ARTURO BAREA
UNAMUNO
PREFACIO
Este ensayo sobre Miguel de
Unamuno (1864-1936) fue publicado en Inglaterra por Bowes & Bowes en el año
1952, y en Estados Unidos, ese mismo año, por Yale University Press. Arturo
Barea (1897-1957) y su mujer austriaca Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973) habían
llegado a Inglaterra como exiliados en 1939, pocas semanas antes de la derrota
de la República española. La obra formaba parte de una conocida serie sobre
literatura y pensamiento europeos, que incluía, además, un ensayo sobre Lorca
de Roy Campbell. Hasta el año 1959 no se publicó la primera edición en español,
es decir, dos años después de la muerte de Barea. Fue editada en Argentina por
la editorial Sur, que fundó Victoria Ocampo en Buenos Aires. La primera obra de
Barea publicada en España fue un libro de cuentos, El centro de la pista, que vio la luz en 1960 durante el régimen
franquista. Su libro más conocido, La
forja de un rebelde, una magnífica trilogía autobiográfica, no se editó en
España hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador. Con esta
publicación del ensayo Unamuno, solo
dos más permanecerán inéditos en España: Struggle
for the Spanish Soul (La lucha por el
alma española), un estudio sobre
las raíces históricas y la realidad económica del fascismo español[1], y el
folleto «Spain in the Post-War World» («España en el mundo de la posguerra»),en
el que Barea abogaba por el derrocamiento del régimen de Franco por parte de
los aliados y su sustitución por una república.
En su ensayo Lorca, el poeta y su pueblo, publicado en inglés por Faber &
Faber en 1944 y en español por la editorial argentina Losada en 1957 (en España
fue editado en 2018 por el Instituto Cervantes), Barea dedicó unas líneas a Del sentimiento trágico de la vida de
Unamuno en el capítulo sobre el poeta granadino y su muerte. «La tragedia de
Unamuno era que tenía que protestar contra tener que morir, a sabiendas de que
la aniquilación de su existencia llegaría implacablemente», escribió Barea. A
primera vista, parece extraño que Barea, un exiliado republicano, tuviera
interés en Unamuno, porque cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, el
filósofo se proclamó partidario del golpe militar de Franco y, por ello, fue
destituido por la República como rector de la Universidad de Salamanca. Había
sido un gran opositor al carlismo, miembro del Partido Socialista de Pablo
Iglesias, combatiente solitario contra Primo de Rivera y partidario inicial muy
ardiente de la República. La gente joven —Lorca, por ejemplo— le tenía mucha
simpatía. Antonio Machado lo adoraba: le dedicó un gran poema. Unamuno fue
repuesto en el cargo de rector por los sublevados, convirtiéndose en blanco del
odio de la República. Su mítico discurso del 12 de octubre de 1936 en el
Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando se enfrentó al general José
Millán Astray, representó un nuevo cambio en la posición de Unamuno. Este
enfrentamiento supuso que Franco le destituyera como rector el 22 de octubre de
1936. Murió el 31 diciembre de ese año.
Después de la Guerra Civil
española, Unamuno adquirió cierta simpatía e influencia entre los exiliados
españoles por varias razones, incluyendo su propio exilio en la década de los
años veinte y su honesta independencia intelectual. El editor de la serie de
ensayos de Bowes & Bowes ofreció a Barea escribir sobre Ortega y Gasset o
Unamuno. Según Ilsa, su esposo no dudó un momento en elegir a Unamuno. Barea
concluye su ensayo de esta manera: «No hay español pensante que no haya
sentido, voluntaria e involuntariamente, la influencia del pensamiento
aguijoneante, estimulante, irritante y humillante de Miguel de Unamuno».
