viernes, 22 de septiembre de 2023

Francis Bacon La gran restauración PRÓLOGO

 


 


Francis Bacon

 

 La gran restauración

 

 

ePub r1.0

 

 

oronet 19.08.2019

 

 

 


 

 Prólogo

 I

En 1620 Francis Bacon (1561-1626) está en la cima de su carrera política: desde el año 1618 era Lord Canciller y Barón de Verulamio. Sin embargo, su carrera literaria —ámbito en el que su ambición no iba a la zaga de la política no había alcanzado la brillantez de aquélla: aunque su obra inédita era amplia, solamente habían visto la luz hasta aquel momento— si hacemos abstracción de opúsculos de naturaleza jurídico-política— los Essays (publicados en 1597 junto con las Religious Meditations y los Coulers of Good and Evil, fueron reeditados en 1612 pasando de diez a treinta y ocho ensayos), los Two Books of the Proficience and Advancement of Learning Divine and Human en 1605 y en 1609 el De Sapientia Veterum, cuya versión inglesa acababa de ser publicada en 1619.

Sin embargo, hacia finales de 1620 se publicaba en Londres (apud Joannem Billium Typographum Regium) la Instauratio Magna, obra en la que Bacon anunciaba, presentaba y convocaba a un proyecto de investigación filosófico-natural tendente a conseguir la «Restauración» (Instaurado) del saber y consecuentemente del poder, que sobre la naturaleza gozó Adán en el Paraíso[1] y que la humanidad había perdido como consecuencia del Pecado original[2]. Si la humanidad se reconciliaba con el creador y recobraba su favor con la fe y la religión (en lo que a la pérdida de la «inocencia» se refiere), la segunda pérdida —la del saber y el poder— se superaba «mediante las ciencias y las artes», es decir, mediante la Instauratio, que (querida y tolerada por Dios) ponía fin a los largos siglos de extravío de la humanidad, durante los cuales los hombres no sólo habían sustituido las ideas de la mente divina impresas en las criaturas (y, por tanto, el mundo real) por los ídolos vacíos de la mente humana, cambiando la lectura o interpretación legítima de la naturaleza por las múltiples anticipaciones fantásticas de la razón humana[3], sino que se habían olvidado además del verdadero fin de la ciencia (un fin grato y querido por Dios; cfr. la conclusión de la Distributio Operis y N. O. I, 129): «dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y recursos» (N. O. I, 81).

Así pues, la Instaurado Magna baconiana, en su doble sentido de obra personal y de proyecto colectivo, se insertaba en una perspectiva escatológico-milenarista, que no sólo hacía eco a las expectativas de ese tipo presentes en amplios sectores de la Inglaterra del momento, sino que además establecía como momento decisivo de esas expectativas milenaristas la reforma del saber humano, la restauración de la ciencia-poder adámico. De esta manera Bacon cambiaba la relación de la religión con la ciencia: si para muchos teólogos y hombres piadosos de la época la ciencia era peligrosa para la religión (había causado el pecado original)[4], Bacon hace de la religión y de la Biblia base de la condena del saber tradicional y de la legitimidad de la Instauratio Magna. A partir de 1620, y gracias en buena medida a la obra del canciller, la religión exhorta a la ciencia y al dominio de la naturaleza: ciencia y poder serán el medio (junto con una sana actitud religiosa) por el que la sociedad humana llegará al descanso sabático (el milenio o la utopía); con Bacon el milenarismo cristiano reformado (puritano, radical) se asocia a la reforma del saber y pasa a concebir la nueva ciencia con su ethos religioso como la vía para el advenimiento de la nueva época. No es este uno de los últimos méritos y efectos de la obra baconiana en general y sobre todo de la publicación de 1620 que aquí presentamos[5].

