William Hope Hodgson
Los
mares grises sueñan con mi muerte
Cuentos completos de terror en el
mar
Valdemar: Gótica - 82
Título original: Los mares grises sueñan con mi muerte
William Hope Hodgson,
noviembre de 2010
Traducción: José María Nebreda
& Esperanza Castro
Ilustraciones: George Grie
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
LOS CUENTOS DEL MAR DE W. H. HODGSON
Posiblemente lo mejor de la obra
literaria de William Hope Hodgson[1] sean sus cuentos del mar y,
dentro de ellos, los de tema terrorífico o sobrenatural. Aunque sus cuatro
novelas (Los botes del Glen Carrig, La
casa en el confín de la tierra, Los piratas fantasmas y El reino de la noche[2]),
cada una en su estilo, son muy apreciables y hay quien sostiene que superan en
calidad al resto de su producción literaria, es en sus relatos cortos, sobre
todo en algunos de ellos, donde logra tocar las fibras del lector de una manera
más emotiva e impactante. Los mejores cuentos de W. H. H. destacan
por su sencillez, su capacidad para evocar imágenes y ambientes trágicos,
sobrenaturales y malsanos, la soledad de sus protagonistas y la insignificancia
de sus devenires en la inmensidad de un océano misterioso y desconocido, capaz
siempre de sorprender a quienes lo surcan con terrores insondables, totalmente
ignorados por las gentes confiadas que habitan tierra adentro.
A lo largo de su breve carrera
literaria, Hodgson escribió un buen puñado de relatos, cuatro novelas acabadas
y otra que quedó sin terminar (se trata de Captain
Dang, de la que nos han quedado unas treinta páginas plagadas de aventuras
y misterios ambientados en el mar), varios artículos y conferencias que
trataban los temas más dispares (la vida en el mar, las pésimas condiciones de
los marineros, de fotografía, ejercicios físicos y la gimnasia adecuada para mejorar
el cuerpo, huracanes, etc.) y muchos poemas de tema marinero.
En cuanto a los relatos, que es
de lo que se ocupa este libro, podríamos dividirlos en varias categorías más o
menos acertadas, categorías que algunas veces traspasan los límites entre ellas,
tomando un poquito de aquí y un poquito de allá, aunque algunos de los escritos
caen claramente dentro de alguna de ellas. Voy a definirlas en orden creciente,
desde las más claras hasta las menos obvias.
En primer lugar tenemos los
cuentos de Carnacki, el cazador de
fantasmas. Estos cuentos están protagonizados por un investigador de lo
oculto; y este personaje, y el hecho de que siempre se reúna con sus amigos
para narrarles su última aventura (un misterio sobrenatural que ha tenido que
resolver), es el principal hilo argumental y nexo de unión de las diferentes
historias. A pesar de todo ello, hay relatos, como “El encantamiento del Jarvee” (incluido en este libro), que
tocan otras categorías.
A la segunda categoría yo la
definiría como Relatos puramente de
terror ambientados en el mar. Estos cuentos siempre se desarrollan en el
mar o en los barcos que lo surcan, y el motivo central de la historia es un
acontecimiento puramente sobrenatural, inexplicable y terrorífico. En esta
categoría entran la mayor parte de los CUENTOS DEL MAR DE LOS SARGAZOS y muchos
de los CUENTOS DE TERROR EN EL MAR. Nunca se da una explicación al hecho
fantástico, ya sea una sustancia viscosa, un animal, cangrejo, pulpo o monstruo
imposible, o un acontecimiento inverosímil en el mundo real. Desde mi punto de
vista es de lo mejor dentro de su producción literaria. Baste citar algunos de
los relatos que se incluyen en esta categoría: “Una voz en la noche”, “La nave
abandonada”, “Desde el mar sin mareas”, “La nave de piedra”, “Demonios del
mar”… El terror siempre va en progreso. Los cuentos suelen comenzar en un
ambiente relajado, una guardia nocturna tranquila, la charla entre los
marineros sobre la cubierta, el oficial de turno apoyado sobre la barandilla de
popa mientras contempla el mar, y poco a poco la atmósfera del relato va
haciéndose más oscura, muy lentamente; la sensación de que algo extraño sucede
va superponiéndose a la normalidad que debería imperar en el mundo corriente,
hasta que el hecho sobrenatural se presenta en todo su esplendor y supera a los
sorprendidos marineros que, contra su voluntad, se ven inmersos en él. A veces
se intenta dar una explicación de lo acontecido, pero siempre lo sobrenatural
queda abrumadoramente por encima de la posible realidad. Como el mismo Hodgson
dice: «… nos alejamos de la desolación de aquel inmenso islote de algas, y
seguimos nuestro viaje, dejando el misterio… a la soledad del mar y a la
fascinación de sus enigmas impenetrables».
