Francis
Bacon
La gran
restauración
ePub r1.0
oronet 19.08.2019
Prólogo
I
En
1620 Francis Bacon (1561-1626) está en la cima de su carrera política: desde el
año 1618 era Lord Canciller y Barón de Verulamio. Sin embargo, su carrera
literaria —ámbito en el que su ambición no iba a la zaga de la política no
había alcanzado la brillantez de aquélla: aunque su obra inédita era amplia,
solamente habían visto la luz hasta aquel momento— si hacemos abstracción de
opúsculos de naturaleza jurídico-política— los Essays (publicados en 1597 junto con las Religious Meditations y los Coulers
of Good and Evil, fueron reeditados en 1612 pasando de diez a treinta y
ocho ensayos), los Two Books of the
Proficience and Advancement of Learning Divine and Human en 1605 y en 1609
el De Sapientia Veterum, cuya
versión inglesa acababa de ser publicada en 1619.
Sin
embargo, hacia finales de 1620 se publicaba en Londres (apud Joannem Billium
Typographum Regium) la Instauratio Magna,
obra en la que Bacon anunciaba, presentaba y convocaba a un proyecto de
investigación filosófico-natural tendente a conseguir la «Restauración» (Instaurado) del saber y consecuentemente del poder,
que sobre la naturaleza gozó Adán en el Paraíso[1] y que la humanidad había perdido como consecuencia
del Pecado original[2].
Si la humanidad se reconciliaba con el creador y recobraba su favor con la fe y
la religión (en lo que a la pérdida de la «inocencia» se refiere), la segunda
pérdida —la del saber y el poder— se superaba «mediante las ciencias y las
artes», es decir, mediante la Instauratio,
que (querida y tolerada por Dios) ponía fin a los largos siglos de extravío de
la humanidad, durante los cuales los hombres no sólo habían sustituido las ideas de la mente divina impresas en las
criaturas (y, por tanto, el mundo real) por los ídolos vacíos de la mente humana, cambiando la lectura o interpretación legítima de la naturaleza
por las múltiples anticipaciones
fantásticas de la razón humana[3],
sino que se habían olvidado además del verdadero fin de la ciencia (un fin
grato y querido por Dios; cfr. la conclusión de la Distributio Operis y
N. O. I, 129): «dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y
recursos» (N. O. I, 81).
Así
pues, la Instaurado Magna baconiana,
en su doble sentido de obra personal y de proyecto colectivo, se insertaba en
una perspectiva escatológico-milenarista, que no sólo hacía eco a las
expectativas de ese tipo presentes en amplios sectores de la Inglaterra del
momento, sino que además establecía como momento decisivo de esas expectativas
milenaristas la reforma del saber humano, la restauración de la ciencia-poder
adámico. De esta manera Bacon cambiaba la relación de la religión con la
ciencia: si para muchos teólogos y hombres piadosos de la época la ciencia era
peligrosa para la religión (había causado el pecado original)[4], Bacon hace de la
religión y de la Biblia base de la condena del saber tradicional y de la
legitimidad de la Instauratio Magna.
A partir de 1620, y gracias en buena medida a la obra del canciller, la
religión exhorta a la ciencia y al dominio de la naturaleza: ciencia y poder
serán el medio (junto con una sana actitud religiosa) por el que la sociedad
humana llegará al descanso sabático (el milenio o la utopía); con Bacon el
milenarismo cristiano reformado (puritano, radical) se asocia a la reforma del
saber y pasa a concebir la nueva ciencia con su ethos religioso como la vía para el advenimiento de la nueva época.
No es este uno de los últimos méritos y efectos de la obra baconiana en general
y sobre todo de la publicación de 1620 que aquí presentamos[5].
