domingo, 9 de agosto de 2020



ARTURO BAREA

UNAMUNO
 En ella, Arturo Barea presenta a Miguel de Unamuno como una de las figuras más interesantes del pensamiento y las letras de la Europa contemporánea. Discute su obra como pensador, maestro de juventudes, poeta, novelista, periodista, y muestra cómo dicha obra en su totalidad se fundamenta en el conflicto entre las exigencias de la razón y las del sentimiento, la búsqueda de una fe individual y la valerosa aceptación del peso de la duda. Barea también destaca que el pensamiento de Unamuno es típicamente español y, a la vez, muy personal.


 PREFACIO

Este ensayo sobre Miguel de Unamuno (1864-1936) fue publicado en Inglaterra por Bowes & Bowes en el año 1952, y en Estados Unidos, ese mismo año, por Yale University Press. Arturo Barea (1897-1957) y su mujer austriaca Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973) habían llegado a Inglaterra como exiliados en 1939, pocas semanas antes de la derrota de la República española. La obra formaba parte de una conocida serie sobre literatura y pensamiento europeos, que incluía, además, un ensayo sobre Lorca de Roy Campbell. Hasta el año 1959 no se publicó la primera edición en español, es decir, dos años después de la muerte de Barea. Fue editada en Argentina por la editorial Sur, que fundó Victoria Ocampo en Buenos Aires. La primera obra de Barea publicada en España fue un libro de cuentos, El centro de la pista, que vio la luz en 1960 durante el régimen franquista. Su libro más conocido, La forja de un rebelde, una magnífica trilogía autobiográfica, no se editó en España hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador. Con esta publicación del ensayo Unamuno, solo dos más permanecerán inéditos en España: Struggle for the Spanish Soul (La lucha por el alma española), un estudio sobre las raíces históricas y la realidad económica del fascismo español[1], y el folleto «Spain in the Post-War World» («España en el mundo de la posguerra»),en el que Barea abogaba por el derrocamiento del régimen de Franco por parte de los aliados y su sustitución por una república.
En su ensayo Lorca, el poeta y su pueblo, publicado en inglés por Faber & Faber en 1944 y en español por la editorial argentina Losada en 1957 (en España fue editado en 2018 por el Instituto Cervantes), Barea dedicó unas líneas a Del sentimiento trágico de la vida de Unamuno en el capítulo sobre el poeta granadino y su muerte. «La tragedia de Unamuno era que tenía que protestar contra tener que morir, a sabiendas de que la aniquilación de su existencia llegaría implacablemente», escribió Barea. A primera vista, parece extraño que Barea, un exiliado republicano, tuviera interés en Unamuno, porque cuando estalló la Guerra Civil en julio de 1936, el filósofo se proclamó partidario del golpe militar de Franco y, por ello, fue destituido por la República como rector de la Universidad de Salamanca. Había sido un gran opositor al carlismo, miembro del Partido Socialista de Pablo Iglesias, combatiente solitario contra Primo de Rivera y partidario inicial muy ardiente de la República. La gente joven —Lorca, por ejemplo— le tenía mucha simpatía. Antonio Machado lo adoraba: le dedicó un gran poema. Unamuno fue repuesto en el cargo de rector por los sublevados, convirtiéndose en blanco del odio de la República. Su mítico discurso del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, cuando se enfrentó al general José Millán Astray, representó un nuevo cambio en la posición de Unamuno. Este enfrentamiento supuso que Franco le destituyera como rector el 22 de octubre de 1936. Murió el 31 diciembre de ese año.
Después de la Guerra Civil española, Unamuno adquirió cierta simpatía e influencia entre los exiliados españoles por varias razones, incluyendo su propio exilio en la década de los años veinte y su honesta independencia intelectual. El editor de la serie de ensayos de Bowes & Bowes ofreció a Barea escribir sobre Ortega y Gasset o Unamuno. Según Ilsa, su esposo no dudó un momento en elegir a Unamuno. Barea concluye su ensayo de esta manera: «No hay español pensante que no haya sentido, voluntaria e involuntariamente, la influencia del pensamiento aguijoneante, estimulante, irritante y humillante de Miguel de Unamuno».
