jueves, 21 de febrero de 2013

VICENTE HUIDOBRO. ALTAZOR. CANTO I


Huidobro, Vicente (1893-1948)
Poeta chileno es uno de los grandes maestros de la poesía hispanoamericana contemporánea. Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía, fue un joven rebelde que desafió todas las normas y luchó por la libertad poética y política. Vivió largas temporadas en Europa, sobre todo en París, donde conoció a Picasso, Juan Gris y Apollinaire, con quien colaboró en la publicación de diversas revistas de vanguardia. Participó en la guerra civil española, en el bando republicano, y fue corresponsal del ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial. Su afán de originalidad poética le llevó a fundar el movimiento creacionista, cuyo Manifiesto redactó en 1925 y que tuvo una enorme influencia en la poesía de vanguardia. El carácter innovador de su quehacer poético se plasma tanto en su obra escrita en castellano como en francés, su segunda lengua. La utilización del juego tipográfico como elemento poético, la audacia de las imágenes y la extraordinaria inventiva verbal, características propias del creacionismo, sustentan una obra subyugante compuesta, entre otros títulos, por Ecos del alma (1911), Cancionero en la noche (1913), La gruta del silencio (1913), Espejo en el agua (1916), Adán (1916), Ecuatorial (1918), Poemas árticos (1918), Altazor (1913), Ver y palpar (1941) y Últimos poemas (1948). En francés publicó Horizon carré (1917), Tour Eiffel (1918), Hallalli, poéme de guerra (1918), Saisons choisies (1921), Automne régulier (1925) y Tout a coup (1925).

ALTAZOR
CANTO  PRIMERO.

Altazor
Poema
Vicente Huidobro




NOTA
    Este poema ha sido publicado en diferentes diarios y revistas en fragmentos dispersos y sin orden. Es la primera vez que se publica en libro y completo.
[9]

Prefacio
     Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
     Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
     Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
     Amo la noche, sombrero de todos los días.
     La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
     Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
     Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
     Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcos-iris.
     Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
     El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: [10] «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
     Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
     Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón girones de aurora incontestable.
     Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
     Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso como un ombligo.
     «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
     »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
     »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo o reconstituido, pero indiscutible.
     »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
     »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
     »Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
     »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su [11] rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
     Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
     Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
     Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
     Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
     «Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
     »Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
     »Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte.
     »Un poema es una cosa que será.
     »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
     »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
     »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
     »Si yo no hiciera, al menos una locura por año, me volvería loco.» [12]
     Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha, me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
     Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
     Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
     «Mira mis manos: son trasparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
     »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
     »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
     »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
     »Digo siempre adiós, y me quedo.
     »Amame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
     »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
     »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
     »Amame.»
     Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
     Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
     Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda. [13]
     Y heme aquí solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
     Ah, qué hermoso... qué hermoso.
     Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
     Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
     Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
     De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
     Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
     La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
     Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
     Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
     Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
     Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
     Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
     Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos, sin testigo. [14]
     El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
     Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
     Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
     El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
     Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
     Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
     Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
     Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
     Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
     La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
     Vamos cayendo, cayendo de nuestro zenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
     Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del zenit al nadir porque ese es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra. [15]
     Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
     Ah, mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
     ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
     Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
     Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
     Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
     Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
     ¿Qué esperas?
     Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
     Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable. [17] 



Canto I
                                   
Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser? 5
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo 10
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?

La nebulosa de la angustia pasa como un río
Y me arrastra según la ley de las atracciones 15
La nebulosa en olores solidificada huye su propia soledad
Siento un telescopio que me apunta como un revólver [18]
La cola de un cometa me azota el rostro y pasa relleno de eternidad
Buscando infatigable un lago quieto en donde refrescar su tarea ineludible

  Altazor morirás Se secará tú voz y serás invisible 20
La Tierra seguirá girando sobre su órbita precisa
Temerosa de un traspiés como el equilibrista sobre el alambre
que ata las miradas del pavor
En vano buscas ojo enloquecido
No hay puerta de salida y el viento desplaza los planetas 25
Piensas que no importa caer eternamente si se logra escapar
¿No ves que vas cayendo ya?
Limpia tu cabeza de prejuicio y moral
Y si queriendo alzarte nada has alcanzado
Déjate caer sin parar tu caída sin miedo al fondo de la sombra 30
Sin miedo al enigma de ti mismo
Acaso encuentres una luz sin noche
Perdida en las grietas de los precipicios

Cae
      Cae eternamente
Cae al fondo del infinito 35
Cae al fondo del tiempo
Cae al fondo de ti mismo
Cae lo más bajo que se pueda caer
Cae sin vértigo
A través de todos los espacios y todas las edades 40 [19]
A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios
Cae y quema al pasar los astros y los mares
Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan
Quema el viento con tu voz
El viento que se enreda en tu voz 45
Y la noche que tiene frío en su gruta de huesos

Cae en infancia
Cae en vejez
Cae en lágrimas
Cae en risas 50
Cae en música sobre el universo
Cae de tu cabeza a tus pies
Cae de tus pies a tu cabeza
Cae del mar a la fuente
Cae al último abismo de silencio 55
Como el barco que se hunde apagando sus luces

Todo se acabó
El mar antropófago golpea la puerta de las rocas despiadadas
Los perros ladran a las horas que se mueren
Y el cielo escucha el paso de las estrellas que se alejan. 60
Estás solo
Y vas a la muerte derecho como un iceberg que se desprende del polo
Cae la noche buscando su corazón en el océano
La mirada se agranda como los torrentes
Y en tanto que las olas se dan vuelta 65 [20]
La luna niño de luz se escapa de alta mar
Mira este cielo lleno
Más rico que los arroyos de las minas
Cielo lleno de estrellas que esperan el bautismo
Todas esas estrellas salpicaduras de un astro de piedra lanzado en las aguas eternas 70
No saben lo que quieren ni si hay redes ocultas más alla
Ni qué mano lleva las riendas
Ni qué pecho sopla el viento sobre ellas
Ni saben si no hay mano y no hay pecho.
Las montañas de pesca 75
Tienen la altura de mis deseos
Y yo arrojo fuera de la noche mis últimas angustias
Que los pájaros cantando dispersan por el mundo.