Esta
fundamentación bíblica de la reforma del saber y de la Instauratio Magna aparece con toda claridad en el famoso
frontispicio de la edición de 1620 (vid. fig. p. 35): bajo la imagen del
barco que se aventura en el océano dejando atrás las columnas fatales del «Non
plus ultra» aparece citado un pasaje bíblico perteneciente al libro de Daniel
(12,4): Multi pertransibunt et augebitur
scientia («Muchos pasarán y crecerá la ciencia») como insinuación de que la
Biblia profetiza la coincidencia cronológica de la ampliación del mundo
conocido mediante los descubrimientos geográficos y la reforma y restauración
de la ciencia (N. O. I, 93). La reforma del saber humano era, por tanto, la
«restauración» de la humanidad a la situación anterior a la caída y formaba
parte inexorablemente del diseño providencialista divino de la historia, de la
reconciliación con Dios. Además, la coincidencia del conocimiento geográfico
del mundo con la «Restauración» tenía una razón teórica: sólo así podrá la
humanidad disponer de la base observacional (Historia
Natural) suficiente para la elaboración de la Interpretación de la Naturaleza, una elaboración, además, de
paciente y humilde contacto con las cosas que tiene todas las características
de «una verdadera y legítima humillación del espíritu humano» (Prefacio a la Instaurado Magna), esto
es, de una «innerweltliche Askese» o ascesis intramundana. El plan divino
respondía a la lógica misma de la investigación científica.
La
publicación baconiana de 1620 era, pues, más que una obra personal. Era el
anuncio público y la llamada a un trabajo colectivo (vid. el párrafo final del Prefacio a la Instaurado) que exigía además para su cumplimiento la institucionalización
social, esto es, la estatalización de la tarea científica[6]. Se trataba, como ya hemos dicho, de alcanzar el
verdadero conocimiento de la naturaleza y el consecuente dominio sobre ella
mediante la Interpretación de la
Naturaleza, tarea que exigía como requisitos básicos una Historia Natural y Experimental
suficiente (un registro y recopilación ordenados de los fenómenos del universo)
por un lado y por otro un «método» o Ars
interpretandi naturam[7]
capaz de llevar de forma paulatina y escalonada a los axiomas últimos, cuyo
carácter no es únicamente teórico, sino también el de reglas operacionales para
la producción de obras, pues «lo que en la contemplación tiene el valor de
causa viene a tener en la operación el valor de regla» (N. O. I, 3). Sólo
así surge la «ciencia activa» y por tanto el «dominio humano sobre el
universo», pero hemos de tener presente que para Bacon «ciencia activa» es
ciencia sin más (interpretación de la naturaleza) y que la operatividad (los
«frutos») es el criterio mismo de verdad que permite dar una respuesta
suficiente y definitiva a la crítica escéptica: «Las cosas, tal y como
realmente son en sí mismas, ofrecen conjuntamente (en este género) la verdad y
la utilidad; y las operaciones mismas han de ser estimadas más por su calidad
de prendas de verdad que por las comodidades que procuran a la vida[8]». Este criterio de
verdad permite reconocer en la esterilidad de la filosofía tradicional el signox de su falsedad y de su
carácter meramente anticipatorio[9],
dando así parcialmente razón a la crítica tradicional del escepticismo[10].
II
Pero
¿de qué constaba la Instauratio Magna de
1620?, ¿qué materiales publicó Bacon en esa fecha con este título? La
presente traducción ofrece al lector el conjunto íntegro de esta edición,
concretamente: l.º) la breve presentación al género humano; 2.º) La dedicatoria
de la obra 'al rey Jacobo I; 3.º) el Prefacio
general a la Instauratio Magna; 4.º) la
Distribución de la obra, esto es, la descripción de las seis partes de que
iba a constar la Instauratio Magna[11]; 5.º) la Segunda parte de la Instaurado, esto es,
el método o Novum Organum, en dos
libros y con la utilización de un procedimiento expositivo (ars tradendi) de tipo aforístico,
renunciando a la exposición en forma de tratado completo[12]; 6.º) el Parascevo
o Preparación para la Historia Natural y
Experimental, breve presentación de la importancia y requisitos que debía
satisfacer la Historia natural para que pudiera servir de base a la verdadera
filosofía o interpretación de la naturaleza. La edición de 1620 se cerraba con
un Catálogo de títulos de historias
particulares.