  Ilsa también tuvo relación con Unamuno, aunque más leve, al traducir el relato de Luis Portillo, profesor auxiliar de Derecho Civil en Salamanca y también republicano exiliado en Inglaterra, sobre el enfrentamiento épico entre el filósofo y Millán Astray el 12 de octubre de 1936 (Día de la Raza, como se denominaba en aquel entonces), publicado en la prestigiosa revista Horizon, editada por Cyril Connollyen diciembre de 1941. Este relato novelado escrito de oídas simboliza la memoria viva de la España republicana y fue aprendido por varias generaciones de españoles; el episodio en que el legionario (el mismo que en Marruecos había inventado el lema: «¡Viva la Muerte!»), con parche en un ojo, un solo brazo y los dedos mutilados (apodado en vida como «el glorioso mutilado»), gritó: «¡Muera la inteligencia!», y Unamuno le replicó: «Venceréis, pero no convenceréis», o más exactamente: «Vencer no es convencer», según Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos de Miguel de Unamuno (Galaxia Gutenberg, 2019), que otorgan más fuerza al «espíritu del 12 de octubre» que a la letra.
El relato de Portillo sobre el acto del Paraninfo, al que no asistió, fue en gran parte una recreación literaria, pero con un trasfondo histórico innegable, y fue tomado por una crónica veraz e incluida prácticamente sin retocar por Hugh Thomas en su libro The Spanish Civil War (1961), obra que tuvo mucha difusión y convirtió este relato en un texto canónico[2]. El mismo número de Horizon publicó parte de un capítulo escrito por Barea en La ruta, el segundo libro de su trilogía La forja de un rebelde, en el que estaba aún trabajando, sobre la guerra de Marruecos, donde conoció a Millán Astray.
Unamuno era bastante popular entre los intelectuales británicos, pero no entre el público en general. Del sentimiento trágico de la vida se publicó en inglés en 1921, con una introducción de Salvador de Madariaga. A la edad de setenta y dos años, a pocos meses del comienzo de la Guerra Civil, el filósofo estuvo en Inglaterra para recibir su investidura de doctor honoris causa por las Universidades de Oxford, Londres y Cambridge, un homenaje académico de gran prestigio internacional.
Como cuenta Ilsa, traductora brillante (dominaba cinco idiomas) de casi todos los libros de su esposo, en el prefacio a la edición española de la editorial Sur, no existe un texto original completo del Unamuno. Ella redactó el ensayo en inglés basándose en esbozos de Barea en español. El escritor planeaba hacer una versión en español, no una traducción, pero este proyecto no fue posible por su muerte en la Nochebuena de 1957. En vez de traducir ella sola el ensayo, Ilsa le pidió ayuda a su amigo uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), profesor de Literatura, y entre los dos intentaron acercar la versión española lo más posible al concepto y estilo de Barea.
El ensayo está dividido en tres capítulos: el primero trata la infancia y juventud de Unamuno; el segundo aborda el «sentido trágico de la vida», y el tercero explica la ambición del filósofo de ser un gran escritor. Colette y Jean-Claude Rabaté opinan que «el librito es el esbozo de una reflexión general acertada acerca de la dimensión filosófica y religiosa de las principales obras de Unamuno. Hoy puede sorprender la importancia otorgada por Barea a los ensayos y, sobre todo, a los desconocidos artículos periodísticos y políticos de Unamuno».
Salvo dos de sus cuentos, y casi todas sus 856 charlas para la sección de América Latina del Servicio Mundial de la BBC (bajo el seudónimo de Juan de Castilla, con el que quería proteger a su familia en España), toda la obra de Barea gira sobre España. La dura vida de su adorada madre, que trabajaba como lavandera en el río Manzanares en Madrid, y la Guerra Civil lo marcaron profundamente. Su madre, que se había quedado viuda cuando Barea apenas tenía dos meses, emigró de Badajoz a Madrid con él y sus tres hermanos. Gracias a su valentía, no acabaron en la inclusa. Barea tuvo que abandonar el colegio de las Escuelas Pías de San