ARCHIVO.
Hermann Broch, de cuya muerte se cumplen hoy 50 años, es un escritor poco conocido y poco valorado. Sin embargo, su obra tiene méritos suficientes para reconocerlo como integrante de ese grupo de creadores (del que forman parte, por ejemplo, Franz Kafka y James Joyce) que llevaron a cabo, en los primeros años del siglo XX, una renovación radical de la novela.
Nació en Viena el 1 de noviembre de 1886. Su dedicación plena a la literatura no se produjo hasta 1928, tras abandonar la que había sido su profesión hasta entonces: director de las fábricas textiles de su familia. En 1938, tras la ocupación de Austria por las tropas hitlerianas, fue encarcelado por la Gestapo, en la cárcel de Alt-Ausse. La detención duró únicamente cinco semanas, gracias a las gestiones hechas por algunos amigos suyos (James Joyce, Stephen Hudson y Edwin Muir). Después de recuperar la libertad, emigró a Inglaterra, y poco después a Estados Unidos, donde residió desde entonces. En su país de exilio obtuvo varias ayudas para poder continuar con su labor literaria (por ejemplo, del Trust Oberlaender de Filadelfia y de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation). Murió en New Haven, Connecticut, el 30 de mayo de 1951.
Su primera gran obra es la trilogía titulada Los sonámbulos, publicada entre 1931 y 1932. Cada uno de los tres volúmenes que la forman está centrado en un personaje y situado en una época concreta de su país. La primera parte se titula Pasenow o el romanticismo; la segunda, Esch o la anarquía, y la tercera, Huguenau o la objetividad. En conjunto, la trilogía refleja las transformaciones habidas en el paso del siglo XIX al siglo XX: la decadencia de los valores tradicionales de la moral y la cultura en los que se había basado la sociedad decimonónica. Dichas transformaciones, o evolución, están reflejadas, individualmente en cada parte de la trilogía, a través de la historia personal de tres personajes centrales: Pasenow, el romántico que se refugia en la nostalgia; Esch, el anarquista que se proyecta en la rebelión, y Huguenau, realista y oportunista, que representa el triunfo de los nuevos valores sociales.
Formalmente, las dos primeras novelas tienen estructuras narrativas tradicionales. La tercera, por su parte, conjuga partes en verso y ensayísticas con una narración estructurada en distintos planos, que constituye una primera muestra de lo que él denominaba novela polihistórica o polimática.
Su obra principal, La muerte de Virgilio, fue publicada en 1945. Narrada en tercera persona y con escasos episodios exteriores, la novela es, esencialmente, un largo monólogo del poeta moribundo, que abarca sus últimas horas de vida, en las que cae en un estado a medio camino entre la consciencia y la inconsciencia. Virgilio llega a Brindisi después de un viaje a Grecia. Ha realizado la travesía a bordo de una escuadra imperial. Es recibido por la multitud con gran júbilo y llevado al palacio del emperador Octaviano Augusto. Al día siguiente, recibe la visita de dos amigos suyos, Plocio Tucca y Lucio Vario, con los que conversa sobre varios temas, sobre todo de arte y de literatura, y a los que manifiesta su intención de quemar el manuscrito de su obra Eneida, ya que considera que tiene el atributo de la belleza, pero carece de lo fundamental: el conocimiento, la verdad ('La Eneida es indigna, sin verdad, nada más que bella', declara Virgilio en cierto momento. Y más adelante: '¡Es terriblemente incompleta! ¡Tengo que destruir lo que carece de conocimiento!'). Después de una visita del médico de la corte, llega Octaviano Augusto. Éste logra convencer al poeta para que salve la obra, y Virgilio se la regala como un gesto de amor al emperador. Después, Virgilio muere. Más allá de la trama, lo esencial de la novela son las reflexiones internas de Virgilio, en las que se funden presente y pasado, sueño y vigilia, lo tangible y la alucinación. El poeta analiza minuciosamente su entorno físico y mental, planteándose cuestiones como la posibilidad del conocimiento y las funciones de la poesía y el arte en la sociedad.
La muerte de Virgilio es un largo poema en prosa, barroco, delirante como el propio Virgilio antes de morir, escrito como una investigación profunda de las posibilidades del lenguaje y como un desafío a las normas de la narrativa tradicional. Hermann Broch realiza en esta novela una combinación maestra de lírica, reflexión filosófica y análisis psicológico, cuyo resultado es una de las obras imprescindibles de la narrativa del siglo XX.
En 1950 publicó Los inocentes, formada por la combinación de algunas de sus primeras narraciones breves con otras posteriores, creando una novela que él mismo denominó 'novela en once relatos'. En ella se entrelazan las historias de varios personajes: por ejemplo, Hildegard, baronesa fría, calculadora y sin escrúpulos; Andreas, joven burgués, rico gracias al negocio de los diamantes y amante de la vida fácil, que ha renunciado a su responsabilidad moral en la sociedad, y Zacarías, profesor de matemáticas mediocre, sin criterio propio, y, por tanto, capaz de afiliarse al nacionalsocialismo sólo porque es una ideología en alza, cuando antes era socialdemócrata. Ambientada en una pequeña ciudad de la Alemania prehitleriana, la novela ofrece una visión de la situación social existente en el periodo histórico durante el que la narración se desarrolla, y constituye un alegato contra quienes abrieron el camino al nacionalsocialismo y contra quienes se comportaron de forma indiferente con la barbarie que éste trajo consigo.
Las novelas citadas (las principales entre las que escribió) tienen dos características comunes: la utilización de una gran variedad de recursos técnicos y el enfoque metafísico de la realidad (la experiencia vital tiene una dimensión metafísica esencial, y en ella hay un acercamiento a la realidad desde lo mental).
Además de novelista, Hermann Broch fue también ensayista (por ejemplo, Poesía e investigación, publicado póstumamente, en 1955), autor teatral (por ejemplo, Los negocios del barón Laborde, de 1934), de relatos cortos (por ejemplo, Zarpar con brisa ligera, de 1933) y de un volumen de poemas (Cantos, de 1913, cuando aún escribía sólo de forma esporádica). Fue un hombre culto, un intelectual con una personalidad orientada al conocimiento en profundidad del mundo, y un gran escritor, que merecería ser reconocido como uno de los principales creadores de la novela moderna.
Roberto Ruiz de Huydobro es escritor
FUENTE: http://elpais.com/diario/2001/05/30/cultura/991173611_850215.HTML
CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
miércoles, 21 de agosto de 2013
JORGE LÓPEZ PÁEZ. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1993. NOVELA.
Nacido en Huatusco, Veracruz, en 1922, Jorge López Páez se trasladó a la ciudad de México desde muy joven, donde estudió Derecho. El dato, que podría parecer insustancial, se vuelve importante al leer su obra narrativa: los espacios principales de las historias que cuenta suceden en ambas latitudes y, algo aún más notable, tal ubicación determina la personalidad y actitudes de los actores; es decir, no son escenarios gratuitos, accidentales, sino elementos indispensables en los cuentos y novelas del autor: sin esa determinación geográfica, la literatura de López Páez sería otra. O no sería.
Aunque, según noticias, Jorge incursionó en la dramaturgia con La última visita (1951), su vocación se decidió por la narrativa, y así dio a conocer en 1955 el breve volumen de cuentos titulado Los mástiles. Pero fue su primera novela El solitario Atlántico (1958), la que le atrajo la atención de los lectores especializados, quienes la consideraron una de las mejores piezas de su especie en mucho tiempo.
La consideración no es gratuita, pues además de su belleza formal y narrativa contiene una suerte de primicia en la literatura nacional: la asimilación de los niños como figuras protagónicas de primer orden. Aunque a estas alturas el hecho pueda parecer nimio y hasta inverosímil, basta revisar la producción narrativa para encontrar que la presencia de infantes en cuentos y novelas era meramente circunstancial, aparecían sólo como comparsas, como elementos decorativos, nunca como figuras centrales y definitivas. Andrés, protagonista narrador de El solitario Atlántico debe figurar por ese solo hecho entre lo más notable de nuestra historia literaria. Y la novela en sí anuncia lo que sería una de las obras más prolíficas, intensas e inquietantes de cuantas hay en México.
Es necesario volver al tema de la infancia: es uno de los asuntos más entrañables para López Páez: la mayoría de sus relatos tiene que ver con ello, y si se hiciera una necesaria selección de esos textos nos toparíamos con una galería impresionante de infantes-personaje, vistos desde las perspectivas más disímbolas y a la vez enriquecedoras: los hay llenos de ternura, pero también de desesperanza, de indefensión y hasta de maldad: cada uno representa distintos estadios del alma y el espíritu humanos en su forma embrionaria pero fundamental, esos que devendrán personalidades tal vez inmodificables y que el escritor retrata con sobrada exactitud en sus novelas, sobre todo las del periodo más reciente.
En efecto, la novelística del veracruzano contiene tipos en plena adultez cuyo comportamiento no puede desligarse un ápice de su experiencia infantil. Tal es el caso de Hacia el amargo mar, Mi hermano Carlos (estimada por Emmanuel Carballo como una de las mejores novelas mexicanas) y Pepe Prida (todas ellas publicadas en 1965). Mas es en lo que podría llamar obras de madurez donde Jorge concreta su conocimiento del siempre convulso y conflictivo interior del Hombre y lo vuelca al papel con mayor profundidad: La costa (1980), Silenciosa sirena (1988), Los cerros azules (1993) y Ana Bermejo (1996).
Jorge López Páez posee una virtud poco común en nuestro ámbito: de gente en apariencia común y corriente y hasta anodina, de situaciones a simple vista irrelevantes, es capaz de extraer los rasgos más desconcertantes, los pliegues más secretos y oscuros, y de ese modo da vida —gran vida— a lo inane. Así, un cantinero, un agricultor, un comerciante; un ama de casa, una secretaria, un estudiante, etcétera, son sacados de la modorra existencial gracias al agudísimo ojo del escritor: como un alquimista, Jorge se mete en el cuerpo y en el alma de sus personajes y los moldea a su arbitrio, para beneplácito de los lectores: descubrimos oro donde antes sólo mirábamos arcilla; fuego, donde antes percibíamos apenas cenizas. Por eso, luego de conocer a gente como los protagonistas de Los cerros azules (para mí uno de los mayores trabajos del huatusqueño), o de Ana Bermejo, uno aprende a ver la gente, las cosas, el mundo, de otro modo: sabe uno que detrás de cualquier gesto, de todo hecho, por nimios que puedan parecer, hay torrentes de vida, cascadas de experiencia humana. Uno aprende, en suma, a leer de otra forma el universo.
A lo largo de sus cuentos y novelas, a Jorge López Páez le inquietan tópicos como la fidelidad y su contraparte la traición; la soledad en medio del tumulto; la incomprensión de la gente ante hechos que les parecen lejanos no obstante estar casi frente a sus narices; y sobre todo, la muerte. Ésta es, junto con el mundo infantil, una de las constantes en su literatura. ¿Es que ambas, niñez y muerte, van de la mano, son sombra una de la otra, forman un trazo inescindible, sin remedio?
Y todo ese complejo sistema de relaciones humanas, de indudable tono filosófico, se da en la narrativa de este autor con una naturalidad pasmosa, porque sabe atemperar lo dramático con un cierto aire poético, porque atenúa lo esencialmente trágico con su preciso e implacable sarcasmo, con su sentido del humor fino y, a veces, demoledor. Es por eso que muchas de sus criaturas más castigadas por la vida pueden parecer en ocasiones cantantes de opereta; y al contrario: personajes de oropel se convierten de pronto en paradigmas de la catástrofe interior más severa. Y es quizá por lo mismo —el sarcasmo, el humor— que algunos críticos acusan a Jorge López Páez de algún desaliño prosístico; yo creo que más bien se trata de la naturalidad puesta al servicio de lo que ha de contarse: ¿para qué complicarse la vida —y complicársela al lector— cuando se están bordando asuntos de lo más complejo, acaso irresolubles? (Y aquí vale la pena destacar la fidelidad de los diálogos construidos por el autor: es una de sus armas narrativas más importantes. Debe observarse también su capacidad para cambiar de voz: hombres maduros, jóvenes, mujeres, niños... son bien correspondidos en el retrato que Jorge hace de ellos: por ejemplo, cuando "escuchamos" a Andrés, en El solitario Atlántico, jamás dudamos de su autenticidad: estamos frente a él. Somos él.)
Diré, por último, que en la literatura de Jorge López Páez hay siempre una propuesta en favor de la felicidad, aun a sabiendas de que ésta suele ser un arma caliente.
Otros libros del autor son Los invitados de piedra (1961); In memoriam, tía Lupe (1974); Doña Herlinda y su hijo y otros hijos (1993); Los cerros azules (1993, Premio Xavier Villaurrutia); y Lolita, toca ese vals (1994, Premio Internacional de Cuento "La palabra y el hombre").
Advertencia: Jorge López Páez parece tener preferencia por la narrativa de largo aliento, por lo que la mayoría de sus cuentos son muy largos, y alcanzan a veces las dimensiones de la noveleta; eso impide incluir en esta selección los que me parecen sus mejores relatos: rebasarían las proporciones establecidas por el editor. Sin embargo, en los textos —que no desmerecen en modo alguno respecto de los más logrados— el lector hallará varios de los rasgos característicos del mundo alucinante del veracruzano que he destacado, como su inclinación por el tema de la niñez y la muerte y, también, su sarcasmo y sentido del humor.
Aunque, según noticias, Jorge incursionó en la dramaturgia con La última visita (1951), su vocación se decidió por la narrativa, y así dio a conocer en 1955 el breve volumen de cuentos titulado Los mástiles. Pero fue su primera novela El solitario Atlántico (1958), la que le atrajo la atención de los lectores especializados, quienes la consideraron una de las mejores piezas de su especie en mucho tiempo.
La consideración no es gratuita, pues además de su belleza formal y narrativa contiene una suerte de primicia en la literatura nacional: la asimilación de los niños como figuras protagónicas de primer orden. Aunque a estas alturas el hecho pueda parecer nimio y hasta inverosímil, basta revisar la producción narrativa para encontrar que la presencia de infantes en cuentos y novelas era meramente circunstancial, aparecían sólo como comparsas, como elementos decorativos, nunca como figuras centrales y definitivas. Andrés, protagonista narrador de El solitario Atlántico debe figurar por ese solo hecho entre lo más notable de nuestra historia literaria. Y la novela en sí anuncia lo que sería una de las obras más prolíficas, intensas e inquietantes de cuantas hay en México.
Es necesario volver al tema de la infancia: es uno de los asuntos más entrañables para López Páez: la mayoría de sus relatos tiene que ver con ello, y si se hiciera una necesaria selección de esos textos nos toparíamos con una galería impresionante de infantes-personaje, vistos desde las perspectivas más disímbolas y a la vez enriquecedoras: los hay llenos de ternura, pero también de desesperanza, de indefensión y hasta de maldad: cada uno representa distintos estadios del alma y el espíritu humanos en su forma embrionaria pero fundamental, esos que devendrán personalidades tal vez inmodificables y que el escritor retrata con sobrada exactitud en sus novelas, sobre todo las del periodo más reciente.