Reparad el motor del alba
En tanto me siento al borde de mis ojos 80
Para asistir a la entrada de las imágenes

Soy yo Altazor
Altazor
Encerrado en la jaula de su destino
En vano me aferro a los barrotes de la evasión posible 85
Una flor cierra el camino
Y se levantan como la estatua de las llamas.
La evasión imposible
Más débil marcho con mis ansias
Que un ejército sin luz en medio de emboscadas 90 [21]
Abrí los ojos en el siglo
En que moría el cristianismo.
Retorcido en su cruz agonizante
Ya va a dar el último suspiro
¿Y mañana qué pondremos en el sitio vacío? 95
Pondremos un alba o un crepúsculo
¿Y hay que poner algo acaso?
La corona de espinas
Chorreando sus últimas estrellas se marchita
Morirá el cristianismo que no ha resuelto ningún problema 100
Que sólo ha enseñado plegarias muertas.
Muere después de dos mil años de existencia
Un cañoneo enorme pone punto final a la era cristiana
El Cristo quiere morir acompañado de millones de almas
Hundirse con sus templos 105
Y atravesar la muerte con un cortejo inmenso.
Mil aeroplanos saludan la nueva era
Ellos son los oráculos y las banderas

Hace seis meses solamente
Dejé la ecuatorial recién cortada 110
En la tumba guerrera del esclavo paciente
Corona de piedad sobre la estupidez humana.
Soy yo que estoy hablando en este año de 1919
Es el invierno
Ya la Europa enterró todos sus muertos 115
Y un millar de lágrimas hacen una sola cruz de nieve [22]
Mirad esas estepas que sacuden las manos
Millones de obreros han comprendido al fin
Y levantan al cielo sus banderas de aurora
Venid venid os esperamos porque sois la esperanza 120
La única esperanza
La última esperanza.

Soy yo Altazor el doble de mí mismo
El que se mira obrar y se ríe del otro frente a frente
El que cayó de las alturas de su estrella 125
Y viajó veinticinco años
Colgado al paracaídas de sus propios prejuicios
Soy yo Altazor el del ansia infinita
Del hambre eterno y descorazonado
Carne labrada por arados de angustia 130
¿Cómo podré dormir mientras haya adentro tierras desconocidas?
Problemas
Misterios que se cuelgan a mi pecho
Estoy solo
La distancia que va de cuerpo a cuerpo 135
Es tan grande como la que hay de alma a alma
Solo
       Solo
               Solo
Estoy solo parado en la punta del año que agoniza 140
El universo se rompe en olas a mis pies
Los planetas giran en torno a mi cabeza
Y me despeinan al pasar con el viento que desplazan [23]
Sin dar una respuesta que llene los abismos
Ni sentir este anhelo fabuloso que busca en la fauna del cielo 145
Un ser materno donde se duerma el corazón
Un lecho a la sombra del torbellino de enigmas
Una mano que acaricie los latidos de la fiebre.
Dios diluido en la nada y el todo
Dios todo y nada 150
Dios en las palabras y en los gestos
Dios mental
Dios aliento
Dios joven Dios viejo
Dios pútrido 155
                    lejano y cerca
Dios amasado a mi congoja

Sigamos cultivando en el cerebro las tierras del error
Sigamos cultivando las tierras veraces en el pecho
Sigamos 160
Siempre igual como ayer mañana y luego y después
No
No puede ser. Cambiemos nuestra suerte
Quememos nuestra carne en los ojos del alba
Bebamos la tímida lucidez de la muerte 165
La lucidez polar de la muerte.
Canta el caos al caos que tiene pecho de hombre
Llora de eco en eco por todo el universo
Rodando con sus mitos entre alucinaciones
Angustia de vacío en alta fiebre 170
Amarga conciencia del vano sacrificio [24]
De la experiencia inútil del fracaso celeste
Del ensayo perdido
Y aún después que el hombre haya desaparecido
Que hasta su recuerdo se queme en la hoguera del tiempo 175
Quedará un gusto a dolor en la atmósfera terrestre
Tantos siglos respirada por miserables pechos plañideros
Quedará en el espacio la sombra siniestra
De una lágrima inmensa
Y una voz perdida aullando desolada 180
Nada nada nada
No
No puede ser
Consumamos el placer
Agotemos la vida en la vida 185
Muera la muerte infiltrada de rapsodias langurosas
Infiltrada de pianos tenues y banderas cambiantes como crisálidas
Las rocas de la muerte se quejan al borde del mundo
El viento arrastra sus florescencias amargas
Y el desconsuelo de las primaveras que no pueden nacer. 190
Todas son trampas
                              trampas del espíritu
Transfusiones eléctricas de sueño y realidad
Oscuras lucideces de esta larga desesperación petrificada en soledad
Vivir vivir en las tinieblas 195
Entre cadenas de anhelos tiránicos collares de gemidos
Y un eterno viajar en los adentros de sí mismo.
Con dolor de límites constantes y vergüenza de ángel estropeado [25]
Burla de un dios nocturno.
Rodar rodar rotas las antenas en medio del espacio 200
Entre mares alados y auroras estancadas

Yo estoy aquí de pie ante vosotros
En nombre de una idiota ley proclamadora
De la conservación de las especies
Inmunda ley 205
Villana ley arraigada a los sexos ingenuos.
Por esa ley primera trampa de la inconciencia
El hombre se desgarra
Y se rompe en aullidos mortales por todos los poros de su tierra.
Yo estoy aquí de pie entre vosotros 210
Se me caen las ansias al vacío
Se me caen los gritos a la nada
Se me caen al caos las blasfemias
Perro del infinito trotando entre astros muertos
Perro lamiendo estrellas y recuerdos de estrella 215
Perro lamiendo tumbas
Quiero la eternidad como una paloma en mis manos

Todo ha de alejarse en la muerte esconderse en la muerte
Yo tú él nosotros vosotros ellos
Ayer hoy mañana 220
Pasto en las fauces del insaciable olvido
Pasto para la rumia eterna del caos incansable
Justicia ¿qué has hecho de mí Vicente Huidobro? [26]
Se me cae el dolor de la lengua y las alas marchitas
Se me caen los dedos muertos uno a uno 225
¿Qué has hecho de mi voz cargada de pájaros en el atardecer
La voz que me dolía como sangre?
Dadme el infinito como una flor para mis manos

Seguir
No. Basta ya 230
Seguir cargado de mundos de países de ciudades
Muchedumbres aullidos
Cubierto de climas hemisferios ideas recuerdos
Entre telarañas de sepulcros y planetas conscientes
Seguir del dolor al dolor del enigma al enigma 235
Del dolor de la piedra al dolor de la planta
Porque todo es dolor
Dolor de batalla y miedo de no ser
Lazos de dolor atan la tierra al cielo las aguas a la tierra
Y los mundos galopan en órbitas de angustia 240
Pensando en la sorpresa
La latente emboscada en todos los rincones del espacio.
Me duelen los pies como ríos de piedra
¿Qué has hecho de mis pies?
¿Qué has hecho de esta bestia universal 245
De este animal errante?
Esta rata en delirio que trepa las montañas
Sobre un himno boreal o alarido de tierra
Sucio de tierra y llanto
                                  de tierra y sangre 250
Azotado de espinas y los ojos en cruz. [27]
La conciencia es amargura
La inteligencia es decepción
Solo en las afueras de la vida
Se puede plantar una pequeña ilusión 255

Ojos ávidos de lágrimas hirviendo
Labios ávidos de mayores lamentos
Manos enloquecidas de palpar tinieblas
Buscando más tinieblas
Y esta amargura que se pasea por los huesos 260
Y este entierro en mi memoria
Este entierro que se alarga en mi memoria
Este largo entierro que atraviesa todos los días mi memoria
Seguir
No 265
Que se rompa el andamio de los huesos
Que se derrumben las vigas del cerebro
Y arrastre el huracán los trozos a la nada al otro lado
En donde el viento azota a Dios
En donde aún resuene mi violín gutural 270
Acompañando el piano póstumo del Juicio Final