Fernando en Lavapiés (la iglesia es ahora una de las bibliotecas del Centro Asociado de la UNED de Madrid) a los trece años para empezar a trabajar de aprendiz en una tienda y ya no pudo tener, a esa corta edad, una educación formal. Pero no dejó de aprender, como buen autodidacta, en los libros y en la escuela de la vida. A la edad de cuarenta años, El Sol publicó su primer escrito, un breve texto, en portada, titulado Madre, parcialmente inspirado en las condiciones de vida de su propia madre: «Desde 1907 vivía en aquella buhardilla. Treinta años de vida en aquel camaranchón de techos inclinados, que constituía una habitación única. Comedor, cocina y dormitorio con dos camas».
Durante la guerra, Barea trabajó en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera del Ministerio de Estado, en el edificio de trece plantas de Telefónica ubicado en la Gran Vía de Madrid, hasta unos meses antes de febrero de 1938, fecha en la que logró salir de España tras casarse en Barcelona con Ilsa, a la que había conocido en dicha oficina, donde trabajaba como traductora, gracias a la Ley de Divorcio aprobada en España en 1932. Al ser el edificio más alto de Madrid, con frecuencia era blanco del fuego de la artillería y los obuses lo alcanzaban con regularidad. Los bombardeos constantes y las jornadas de dieciséis horas de trabajo como censor y locutor de radio («La voz incógnita de Madrid») provocaron que Barea tuviera una crisis nerviosa. Se fueron a París, donde estuvieron «hambrientos durante meses», y vivieron casi un año en una habitación maloliente del Hotel Delambre (el «hotel del Hambre», según ellos, en un juego de palabras).
Cuando desembarcó con Ilsa en Inglaterra, en marzo de 1939, Barea estaba, según sus palabras, «desposeído de todo, con la vida truncada y sin una perspectiva futura, ni de patria, ni de hogar, ni de trabajo [...] rendido de cuerpo y de espíritu». Pero bajo el brazo llevaba el manuscrito del primer libro de La forja de un rebelde. Tenía los nervios tan destrozados que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial en septiembre de ese mismo año, sufría de vómitos cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas, que le recordaban los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil.
Barea se sentía a gusto en Inglaterra, aunque en algún momento pensó en emigrar a México. «Más de lo que esperaba y más de lo que parecería previsible en un español, me aficioné a la vida inglesa enseguida, y me enamoré de la campiña inglesa», con la excepción de «este maldito tiempo inglés», escribía. Sus suegros, Valentin Pollak, un judío austriaco, y Alice von Zieglmayer, se fueron a vivir con ellos. Llegaron cinco días antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Barea vivió los últimos diez años de su vida en Eaton Hastings, en las afueras de Faringdon, condado de South Oxfordshire, en una casa llamada Middle Lodge, situada en la finca de lord Faringdon, quien se la alquilaba en unas condiciones muy favorables aunque sin electricidad (se iluminaban con lámparas de aceite). Este excéntrico lord, miembro del Partido Laborista y partidario de la República, había convertido su Rolls-Royce en una ambulancia que, en 1937, condujo hasta el frente de Aragón para ser usada como hospital de campaña.
Además de sus libros y sus charlas para la BBC, muy exitosas (los oyentes votaron muchas veces a Barea como el locutor más popular del servicio de América Latina), en 1956 la BBC le envió de gira dos meses por Argentina, Chile y Uruguay. También escribió prólogos elogiosos a la primera edición inglesa de 1948 del Epitalamio del prieto Trinidad (Dark Wedding), de Ramón J. Sender (publicado primero en México en 1942 y luego en España en 1966) y de La colmena (The Hive), de Camilo José Cela en 1953 (publicado en Argentina en 1951 y en España en 1963).
Murió injustamente joven a la edad de sesenta años de un infarto de miocardio en su casa. No fue un final triste: tuvo tiempo de cumplir con creces su vocación tardía de escritor y recibir el reconocimiento público.
WILLIAM CHISLETT
Comisario de la exposición sobre
Arturo Barea en el Instituto Cervantes
en Madrid en 2018