De
todo ello, y de lo que desde el comienzo hemos venido diciendo, podemos
concluir que la publicación de 1620 no se reducía al Novum Organum y menos aún a la exposición de la Inducción. En efecto, el Novum Organum es una parte de la
publicación de 1620 y aunque es cierto que por su volumen constituye casi la
totalidad, si tenemos en cuenta que la Instauratio
de 1620 pretendía anunciar un programa de investigación que rebasa la propia
actividad personal de Bacon, comprenderemos fácilmente su lugar en el proyecto
baconiano: el Novum Organum es la
segunda parte de la Instauratio y
además ni uno ni otra se pueden reducir a la Inducción, a pesar de la
importancia central de ésta.
William
Rawley, capellán y editor póstumo de la obra del canciller, nos dice que la
redacción de la segunda parte de la Instauratio
se remonta cuanto menos a 1608 y fue objeto de una minuciosa elaboración por
parte de su autor[13]. En
ella confluyeron los resultados de toda una serie de opúsculos anteriores
inéditos: Temporis Partus Masculus, Filum
Labyrinthi sive formula inquisitionis, Partis Instaurationis Secundae
Delineatio et Argumentum, Cogitata et Visa, Redargutio Philosophiarum[14]. La Partis Instauratioms Secundae Delineatio et
Argumentum (opúsculo de 1606-1607) nos presenta ya el diseño preciso de la
segunda parte de la Instauracio[15] l.º) La «pars
destruens», cuyo objetivo es «igualar el área de la mente, liberándola de
aquellas cosas recibidas hasta el presente», y que consta a su vez de tres
partes en virtud precisamente de las tres clases de ídolos que ocupan la mente
humana[16]: a) ídolos
adventicios procedentes de las opiniones y sectas filosóficas; b) ídolos
adventicios procedentes de los malos modos de argumentación y demostración; c)
ídolos inherentes e innatos a la mente. Por ello la «pars destruens» se
complementa con tres refutaciones correspondientes a los tres grupos de ídolos:
Refutación de las Filosofías, Refutación de las Demostraciones y Refutación de
la Razón Humana Nativa. 2.º) La «conversio mentis bona» o «praeparatio mentis»,
cuyo objetivo es conseguir una disposición benévola y favorable del público con
vistas a una mejor recepción de la «revolucionaria» doctrina positiva de Bacon[17]. 3.º) La «pars
construens», cuyo fin es «perfeccionar el entendimiento para la realización de
la Interpretación de la Naturaleza» y que consta de tres clases de ayudas: a) ayuda al sentido; b) ayuda a
la memoria y c) ayuda a la razón, en cuyo seno ocupa un lugar preferente, pero
no único, la «inducción legítima».
No
cabe la menor duda de que éste es el plan que Bacon ha tratado de desarrollar
en el Novum Organum de 1620, con la
diferencia de que el opúsculo de 1606-1607 preveía seguramente un tratamiento
en forma sistemática, mientras la obra de 1620 lo hace en aforismos, con la
consiguiente pérdida de la perspectiva de los grandes bloques temáticos. Es
evidente que el segundo libro del Novum
Organum tiene como finalidad la exposición positiva del método o arte de
interpretar, esto es, corresponde a la «pars construens»; el primer libro
desarrolla la «pars destruens» y la «preparado mentis», es decir, la crítica de
toda la tradición y la seducción del público para la propuesta metodológica
positiva que viene a continuación[18].
El
aforismo décimo del segundo libro traza un cuadro, de la tarea a desarrollar
que coincide con el programado trece años antes: ascenso de los particulares a
los axiomas y descenso desde éstos a operaciones particulares en la naturaleza.