Eres tú tu el ángel caído
La caída eterna sobre la muerte
La caída sin fin de muerte en muerte
Embruja el universo con tu voz 275
Aférrate a tu voz embrujador del mundo
Cantando como un ciego perdido en la eternidad [28]
Anda en mi cerebro una gramática dolorosa y brutal
La matanza continua de conceptos internos
Y una última aventura de esperanzas celestes 280
Un desorden de estrellas imprudentes
Caídas de los sortilegios sin refugio
Todo lo que se esconde y nos incita con imanes fatales
Lo que se esconde en las frías regiones de lo invisible
O en la ardiente tempestad de nuestro cráneo 285

La eternidad se vuelve sendero de flor
Para el regreso de espectros y problemas
Para el mirage sediento de las nuevas hipótesis
Que rompen el espejo de la magia posible

  Liberación, ¡Oh! si liberación de todo 290
De la propia memoria que nos posee
De las profundas vísceras que saben lo que saben
A causa de estas heridas que nos atan al fondo
Y nos quiebran los gritos de las alas

  La magia y el ensueño liman los barrotes 295
La poesía llora en la punta del alma
Y acrece la inquietud mirando nuevos muros
Alzados de misterio en misterio
Entre minas de mixtificación que abren sus heridas
Con el ceremonial inagotable del alba conocida. 300
Todo en vano
Dadme la llave de los sueños cerrados
Dadme la llave del naufragio [29]
Dadme una certeza de raíces en horizonte quieto
Un descubrimiento que no huya a cada paso 305
O dadme un bello naufragio verde
Un milagro que ilumine el fondo de nuestros mares íntimos
Como el barco que se hunde sin apagar sus luces.
Liberado de este trágico silencio entonces
En mi propia tempestad 310
Desafiaré al vacío
Sacudiré la nada con blasfemias y gritos
Hasta que caiga un rayo de castigo ansiado
Trayendo a mis tinieblas el clima del paraíso

  ¿Por qué soy prisionero de esta trágica busca? 315
¿Qué es lo que me llama y se esconde
Me sigue me grita por mi nombre
Y cuando vuelvo el rostro y alargo las manos de los ojos
Me echa encima una niebla tenaz como la noche de los astros ya muertos?
  Sufro me revuelco en la angustia 320
Sufro desde que era nebulosa
Y traigo desde entonces este dolor primordial en las células
Este peso en las alas
Esta piedra en el canto
Dolor de ser isla 325
Angustia subterránea
Angustia cósmica
Poliforme angustia anterior a mi vida
Y que la sigue como una marcha militar [30]
Y que irá más allá 330
Hasta el otro lado de la periferia universal

Consciente
Inconsciente
Deforme
Sonora 335
Sonora como el fuego
El fuego que me quema el carbón interno y el alcohol de los ojos

Soy una orquesta trágica
Un concepto trágico
Soy trágico como los versos que punzan en las sienes y no pueden salir 340
Arquitectura fúnebre
Matemática fatal y sin esperanza alguna
Capas superpuestas de dolor misterioso
Capas superpuestas de ansias mortales
Subsuelos de intuiciones fabulosas 345

Siglos siglos que vienen gimiendo en mis venas
Siglos que se balancean en mi canto
Que agonizan en mi voz
Porque mi voz es solo canto y sólo puede salir en canto
La cuna de mi lengua se metió en el vacío 350
Anterior a los tiempos [31]
Y guardará eternamente el ritmo primero
El ritmo que hace nacer los mundos
Soy la voz del hombre que resuena en los cielos
Que reniega y maldice 355
Y pide cuentas de por qué y para qué

  Soy todo el hombre
El hombre herido por quién sabe quien
Por una flecha perdida del caos
Humano terreno desmesurado 360
Sí desmesurado y lo proclamo sin miedo
Desmesurado porque no soy burgués ni raza fatigada
Soy bárbaro tal vez
Desmesurado enfermo
Bárbaro limpio de rutinas y caminos marcados 365
No acepto vuestras sillas de seguridades cómodas
Soy el ángel salvaje que cayó una mañana
En vuestras plantaciones de preceptos.
Poeta
Anti poeta 370
Culto
Anti culto
Animal metafísico cargado de congojas
Animal espontáneo directo sangrando sus problemas
Solitario como una paradoja 375
Paradoja fatal
Flor de contradicciones bailando un fox-trot
Sobre el sepulcro de Dios [32]
Sobre el bien y el mal
Soy un pecho que grita y un cerebro que sangra 380
Soy un temblor de tierra
Los sismógrafos señalan mi paso por el mundo

  Crujen las ruedas de la tierra
Y voy andando a caballo en mi muerte
Voy pegado a mi muerte como un pájaro al cielo 385
Como una fecha en el árbol que crece
Como el nombre en la carta que envío
Voy pegado a mi muerte
Voy por la vida pegado a mi muerte
Apoyado en el bastón de mi esqueleto 390

El sol nace en mi ojo derecho y se pone en mi ojo izquierdo
En mi infancia una infancia ardiente como un alcohol
Me sentaba en los caminos de la noche
A escuchar la elocuencia de las estrellas
Y la oratoria del árbol 395
Ahora la indiferencia nieva en la tarde de mi alma
Rómpanse en espigas las estrellas
Pártase la luna en mil espejos
Vuelva el árbol al nido de su almendra
Sólo quiero saber por qué 400
Por qué
Por qué
Soy protesta y araño el infinito con mis garras [33]
Y grito y gimo con miserables gritos oceánicos
El eco de mi voz hace tronar el caos 405

  Soy desmesurado cósmico
Las piedras las plantas las montañas
Me saludan Las abejas las ratas
Los leones y las águilas
Los astros los crepúsculos las albas 410
Los ríos y las selvas me preguntan
Qué tal cómo está Ud.?
Y mientras los astros y las olas tengan algo que decir
Será por mi boca que hablarán a los hombres

  Que Dios sea Dios 415
O Satán sea Dios
O ambos sean miedo, nocturna ignorancia
Lo mismo da
Que sea la vía láctea
O una procesión que asciende en pos de la verdad 420
Hoy me es igual
Traedme una hora que vivir
Traedme un amor pescado por la oreja
Y echadlo aquí a morir ante mis ojos
Que yo caiga por el mundo a toda máquina 425
Que yo corra por el universo a toda estrella
Que me hunda o me eleve
Lanzado sin piedad entre planetas y catástrofes [34]
Señor Dios si tú existes es a mí a quien lo debes

Matad la horrible duda 430
Y la espantosa lucidez
Hombre con los ojos abiertos en la noche
Hasta el fin de los siglos
Enigma asco de los instintos contagiosos
Como las campanas de la exaltación 435
Pajarero de luces muertas que andan con pies de espectro
Con los pies indulgentes del arroyo
Que se llevan las nubes y cambia de país