Hodgson y Lissie (su hermana) en
la playa de Borth, Gales, hacia 1905.
La tercera categoría podría ser Relatos de terror en el mar. Estos
cuentos comparten con los de la anterior categoría el comienzo y la parte
central de la historia. En ellos se empieza narrando un acontecimiento en
apariencia sobrenatural y la creación de la atmósfera también va dibujándose
poco a poco, pero al final siempre se da una explicación científica o lógica,
más o menos verosímil, aunque no siempre definitiva (“Viejo Golly”, “El
misterio del buque abandonado”, “El navío silencioso”). También incluiríamos en
esta categoría las narraciones en las que aparece algún animal marino real,
aunque de hábitos y proporciones bastante poco corrientes (como por ejemplo el
descrito en “El buque embrujado Pampero”);
y también aquéllos en los que tiene lugar un hecho fantástico o fantasmagórico
(como en “La noche partida” o “El regreso al hogar del Shamraken”).
En la cuarta categoría, Relatos de misterio en el mar, nos
encontramos con narraciones en las que se intenta explicar un acontecimiento
misterioso, en apariencia sobrenatural, pero del que se tiene constancia, casi
desde el principio del relato, de que en realidad es algo totalmente explicable
por métodos científicos o lógicos, aunque al inicio cueste un poco dar con
ello. En esta categoría también estarían incluidos todos los cuentos (tema
recurrente en Hodgson) cuyo protagonista es el grumete o marinero de turno que
intenta vengarse del despiadado oficial o capitán que le hace la vida imposible
en el barco. Son narraciones escritas con gracia, a veces muy divertidas, y
conservan todo el sabor marinero de los cuentos de W. H. H. Entre
ellos podemos destacar “Lingotes”, “Los tiburones del St. Elmo” o “Los fantasmas del Glen
Doon”.
La quinta categoría, Relatos de aventuras en el mar, abarca
todos los cuentos del capitán Gault,
los cuentos del capitán Jat y muchos
relatos menores que Hodgson escribió por motivos más comerciales, incluyendo
algunos bastante románticos. Muchos de ellos son verdaderamente buenos y
siempre suelen incluir escenas de misterio y terror (está claro que Hodgson no
podía evitarlo), y también mucha fantasía e, incluso, situaciones bastante
cómicas. En este sentido, los CUENTOS DEL CAPITÁN JAT (incluidos en este libro)
son una buena muestra de ello y están repletos de fantasía (al estilo de Robert
E. Howard) y humor.
Foto de Hodgson para un cartel
publicitario de su propia escuela.
La espalda de William H. Hodgson en una foto
de entre 1899 - 1903.
Hodgson también escribió una
serie de viñetas o pastiches sobre la vida marina que podríamos incluir en una
sexta categoría: Viñetas del mar. Son
pequeñas narraciones que describen de manera dramática la vida de los
marineros. Al final de este libro me he permitido incluir las que he
considerado más interesantes.
Por fin nos encontramos con la
séptima categoría, que he definido como Relatos
de terror o misterio en tierra. Aunque la obra de Hodgson toma como fuente
de inspiración el mar, también tiene narraciones muy destacables que se
desarrollan lejos del océano (no olvidemos sus maravillosas novelas La casa en el confín de la tierra y El reino de la noche). Dentro de esta
categoría, bastante menos conocida para el lector español, hay un buen puñado
de relatos como “Eloi, eloi, lama sabachtani”, “El terror del tanque de agua”
(ambos incluidos en el libro Un horror
tropical, publicado por Valdemar), “The Valley of the Lost Children” (de
tema fantástico), “The Room of Fear”, “Sea Horses”, “The Inn of the Black
Crow”, etc., aunque, como ya he dicho antes, pienso que lo mejor de la obra de
W. H. H. son los cuentos de ambiente marinero.
La selección que he hecho para
este volumen incluye todos los relatos de la segunda y tercera categoría, y una
buena parte de los mejores de las siguientes categorías (excluyendo la última,
pues se trata de una antología de cuentos que se desarrollan en el mar), así
como uno de la primera categoría. No creo ir muy desencaminado si digo que aquí
están los mejores cuentos de William Hope Hodgson (dejando aparte los de Carnacki, el cazador de fantasmas y los
del Capitán Gault).
También he incluido una pequeña
selección de sus poemas del mar (capítulo este que merecería un libro aparte,
ya que su poesía no me parece en absoluto desdeñable), un diario de a bordo y un interesantísimo artículo-cuento, “A
través del vórtice de un huracán” (con fotografías realizadas por el propio
Hodgson), que describe con gran dramatismo y verosimilitud la singladura real
que le obligó a traspasar una de estas terribles tempestades, durante la cual
aprovechó para tomar las primeras instantáneas que existen sobre tal fenómeno
atmosférico.