En efecto, la novelística del veracruzano contiene tipos en plena adultez cuyo comportamiento no puede desligarse un ápice de su experiencia infantil. Tal es el caso de Hacia el amargo mar, Mi hermano Carlos (estimada por Emmanuel Carballo como una de las mejores novelas mexicanas) y Pepe Prida (todas ellas publicadas en 1965). Mas es en lo que podría llamar obras de madurez donde Jorge concreta su conocimiento del siempre convulso y conflictivo interior del Hombre y lo vuelca al papel con mayor profundidad: La costa (1980), Silenciosa sirena (1988), Los cerros azules (1993) y Ana Bermejo (1996).
Jorge López Páez posee una virtud poco común en nuestro ámbito: de gente en apariencia común y corriente y hasta anodina, de situaciones a simple vista irrelevantes, es capaz de extraer los rasgos más desconcertantes, los pliegues más secretos y oscuros, y de ese modo da vida —gran vida— a lo inane. Así, un cantinero, un agricultor, un comerciante; un ama de casa, una secretaria, un estudiante, etcétera, son sacados de la modorra existencial gracias al agudísimo ojo del escritor: como un alquimista, Jorge se mete en el cuerpo y en el alma de sus personajes y los moldea a su arbitrio, para beneplácito de los lectores: descubrimos oro donde antes sólo mirábamos arcilla; fuego, donde antes percibíamos apenas cenizas. Por eso, luego de conocer a gente como los protagonistas de Los cerros azules (para mí uno de los mayores trabajos del huatusqueño), o de Ana Bermejo, uno aprende a ver la gente, las cosas, el mundo, de otro modo: sabe uno que detrás de cualquier gesto, de todo hecho, por nimios que puedan parecer, hay torrentes de vida, cascadas de experiencia humana. Uno aprende, en suma, a leer de otra forma el universo.
A lo largo de sus cuentos y novelas, a Jorge López Páez le inquietan tópicos como la fidelidad y su contraparte la traición; la soledad en medio del tumulto; la incomprensión de la gente ante hechos que les parecen lejanos no obstante estar casi frente a sus narices; y sobre todo, la muerte. Ésta es, junto con el mundo infantil, una de las constantes en su literatura. ¿Es que ambas, niñez y muerte, van de la mano, son sombra una de la otra, forman un trazo inescindible, sin remedio?
Y todo ese complejo sistema de relaciones humanas, de indudable tono filosófico, se da en la narrativa de este autor con una naturalidad pasmosa, porque sabe atemperar lo dramático con un cierto aire poético, porque atenúa lo esencialmente trágico con su preciso e implacable sarcasmo, con su sentido del humor fino y, a veces, demoledor. Es por eso que muchas de sus criaturas más castigadas por la vida pueden parecer en ocasiones cantantes de opereta; y al contrario: personajes de oropel se convierten de pronto en paradigmas de la catástrofe interior más severa. Y es quizá por lo mismo —el sarcasmo, el humor— que algunos críticos acusan a Jorge López Páez de algún desaliño prosístico; yo creo que más bien se trata de la naturalidad puesta al servicio de lo que ha de contarse: ¿para qué complicarse la vida —y complicársela al lector— cuando se están bordando asuntos de lo más complejo, acaso irresolubles? (Y aquí vale la pena destacar la fidelidad de los diálogos construidos por el autor: es una de sus armas narrativas más importantes. Debe observarse también su capacidad para cambiar de voz: hombres maduros, jóvenes, mujeres, niños... son bien correspondidos en el retrato que Jorge hace de ellos: por ejemplo, cuando "escuchamos" a Andrés, en El solitario Atlántico, jamás dudamos de su autenticidad: estamos frente a él. Somos él.)
Diré, por último, que en la literatura de Jorge López Páez hay siempre una propuesta en favor de la felicidad, aun a sabiendas de que ésta suele ser un arma caliente.
Otros libros del autor son Los invitados de piedra (1961); In memoriam, tía Lupe (1974); Doña Herlinda y su hijo y otros hijos (1993); Los cerros azules (1993, Premio Xavier Villaurrutia); y Lolita, toca ese vals (1994, Premio Internacional de Cuento "La palabra y el hombre").
Advertencia: Jorge López Páez parece tener preferencia por la narrativa de largo aliento, por lo que la mayoría de sus cuentos son muy largos, y alcanzan a veces las dimensiones de la noveleta; eso impide incluir en esta selección los que me parecen sus mejores relatos: rebasarían las proporciones establecidas por el editor. Sin embargo, en los textos —que no desmerecen en modo alguno respecto de los más logrados— el lector hallará varios de los rasgos característicos del mundo alucinante del veracruzano que he destacado, como su inclinación por el tema de la niñez y la muerte y, también, su sarcasmo y sentido del humor.
Ignacio Trejo Fuentes
FUENTE: http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=259&Itemid=31&limit=1&limitstart=1
martes, 20 de agosto de 2013
DANIEL SADA. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1992. CUENTO.
Daniel Sada
Poeta y narrador. Nació en Mexicali, México, el 25 de febrero de 1953; y falleció en la Ciudad de México, el 18 de noviembre del 2011. Estudió la Licenciatura en Periodismo, en la Escuela "Carlos Septién García". Publicó los libros de relatos Un rato (1985), Juguete de nadie y otras historias (1985), Los siete pecados capitales (Colectivo, 1989), Registro de causantes (1992, Premio Xavier Villaurrutia), Tres historias (1991), Antología presentida (1993), El límite (1996), Todo y la recompensa (2002) y Ese modo que colma (2010); las novelas Lampa vida (1980), Albedrío (1988), Una de dos (1994), llevada al cine en 2002, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999, Premio Nacional de Literatura "José Fuentes Mares"), Luces artificiales (2002), Ritmo Delta (2005, Premio Nacional de Narrativa Colima), La duración de los empeños simples (2006), Casi nunca (2008, Premio Herralde de Novela) y Ese modo que colma (2010); y los poemarios Los lugares (1977), El amor es cobrizo (2005) y Aquí (2008). El18 de noviembre del 2011, el día de su muerte, le otorgaron el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, en la categoría de Lingüística y Literatura.
FUENTE: http://arteycultura.uanl.mx/2012/03/20/presentacion-del-libro-de-poemas-el-amor-es-cobrizo-de-daniel-sada/
lunes, 19 de agosto de 2013
VICENTE QUIRARTE. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1991. POESÍA: "El ángel es vampiro".
Vicente Quirarte (Ciudad de México, 19 de julio de 1954- ) es un poeta y escritor mexicano. Obtuvo el doctorado en Letras Mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1998. Fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en el año 2002, tomó posesión de la silla XXXI el 19 de junio de 2003.1 Ha sido director de la Biblioteca Nacional de México del 2004 al 2008.2
Nació en la ciudad de México el 19 de julio de 1954. Poeta, narrador y ensayista. Estudió la maestría en lengua y literaturas hispánicas y en letras mexicanas, y el doctorado en letras en la FFyL de la UNAM. Ha sido profesor de la UIA, la ENEP-Acatlán, la UAM-Azcapotzalco, el Austin College, Texas (profesor visitante), la División de Estudios de Posgrado y la FFyL de la UNAM; investigador del IIFL de la UNAM; director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas; miembro de la comisión consultiva del CONACULTA; director general de publicaciones de la UNAM; fundador de la colección El Ala del Tigre; fundador y miembro del consejo de redacción de Sin Embargo; miembro del consejo de redacción de Vaso Comunicante; secretario de redacción de Revista Universidad de México, y de Amatlacuilo; director de la Biblioteca Nacional. Colaborador de Amatlacuilo, El Economista (columnista de Geografía Literaria), Revista Universidad de México, Sin Embargo, Unomásuno y Vaso Comunicante. Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2003. Becario del INBA/FONAPAS, 1977. Miembro del SNCA en 1997 y 2000. Miembro del SNI desde 2004. X Premio Punto de Partida 1977. Premio Nacional de Poesía Joven de México Elías Nandino 1979 por Vencer a la blancura. Medalla Gabino Barreda 1989 para estudios de posgrado. Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 1990 por El azogue y la granada: Gilberto Owen en su discurso amoroso. Premio Xavier Villaurrutia 1991 por El ángel es vampiro. En 1994 recibió la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de Creación Artística y Extensión de la Cultura. Premio Sergio Magaña 2000. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2011.
Cuento: Plenilunio de la muñeca (plaquette), Oasis, Los Libros del Fakir, 1984. || El amor que destruye lo que inventa, UAM, 1988. || El amor que destruye lo que inventa. Historia de la Historia, Conaculta (Lecturas Mexicanas), Tercera Serie, núm. 96, 1995.
Ensayo: La poética del hombre dividido en la obra de Luis Cernuda, UNAM-IIF, 1985. || Perderse para reencontrarse. Bitácora de Contempóraneos, UAM, 1985. || El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso, UNAM, Biblioteca de Letras, 1990. || Peces del aire altísimo. Poesía y poetas en México, UNAM/El Equilibrista, Manatí, 1993. || Tras las huellas del niño centenario (sobre Jean-Arthur Rimbaud), IMC, Cuadernos de Malinalco, 1995. || Sintaxis del vampiro. Una aproximación a su historia natural, Verdehalago, 1996. || La ciudad como cuerpo, ISSSTE, ¿Ya LeÍSSSTE?, 1999. || Vergüenza de los héroes. Armas y letras de la guerra entre México y Estados Unidos, Umbral, El Tule, 1999. || Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992), Cal y Arena, 2001.
Novela: La invensible, Planeta, 2012.
Poesía: Teatro sobre el viento armado, UV, Cuadernos del Caballo Verde, 1980. || Fra Filippo Lippi. Cancionero de Lucrezia Buti, UNAM, 1982. || Puerta del verano, Cuarto Menguante, Guadalajara, 1982. || Vencer a la blancura, Premiá, 1982. || Bahía Magdalena, UV, Luna Hiena, 1985. || Fragmentos del mismo discurso, UAM, Correo Menor, 1986. || La luz no muere sola, Gernika/SEP, El Nigromante, 1987. || El cuaderno de Aníbal Egea, IMC, Cuadernos de Malinalco, 1990. || El ángel es vampiro, Ediciones Toledo, 1991. || Luz de mayo, Toque, Poesía, Guadalajara, 1994. || Desde otra luz, DDF, 1996. || El dolorido sentir (en colaboración con Rubén Bonifaz Nuño), CONACULTA/CECUT/UNAM, Ars Amandi, 1998. || Vicente Quirarte (antología), UNAM, Material de Lectura, Serie Poesía Moderna, 1998. || El peatón es asunto de la lluvia, FCE, Letras Mexicanas, 1999. || Aníbal Egea, Brevedad, 2000. || Como a veces la vida (antología), Pre-Textos, Valencia, 2000. || Razones del samurai (1979-1999), UNAM, Poemas y Ensayos, 2000. || Zarabanda con perros amarillos, Colibrí/Secretaría de Cultura de Puebla, As de Oros, 2002; Écrits des forges poésie/Plan C, (edición bilingüe), 2004.
Teatro: La hija de Rapaccini, Era, 1990.
Antología: Cicatrices de varias geografías, Fundación Lola Buberek, Bogotá, Colombia, 1992. || Dramaturgia de las guerras civiles e intervenciones (1810-1867), CONACULTA, Teatro Mexicano Historia y Dramaturgia, 1994. || Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), UNAM/Coordinación de Humanidades/Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ida y Regreso al Siglo XIX, 2009.
Semblanza: César Gándara: "Vicente Quirarte: el elogio de la memoria".
FUENTE: http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/acervos/index.php/catalogo-biobibliografico/1039?showall=1
Nació en la ciudad de México el 19 de julio de 1954. Poeta, narrador y ensayista. Estudió la maestría en lengua y literaturas hispánicas y en letras mexicanas, y el doctorado en letras en la FFyL de la UNAM. Ha sido profesor de la UIA, la ENEP-Acatlán, la UAM-Azcapotzalco, el Austin College, Texas (profesor visitante), la División de Estudios de Posgrado y la FFyL de la UNAM; investigador del IIFL de la UNAM; director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas; miembro de la comisión consultiva del CONACULTA; director general de publicaciones de la UNAM; fundador de la colección El Ala del Tigre; fundador y miembro del consejo de redacción de Sin Embargo; miembro del consejo de redacción de Vaso Comunicante; secretario de redacción de Revista Universidad de México, y de Amatlacuilo; director de la Biblioteca Nacional. Colaborador de Amatlacuilo, El Economista (columnista de Geografía Literaria), Revista Universidad de México, Sin Embargo, Unomásuno y Vaso Comunicante. Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2003. Becario del INBA/FONAPAS, 1977. Miembro del SNCA en 1997 y 2000. Miembro del SNI desde 2004. X Premio Punto de Partida 1977. Premio Nacional de Poesía Joven de México Elías Nandino 1979 por Vencer a la blancura. Medalla Gabino Barreda 1989 para estudios de posgrado. Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 1990 por El azogue y la granada: Gilberto Owen en su discurso amoroso. Premio Xavier Villaurrutia 1991 por El ángel es vampiro. En 1994 recibió la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de Creación Artística y Extensión de la Cultura. Premio Sergio Magaña 2000. Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2011.
Obra publicada
Crónica: Enseres para sobrevivir en la ciudad, Conaculta/ICA, Los Cincuenta, 1994. || Nuevos viajes extraordinarios, Colibrí/Secretaría de Cultura de Puebla, Aguamarina, 2004. || Un paraguas y una máquina de coser, Terracota (La escritura invisible), 2012.Cuento: Plenilunio de la muñeca (plaquette), Oasis, Los Libros del Fakir, 1984. || El amor que destruye lo que inventa, UAM, 1988. || El amor que destruye lo que inventa. Historia de la Historia, Conaculta (Lecturas Mexicanas), Tercera Serie, núm. 96, 1995.
Ensayo: La poética del hombre dividido en la obra de Luis Cernuda, UNAM-IIF, 1985. || Perderse para reencontrarse. Bitácora de Contempóraneos, UAM, 1985. || El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso, UNAM, Biblioteca de Letras, 1990. || Peces del aire altísimo. Poesía y poetas en México, UNAM/El Equilibrista, Manatí, 1993. || Tras las huellas del niño centenario (sobre Jean-Arthur Rimbaud), IMC, Cuadernos de Malinalco, 1995. || Sintaxis del vampiro. Una aproximación a su historia natural, Verdehalago, 1996. || La ciudad como cuerpo, ISSSTE, ¿Ya LeÍSSSTE?, 1999. || Vergüenza de los héroes. Armas y letras de la guerra entre México y Estados Unidos, Umbral, El Tule, 1999. || Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992), Cal y Arena, 2001.
Novela: La invensible, Planeta, 2012.