El primer momento consta de las tres ayudas ya señaladas, indicándose que la
ayuda a la razón consiste fundamentalmente en la inducción. Finalmente Bacon
propone «comenzar por el final para ir retrocediendo sucesivamente a las restantes
ayudas». De ahí el ejemplo de procedimiento de inducción de la forma del calor
que ocupa los aforismos siguientes (11-20). El aforismo siguiente (II, 21)
enumera nueve tareas que han de ser realizadas a continuación, pero lo cierto
es que el Novum Organum concluye con
la realización únicamente de la primera, la exposición de las «instancias
prerrogativas» (N. O. II, 22-52). En el último aforismo Bacon señala:
«Ahora hemos de pasar a los apoyos y rectificaciones de la Inducción y después
a los concretos, a los Procesos y Esquematismos latentes y a las restantes
cosas según el orden que establecimos en el aforismo veintiuno». Sin embargo,
el Novum Organum concluye y a
continuación viene la presentación sumaria de la Historia natural y el catálogo
de historias particulares. Si atendemos a la actividad posterior de Bacon en
los seis años que todavía le quedaban de vida veremos que se dedicó
fundamentalmente a la confección de la Historia natural y al desarrollo de
investigaciones particulares en relación con problemas cosmológicos que le
habían ocupado siempre y que se reflejan también en el Novum Organum. En 1622 anuncia su proyecto de publicar una Historia Natural y Experimental según
diferentes tópicos y a razón de una historia particular por mes: «Historia de
los vientos», «Historia de lo denso y lo raro», «Historia de lo pesado y lo
ligero», «Historia de la simpatía y antipatía de las cosas», «Historia del
azufre, mercurio y sal», «Historia de la vida y de la muerte». De ellas sólo
vieron la luz la primera (1622) y la última (1623); de las restantes sólo
escribió —con excepción de la segunda— el prólogo. Un año después de su muerte
Rawley publicó la Sylva sylvarum, una
historia natural de carácter general, una especie de repertorio universal de
experiencias sobre todo tipo de motivos. Podemos, pues, concluir que en Bacon
se produjo, cuando aún no había terminado la redacción del Novum Organum, un cambio en su planteamiento filosófico fundamental
y en la elaboración de la Instauratio:
si desde 1604 cuanto menos Bacon lleva a cabo investigaciones particulares
sobre diferentes problemas, es consciente de su carácter anticipatorio y de la
necesidad prioritaria de elaborar un «ars interpretandi» para conseguir, cuando
se disponga de la historia natural, elaborar la Interpretación de la
naturaleza. A lo largo de quince años el método parece haber sido su gran
preocupación, aunque no la única, y ciertamente la Instauratio magna pivotaba sobre la «pars construens» de la segunda
parte. Ahora, en 1620 y al final de la redacción del Novum Organum, Bacon renuncia para siempre a la elaboración del
método inductivo y hace pivotar la perfección y el desarrollo de la Instauratio sobre la tarea ya realizada
(el rudimento de inducción y sobre todo la «pars destruens» del libro I) y la
historia natural. Farrington ha visto[19]
que el último aforismo del libro primero, seguramente las líneas redactadas en
último lugar del Novum Organum,
señalan explícitamente el cambio de perspectiva: «Aunque pensamos haber
establecido preceptos utilísimos y certísimos, no le [al Arte de Interpretar]
atribuimos una necesidad o una perfección absolutas (como si nada pudiera
hacerse sin ella). Pues somos de la siguiente opinión: si los hombres
dispusieran de una Historia de la Naturaleza y de la Experiencia justa, se
aplicaran a ella cuidadosamente y pudiesen imponerse a sí mismos dos cosas: en
primer lugar prescindir de las opiniones y nociones recibidas, en segundo lugar
impedir durante un cierto tiempo la tendencia de la mente a volar a los principios
más generales y a los más próximos a éstos, vendrían a dar —por la fuerza
propia y genuina de la mente, sin ningún tipo de arte— en nuestra forma de
Interpretar la Naturaleza. En efecto, la Interpretación es la obra verdadera y
natural de la mente una vez liberada de los obstáculos».
Vemos,
pues, el desenfoque que se genera si reducimos la obra de Bacon al Novum Organum y éste a la inducción. El Novum Organum ha concluido con la
renuncia a completar la elaboración de la «pars construens», pero la Instauratio Magna era mucho más que eso
y esta tarea continuaba su desarrollo, y su enorme presencia en la Inglaterra
del siglo XVII. Sólo que el cambio de perspectiva que hemos señalado
(olvido de la inducción por la «pars destruens» y la historia natural) introducía
unas modificaciones importantes en el planteamiento anterior del canciller.
