martes, 16 de enero de 2024

William Hope Hodgson Los mares grises sueñan con mi muerte Cuentos completos de terror en el mar INTRODUCCIÓN

 


 


William Hope Hodgson

Los mares grises sueñan con mi muerte

Cuentos completos de terror en el mar

 

 

Valdemar: Gótica - 82

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título original: Los mares grises sueñan con mi muerte

William Hope Hodgson, noviembre de 2010

Traducción: José María Nebreda & Esperanza Castro

Ilustraciones: George Grie

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

 

 

 

 


 LOS CUENTOS DEL MAR DE W. H. HODGSON

 

 

Posiblemente lo mejor de la obra literaria de William Hope Hodgson[1] sean sus cuentos del mar y, dentro de ellos, los de tema terrorífico o sobrenatural. Aunque sus cuatro novelas (Los botes del Glen Carrig, La casa en el confín de la tierra, Los piratas fantasmas y El reino de la noche[2]), cada una en su estilo, son muy apreciables y hay quien sostiene que superan en calidad al resto de su producción literaria, es en sus relatos cortos, sobre todo en algunos de ellos, donde logra tocar las fibras del lector de una manera más emotiva e impactante. Los mejores cuentos de W. H. H. destacan por su sencillez, su capacidad para evocar imágenes y ambientes trágicos, sobrenaturales y malsanos, la soledad de sus protagonistas y la insignificancia de sus devenires en la inmensidad de un océano misterioso y desconocido, capaz siempre de sorprender a quienes lo surcan con terrores insondables, totalmente ignorados por las gentes confiadas que habitan tierra adentro.

A lo largo de su breve carrera literaria, Hodgson escribió un buen puñado de relatos, cuatro novelas acabadas y otra que quedó sin terminar (se trata de Captain Dang, de la que nos han quedado unas treinta páginas plagadas de aventuras y misterios ambientados en el mar), varios artículos y conferencias que trataban los temas más dispares (la vida en el mar, las pésimas condiciones de los marineros, de fotografía, ejercicios físicos y la gimnasia adecuada para mejorar el cuerpo, huracanes, etc.) y muchos poemas de tema marinero.

En cuanto a los relatos, que es de lo que se ocupa este libro, podríamos dividirlos en varias categorías más o menos acertadas, categorías que algunas veces traspasan los límites entre ellas, tomando un poquito de aquí y un poquito de allá, aunque algunos de los escritos caen claramente dentro de alguna de ellas. Voy a definirlas en orden creciente, desde las más claras hasta las menos obvias.

En primer lugar tenemos los cuentos de Carnacki, el cazador de fantasmas. Estos cuentos están protagonizados por un investigador de lo oculto; y este personaje, y el hecho de que siempre se reúna con sus amigos para narrarles su última aventura (un misterio sobrenatural que ha tenido que resolver), es el principal hilo argumental y nexo de unión de las diferentes historias. A pesar de todo ello, hay relatos, como “El encantamiento del Jarvee” (incluido en este libro), que tocan otras categorías.

A la segunda categoría yo la definiría como Relatos puramente de terror ambientados en el mar. Estos cuentos siempre se desarrollan en el mar o en los barcos que lo surcan, y el motivo central de la historia es un acontecimiento puramente sobrenatural, inexplicable y terrorífico. En esta categoría entran la mayor parte de los CUENTOS DEL MAR DE LOS SARGAZOS y muchos de los CUENTOS DE TERROR EN EL MAR. Nunca se da una explicación al hecho fantástico, ya sea una sustancia viscosa, un animal, cangrejo, pulpo o monstruo imposible, o un acontecimiento inverosímil en el mundo real. Desde mi punto de vista es de lo mejor dentro de su producción literaria. Baste citar algunos de los relatos que se incluyen en esta categoría: “Una voz en la noche”, “La nave abandonada”, “Desde el mar sin mareas”, “La nave de piedra”, “Demonios del mar”… El terror siempre va en progreso. Los cuentos suelen comenzar en un ambiente relajado, una guardia nocturna tranquila, la charla entre los marineros sobre la cubierta, el oficial de turno apoyado sobre la barandilla de popa mientras contempla el mar, y poco a poco la atmósfera del relato va haciéndose más oscura, muy lentamente; la sensación de que algo extraño sucede va superponiéndose a la normalidad que debería imperar en el mundo corriente, hasta que el hecho sobrenatural se presenta en todo su esplendor y supera a los sorprendidos marineros que, contra su voluntad, se ven inmersos en él. A veces se intenta dar una explicación de lo acontecido, pero siempre lo sobrenatural queda abrumadoramente por encima de la posible realidad. Como el mismo Hodgson dice: «… nos alejamos de la desolación de aquel inmenso islote de algas, y seguimos nuestro viaje, dejando el misterio… a la soledad del mar y a la fascinación de sus enigmas impenetrables».