Poesía: Teatro sobre el viento armado, UV, Cuadernos del Caballo Verde, 1980. || Fra Filippo Lippi. Cancionero de Lucrezia Buti, UNAM, 1982. || Puerta del verano, Cuarto Menguante, Guadalajara, 1982. || Vencer a la blancura, Premiá, 1982. || Bahía Magdalena, UV, Luna Hiena, 1985. || Fragmentos del mismo discurso, UAM, Correo Menor, 1986. || La luz no muere sola, Gernika/SEP, El Nigromante, 1987. || El cuaderno de Aníbal Egea, IMC, Cuadernos de Malinalco, 1990. || El ángel es vampiro, Ediciones Toledo, 1991. || Luz de mayo, Toque, Poesía, Guadalajara, 1994. || Desde otra luz, DDF, 1996. || El dolorido sentir (en colaboración con Rubén Bonifaz Nuño), CONACULTA/CECUT/UNAM, Ars Amandi, 1998. || Vicente Quirarte (antología), UNAM, Material de Lectura, Serie Poesía Moderna, 1998. || El peatón es asunto de la lluvia, FCE, Letras Mexicanas, 1999. || Aníbal Egea, Brevedad, 2000. || Como a veces la vida (antología), Pre-Textos, Valencia, 2000. || Razones del samurai (1979-1999), UNAM, Poemas y Ensayos, 2000. || Zarabanda con perros amarillos, Colibrí/Secretaría de Cultura de Puebla, As de Oros, 2002; Écrits des forges poésie/Plan C, (edición bilingüe), 2004.
Teatro: La hija de Rapaccini, Era, 1990.
Antología: Cicatrices de varias geografías, Fundación Lola Buberek, Bogotá, Colombia, 1992. || Dramaturgia de las guerras civiles e intervenciones (1810-1867), CONACULTA, Teatro Mexicano Historia y Dramaturgia, 1994. || Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), UNAM/Coordinación de Humanidades/Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Ida y Regreso al Siglo XIX, 2009.
Recursos electrónicos
Noticias: "Recibe Vicente Quirarte Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde", zacatesonline.com.mx, 19 de junio de 2011.Semblanza: César Gándara: "Vicente Quirarte: el elogio de la memoria".
FUENTE: http://www.literatura.bellasartes.gob.mx/acervos/index.php/catalogo-biobibliografico/1039?showall=1
domingo, 18 de agosto de 2013
JOSÉ LUIS RIVAS. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1990.POESÍA.
JOSÉ LUIS RIVAS.
(Tuxpan, Veracruz, 1950) es desde hace años uno de los grandes poetas de México e hispano-américa, también un gran traductor, ensayista y editor (FCE y Universidad Veracruzana). Con su primer libro, Tierra nativa (FCE, 1982), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer 1982, con La transparencia del deseo (Joaquín Mortiz, 1987) obtuvo el Aguascalientes y en 1990 el Xavier Villaurrutia por su poemario Brazos de mar (Gob. del Edo. de Veracruz) y su traducción de la Poesía completa de T. S. Eliot (UAM, 1990). Buena parte de sus versos ha sido reunida en Raz de marea. Obra poética (1975-1992) (FCE, 1994) y Ante un cálido norte (1993-2003) (FCE, 2006), donde se incluyen traducciones de Derek Walcott y Shakespeare. Es autor también de Luz de mar abierto (Vuelta, México, 1992), Un navío, un amor (Era-Conaculta, 2004) y Pájaros (UANL-Trilce, 2005). Formó parte del equipo de las revistas Diálogos y La Gaceta del Fondo. Obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la rama de Lingüística y Literatura. Nos ha enviado un poema que sintetiza de manera extraordinaria su trabajo en este género, un trabajo de celebración del mundo.
Conaculta rinde homenaje al vate en el 61 aniversario de su nacimiento, que se cumple este 28 de enero
A través de casi treinta años de trabajo José Luis Rivas Vélez (28 de enero de 1950) ha construido un proyecto poético basado en el deseo de poder transmitir algo que genere una emoción semejante a la que él experimenta al escribir. Su incesante y prolífico trabajo poético recoje su visión sobre el mundo, su percepción de la vida del ser humano, sus emociones, sus sueños, su devenir en la historia. Conaculta le rinde homenaje en ocasión del 61 aniversario de su natalicio.
José Luis Rivas lamenta que la mayoría de las personas no cultiven al niño que todos llevamos dentro, que lo abandonemos "en pos de las necesidades del mundo, de la necesidad tan machaconamente repetida de producir y ser útil".
El poeta expresa que tuvo una infancia "bella en muchos aspectos, desde el punto de vista de lo bello natural. Nací muy cerca de un río y la fascinación que ejerció desde que tuve conciencia ha estado siempre, ese río desemboca a diez kilómetros en el mar y bueno esas imágenes han estado siempre en mi imaginación y en mi escritura también, hay además ciertos sueños de infancia, más bien ensoñaciones que tenían que ver con una pequeña balsa rudimentaria que yo había construido una pequeña arca de Noé selectiva en la que yo seleccionaba a los animales las personas y las plantas que harían conmigo un viaje y que terminaba desvaneciéndose en el sueño".
Nacido en Tuxpan, Veracruz, poeta, ensayista y traductor, Rivas Vélez estudió filosofía y letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ha sido investigador en el Centro de Investigaciones y Servicios Educativos y en el de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México; redactor de la revista Diálogos; jefe del Departamento de Educación en el Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC); fundador y miembro del consejo de la revista Caos.
Como editor ha sidocoordinador de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, que coordinó junto a Adolfo Castañón, Jaime Moreno Villarreal, Christopher Domínguez y Alejandro Katz.
Durante 14 años que estuvo al frente de la Dirección General Editorial de la Universidad Veracruzana, tiempo en el que consolidó el prestigio de la institución puesto que amplió el catálogo con nombres como Octavio Paz, Joseph Roth, Heimito von Doderer, Joseph Conrad, Fernando Savater, Alberto Manguel, Jerzy Andrzejewski y Jean Genet, entre muchos otros.
Sobre el trabajo de José Luis Rivas en la UV, el rector Raúl Arias Lovillo, ha expresado: "Esta condición de todo editor que se precie de serlo, se cumple con creces en el caso de José Luis, cuya fiebre por la cultura se pone de manifiesto en los libros de filosofía, historia, psicología, poesía y narrativa que ha editado. Incluso después de dejar la Dirección Editorial, el impulso y la orientación que supo darle a las ediciones de esta casa de estudios se mantienen hasta el día de hoy, y muchos de los volúmenes publicados por él siguen siendo una referencia ineludible entre todos aquellos que se interesan por la literatura y la cultura en general".
José Luis Rivas ha tenido, también, una importante carrera como traductor, labor que practica desde hace varios años. A él debemos la primera traducción al castellano de la Poesía completa de T. S. Eliot, publicada por la Universidad Autónoma Metropolitana en 1990, trabajo que junto con Brazos de mar le valieron el Premio Xavier Villaurrutia en ese año.
También tradujo las obras de Saint-John Perse, editadas por Era; la Poesía completa de Arthur Rimbaud; el Omeros de Derek Walcott; una versión de La violación de Lucrecia de Shakespeare; un volumen de elegías eróticas de John Donne; las Odas de Píndaro; y versiones y recreaciones de obras de Pound, Joseph Brodsky, Aimé Césaire, Pierre Reverdy, al egipcio Georges Schehadé, Michel Tournier, Jean Marie C. Le-Clezio, Henri Bosco, Georges Schehadé y Jules Supervielle.
Rivas afirma que: "Traducir exige una especie de compenetración completa con la obra que necesitamos trasladar" y asegura que este oficio le ha permitido reescribir sólo las obras que a él le hubiera gustado escribir.
Recientemente trabajó en la traducción de una novela en verso de Les Murray, poeta australiano, que está nominado desde hace años al Premio Nobel.
José Luis Rivas ha escrito a lo largo de su carrera en medios como Agua que Pasa, Caos, Crítica, Enlace, Extensión, La Gaceta del FCE, Letras Libres, Novedades, Pauta, Revista de la Biblioteca de México, Revista Universidad de México, Sábado, y Vuelta. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en 1989 y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 1994.
Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer en 1982 por Tierra Nativa; Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1986 por La transportación del deseo; Premio Nacional de Periodismo 1987; Premio Nacional de Traducción de Poesía 1990 por Poetas metafísicos ingleses. Premio Ramón López Velarde 1996 por Río; Medalla Gonzalo Aguirre Beltrán 2002, y en diciembre del 2009 galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Lingüística y Literatura.
Su poemario La transparencia del deseo se incluye en la compilación Premio de Poesía Aguascalientes 30 años, 1978-1987.
El escritor Hernán Lara Zavala refiere que "José Luis Rivas es una de las voces más originales de la poesía mexicana y, me atrevería a decir, de la poesía contemporánea en lengua española. Es único y perfectamente identificable en el mundo de habla hispana".
Entre otros libros, José Luis Rivas ha publicado, en Poesía: Fresca de risa, Martín Pescador, 1981; Tierra nativa, FCE, Letras Mexicanas, 1982; Relámpago la muerte, Martín Pescador, 1985; La balada del capitán, UAM, Molinos de Viento, 1986; La transparencia del deseo, Joaquín Mortiz, 1987; Brazos de mar, Gob. del Edo. de Veracruz, Escritores Veracruzanos, Serie Los Voladores, 1990; Asunción de las islas, UAM, 1992; Luz de mar abierto, Vuelta, 1992; Ras de marea (poesía reunida 1975–1992), FCE, 1993; Río, publicado simultáneamente por la UAZ y el FCE, 1996; Estuario, publicado simultáneamente por Conaculta, Práctica Mortal y Norma, Bogotá, 1998; Por mor del mar, publicado simultáneamente por Ditoria y Visor Libros, Madrid, 2002; Ante un cálido norte (poesía reunida 1993-2003), FCE, 2005; Pájaros, Trilce/UANL, Tristán Lecoq, 2005; y Un navío, un amor, ERA, 2005.
YUL
México / Distrito Federal
Fuente: http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=10979#.UhEG1y2jmP8
Brazos de mar
Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar... La
mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran
mondas lucientes de piel de niño...
Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que
escurren todavía cuando un anciano sin dientes,
ayudado de una hueca brizna de papayo, se alista
a beber en su hamaca el agua de un coco.
Sólo destellos en viaje por la arena... Mueve el viento la
mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado
de un águila marina apunta el latir imperceptible
del alba.
Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar... La
mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie
de una escarpa en las treguas del rompiente.
Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros
sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo
que a cielo abierto nos rehuye.
Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos
a hurto de nuestro anhelo.
¿Cómo prestar al sueño
alas
que no sean las tuyas,
mar
de mis brazos abiertos en el aire?
sábado, 17 de agosto de 2013
CARMEN BOULLOSA. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1989.NOVELA.
Carmen Boullosa (Ciudad de México, 4 de septiembre de 1954) es una poeta, novelista, guionista1 y dramaturga mexicana. Forma parte de la generación sin nombre que se agrupó alrededor del Taller Martín Pescador, a la que pertenecieron Roberto Bolaño, Verónica Volkow y otros.
Wikipedia.
Carmen Boullosa (ciudad de México, 1954). Dramaturga, narradora, poeta y editora. Estudió lengua y literaturas hispánicas en la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Becaria Salvador Novo (1976), del INBA/FONAPAS (1979), del Centro Mexicano de Escritores (1980), de la Fundación Guggenheim (1992). En 1998 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte de México; después participó en el New York Public Library’s Center for Scholars and Writers (2001). Recibió el Premio Xavier Villaurrutia (1989) por Antes, La Salvaja y Papeles irresponsables. Premio Liberatur (1996), Frankfurt, Alemania, por la versión alemana de La milagrosa. Premio Anna Seghers (1997), de la Academia de las Artes de Berlín, por el conjunto de su obra. Premio de Novela Café Gijón (2008) por El complot de los románticos (Siruela, 2009).
Ha sido profesora visitante en San Diego State University (1990) y en Georgetown University (1998). Ocupó la Cátedra Alfonso Reyes de la Sorbonne (2001), así como la Cátedra Andrés Bello del King Juan Carlos Center de New York University (2002-2003), Columbia University (2003-2004). Fue becaria de las siguientes instituciones: Fundación Guggenheim (1992), Künstlerprogramm DAAD, Berlín (1996), LiBeraturpreis, Fráncfort del Meno (1997), Anna Seghers-Preis, Berlín (2001), Centro para Escritores y Académicos de la Biblioteca Pública de Nueva York, hoy Cullman Center.
Se han puesto en escena numerosas obras suyas: Vacío; 13 señoritas; X-E-Bubulú, en colaboración con Alejandro Aura: Cocinar hombres y Los totoles.
Su obra publicada incluye cuento: La Midas, Limusa, 1986; El fantasma y el poeta, Sexto Piso, Narrativa, 2007. Ensayo: Cuando me volví mortal, Cal y Arena, 2010. Novela: Mejor desaparece, Océano, 1987; Antes, Vuelta, 1989; Punto de Lectura, 2007; Son vacas, somos puercos, ERA, 1991; Isabel (novela por entregas), Unomásuno, 1992; Llanto, ERA, 1992; El médico de los piratas, Siruela, 1992; La milagrosa, ERA, 1993; Duerme, Alfaguara, Madrid, 1994; Quizá, Monte Avila Editores, Caracas, 1995; Cielos de la tierra, Alfaguara, 1997; Treinta años, Alfaguara, 1999; Punto de Lectura, 2007; De un salto descabalgaba la reina, Debate, 2002; La otra mano de Lepanto, Siruela/FCE, 2005; La novela perfecta, Alfaguara, 2006; El Velázquez de París, Siruela, España, 2007; La virgen y el violín, Siruela, 2008; El complot de los románticos, Siruela, España, 2009; Las paredes hablan, Siruela, España, 2010. Poesía: El hilo olvida, La Máquina de Escribir, 1978; La memoria vacía, Martín Pescador, 1978; Ingobernable, UNAM, Cuadernos de Poesía, 1979; Lealtad, Martín Pescador, 1981; Abierta, Práctica de Vuelo, 1983; La salvaja, FCE, 1988; La delirios, FCE, 1998; Sangre, Taller Tres Sirenas, 1991; Soledumbre, UAM, Al Margen, 1992; Envenenada: antología personal, Pequeña Venecia, Caracas, 1993; Niebla, Martín Pescador, Michoacán, 1997; Jardín Eliseo, Elyssian Garden, trad. Psiche Hugues, litografías de Phillip Huges, Artegráfico, Monterrey, 1999; La Delirios, FCE, Letras Mexicanas, 1998; Agua, El Taller Martín Pescador, 2000; La bebida, FCE, 2002; Salto de mantarraya-Jump of the Mantarray, The Old School Press, 2002; Salto de mantarraya (y otros dos), FCE, 2005; Allucinata e selvaggia (poesie 1989-2004) [Edición bilingüe italiano-español], LietoColle, Italia, 2008; La patria insomne, UANL/Hiperión, 2011. Teatro: Cocinar hombres: obra de teatro intimo, Ediciones La Flor, 1985; Teatro herético (Aura y las 11 mil vírgenes, Cocinar Hombres y Propusieron a María), UAP, 1987; Mi versión de los hechos, Arte y Cultura, 1987; Pesca de piratas: audiolibro, Radio Educación, 1993; Los Totoles, Alfaguara, 2000.
Fuente: http://www.lanovelacorta.com/index.php?option=com_content&view=article&id=175&Itemid=171
Wikipedia.