Esta fundamentación bíblica de la reforma del saber y de la Instauratio Magna aparece con toda claridad en el famoso frontispicio de la edición de 1620 (vid. fig. p. 35): bajo la imagen del barco que se aventura en el océano dejando atrás las columnas fatales del «Non plus ultra» aparece citado un pasaje bíblico perteneciente al libro de Daniel (12,4): Multi pertransibunt et augebitur scientia («Muchos pasarán y crecerá la ciencia») como insinuación de que la Biblia profetiza la coincidencia cronológica de la ampliación del mundo conocido mediante los descubrimientos geográficos y la reforma y restauración de la ciencia (N. O. I, 93). La reforma del saber humano era, por tanto, la «restauración» de la humanidad a la situación anterior a la caída y formaba parte inexorablemente del diseño providencialista divino de la historia, de la reconciliación con Dios. Además, la coincidencia del conocimiento geográfico del mundo con la «Restauración» tenía una razón teórica: sólo así podrá la humanidad disponer de la base observacional (Historia Natural) suficiente para la elaboración de la Interpretación de la Naturaleza, una elaboración, además, de paciente y humilde contacto con las cosas que tiene todas las características de «una verdadera y legítima humillación del espíritu humano» (Prefacio a la Instaurado Magna), esto es, de una «innerweltliche Askese» o ascesis intramundana. El plan divino respondía a la lógica misma de la investigación científica.

La publicación baconiana de 1620 era, pues, más que una obra personal. Era el anuncio público y la llamada a un trabajo colectivo (vid. el párrafo final del Prefacio a la Instaurado) que exigía además para su cumplimiento la institucionalización social, esto es, la estatalización de la tarea científica[6]. Se trataba, como ya hemos dicho, de alcanzar el verdadero conocimiento de la naturaleza y el consecuente dominio sobre ella mediante la Interpretación de la Naturaleza, tarea que exigía como requisitos básicos una Historia Natural y Experimental suficiente (un registro y recopilación ordenados de los fenómenos del universo) por un lado y por otro un «método» o Ars interpretandi naturam[7] capaz de llevar de forma paulatina y escalonada a los axiomas últimos, cuyo carácter no es únicamente teórico, sino también el de reglas operacionales para la producción de obras, pues «lo que en la contemplación tiene el valor de causa viene a tener en la operación el valor de regla» (N. O. I, 3). Sólo así surge la «ciencia activa» y por tanto el «dominio humano sobre el universo», pero hemos de tener presente que para Bacon «ciencia activa» es ciencia sin más (interpretación de la naturaleza) y que la operatividad (los «frutos») es el criterio mismo de verdad que permite dar una respuesta suficiente y definitiva a la crítica escéptica: «Las cosas, tal y como realmente son en sí mismas, ofrecen conjuntamente (en este género) la verdad y la utilidad; y las operaciones mismas han de ser estimadas más por su calidad de prendas de verdad que por las comodidades que procuran a la vida[8]». Este criterio de verdad permite reconocer en la esterilidad de la filosofía tradicional el signox de su falsedad y de su carácter meramente anticipatorio[9], dando así parcialmente razón a la crítica tradicional del escepticismo[10].

 II

Pero ¿de qué constaba la Instauratio Magna de 1620?, ¿qué materiales publicó Bacon en esa fecha con este título? La presente traducción ofrece al lector el conjunto íntegro de esta edición, concretamente: l.º) la breve presentación al género humano; 2.º) La dedicatoria de la obra 'al rey Jacobo I; 3.º) el Prefacio general a la Instauratio Magna; 4.º) la Distribución de la obra, esto es, la descripción de las seis partes de que iba a constar la Instauratio Magna[11]; 5.º) la Segunda parte de la Instaurado, esto es, el método o Novum Organum, en dos libros y con la utilización de un procedimiento expositivo (ars tradendi) de tipo aforístico, renunciando a la exposición en forma de tratado completo[12]; 6.º) el Parascevo o Preparación para la Historia Natural y Experimental, breve presentación de la importancia y requisitos que debía satisfacer la Historia natural para que pudiera servir de base a la verdadera filosofía o interpretación de la naturaleza. La edición de 1620 se cerraba con un Catálogo de títulos de historias particulares.

