de 1928, en plena revolución también,
he sentido que esas palabras me las enderezó mi desgraciado
hermano tudesco. Sí, necesito para poder
alegrarme y alegrándome poder vivir, creer en un
alma humana. Y creo en la de mi España, por abatida
y engañada que esté. ¿Qué es sinó este poema, pues
este ramillete, mejor selva, de canciones, forma todo
un poema, uno, entero y verdadero? Y aunque no me
hubiera dado el destierro, para dársela yo a mi España,
otra cosa que este poema podría mañana dormir
confiado el último sueño en el regazo de ella.
Arrogancia? Arrogante era el vizcaíno, mi paisano,
Sancho de Azpeitia, el que peleó con Don Quijote
suspendiendo de admiración a Cidc Hamete Benengeli.
"Pero —dirá acaso algún lector— ¿porqué no decirnos
todo esto en prosa lisa, llana y corriente ?" A
lo que le diré que el verso es más liso, más llano y
más corriente que la prosa y que si me tengo que valer
sí, me tengo que— de él es por sentirme a ello
empujado por un poder íntimo, entrañado y arraigado
en el cogollo de mi ánimo. Y a este poder es al
que los antiguos llamaron Musa. La Musa es el esespíritu,
más que público, espiritual, que nos constriñe
a decir algo a nuestros prójimas, a nuestros próximos,
a los más cercanos a nosotros, en verso o en
música o en pintura o en drama o en otro cuerpo de
expresión. Y no sirve invocarla que ella sopla cuando
y donde quiere. Y si estas canciones han sido hechas
mientras llevaba yo una brega política y ética,
esto es: civil y moral, en prosa no tan lisa, llana ni
corriente, como el verso de ellas, ha sido, sin duda],
porque la Musa me forzaba a darlas la prenda de duPROLOGO
35
ración que mis escritos de combate al día no tienen.
¿Que porque en vez de esta selva de canciones no
he dado un diario ideal? Porque, gracias a la presión
providencial de la Musa, a su estro o tábano, así
como suena, me libraba de la grosera pesadumbre de
las ideas en alas de las palabras, alas de tábano. Y lo
que crea es la palabra y no la idea. Y así he logrado
hacer un diario espiritual, no ideal. Que si la idea
es idea, la palabra es espíritu.
Y el espíritu es santo —Espíritu Santo— y es divino
como el Verbo. Lo que no es la Idea, la Visión.
La palabra ideal, visiva, no es más que un vestido,
a las veces espléndido y maravilloso de hermosura;
la palabra espiritual, poética, es carne del pensamiento
que se siente y se vive. Y es una palabra que piensa,
sueña, crea por sí misma.
* * *
Esos íntimos misteriosos momentos —el de esta mañana—
en que de pronto, al pasar, se sorprende uno —¡uno!— frente al espejo y se mira como a un extraño,
no, como a un prójimo, y se dice: "pero, eres
tú?, eres tú ese del que se dice?, eres tú?". Y se siente
uno —¡uno!— no ya yo, sino tú. Intimos misteriosos
momentos de sumersión en ti. Y ese yo, tú, es —no soy ni eres— el poeta. Lector, el poeta aquí eres
tú. Y como poeta, como creador, te ruego que wc,
crees. Que me crees y que me creas. Aunque es lo
mismo.
* * *
Y ha entrado —y en aguas— este mes de noviembre
de mi quinto año de destierro y sigo aquí, en la
frontera, y parece como si este retoñar de canciones —casi cada día me trae la suya, siquiera una senten36
PROLOGO
cía fugitiva— fuese que mi alma quiere vaciarse de
todo lo que tiene que decir antes de entrar en el eterno
silencio del reposo. Pero ¿porqué no las cierno y selecciono
y dejo las unas para no publicar luego sino
las otras? Y cuáles sí y cuáles otras no? Todas, buenas
y malas, mejores y peores.
Todas, sí, pues son miembros de un solo cuerpo al
que no me cabe cercenar ni mochar; todas. Las buenas
abonarán a las malas y las malas no malearán a
las buenas. Unas y otras, y todas, se completarán y se
conllevarán. La poda puede hacer un jardín urbano,
pero deshace un bosque montañés. Lo mejor que pueda
haber aquí necesita, para su mejor disfrute, de lo
peor que se haya deslizado. Con los desechos se abona
—esto es: se hace bueno— lo escojido. Quede,
pues, todo.
[Hendaya, marzo-noviembre, 1928.]

