FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MEXICO Primera edición, 1986 D. R. © 1986, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V. Avenida de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 968-16-2439-4 Impr&so en México A ALEJANDRO Rosst He descubierto la tendencia & estirri'ar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y "aun por lo que encie- rran de singular y maravilloso. ].
L. BORGES, Epílogo ¡¡ Otras inqui:iciones Philosophy will clip an angel's wings. ]. KEATS, Lam¡a: n, 234
PRÓLOGÓ Con una de esas dicotomias a las que en ocasiones suele entregarse, distin- gue Borges 1 entre pensar por imágenes y pensar por abstracciones. Shake- speare, Donne, Victor Hugo (son sus mismos ejemplos) representarían a los escritores que piensan mediante imágenes, mientras que Julien Benda o Bertrand Russell sirven de modelo para quienes lo hacen a través de abs- tracciones. De ser válida la partición, ¿dónde cae Borges? ¿Escritor cuyo pensamiento avanza entre abstracciones o sólo un productor de imágenes? Quizá sea menester inventar la categoria intermedia para él: escritor capaz de imaginar abstracciones, de dar vida imaginativa a filosofemas, de con— vertir en ficción prodigiosa sequizos conceptos. Hay mucho de caso único en Borges, escritor filosófico. Si en la litera— tura contemporánea se hace el esfuerzo de buscarle parangón, pudiera re- sultar baldío. Sobran escritores que han pintado, con varia pluma y fortuna, la humana condición, de Mann a Camus y, próximo a Borges, Sábato. Los alegóricos, tipo Calvino, no cuentan, pues les sucedería lo que Borges denun— ciara al implantar el corte aquel entre imaginativos y" abstractos: caen en el uso indebido, por pleonástico, de las alegorías, ya denunciado por Croce. . El Ulises no es precisamente una novela metafísica, sino el intento de con— centrar en el microcosmos de aquel famoso día de Bloom los vericuetos de la mente. Cuando, por su parte, los filósofos profesionales escriben nove- las, una de dos: o son miserablemente malas (caso del propio Russell) o son novelas comunes y corrientes, nada filosóficas (le sucede a Iris Mur— doch). Por supuesto, en el siglo siempre pueden alegarse dos nombres: Kafka y Sartre. Con todo lo diferentes que sean, tienen en común el tema: otra vez, la condición del hombre; ambos crearon nºvelas, relatos engagés, modelo ne- gativo de aquello que habrían de abominar los estructuralistas del nouveau roman. En ninguno de los escritos de Kafka falta el hombre; con todo lo que se ha abusado del adjetivo fácil, sería imposible calificar de “kafkiana” La Biblioteca de Babel: es un relato desprovisto de seres humanos, pues el yo del bibliotecario que la describe es apenas un artificio del narrador, una mera sombra entre bastidores. Kafka y aún más Sartre son escritores antropocéntricos. En Kafka es más bien la condición judia la que domina toda su obra, condición conveniente, rebuscada y artístimmente escondida. En cuanto a Sartre, siempre presentará la limitación literaria de querer 1 En Nathaniel Hawthorne, or 60. (Para el significado de las abreviaturas, cf. Ad- vertencia, p. 22, infra.) 9 1 0 PRÓLOGO probar algo: los recursos solapados de la mala fe de la conciencia o el en- granaje de la libertad, entendida como asunción de responsabilidades. Pero la condición filosófica de la literatura borgiana es muy otra. Borges es un espiritu obsesionado por unos cuantos temas verdaderamen- te metafísicos: el carácter fantasmagórico, alucinatorio, del mundo; la iden- tidad, a través de la persistencia de la memoria; la realidad de lo conceptual, que priva sobre la irrealidad de los individuos, y, sobre todo, el tiempo, el “abismal problema del tiempo", con la amenaza de sus repeticiones, de sus regreses, con la nota enfermiza de su ineludible poder que arrastra y devo— ra y quema. Por lo mismo, si acaso existiera algo tan solemne y esquemático como una filosofía de la obra de Jorge Luis Borges,2 habría que comenzar por describirla como una cosmología, no una simple derivación de preocupacio- nes morales o de reflexiones sobre el ser humano y sus problemas.3 Es el º A Borges muy bien pudiera convenirle el juicio que le hace a Quevedo: “La gran- deza de Quevedo es verbal. Juzgarlo un filósofo, un teólogo (. ..) es un error que pueden consentir los títulos de sus obras, no el contenido (. . .) Para gustar de Que- vedo hay que ser (en acto o en potencia) un hombre de letras” (Quevedo, 01 45). 3 Ejemplo harto probatorio de lo mal que se siente Borges ante temas propios del hombre lo proporciona el ensayo Pascal (01 98 ss.; más que sobre Pascal, el ensayo versa propiamente sobre la edición de sus Pensées que en 1942 hiciera Tourneur en Paris). Del Pascal atormentado por el ejercicio masoquista de la religión sólo dirá que “es uno de los hombres más patéticos de la historia de Europa”.