De todo ello, y de lo que desde el comienzo hemos venido diciendo, podemos concluir que la publicación de 1620 no se reducía al Novum Organum y menos aún a la exposición de la Inducción. En efecto, el Novum Organum es una parte de la publicación de 1620 y aunque es cierto que por su volumen constituye casi la totalidad, si tenemos en cuenta que la Instauratio de 1620 pretendía anunciar un programa de investigación que rebasa la propia actividad personal de Bacon, comprenderemos fácilmente su lugar en el proyecto baconiano: el Novum Organum es la segunda parte de la Instauratio y además ni uno ni otra se pueden reducir a la Inducción, a pesar de la importancia central de ésta.

William Rawley, capellán y editor póstumo de la obra del canciller, nos dice que la redacción de la segunda parte de la Instauratio se remonta cuanto menos a 1608 y fue objeto de una minuciosa elaboración por parte de su autor[13]. En ella confluyeron los resultados de toda una serie de opúsculos anteriores inéditos: Temporis Partus Masculus, Filum Labyrinthi sive formula inquisitionis, Partis Instaurationis Secundae Delineatio et Argumentum, Cogitata et Visa, Redargutio Philosophiarum[14]. La Partis Instauratioms Secundae Delineatio et Argumentum (opúsculo de 1606-1607) nos presenta ya el diseño preciso de la segunda parte de la Instauracio[15] l.º) La «pars destruens», cuyo objetivo es «igualar el área de la mente, liberándola de aquellas cosas recibidas hasta el presente», y que consta a su vez de tres partes en virtud precisamente de las tres clases de ídolos que ocupan la mente humana[16]: a) ídolos adventicios procedentes de las opiniones y sectas filosóficas; b) ídolos adventicios procedentes de los malos modos de argumentación y demostración; c) ídolos inherentes e innatos a la mente. Por ello la «pars destruens» se complementa con tres refutaciones correspondientes a los tres grupos de ídolos: Refutación de las Filosofías, Refutación de las Demostraciones y Refutación de la Razón Humana Nativa. 2.º) La «conversio mentis bona» o «praeparatio mentis», cuyo objetivo es conseguir una disposición benévola y favorable del público con vistas a una mejor recepción de la «revolucionaria» doctrina positiva de Bacon[17]. 3.º) La «pars construens», cuyo fin es «perfeccionar el entendimiento para la realización de la Interpretación de la Naturaleza» y que consta de tres clases de ayudas: a) ayuda al sentido; b) ayuda a la memoria y c) ayuda a la razón, en cuyo seno ocupa un lugar preferente, pero no único, la «inducción legítima».

No cabe la menor duda de que éste es el plan que Bacon ha tratado de desarrollar en el Novum Organum de 1620, con la diferencia de que el opúsculo de 1606-1607 preveía seguramente un tratamiento en forma sistemática, mientras la obra de 1620 lo hace en aforismos, con la consiguiente pérdida de la perspectiva de los grandes bloques temáticos. Es evidente que el segundo libro del Novum Organum tiene como finalidad la exposición positiva del método o arte de interpretar, esto es, corresponde a la «pars construens»; el primer libro desarrolla la «pars destruens» y la «preparado mentis», es decir, la crítica de toda la tradición y la seducción del público para la propuesta metodológica positiva que viene a continuación[18].