   

Hodgson y Lissie (su hermana) en la playa de Borth, Gales, hacia 1905.

 

La tercera categoría podría ser Relatos de terror en el mar. Estos cuentos comparten con los de la anterior categoría el comienzo y la parte central de la historia. En ellos se empieza narrando un acontecimiento en apariencia sobrenatural y la creación de la atmósfera también va dibujándose poco a poco, pero al final siempre se da una explicación científica o lógica, más o menos verosímil, aunque no siempre definitiva (“Viejo Golly”, “El misterio del buque abandonado”, “El navío silencioso”). También incluiríamos en esta categoría las narraciones en las que aparece algún animal marino real, aunque de hábitos y proporciones bastante poco corrientes (como por ejemplo el descrito en “El buque embrujado Pampero”); y también aquéllos en los que tiene lugar un hecho fantástico o fantasmagórico (como en “La noche partida” o “El regreso al hogar del Shamraken”).

En la cuarta categoría, Relatos de misterio en el mar, nos encontramos con narraciones en las que se intenta explicar un acontecimiento misterioso, en apariencia sobrenatural, pero del que se tiene constancia, casi desde el principio del relato, de que en realidad es algo totalmente explicable por métodos científicos o lógicos, aunque al inicio cueste un poco dar con ello. En esta categoría también estarían incluidos todos los cuentos (tema recurrente en Hodgson) cuyo protagonista es el grumete o marinero de turno que intenta vengarse del despiadado oficial o capitán que le hace la vida imposible en el barco. Son narraciones escritas con gracia, a veces muy divertidas, y conservan todo el sabor marinero de los cuentos de W. H. H. Entre ellos podemos destacar “Lingotes”, “Los tiburones del St. Elmo” o “Los fantasmas del Glen Doon”.

La quinta categoría, Relatos de aventuras en el mar, abarca todos los cuentos del capitán Gault, los cuentos del capitán Jat y muchos relatos menores que Hodgson escribió por motivos más comerciales, incluyendo algunos bastante románticos. Muchos de ellos son verdaderamente buenos y siempre suelen incluir escenas de misterio y terror (está claro que Hodgson no podía evitarlo), y también mucha fantasía e, incluso, situaciones bastante cómicas. En este sentido, los CUENTOS DEL CAPITÁN JAT (incluidos en este libro) son una buena muestra de ello y están repletos de fantasía (al estilo de Robert E. Howard) y humor.

   

Foto de Hodgson para un cartel publicitario de su propia escuela.

 

  La espalda de William H. Hodgson en una foto de entre 1899 - 1903.

 

Hodgson también escribió una serie de viñetas o pastiches sobre la vida marina que podríamos incluir en una sexta categoría: Viñetas del mar. Son pequeñas narraciones que describen de manera dramática la vida de los marineros. Al final de este libro me he permitido incluir las que he considerado más interesantes.

Por fin nos encontramos con la séptima categoría, que he definido como Relatos de terror o misterio en tierra. Aunque la obra de Hodgson toma como fuente de inspiración el mar, también tiene narraciones muy destacables que se desarrollan lejos del océano (no olvidemos sus maravillosas novelas La casa en el confín de la tierra y El reino de la noche). Dentro de esta categoría, bastante menos conocida para el lector español, hay un buen puñado de relatos como “Eloi, eloi, lama sabachtani”, “El terror del tanque de agua” (ambos incluidos en el libro Un horror tropical, publicado por Valdemar), “The Valley of the Lost Children” (de tema fantástico), “The Room of Fear”, “Sea Horses”, “The Inn of the Black Crow”, etc., aunque, como ya he dicho antes, pienso que lo mejor de la obra de W. H. H. son los cuentos de ambiente marinero.

La selección que he hecho para este volumen incluye todos los relatos de la segunda y tercera categoría, y una buena parte de los mejores de las siguientes categorías (excluyendo la última, pues se trata de una antología de cuentos que se desarrollan en el mar), así como uno de la primera categoría. No creo ir muy desencaminado si digo que aquí están los mejores cuentos de William Hope Hodgson (dejando aparte los de Carnacki, el cazador de fantasmas y los del Capitán Gault).

También he incluido una pequeña selección de sus poemas del mar (capítulo este que merecería un libro aparte, ya que su poesía no me parece en absoluto desdeñable), un diario de a bordo y un interesantísimo artículo-cuento, “A través del vórtice de un huracán” (con fotografías realizadas por el propio Hodgson), que describe con gran dramatismo y verosimilitud la singladura real que le obligó a traspasar una de estas terribles tempestades, durante la cual aprovechó para tomar las primeras instantáneas que existen sobre tal fenómeno atmosférico.