***
Fuente:

LIBRARY OF PFUNCETON
JAÍi 1 8 2012
THEOi-OüICAL 9EM4NARY
PQ6639 .N3 1958 v.15
Unamuno, Miguel de,
1864-1936.
Obras completas.
Poesía III



Digitized by the Internet Archive
in 2014
https://archive.org/details/obrascompletas15unam
UNAMUNO
OBRAS COMPLETAS


Retrato de Unamuno, por José Gutiérrez Solana. (Colección
particular de don Víctor de la Serna.)
MIGUEL DE UNAMUNO
OBRAS
COMPLETAS
Tomo XV
POESIA, III
CANCIONERO
LIBRARY OF PRINCETON
JAN 1 3 2012
THEOLOGfCAL SEMtttArtY
AFRODISIO AGUADO, S. A.
EDITORES • LIBREROS
Todos los textos incluidos en este volumen, titulado
"Poesía III", se publican en primera edición
Y FORMAN EL TOMO XV DE LA NUEVA COLECCION
de "Obras Completas de don Miguel de Unamuno",
dirigida por don manuel garcía blanco, catedrá-
TICO de la Universidad de Salamanca. Tanto éste,
COMO EL EDITOR Y LOS HEREDEROS DE UNAMUNO, GARANTIZAN
LA INTEGRIDAD DE LOS QUE AQUÍ SE REPRODUCEN.
Prólogo, edición y notas de
Manuel García Blanco.
reservados todos tos derechos
Depósito legal: M. 298 — 1958.
Impreso en España,. , Printcd in Spain.
edita
VERGARA, S. A., DE BARCELONA
por concesión especial de Afrodisio Aguado, S. A.
© by Afrodisio Aguado, S. A. Madrid. España.
CANCIONER 0 (,)

lunes, 10 de agosto de 2020

(De esta manera, Borges proyecta lo individual ...) Fragmento.


"De esta manera, Borges proyecta lo individual sobre un plano
más amplio, y tanto lo singular se explica en lo genérico como lo
genérico en lo singular, o, para decirlo con las palabras de Borges,
“ la hambrienta y flaca loba del primer canto de la Divina Comedia
no es un emblema o letra de la avaricia: es una loba y es también
la avaricia, como en los sueños” (D. 164). Como los sueños, las
narraciones de Borges son símbolos capaces de muchos valores y
proponen al lector una doble o triple intuición. La definición de
los caracteres alegóricos de Thomas De Quincey, que Borges cita,
sitúa con ajustada economía el lugar de los cuentos de Borges:
“ ocupan un lugar intermedio entre las realidades absolutas de la
vida humana y las puras abstracciones del entendimiento lógico”
(D. 164).

El punto de partida de esta concepción simbólica o, a veces,
alegórica de sus cuentos está en una nota del ensayo “ Historia de
la eternidad” ; allí Borges dice taxativamente: “ Lo genérico puede
ser más intenso que lo concreto” , para luego explicar:
Casos ilustrativos no faltan. De chico, veraneando en el norte
de la provincia, la llanura redonda y los hombres que mateaban en
la cocina me interesaron, pero mi felicidad fue terrible cuando supe
que ese redondel era “ pampa” , y esos varones “ gauchos” . Igual, el
imaginativo que se enamora. Lo genérico (el repetido nombre, el
tipo, la patria, el destino adorable que le atribuye) prima sobre los
rasgos individuales, que se toleran en gracia de lo anterior (H. E.
21-22)".
JAIME ALAZRAKI, 1968.
EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 83, Madrid. España.

domingo, 9 de agosto de 2020



ARTURO BAREA

UNAMUNO
 En ella, Arturo Barea presenta a Miguel de Unamuno como una de las figuras más interesantes del pensamiento y las letras de la Europa contemporánea. Discute su obra como pensador, maestro de juventudes, poeta, novelista, periodista, y muestra cómo dicha obra en su totalidad se fundamenta en el conflicto entre las exigencias de la razón y las del sentimiento, la búsqueda de una fe individual y la valerosa aceptación del peso de la duda. Barea también destaca que el pensamiento de Unamuno es típicamente español y, a la vez, muy personal.