Carmen Boullosa (ciudad de México, 1954). Dramaturga, narradora, poeta y editora. Estudió lengua y literaturas hispánicas en la Universidad Iberoamericana y en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Becaria Salvador Novo (1976), del INBA/FONAPAS (1979), del Centro Mexicano de Escritores (1980), de la Fundación Guggenheim (1992). En 1998 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte de México; después participó en el New York Public Library’s Center for Scholars and Writers (2001). Recibió el Premio Xavier Villaurrutia (1989) por Antes, La Salvaja y Papeles irresponsables. Premio Liberatur (1996), Frankfurt, Alemania, por la versión alemana de La milagrosa. Premio Anna Seghers (1997), de la Academia de las Artes de Berlín, por el conjunto de su obra. Premio de Novela Café Gijón (2008) por El complot de los románticos (Siruela, 2009).
Ha sido profesora visitante en San Diego State University (1990) y en Georgetown University (1998). Ocupó la Cátedra Alfonso Reyes de la Sorbonne (2001), así como la Cátedra Andrés Bello del King Juan Carlos Center de New York University (2002-2003), Columbia University (2003-2004). Fue becaria de las siguientes instituciones: Fundación Guggenheim (1992), Künstlerprogramm DAAD, Berlín (1996), LiBeraturpreis, Fráncfort del Meno (1997), Anna Seghers-Preis, Berlín (2001), Centro para Escritores y Académicos de la Biblioteca Pública de Nueva York, hoy Cullman Center.
Se han puesto en escena numerosas obras suyas: Vacío; 13 señoritas; X-E-Bubulú, en colaboración con Alejandro Aura: Cocinar hombres y Los totoles.
Su obra publicada incluye cuento: La Midas, Limusa, 1986; El fantasma y el poeta, Sexto Piso, Narrativa, 2007. Ensayo: Cuando me volví mortal, Cal y Arena, 2010. Novela: Mejor desaparece, Océano, 1987; Antes, Vuelta, 1989; Punto de Lectura, 2007; Son vacas, somos puercos, ERA, 1991; Isabel (novela por entregas), Unomásuno, 1992; Llanto, ERA, 1992; El médico de los piratas, Siruela, 1992; La milagrosa, ERA, 1993; Duerme, Alfaguara, Madrid, 1994; Quizá, Monte Avila Editores, Caracas, 1995; Cielos de la tierra, Alfaguara, 1997; Treinta años, Alfaguara, 1999; Punto de Lectura, 2007; De un salto descabalgaba la reina, Debate, 2002; La otra mano de Lepanto, Siruela/FCE, 2005; La novela perfecta, Alfaguara, 2006; El Velázquez de París, Siruela, España, 2007; La virgen y el violín, Siruela, 2008; El complot de los románticos, Siruela, España, 2009; Las paredes hablan, Siruela, España, 2010. Poesía: El hilo olvida, La Máquina de Escribir, 1978; La memoria vacía, Martín Pescador, 1978; Ingobernable, UNAM, Cuadernos de Poesía, 1979; Lealtad, Martín Pescador, 1981; Abierta, Práctica de Vuelo, 1983; La salvaja, FCE, 1988; La delirios, FCE, 1998; Sangre, Taller Tres Sirenas, 1991; Soledumbre, UAM, Al Margen, 1992; Envenenada: antología personal, Pequeña Venecia, Caracas, 1993; Niebla, Martín Pescador, Michoacán, 1997; Jardín Eliseo, Elyssian Garden, trad. Psiche Hugues, litografías de Phillip Huges, Artegráfico, Monterrey, 1999; La Delirios, FCE, Letras Mexicanas, 1998; Agua, El Taller Martín Pescador, 2000; La bebida, FCE, 2002; Salto de mantarraya-Jump of the Mantarray, The Old School Press, 2002; Salto de mantarraya (y otros dos), FCE, 2005; Allucinata e selvaggia (poesie 1989-2004) [Edición bilingüe italiano-español], LietoColle, Italia, 2008; La patria insomne, UANL/Hiperión, 2011. Teatro: Cocinar hombres: obra de teatro intimo, Ediciones La Flor, 1985; Teatro herético (Aura y las 11 mil vírgenes, Cocinar Hombres y Propusieron a María), UAP, 1987; Mi versión de los hechos, Arte y Cultura, 1987; Pesca de piratas: audiolibro, Radio Educación, 1993; Los Totoles, Alfaguara, 2000.
Fuente: http://www.lanovelacorta.com/index.php?option=com_content&view=article&id=175&Itemid=171
viernes, 16 de agosto de 2013
ERNESTO DE LA PEÑA. PREMIO XAVIER VILLAURRUTIA 1988. CUENTO.
La sabiduría no se oculta. La generosidad, tampoco. Sabiduría y generosidad son los dos pilares que sostienen a Ernesto de la Peña
La sabiduría no se oculta. La generosidad, tampoco. Sabiduría y generosidad son los dos pilares que sostienen a Ernesto de la Peña, al erudito sin pedantería, a ese extraño ombudsman de la cultura quien ha animado como pocos y con minuciosidad de relojero la mesa de la cultura.Si De la Peña no ha logrado masificar la lectura de los clásicos, su persistencia nos ha hecho ver que ellos, los clásicos, allí están y tienen muchas cosas de actualidad qué decirnos.
"Es obligado, dice, leer a los clásicos y es necesario alejarse de los libros de moda". Tiene razón: los libros accesorios son eso, accesorios, y los esenciales los que subsisten generación tras generación, los que en realidad pueden acompañarnos.
Poeta, ensayista, cuentista, novelista Ernesto de la Peña es una de las máximas autoridades del mundo en materia de religiones. Para cristianos, judíos, musulmanes es una referencia inevitable. A los creyentes los invita a leer los Evangelios sin miedo a condenarse y a los ateos a encontrar en los ritos religiosos ese humanismo que muchas veces nos hace falta. Con él podremos enterarnos, por ejemplo, que Jesucristo no nació el 24 de diciembre pero, también, que su doctrina del perdón, que anula el pasado, nos puede humanizar.
Ernesto de la Peña nació en una biblioteca el 21 de noviembre de 1927. Estudió letras en la UNAM y allí, griego, latín, ruso, árabe, sánscrito, chino, lingüística indoeuropea y hebreo. En la actualidad domina más de treinta idiomas y conoce, como muy pocos, ese lenguaje universal que es la música. No en vano es uno de los comentaristas de The Metropolitan Opera House.
Aunque es autor de pocos libros a él debemos una de las labores de difusión cultural más constantes en nuestro país. Desde los setentas incursionó en los medios electrónicos con programas o secciones especializados en literatura, música, lingüística. El fue uno de los pioneros y principales divulgadores de las etimologías de manera masiva en televisión. "Sopa de letras", programa en el que varios eruditos de manera amena indagaban sobre el origen de las palabras que el público les pedía, hizo época.
Una de sus últimas incursiones en ese sentido las hizo en el primer programa dedicado al fenómeno migratorio, "Conexión México", con la cápsula "Espanglés" en la que despejaba las dudas de ciertas expresiones idiomáticas o palabras utilizadas por los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Es lástima que De la Peña ya no cuente con un espacio en la televisión y radio culturales para que comparta su erudición lingüística en forma amena.
Por fortuna aún conserva espacios en la radio donde puede reflexionar, por ejemplo, sobre Shakespeare y la ciencia ficción, o sobre el interminable universo de la llamada música clásica.
Este 21 de noviembre será homenajeado en Bellas Artes por sus ochenta años. Qué bueno, pero el mejor homenaje consistiría en reeditar sus libros que no son muchos y que no son fáciles de conseguir. "Las estratagemas de Dios" (Premio Xavier Villaurrutia 1988), "Las máquinas espirituales" (1991); "El indeleble caso de Borelli" (1991), Mineralogía para intrusos (1993); "El centro sin orilla" (1997), "Las controversias de la fe" (1999), "Los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan" (versión directa del griego) y "Palabras para el desencuentro" (2005).
Podrían también editarse en forma de disco o de libro sus programas sobre opera, literatura o religiones , como ya se hizo con "El centro sin orilla"y reunir sus excelentes traducciones y ensayos sepultados en las hemerotecas como los que dedicó a Proust, Valéry, Mallarmé, Eliot, Rilke, Ezra Pound, Prokofiev, Homero, Anaxágoras, Bach, Wagner, Mata Hari.
La tradición de los medios electrónicos es el olvido. Buena parte del trabajo de divulgación cultural de Ernesto de la Peña lo ha hecho en esos medios. Ojalá y no permitamos que su vasto saber forme parte de esa tradición. Siempre es provechoso para todos tener acceso al saber ardiente.
Fuente:
http://www.esmas.com/noticierostelevisa/noticieros/678428.HTML
jueves, 15 de agosto de 2013
ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY. Premio Xavier Villaurrutia 1987.
Alberto Ruy Sánchez Lacy (Ciudad de México, 7 de diciembre de 1951), es un editor y escritor mexicano, autor de más de veinte libros de ensayo, poesía, cuento y novela.
Desde 1988 es Director General de la revista Artes de México y Presidente del Consejo de la empresa editorial que la publica. Sin duda la publicación de arte y cultura líder en América Latina, con más de cien premios nacionales e internacionales en su primera década. Doctorado por la Universidad de París, ha sido profesor invitado en varias universidades, incluyendo Stanford y Middlebury, e imparte con frecuencia conferencias y seminarios en Europa, África, Asia y todo el continente americano. Su obra ha sido elogiada por Octavio Paz, Juan Rulfo, Severo Sarduy, Alberto Manguel, Claude-Michel Cluny entre otros, y ha sido premiado por varias instituciones. Como narrador es un autor de culto cuyos libros no dejan de reeditarse y como ensayista es un respetado e influyente crítico cultural cuyas ideas crean opinión.
FUENTE: WIKIPEDIA.
Los nombres del aire
«Los nombres del aire es una sorpresa. No invención de un lenguaje sino un lenguaje inventor de atmósferas insólitas.» Octavio Paz
Esta novela es una exploración de la sensibilidad deseante de las mujeres. Así como su novela hermana, En los labios del agua, interroga el deseo de los hombres; y una tercera, Los jardines secretos de Mogador, es una búsqueda de sus encuentros en fugaces paraísos.
Todas se sitúan en la ciudad imaginaria de Mogador. Donde se tejen los deseos, donde los cuerpos voraces se transforman imaginariamente, donde todo nos recuerda la profunda vena arábigo-andaluza de nuestra cultura, como una cicatriz olvidada detrás de nuestro sexo.
La prosa de Los nombres del aire es un espacio envolvente, lleno de placeres minuciosos. Está muy cerca de la poesía y su estructura minuciosa es como un poema extenso: es seductora prosa de intensidades
http://www.alfaguara.com/mx/libro/los-nombres-del-aire-1/
Desde 1988 es Director General de la revista Artes de México y Presidente del Consejo de la empresa editorial que la publica. Sin duda la publicación de arte y cultura líder en América Latina, con más de cien premios nacionales e internacionales en su primera década. Doctorado por la Universidad de París, ha sido profesor invitado en varias universidades, incluyendo Stanford y Middlebury, e imparte con frecuencia conferencias y seminarios en Europa, África, Asia y todo el continente americano. Su obra ha sido elogiada por Octavio Paz, Juan Rulfo, Severo Sarduy, Alberto Manguel, Claude-Michel Cluny entre otros, y ha sido premiado por varias instituciones. Como narrador es un autor de culto cuyos libros no dejan de reeditarse y como ensayista es un respetado e influyente crítico cultural cuyas ideas crean opinión.
FUENTE: WIKIPEDIA.
Los nombres del aire
«Los nombres del aire es una sorpresa. No invención de un lenguaje sino un lenguaje inventor de atmósferas insólitas.» Octavio Paz
Esta novela es una exploración de la sensibilidad deseante de las mujeres. Así como su novela hermana, En los labios del agua, interroga el deseo de los hombres; y una tercera, Los jardines secretos de Mogador, es una búsqueda de sus encuentros en fugaces paraísos.
Todas se sitúan en la ciudad imaginaria de Mogador. Donde se tejen los deseos, donde los cuerpos voraces se transforman imaginariamente, donde todo nos recuerda la profunda vena arábigo-andaluza de nuestra cultura, como una cicatriz olvidada detrás de nuestro sexo.
La prosa de Los nombres del aire es un espacio envolvente, lleno de placeres minuciosos. Está muy cerca de la poesía y su estructura minuciosa es como un poema extenso: es seductora prosa de intensidades
http://www.alfaguara.com/mx/libro/los-nombres-del-aire-1/
SERGIO GALINDO. Premio Xavier Villaurrutia 1986. NOVELA.
El aporte de Sergio Galindo
Otilia Rauda: una novela
que desborda sus costuras
Claudia Domínguez
Galindo, editor
El oficio del editor implica no sólo encargarse de la preparación y distribución de libros, sino también una apuesta que se deriva del saber, la sensibilidad literaria y la intuición. Paralelo a su trabajo creativo, Sergio Galindo supo combinar la labor de difusión y edición de obras de la literatura mexicana, latinoamericana y mundial en una época en la que el centralismo dominaba aún más que en nuestros días. De hecho, a partir de 1957, cuando Galindo funda el Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana, junto con la revista La Palabra y el Hombre, la entonces modesta casa de estudios rebasa las fronteras locales y nacionales y da a entender a la clase intelectual de su tiempo que algo interesante se estaba gestando en Veracruz.
No se trataba sólo de buenas intenciones. A través de la Colección Ficción la provincia puso el ejemplo al atraer a autores consagrados pero sobre todo al editar textos de escritores entonces poco conocidos y traducir obras modernas. Como señala Margo Glantz: "Cuando mucha gente aún se reía con sorna de las aventuras de Aureliano Buendía unidas a la interminable escrituración dirigida a los generales colombianos, Sergio [Galindo] publicaba Los funerales de la mamá grande, de Gabriel García Márquez y El diario de Lecumberri, de Álvaro Mutis, el teatro de Emilio Carballido y el de Luisa Josefina Hernández, los textos de Rosario Castellanos, Lolita Castro [sic], Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, los cuentos de José de la Colina y Juan Vicente Melo, El doctor y los demonios, de Dylan Thomas, los de Max Aub, y los de Cardoza y Aragón y claro, ¡cómo podían faltar!, los cuentos de José Revueltas, nada menos que Dormir en tierra. La brillante labor editorial, generosa, profética de Sergio tenía su continuidad lógica en la revista. La Palabra y el Hombre llegó a constituirse en una institución: eran los tiempos del rector Aguirre Beltrán por quien Sergio llegó a Xalapa de nuevo y después de los de Fernando Salmerón, rector también, más tarde."
Trayectoria del escritor
Sergio Galindo (2 de septiembre de 1926-3 de enero de 1993). Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1955 a 1956. En la uv fundó las colecciones Ficción y Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, así como la revista La Palabra y el Hombre. Fue director de la Editorial de la uv de 1957 a 1964. En 1965 fue director del Departamento de Coordinación del Instituto Nacional de Bellas Artes (inba) y posteriormente de la Dirección de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública. De 1974 a 1976 fue director del inba y en 1975 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua.