Dejemos ahora que el viento marino acaricie nuestros rostros y que, a pesar de los peligros y terrores que acechan en nuestra singladura, de los monstruos y aventuras que nos veremos obligados a afrontar, de los desastres y tormentas que sin duda acechan en el camino, seamos capaces de arribar a buen puerto. Aunque… ¿quién sabe? Quizás no. ¡Que lo disfruten!

JOSÉ M. NEBREDA

 

Rivas. Junio de 2010

 

 


 Sobre la traducción

 

 

Siempre he dicho (y me mantengo en tal afirmación) que, para disfrutar realmente y apreciar en su justo valor (o desvalor) cualquier obra de cualquier autor que escribe en un lenguaje distinto del nuestro, habría que leerlo en su idioma original. Por desgracia, esto es harto complicado; afortunados aquellos que son capaces de leer español, francés, inglés, alemán y ruso, por citar cinco de las lenguas que nos han obsequiado con algunas de las mejores historias escritas por el hombre. En consecuencia, los editores de libros y, sobre todo, los que no concebimos la vida sin tener entre las manos, o esperándonos en el sofá o en la mesilla de noche, unas cuantas (o unas muchas) de estas páginas encuadernadas en tela o cartón necesitamos de la figura del traductor.

Hay traducciones buenas y traducciones malas. Hay traducciones metódicas, profesionales, mecánicas, alucinantes, «pasotas», patosas, creativas (o sea, que más que traducciones son reescrituras —«perversiones», como las calificaba un amigo—, y es curioso, porque en algunos casos el resultado final puede ser mejor que el original que se ha «intentado» traducir), y también hay traducciones hechas con mucho amor (¡ojo!, éstas pueden ser buenas o malas, pero se nota en ellas el cariño puesto en su transcripción, y esto siempre se agradece).

En el caso que nos incumbe (este libro que tiene el amable lector en las manos), se trata de una obra cuyos cuentos se desarrollan en el mar —historias plagadas de ambientes, referencias y términos marineros— y su traductor es alguien que ama el mar (o la mar, como usted quiera). Por desgracia, este alguien (o sea, yo) sólo ha tenido la oportunidad de vivir o sentir la verdadera mar viajando un par de veces en un bote pesquero (de paquete), embarcando en múltiples ocasiones con la ilusión de un niño en «los Reginas» de Santander para cruzar la bahía o (si el tiempo no era malo) llegar hasta el Cabo Mayor, hacer la travesía de Tenerife a Fuerteventura y Las Palmas como militar de reemplazo con una mar picadísima (aún recuerdo la lluvia de vómitos que caían desde arriba por la popa), o hacerse un par de cruceros por el Mediterráneo en plan turista con niños (que, por cierto, en uno de ellos, en el Golfo de León —tela con el Golfo de León cuando se cabrea—, las olas llegaban al sexto piso del barco, y yo, viendo aquella danza increíblemente bella, inmensa y amenazadora, pensaba —con cierta envidia y mucho respeto— en los barcos pequeños, los veleros y las gentes que realmente viven el mar). Bueno, el caso es que mi experiencia del mar —aparte de lo ya mencionado— se limita a contemplarlo (eso sí, durante horas) desde el malecón de un puerto, desde algún acantilado, desde la terraza de un bar o café de algún paseo marítimo, desde las dunas del desierto y, desgraciadamente, poco más. Aunque también están los libros, esos libros que, desde la niñez, han inflamado nuestra imaginación de aventuras, salitre, velas al viento, piratas, monstruos, batallas, barcos y mares.

Con todo esto quiero decir que no soy un hombre de mar, sino sólo un traductor que ama el mar y al que le cuesta en muchos casos dar con el término o el verbo adecuado para definir (traducir) muchas de las acciones, objetos o reseñas que tienen lugar en un libro escrito por un marinero (en el caso que nos ocupa, un marinero inglés llamado William Hope Hodgson), que amó-odió el mar como, creo, les ocurre a muchos de los que lo viven. Por eso siempre agradezco, a pesar de que la mayoría son críticas y correcciones a ciertas palabras, frases o verbos traducidos en el texto, las cartas (muy pocas, por desgracia) que de vez en cuando envían a los editores afeándome tal o cual transcripción de una palabra o verbo en un relato marinero. Me gusta especialmente cuando algún hombre de mar (marinos mercantes en varios casos) me escriben diciendo que leen los libros de relatos con tema marinero que esta editorial tiene a bien publicar (y, gracias a Neptuno, que son muchos), aunque luego provoquen mi vergüenza al censurarme ciertos usos del lenguaje marinero.