Ilsa también tuvo relación con
Unamuno, aunque más leve, al traducir el relato de Luis Portillo, profesor
auxiliar de Derecho Civil en Salamanca y también republicano exiliado en
Inglaterra, sobre el enfrentamiento épico entre el filósofo y Millán Astray el
12 de octubre de 1936 (Día de la Raza, como se denominaba en aquel entonces),
publicado en la prestigiosa revista Horizon,
editada por Cyril Connollyen diciembre de 1941. Este relato novelado escrito de
oídas simboliza la memoria viva de la España republicana y fue aprendido por
varias generaciones de españoles; el episodio en que el legionario (el mismo
que en Marruecos había inventado el lema: «¡Viva la Muerte!»), con parche en un
ojo, un solo brazo y los dedos mutilados (apodado en vida como «el glorioso
mutilado»), gritó: «¡Muera la inteligencia!», y Unamuno le replicó: «Venceréis,
pero no convenceréis», o más exactamente: «Vencer no es convencer», según
Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos de Miguel de Unamuno (Galaxia
Gutenberg, 2019), que otorgan más fuerza al «espíritu del 12 de octubre» que a
la letra.
El relato de Portillo sobre el
acto del Paraninfo, al que no asistió, fue en gran parte una recreación
literaria, pero con un trasfondo histórico innegable, y fue tomado por una
crónica veraz e incluida prácticamente sin retocar por Hugh Thomas en su libro The Spanish Civil War (1961), obra que
tuvo mucha difusión y convirtió este relato en un texto canónico[2]. El mismo
número de Horizon publicó parte de un
capítulo escrito por Barea en La ruta,
el segundo libro de su trilogía La forja
de un rebelde, en el que estaba aún trabajando, sobre la guerra de
Marruecos, donde conoció a Millán Astray.
Unamuno era bastante popular
entre los intelectuales británicos, pero no entre el público en general. Del sentimiento trágico de la vida se
publicó en inglés en 1921, con una introducción de Salvador de Madariaga. A la edad de setenta y dos años, a
pocos meses del comienzo de la Guerra Civil, el filósofo estuvo en Inglaterra
para recibir su investidura de doctor honoris
causa por las Universidades de Oxford, Londres y Cambridge, un homenaje
académico de gran prestigio internacional.
Como cuenta Ilsa, traductora
brillante (dominaba cinco idiomas) de casi todos los libros de su esposo, en el
prefacio a la edición española de la editorial Sur, no existe un texto original
completo del Unamuno. Ella redactó el
ensayo en inglés basándose en esbozos de Barea en español. El escritor planeaba
hacer una versión en español, no una traducción, pero este proyecto no fue
posible por su muerte en la Nochebuena de 1957. En vez de traducir ella sola el
ensayo, Ilsa le pidió ayuda a su amigo uruguayo Emir Rodríguez Monegal
(1921-1985), profesor de Literatura, y entre los dos intentaron acercar la
versión española lo más posible al concepto y estilo de Barea.
El ensayo está dividido en tres
capítulos: el primero trata la infancia y juventud de Unamuno; el segundo
aborda el «sentido trágico de la vida», y el tercero explica la ambición del
filósofo de ser un gran escritor. Colette y Jean-Claude Rabaté opinan que «el
librito es el esbozo de una reflexión general acertada acerca de la dimensión
filosófica y religiosa de las principales obras de Unamuno. Hoy puede
sorprender la importancia otorgada por Barea a los ensayos y, sobre todo, a los
desconocidos artículos periodísticos y políticos de Unamuno».
Salvo dos de sus cuentos, y casi
todas sus 856 charlas para la sección de América Latina del Servicio Mundial de
la BBC (bajo el seudónimo de Juan de
Castilla, con el que quería proteger a su familia en España), toda la obra
de Barea gira sobre España. La dura vida de su adorada madre, que trabajaba
como lavandera en el río Manzanares en Madrid, y la Guerra Civil lo marcaron
profundamente. Su madre, que se había quedado viuda cuando Barea apenas tenía
dos meses, emigró de Badajoz a Madrid con él y sus tres hermanos. Gracias a su
valentía, no acabaron en la inclusa. Barea tuvo que abandonar el colegio de las
Escuelas Pías de San Fernando en Lavapiés (la iglesia es ahora una de las
bibliotecas del Centro Asociado de la UNED de Madrid) a los trece años para
empezar a trabajar de aprendiz en una tienda y ya no pudo tener, a esa corta
edad, una educación formal. Pero no dejó de aprender, como buen autodidacta, en
los libros y en la escuela de la vida. A la edad de cuarenta años, El Sol publicó su primer escrito, un
breve texto, en portada, titulado Madre,
parcialmente inspirado en las condiciones de vida de su propia madre: «Desde
1907 vivía en aquella buhardilla. Treinta años de vida en aquel camaranchón de
techos inclinados, que constituía una habitación única. Comedor, cocina y dormitorio
con dos camas».