En el tapiz del cielo se juega nuestra suerte
Allí donde mueren las horas 440
El pesado cortejo de las horas que golpean el mundo
Se juega nuestra alma
Y la suerte que se vuela todas las mañanas
Sobre las nubes con los ojos llenos de lágrimas
Sangra la herida de las últimas creencias 445
Cuando el fusil desconsolado del humano refugio
Descuelga los pájaros del cielo.
Mírate allí animal fraterno desnudo de nombre
Junto al abrevadero de tus límites propios
Bajo el alba benigna 450
Que zurce el tejido de las mareas
Mira a lo lejos viene la cadena de hombres
Saliendo de la usina de ansias iguales
Mordidos por la misma eternidad [35]
Por el mismo huracán de vagabundas fascinaciones 455
Cada uno trae su palabra informe
Y los pies atados a su estrella propia
Las máquinas avanzan en la noche del diamante fatal
Avanza el desierto con sus olas sin vida
Pasan las montañas pasan los camellos 460
Como la historia de las guerras antiguas
Allá va la cadena de hombres entre fuegos ilusos
Hacia el párpado tumbal

Después de mi muerte un día
El mundo será pequeño a las gentes 465
Plantarán continentes sobre los mares
Se harán islas en el cielo
Habrá un gran puente de metal en torno de la tierra
Como los anillos construídos en Saturno
Habrá ciudades grandes como un país 470
Gigantescas ciudades del porvenir
En donde el hombre-hormiga será una cifra
Un número que se mueve y sufre y baila
(Un poco de amor a veces como un arpa que hace olvidar la vida)
Jardines de tomates y repollos 475
Los parques públicos plantados de árboles frutales
No hay carne que comer el planeta es estrecho
Y las máquinas mataron el último animal
Árboles frutales en todos los caminos
Lo aprovechable sólo lo aprovechable 480
Ah la hermosa vida que preparan las fábricas [36]
La horrible indiferencia de los astros sonrientes
Refugio de la música
Que huye de las manos de los últimos ciegos

Angustia angustia de lo absoluto y de la perfección 485
Angustia desolada que atraviesa las órbitas perdidas
Contradictorios ritmos quiebran el corazón
En mi cabeza cada cabello piensa otra cosa

Un hastío invade el hueco que va del alba al poniente
Un bostezo color mundo y carne 490
Color espíritu avergonzado de irrealizables cosas
Lucha entre la piel y el sentimiento de una dignidad bebida y no otorgada.
Nostalgia de ser barro y piedra o Dios
Vértigo de la nada cayendo de sombra en sombra
Inutilidad de los esfuerzos fragilidad del sueño 495

Ángel expatriado de la cordura
¿Por qué hablas Quién te pide que hables?
Revienta pesimista mas revienta en silencio
Cómo se reirán los hombres de aquí a mil años
Hombre perro que aúllas a tu propia noche 500
Delincuente de tu alma
El hombre de mañana se burlará de ti
Y de tus gritos petrificados goteando estalactitas
¿Quién eres tú habitante de este diminuto cadáver estelar?
¿Qué son tus náuseas de infinito y tu ambición de eternidad? 505 [37]
Átomo desterrado de sí mismo con puertas y ventanas de luto
¿De dónde vienes a dónde vas?
¿Quién se preocupa de tu planeta?
Inquietud miserable
Despojo del desprecio que por ti sentiría 510
Un habitante de Betelgeuse
Veintinueve millones de veces más grande que tu sol

Hablo porque soy protesta insulto y mueca de dolor
Sólo creo en los climas de la pasión
Sólo deben hablar los que tienen el corazón clarividente 515
La lengua a alta frecuencia
Buzos de la verdad y la mentira
Cansados de pasear sus linternas en los laberintos de la nada
En la cueva de alternos sentimientos
El dolor es lo único eterno 520
Y nadie podrá reír ante el vacío
¿Qué me importa la burla del hombre-hormiga
Ni la del habitante de otros astros más grandes?
Yo no sé de ellos ni ellos saben de mí
Yo sé de mi vergüenza de la vida de mi asco celular 525
De la mentira abyecta de todo cuanto edifican los hombres
Los pedestales de aire de sus leyes e ideales

Dadme dadme pronto un llano de silencio
Un llano despoblado como los ojos de los muertos

¿Robinsón por qué volviste de tu isla? 530
De la isla de tus obras y tus sueños privados [38]
La Isla de ti mismo rica de tus actos
Sin leyes ni abdicación ni compromisos
Sin control de ojo intruso
Ni mano extraña que rompa los encantos 535
¿Robinsón cómo es posible que volvieras de tu isla?

Malhaya el que mire con ojos de muerte
Malhaya el que vea el resorte que todo lo mueve
Una borrasca dentro de la risa
Una agonía de sol adentro de la risa 540
Matad al pesimista de pupila enlutada
Al que lleva un féretro en el cerebro
Todo es nuevo cuando se mira con ojos nuevos
Oigo una voz idiota entre algas de ilusión
Boca parasitaria aún de la esperanza 545

Idos lejos de aquí restos de playas moribundas
Mas si buscáis descubrimientos
Tierras irrealizables más allá de los cielos
Vegetante obsesión de musical congoja
Volvamos al silencio. 550
Restos de playas fúnebres
¿A qué buscáis el faro poniente
Vestido de su propia cabellera
Como la reina de los circos?
Volvamos al silencio 555
Al silencio de las palabras que vienen del silencio [39]
Al silencio de las hostias donde se mueren los profetas
Con la llaga del flanco
Cauterizada por algún relámpago

Las palabras con fiebre y vértigo interno 560
Las palabras del poeta dan un mareo celeste
Dan una enfermedad de nubes
Contagioso infinito de planetas errantes
Epidemia de rosas en la eternidad

Abrid la boca para recibir la hostia de la palabra herida 565
La hostia angustiada y ardiente que me nace no se sabe dónde
Que viene de más lejos que mi pecho
La catarata delicada de oro en libertad
Correr de río sin destino como aerolitos al azar
Una columna se alza en la punta de la voz 570
Y la noche se sienta en la columna

Yo poblaré para mil años los sueños de los hombres
Y os daré un poema lleno de corazón
En el cual me despedazaré por todos lados

Una lágrima caerá de unos ojos 575
Como algo enviado sobre la tierra
Cuando veas como una herida profetiza
Y reconozcas la carne desgraciada
El pájaro cegado en la catástrofe celeste [40]
Encontrado en mi pecho solitario y sediento 580
En tanto yo me alejo tras los barcos magnéticos
Vagabundo como ellos
Y más triste que un cortejo de caballos sonámbulos