Recibió las condecoraciones: Honorary Officer of the Most Exce-llent Order of the British Empire de Gran Bretaña en 1975; Méritos en la Cultura, de Polonia en 1976, y Orden de la Estrella de Yugoslavia en 1977. Su obra ha sido incluida en diversas antologías de México y el extranjero y traducida a varios idiomas. Fue merecedor del Premio de Novela Mariano Azuela en 1984, el Premio Xavier Villaurrutia en 1986 y el Premio José Fuentes Mares en 1987.
Obra publicada: La máquina vacía (cuentos, 1951), Polvos de arroz (novela, 1958), La justicia de enero (noveleta, 1959), El bordo (Novela, 1960), La comparsa (novela, 1964), Nudo (novela, 1970), ¡Oh, hermoso mundo! (cuentos, 1975), El hombre de los hongos (Noveleta leída en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana en 1975, publicada un año más tarde), Este laberinto de hombres (cuentos, 1979), Los dos ángeles (novela, 1984), Declive (novela, 1985), Terciopelo violeta (cuentos, 1985) y Otilia Rauda (novela, 1986).
FUENTE: http://www.uv.mx/gaceta/52/quemar/quemar03.htm
Otilia Rauda: una novela
que desborda sus costuras
Claudia Domínguez
El poder que asienta su base en la perturbación erótica es el arma de dos filos de la protagonista de quizá la más célebre de las novelas del veracruzano Sergio Galindo (1926-1993): Otilia Rauda. En su rebeldía, como la única forma de manifestación que su entorno le permite dado el "esplendor escandaloso de su cuerpo", Otilia se resiste a la cosificación, a ser sólo un cuerpo poseído, pero su solución consiste en una paradoja: sucumbir de forma exorbitante al destino que todos le vaticinaban desde que su cuerpo desbordó las costuras de sus ropas de niña, accediendo frenéticamente al placer sexual como una forma de anulación de todo precepto social.
Pero la tragedia sobreviene cuando singulariza su pasión en un solo objeto que, como ella, transita en su propio túnel solitario.
Durante su trayectoria como cuentista y novelista, Galindo se fortalece como uno de los escritores paradigmáticos de una visión cada vez más íntima de lo humano, en un país en el que las preocupaciones sociales cada vez estaban más lejos de las clases medias. De ahí que el orden y el poder sean los ejes que recorren sus textos desde los años setenta, para cuestionarlos y romperlos. Además, sus personajes femeninos ya no son tanto seres sufrientes y solitarios sino eminente y carga-damente políticos, política no sólo como poder institucionalizado, sino como el que abarca también a la vida cotidiana. De este modo, el autor retoma la mejor tradición de la novela mexicana, la de ser un retrato crítico de la sociedad, pero sin olvidar las lecciones formales de los años herméticos, los de la experimentación narrativa.
Lo anterior es evidente en Otilia Rauda (1986), la cual le valió a Galindo el favor de la crítica y el Premio Xavier Villaurrutia . Las acronías, las sutiles rupturas del tiempo narrativo, enlazadas apenas por la coincidencia espacial o las asociaciones temáticas, son también parte de las características que demuestran la calidad literaria a la cual había arribado Sergio Galindo cuando confecciona esta novela, cuyo tiempo no es lineal pese a su sencillez aparente. Comienza en la madurez de Otilia hacia 1941, quien al parecer nace en 1902, retrocede a los años treinta, se asienta en el porfiriato durante la adolescencia de esa muchacha, por la que pasaron 11 bailes, 11 septiembres, 11 amenazas de muerte formuladas por el padre a los moscardones que clavaban su vista en las formas de la chica –sin que nadie digno se acercase a ella–, y en el transcurso se alterna la impronta local de la Revolución, a través de los sucesivos mandatos y desmanes de Madero, Huerta, Carranza, Obregón y el gobernador Tejeda.
Otilia Rauda es la historia de personajes ubicados principalmente en la zona vigueña veracruzana, en las cercanías de un Perote literario y real en su permanente aire frío de montaña y en esa neblina que esconde y deja constancia de la existencia de seres que encuentran cálido cobijo en el excitante cuerpo de Otilia. Historia de la redención de los irredimibles, de los excluidos del orden social y moral, de odios que son parte del amor, como diría Nedda G. de Anhalt: "producto de un fabulador cuyo mundo parte de causas y efectos paradójicos; uno en cuya esfera la ambigüedad nunca termina".
La paradoja es el recurso más evidente de Galindo en Otilia Rauda: la belleza del cuerpo contrasta con la fealdad del rostro de Otilia; asimetría que a la vez asegura a ese pueblo con ansias de ciudad que Cruz, la madre de la muchacha "no pecó" dado el extraordinario parecido de ese rostro adiposo y bizco con Isaac, su esposo. Lo que se relaciona con el "equilibrio" de la doble marginalidad de Otilia: fea y mujer, con un cuerpo hecho para goces irrefrenables. Sin embargo, la única descendiente de la rica familia de terratenientes es estéril gracias a una enfermedad de Venus contagiada por Isidro, su marido comprado, el mediocre carnicero y policía, legal pero indigno "dueño" de ese cuerpo que concentra los anhelos masculinos del pueblo y sus inmediaciones.
La hija de los Rauda es una amenaza para la estabilidad conyugal, la envidia de las mujeres, un atentado a las buenas costumbres por su hermosura desafiante, monstruosa en su perfección. Su misma cualidad de atracción es lo que la vuelve repulsiva para su sociedad. Ante esto, Otilia suele refugiarse en sí misma, en su incondicional amigo Melquíades y en Rubén Lazcano posteriormente, el primero es el "bobo" del pueblo, un gigante deforme que es como una versión local de Vulcano, el cónyuge de la Diosa del Amor; mientras que Rubén está signado por la vida al margen de la ley, jaloneado por las circunstancias sociales e históricas que le afectan íntimamente y le condicionan el destino, un hombre hermoso, un príncipe azul en negativo, imposibilitado para corresponder a la ternura y pasión que Otilia deposita en él en forma obstinada, y ante la ruptura de la esperanza del amor, lo que resulta es la destrucción, el odio apasionado. En apariencia, algo incompatible en un texto que en su etapa embrionaria fuera designado por su autor como "Los encuentros".
Así es como en esta novela, considerada como la obra cumbre de Sergio Galindo, desembocan los elementos esenciales de este autor xalapeño que desbordó los límites de lo local a través de uno de sus escenarios privilegiados: Las Vigas, pero cuestionando por medio de ese universo pequeño y a la vez paradigmático la hipocresía social que impide a los sujetos vivir el amor, la libertad, la existencia misma.
Pero la tragedia sobreviene cuando singulariza su pasión en un solo objeto que, como ella, transita en su propio túnel solitario.
Durante su trayectoria como cuentista y novelista, Galindo se fortalece como uno de los escritores paradigmáticos de una visión cada vez más íntima de lo humano, en un país en el que las preocupaciones sociales cada vez estaban más lejos de las clases medias. De ahí que el orden y el poder sean los ejes que recorren sus textos desde los años setenta, para cuestionarlos y romperlos. Además, sus personajes femeninos ya no son tanto seres sufrientes y solitarios sino eminente y carga-damente políticos, política no sólo como poder institucionalizado, sino como el que abarca también a la vida cotidiana. De este modo, el autor retoma la mejor tradición de la novela mexicana, la de ser un retrato crítico de la sociedad, pero sin olvidar las lecciones formales de los años herméticos, los de la experimentación narrativa.
Lo anterior es evidente en Otilia Rauda (1986), la cual le valió a Galindo el favor de la crítica y el Premio Xavier Villaurrutia . Las acronías, las sutiles rupturas del tiempo narrativo, enlazadas apenas por la coincidencia espacial o las asociaciones temáticas, son también parte de las características que demuestran la calidad literaria a la cual había arribado Sergio Galindo cuando confecciona esta novela, cuyo tiempo no es lineal pese a su sencillez aparente. Comienza en la madurez de Otilia hacia 1941, quien al parecer nace en 1902, retrocede a los años treinta, se asienta en el porfiriato durante la adolescencia de esa muchacha, por la que pasaron 11 bailes, 11 septiembres, 11 amenazas de muerte formuladas por el padre a los moscardones que clavaban su vista en las formas de la chica –sin que nadie digno se acercase a ella–, y en el transcurso se alterna la impronta local de la Revolución, a través de los sucesivos mandatos y desmanes de Madero, Huerta, Carranza, Obregón y el gobernador Tejeda.
Otilia Rauda es la historia de personajes ubicados principalmente en la zona vigueña veracruzana, en las cercanías de un Perote literario y real en su permanente aire frío de montaña y en esa neblina que esconde y deja constancia de la existencia de seres que encuentran cálido cobijo en el excitante cuerpo de Otilia. Historia de la redención de los irredimibles, de los excluidos del orden social y moral, de odios que son parte del amor, como diría Nedda G. de Anhalt: "producto de un fabulador cuyo mundo parte de causas y efectos paradójicos; uno en cuya esfera la ambigüedad nunca termina".
La paradoja es el recurso más evidente de Galindo en Otilia Rauda: la belleza del cuerpo contrasta con la fealdad del rostro de Otilia; asimetría que a la vez asegura a ese pueblo con ansias de ciudad que Cruz, la madre de la muchacha "no pecó" dado el extraordinario parecido de ese rostro adiposo y bizco con Isaac, su esposo. Lo que se relaciona con el "equilibrio" de la doble marginalidad de Otilia: fea y mujer, con un cuerpo hecho para goces irrefrenables. Sin embargo, la única descendiente de la rica familia de terratenientes es estéril gracias a una enfermedad de Venus contagiada por Isidro, su marido comprado, el mediocre carnicero y policía, legal pero indigno "dueño" de ese cuerpo que concentra los anhelos masculinos del pueblo y sus inmediaciones.
La hija de los Rauda es una amenaza para la estabilidad conyugal, la envidia de las mujeres, un atentado a las buenas costumbres por su hermosura desafiante, monstruosa en su perfección. Su misma cualidad de atracción es lo que la vuelve repulsiva para su sociedad. Ante esto, Otilia suele refugiarse en sí misma, en su incondicional amigo Melquíades y en Rubén Lazcano posteriormente, el primero es el "bobo" del pueblo, un gigante deforme que es como una versión local de Vulcano, el cónyuge de la Diosa del Amor; mientras que Rubén está signado por la vida al margen de la ley, jaloneado por las circunstancias sociales e históricas que le afectan íntimamente y le condicionan el destino, un hombre hermoso, un príncipe azul en negativo, imposibilitado para corresponder a la ternura y pasión que Otilia deposita en él en forma obstinada, y ante la ruptura de la esperanza del amor, lo que resulta es la destrucción, el odio apasionado. En apariencia, algo incompatible en un texto que en su etapa embrionaria fuera designado por su autor como "Los encuentros".
Así es como en esta novela, considerada como la obra cumbre de Sergio Galindo, desembocan los elementos esenciales de este autor xalapeño que desbordó los límites de lo local a través de uno de sus escenarios privilegiados: Las Vigas, pero cuestionando por medio de ese universo pequeño y a la vez paradigmático la hipocresía social que impide a los sujetos vivir el amor, la libertad, la existencia misma.
Galindo, editor
El oficio del editor implica no sólo encargarse de la preparación y distribución de libros, sino también una apuesta que se deriva del saber, la sensibilidad literaria y la intuición. Paralelo a su trabajo creativo, Sergio Galindo supo combinar la labor de difusión y edición de obras de la literatura mexicana, latinoamericana y mundial en una época en la que el centralismo dominaba aún más que en nuestros días. De hecho, a partir de 1957, cuando Galindo funda el Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana, junto con la revista La Palabra y el Hombre, la entonces modesta casa de estudios rebasa las fronteras locales y nacionales y da a entender a la clase intelectual de su tiempo que algo interesante se estaba gestando en Veracruz.
No se trataba sólo de buenas intenciones. A través de la Colección Ficción la provincia puso el ejemplo al atraer a autores consagrados pero sobre todo al editar textos de escritores entonces poco conocidos y traducir obras modernas. Como señala Margo Glantz: "Cuando mucha gente aún se reía con sorna de las aventuras de Aureliano Buendía unidas a la interminable escrituración dirigida a los generales colombianos, Sergio [Galindo] publicaba Los funerales de la mamá grande, de Gabriel García Márquez y El diario de Lecumberri, de Álvaro Mutis, el teatro de Emilio Carballido y el de Luisa Josefina Hernández, los textos de Rosario Castellanos, Lolita Castro [sic], Jaime Sabines, Eraclio Zepeda, los cuentos de José de la Colina y Juan Vicente Melo, El doctor y los demonios, de Dylan Thomas, los de Max Aub, y los de Cardoza y Aragón y claro, ¡cómo podían faltar!, los cuentos de José Revueltas, nada menos que Dormir en tierra. La brillante labor editorial, generosa, profética de Sergio tenía su continuidad lógica en la revista. La Palabra y el Hombre llegó a constituirse en una institución: eran los tiempos del rector Aguirre Beltrán por quien Sergio llegó a Xalapa de nuevo y después de los de Fernando Salmerón, rector también, más tarde."
Trayectoria del escritor
Sergio Galindo (2 de septiembre de 1926-3 de enero de 1993). Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1955 a 1956. En la uv fundó las colecciones Ficción y Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, así como la revista La Palabra y el Hombre. Fue director de la Editorial de la uv de 1957 a 1964. En 1965 fue director del Departamento de Coordinación del Instituto Nacional de Bellas Artes (inba) y posteriormente de la Dirección de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública. De 1974 a 1976 fue director del inba y en 1975 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua.
Recibió las condecoraciones: Honorary Officer of the Most Exce-llent Order of the British Empire de Gran Bretaña en 1975; Méritos en la Cultura, de Polonia en 1976, y Orden de la Estrella de Yugoslavia en 1977. Su obra ha sido incluida en diversas antologías de México y el extranjero y traducida a varios idiomas. Fue merecedor del Premio de Novela Mariano Azuela en 1984, el Premio Xavier Villaurrutia en 1986 y el Premio José Fuentes Mares en 1987.
Obra publicada: La máquina vacía (cuentos, 1951), Polvos de arroz (novela, 1958), La justicia de enero (noveleta, 1959), El bordo (Novela, 1960), La comparsa (novela, 1964), Nudo (novela, 1970), ¡Oh, hermoso mundo! (cuentos, 1975), El hombre de los hongos (Noveleta leída en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana en 1975, publicada un año más tarde), Este laberinto de hombres (cuentos, 1979), Los dos ángeles (novela, 1984), Declive (novela, 1985), Terciopelo violeta (cuentos, 1985) y Otilia Rauda (novela, 1986).
FUENTE: http://www.uv.mx/gaceta/52/quemar/quemar03.htm
ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN. Premio Xavier Villaurrutia 1985. Cuento.