Antes,
a lo largo de la obra de 1620, no bastaba con la «pars destruens», con mostrar
el carácter de «espejo encantado» del entendimiento humano (vid. N. O. I,
41) y los efectos de las diferentes clases de ídolos. Bacon insistía en la
necesidad de elaborar un proceso de guía artificial del entendimiento como
garantía de la obtención de un conocimiento cierto y eficaz. Esta insistencia
emanaba por una parte de la concepción baconiana de la naturaleza como un laberinto oscuro y complicado que le
llevaba a afirmar que «los pasos han de ser guiados por un hilo conductor y
todo el itinerario, desde las primeras percepciones de los sentidos, debe ser
abierto con un procedimiento seguro» (Prefacio
a la Instauracio); por otra parte
emanaba de la naturaleza misma del entendimiento y su manera espontánea de
operar, aun purgado y rectificado. Los ídolos innatos no son eliminables: «lo
único que está a nuestro alcance es indicarlos y que esta fuerza insidiosa de
la mente sea conocida y refutada para que de la destrucción de los viejos
errores no surjan inmediatamente brotes de otros nuevos a partir de la mala
complexión de la mente y que de esta manera los errores no se extingan, sino que
tan sólo se cambien. Por el contrario debemos fijar como principio eterno e
inmutable que el entendimiento no puede juzgar sino a través de la inducción y
de su forma legítima» (Distribución de la
obra). De ahí la necesidad de un método que «añada al entendimiento plomo y
pesos para impedir todo salto y vuelo» (N. O. I, 104), que «establezca grados
de certeza» (Prefacio al N. O.) y
«una especie de suspensión de juicio» (N. O. I, 126), en suma: «solamente queda
una salida para la salvación y la salud: que toda la actividad de la mente
comience de nuevo desde el principio y que ya desde ese mismo instante no sea
dejada en modo alguno a sí misma, sino que sea gobernada permanentemente, de
forma que todo proceda de manera artificial» (Prefacio al N. O.).
La
elaboración positiva del método (con sus ayudas a los sentidos, a la memoria y
a la razón) era la garantía de la certeza en la investigación y de la
superación del excepticismo, más allá de la coincidencia parcial de Bacon con
la crítica escéptica de la posibilidad de conocimiento: «[los escépticos]
afirman sencillamente que nada se puede saber y nosotros que no es posible
saber mucho de la naturaleza por medio de la vía actualmente en uso[20]». En última instancia
el método era visto por Bacon como una máquina artificial de descubrimiento,
que prácticamente igualaba las inteligencias humanas, permitía esperar el
cumplimiento de la Instauratio en un
plazo de tiempo inferior a un siglo y no dejaba resquicio al escepticismo, si
bien se reconocía que éste triunfaba sobre la filosofía tradicional carente del
método. La renuncia a continuar el desarrollo del método no frustraba este
programa ni la distinción entre Anticipación e Interpretación de la Naturaleza
—quedaba firme el criterio operacionalista de verdad, la refutación de los
ídolos y las indicaciones metodológicas dadas en el libro segundo—, pero Bacon
no había alcanzado el resultado tan nítido y demarcador que se había propuesto.
III
El
primer libro del Novum Organum,
distribuido en ciento treinta aforismos, resulta de una lectura ágil y cómoda.
Está dedicado a la exposición de la «pars destruens» y la «praeparatio mentis»,
es decir, a la refutación y condena del saber tradicional y de los prejuicios (ídolos) del entendimiento humano. Bacon
muestra el carácter anticipatorio de la filosofía tradicional por su base
idólica, por sus carencias metodológicas, por su escaso apoyo observacional y
por los límites mismos de las sociedades que produjeron esa filosofía. De esta
manera, minada la confianza del lector en el saber tradicional, es más fácil la
presentación del nuevo saber y la generación de optimismo.