Pero del Pascal asus— tado por el infinito del universo, Borges tiene mucho que decir: aparece con tal motivo su erudición filosófica, que no es pequeña, de Parménides a Leibniz, y maneja con toda comodidad la bateria de sus espléndidas citas literarias, desde Algazel hasta Victor Hugo. Al tratar de Donne (en El “Bíathanatos”, 01 94 ss.), le deja indiferente el problema personalísimo del suicidio: prefiere concentrarse en la escandalosa tesis teológica de la muerte voluntaria del dios cristiano. (Cf. p. 95, infra.) Aún más explícitamente: al referirse a las filosofías de Heidegger y de Jaspers no puede evitar su condenación metafísica: “estas disciplinas, que formalmente pueden ser admirables, fomentan esa ilusión del yo que el Vedanta reprueba como error capital. Suelen jugar a la desesperación y a la angustia, pero en el fondo halagan la vanidad; son, en tal sentido, inmorales”. La clave es, por supuesto, la referencia hindú, sin im- portar si ésta es directa o pasada, como casi siempre, por la aduana schopenhaueriana. Para un pensador adicto a los temas metafísicos y sobre todo a la disolución y conde- nación de lo individual, de todas las filosofías occidentales no es de extrañar que haya sido el platonismo la que le resulte más atractiva. La referencia a Heidegger y Jaspers está en Nota sobre ( hacia) Bernard Shaw, 01 160; no es el único lugar en que Borges menciona críticamente a Heidegger; de manera menºs filosófica y más biográfica, apro- vecha la ficción de una historia de documentos latinoamericanos (un supuesto episto- lario de Bolívar en Guayaquil, 13 111 ss.) para contar que Heidegger, además de hacer el elogio del Fiihrer, denunció a un historiador (Zimerman, personaje del relato) por judío. Lo que prueba que Borges conoce al detalle la vida del ex rector nazi de la Uni- versidad de Friburgo de Brisgovia. En otra ocasión (BM 78) fue aún más lapidario: “Heidegger ha inventado un dialecto del alemán, pero nada más.” Conocido es su des- dén hacia el existencialismo, quizás por lo que más de una vez ha predicado: “El verdadero intelectual rehúye los debates contemporáneos: la realidad es siempre ana- crónica.”