 PREFACIO

Este ensayo sobre Miguel de Unamuno (1864-1936) fue publicado en Inglaterra por Bowes & Bowes en el año 1952, y en Estados Unidos, ese mismo año, por Yale University Press. Arturo Barea (1897-1957) y su mujer austriaca Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973) habían llegado a Inglaterra como exiliados en 1939, pocas semanas antes de la derrota de la República española. La obra formaba parte de una conocida serie sobre literatura y pensamiento europeos, que incluía, además, un ensayo sobre Lorca de Roy Campbell. Hasta el año 1959 no se publicó la primera edición en español, es decir, dos años después de la muerte de Barea. Fue editada en Argentina por la editorial Sur, que fundó Victoria Ocampo en Buenos Aires. La primera obra de Barea publicada en España fue un libro de cuentos, El centro de la pista, que vio la luz en 1960 durante el régimen franquista. Su libro más conocido, La forja de un rebelde, una magnífica trilogía autobiográfica, no se editó en España hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador. Con esta publicación del ensayo Unamuno, solo dos más permanecerán inéditos en España: Struggle for the Spanish Soul (La lucha por el alma española), un estudio sobre las raíces históricas y la realidad económica del fascismo español[1], y el folleto «Spain in the Post-War World» («España en el mundo de la posguerra»),en el que Barea abogaba por el derrocamiento del régimen de Franco por parte de los aliados y su sustitución por una república.
En su ensayo Lorca, el poeta y su pueblo, publicado en inglés por Faber & Faber en 1944 y en español por la editorial argentina Losada en 1957 (en España fue editado en 2018 por el Instituto Cervantes), Barea dedicó unas líneas a Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno en el capítulo sobre el poeta granadino y su muerte. «La tragedia de Unamuno era que tenía que protestar contra tener que morir, a sabiendas de que la aniquilación de su existencia llegaría implacablemente», escribió Barea. A primera vista, parece extraño que Barea, un exiliado republicano, tuviera interés en Unamuno, porque cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, el filósofo se proclamó partidario del golpe militar de Franco y, por ello, fue destituido por la República como rector de la Universidad de Salamanca. Había sido un gran opositor al carlismo, miembro del Partido Socialista de Pablo Iglesias, combatiente solitario contra Primo de Rivera y partidario inicial muy ardiente de la República. La gente joven —Lorca, por ejemplo— le tenía mucha simpatía. Antonio Machado lo adoraba: le dedicó un gran poema. Unamuno fue repuesto en el cargo de rector por los sublevados, convirtiéndose en blanco del odio de la República. Su mítico discurso del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando se enfrentó al general José Millán Astray, representó un nuevo cambio en la posición de Unamuno. Este enfrentamiento supuso que Franco le destituyera como rector el 22 de octubre de 1936. Murió el 31 diciembre de ese año.
Después de la Guerra Civil española, Unamuno adquirió cierta simpatía e influencia entre los exiliados españoles por varias razones, incluyendo su propio exilio en la década de los años veinte y su honesta independencia intelectual. El editor de la serie de ensayos de Bowes & Bowes ofreció a Barea escribir sobre Ortega y Gasset o Unamuno. Según Ilsa, su esposo no dudó un momento en elegir a Unamuno. Barea concluye su ensayo de esta manera: «No hay español pensante que no haya sentido, voluntaria e involuntariamente, la influencia del pensamiento aguijoneante, estimulante, irritante y humillante de Miguel de Unamuno».
