SVEVO, JOYCE Y EL MILAGRO DE LÁZARO
por Antonio García Ángel
LA HISTORIA DEL BUEN VIEJO
Y LA BELLA SEÑORITA
SVEVO, JOYCE
Y EL MILAGRO DE LÁZARO
En 1904 James Augustine Aloysius Joyce vivía en Dublín, tenía 22 años, bebía en exceso y
aún nadie sospechaba que se convertiría en uno de los escritores más importantes del siglo
XX. En junio de ese año comenzó su relación con una camarera de hotel llamada Nora
Barnacle. Después de un confuso episodio en el que alguien hizo disparos a unos trastos
que estaban colgados sobre la cama del joven Joyce, él y Nora abandonaron Dublín y se
fueron primero a Zúrich y después a Trieste, donde empezó a trabajar en la escuela Berlitz
como profesor de inglés. Después de un tiempo, Joyce renunció y se convirtió en el profesor
particular preferido por la rica burguesía triestina.
En 1907, el próspero empresario triestino Aron Ettore Schmitz tenía 46 años y
administraba un negocio de pinturas para embarcaciones propiedad de su suegro,
Gioachino Veneziani. Antes había ayudado a su padre en una cristalería que fue a la
bancarrota y había trabajado 19 años como funcionario en el Unionbank de Viena. También
había escrito dos novelas. Cuando el almirantazgo británico cerró tratos con los Veneziani,
la empresa debió abrir una sucursal en Londres. Para perfeccionar su inglés Schmitz –que
ya dominaba el italiano, el francés y el alemán– contrató a Joyce como profesor.
Pronto, a lo largo de las clases, a ambos los unió una pasión común: la escritura. Pero
para Joyce esta significaba el futuro mientras que para Schmitz era parte del pasado. Joyce
le mostró a su alumno los poemas de Chamber Music, los primeros capítulos del Retrato del
artista adolescente y algunos cuentos de Dublineses, mientras que Shmitz le contó a su
profesor que en algún momento de su vida quiso ser escritor. Le regaló ejemplares de sus
dos novelas, Una vita y Senilità, publicadas con el seudónimo de Italo Svevo hacía quince y
diez años, respectivamente. Entre los dos se forjó una amistad que nació de la mutua
admiración y que tuvo consecuencias literarias.
Se dice que el irlandés se basó en el judaísmo no practicante de Svevo para caracterizar a
Leopold Bloom, y probablemente atendió algunas de las recomendaciones que Svevo le hizo
sobre el primer capítulo del Retrato del artista adolescente, además durante años fue Svevo
el custodio de los originales del último capítulo de Ulises; pero sin Joyce quizá Svevo y su
obra habrían naufragado en el olvido, y estamos seguros de que, sin su intervención, Svevo
jamás habría escrito La conciencia de Zeno, su obra maestra, ni La historia del buen viejo y
la bella señorita, nuestro Libro al Viento 127.
El caso de Flaubert y Maupassant –como el de Joyce y Beckett– es el padrinazgo del
narrador experimentado hacia un escritor más joven, aún en ciernes. Hemingway y
Fitzgerald eran compañeros de ruta y fueron forjando sus obras al mismo tiempo. En
cambio cuando Joyce y Svevo se conocieron el triestino iba de vuelta, había renunciado por
completo a la literatura después de la indiferencia con que fue acogida su segunda novela.
«Me resigné ante aquel juicio tan unánime», dice Svevo en el prólogo a la reedición de
Senilidad, «no existe unanimidad más perfecta que el silencio, y durante veinticinco años
me abstuve de escribir».
Joyce, impresionado, se aprendió de memoria los párrafos finales de la novela, le dijo a
Svevo que había sido juzgado injustamente, que ninguno de los grandes maestros de la
novela francesa habría podido escribir mejor que él algunas páginas de Senilidad. La
correspondencia entre ambos, cuando ya Joyce había partido de Trieste antes de la Primera
Guerra Mundial, muestra la diligente y esforzada labor para que la novela de su amigo
llegara a manos de T. S. Eliot, Fox Maddox Ford, Valéry Larbaud, editores, traductores y
críticos en Alemania, Inglaterra, Francia y Estados Unidos.
Joyce estaba en lo cierto. Senilidad, en la misma línea de grandes novelas como Sonata a
Kreutzer y Por el camino de Swann, explora de manera magistral la obsesión de un hombre
consumido por los celos. Pero su autor ya se había rendido, la literatura no era para él.
Joyce, como el mismo Svevo lo afirmó, «supo renovar el milagro de Lázaro». Gracias a él,
Svevo pudo retomar la pluma y, tras veintitrés años de silencio, comenzar a escribir La
conciencia de Zeno, una obra sobre la vejez cargada de ironía y humor. Cuando fue
publicada, en 1923, Svevo se convirtió a su vez en uno de los escritores más importantes
del siglo XX.
Antes de morir atropellado en 1928, Svevo alcanzó a escribir algunos textos cortos y esta
nouvelle que puede leerse como una continuación de los temas tratados en La conciencia
de Zeno. En ella se cuenta cómo un acaudalado anciano, presa de un último arrebato de
vitalidad, seduce a una humilde y elusiva jovencita, pero nada en esta relación está
garantizado por el dinero ni la experiencia del viejo, y pronto su alma crepuscular se verá
sacudida por la fuerza de las pasiones.
ANTONIO GARCÍA ÁNGEL
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