Angelina Muñiz-Huberman nació en Hyères, Francia, en 1936, hija de exiliados españoles. Viajera por varios países, finalmente se estableció en México. Es autora de más de veinte libros de narrativa, poesía y ensayo. Está traducida al inglés, francés, italiano, hebreo. Inauguró el generó de la novela neohistórica en la literatura mexicana con Morada Interior (1972), a la que siguieron Tierra adentro, La guerra del Unicornio; Huerto cerrado, huerto cellado, De magias y prodigios y Dulcinea encantada. Algunos de sus personajes favoritos son cabalistas, alquimistas y herejes. Castillos en la tierra dio comienzo al género de las seudomemorias. Entre otros, ha recibido los Premios Xavier Villaurrutia y Sor Juana Inés de la Cruz.
Fuente: http://www.tusquetseditores.com/autor/angelina-muniz-huberman
En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman[1]
Mariana Bernárdez
Reproduzco la entrevista tal cual apareció en La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1993, han pasado muchos años y miro de manera diversa el ejercicio de la entrevista, en aquel momento, para mí, lo único de relevancia era la voz del autor, lo que preguntaba sólo era una excusa para provocar el recuerdo o el hilo de la conversación; a pesar de haber obviado en el texto el ejercicio de la pregunta-respuesta, quedan en mi memoria una sucesión de imágenes: la luz entrando por el ventanal del departamento, los colibríes revoloteando alrededor de un ficus, observo atenta los detalles, las fotografías de Alberto, los libros perfectamente acomodados, el silencio… Tengo miedo de que la grabadora se descomponga, de que todo salga mal, he terminado de leer su libro Dulcinea encantada, y quisiera centrar la conversación en él, pero sé que las palabras la habitan a ella y que yo soy la otra orilla. Recuerdo que Angelina me ofreció té, nos sentamos en la mesa del comedor y charlamos durante largo rato, la entrevista permitió una aproximación como la evocada entre la mano y la pluma, pero sin duda el diálogo es el puente hacia la escritura y desde este vértice ella comenzó a hablar:
El acto de escribir lo veo como un juego. Escribir es irte quitando tabúes. Yo quería que mis primeras novelas no fueran autobiográficas. Poco a poco pude ir entrando en los recuerdos personales. Dulcinea encantada no es autobiográfica sino confesional. Da lo mismo si esas cosas me pasaron o no. Lo importante es la confesión. No tener miedo a despojarte. Paso por etapas de caos y orden. Una vez que encuentro el terreno poético, me da miedo quedarme encerrada en él y busco otra salida. Entonces reviso mis borradores y pienso que no sirven porque no son poéticos. Se trata de ir mezclando, hasta que llega un momento en que ya no importan estas cosas.
En el centro, el exilio
El exilio como centro de la vida es todo: una idea, un concepto, algo abstracto o algo concreto. Te modifica y te hace estar en situaciones límite: dar el paso para adelante o para atrás.
No me quejo de la idea del exilio, te enriquece y te permite conocer cosas nuevas porque se han perdido otras. A veces, claro, no las recuperas, como le pasó a los españoles con la Guerra Civil. Quedas siempre con esa posibilidad de movimiento.
No nací en España sino en Hyeres, Francia. Por eso muchas veces digo que el exilio es para mí un concepto, una idea, porque es algo heredado.
En España estuve hace tres o cuatro años por menos de dos semanas. En realidad no conocí nada y cuando escribí mis libros ni siquiera había estado ahí.
Al estallar la Guerra Civil, de Hyeres viajamos a París, luego a Cuba. El viaje lo hicimos en barco. A pesar de que tenía dos años, mis recuerdos se unieron a lo que me contaron mis padres. Cuando recuerdas algo distinto a lo que tus padres recuerdan, ese recuerdo es tuyo.
Al llegar a Cuba nos fuimos al campo. Con la muerte de mi hermano mis padres no querían saber nada del mundo. Fuimos a Caimito del Guayabal e hicimos vida de campesinos. Durante tres años vivimos de lo que daba la tierra y después de ese tiempo nos quedamos sin dinero. A mi padre se le ocurrió sembrar lo que no se daba en esa tierra, por ejemplo las papas. Las sembró, no se dieron y se perdió todo.
En Caimito del Guayabal no convivía con otros niños. De vez en cuando, los fines de semana, venían amigos a la finca. Siempre estaba sola, con adultos. Al llegar a México conocí otros niños, fue mi primer viaje en avión.
Vinimos a México porque un tío mío tenía en París unos laboratorios de productos farmacéuticos. Le dio la representación a mi padre quien había sido periodista en España. La primera parada fue en Mérida. El recuerdo que tengo es el de hombres vestidos como en las películas de África, con pantalones cortos, chaquetas de exploradores y casco blanco. Yo no s‚ si es real, pero esa es mi visión de Mérida.
La primera impresión de México es la llegada al aeropuerto en día de lluvia. Creo que fue en marzo. Todo el camino hacia el centro estaba lleno de charcos. La gente se arremangaba los pantalones o las faldas; llevaban los zapatos en la mano e iban caminando. Eso me pareció divertidísimo, pero llegué malísima porque siempre padecí mareos. En cualquier transporte me ponía horriblemente mal. Los del hotel preguntaban, ¿qué le pasó a esta niña?, porque estaba verde. Era el hotel Gillow. Mi sorpresa fue saber que estaba en una ciudad porque yo en Cuba vivía en el campo, tierra adentro.
Ya en México, cuando tenía seis o siete años, mi madre me confiesa que su familia había conservado la tradición del judaísmo durante siglos. Mi abuela aún conocía palabras en hebreo y ciertos rituales. Mi madre solía leerme La Biblia, particularmente "El Pentateuco". Eso me influyó y se convirtió en una de mis grandes obsesiones.
En cuanto a escribir, lo hago desde chica. No sé si en un principio fue por imitación a mi padre, que había escrito poesía e incluso le habían publicado obras de teatro en España. Tengo la imagen de mi padre escribiendo. A raíz de la muerte de mi hermano hizo el voto de dejar de escribir. Escribir estaba prohibido en la familia.
Para mí eso fue tremendo. Como sí escribía, pues ahí vino el primer gran conflicto con mi padre. A mí me gustaba escribir. Además desde chica empecé a leer. Cuando eres hijo único, leer es uno de los entretenimientos y por consecuencia me agradaba la idea de escribir.
Es verdad lo que pasó con el niño en Cuernavaca. Lo cuento en mi texto autobiográfico "El juego de escribir". Después de haber jugado todo no sabíamos ya que inventar y le dije: "Vamos a escribir cuentos". Nos sentamos en la mesa y se me quedó la idea de seguir escribiendo.
Otro cosa tremenda era escribir cartas a los primos de España, entre los seis y nueve años. Mi padre cogía la carta, la leía y tachaba. Censuraba lo que estaba mal, me hacía copiarla como él quería, si no la carta no salía. Él tenía una manera de entender la escritura. Yo me daba cuenta a esa edad de que era muy distinta a la mía, de que me había falsificado y que no era lo que quería decir. Eso fue una tortura para mí. A otro niño no le hubiera importado. A mí eso de que me hicieran usar otras palabras que no pertenecían a mi vocabulario, me sentaba mal.
Mi madre me decía que no le hiciera caso: "Tú escribes muy bien, escribe natural". Incluso ella guió mis lecturas, desde la Biblia hasta Juan Ramón Jiménez. Pero para mí la autoridad literaria era mi padre y su desaprobación me provocó una gran inseguridad. Pensaba que no servía para escribir, pero seguí haciéndolo porque era algo m s poderoso.
Los hilos de la madeja
Mi historia siempre ha sido fuera de lo habitual. No sé qué pasó, mis padres decidieron que como vivíamos en México necesitaba ir a un colegio mexicano. No obstante primero fui al Gordon College, que estaba cerca de mi primera casa; esa fue idea de mi madre porque según ella tenía que aprender inglés. Después mi padre me mandó a la Escuela Secundaria de Gobierno número 18 para que conociera el país. Pedían composiciones, yo para ese entonces ya no le enseñaba a mi padre lo que escribía. Me decían que estaban muy bien escritas, pero yo no lo creía. Recuerdo que un profesor me pidió que escribiera algo sobre las Naciones Unidas. Le gustó mucho. El día que se celebraba la fiesta de las Naciones Unidas lo leí frente a la escuela.
En la preparatoria me rebelé. Mi padre y mi maestro de piano se habían puesto de acuerdo para que estudiara música. Como me gustaba mucho decidí probar durante las vacaciones. Me ponía a tocarlo, pero constantemente veía el reloj porque quería seguir leyendo. Me iba a leer y no me acordaba del piano. Era una situación absurda. Por suerte pronto decidí no seguir. Ese fue el segundo gran golpe para mi padre, ahí sí ocurrió una ruptura.
Me preguntó: "¿Qué quieres estudiar?" Yo le dije: "Letras". "¡Ah!, eso sí te lo prohíbo, mejor estudia química". Mi madre y yo lo convencimos de que iba a estudiar Derecho. En aquel tiempo el bachillerato de Derecho era una carrera afín a Letras. Además mi padre ya había decidido a qué preparatoria meterme. Yo le dije: "No, ahora quiero un colegio español". De nuevo discutimos y al fin aceptó que entrara a la Academia Hispano Mexicana. Ahí conocí a mucha gente del exilio. Tuve por profesor a Arturo Souto en Literatura Universal; el primer trabajo que nos dejó fue un cuento. Le gustó muchísimo, me dijo que tenía madera de escritora y me animó a seguir escribiendo. Le gustó tanto que a esa edad, tendría 16 ó 17 años, me invitó a las reuniones que tenía con Luis Rius, Pedro Garfias, José de la Colina, Inocencio Burgos...
Mi padre se dio cuenta de que el estudiar derecho había sido una trampa y que en realidad iba para Letras. Entré a la Facultad y nunca mencioné que escribía. La gente se enteró de ello cuando empecé a publicar.
Estaba inmersa en la literatura y adquirí el ritual de escribir. Escribía en cualquier lado, en cualquier hoja o situación. A veces en clase, a veces en un café, donde fuera. Al principio no era tan metódica, pero siempre me gustaron las libretas. Quien me dio todo el apoyo fue mi marido y al conocer mi problema me dijo: "Tú tienes que escribir y publicar. Hasta que no publiques no vas a saber si puedes o no hacerlo". Yo no me atrevía a publicar. Me daba un pánico absoluto. Me daba miedo que estuviera mal escrito. El hecho de que mi padre me dijera que escribía mal y confuso, me hacía pensar que todo el mundo iba a opinar lo mismo. Era miedo a enfrentarme a los demás.
De la palabra al libro
Empecé a publicar en Cuadernos del viento la revista que dirigía Huberto Batis. Uno de los primeros que me reseñaron en esta revista fue Henrique González Casanova. Así que a pesar de que la opinión fuera favorable, yo seguía sin creer.
Continué publicando cuentos, pero al irme a Estados Unidos a estudiar el posdoctorado, no sé cómo, encontré tiempo para empezar a escribir Morada interior. La idea me vino un poco durante las clases en Filadelfia con un profesor estupendo, Otis H. Green y en Nueva York con otro profesor, Albert A. Sicroff. Aunado a esto estaban las ideas de Américo de Castro y mi búsqueda del judaísmo. Se me ocurrió volver a interpretar la vida de Santa Teresa. Ella pertenece a una familia de judíos conversos, eso la lleva a crear un exilio interior. Mi propia situación de exilio me lleva a intuir situaciones de exilio. Esto es lo que ocurre en esa mi primera novela.
Mi exilio es una suma de múltiples exilios: el de mis padres provocado por la Guerra Civil española, el de mi hermano causado por su muerte, el dado por la prohibición de escribir, el exilio social... Sin embargo mi idea del exilio fue evolucionando. De adolescente mi ideal era regresar a España, de hecho pensaba que con sólo regresar mi problema estaría resuelto. No me di cuenta de que ello no era así hasta los 16 años. Hicimos un viaje a Francia donde conocí a esos primos con los que me carteaba. Un día nos preparábamos para salir y bajaba yo las escaleras. Los de España me esperaban, y oigo que uno le dice al otro: "Oye, avisa a la mexicana que estamos listos". Yo dije: "¡Qué! ¡Ay, caramba, pues si yo no soy española!" Si mis primos hablaban mal de México yo me enfurecía y lo defendía, y claro, aquí me oyen hablar y me dicen: "Tú eres española, hasta pronuncias como tal".
El problema estaba ahí y era difícil. Morada interior me ayudó a aclarar ciertas cosas. Hay un capítulo clave, incluso escrito en cursivas que empieza: "No es que me despañolice, sino que busco las raíces, las verdaderas y profundas. Esas raíces que cuesta trabajo encontrar, que duele desenterrar y que temen la luz del día". Santa Teresa como personaje me permitió seguir buscando. Ella encuentra en el exilio y la mística algo no tangible que es una salida. Yo no la puedo tener porque vivo en otra época, no creo en Dios y esa salida no me es permitida. Hay personas que sí se lograron adaptar, pero yo me quedé siendo ni de un lado ni del otro. Durante mucho tiempo me preocupó hasta que me volví un poco cínica y dije: "¡Qué bien!, esto es fantástico".
Al paso del tiempo y ante la imposibilidad de volver a España vino la idea de Israel. Te queda la sensación de regresar a algún lado. Mi marido había vivido allí de joven y había fundado un kibutz. De todas mis novelas Tierra adentro es la más positiva, es la única con final feliz; trata sobre la salida de un muchacho de España a Israel después de la expulsión de los judíos en 1492. La llegada a algún lugar es ya una respuesta. Quizá por eso me acerco a los místicos, no por religiosa ni por mística, sino porque tuvieron la capacidad de encontrar algo que no necesariamente es la tierra.
Esa es la lucha que todos tenemos. Sor Juana lo decía: "entre razón y corazón". En mí ha pesado mucho el mundo racional, trato de rebelarme, pero el problema es que uno no puede escapar. La rebelión existe porque está la muerte. Esas son las rebeliones, pero son inútiles porque la muerte siempre gana la batalla. Esas rebeliones no fructifican, como la revelación que es un instante. Tal vez el instante, ese pequeñísimo fragmento de revelación, sea la historia. El símbolo de lo que es la vida, el hombre. La vida es tan fugaz como el instante de revelación. La historia en ese sentido, está unida a la muerte y a la temporalidad como instantaneidad.
La muerte es otra constante en mi escritura. En "El juego de escribir" (De cuerpo entero), relato cómo me hice a la idea de que hasta que no cumpliera 8 años podía morirme como mi hermano. A él lo incorporé en mi vida, jugué con él y es con quien he dialogado siempre. Mi hermano no era un fantasma, era algo real y conocí todo de él no porque lo recordara sino porque mis padres me lo contaban.
La guerra del Unicornio conjugó muchas cosas. Quería hacer una novela de aventuras y de caballería, como un cuento de hadas. Al mismo tiempo quería escribir algo sobre la Guerra Civil y el exilio. Sitúo estos hechos en la Edad Media. Divido el bando de los caballeros: los caballeros de Gules son el rojo, los caballeros de Sable son el negro, el comunismo y el fascismo. En la historia me guiaban los personajes y el desarrollo de la guerra. Busqué libros de historia y describí una de las batallas: la del Ebro. No podía escribir directamente una novela sobre la guerra, lo único que quedaba era alegorizar y esos personajes me lo permitieron; además de que representaban la historia medieval de España sin negar la existencia del pueblo árabe, judío y cristiano. De hecho son los tres que van a pelear aliados. Quería sacarme la espina de la guerra.