Dejemos ahora que el viento
marino acaricie nuestros rostros y que, a pesar de los peligros y terrores que
acechan en nuestra singladura, de los monstruos y aventuras que nos veremos obligados
a afrontar, de los desastres y tormentas que sin duda acechan en el camino,
seamos capaces de arribar a buen puerto. Aunque… ¿quién sabe? Quizás no. ¡Que
lo disfruten!
JOSÉ M. NEBREDA
Rivas. Junio de 2010
Sobre la traducción
Siempre he dicho (y me mantengo
en tal afirmación) que, para disfrutar realmente y apreciar en su justo valor
(o desvalor) cualquier obra de cualquier autor que escribe en un lenguaje
distinto del nuestro, habría que leerlo en su idioma original. Por desgracia,
esto es harto complicado; afortunados aquellos que son capaces de leer español,
francés, inglés, alemán y ruso, por citar cinco de las lenguas que nos han
obsequiado con algunas de las mejores historias escritas por el hombre. En
consecuencia, los editores de libros y, sobre todo, los que no concebimos la
vida sin tener entre las manos, o esperándonos en el sofá o en la mesilla de
noche, unas cuantas (o unas muchas) de estas páginas encuadernadas en tela o
cartón necesitamos de la figura del traductor.
Hay traducciones buenas y
traducciones malas. Hay traducciones metódicas, profesionales, mecánicas,
alucinantes, «pasotas», patosas, creativas (o sea, que más que traducciones son
reescrituras —«perversiones», como las calificaba un amigo—, y es curioso,
porque en algunos casos el resultado final puede ser mejor que el original que
se ha «intentado» traducir), y también hay traducciones hechas con mucho amor
(¡ojo!, éstas pueden ser buenas o malas, pero se nota en ellas el cariño puesto
en su transcripción, y esto siempre se agradece).
En el caso que nos incumbe (este
libro que tiene el amable lector en las manos), se trata de una obra cuyos
cuentos se desarrollan en el mar —historias plagadas de ambientes, referencias
y términos marineros— y su traductor es alguien que ama el mar (o la mar, como
usted quiera). Por desgracia, este alguien (o sea, yo) sólo ha tenido la
oportunidad de vivir o sentir la verdadera mar viajando un par de veces en un
bote pesquero (de paquete), embarcando en múltiples ocasiones con la ilusión de
un niño en «los Reginas» de Santander para cruzar la bahía o (si el tiempo no
era malo) llegar hasta el Cabo Mayor, hacer la travesía de Tenerife a
Fuerteventura y Las Palmas como militar de reemplazo con una mar picadísima
(aún recuerdo la lluvia de vómitos que caían desde arriba por la popa), o
hacerse un par de cruceros por el Mediterráneo en plan turista con niños (que,
por cierto, en uno de ellos, en el Golfo de León —tela con el Golfo de León
cuando se cabrea—, las olas llegaban al sexto piso del barco, y yo, viendo
aquella danza increíblemente bella, inmensa y amenazadora, pensaba —con cierta
envidia y mucho respeto— en los barcos pequeños, los veleros y las gentes que
realmente viven el mar). Bueno, el caso es que mi experiencia del mar —aparte de
lo ya mencionado— se limita a contemplarlo (eso sí, durante horas) desde el
malecón de un puerto, desde algún acantilado, desde la terraza de un bar o café
de algún paseo marítimo, desde las dunas del desierto y, desgraciadamente, poco
más. Aunque también están los libros, esos libros que, desde la niñez, han
inflamado nuestra imaginación de aventuras, salitre, velas al viento, piratas,
monstruos, batallas, barcos y mares.
Con todo esto quiero decir que no
soy un hombre de mar, sino sólo un traductor que ama el mar y al que le cuesta
en muchos casos dar con el término o el verbo adecuado para definir (traducir)
muchas de las acciones, objetos o reseñas que tienen lugar en un libro escrito
por un marinero (en el caso que nos ocupa, un marinero inglés llamado William
Hope Hodgson), que amó-odió el mar como, creo, les ocurre a muchos de los que
lo viven. Por eso siempre agradezco, a pesar de que la mayoría son críticas y
correcciones a ciertas palabras, frases o verbos traducidos en el texto, las
cartas (muy pocas, por desgracia) que de vez en cuando envían a los editores
afeándome tal o cual transcripción de una palabra o verbo en un relato
marinero. Me gusta especialmente cuando algún hombre de mar (marinos mercantes
en varios casos) me escriben diciendo que leen los libros de relatos con tema
marinero que esta editorial tiene a bien publicar (y, gracias a Neptuno, que
son muchos), aunque luego provoquen mi vergüenza al censurarme ciertos usos del
lenguaje marinero.