El aforismo décimo del segundo libro traza un cuadro, de la tarea a desarrollar que coincide con el programado trece años antes: ascenso de los particulares a los axiomas y descenso desde éstos a operaciones particulares en la naturaleza. El primer momento consta de las tres ayudas ya señaladas, indicándose que la ayuda a la razón consiste fundamentalmente en la inducción. Finalmente Bacon propone «comenzar por el final para ir retrocediendo sucesivamente a las restantes ayudas». De ahí el ejemplo de procedimiento de inducción de la forma del calor que ocupa los aforismos siguientes (11-20). El aforismo siguiente (II, 21) enumera nueve tareas que han de ser realizadas a continuación, pero lo cierto es que el Novum Organum concluye con la realización únicamente de la primera, la exposición de las «instancias prerrogativas» (N. O. II, 22-52). En el último aforismo Bacon señala: «Ahora hemos de pasar a los apoyos y rectificaciones de la Inducción y después a los concretos, a los Procesos y Esquematismos latentes y a las restantes cosas según el orden que establecimos en el aforismo veintiuno». Sin embargo, el Novum Organum concluye y a continuación viene la presentación sumaria de la Historia natural y el catálogo de historias particulares. Si atendemos a la actividad posterior de Bacon en los seis años que todavía le quedaban de vida veremos que se dedicó fundamentalmente a la confección de la Historia natural y al desarrollo de investigaciones particulares en relación con problemas cosmológicos que le habían ocupado siempre y que se reflejan también en el Novum Organum. En 1622 anuncia su proyecto de publicar una Historia Natural y Experimental según diferentes tópicos y a razón de una historia particular por mes: «Historia de los vientos», «Historia de lo denso y lo raro», «Historia de lo pesado y lo ligero», «Historia de la simpatía y antipatía de las cosas», «Historia del azufre, mercurio y sal», «Historia de la vida y de la muerte». De ellas sólo vieron la luz la primera (1622) y la última (1623); de las restantes sólo escribió —con excepción de la segunda— el prólogo. Un año después de su muerte Rawley publicó la Sylva sylvarum, una historia natural de carácter general, una especie de repertorio universal de experiencias sobre todo tipo de motivos. Podemos, pues, concluir que en Bacon se produjo, cuando aún no había terminado la redacción del Novum Organum, un cambio en su planteamiento filosófico fundamental y en la elaboración de la Instauratio: si desde 1604 cuanto menos Bacon lleva a cabo investigaciones particulares sobre diferentes problemas, es consciente de su carácter anticipatorio y de la necesidad prioritaria de elaborar un «ars interpretandi» para conseguir, cuando se disponga de la historia natural, elaborar la Interpretación de la naturaleza. A lo largo de quince años el método parece haber sido su gran preocupación, aunque no la única, y ciertamente la Instauratio magna pivotaba sobre la «pars construens» de la segunda parte. Ahora, en 1620 y al final de la redacción del Novum Organum, Bacon renuncia para siempre a la elaboración del método inductivo y hace pivotar la perfección y el desarrollo de la Instauratio sobre la tarea ya realizada (el rudimento de inducción y sobre todo la «pars destruens» del libro I) y la historia natural. Farrington ha visto[19] que el último aforismo del libro primero, seguramente las líneas redactadas en último lugar del Novum Organum, señalan explícitamente el cambio de perspectiva: «Aunque pensamos haber establecido preceptos utilísimos y certísimos, no le [al Arte de Interpretar] atribuimos una necesidad o una perfección absolutas (como si nada pudiera hacerse sin ella). Pues somos de la siguiente opinión: si los hombres dispusieran de una Historia de la Naturaleza y de la Experiencia justa, se aplicaran a ella cuidadosamente y pudiesen imponerse a sí mismos dos cosas: en primer lugar prescindir de las opiniones y nociones recibidas, en segundo lugar impedir durante un cierto tiempo la tendencia de la mente a volar a los principios más generales y a los más próximos a éstos, vendrían a dar —por la fuerza propia y genuina de la mente, sin ningún tipo de arte— en nuestra forma de Interpretar la Naturaleza. En efecto, la Interpretación es la obra verdadera y natural de la mente una vez liberada de los obstáculos».