De encantamientos y encantados
Mi última novela, Dulcinea encantada, vuelve a presentar como temática central el exilio. El personaje está loco y se propone "escribir". De este modo, la única lectura y crítica de esta novela imaginaria es la propia. Tenía que dejar fluir, totalmente libre, su pensamiento, sus asociaciones disparatadas. Después de todo lo que ha sido el exilio, sólo quedaba la locura.
El exilio lo veo como algo apocalíptico. El fin de los tiempos para los españoles refugiados. Lo demás fue engañarse. Por eso esta novela tenía que ser apocalíptica, en el sentido de fin: el truncamiento de los españoles que no regresarían. ¿Qué libro hay más delirante que el Apocalipsis donde el lenguaje es llevado al extremo, donde las metáforas ya no funcionan y quién sabe qué quieran decir? Ese es al extremo al que puede llegar el exilio cuando es llevado a su total locura e incomprensión. El exilio en ese sentido es la locura.
Por otra parte, Dulcinea encantada fue una novela de revelación; me apoyé en ese libro de la revelación que es el Apocalipsis. Siempre quise escribir una novela sobre el exilio español, eso lo pensé desde los 18 años. Seguí escribiendo y la pospuse. Hice borradores, pero no me funcionaban. La idea estaba ahí. Pensaba que no me correspondía escribirla, que no tenía derecho. No es que yo fuera a escribir "la novela del exilio", ojalá se hubieran escrito muchas y ésta fuera otra más. Yo también tenía derecho porque soy parte de ese exilio. Hasta que un día yendo por el periférico "me ocurrió la revelación". Cuando la escribí, fluyó y no podía parar.
El exiliado sí escogió el exilio, pero su hijo fue arrastrado hacia ello. Ese es uno de los problemas de Dulcinea, ya no puede hacer nada. El coche la lleva y ella ha elegido el silencio, no hablar, sólo le queda la vida interior.
Dulcinea está encantada y juega a los encantados. Retomo dos pasajes de El Quijote. Uno es cuando Don Quijote ve a Dulcinea en la cueva de Montesinos haciendo cabriolas y cosas extrañas. Otra cuando Sancho le dice a Don Quijote que ésa no es Dulcinea sino una campesina. Don Quijote le explica a Sancho que Dulcinea está encantada. ¿Hasta qué punto el personaje es así? Puede ser que Dulcinea está transformada en algo que no es lo suyo. Eso le permite encantarse en otros personajes y puede ser una princesa medieval, la dama de compañía de la Marquesa Calderón en el México del siglo XIX... La historia es como las matrushkas, son muchas Dulcineas dentro de otras Dulcineas, hay una parte donde se pregunta: "¿Con quién estás hablando?", y responde: "Conmitigo".
Entiendo la palabra encantada en todos los sentidos: encantada porque está divertida, encantada porque está paralizada y necesita de un conjuro para poder desencantarse. El encantamiento la lleva a otro plano donde puede desatar su locura. El final del trayecto por el periférico marca una ruptura, puede que haya muerto o entrado al manicomio o pasar a una experiencia mística, el encantamiento la lleva a eso.
Dulcinea se siente atraída por la muerte, quiere estar sola, pero tiene miedo. La voz interna que constantemente le habla la salva. La idea es que triunfa la vida, pero la vida creada en su delirio. Quizás ama la muerte como ama a Dios, tanto una como el otro están idealizados.. Entonces, cuando hay la propuesta de morir, Dulcinea la rechaza.
Hay tantas Dulcineas como Amadís. De él sólo conocemos su cuello, porque ella va sentada en la parte trasera del automóvil. Es el caballero perfecto, el caballero de Dios que cumple con las normas de Raimundo Lulio. Dulcinea sí se puede enamorar de él. Don Quijote ha escogido a Amadís como modelo. Dulcinea no se puede enamorar de Don Quijote, idealmente sí, pero físicamente no.
Las intertextualidades muestran el amor al libro, que se necesita como muleta o como apoyo. Esto es una ironía, de por sí Dulcinea posee un nombre libresco, pero además lee y tiene que buscar en su bolso el libro. Si no está ahí no se siente segura. El libro es el fundamento. En este punto se puede ver la tradición hebrea de la Torah, un libro donde la palabra no está explicada, no está establecida y donde simplemente tratas de volver a interpretar, pero necesitas del libro y eso le ocurre a Dulcinea.
Cito a Vladimir Propp porque estudió el cuento de hadas, además de que siempre me ha gustado ese género. Al final digo que no se cumplen estas normas. Todas las teorizaciones sobre la novela no son efectivas. Hay un poco la burla sobre las teorías acerca del hecho literario; es como abrir el cráneo, el proceso literario. En ese sentido muestro qué pasa cuando uno esta haciendo una novela. Todas las novelas de Dulcinea son novelas fallidas, es la novela sobre la novela.
Se introduce indirectamente la tradición de La Cábala, en cuanto a palabra: contar y contar hasta acabar creyendo lo que se cuenta. De aquí que uno de los problemas de Dulcinea sean los recuerdos.
En mi escritura el espacio en blanco es una necesidad. de nuevo, no lo puedes decir todo ni oralmente ni por escrito. El espacio en blanco es parte de la lectura y ahí se encuentra lo que no puedes expresar o decir. Al mismo tiempo se da la reducción de vocabulario. Por ejemplo, antes de que el hermano de Dulcinea muera, es cometido el incesto. Ese momento es muy escueto, no se dan detalles. No podría ser de otro modo dado mi concepto de escritura. La expresión no se puede extender, hay que reducirla y concentrarla. En los momentos cumbres falla el lenguaje.
El cuento de nunca acabar
La literatura es algo incompleto. Así es el hombre. Todo lo que toca es frágil y condenado a la muerte. La vida del hombre está llena de espacios en blanco: el amor, la muerte... Las grandes cosas no pueden ser expresadas.
Sin embargo cuando se crea un objeto como un libro, un cuadro o una melodía surge el problema entre el creador y la idea de Dios. Quizá por eso el artista siempre está marginado de la sociedad porque hay ese deseo de equipararse con la idea divina.
¿Dios?, el concepto de Dios es lo que me interesa y cómo lo han desarrollado los místicos. Lo que me enamora es ese juego del concepto que te lleva a un amor. La poesía de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa puede ser leída como poesía erótica, ¿qué pasa ahí? Esto se refleja en Dulcinea cuando busca a Amadís y no lo encuentra. Se le aparece, pero no se le aparece: es el momento de la revelación.
La suma de diversos exilios, en mi caso, ha hecho que esto se convierta en un tema obsesivo que permea a los otros. En el centro está el exilio, hay un poema mío que dice:
El exilio
Siempre el exilio
En el centro
el exilio
Yo seguí escribiendo porque era algo no resuelto, ni siquiera en este libro lo está. Es algo que ya no me preocupa como antes, pero es una marca que siempre estará. Este exilio puede ser totalmente sui generis, quizás no sea "el exilio" sino mi exilio subjetivo, aunque tiene de ambos porque no está creado en el aire.
Escribir, es difícil hablar de ello. No puedo ponerme en fórmulas, no quiero encasillarme. Por eso mis cuentos no son cuentos, mis novelas no son novelas y mis poemas, no son poemas.
El escritor de esta época no tiene porqué dar razón de su escritura. Será porque no le adjudico a la literatura un papel específico. Como ya se ha dicho todo quizá lo que interese es el proceso creativo para dar una visión del mundo. Tal vez eso quede. Tal vez no sea verdad. A los escritores no hay que pedirles su opinión, sino dejarlos escribir.
[1] "En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz". La Jornada La Jornada Semanal. Suplemento Cultural. México. 12 de septiembre de 1993.
Fuente: http://www.tusquetseditores.com/autor/angelina-muniz-huberman
En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz-Huberman[1]
Mariana Bernárdez
Reproduzco la entrevista tal cual apareció en La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1993, han pasado muchos años y miro de manera diversa el ejercicio de la entrevista, en aquel momento, para mí, lo único de relevancia era la voz del autor, lo que preguntaba sólo era una excusa para provocar el recuerdo o el hilo de la conversación; a pesar de haber obviado en el texto el ejercicio de la pregunta-respuesta, quedan en mi memoria una sucesión de imágenes: la luz entrando por el ventanal del departamento, los colibríes revoloteando alrededor de un ficus, observo atenta los detalles, las fotografías de Alberto, los libros perfectamente acomodados, el silencio… Tengo miedo de que la grabadora se descomponga, de que todo salga mal, he terminado de leer su libro Dulcinea encantada, y quisiera centrar la conversación en él, pero sé que las palabras la habitan a ella y que yo soy la otra orilla. Recuerdo que Angelina me ofreció té, nos sentamos en la mesa del comedor y charlamos durante largo rato, la entrevista permitió una aproximación como la evocada entre la mano y la pluma, pero sin duda el diálogo es el puente hacia la escritura y desde este vértice ella comenzó a hablar:
El acto de escribir lo veo como un juego. Escribir es irte quitando tabúes. Yo quería que mis primeras novelas no fueran autobiográficas. Poco a poco pude ir entrando en los recuerdos personales. Dulcinea encantada no es autobiográfica sino confesional. Da lo mismo si esas cosas me pasaron o no. Lo importante es la confesión. No tener miedo a despojarte. Paso por etapas de caos y orden. Una vez que encuentro el terreno poético, me da miedo quedarme encerrada en él y busco otra salida. Entonces reviso mis borradores y pienso que no sirven porque no son poéticos. Se trata de ir mezclando, hasta que llega un momento en que ya no importan estas cosas.
En el centro, el exilio
El exilio como centro de la vida es todo: una idea, un concepto, algo abstracto o algo concreto. Te modifica y te hace estar en situaciones límite: dar el paso para adelante o para atrás.
No me quejo de la idea del exilio, te enriquece y te permite conocer cosas nuevas porque se han perdido otras. A veces, claro, no las recuperas, como le pasó a los españoles con la Guerra Civil. Quedas siempre con esa posibilidad de movimiento.
No nací en España sino en Hyeres, Francia. Por eso muchas veces digo que el exilio es para mí un concepto, una idea, porque es algo heredado.
En España estuve hace tres o cuatro años por menos de dos semanas. En realidad no conocí nada y cuando escribí mis libros ni siquiera había estado ahí.
Al estallar la Guerra Civil, de Hyeres viajamos a París, luego a Cuba. El viaje lo hicimos en barco. A pesar de que tenía dos años, mis recuerdos se unieron a lo que me contaron mis padres. Cuando recuerdas algo distinto a lo que tus padres recuerdan, ese recuerdo es tuyo.
Al llegar a Cuba nos fuimos al campo. Con la muerte de mi hermano mis padres no querían saber nada del mundo. Fuimos a Caimito del Guayabal e hicimos vida de campesinos. Durante tres años vivimos de lo que daba la tierra y después de ese tiempo nos quedamos sin dinero. A mi padre se le ocurrió sembrar lo que no se daba en esa tierra, por ejemplo las papas. Las sembró, no se dieron y se perdió todo.
En Caimito del Guayabal no convivía con otros niños. De vez en cuando, los fines de semana, venían amigos a la finca. Siempre estaba sola, con adultos. Al llegar a México conocí otros niños, fue mi primer viaje en avión.
Vinimos a México porque un tío mío tenía en París unos laboratorios de productos farmacéuticos. Le dio la representación a mi padre quien había sido periodista en España. La primera parada fue en Mérida. El recuerdo que tengo es el de hombres vestidos como en las películas de África, con pantalones cortos, chaquetas de exploradores y casco blanco. Yo no s‚ si es real, pero esa es mi visión de Mérida.
La primera impresión de México es la llegada al aeropuerto en día de lluvia. Creo que fue en marzo. Todo el camino hacia el centro estaba lleno de charcos. La gente se arremangaba los pantalones o las faldas; llevaban los zapatos en la mano e iban caminando. Eso me pareció divertidísimo, pero llegué malísima porque siempre padecí mareos. En cualquier transporte me ponía horriblemente mal. Los del hotel preguntaban, ¿qué le pasó a esta niña?, porque estaba verde. Era el hotel Gillow. Mi sorpresa fue saber que estaba en una ciudad porque yo en Cuba vivía en el campo, tierra adentro.
Ya en México, cuando tenía seis o siete años, mi madre me confiesa que su familia había conservado la tradición del judaísmo durante siglos. Mi abuela aún conocía palabras en hebreo y ciertos rituales. Mi madre solía leerme La Biblia, particularmente "El Pentateuco". Eso me influyó y se convirtió en una de mis grandes obsesiones.
En cuanto a escribir, lo hago desde chica. No sé si en un principio fue por imitación a mi padre, que había escrito poesía e incluso le habían publicado obras de teatro en España. Tengo la imagen de mi padre escribiendo. A raíz de la muerte de mi hermano hizo el voto de dejar de escribir. Escribir estaba prohibido en la familia.
Para mí eso fue tremendo. Como sí escribía, pues ahí vino el primer gran conflicto con mi padre. A mí me gustaba escribir. Además desde chica empecé a leer. Cuando eres hijo único, leer es uno de los entretenimientos y por consecuencia me agradaba la idea de escribir.
Es verdad lo que pasó con el niño en Cuernavaca. Lo cuento en mi texto autobiográfico "El juego de escribir". Después de haber jugado todo no sabíamos ya que inventar y le dije: "Vamos a escribir cuentos". Nos sentamos en la mesa y se me quedó la idea de seguir escribiendo.
Otro cosa tremenda era escribir cartas a los primos de España, entre los seis y nueve años. Mi padre cogía la carta, la leía y tachaba. Censuraba lo que estaba mal, me hacía copiarla como él quería, si no la carta no salía. Él tenía una manera de entender la escritura. Yo me daba cuenta a esa edad de que era muy distinta a la mía, de que me había falsificado y que no era lo que quería decir. Eso fue una tortura para mí. A otro niño no le hubiera importado. A mí eso de que me hicieran usar otras palabras que no pertenecían a mi vocabulario, me sentaba mal.
Mi madre me decía que no le hiciera caso: "Tú escribes muy bien, escribe natural". Incluso ella guió mis lecturas, desde la Biblia hasta Juan Ramón Jiménez. Pero para mí la autoridad literaria era mi padre y su desaprobación me provocó una gran inseguridad. Pensaba que no servía para escribir, pero seguí haciéndolo porque era algo m s poderoso.
Los hilos de la madeja
Mi historia siempre ha sido fuera de lo habitual. No sé qué pasó, mis padres decidieron que como vivíamos en México necesitaba ir a un colegio mexicano. No obstante primero fui al Gordon College, que estaba cerca de mi primera casa; esa fue idea de mi madre porque según ella tenía que aprender inglés. Después mi padre me mandó a la Escuela Secundaria de Gobierno número 18 para que conociera el país. Pedían composiciones, yo para ese entonces ya no le enseñaba a mi padre lo que escribía. Me decían que estaban muy bien escritas, pero yo no lo creía. Recuerdo que un profesor me pidió que escribiera algo sobre las Naciones Unidas. Le gustó mucho. El día que se celebraba la fiesta de las Naciones Unidas lo leí frente a la escuela.