PRÓLOGO l 1 mundo, la negación de lo material, la realidad de las Ideas, la irrealidad de lo pasajero, la posibilidad de las reiteraci'ones lo que le domina y apasio— na. Temas y problemas de suyo nada nuevos (¿hay acaso algo nuevo bajo el cielo filosófico?) ni demasiado Sugerentes. Ahi entra la originalidad lite— raria de Borges. Crear con viejos materiales procedentes de la abstracción metafísica la abrumadora riqueza de sus ensayos y ficciones. “Lo que suele ser un lugar común en filosofía puede ser una novedad en lo narrativo", no ha tenido empacho alguno en reconocer,4 seguro de su obra. Suele ser un lugar común negarle sabiduría o tecnicismo filosófico,5 cuando la verdad es que posee una profunda cultura filosófica,“ además de contar con extraordinarios re- 4 En BM 223. 5 Como, por ejemplo, no deja de practicar Sábato (en Los deux Borges, sobre todo en su primera parte: “L'argentin, la métaphysique et le tango”: L'HERNE, Cahiers, París, 1964, pp. 168 ss.). En marcado contraste, en la misma publicación de homenaje a Borges, un filósofo profesional como Jean Wahl no escatima la hipérbole: “Il faut connaitre toute la littérature et la philosophie pour déchiffrer lºoeuvre de Borges” (op. cit., p. 258). " Dentro de su inmensa cultura libresca. En cierto escrito (Nathaniel Hawthorne, or 70), dice Borges de si mismo: “En el decurso de una vida consagrada menos a vivir que a leer.” Fórmula que modifica en otro lugar: “En el decurso de una vida consa- grada a las letras y (alguna vez) a la perplejidad metafísica” (01 172). Y que también ha reereado poéticamente: “La historia que he narrado aunque fingida/Bien puede figurar el maleficio/De cuantos ejercemos el oficio/De cambiar en palabras nuestra vida” (La luna, EH 92). Por algo, en el Otro poema de los dones da gracias “al divino laberinto de los efectos y las causas" por un universo de referencias librescas: “el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises (. . .) por el álgebra, palacio de cristales (. . .) por Schopenhauer, que acaso descifró el universo (. . .) por el último día de Sócrates (. . .) por Swedenborg que conversaba con lºs ángeles en las calles de Londres (. . .) por el oro que relumbra en los versos (. . .) por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos (. . .) por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral (. . .) por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce. . .” Y escribe Del culto a los libros (01 llº ss.) para identificarse con la sentencia de Mallarmé (“El mundo existe para llegar a un libro”) rectificándola aún más librescamente si cabe: “ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor dicho, el mundo”. Dentro de su variada cultura, abundan las referencias a fuentes propiamente filosó— ficas: “Schºpenhauer, De Quincey, Stevenson, Mautlmer, Shaw, Chesterton, León Bloy, forman el curso heterogéneo de los autores que continuamente releo” (Postdata, de 1956, al Prólogo —1944— de Anuncms, F 120). Para no hablar de “mi afición in- crédula y persistente por las dificultades teológicas” (D 9) o aquello de que “viejo lector de Stuart Mill, acepté siempre su doctrina de la pluralidad de las causas” (Pró- logo al Facundo, 1914).
En 1979, con motivo de sus 80 años, el periodista A. Carrizo lo entrevistó para la radio: “Yo he escrito un poema, en el cual hablo de conocer esas ilustres incertidumbres que son la metafísica (.. .) Y me interesa mucho la filosofía. Pero me he limitado a releer ciertos autores. Y esºs autores son Berkeley, Hume y Schopenhauer. Y he descuidado los demás. Por ejemplo, siempre he sido derrotado por Kant. Por Hegel, evidentemente, tan despreciado por Schopenhauer (. . .) Pero he leído y releíclo a Berkeley, a Hume y a Schopenhauer, que para mí viene a ser la cifra de la filosofia. Como lo fue para Paul Deussen, que lo situó como último en la historia de la filosofía. Empieza por los hindúes, llega a los griegos, pasa por todos y luego llega a Schopenhauer y piensa: al fin se ha descubierto la verdad (. . .) Yo soy un lector, 12 PRÓLOGO cursos de realización imaginativa. Puede sonar a exageración y quién sabe si a sacrilegio, pero en punto a comparaciones, sólo Platón sirve para redon- dear la imagen. En Platón, su tremenda fuerza literaria se ponía de manifiesto cada vez que se enfrentaba al problema de introducir alguna noción difícil o por nueva o por oscura de suyo. Acudía entonces al recurso del mito: la cave:— na, el carruaje alado, Er, el Panfilio. Pues bien: esos mitos platónicos son el estricto equivalente filosófico de los relatos borgianos. De tal modo que si se acepta la audacia de algo así como “la filosofia de Borges", con igual de5caro podría intentar editarse una suerte de antología que recogiera los grandes mitos platónicos bajo el título “las ficciones de Platón”. La com— paración es mucho menos forzada de lo que pudiera parecer.