 ENVÍO

La edición inglesa de este libro lleva, en lugar de un prefacio, la sencilla frase: «Este ensayo fue escrito en colaboración con mi mujer, Ilsa Barea, que también lo tradujo».
Estas palabras encierran la explicación del hecho, en sí mismo sorprendente, de que la obra de un escritor español haya tenido que ser traducida del inglés al castellano. No existe un texto original completo del Unamuno de Arturo Barea, y poco ha sobrevivido de los borradores suyos en los que yo basaba mi libre versión inglesa. Mi marido hablaba a veces de su intención de hacer un texto español —no una retraducción, sino una adaptación— de la obrita, que había sido escrita para un público estudiantil inglés casi totalmente ignorante en cuanto a Unamuno se refería. Este proyecto fue cortado por su muerte, ocurrida en la Nochebuena de 1957. Quedaba para mí, su colaboradora de antes y albacea de hoy, la obligación moral de ayudar a que la traducción hecha cabalmente por nuestro amigo Emir Rodríguez Monegal se acercara lo más posible al concepto y estilo de Arturo Barea. Y queda mi deseo de explicar el alcance y los límites de mi colaboración.
En toda argumentación, estructura y visión, este ensayo es la obra de mi marido. Él tenía un sentimiento tan hondo, tan personal y casi diría idiosincrático hacia Unamuno que mis trabajos auxiliares de investigación, o las fórmulas que yo usaba en la traducción y en la redacción, eran de importancia netamente secundaria. Grandes trozos del texto inglés fueron simplemente traducidos, aunque muchas veces con más fidelidad al espíritu que a las palabras del original. Otros pasajes eran condensados por mí, o ajustados a la mentalidad del potencial lector inglés. Desde luego, nuestras largas discusiones sobre el tema tuvieron cierta influencia en el ensayo, pero solamente en su dialéctica, no en su esencia. Cada vez que un argumento mío era ajeno a la visión de Unamuno que tenía mi marido, o quedaba fuera de su propia formación mental, era excluido del texto inglés definitivo; este era el caso, por ejemplo, del análisis de las ideas filosóficas de Unamuno que yo hubiera querido incorporar. Esto habría quebrantado la unidad de la imagen que Arturo Barea quiso transmitir: no era «lo suyo».
El profesor Erich Heller, editor de una serie de ensayos publicada por Bowes & Bowes, de Cambridge, ofreció a mi marido en 1951 la elección entre Ortega y Gasset y Unamuno. No hubo un momento de duda. Ni se creía capacitado para realizar un estudio sobre Ortega, ni sentía hacia este gran intelectual la afinidad que le ataba al apasionado «agonista» Unamuno. Ya muchos años antes, en el ensayo sobre Lorca, el poeta y su pueblo, había introducido unos párrafos profundamente sentidos sobre Del sentimiento trágico de la vida del autor vasco. Y en tanto que preparaba el presente ensayo, adentrándose en el mundo espiritual de Unamuno, no me cabe duda de que mi marido se identificaba más y más con su rabia y su idea, si es lícito usar las palabras de Antonio Machado fuera de contexto. Por todo esto hay algo muy personal en el bosquejo de Unamuno que Arturo Barea ofrece, tan personal que la retraducción al castellano tenía que penetrar en la forma exterior que mi trasplantación al inglés le había dado.
Tengo una gran deuda de gratitud con el traductor por hacer con tanta paciencia este trabajo de excavación, y espero que la palabra del autor llegue a sus lectores hispanos sin falsificaciones, con su auténtico calor.
ILSA BAREA
Londres, mayo de 1959

1 comentario:

  1. Me encanta tu blog. Muy buen contenido. El mío es limautopica.com. saludos desde Perú

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