Podemos
distribuir el contenido de este libro en los siguientes bloques temáticos:
1.
Aforismos 1-9. Son breves y rápidos aforismos sobre diferentes aspectos
fundamentales del pensamiento baconiano: concepción activista-religiosa del
sujeto humano y de su relación con la naturaleza, necesidad del método,
concepción operacionalista del saber, etc.
2.
Aforismos 10-19. Bacon afirma la sutilidad de la naturaleza y la incapacidad
para dar cuenta de ella de la lógica silogística, de las nociones usuales y de
los métodos habituales de descubrimiento.
3.
Aforismos 20-37. Se señala la incapacidad del entendimiento abandonado a sí
mismo para proceder por una vía correcta de investigación, se formula la
distinción entre Anticipación de la Mente e Interpretación de la Naturaleza y
se diferencia la crítica baconiana de la crítica escéptica.
4.
Aforismos 38-115. Contienen la refutación de los ídolos, es decir, la «parte
destructiva». Tras una primera enumeración de los distintos grupos de ídolos (38-44), Bacon procede al
tratamiento individualizado: ídolos de la tribu (45-52), de la cueva (53-58),
del foro o lenguaje (59-60) que constituyen los ídolos innatos y cuya
refutación es la refutación de la razón humana natural. A continuación viene la
exposición de los ídolos del teatro o adventicios (61-71) y la consiguiente
refutación de los mismos, esto es, de las filosofías y de los procedimientos
demostrativos (aforismos 71-92). La refutación de los ídolos del teatro se
desarrolla mediante la teoría de los signos
indicativos del valor de las filosofías (71-77) y la exposición de las causas del error de la filosofía
tradicional (78-92). Bacon añade los motivos
de esperanza que cabe albergar acerca de la Instauratio (92-115).
5.
Aforismos 115-130. Representa la seducción y captación de la benevolencia del
público (la «conversio mentis bona» de la Partís
Instaurationis Secundae Delineatio) mediante la respuesta a posibles
objeciones que pudieran hacerse al proyecto baconiano por causa de
malentendidos y prejuicios procedentes de la concepción tradicional del saber
(116-128). El primer libro concluye con la reiteración de la grandeza del fin
propuesto (129) y la mencionada renuncia a continuar la elaboración positiva
del método, escrita después del libro segundo (aforismo 130).
El
segundo libro, cuya extensión es el doble de la del primero y, sin embargo,
consta tan sólo de cincuenta y dos aforismos, resulta de una lectura más
monótona y difícil. Su objeto es exponer la «pars construens», o sea «el arte
misma de interpretar la naturaleza». Podemos distinguir en él las siguientes
partes:
1.
Aforismos 1-10. Se establece el fin de la ciencia: el descubrimiento de las Formas, Esquematismos y Procesos latentes (ámbitos naturales que
escapan al sentido y exigen, por tanto, que el método se preocupe atentamente
de la «ayuda al sentido») y la conexa libertad de operación sobre la naturaleza
(1-8). Bacon señala asimismo la división de la filosofía natural en
Física-Mecánica y Metafísica-Magia Natural (9) y la estructura de la parte
constructiva (10).
2.
Aforismos 11-20. Tras señalar (af. 10) que la exposición va a invertir el orden
lógico de la disposición del método y empezará por la ayuda a la razón, esto es
por la inducción, Bacon pasa a ofrecer un ejemplo de aplicación de la
«inducción legítima» al descubrimiento de la forma del calor: tablas de presencia, ausencia y de grados (11-13);
exclusión y rechazo por la confrontación de las tres tablas anteriores (18) de
las naturalezas simples incompatibles con la forma del calor y finalmente la
tentativa provisional, a título de ejemplo (Bacon es consciente de que en
ausencia de unas nociones correctas y
del resto de las ayudas no es posible efectuar ni una exclusión ni una
afirmación legítimas de la forma;
vid. aforismo 19), de primera formulación o «vendimia» de la forma del calor (19)[21].
3.