Es un secreto a voces que el pensamiento de Borges se alimenta de una especie de plato- nismo o aplicación de la gran idea platónica de los dos mundos, el inteli- gible y el sensible y su decidida oposición, resuelta en favor del primero. Pero no es sólo el tema lo que los hermana; también la expresión de la obra de Platón es, a la vez, literaria y asistemática, deliberadamente frag- mentaria. Borges ha dado más de una explicación al porqué de su escritura narrativa en forma de breves relatos; 7 a estas alturas, nadie discutirá la riqueza del estilo borgiano. Por más que, habiendo establecido la relación, es inevitable tratar la cuestión del nexo entre filosofía y literatura. 0 lo que en el fondo viene a ser lo mismo: los límites de esta interpretación, de cualquier interpretación de Borges. Sería además de falso, pedante e innecesariamente recargado empeñarsc en rastrear ideas filosóficas en toda la obra de Borges. Hay en ella escri— tos decididamente retratistas, localistas (H ombre de la esquina rosada, Ro- sendo Juárez, sin ir más lejos) o completamente fantásticos (El Zahír). Queden en general éstos para el análisis literario, del que ya se acumulan simplemente. A mi nº se me ha ocurrido nada. Se me han ocurrido fábulas con temas filosóficos, pero nº ideas filºsóficas. Yo sºy incapaz del pensamiento filºsófico" (BM i42—144). Ya antes (1973: entrevista con M. E. Vázquez, VA 75) se había declarado como no seguidor de sistema filosófico alguno: “Yo quería repetir que no profeso ningún sistema filºsófico, salvo, aquí podria coincidir cºn Chesterton, el sistema de la perplejidad (. ..) Yo nº tengo ninguna teoría del mundo. En general, como yo he usado los diversos sistemas metafísicos y teológicos para fines literarios, los lectores han creído que yo profesaba esos sistemas, cuando realmente lo único que he hechº ha sidº aprovecharlos para esos fines, nada más. Además, si yo tuviera que definir-me, me defi— niría como un agnóstico, es decir, una persona que nº cree que el conocimiento sea pºsible. 0 en todo caso (. . .) no hay ninguna razón para que el universo sea com- prensible pºr un hombre educado del siglo xx º de cualquier otro siglo . . .” En resumen: una cultura tan literariamente filosófica, tan libresca cºmo la de Bor- ges es una prueba más, si acaso era necesaria, de su entrega al fantasmagórico mundo de la metafísica: aquello de Moore que decía derivar problemas filºsóficºs siempre de lºs librºs, jamás de la vida. 7 Cf. n. 27 p. 128, ínffa.