Vemos, pues, el desenfoque que se genera si reducimos la obra de Bacon al Novum Organum y éste a la inducción. El Novum Organum ha concluido con la renuncia a completar la elaboración de la «pars construens», pero la Instauratio Magna era mucho más que eso y esta tarea continuaba su desarrollo, y su enorme presencia en la Inglaterra del siglo XVII. Sólo que el cambio de perspectiva que hemos señalado (olvido de la inducción por la «pars destruens» y la historia natural) introducía unas modificaciones importantes en el planteamiento anterior del canciller.

Antes, a lo largo de la obra de 1620, no bastaba con la «pars destruens», con mostrar el carácter de «espejo encantado» del entendimiento humano (vid. N. O. I, 41) y los efectos de las diferentes clases de ídolos. Bacon insistía en la necesidad de elaborar un proceso de guía artificial del entendimiento como garantía de la obtención de un conocimiento cierto y eficaz. Esta insistencia emanaba por una parte de la concepción baconiana de la naturaleza como un laberinto oscuro y complicado que le llevaba a afirmar que «los pasos han de ser guiados por un hilo conductor y todo el itinerario, desde las primeras percepciones de los sentidos, debe ser abierto con un procedimiento seguro» (Prefacio a la Instauracio); por otra parte emanaba de la naturaleza misma del entendimiento y su manera espontánea de operar, aun purgado y rectificado. Los ídolos innatos no son eliminables: «lo único que está a nuestro alcance es indicarlos y que esta fuerza insidiosa de la mente sea conocida y refutada para que de la destrucción de los viejos errores no surjan inmediatamente brotes de otros nuevos a partir de la mala complexión de la mente y que de esta manera los errores no se extingan, sino que tan sólo se cambien. Por el contrario debemos fijar como principio eterno e inmutable que el entendimiento no puede juzgar sino a través de la inducción y de su forma legítima» (Distribución de la obra). De ahí la necesidad de un método que «añada al entendimiento plomo y pesos para impedir todo salto y vuelo» (N. O. I, 104), que «establezca grados de certeza» (Prefacio al N. O.) y «una especie de suspensión de juicio» (N. O. I, 126), en suma: «solamente queda una salida para la salvación y la salud: que toda la actividad de la mente comience de nuevo desde el principio y que ya desde ese mismo instante no sea dejada en modo alguno a sí misma, sino que sea gobernada permanentemente, de forma que todo proceda de manera artificial» (Prefacio al N. O.).

La elaboración positiva del método (con sus ayudas a los sentidos, a la memoria y a la razón) era la garantía de la certeza en la investigación y de la superación del excepticismo, más allá de la coincidencia parcial de Bacon con la crítica escéptica de la posibilidad de conocimiento: «[los escépticos] afirman sencillamente que nada se puede saber y nosotros que no es posible saber mucho de la naturaleza por medio de la vía actualmente en uso[20]». En última instancia el método era visto por Bacon como una máquina artificial de descubrimiento, que prácticamente igualaba las inteligencias humanas, permitía esperar el cumplimiento de la Instauratio en un plazo de tiempo inferior a un siglo y no dejaba resquicio al escepticismo, si bien se reconocía que éste triunfaba sobre la filosofía tradicional carente del método. La renuncia a continuar el desarrollo del método no frustraba este programa ni la distinción entre Anticipación e Interpretación de la Naturaleza —quedaba firme el criterio operacionalista de verdad, la refutación de los ídolos y las indicaciones metodológicas dadas en el libro segundo—, pero Bacon no había alcanzado el resultado tan nítido y demarcador que se había propuesto.

 III

El primer libro del Novum Organum, distribuido en ciento treinta aforismos, resulta de una lectura ágil y cómoda. Está dedicado a la exposición de la «pars destruens» y la «praeparatio mentis», es decir, a la refutación y condena del saber tradicional y de los prejuicios (ídolos) del entendimiento humano. Bacon muestra el carácter anticipatorio de la filosofía tradicional por su base idólica, por sus carencias metodológicas, por su escaso apoyo observacional y por los límites mismos de las sociedades que produjeron esa filosofía. De esta manera, minada la confianza del lector en el saber tradicional, es más fácil la presentación del nuevo saber y la generación de optimismo.