Hay palabras que tienen sombra de árbol
Otras que tienen atmósfera de astros 585
Hay vocablos que tienen fuego de rayos
Y que incendian donde caen
Otros que se congelan en la lengua y se rompen al salir
Como esos cristales alados y fatídicos
Hay palabras con imanes que atraen los tesoros del abismo 590
Otras que se descargan como vagones sobre el alma
Altazor desconfía de las palabras
Desconfía del ardid ceremonioso
Y de la poesía
Trampas 595
             Trampas de luz y cascadas lujosas
Trampas de perla y de lámpara acuática
Anda como los ciegos con sus ojos de piedra
Presintiendo el abismo a todo paso

Mas no temas de mí que mi lenguaje es otro 600
No trato de hacer feliz ni desgraciado a nadie
Ni descolgar banderas de los pechos
Ni dar anillos de planetas
Ni hacer satélites de mármol en torno a un talismán ajeno
Quiero darte una música de espíritu 605 [41]
Música mía de esta cítara plantada en mi cuerpo
Música que hace pensar en el crecimiento de los árboles
Y estalla en luminarias adentro del sueño.
Yo hablo en nombre de un astro por nadie conocido
Hablo en una lengua mojada en mares no nacidos 610
Con una voz llena de eclipses y distancias
Solemne como un combate de estrellas o galeras lejanas
Una voz que se desfonda en la noche de las rocas
Una voz que da la vista a los ciegos atentos
Los ciegos escondidos al fondo de las casas 615
Como al fondo de sí mismos

Los veleros que parten a distribuir mi alma por el mundo
Volverán convertidos en pájaros
Una hermosa mañana alta de muchos metros
Alta como el árbol cuyo fruto es el sol 620
Una mañana frágil y rompible
A la hora en que las flores se lavan la cara
Y los últimos sueños huyen por las ventanas

Tanta exaltación para arrastrar los cielos a la lengua
El infinito se instala en el nido del pecho 625
Todo se vuelve presagio
                                   ángel entonces
El cerebro se torna sistro revelador
Y la hora huye despavorida por los ojos
Los pájaros grabados en el zenit no cantan 630
El día se suicida arrojándose al mar [42]
Un barco vestido de luces se aleja tristemente
Y al fondo de las olas un pez escucha el paso de los hombres

Silencio la tierra va a dar a luz un árbol
La muerte se ha dormido en el cuello de un cisne 635
Y cada pluma tiene un distinto temblor
Ahora que Dios se sienta sobre la tempestad (1)
Que pedazos de cielo caen y se enredan en la selva
Y que el tifón despeina las barbas del pirata
Ahora sacad la muerta al viento 640
Para que el viento abra sus ojos

Silencio la tierra va a dar a luz un árbol
Tengo cartas secretas en la caja del cráneo
Tengo un carbón doliente en el fondo del pecho
Y conduzco mi pecho a la boca 645
Y la boca a la puerta del sueño

El mundo se me entra por los ojos
Se me entra por las manos se me entra por los pies
Me entra por la boca y se me sale
En insectos celestes o nubes de palabras por los poros. 650
Silencio la tierra va a dar a luz un árbol
Mis ojos en la gruta de la hipnosis
Mastican el universo que me atraviesa como un túnel
Un escalofrío de pájaro me sacude los hombros
Escalofrío de alas y olas interiores 655
Escalas de olas y alas en la sangre
Se rompen las amarras de las venas [43]
Y se salta afuera de la carne
Se sale de las puertas de la tierra
Entre palomas espantadas 660

  Habitante de tu destino
¿Por qué quieres salir de tu destino?
¿Por qué quieres romper los lazos de tu estrella
Y viajar solitario en los espacios
Y caer a través de tu cuerpo de tu zenit a tu nadir? 665

No quiero ligaduras de astro ni de viento
Ligaduras de luna buenas son para el mar y las mujeres
Dadme mis violines de vértigo insumiso
Mi libertad de música escapada
No hay peligro en la noche pequeña encrucijada 670
Ni enigma sobre el alma
La palabra electrizada de sangre y corazón
Es el gran paracaídas y el pararrayos de Dios

Habitante de tu destino
Pegado a tu camino como roca 675
Viene la hora del sortilegio resignado
Abre la mano de tu espíritu
El magnético dedo
En donde el anillo de la serenidad adolescente
Se posará cantando como el canario pródigo 680
Largos años ausente [44]
Silencio
           Se oye el pulso del mundo como nunca pálido
La tierra acaba de alumbrar un árbol [45]

martes, 19 de febrero de 2013

D. H. (David Herbert) Lawrence


D. H. (David Herbert) Lawrence nació el 11 de septiembre de 1885 en un pueblo llamado Eastwood, Nottinghamshire (Inglaterra). Era el cuarto hijo de Arthur Lawrence, un minero casi analfabeto y aficionado a la bebida, y de Lydia Beardsall, una mujer, antigua maestra, amante de la cultura, hecho que provocaría el interés por la pintura y la lectura del pequeño David, quien desde niño sufrió de frágil salud.
La diferencia cultural entre sus padres fue un elemento clave en la psicología de Lawrence, quien sufrió en su niñez el enfrentamiento habitual entre sus progenitores.

Después de acudir gracias a una beca al Nottingham High School y a la Universidad de la misma ciudad, Lawrence dejó los estudios y comenzó a publicar sus primeros textos y a dar clases desde 1908 en la Davidson Road School de Croydon.

En 1912 Lawrence inició una relación sentimental con Frieda von Richtofen, mujer del profesor Ernest Weekley y hermana del famoso piloto Barón Rojo, Manfred von Richthofen.
Frieda abandonó a su esposo e hijos para convivir con el joven David Herbert en Bavaria (Alemania). Ambos, que viajarían con frecuencia por bastantes países, se casarían en 1914.


En la década de los 20, D. H. Lawrence viaja por Australia, Asia, Estados Unidos y Europa. Asentado de nuevo en Italia, cerca de Florencia, escribe su título más popular, `El amante de Lady Chatterley` (1928), un libro acusado de nuevo de obsceno que narraba de manera explícita la relación sexual entre una mujer culta y adinerada y un guardabosques al servicio de su esposo aristócrata.
D. H. Lawrence Falleció a causa de la tuberculosis el 2 de marzo de 1930 en Vence (Francia). Tenía 44 años..


Inválido de guerra, Sir Clifford Chatterley y su esposa Connie llevan una existencia acomodada, aparentemente plácida, rodeada de los placeres burgueses de las reuniones sociales y regida por los correctos términos que deben ser propios de todo buen matrimonio. Connie, sin embargo, no puede evitar sentir un vacío vital. La irrupción en su vida de Mellors, el guardabosque de la mansión familiar, la pondrá en contacto con las energías más primarias e instintivas y relacionadas con la vida. La fuerte corriente relacionada con la energía sexual que recorre casi toda la obra de D. H. Lawrence encuentra una de sus máximas expresiones en EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY, novela que se vio envuelta en la polémica y el escándalo desde el momento de su aparición.

FUENTE: N.N.

CAPÍTULO PRIMERO.

EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY

D. H. Lawrence


CAPITULO I

La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. El cataclis-mo se ha producido, estamos entre las ruinas, comen-zamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobian-te: no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se hayan desplomado.
Esta era, más o menos, la posición de Constance Chatterley. La guerra le había derrumbado el techo sobre la cabeza. Y ella se había dado cuenta de que hay que vivir y aprender.
Se había casado con Clifford Chatterley en 1917, durante una vuelta a casa con un mes de permiso. Un mes duró la luna de miel. Luego él volvió a Flandes, para ser reexpedido a Inglaterra seis meses más tarde, más o menos en pedacitos. Constance, su mujer, tenía entonces veintitrés años, y él veintinueve.
Su apego a la vida era maravilloso. No murió, y los pedazos parecían irse soldando de nuevo. Durante dos años estuvo en manos del médico. Luego le dieron de alta y pudo volver a la vida, con la mitad inferior de su cuerpo, de las caderas abajo, paralizada para siempre.
Esto fue en 1920. Clifford y Constance volvieron a su hogar, Wragby Hall, «sede» de la familia. Su padre había muerto. Clifford era ahora un baronet, Sir Clif-ford, y Constance era Lady Chatterley. Fueron a co-menzar su vida de hogar y matrimonio en la descui-dada mansión de los Chatterley, sobre la base de una renta más bien insuficiente. Clifford tenía una hermana, pero les había dejado. Por lo demás, no quedaban pa-rientes cercanos. El hermano mayor había muerto en la guerra. Paralizado sin remedio, sabiendo que nunca podría tener hijos, Clifford había vuelto a su hogar en los sombríos Midlands para mantener vivo mientras pudiera el nombre de los Chatterley.
Realmente no estaba acabado. Podía moverse por sus propios medios en una silla de ruedas, y tenía otra con un pequeño motor incorporado con la que podía deam-bular lentamente por el jardín y recorrer la hermosa melancolía del parque, del cual estaba realmente muy orgulloso aunque fingía no darle gran importancia.
Habiendo sufrido tanto, su capacidad de sufrimien-to se había agotado en cierto modo. Permanecía ausen-te, luminoso y de buen humor, casi podría decirse chis-peante, con su cara rubicunda y saludable y el empuje brillante de sus ojos azul pálido. Sus hombros eran anchos y fuertes, sus manos potentes. Vestía ropa cara y llevaba corbatas elegantes de Bond Street. Y, sin em-bargo, en su cara podía verse la mirada vigilante, la ligera ausencia de un paralítico.
Había estado tan cerca de perder la vida, que lo que quedaba era de un valor excepcional para él. Era obvio en la emocionada luminosidad de sus ojos lo orgulloso que estaba de seguir vivo tras haber pasado por la tremenda prueba. Pero la herida había llegado tan al fondo que algo había muerto dentro de él, parte de sus sentimientos ya no existían. Había un vacío en su sensibilidad.
Constance, su mujer, rubicunda, de aspecto campe-sino, tenía el pelo castaño, un cuerpo fuerte y movi-mientos pausados, llenos de una energía poco frecuente. Era de ojos grandes y admirativos, con una voz dulce y suave; parecía recién salida de su pueblo natal. Nada de esto era cierto. Su padre era el anciano Sir Malcolm Reid, en tiempos muy conocido como miembro de la Real Academia de Pintura. Su madre había sido una de las cultas Fabianas de la floreciente época pre-Rafae-lita. Entre artistas y socialistas cultos, Constance y su hermana Hilda habían tenido lo que podría llamarse una educación estéticamente poco convencional. Las habían enviado a París, Florencia y Roma para respirar arte, y habían ido en la otra dirección, hacia La Haya y Berlín, a los grandes congresos socialistas, donde los oradores hablaban en todas las lenguas civilizadas sin que nadie se asombrara.
Las dos chicas, por tanto, y desde edad muy tem-prana, no se sentían intimidadas ni por el arte ni por la política teórica. Era su ambiente natural. Eran al mismo tiempo cosmopolitas y provincianas, con el pro-vincialismo cosmopolita del arte mezclado con las ideas sociales puras.
Las habían enviado a Dresde a los quince años, para aprender música entre otras cosas. Y lo pasaron bien allí. Vivían libremente entre los estudiantes, discutían con los hombres sobre temas filosóficos. sociológicos y artísticos; eran como los hombres mismos: sólo que mejor, porque eran mujeres. Patearon los bosques con jóvenes robustos provistos de guitarras, ¡tling, tling! Cantaban las canciones de los Wandervógel, y eran li-bres. ¡Libres! La gran palabra. Al aire del mundo, en los bosques de la alborada, entre compañeros vitales y de magnífica voz, libres de hacer lo que quisieran y -sobre todo- de decir lo que les viniera en gana. Hablar era la categoría suprema: el apasionado inter-cambio de conversación. El amor era un acompaña-miento menor.
Tanto Hilda como Constance habían tenido sus aven-turas amorosas, tentativas, a los dieciocho años. Los jóvenes con quienes conversaban con tal pasión, los que cantaban con tanto brío y acampaban bajo los ár-boles con una tal libertad, deseaban, desde luego, una relación amorosa. Las muchachas tenían sus dudas, pero... se hablaba tanto de la cosa, parecía tener una tal importancia, y los hombres eran tan humildes y tan anhelantes. ¿Por qué no iba a ser una chica como una reina y darse a sí misma como regalo?
Así que se habían regalado, cada una al joven con el que tenía las controversias más sutiles e íntimas.
Las charlas, las discusiones, eran lo más importante; hacer el amor y las relaciones afectivas eran sólo una especie de reversión primitiva y un algo de anticlímax. Después, una se sentía menos enamorada del chico y un poco inclinada a odiarle, como si se hubiera entro-metido en la vida privada y la libertad interior de una. Porque, desde luego, siendo chica, toda la dignidad y sentido de la vida de una consistía en el logro de una absoluta, perfecta, pura y noble libertad. ¿Qué otra cosa significaba la vida de una chica? Eliminar las vie-jas y sórdidas relaciones y ataduras.
Y, por mucho que se sentimentalizara, este asunto del sexo era una de las relaciones y ataduras más anti-guas y sórdidas. Los poetas que lo glorificaban eran hombres la mayoría. Las mujeres siempre habían sabido que había algo mejor, algo más elevado. Y ahora lo sabían con más certeza que nunca. La libertad hermosa y pura de una mujer era infinitamente más maravillosa que cualquier amor sexual. La única desgracia era que los hombres estuvieran tan retrasados en este asunto con respecto a las mujeres. Insistían en la cosa del sexo como perros.