  Ilsa también tuvo relación con Unamuno, aunque más leve, al traducir el relato de Luis Portillo, profesor auxiliar de Derecho Civil en Salamanca y también republicano exiliado en Inglaterra, sobre el enfrentamiento épico entre el filósofo y Millán Astray el 12 de octubre de 1936 (Día de la Raza, como se denominaba en aquel entonces), publicado en la prestigiosa revista Horizon, editada por Cyril Connollyen diciembre de 1941. Este relato novelado escrito de oídas simboliza la memoria viva de la España republicana y fue aprendido por varias generaciones de españoles; el episodio en que el legionario (el mismo que en Marruecos había inventado el lema: «¡Viva la Muerte!»), con parche en un ojo, un solo brazo y los dedos mutilados (apodado en vida como «el glorioso mutilado»), gritó: «¡Muera la inteligencia!», y Unamuno le replicó: «Venceréis, pero no convenceréis», o más exactamente: «Vencer no es convencer», según Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos de Miguel de Unamuno (Galaxia Gutenberg, 2019), que otorgan más fuerza al «espíritu del 12 de octubre» que a la letra.
El relato de Portillo sobre el acto del Paraninfo, al que no asistió, fue en gran parte una recreación literaria, pero con un trasfondo histórico innegable, y fue tomado por una crónica veraz e incluida prácticamente sin retocar por Hugh Thomas en su libro The Spanish Civil War (1961), obra que tuvo mucha difusión y convirtió este relato en un texto canónico[2]. El mismo número de Horizon publicó parte de un capítulo escrito por Barea en La ruta, el segundo libro de su trilogía La forja de un rebelde, en el que estaba aún trabajando, sobre la guerra de Marruecos, donde conoció a Millán Astray.
Unamuno era bastante popular entre los intelectuales británicos, pero no entre el público en general. Del sentimiento trágico de la vida se publicó en inglés en 1921, con una introducción de Salvador de Madariaga. A la edad de setenta y dos años, a pocos meses del comienzo de la Guerra Civil, el filósofo estuvo en Inglaterra para recibir su investidura de doctor honoris causa por las Universidades de Oxford, Londres y Cambridge, un homenaje académico de gran prestigio internacional.
Como cuenta Ilsa, traductora brillante (dominaba cinco idiomas) de casi todos los libros de su esposo, en el prefacio a la edición española de la editorial Sur, no existe un texto original completo del Unamuno. Ella redactó el ensayo en inglés basándose en esbozos de Barea en español. El escritor planeaba hacer una versión en español, no una traducción, pero este proyecto no fue posible por su muerte en la Nochebuena de 1957. En vez de traducir ella sola el ensayo, Ilsa le pidió ayuda a su amigo uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), profesor de Literatura, y entre los dos intentaron acercar la versión española lo más posible al concepto y estilo de Barea.
El ensayo está dividido en tres capítulos: el primero trata la infancia y juventud de Unamuno; el segundo aborda el «sentido trágico de la vida», y el tercero explica la ambición del filósofo de ser un gran escritor. Colette y Jean-Claude Rabaté opinan que «el librito es el esbozo de una reflexión general acertada acerca de la dimensión filosófica y religiosa de las principales obras de Unamuno. Hoy puede sorprender la importancia otorgada por Barea a los ensayos y, sobre todo, a los desconocidos artículos periodísticos y políticos de Unamuno».
Salvo dos de sus cuentos, y casi todas sus 856 charlas para la sección de América Latina del Servicio Mundial de la BBC (bajo el seudónimo de Juan de Castilla, con el que quería proteger a su familia en España), toda la obra de Barea gira sobre España. La dura vida de su adorada madre, que trabajaba como lavandera en el río Manzanares en Madrid, y la Guerra Civil lo marcaron profundamente. Su madre, que se había quedado viuda cuando Barea apenas tenía dos meses, emigró de Badajoz a Madrid con él y sus tres hermanos. Gracias a su valentía, no acabaron en la inclusa. Barea tuvo que abandonar el colegio de las Escuelas Pías de San Fernando en Lavapiés (la iglesia es ahora una de las bibliotecas del Centro Asociado de la UNED de Madrid) a los trece años para empezar a trabajar de aprendiz en una tienda y ya no pudo tener, a esa corta edad, una educación formal. Pero no dejó de aprender, como buen autodidacta, en los libros y en la escuela de la vida. A la edad de cuarenta años, El Sol publicó su primer escrito, un breve texto, en portada, titulado Madre, parcialmente inspirado en las condiciones de vida de su propia madre: «Desde 1907 vivía en aquella buhardilla. Treinta años de vida en aquel camaranchón de techos inclinados, que constituía una habitación única. Comedor, cocina y dormitorio con dos camas».