Podemos distribuir el contenido de este libro en los siguientes bloques temáticos:

1. Aforismos 1-9. Son breves y rápidos aforismos sobre diferentes aspectos fundamentales del pensamiento baconiano: concepción activista-religiosa del sujeto humano y de su relación con la naturaleza, necesidad del método, concepción operacionalista del saber, etc.

2. Aforismos 10-19. Bacon afirma la sutilidad de la naturaleza y la incapacidad para dar cuenta de ella de la lógica silogística, de las nociones usuales y de los métodos habituales de descubrimiento.

3. Aforismos 20-37. Se señala la incapacidad del entendimiento abandonado a sí mismo para proceder por una vía correcta de investigación, se formula la distinción entre Anticipación de la Mente e Interpretación de la Naturaleza y se diferencia la crítica baconiana de la crítica escéptica.

4. Aforismos 38-115. Contienen la refutación de los ídolos, es decir, la «parte destructiva». Tras una primera enumeración de los distintos grupos de ídolos (38-44), Bacon procede al tratamiento individualizado: ídolos de la tribu (45-52), de la cueva (53-58), del foro o lenguaje (59-60) que constituyen los ídolos innatos y cuya refutación es la refutación de la razón humana natural. A continuación viene la exposición de los ídolos del teatro o adventicios (61-71) y la consiguiente refutación de los mismos, esto es, de las filosofías y de los procedimientos demostrativos (aforismos 71-92). La refutación de los ídolos del teatro se desarrolla mediante la teoría de los signos indicativos del valor de las filosofías (71-77) y la exposición de las causas del error de la filosofía tradicional (78-92). Bacon añade los motivos de esperanza que cabe albergar acerca de la Instauratio (92-115).

5. Aforismos 115-130. Representa la seducción y captación de la benevolencia del público (la «conversio mentis bona» de la Partís Instaurationis Secundae Delineatio) mediante la respuesta a posibles objeciones que pudieran hacerse al proyecto baconiano por causa de malentendidos y prejuicios procedentes de la concepción tradicional del saber (116-128). El primer libro concluye con la reiteración de la grandeza del fin propuesto (129) y la mencionada renuncia a continuar la elaboración positiva del método, escrita después del libro segundo (aforismo 130).

El segundo libro, cuya extensión es el doble de la del primero y, sin embargo, consta tan sólo de cincuenta y dos aforismos, resulta de una lectura más monótona y difícil. Su objeto es exponer la «pars construens», o sea «el arte misma de interpretar la naturaleza». Podemos distinguir en él las siguientes partes:

1. Aforismos 1-10. Se establece el fin de la ciencia: el descubrimiento de las Formas, Esquematismos y Procesos latentes (ámbitos naturales que escapan al sentido y exigen, por tanto, que el método se preocupe atentamente de la «ayuda al sentido») y la conexa libertad de operación sobre la naturaleza (1-8). Bacon señala asimismo la división de la filosofía natural en Física-Mecánica y Metafísica-Magia Natural (9) y la estructura de la parte constructiva (10).

2. Aforismos 11-20. Tras señalar (af. 10) que la exposición va a invertir el orden lógico de la disposición del método y empezará por la ayuda a la razón, esto es por la inducción, Bacon pasa a ofrecer un ejemplo de aplicación de la «inducción legítima» al descubrimiento de la forma del calor: tablas de presencia, ausencia y de grados (11-13); exclusión y rechazo por la confrontación de las tres tablas anteriores (18) de las naturalezas simples incompatibles con la forma del calor y finalmente la tentativa provisional, a título de ejemplo (Bacon es consciente de que en ausencia de unas nociones correctas y del resto de las ayudas no es posible efectuar ni una exclusión ni una afirmación legítimas de la forma; vid. aforismo 19), de primera formulación o «vendimia» de la forma del calor (19)[21].