Durante la guerra, Barea trabajó
en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera del Ministerio de Estado, en el
edificio de trece plantas de Telefónica ubicado en la Gran Vía de Madrid, hasta
unos meses antes de febrero de 1938, fecha en la que logró salir de España tras
casarse en Barcelona con Ilsa, a la que había conocido en dicha oficina, donde
trabajaba como traductora, gracias a la Ley de Divorcio aprobada en España en
1932. Al ser el edificio más alto de Madrid, con frecuencia era blanco del
fuego de la artillería y los obuses lo alcanzaban con regularidad. Los
bombardeos constantes y las jornadas de dieciséis horas de trabajo como censor
y locutor de radio («La voz incógnita de Madrid») provocaron que Barea tuviera
una crisis nerviosa. Se fueron a París, donde estuvieron «hambrientos durante
meses», y vivieron casi un año en una habitación maloliente del Hotel Delambre
(el «hotel del Hambre», según ellos, en un juego de palabras).
Cuando desembarcó con Ilsa en
Inglaterra, en marzo de 1939, Barea estaba, según sus palabras, «desposeído de
todo, con la vida truncada y sin una perspectiva futura, ni de patria, ni de
hogar, ni de trabajo [...] rendido de cuerpo y de espíritu». Pero bajo el brazo
llevaba el manuscrito del primer libro de La
forja de un rebelde. Tenía los nervios tan destrozados que, cuando comenzó
la Segunda Guerra Mundial en septiembre de ese mismo año, sufría de vómitos
cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas, que le recordaban los bombardeos
de Madrid durante la Guerra Civil.
Barea se sentía a gusto en
Inglaterra, aunque en algún momento pensó en emigrar a México. «Más de lo que
esperaba y más de lo que parecería previsible en un español, me aficioné a la
vida inglesa enseguida, y me enamoré de la campiña inglesa», con la excepción
de «este maldito tiempo inglés», escribía. Sus suegros, Valentin Pollak, un
judío austriaco, y Alice von Zieglmayer, se fueron a vivir con ellos. Llegaron
cinco días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Barea vivió los últimos diez años
de su vida en Eaton Hastings, en las afueras de Faringdon, condado de South
Oxfordshire, en una casa llamada Middle Lodge, situada en la finca de lord
Faringdon, quien se la alquilaba en unas condiciones muy favorables aunque sin
electricidad (se iluminaban con lámparas de aceite). Este excéntrico lord,
miembro del Partido Laborista y partidario de la República, había convertido su
Rolls-Royce en una ambulancia que, en 1937, condujo hasta el frente de Aragón
para ser usada como hospital de campaña.
Además de sus libros y sus
charlas para la BBC, muy exitosas (los oyentes votaron muchas veces a Barea
como el locutor más popular del servicio de América Latina), en 1956 la BBC le
envió de gira dos meses por Argentina, Chile y Uruguay. También escribió
prólogos elogiosos a la primera edición inglesa de 1948 del Epitalamio del prieto Trinidad (Dark
Wedding), de Ramón J. Sender (publicado primero en México en 1942 y luego
en España en 1966) y de La colmena (The
Hive), de Camilo José Cela en 1953 (publicado en Argentina en 1951 y en
España en 1963).
Murió injustamente joven a la
edad de sesenta años de un infarto de miocardio en su casa. No fue un final
triste: tuvo tiempo de cumplir con creces su vocación tardía de escritor y
recibir el reconocimiento público.