Estas críticas, siempre bienintencionadas, me sirven para corregir posibles errores y, aunque no estoy de acuerdo en todas sus afirmaciones, las agradezco y siento un gran placer al leerlas.

Al hilo de una de estas cartas quiero dejar escritas algunas consideraciones, disculparme por algunos usos del lenguaje a la hora de la traducción del texto del original inglés y pedir perdón por los errores que, sin duda, van a encontrar, sobre todo la gente acostumbrada al mar.

Como el libro que tiene en las manos es una amplia recopilación de relatos que han sido traducidos en un periodo de varios años, y a pesar de mis intentos de corrección de los más antiguos, es seguro que habrá diferencias puntuales en cuanto a la traducción y nomenclatura de varios términos náuticos. A continuación transcribo algunas de las correcciones que se me han hecho por parte de un oficial de la marina mercante, las cuales agradezco sinceramente. Muchas de ellas son efectivamente errores corregibles; otras no fueron llevadas a cabo por motivos puramente estéticos a la hora de traducir el texto (repetición de palabras, musicalidad, dificultades a la hora de entender lo traducido por parte del lector no acostumbrado al lenguaje marinero, etc.), y otras simplemente consideré preferible transcribirlas en términos más corrientes.

Cito literalmente algunos de los textos de la carta: «Ningún marino dice el mar, siempre la mar» (en realidad se pueden usar ambos géneros; ésta es una discusión eterna y enconada, aunque los hombres de mar siempre utilizan el femenino para referirse a ella/él). «En la mar no se tira nada, las cosas se largan. En los buques no hay cuerdas o cordeles, hay cabos con distintos nombres según su función (calabrotes, maromas, etc.). En los buques no se ata, se anuda, se liga o se amarra. En los buques no hay ventanas, hay portillos; no hay paredes, hay mamparos; no hay habitaciones o cuartos, hay camarotes; no hay lados, hay costados; no hay cuarto de navegación, hay derrota. Los buques no se dirigen, se gobiernan. Las distancias en la mar se miden en millas, nunca en kilómetros. Los buques no miden tantos metros de largo, sino tantos metros de eslora; ni metros de ancho, sino de manga. En los buques no hay suelo, hay tecle. En cubierta se pisan los baos o, simplemente, cubierta. En los buques no existe la izquierda o la derecha, sino babor y estribor. No hay palanca de control, sino sable. En los buques, dentro del departamento de máquinas, los cargos son: jefe de máquinas, 1.er, 2.º y 3.er oficiales de máquinas, electricista, mecánico, calderetero, engrasador y limpiador…».

Creo que es interesante para el lector saber de primera mano los usos del lenguaje marinero. Como ya he dicho antes, los posibles errores del texto son sólo achacables a su traductor; y seguro que los hay. Algunos, como el tema de las millas, son errores intencionados; otros los he traducido con su correspondiente palabra, que no siempre coincide con la usada en el mar, por una cuestión meramente práctica (de cara al lector) o de musicalidad (de cara a que quedase bien en el texto); y otros son simples errores achacables a alguien que, como ya he dicho antes, desgraciadamente, y aunque ha invertido mucho trabajo de búsqueda y traducción en diccionarios y webs especializadas, no domina los términos que se utilizan habitualmente en los ambientes náuticos (y a propósito de esto, me ha venido muy bien la descripción del departamento de máquinas de un buque).

El lenguaje marinero es increíblemente rico y musical, palabras y palabras, verbos, términos y frases que la mayoría de nosotros no hemos escuchado jamás en nuestra vida. Es una maravilla leer esas palabras, empaparse de ellas: pecio, vertello, orza, lascar, imbornales, guindaleza, filar, chicote, contrete, boza, bita, alijar… Alijar, por ejemplo, es echar al mar mercancías, materiales, bultos, incluso aparejos, para aligerar el barco cuando está en peligro inminente de hundirse; chicote es el extremo libre de un cabo; lascar equivale a dejar correr o salir, o sea filar una escota o un cabo tenso para disminuir la tensión existente. Resultaría muy arriesgado traducir literalmente estos términos en un libro de entretenimiento cuyo público en general no tiene demasiados conocimientos del lenguaje marinero. Casi siempre he intentado usar el término náutico en lugar del que se usa en tierra: mamparo en lugar de pared, portilla o porta en lugar de ventana, toldilla en lugar de cubierta de popa, cabo en lugar de cuerda, etc. Aunque no siempre ha sido así; a veces de manera intencionada y a veces por simple error mío. Pido disculpas por ello al lector (y a los marineros que puedan leer esto con un ojo más crítico) y agradezco, una vez más, cualquier observación bienintencionada.

JOSÉ M. NEBREDA

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