Y una mujer tenía que ceder. Un hombre era como un niño en sus apetitos. Una mujer tenía que conce-derle lo que quería, o, como un niño, probablemente se volvería desagradable, escaparía y destrozaría lo que era una relación muy agradable. Pero una mujer podía ceder ante un hombre sin someter su yo interno y li-bre. Eso era algo de lo que los poetas y los que hablaban sobre el sexo no parecían haberse dado cuen-ta suficientemente. Una mujer podía tomar a un hombre sin caer realmente en su poder. Más bien podía utili-zar aquella cosa del sexo para adquirir poder sobre él. Porque sólo tenía que mantenerse al margen durante la relación sexual y dejarle acabar y gastarse, sin llegar ella misma a la crisis; y luego podía ella prolongar la conexión y llegar a su orgasmo y crisis mientras él no era más que su instrumento.
Ambas hermanas habían tenido ya su experiencia amorosa cuando llegó la guerra y las hicieron volver a casa a toda prisa. Ninguna de ellas se había enamorado nunca de un joven a no ser que ella y él estuvieran
verbalmente muy cercanos: es decir, a no ser que es-tuvieran profundamente interesados, que se HABLARAN. Qué asombrosa, qué profunda, qué increíble era la emo-ción de hablar apasionadamente con algún joven inte-ligente hora tras hora, continuar día tras día durante meses... ¡No se habían dado cuenta de ello hasta que sucedió! La promesa del Paraíso -¡Tendrás hombres con quienes hablar!- no se había pronunciado nunca. Y se cumplió antes de que ellas se hubieran dado cuenta de lo que una promesa así significaba.
Y si, tras la excitante intimidad de aquellas discu-siones vívidas y profundas, la cosa del sexo se hacía más o menos inevitable, qué se le iba a hacer. Marcaba el final de un capítulo. Era también una excitación en sí: una excitación extraña y vibrante dentro del cuerpo, un espasmo final de autoafirmación, como la última palabra, emocionante y muy parecida a la línea de asteriscos que puede utilizarse para señalar el final de un párrafo o una interrupción del tema.
Cuando las chicas volvieron a casa durante las vacaciones del verano de 1913, Hilda tenía veinte años y Connie dieciocho, su padre pudo darse cuenta claramente de que ya habían tenido su experiencia amorosa.
L'amour avait passé par lá, como dice alguien. Pero él mismo era un hombre de experiencia y dejó que la vida siguiera su curso. En cuanto a la madre, una invá-lida nerviosa en los últimos meses de su vida, lo único que deseaba era que sus hijas fueran «libres» y «se realizaran». Ella no había podido ser nunca ella mis-ma: era algo que le había sido negado. Dios sabe por qué, puesto que era una mujer con rentas propias e independencia. Culpaba de ello a su esposo. Pero en realidad dependía de alguna vieja noción de autoridad enquistada en su cerebro o en su alma y de la que no podía librarse. No tenía nada que ver con Sir Malcolm, que dejaba que su nerviosamente hostil y decidida es-posa hiciera la vida a su manera, mientras él seguía su propio camino.
Así que las chicas eran «libres» y volvieron a Dresde, a su música, la universidad y los jóvenes. Amaban a sus jóvenes respectivos y sus respectivos jóvenes las amaban a ellas con toda la pasión de la atracción men-tal. Todas las cosas maravillosas que los jóvenes pen-saban, expresaban y escribían, las pensaban, expresa-ban y escribían para las jóvenes. El chico de Connie era de temperamento musical; el de Hilda, técnico. Pero simplemente vivían para ellas. En sus mentes y en sus emociones mentales, claro. En otros aspectos estaban ligeramente a la defensiva, aunque no lo sabían.
En su interior era también obvio que el amor había pasado por ellos: es decir, la experiencia física. Es curioso la sutil pero inconfundible transmutación que opera tanto en el cuerpo de los hombres como en el de las mujeres: la mujer, más floreciente, más sutil-mente redondeada, sus jóvenes angularidades suaviza-das y su expresión emotiva o triunfante; el hombre, mucho más apaciguado, más introvertido, las formas mismas de sus hombros y sus nalgas menos afirmati-vas, más indecisas.
En el impulso sexual efectivo, dentro del cuerpo, las hermanas estuvieron a punto de sucumbir al extraño poder del macho. Pero la recuperación fue rápida: aceptaron el impulso sexual como una sensación y si-guieron siendo libres. Mientras los hombres, agradeci-dos por la experiencia sexual, entregaron sus almas a la mujer. Y más tarde parecían como quien ha perdido diez duros para encontrar cinco. El chico de Connie podía parecer un poco retraído y el de Hilda algo sar-cástico. ¡Pero así son los hombres! Ingratos y constan-temente insatisfechos. Cuando no quieres saber nada de ellos te odian porque no quieres, y cuando quieres te odian por alguna otra razón. O sin razón ninguna, excepto que son niños enfadados, y no hay manera de contentarlos con nada, haga una mujer lo que haga.
Sin embargo, estalló la guerra; Hilda y Connie fue-ron facturadas a casa de nuevo, después de haber estado allí ya en mayo para el funeral de su madre. Antes de las navidades de 1914 sus dos jóvenes alemanes habían muerto: aquello hizo llorar a las hermanas y amar a los jóvenes apasionadamente, pero poco después les olvidaron. Ya no existían.
Las dos hermanas vivían en la casa de Kensington de su padre, realmente de su madre, y salían con el joven grupo de Cambridge, el grupo que defendía la «libertad», los pantalones de franela, las camisas de franela con el cuello abierto, una selecta especie de anarquía sentimental, un tipo de voz suave y susurran-te y una especie de modales ultrasensibles. Sin embargo, Hilda se casó repentinamente con un hombre diez años mayor que ella, un miembro mayor del mismo grupo de Cambridge, un hombre con no poco dinero y un cómodo empleo hereditario en el gobierno: que ade-más escribía ensayos filosóficos. Pasó a vivir con él en una casa poco amplia de Westminster y entró en esa buena sociedad de gente del gobierno que no está a la cabeza, pero que son, o pudieran ser, el verdadero poder oculto de la nación: gente que sabe de qué ha-bla, o habla como si lo supiera.
Connie realizaba una forma atemperada de trabajo bélico y andaba con los intransigentes de Cambridge, de pantalón de franela que se reían moderadamente de todo, por el momento. Su «amigo» era un tal Clif-ford Chatterley, un joven de veintidós años, que había vuelto a toda prisa de Bonn, donde estudiaba los tecni-cismos de la minería del carbón. Antes había pasado dos años en Cambridge. Actualmente era teniente en un regimiento fino, porque resultaba más elegante bur-larse de todo en uniforme.
Clifford Chatterley era más «clase alta» que Connie. Connie era «intelectualidad» de buena posición, pero él era «aristocracia». No de la grande, pero lo era. Su padre era un baronet, y su madre había sido hija de un vizconde.