13 PRÓLOGO … : o más sencillamente, para la apreciación estética del eterno lec— tor de Borges. Forzar la interprelación extraliteraria sólo conduciría al ridículo de ver, por ejemplo, en El encuentró, lese bravo relato (IB 49 ss. ) en el que los que luchan y matan no son los hombres, sino los cuchillos, una torpe manifestación del animismo primitivo. Que en Borges haya cier- tos y determinados temas filosóficos no deberá nunca entenderse como que su propósito fue hacer filosofía y menos aún que su obra entera rezuma 0 contiene claves metafísicas que sólo esperan por su despertar. Desde luego, siempre subsistirá el problema de los límites interpretativos, algo en definitiva convencional y asaz subjetivo. No faltarán lectores pro— fundos, sentenciosos, que adviertan filosofías a la vuelta de cada metáfora borgiana. Cierto es que más de una vez una página, una imagen, evocan sentimientos, predisponen a ciertas reflexiones o simplemente concitan refe— rencias a situaciones existenciales sin más (vida, muerte, amor, amistad), las cuales podrian prestarse al comentario filosófico, vago o profundo. Pero no se trata en ningún momento de aprovechar a Borges para, a partir de su prosa o de su poesía, filosofar con buena o menos buena fortuna. Es cosa de señalar justamente los límites que vienen marcados por los temas filo- sóficos que el propio Borges reconoce como tales y que, en tanto tales, asi los trabaja. No se niega que también, en forma aislada, algún pasaje suscite el re- cuerdo de otros recursos en autores no menos entregados a la filosofía y, en ocasiones, quizá. más. Un solo ejemplo. Difícilmente podrá encontrarse otro trozo de la literatura contemporánea en lengua española en que la no- ción de la muerte esté mejor descrita desde la mirada inocente de la primera vez como el que regala Borges en su cuento Juan M uraña: Los del velorio nos convidaron con café y yo tomé una taza. En el cajón habia una figura humana en lugar del muerto. Comenté el hecho con mi madre; uno de los funehreros se rió y me aclaró que esa figura con ropa negra era el señor Lucchessi. Me quedé como fascinado, mirándolo. Mi madre tuvo que tirarme del brazo. (IB 70) Conviene entonces atender a no manchar la hermosura del recurso oblicuo con comentarios abstractos sobre la idea de la muerte, su inevitabilidad y la mente infantil. Ese es un poderoso límite; algo que, para siempre, ha de quedar más allá de la pobreza expresiva de cualquier interpretación con- ceptual. Porque; en definitiva, jamás una lectura filosófica de Borges, por acertada o inteligente que sea, podrá sustituir a la verdadera lectura, que es aquella que permite disfrutar de todo el esplendor de su expresión lite— raria y toda la fuerza de su riqueza imaginativa, sino que, además, inevi- tablemente“ está condenada a traicionar, alterar, deformar el texto de Bor—
14- PRÓLOGO ges.s En modo alguno, se prelende reducirlo a media docena de esquemas metafísicos… Borges es mucho más que eso. Asi como El Quijote siempre es mucho más que cualquier interpretación que de él se dé, incluyendo la que, a partir de Pierre Menard, su autor contemporáneo, pueda hacerse. Léase a Borges como el clásico que ya es: º una y otra vez, apreciándolo de modo distinto cada una, descubriendo cada vez nuevos matices y rique- zas. Tal sería la lectura completa, apreciativa, estética, absoluta: la verda- dera lectura de Borges. Esta, que se pretende filosófica, es apenas una trampa. Una forma de revelar algo que, casi siempre Borges, en buen creador, esconde: lº sus se- cretos (o no tan secretos) motivos de inspiración intelectual. No lo es, en cambio, que Borges no trabaja con otra realidad que no sea la literaria ¡ 3 Cualquier interpretación es una forma de traducción: leer a otro nivel, con otros términos, un texto. Sin necesidad de evocar las tesis más que pesimistas de Quine sobre la radical indeterminacy de toda traducción (cf. W. v. 0. Quine, Wa1d and Object, 1960, cap. 11), es el propio Borges quien suministra material para el cultivo de algún tipo de escepticismo: “Traducir el espíritu es una intención tan enorme y tan fantasma] que bien puede quedar como inofensiva ; traducir la letra, una precisión tan extrava- gantle gue no hay riesgo de que la ensayen" (La: traductores de “Las mil y una noches”, HE [ ). º En más de un lugar acomete Borges, siempre en passant, el tema de las definicio- nes de géneros o períodºs artísticos. Así, en Flaubert ;; su destino ejemplar (D 124), contrapone las paradójicas caracterizaciones de “romántico” y “clásico”, ya que para el mundo antiguo (del que sería referencia el Ión) el poeta es el loco inspirado o, todo lo más, el poeta sacerdotal (modelo Pindaro). A tal visión califica Borges de “doctrina romántica de la inspiración que los clásicos profesaron” y, en nota a pie de página, la contrapone con la “clásica”: “Su reverso es la doctrina clásica del romántico Poe, que hace de la labor del poeta un ejercicio intelectual.” Lectio breaix: desconfiar de las rigideces