Aforismos 21-52. Tras señalar (aforismo 21) las nuevas tareas que es preciso
desarrollar para la perfección de la inducción, Bacon aborda la primera de
ellas: la exposición (22-52) de las veintisiete clases de instancias prerrogativas (hechos, observaciones o proposiciones de
una relevancia y utilidad especial tanto en el momento del descubrimiento como
en el de la operación, por lo cual cabe registrarlas con un interés especial).
El aforismo final indica los diferentes ámbitos de aplicación y utilidad de
estas instancias: las cinco clases de instancias
de la lámpara (38-43) ayudan a los sentidos; otras ayudan en el momento
operacional y son el grupo de siete instancias
prácticas (44-52) y las instancias de
poder (31). Las restantes son especialmente útiles al entendimiento en el
descubrimiento de la forma
investigada.
IV
El
Bacon del siglo XVII es el Bacon del Advancement
y del De Augmentis, el del De Sapientia Veterum (con la referencia
a la profunda sabiduría oculta o manifiesta en los mitos de la antigüedad), el
de la New Atlantis y el de la Instauracio de 1620 y los proyectos de
historia natural; en suma, Bacon es en el siglo XVII el filósofo que concibió
el proyecto de la «Gran Restauración»: ethos
religioso de la empresa científica, fin utópico de la misma mediante el dominio
de la naturaleza a través del conocimiento, reforma de la enseñanza,
colaboración científica e institucionalización social de la investigación
científica, historia natural y experimental (inserción en la filosofía natural
del ámbito de las artes mecánicas como componente decisivo de una experiencia
unitaria), método inductivo, escepticismo frente a las elaboraciones mentales
no gobernadas por el método[22].
Este baconismo unido al ocaso, claro ya hacia mediados del siglo XVII, de
posiciones teóricas sostenidas por el canciller y orientadoras de su
investigación real (posiciones como el geocentrismo e inmovilidad de la tierra,
el mundo finito, su concepción del movimiento celeste, de la materia, su
elaboración de una cosmología no mecanicista de raíz paracelsiana) explican la
desatención a obras baconianas como el Thema
coeli (redactado en 1612, pero inédito hasta 1657) en las que sus
representaciones cosmológicas —y el retraso de las mismas— se expresaban con
especial claridad[23].
Esta cosmología y la concepción baconiana de la materia rigen y determinan la
actividad experimental del canciller, sus proyectos de historia natural;
constituyen, en suma, una investigación que trata de ser rigurosa y vincularse
con la observación, pero que tiene un carácter anticipatorio y es independiente
del método que Bacon va elaborando al mismo tiempo. Dicha investigación y la
preocupación por el método son simultáneos y paralelos; constituyen además una
muestra del contraste entre el antiapriorismo metodológico y la práctica real
según una imagen de la naturaleza y de la materia que se insertan en la órbita
del naturalismo renacentista y el paracelsismo, que Bacon creía fundamentadas
en la experiencia y acompañan la elaboración del método, de forma que éste
vendría a ser la vía para el contraste y la plena confirmación de su
anticipación. Así, desde la práctica real de Bacon como investigador se nos
vuelve a reducir la demarcación entre anticipación e interpretación de la
naturaleza que el uso del método debía garantizar.
Esta
cosmología y esta teoría de la materia afloran ocasionalmente a lo largo del Novum Organum, dando un sentido claro a
afirmaciones y suposiciones dispersas a lo largo de la obra. Tenerlas presente
ayudará a reconocer una mayor coherencia a la imagen de la naturaleza del
canciller, a reconocer su originalidad y comprender su marginación creciente a
medida que avanza la revolución científica. Por eso vamos a concluir este
prólogo con una rápida caracterización de estos temas[24].