En la preparatoria me rebelé. Mi padre y mi maestro de piano se habían puesto de acuerdo para que estudiara música. Como me gustaba mucho decidí probar durante las vacaciones. Me ponía a tocarlo, pero constantemente veía el reloj porque quería seguir leyendo. Me iba a leer y no me acordaba del piano. Era una situación absurda. Por suerte pronto decidí no seguir. Ese fue el segundo gran golpe para mi padre, ahí sí ocurrió una ruptura.
Me preguntó: "¿Qué quieres estudiar?" Yo le dije: "Letras". "¡Ah!, eso sí te lo prohíbo, mejor estudia química". Mi madre y yo lo convencimos de que iba a estudiar Derecho. En aquel tiempo el bachillerato de Derecho era una carrera afín a Letras. Además mi padre ya había decidido a qué preparatoria meterme. Yo le dije: "No, ahora quiero un colegio español". De nuevo discutimos y al fin aceptó que entrara a la Academia Hispano Mexicana. Ahí conocí a mucha gente del exilio. Tuve por profesor a Arturo Souto en Literatura Universal; el primer trabajo que nos dejó fue un cuento. Le gustó muchísimo, me dijo que tenía madera de escritora y me animó a seguir escribiendo. Le gustó tanto que a esa edad, tendría 16 ó 17 años, me invitó a las reuniones que tenía con Luis Rius, Pedro Garfias, José de la Colina, Inocencio Burgos...
Mi padre se dio cuenta de que el estudiar derecho había sido una trampa y que en realidad iba para Letras. Entré a la Facultad y nunca mencioné que escribía. La gente se enteró de ello cuando empecé a publicar.
Estaba inmersa en la literatura y adquirí el ritual de escribir. Escribía en cualquier lado, en cualquier hoja o situación. A veces en clase, a veces en un café, donde fuera. Al principio no era tan metódica, pero siempre me gustaron las libretas. Quien me dio todo el apoyo fue mi marido y al conocer mi problema me dijo: "Tú tienes que escribir y publicar. Hasta que no publiques no vas a saber si puedes o no hacerlo". Yo no me atrevía a publicar. Me daba un pánico absoluto. Me daba miedo que estuviera mal escrito. El hecho de que mi padre me dijera que escribía mal y confuso, me hacía pensar que todo el mundo iba a opinar lo mismo. Era miedo a enfrentarme a los demás.
De la palabra al libro
Empecé a publicar en Cuadernos del viento la revista que dirigía Huberto Batis. Uno de los primeros que me reseñaron en esta revista fue Henrique González Casanova. Así que a pesar de que la opinión fuera favorable, yo seguía sin creer.
Continué publicando cuentos, pero al irme a Estados Unidos a estudiar el posdoctorado, no sé cómo, encontré tiempo para empezar a escribir Morada interior. La idea me vino un poco durante las clases en Filadelfia con un profesor estupendo, Otis H. Green y en Nueva York con otro profesor, Albert A. Sicroff. Aunado a esto estaban las ideas de Américo de Castro y mi búsqueda del judaísmo. Se me ocurrió volver a interpretar la vida de Santa Teresa. Ella pertenece a una familia de judíos conversos, eso la lleva a crear un exilio interior. Mi propia situación de exilio me lleva a intuir situaciones de exilio. Esto es lo que ocurre en esa mi primera novela.
Mi exilio es una suma de múltiples exilios: el de mis padres provocado por la Guerra Civil española, el de mi hermano causado por su muerte, el dado por la prohibición de escribir, el exilio social... Sin embargo mi idea del exilio fue evolucionando. De adolescente mi ideal era regresar a España, de hecho pensaba que con sólo regresar mi problema estaría resuelto. No me di cuenta de que ello no era así hasta los 16 años. Hicimos un viaje a Francia donde conocí a esos primos con los que me carteaba. Un día nos preparábamos para salir y bajaba yo las escaleras. Los de España me esperaban, y oigo que uno le dice al otro: "Oye, avisa a la mexicana que estamos listos". Yo dije: "¡Qué! ¡Ay, caramba, pues si yo no soy española!" Si mis primos hablaban mal de México yo me enfurecía y lo defendía, y claro, aquí me oyen hablar y me dicen: "Tú eres española, hasta pronuncias como tal".
El problema estaba ahí y era difícil. Morada interior me ayudó a aclarar ciertas cosas. Hay un capítulo clave, incluso escrito en cursivas que empieza: "No es que me despañolice, sino que busco las raíces, las verdaderas y profundas. Esas raíces que cuesta trabajo encontrar, que duele desenterrar y que temen la luz del día". Santa Teresa como personaje me permitió seguir buscando. Ella encuentra en el exilio y la mística algo no tangible que es una salida. Yo no la puedo tener porque vivo en otra época, no creo en Dios y esa salida no me es permitida. Hay personas que sí se lograron adaptar, pero yo me quedé siendo ni de un lado ni del otro. Durante mucho tiempo me preocupó hasta que me volví un poco cínica y dije: "¡Qué bien!, esto es fantástico".
Al paso del tiempo y ante la imposibilidad de volver a España vino la idea de Israel. Te queda la sensación de regresar a algún lado. Mi marido había vivido allí de joven y había fundado un kibutz. De todas mis novelas Tierra adentro es la más positiva, es la única con final feliz; trata sobre la salida de un muchacho de España a Israel después de la expulsión de los judíos en 1492. La llegada a algún lugar es ya una respuesta. Quizá por eso me acerco a los místicos, no por religiosa ni por mística, sino porque tuvieron la capacidad de encontrar algo que no necesariamente es la tierra.
Esa es la lucha que todos tenemos. Sor Juana lo decía: "entre razón y corazón". En mí ha pesado mucho el mundo racional, trato de rebelarme, pero el problema es que uno no puede escapar. La rebelión existe porque está la muerte. Esas son las rebeliones, pero son inútiles porque la muerte siempre gana la batalla. Esas rebeliones no fructifican, como la revelación que es un instante. Tal vez el instante, ese pequeñísimo fragmento de revelación, sea la historia. El símbolo de lo que es la vida, el hombre. La vida es tan fugaz como el instante de revelación. La historia en ese sentido, está unida a la muerte y a la temporalidad como instantaneidad.
La muerte es otra constante en mi escritura. En "El juego de escribir" (De cuerpo entero), relato cómo me hice a la idea de que hasta que no cumpliera 8 años podía morirme como mi hermano. A él lo incorporé en mi vida, jugué con él y es con quien he dialogado siempre. Mi hermano no era un fantasma, era algo real y conocí todo de él no porque lo recordara sino porque mis padres me lo contaban.
La guerra del Unicornio conjugó muchas cosas. Quería hacer una novela de aventuras y de caballería, como un cuento de hadas. Al mismo tiempo quería escribir algo sobre la Guerra Civil y el exilio. Sitúo estos hechos en la Edad Media. Divido el bando de los caballeros: los caballeros de Gules son el rojo, los caballeros de Sable son el negro, el comunismo y el fascismo. En la historia me guiaban los personajes y el desarrollo de la guerra. Busqué libros de historia y describí una de las batallas: la del Ebro. No podía escribir directamente una novela sobre la guerra, lo único que quedaba era alegorizar y esos personajes me lo permitieron; además de que representaban la historia medieval de España sin negar la existencia del pueblo árabe, judío y cristiano. De hecho son los tres que van a pelear aliados. Quería sacarme la espina de la guerra.
De encantamientos y encantados
Mi última novela, Dulcinea encantada, vuelve a presentar como temática central el exilio. El personaje está loco y se propone "escribir". De este modo, la única lectura y crítica de esta novela imaginaria es la propia. Tenía que dejar fluir, totalmente libre, su pensamiento, sus asociaciones disparatadas. Después de todo lo que ha sido el exilio, sólo quedaba la locura.
El exilio lo veo como algo apocalíptico. El fin de los tiempos para los españoles refugiados. Lo demás fue engañarse. Por eso esta novela tenía que ser apocalíptica, en el sentido de fin: el truncamiento de los españoles que no regresarían. ¿Qué libro hay más delirante que el Apocalipsis donde el lenguaje es llevado al extremo, donde las metáforas ya no funcionan y quién sabe qué quieran decir? Ese es al extremo al que puede llegar el exilio cuando es llevado a su total locura e incomprensión. El exilio en ese sentido es la locura.
Por otra parte, Dulcinea encantada fue una novela de revelación; me apoyé en ese libro de la revelación que es el Apocalipsis. Siempre quise escribir una novela sobre el exilio español, eso lo pensé desde los 18 años. Seguí escribiendo y la pospuse. Hice borradores, pero no me funcionaban. La idea estaba ahí. Pensaba que no me correspondía escribirla, que no tenía derecho. No es que yo fuera a escribir "la novela del exilio", ojalá se hubieran escrito muchas y ésta fuera otra más. Yo también tenía derecho porque soy parte de ese exilio. Hasta que un día yendo por el periférico "me ocurrió la revelación". Cuando la escribí, fluyó y no podía parar.
El exiliado sí escogió el exilio, pero su hijo fue arrastrado hacia ello. Ese es uno de los problemas de Dulcinea, ya no puede hacer nada. El coche la lleva y ella ha elegido el silencio, no hablar, sólo le queda la vida interior.
Dulcinea está encantada y juega a los encantados. Retomo dos pasajes de El Quijote. Uno es cuando Don Quijote ve a Dulcinea en la cueva de Montesinos haciendo cabriolas y cosas extrañas. Otra cuando Sancho le dice a Don Quijote que ésa no es Dulcinea sino una campesina. Don Quijote le explica a Sancho que Dulcinea está encantada. ¿Hasta qué punto el personaje es así? Puede ser que Dulcinea está transformada en algo que no es lo suyo. Eso le permite encantarse en otros personajes y puede ser una princesa medieval, la dama de compañía de la Marquesa Calderón en el México del siglo XIX... La historia es como las matrushkas, son muchas Dulcineas dentro de otras Dulcineas, hay una parte donde se pregunta: "¿Con quién estás hablando?", y responde: "Conmitigo".
Entiendo la palabra encantada en todos los sentidos: encantada porque está divertida, encantada porque está paralizada y necesita de un conjuro para poder desencantarse. El encantamiento la lleva a otro plano donde puede desatar su locura. El final del trayecto por el periférico marca una ruptura, puede que haya muerto o entrado al manicomio o pasar a una experiencia mística, el encantamiento la lleva a eso.
Dulcinea se siente atraída por la muerte, quiere estar sola, pero tiene miedo. La voz interna que constantemente le habla la salva. La idea es que triunfa la vida, pero la vida creada en su delirio. Quizás ama la muerte como ama a Dios, tanto una como el otro están idealizados.. Entonces, cuando hay la propuesta de morir, Dulcinea la rechaza.
Hay tantas Dulcineas como Amadís. De él sólo conocemos su cuello, porque ella va sentada en la parte trasera del automóvil. Es el caballero perfecto, el caballero de Dios que cumple con las normas de Raimundo Lulio. Dulcinea sí se puede enamorar de él. Don Quijote ha escogido a Amadís como modelo. Dulcinea no se puede enamorar de Don Quijote, idealmente sí, pero físicamente no.
Las intertextualidades muestran el amor al libro, que se necesita como muleta o como apoyo. Esto es una ironía, de por sí Dulcinea posee un nombre libresco, pero además lee y tiene que buscar en su bolso el libro. Si no está ahí no se siente segura. El libro es el fundamento. En este punto se puede ver la tradición hebrea de la Torah, un libro donde la palabra no está explicada, no está establecida y donde simplemente tratas de volver a interpretar, pero necesitas del libro y eso le ocurre a Dulcinea.
Cito a Vladimir Propp porque estudió el cuento de hadas, además de que siempre me ha gustado ese género. Al final digo que no se cumplen estas normas. Todas las teorizaciones sobre la novela no son efectivas. Hay un poco la burla sobre las teorías acerca del hecho literario; es como abrir el cráneo, el proceso literario. En ese sentido muestro qué pasa cuando uno esta haciendo una novela. Todas las novelas de Dulcinea son novelas fallidas, es la novela sobre la novela.
Se introduce indirectamente la tradición de La Cábala, en cuanto a palabra: contar y contar hasta acabar creyendo lo que se cuenta. De aquí que uno de los problemas de Dulcinea sean los recuerdos.
En mi escritura el espacio en blanco es una necesidad. de nuevo, no lo puedes decir todo ni oralmente ni por escrito. El espacio en blanco es parte de la lectura y ahí se encuentra lo que no puedes expresar o decir. Al mismo tiempo se da la reducción de vocabulario. Por ejemplo, antes de que el hermano de Dulcinea muera, es cometido el incesto. Ese momento es muy escueto, no se dan detalles. No podría ser de otro modo dado mi concepto de escritura. La expresión no se puede extender, hay que reducirla y concentrarla. En los momentos cumbres falla el lenguaje.
El cuento de nunca acabar
La literatura es algo incompleto. Así es el hombre. Todo lo que toca es frágil y condenado a la muerte. La vida del hombre está llena de espacios en blanco: el amor, la muerte... Las grandes cosas no pueden ser expresadas.
Sin embargo cuando se crea un objeto como un libro, un cuadro o una melodía surge el problema entre el creador y la idea de Dios. Quizá por eso el artista siempre está marginado de la sociedad porque hay ese deseo de equipararse con la idea divina.
¿Dios?, el concepto de Dios es lo que me interesa y cómo lo han desarrollado los místicos. Lo que me enamora es ese juego del concepto que te lleva a un amor. La poesía de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa puede ser leída como poesía erótica, ¿qué pasa ahí? Esto se refleja en Dulcinea cuando busca a Amadís y no lo encuentra. Se le aparece, pero no se le aparece: es el momento de la revelación.
La suma de diversos exilios, en mi caso, ha hecho que esto se convierta en un tema obsesivo que permea a los otros. En el centro está el exilio, hay un poema mío que dice:
El exilio
Siempre el exilio
En el centro
el exilio
Yo seguí escribiendo porque era algo no resuelto, ni siquiera en este libro lo está. Es algo que ya no me preocupa como antes, pero es una marca que siempre estará. Este exilio puede ser totalmente sui generis, quizás no sea "el exilio" sino mi exilio subjetivo, aunque tiene de ambos porque no está creado en el aire.
Escribir, es difícil hablar de ello. No puedo ponerme en fórmulas, no quiero encasillarme. Por eso mis cuentos no son cuentos, mis novelas no son novelas y mis poemas, no son poemas.
El escritor de esta época no tiene porqué dar razón de su escritura. Será porque no le adjudico a la literatura un papel específico. Como ya se ha dicho todo quizá lo que interese es el proceso creativo para dar una visión del mundo. Tal vez eso quede. Tal vez no sea verdad. A los escritores no hay que pedirles su opinión, sino dejarlos escribir.
[1] "En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz". La Jornada La Jornada Semanal. Suplemento Cultural. México. 12 de septiembre de 1993.
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