WILLIAM CHISLETT
Comisario de la exposición sobre
Arturo Barea en el Instituto Cervantes
en Madrid en 2018
Arturo Barea en el Instituto Cervantes
en Madrid en 2018
ENVÍO
La edición inglesa de este libro
lleva, en lugar de un prefacio, la sencilla frase: «Este ensayo fue escrito en
colaboración con mi mujer, Ilsa Barea, que también lo tradujo».
Estas palabras encierran la
explicación del hecho, en sí mismo sorprendente, de que la obra de un escritor
español haya tenido que ser traducida del inglés al castellano. No existe un
texto original completo del Unamuno
de Arturo Barea, y poco ha sobrevivido de los borradores suyos en los que yo
basaba mi libre versión inglesa. Mi marido hablaba a veces de su intención de
hacer un texto español —no una retraducción, sino una adaptación— de la obrita,
que había sido escrita para un público estudiantil inglés casi totalmente
ignorante en cuanto a Unamuno se refería. Este proyecto fue cortado por su
muerte, ocurrida en la Nochebuena de 1957. Quedaba para mí, su colaboradora de
antes y albacea de hoy, la obligación moral de ayudar a que la traducción hecha
cabalmente por nuestro amigo Emir Rodríguez Monegal se acercara lo más posible
al concepto y estilo de Arturo Barea. Y queda mi deseo de explicar el alcance y
los límites de mi colaboración.
En toda argumentación, estructura
y visión, este ensayo es la obra de mi marido. Él tenía un sentimiento tan
hondo, tan personal y casi diría idiosincrático hacia Unamuno que mis trabajos
auxiliares de investigación, o las fórmulas que yo usaba en la traducción y en
la redacción, eran de importancia netamente secundaria. Grandes trozos del
texto inglés fueron simplemente traducidos, aunque muchas veces con más
fidelidad al espíritu que a las palabras del original. Otros pasajes eran
condensados por mí, o ajustados a la mentalidad del potencial lector inglés.
Desde luego, nuestras largas discusiones sobre el tema tuvieron cierta
influencia en el ensayo, pero solamente en su dialéctica, no en su esencia.
Cada vez que un argumento mío era ajeno a la visión de Unamuno que tenía mi
marido, o quedaba fuera de su propia formación mental, era excluido del texto
inglés definitivo; este era el caso, por ejemplo, del análisis de las ideas
filosóficas de Unamuno que yo hubiera querido incorporar. Esto habría
quebrantado la unidad de la imagen que Arturo Barea quiso transmitir: no era
«lo suyo».
El profesor Erich Heller, editor
de una serie de ensayos publicada por Bowes & Bowes, de Cambridge, ofreció
a mi marido en 1951 la elección entre Ortega y Gasset y Unamuno. No hubo un
momento de duda. Ni se creía capacitado para realizar un estudio sobre Ortega,
ni sentía hacia este gran intelectual la afinidad que le ataba al apasionado
«agonista» Unamuno. Ya muchos años antes, en el ensayo sobre Lorca, el poeta y su pueblo, había
introducido unos párrafos profundamente sentidos sobre Del sentimiento trágico de la vida del autor vasco. Y en tanto que
preparaba el presente ensayo, adentrándose en el mundo espiritual de Unamuno,
no me cabe duda de que mi marido se identificaba más y más con su rabia y su
idea, si es lícito usar las palabras de Antonio Machado fuera de contexto. Por
todo esto hay algo muy personal en el bosquejo de Unamuno que Arturo Barea
ofrece, tan personal que la retraducción al castellano tenía que penetrar en la
forma exterior que mi trasplantación al inglés le había dado.
Tengo una gran deuda de gratitud
con el traductor por hacer con tanta paciencia este trabajo de excavación, y
espero que la palabra del autor llegue a sus lectores hispanos sin
falsificaciones, con su auténtico calor.
ILSA BAREA
Londres, mayo de 1959
Me encanta tu blog. Muy buen contenido. El mío es limautopica.com. saludos desde Perú
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