categoriales. Pero también atender a la carga crítica erudita de Borges en cualquier punto. El resultado es que Borges suele trastocar las preceptivas consagradas. Atiéndase, por ejemplo, a la definición de “barroco” que ofrece en el Prólogo (1954) a la HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA: “Barroco es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura.” Y com— parésela Con otra definición que suministra casi treinta años después (1982) en otro Prólogo: a su propia antología de Quevedo: “¿De qué manera definir lo barroco? (. . .) Yo diría que corresponde a esa etapa en que el arte prºpende a ser su parodia y se interesa menos en la expresión de un sentimiento que en la fabricación de estruc- turas que buscan el asombro, El defecto esencial del barroco es de carácter ético; de- nuncia la vanidad del artista. Ello no impide que la pasión, que es elemento indispen- sable de la obra estética, se abra camino a través de las deliberadas simetrías o asime- trías de la forma y nos inunde, espléndida…" "lº En el punto relativo a sus fuentes o inspiración filosóficas, re5ulta curiosa una observación de Borges sobre el mismo aspecto hecha a Flaubert.
En Víndícacíón de “Bouvard et Pécuchet”, Borges trae a colación una cita de Claude Digeon, un crítico de Flaubert: “La honestidad intelectual de Flaubert le hizo una terrible jugada: lo llevó a recargar su cuento filosófico, a conservar su -pluma de novelista para escribirlo" (D 121). Lo curioso está en que, al no poder hacérsele semejante reproche a Borges, pues jamás “recarga sus cuentos filosóficos”, que siempre escribe con su pluma de cuen— tista, de aceptar como bueno el juicio moral de Digeon, habria como para pensar en cierta deshonestidad intelectual, es decir, sin tan grandes palabras, simplemente en la capacidad de Borges para transformar la materia filosófica mediante la forma literaria. PRÓLOGO 15 aun filosófica misma. Borges es un caso manifiesto de escritor literario, cul- to, 0 si se prefiere, de escritor en segunda potencia, escritor de escritores. Sin los libros y sin la cultura de Occidente,11 Borges no podría crear. Aun cuando elija temas populares (los orilleros, las riñas, las antiguas guerras), no trabaja Borges con, por así decirlo, modelos vivos, sino con referencias documentales, con personajes de otros escritores, con ideas de otros hom- bres. Su realidad es una biblioteca, no tan completa como la de Babel, pero ciertamente extensa y variada. Gracias a lo cual, para dicha de quienes se entregan complacidos a su lectura, no se parece en nada, por ejemplo, a Hemingway. O dicho con palabras del mismo Borges: “Descreo de los mé— todos del realismo. Prefiero revelar de una buena vez lo que comprendí gradualmente.” Pues bien, entre esa masa de conocimientos librescos, esas referencias y lecturas, ciertos temas y ciertos autores filosóficos (por ejemplo, ya se ha visto, Schopenhauer) son una constante en su obra. Por ello es por lo que, en más de un sentido, puede sostenerse que Borges es escritor más filosó- fico que el propio Sartre, para volver al punto de las feas comparaciones. Aún más: Borges es el opuesto de Sartre. Sartre era un fi1650fo escritor. En Sartre, la literatura es el pretexto, el ropaje para cubrir la expresión pública de ciertas tesis filosóficas. En Borges, a la inversa: el pretexto es la filosofía. En este sen'ido, tiene plena razón y no es jucºo de falsa modes— tia, cuando insiste en que ni hace filosofía ni construye ideas filosóficas. Lo suyo es la creación de estructuras narrativas a partir de ideas filosófi- cas. Que es muy distinto. Es como si no pudiera leer un libro de filosofía (o de teología o de matemáticas) sin de inmediato traducirlo en imágenes, darle vida argumental al esqueleto de aquellos conceptos, ponerse a idear situaciones, a crear temas nacidos todos de esas nociones abstractas. Borges es una suerte de ilustrador de temas filosóficos, sin que, por lo general, tales temas se impongan desnudos, sino que, en la mayoría de sus escritos, se subordinan a unas tramas tan complejas, tan sutiles y tan cargadas de imágenes que afortunadamente la idea filosófica primigenia termina por prácticamente perderse 0 queda tan enterrada que ni se la siente. Lo con- trario, sería matar la expresión literaria. Por lo mismo, hay que insistir en que toda interpretación es muerte de la potencia narrativa; la interpretación, por buena y fiel que fuere, viene a disecar sobre una mesa de operaciones el cuerpo de los relatos vivos. Si además la interpretación es filosófica, el destrozo es mayor: nunca las 11 Se ha insistido últimamente en el “orientalismo" de Borges; pero se olvida que todas sus referencias (por ejemplo, a Las mil y'una noches) son plenamente occiden- tales; es cierto que se ha. interesado por el budismo hasta el punto de escribir en co- laboración un opúsculo divulgativo, aunque en este caso también habría que cargar a la" cuenta de un “occidental” semejante interés: siempre Schopenhauer, en la sombra.