Durante la guerra, Barea trabajó en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera del Ministerio de Estado, en el edificio de trece plantas de Telefónica ubicado en la Gran Vía de Madrid, hasta unos meses antes de febrero de 1938, fecha en la que logró salir de España tras casarse en Barcelona con Ilsa, a la que había conocido en dicha oficina, donde trabajaba como traductora, gracias a la Ley de Divorcio aprobada en España en 1932. Al ser el edificio más alto de Madrid, con frecuencia era blanco del fuego de la artillería y los obuses lo alcanzaban con regularidad. Los bombardeos constantes y las jornadas de dieciséis horas de trabajo como censor y locutor de radio («La voz incógnita de Madrid») provocaron que Barea tuviera una crisis nerviosa. Se fueron a París, donde estuvieron «hambrientos durante meses», y vivieron casi un año en una habitación maloliente del Hotel Delambre (el «hotel del Hambre», según ellos, en un juego de palabras).
Cuando desembarcó con Ilsa en Inglaterra, en marzo de 1939, Barea estaba, según sus palabras, «desposeído de todo, con la vida truncada y sin una perspectiva futura, ni de patria, ni de hogar, ni de trabajo [...] rendido de cuerpo y de espíritu». Pero bajo el brazo llevaba el manuscrito del primer libro de La forja de un rebelde. Tenía los nervios tan destrozados que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial en septiembre de ese mismo año, sufría de vómitos cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas, que le recordaban los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil.
Barea se sentía a gusto en Inglaterra, aunque en algún momento pensó en emigrar a México. «Más de lo que esperaba y más de lo que parecería previsible en un español, me aficioné a la vida inglesa enseguida, y me enamoré de la campiña inglesa», con la excepción de «este maldito tiempo inglés», escribía. Sus suegros, Valentin Pollak, un judío austriaco, y Alice von Zieglmayer, se fueron a vivir con ellos. Llegaron cinco días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Barea vivió los últimos diez años de su vida en Eaton Hastings, en las afueras de Faringdon, condado de South Oxfordshire, en una casa llamada Middle Lodge, situada en la finca de lord Faringdon, quien se la alquilaba en unas condiciones muy favorables aunque sin electricidad (se iluminaban con lámparas de aceite). Este excéntrico lord, miembro del Partido Laborista y partidario de la República, había convertido su Rolls-Royce en una ambulancia que, en 1937, condujo hasta el frente de Aragón para ser usada como hospital de campaña.
Además de sus libros y sus charlas para la BBC, muy exitosas (los oyentes votaron muchas veces a Barea como el locutor más popular del servicio de América Latina), en 1956 la BBC le envió de gira dos meses por Argentina, Chile y Uruguay. También escribió prólogos elogiosos a la primera edición inglesa de 1948 del Epitalamio del prieto Trinidad (Dark Wedding), de Ramón J. Sender (publicado primero en México en 1942 y luego en España en 1966) y de La colmena (The Hive), de Camilo José Cela en 1953 (publicado en Argentina en 1951 y en España en 1963).
Murió injustamente joven a la edad de sesenta años de un infarto de miocardio en su casa. No fue un final triste: tuvo tiempo de cumplir con creces su vocación tardía de escritor y recibir el reconocimiento público.
WILLIAM CHISLETT
Comisario de la exposición sobre
Arturo Barea en el Instituto Cervantes
en Madrid en 2018