3. Aforismos 21-52. Tras señalar (aforismo 21) las nuevas tareas que es preciso desarrollar para la perfección de la inducción, Bacon aborda la primera de ellas: la exposición (22-52) de las veintisiete clases de instancias prerrogativas (hechos, observaciones o proposiciones de una relevancia y utilidad especial tanto en el momento del descubrimiento como en el de la operación, por lo cual cabe registrarlas con un interés especial). El aforismo final indica los diferentes ámbitos de aplicación y utilidad de estas instancias: las cinco clases de instancias de la lámpara (38-43) ayudan a los sentidos; otras ayudan en el momento operacional y son el grupo de siete instancias prácticas (44-52) y las instancias de poder (31). Las restantes son especialmente útiles al entendimiento en el descubrimiento de la forma investigada.

 IV

El Bacon del siglo XVII es el Bacon del Advancement y del De Augmentis, el del De Sapientia Veterum (con la referencia a la profunda sabiduría oculta o manifiesta en los mitos de la antigüedad), el de la New Atlantis y el de la Instauracio de 1620 y los proyectos de historia natural; en suma, Bacon es en el siglo XVII el filósofo que concibió el proyecto de la «Gran Restauración»: ethos religioso de la empresa científica, fin utópico de la misma mediante el dominio de la naturaleza a través del conocimiento, reforma de la enseñanza, colaboración científica e institucionalización social de la investigación científica, historia natural y experimental (inserción en la filosofía natural del ámbito de las artes mecánicas como componente decisivo de una experiencia unitaria), método inductivo, escepticismo frente a las elaboraciones mentales no gobernadas por el método[22]. Este baconismo unido al ocaso, claro ya hacia mediados del siglo XVII, de posiciones teóricas sostenidas por el canciller y orientadoras de su investigación real (posiciones como el geocentrismo e inmovilidad de la tierra, el mundo finito, su concepción del movimiento celeste, de la materia, su elaboración de una cosmología no mecanicista de raíz paracelsiana) explican la desatención a obras baconianas como el Thema coeli (redactado en 1612, pero inédito hasta 1657) en las que sus representaciones cosmológicas —y el retraso de las mismas— se expresaban con especial claridad[23]. Esta cosmología y la concepción baconiana de la materia rigen y determinan la actividad experimental del canciller, sus proyectos de historia natural; constituyen, en suma, una investigación que trata de ser rigurosa y vincularse con la observación, pero que tiene un carácter anticipatorio y es independiente del método que Bacon va elaborando al mismo tiempo. Dicha investigación y la preocupación por el método son simultáneos y paralelos; constituyen además una muestra del contraste entre el antiapriorismo metodológico y la práctica real según una imagen de la naturaleza y de la materia que se insertan en la órbita del naturalismo renacentista y el paracelsismo, que Bacon creía fundamentadas en la experiencia y acompañan la elaboración del método, de forma que éste vendría a ser la vía para el contraste y la plena confirmación de su anticipación. Así, desde la práctica real de Bacon como investigador se nos vuelve a reducir la demarcación entre anticipación e interpretación de la naturaleza que el uso del método debía garantizar.

Esta cosmología y esta teoría de la materia afloran ocasionalmente a lo largo del Novum Organum, dando un sentido claro a afirmaciones y suposiciones dispersas a lo largo de la obra. Tenerlas presente ayudará a reconocer una mayor coherencia a la imagen de la naturaleza del canciller, a reconocer su originalidad y comprender su marginación creciente a medida que avanza la revolución científica. Por eso vamos a concluir este prólogo con una rápida caracterización de estos temas[24].