Estas críticas, siempre
bienintencionadas, me sirven para corregir posibles errores y, aunque no estoy
de acuerdo en todas sus afirmaciones, las agradezco y siento un gran placer al
leerlas.
Al hilo de una de estas cartas
quiero dejar escritas algunas consideraciones, disculparme por algunos usos del
lenguaje a la hora de la traducción del texto del original inglés y pedir
perdón por los errores que, sin duda, van a encontrar, sobre todo la gente
acostumbrada al mar.
Como el libro que tiene en las
manos es una amplia recopilación de relatos que han sido traducidos en un
periodo de varios años, y a pesar de mis intentos de corrección de los más
antiguos, es seguro que habrá diferencias puntuales en cuanto a la traducción y
nomenclatura de varios términos náuticos. A continuación transcribo algunas de
las correcciones que se me han hecho por parte de un oficial de la marina
mercante, las cuales agradezco sinceramente. Muchas de ellas son efectivamente
errores corregibles; otras no fueron llevadas a cabo por motivos puramente
estéticos a la hora de traducir el texto (repetición de palabras, musicalidad,
dificultades a la hora de entender lo traducido por parte del lector no
acostumbrado al lenguaje marinero, etc.), y otras simplemente consideré
preferible transcribirlas en términos más corrientes.
Cito literalmente algunos de los textos de la carta: «Ningún marino dice
el mar, siempre la mar» (en realidad
se pueden usar ambos géneros; ésta es una discusión eterna y enconada, aunque
los hombres de mar siempre utilizan el femenino para referirse a ella/él). «En
la mar no se tira nada, las cosas se largan.
En los buques no hay cuerdas o cordeles, hay cabos con distintos nombres según
su función (calabrotes, maromas, etc.). En los buques no se ata, se anuda, se
liga o se amarra. En los buques no hay ventanas, hay portillos; no hay paredes, hay mamparos;
no hay habitaciones o cuartos, hay camarotes;
no hay lados, hay costados; no hay
cuarto de navegación, hay derrota.
Los buques no se dirigen, se gobiernan.
Las distancias en la mar se miden en millas, nunca en kilómetros. Los buques no
miden tantos metros de largo, sino tantos metros de eslora; ni metros de ancho, sino de manga. En los buques no hay suelo, hay tecle. En cubierta se pisan los baos
o, simplemente, cubierta. En los
buques no existe la izquierda o la derecha, sino babor y estribor. No hay
palanca de control, sino sable. En
los buques, dentro del departamento de máquinas, los cargos son: jefe de
máquinas, 1.er, 2.º y 3.er oficiales de máquinas,
electricista, mecánico, calderetero, engrasador y limpiador…».
Creo que es interesante para el
lector saber de primera mano los usos del lenguaje marinero. Como ya he dicho
antes, los posibles errores del texto son sólo achacables a su traductor; y
seguro que los hay. Algunos, como el tema de las millas, son errores intencionados;
otros los he traducido con su correspondiente palabra, que no siempre coincide
con la usada en el mar, por una cuestión meramente práctica (de cara al lector)
o de musicalidad (de cara a que quedase bien en el texto); y otros son simples
errores achacables a alguien que, como ya he dicho antes, desgraciadamente, y
aunque ha invertido mucho trabajo de búsqueda y traducción en diccionarios y webs especializadas, no domina los
términos que se utilizan habitualmente en los ambientes náuticos (y a propósito
de esto, me ha venido muy bien la descripción del departamento de máquinas de
un buque).
El lenguaje marinero es
increíblemente rico y musical, palabras y palabras, verbos, términos y frases
que la mayoría de nosotros no hemos escuchado jamás en nuestra vida. Es una
maravilla leer esas palabras, empaparse de ellas: pecio, vertello, orza,
lascar, imbornales, guindaleza, filar, chicote, contrete, boza, bita, alijar…
Alijar, por ejemplo, es echar al mar mercancías, materiales, bultos, incluso
aparejos, para aligerar el barco cuando está en peligro inminente de hundirse;
chicote es el extremo libre de un cabo; lascar equivale a dejar correr o salir,
o sea filar una escota o un cabo tenso para disminuir la tensión existente.
Resultaría muy arriesgado traducir literalmente estos términos en un libro de
entretenimiento cuyo público en general no tiene demasiados conocimientos del
lenguaje marinero. Casi siempre he intentado usar el término náutico en lugar
del que se usa en tierra: mamparo en lugar de pared, portilla o porta en lugar
de ventana, toldilla en lugar de cubierta de popa, cabo en lugar de cuerda,
etc. Aunque no siempre ha sido así; a veces de manera intencionada y a veces
por simple error mío. Pido disculpas por ello al lector (y a los marineros que
puedan leer esto con un ojo más crítico) y agradezco, una vez más, cualquier
observación bienintencionada.
JOSÉ M. NEBREDA
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