16 PRÓLOGO ideas filosóficas expresan otra cosa que relaciones generales en dominios de entidades abstractas. Los esfuerzos de Descartes por centrar y aun re— ducir el conocimiento al centro operacional del sujeto sólo tienen de lite— rario lo que puedan presentar de adjetivas confesiones; fuera de ello, ni el subjetivismo ni el solipsismo per se permiten grandes rodeos narrativos. Ahí está la fuerza de Borges. En saber proporcionárselos: los temas filo— sóficos más esquemáticos y yertos se transforman en animados relatos de sucesos, en vividas descripciones de mundos fantásticos. De aquel subjeti— vismo y de aquel solipsismo salen, en cierto modo, T1¿ín, Uqbar, Orbis Ter— tz'us y El jardín de senderos que se bifurcan. No es poco. Pero lo que se quiere subrayar es el camino inverso: pasar de los cuentos de Borges a la radiografía filosófica equivale a arriesgar la pérdida de toda la fuerza )- atrat:ción de los relatos. Lo peor sería hacerlo por la más miserable de las causas: perseguir el sentido supuestamente unívoco: “Esa supersticiosa y vana cºstumbre de buscar sentido en los libros” —advierte Borges—— “equí- parable a la de buscarlo en los sueños o en las lineas caóticas de la mano”. Con lo dicho se entenderá que no se pretende agotar el análisis de toda la obra de Borges. En la producción borgiana hay títulos cuyo contenido sólo forzada y falsamente se prestaría a una pesada y pedante lectura “filosó— fica". Por ejemplo, El simulacro y Diálogo de inuertos12 no pasan de ser desahogos más que diatribas de Borges frente a Perón y lo que el tiranuelo significó en su vida; dejando aparte sus relatos francamente localistas (de los que es paradigma H ombre de la esquina rosada), hay otros que no pasan de ser cuadros de costumbres: así sucede con El duelo y La señora mayor,“ en los que la mujer es pintada en circunstancias diversas: en La señora nm_yor, apenas como pretexto para zaherir la fútil noción de felicidad, y en El duelo, además de describir una de tantas intrigas intelectuales de la gran ciudad y sus sociedades culturales, para sentenciar que “en nuestro país (. . .) la mujer es un ejemplar de la especie, no un individuo". Ojalá sólo fuera verdad en Argentina. No hay, por otra parte, que perder de vista la vena fantástica, bajo las máscaras del terror y del misterio, que anima a buena parte de los cuentos de Borges ( Thcre are more things y El Evan— gelio según Marcas,14 por dar dos ejemplos). Otras obsesiones típicas de la literatura de Borges, como los tigres, son más poéticas que filosóficas. Su obra también contiene trozos de abierta evocación, tales como La noche de los dones y Ulrica.15 Pero no es cosa ni de levantar el catálogo de la obra borgiana, explicando alguna torpe clasificación, ni de justificar por qué “ Ambºs en ¡m 31 y 35, respectivamente. 13 Ambos en m 87 y 73, respectivamente. 14 Resp6ctivamente: LA 65 e m 125. - 15 En LA 87 y 23, respectivamente.