 ENVÍO

La edición inglesa de este libro lleva, en lugar de un prefacio, la sencilla frase: «Este ensayo fue escrito en colaboración con mi mujer, Ilsa Barea, que también lo tradujo».
Estas palabras encierran la explicación del hecho, en sí mismo sorprendente, de que la obra de un escritor español haya tenido que ser traducida del inglés al castellano. No existe un texto original completo del Unamuno de Arturo Barea, y poco ha sobrevivido de los borradores suyos en los que yo basaba mi libre versión inglesa. Mi marido hablaba a veces de su intención de hacer un texto español —no una retraducción, sino una adaptación— de la obrita, que había sido escrita para un público estudiantil inglés casi totalmente ignorante en cuanto a Unamuno se refería. Este proyecto fue cortado por su muerte, ocurrida en la Nochebuena de 1957. Quedaba para mí, su colaboradora de antes y albacea de hoy, la obligación moral de ayudar a que la traducción hecha cabalmente por nuestro amigo Emir Rodríguez Monegal se acercara lo más posible al concepto y estilo de Arturo Barea. Y queda mi deseo de explicar el alcance y los límites de mi colaboración.
En toda argumentación, estructura y visión, este ensayo es la obra de mi marido. Él tenía un sentimiento tan hondo, tan personal y casi diría idiosincrático hacia Unamuno que mis trabajos auxiliares de investigación, o las fórmulas que yo usaba en la traducción y en la redacción, eran de importancia netamente secundaria. Grandes trozos del texto inglés fueron simplemente traducidos, aunque muchas veces con más fidelidad al espíritu que a las palabras del original. Otros pasajes eran condensados por mí, o ajustados a la mentalidad del potencial lector inglés. Desde luego, nuestras largas discusiones sobre el tema tuvieron cierta influencia en el ensayo, pero solamente en su dialéctica, no en su esencia. Cada vez que un argumento mío era ajeno a la visión de Unamuno que tenía mi marido, o quedaba fuera de su propia formación mental, era excluido del texto inglés definitivo; este era el caso, por ejemplo, del análisis de las ideas filosóficas de Unamuno que yo hubiera querido incorporar. Esto habría quebrantado la unidad de la imagen que Arturo Barea quiso transmitir: no era «lo suyo».
El profesor Erich Heller, editor de una serie de ensayos publicada por Bowes & Bowes, de Cambridge, ofreció a mi marido en 1951 la elección entre Ortega y Gasset y Unamuno. No hubo un momento de duda. Ni se creía capacitado para realizar un estudio sobre Ortega, ni sentía hacia este gran intelectual la afinidad que le ataba al apasionado «agonista» Unamuno. Ya muchos años antes, en el ensayo sobre Lorca, el poeta y su pueblo, había introducido unos párrafos profundamente sentidos sobre Del sentimiento trágico de la vida del autor vasco. Y en tanto que preparaba el presente ensayo, adentrándose en el mundo espiritual de Unamuno, no me cabe duda de que mi marido se identificaba más y más con su rabia y su idea, si es lícito usar las palabras de Antonio Machado fuera de contexto. Por todo esto hay algo muy personal en el bosquejo de Unamuno que Arturo Barea ofrece, tan personal que la retraducción al castellano tenía que penetrar en la forma exterior que mi trasplantación al inglés le había dado.
Tengo una gran deuda de gratitud con el traductor por hacer con tanta paciencia este trabajo de excavación, y espero que la palabra del autor llegue a sus lectores hispanos sin falsificaciones, con su auténtico calor.
ILSA BAREA
Londres, mayo de 1959

Archivo del blog

DE SOBREMESA Rayuela: los yerros del salto En colaboración: Dr. Enrico Pugliatti y J. Méndez-Limbrick

  Rayuela : los yerros del salto 1. El culto al caos disfrazado de libertad Cortázar propone una lectura no lineal, pero el “tablero de dire...

Páginas