Pero, mientras Clifford era de más alta cuna que Connie y más «sociedad», resultaba, a su manera, más provinciano y más tímido. Se encontraba a gusto en el pequeño «gran mundo», es decir, entre la aristocracia con tierras, pero se comportaba de manera retraída y nerviosa en ese otro amplio mundo compuesto por las vastas hordas de las clases medias y bajas y los extran-jeros. Si ha de decirse la verdad, le asustaba un poco la humanidad de las clases medias y bajas y le asus-taban los extranjeros que no eran de su clase. Era, de alguna forma paralizante, consciente de su falta de de-fensas, a pesar de que había disfrutado de todas las defensas de los privilegios. Cosa curiosa, pero fenó-meno de nuestros días.
De aquí que la velada seguridad peculiar de una chica como Constance Reid le fascinara. Ella era mucho más dueña de sí en aquel mundo exterior de caos que él de sí mismo.
Aun así también él era un rebelde: rebelándose in-cluso contra su clase. O quizá rebelde sean palabras mayores; demasiado mayores. Estaba simplemente atra-pado en el rechazo popular y general de los jóvenes frente a cualquier convencionalismo y cualquier clase de autoridad real. Los padres eran absurdos; el suyo, tan obstinado, el que más. Y los gobiernos eran absur-dos; especialmente el nuestro, de siempre esperar a ver qué pasa. Y los ejércitos eran absurdos, y los carca-males de los generales más aún, especialmente el abo-targado de Kitchener. Incluso la guerra era absurda, aunque con la ventaja de que mataba a no poca gente.
En realidad todo era algo absurdo, o muy absurdo: desde luego todo lo relacionado con la autoridad, fuera ejército, gobierno o universidades, era absurdo y no poco. Y en la medida en que la clase gobernante tenía cualquier pretensión de gobernar, era también absurda. Sir Geoffrey, el padre de Clifford, era intensamente absurdo, talando sus árboles y escardando hombres de su mina de carbón para echarlos al fogón de la guerra; y él mismo, tan asentado y patriótico; gastando ade-más en su país más dinero del que tenía.
Cuando la señorita Chatterley -Emma- vino de los Midlands a Londres para algo de enfermera, ha-cía, de forma sutil, bromas constantes sobre Sir Geof-frey y su decidido patriotismo. Herbert, el hermano mayor y heredero, se reía abiertamente a pesar de que eran sus árboles los que se estaban cortando para las tropas francesas. Pero Clifford simplemente apuntaba una sonrisa incómoda. Todo era absurdo, es verdad. Pero ¿y si se iba demasiado lejos y uno también lle-gaba a ser absurdo...? Por lo menos la gente de otra clase, como Connie, tomaba en serio algo. Creía en algo.
Tomaban en serio a los soldados y a la amenaza del alistamiento forzoso y la escasez de azúcar y caramelos para los niños. De todas estas cosas, desde luego, las autoridades tenían absurdamente la culpa. Pero Clifford no podía tomar esto en serio. Para él las autoridades eran ridículas ab ovo, no por el caramelo o los soldados.
Y las autoridades se sentían absurdas y se compor-taban de forma un tanto absurda, y todo era momentá-neamente como el cumpleaños del tonto del pueblo. Hasta que las cosas fueron allí a más, y Lloyd George vino a salvar la situación. Esto llegó a superar incluso el absurdo; el joven rebelde dejó de reírse.
En 1916 Herbert Chatterley murió en la guerra, así que Clifford se convirtió en heredero. Incluso esto le aterrorizaba. Su importancia como hijo de Sir Geoffrey, y criatura de Wragby, le había llegado tan a la raíz que nunca escaparía de ello. Y, sin embargo, sabía que también esto, a los ojos del vasto mundo en ebulli-ción, era absurdo. Heredero ahora, y responsable de Wragby. ¿No era horrible y espléndido y al mismo tiempo, quizás, puramente sin sentido?
Sir Geoffrey no tenía sitio para el absurdo. Estaba pálido, en tensión, remetido en sí y obstinadamente decidido a salvar a su país y su propia posición, fuera con Lloyd George o cualquier otro. Tan desconectado estaba, tan divorciado de la Inglaterra que era real-mente Inglaterra, tan extremadamente incapaz, que in-cluso tenía buena opinión de Horatio Bottomley. Sir Geoffery defendía a Inglaterra y a Lloyd George como sus antepasados habían defendido a Inglaterra y a San Jorge: y nunca supo darse cuenta de la diferencia. Así que Sir Geoffrey talaba los árboles y defendía a Ingla-terra y Lloyd George, Lloyd George e Inglaterra.
Y quería que Clifford se casara y tuviera un here-dero. Clifford creía que su padre era un anacronismo sin remedio. ¿Pero, en qué estaba él ni un centímetro más adelantado, excepto en un impaciente sentido de lo absurdo de todo y del supremo absurdo de su propia posición? Porque, quieras o no, tomó a su título y a Wragby con la mayor seriedad.
La divertida exaltación ya no estaba presente en la guerra..., había muerto. Demasiada muerte y horror. Un hombre necesitaba apoyo y consuelo. Un hombre necesitaba tener un ancla en el mundo de la seguri-dad. Un hombre necesitaba una esposa.
Los Chatterley, dos hermanos y una hermana, ha-bían vivido curiosamente aislados, encerrados uno con otro en Wragby, a pesar de todas sus relaciones socia-les. Un sentido de aislamiento intensificaba el lazo familiar, un sentido de la debilidad de su posición, un sentido de inermidad, a pesar de, o a causa de, la tierra y el título. Estaban al margen de aquellos Midlands in-dustriales en los que pasaban sus vidas. Y estaban al margen de su propia clase a causa de la naturaleza re-traída, obstinada y taciturna de Sir Geoffrey, su padre, de quien se burlaban pero al que estaban tan apegados.
Los tres habían dicho que siempre vivirían todos juntos. Pero ahora Herbert había muerto y Sir Geoffrey quería que Clifford se casara. Sir Geoffrey apenas lo mencionaba: hablaba muy poco. Pero su insistencia muda y taciturna en que así fuera hacía difícil la resis-tencia de Clifford.
¡Pero Emma dijo NO! Era diez años mayor que Clifford y para ella su matrimonio sería una deserción y una traición a lo que habían defendido los jóvenes de la familia.
Clifford se casó con Connie a pesar de todo y pasó un mes de luna de miel con ella. Era el terrible año de 1917 y estaban tan unidos como dos personas jun-tas sobre un barco que se hunde. El era virgen al casar-se: y la parte sexual no significaba mucho para él. Se entendían muy bien, él y ella, aparte de esto. Y a Connie le encantaba moderadamente aquella intimidad que estaba más allá del sexo, más allá de la «satisfac-ción» de un hombre. En todo caso, Clifford no buscaba simplemente su «satisfacción», como parecía suceder con tantos hombres. No, la intimidad era más profunda, más personal que eso. Y el sexo era simplemente un accidente, o un anexo, uno de los procesos orgánicos curiosamente caducos que persistían en su propia cha-bacanería, pero que no eran realmente necesarios. Connie, sin embargo, quería tener hijos: aunque sólo fuera para fortalecer su posición frente a su cuñada Emma.
Pero a principios de 1918 enviaron a Clifford des-trozado a la patria, y no hubo hijo. Y Sir Geoffrey murió de desazón.

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