PRÓLOGO 17 En temas filosóficos no frecuentan todas sus páginas. En las que moran, mnéntrase suficiente inspiración como para hablar de una “filosofía de linges”. ' -:Bzy, sin embargo, dos relatos a los que menester es referirse por temor . a ausencia en estas páginas. Se ha hablado tanto de ellos, se los ha pon— hado de tal modo que es punto menos que inevitable exculpar su falta. En El Sur y El Congreso.13 El Sur cierra Frccmnns, que es la obra más mrgadamente metafísica de Borges. Pero en El Sur sólo hay una muy htcral noción filosófica: la del tiempo, dicha de paso, cuando, camino del fatídico sur, Juan Dahlman acaricia el gato del café de la calle Brasil y entonces siente “que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actuali- dad, en la eternidad del instante”. De resto, El Sur se compone de una na— rración eminentemente autobiográfica (la experiencia vivida por Borges a consecuencia de un accidente en la cabeza, al subir una escalera) y de la dramática descripción del inmigrante con voluntad de integración, típico de la primera generación, de quienes se dedican, como dice Borges, a fomentar “ese criollismo algo voluntario”. Por eso, Juan Dahlmann, descendiente de un pastor evangélico alemán, “sintiéndose hondamente argentino”, se deja matar resignadamente de muerte de cuchillo. En el Sur. El Congreso, aparte de pintar de mano maestra la vida en el campo y de servir de pretexto para que Borges, una vez más, cometa injusticia con los vascos, es tan sólo una ligerísima variante del tema infinito del platonismo. Si un hombre es todos los hombres, sólo el mundo mismo podrá ser el Congreso del Mundo. Intentar “fijar el número exacto de los arquetipos platónicos” es empresa menos vana que absurda: para eso está el universo. Aceptar la. tesis final de don Alejandro Glencoe, al precio de su ruina, de que “el Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo" es aceptar, por una vez, el triunfo escon— dido de Aristóteles sobre Platón: el mundo de los Arquetipos sale sobrando ante el mundo inmediato, de las primeras sustancias. Pero esa variante sólo está sugerida tras el desencanto de aquella retórica empresa de principios de siglo. Los relatos y ensayos elegidos para formar el corazón de esta aproxi- mación filosófica a Borges son: Tló'n, Uqbar, Orbis Tertius, La Biblioteca de Babel, Pierre Menard, autor del “Quijote", El jardín de senderos que se bífurcan, La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga, Avatares de ¿a tortuga, El otro, Veinticinco de agosto, 1983, Las ruinas circulares, Examen de la obra de H. Quain, Funes el memoriaso y Nueva refutación del tiempo. Respectivamente: ! 195 y LA 33.
“ 18 PRÓLOGO Ello no quiere decir que en el curso de su examen no se hagan referencias a otros escritos de Borges relacionados con determinados ternas de orien— tación metafísica. Ni que el tratamiento dado a dicho conjunto de obras sea inconexo. De algún modo es discernible allí una línea, un hilo conduc- tor que guía el pensamiento metafísico borgiano, desde la exaltación fantas- magórica del mundo ideal, en detrimento del material,_hasta el vano intento de profundizar la crítica idealista para lograr nada menos que la refu- tación del tiempo. El orden en que se tratan y presentan los diversos capítulos pretende recoger el del pensamiento filosófico que anima los es- critos de Borges. La peor de las pretensiones hermenéuticas sería la de la comprensión definitiva y lograda. Todo 10 aqui escrito ha sido teniendo muy presente esa sentenciadora admonición de La Biblioteca de Babel: “Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje ?” Caracas: enero—mayo, 1985.
No hay comentarios:
Publicar un comentario