Para Bacon la materia se presenta en las dos formas de materia tangible (densa, fría, pesada, inerte) y spiritus (materia también extensa y corpórea, pero sin peso, tenue, rarificada y activa). Mientras la materia tangible está reducida y limitada al globo terrestre (inmóvil en el centro del cosmos finito), los spiritus llenan el resto del universo en su doble manifestación de spiritus devinctus (atado o ligado, esto es, encerrado en un cuerpo tangible) o spiritus purus (puro o libre, es decir, desvinculado de materia tangible). El espíritu puro es tanto el aire y fuego terrestre sitos entre la tierra y la luna como sobre todo el éter (medio de los cuerpos celestes) y el fuego celeste (la materia componente de los cuerpos celestes). Por el contrario los espíritus ligados y encerrados en los cuerpos tangibles se encuentran en la superficie de la tierra (bajo la superficie no hay sino el cuerpo denso, frío compacto e inerte de la tierra) y son los responsables, por su gran actividad, de los múltiples fenómenos que aquí se producen. A su vez estos espíritus ligados pueden ser inanimados (el spiritus emortuus de N. O. II, 48; p. 333) o animados o vitales (spirutus vitales). Los primeros están presentes en los seres vivos e inanimados (son además fríos, de naturaleza sobre todo aérea y discontinuos o interrumpidos; cfr. II, 40; p. 295); los segundos aparecen en los cuerpos vivos, son calientes, de naturaleza predominantemente ígnea y llevan a cabo las funciones vegetativa, sensitiva, imaginativa y motriz de los organismos[25] spiritus ligado tiene una tendencia a salir del organismo y unirse con el aire circundante, de ahí su asimilación o absorción de las partes tangibles similares, su volatilización y desecación del cuerpo tangible y en general los procesos vitales (vid. la amplia exposición en N. O. II, 40; pp. 293-295).

A la inmovilidad de la tierra en el centro del mundo se contrapone el movimiento circular de los cuerpos celestes, el movimiento circular del fuego cuando domina a su medio etéreo[26]. Este dominio es completo en el cielo estrellado y se refleja en el movimiento circular diario, pero conforme se desciende hacia el centro del mundo el movimiento diario (único movimiento celeste, pues Bacon rechaza el movimiento periódico «anual» de los planetas) se va haciendo más lento y se va alejando más del círculo para hacerse más de tipo espiral[27]. Ello es debido a la perturbación causada por el éter (mayor a medida que se desciende al centro), perturbación indicadora de la confrontación cósmica entre fuego y éter-aire; pero este movimiento diario se comunica asimismo a las regiones inferiores del aire (brisa diaria circular en los trópicos) y del agua (ésta es la explicación baconiana de las mareas)[28].

La imagen baconiana del cosmos trazada hasta aquí necesita todavía para su completitud de algunos componentes, también presentes de una forma más o menos explícita en el Novum Organum. En primer lugar, las sustancias contrapuestas fuego terrestre-celeste por un lado y aire-éter por otro constituyen «tétradas»: por un lado la tétrada del azufre (azufre, aceite, fuego terrestre y fuego celeste), por otro, la tétrada del mercurio (mercurio, agua, aire, éter). Los miembros de una misma tétrada tienen un esquematismo similar y por ende un «consenso» o simpatía recíprocos[29]; están además enfrentados con los miembros correspondientes de la tétrada contraria, pero existen estados intermedios entre los diferentes contrarios: sal (entre azufre y mercurio), jugos de animales (savia, sangre; entre aceite y agua), spiritus ligados (entre fuego y aire)[30].

Los ejemplos de historia natural y experimentos recogidos en el segundo libro del Novum Organum muestran que ésta era la cosmología que Bacon estaba elaborando y que muchas de las experiencias descritas en esta obra tenían como función comprobar su veracidad o contrastarla con teorías contrapuestas (como, por ejemplo, su explicación de las mareas por el movimiento diario del universo frente a la explicación galileana por el movimiento diario de la tierra[31]). La representación baconiana de la naturaleza emanaba de una anticipación; Bacon esperaba que el método de interpretación de la naturaleza la confirmaría en lo sustancial, pero la obra baconiana muestra también la diferencia entre la praxis real del científico y las formulaciones ideales del metodólogo.

 MIGUEL A. GRANADA

Barcelona, octubre de 1984

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