Para
Bacon la materia se presenta en las dos formas de materia tangible (densa, fría, pesada, inerte) y spiritus (materia también extensa y
corpórea, pero sin peso, tenue, rarificada y activa). Mientras la materia
tangible está reducida y limitada al globo terrestre (inmóvil en el centro del
cosmos finito), los spiritus llenan
el resto del universo en su doble manifestación de spiritus devinctus (atado o ligado, esto es, encerrado en un cuerpo
tangible) o spiritus purus (puro o
libre, es decir, desvinculado de materia tangible). El espíritu puro es tanto
el aire y fuego terrestre sitos entre la tierra y la luna como sobre todo el
éter (medio de los cuerpos celestes) y el fuego celeste (la materia componente
de los cuerpos celestes). Por el contrario los espíritus ligados y encerrados
en los cuerpos tangibles se encuentran en la superficie de la tierra (bajo la
superficie no hay sino el cuerpo denso, frío compacto e inerte de la tierra) y
son los responsables, por su gran actividad, de los múltiples fenómenos que
aquí se producen. A su vez estos espíritus ligados pueden ser inanimados (el spiritus emortuus de N. O. II, 48; p. 333) o animados o vitales (spirutus vitales).
Los primeros están presentes en los seres vivos e inanimados (son además fríos,
de naturaleza sobre todo aérea y discontinuos o interrumpidos; cfr. II, 40; p.
295); los segundos aparecen en los cuerpos vivos, son calientes, de naturaleza
predominantemente ígnea y llevan a cabo las funciones vegetativa, sensitiva,
imaginativa y motriz de los organismos[25]
spiritus ligado tiene una tendencia a
salir del organismo y unirse con el aire circundante, de ahí su asimilación o
absorción de las partes tangibles similares, su volatilización y desecación del
cuerpo tangible y en general los procesos vitales (vid. la amplia exposición en
N. O. II, 40; pp. 293-295).
A
la inmovilidad de la tierra en el centro del mundo se contrapone el movimiento
circular de los cuerpos celestes, el movimiento circular del fuego cuando
domina a su medio etéreo[26].
Este dominio es completo en el cielo estrellado y se refleja en el movimiento
circular diario, pero conforme se desciende hacia el centro del mundo el
movimiento diario (único movimiento celeste, pues Bacon rechaza el movimiento
periódico «anual» de los planetas) se va haciendo más lento y se va alejando
más del círculo para hacerse más de tipo espiral[27]. Ello es debido a la perturbación causada por el
éter (mayor a medida que se desciende al centro), perturbación indicadora de la
confrontación cósmica entre fuego y éter-aire; pero este movimiento diario se
comunica asimismo a las regiones inferiores del aire (brisa diaria circular en
los trópicos) y del agua (ésta es la explicación baconiana de las mareas)[28].
La
imagen baconiana del cosmos trazada hasta aquí necesita todavía para su
completitud de algunos componentes, también presentes de una forma más o menos
explícita en el Novum Organum. En
primer lugar, las sustancias contrapuestas fuego terrestre-celeste por un lado
y aire-éter por otro constituyen «tétradas»: por un lado la tétrada del azufre
(azufre, aceite, fuego terrestre y fuego celeste), por otro, la tétrada del mercurio (mercurio, agua,
aire, éter). Los miembros de una misma tétrada tienen un esquematismo similar y por ende un «consenso» o simpatía recíprocos[29]; están además
enfrentados con los miembros correspondientes de la tétrada contraria, pero
existen estados intermedios entre los diferentes contrarios: sal (entre azufre
y mercurio), jugos de animales (savia, sangre; entre aceite y agua), spiritus ligados (entre fuego y aire)[30].
Los
ejemplos de historia natural y experimentos recogidos en el segundo libro del Novum Organum muestran que ésta era la
cosmología que Bacon estaba elaborando y que muchas de las experiencias
descritas en esta obra tenían como función comprobar su veracidad o
contrastarla con teorías contrapuestas (como, por ejemplo, su explicación de
las mareas por el movimiento diario del universo frente a la explicación
galileana por el movimiento diario de la tierra[31]). La representación baconiana de la naturaleza
emanaba de una anticipación; Bacon esperaba que el método de interpretación de
la naturaleza la confirmaría en lo sustancial, pero la obra baconiana muestra
también la diferencia entre la praxis real del científico y las formulaciones
ideales del metodólogo.
MIGUEL A. GRANADA
Barcelona, octubre de 1984
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