D.
A. F. de Sade.
Correspondencia. Edición y traducción Menene Gras.
Barcelona: Anagrama, 1975. 267 p.; 20 cm.; pp. 243-266.
―
marqués de sade
Cuadernos
personales
o
NOTAS
LITERARIAS
(1803-1804)
[1]
«Las
bestias feroces que me rodean, inventan cada día una humillación nueva,
haciendo mi destino más atroz; infiltran gota a gota en mi corazón el veneno de
la adversidad, cuentan mis suspiros con deleite y, antes de cebarse con mi
sangre, se bañan con mis lágrimas.»
Palabras de Antonieta en la Conserjería.
[2]
Las
guerras de religión van a devastar Europa una vez más. Boheman, jefe y agente
de una nueva secta cristiana depurada, acaba de ser detenido en Suecia, y entre
sus papeles se han hallado los proyectos más desastrosos. Se dice que la secta,
a la cual pertenecía, pretendía, nada menos, adueñarse de todos los potentados
de Europa, así como de sus súbditos. En Arabia se erigen nuevos sectarios que
quieren depurar la religión de Mahoma. En China, tienen lugar disturbios más
espantosos aún, y siempre motivados por la religión, que desgarran el interior
de este vasto imperio. ―Y el origen de todos los males siempre son los dioses.
[3]
Geoffroy
dice en alguna parte que nadie se atreve a alabar lo que puede haber salido de
bueno de la pluma de un escritor obsceno, por temor a que, alabando lo bueno,
se haga cómplice de lo malo. De lo que se deduce, según este razonamiento, que
no había que aplaudir más La Métromanie,
porque su actor hizo la Ode a Priape, ni Mérope, porque La
Pucelle surgió de la pluma de su
divino poeta.
[4]
De
Thou, en su libro cincuenta y dos, cuenta que, al día siguiente de la noche de
San Bartolomé, las mujeres de la corte de Catalina de Médicis salieron del
Louvre para ir a contemplar los cuerpos desnudos de los hugonotes asesinados y
despojados junto a sus muros, Asimismo el 10 de agosto, las mujeres de París
fueron también a contemplar los cuerpos de los suizos esparcidos por las Tullerías.
[5]
Le Suborneur se
debe titular: L'Homme dangeureux ou l'Ami du jour.
[6]
La
estima que se debe a los escritores.
Maldito
sea el escritor a quien es imposible apreciar tras haberlo leído... Ante todo,
hay que buscar al hombre honesto en el escritor... ―Esas son palabras que nos
dirige el redactor del Journal des Débats
del 25 mesidor año XI.
¿Es
posible sostener semejante paradoja? El hombre que se atreve a decirnos una
cosa parecida ¿ignora pues que el aprecio no es nada más que un sentimiento que
depende sólo de nuestro modo de pensar y que jamás apreciamos más que a quien lo
comparte? ¿Acaso el hombre de letras debe halagar, por decreto, las opiniones
de éste o aquél? Mediante los órganos de su genio y de su corazón, debe
escribir lo que uno y otro le dictan, haciendo abstracción de las opiniones
individuales. A partir de este momento, ya no puede complacer a todo el mundo. Más
bien habría que decir: Maldito sea el
escritor llano y vulgar que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones
de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza, para no ofrecernos
más que el incienso que quema con agrado a los pies del partido que domina.
El desdichado, cautivando, subordinando así sus propias opiniones a las que están
de moda, jamás tendría el coraje de sacar a su siglo del atolladero en el que,
tan a menudo, lo meten las modas absurdas de la opinión. Fijaos el que tuvieron
los escritores celebres del siglo XVIII, tan netamente designados por los imbéciles
redactores de este periódico vendido al capuchinismo más infecto. Dejemos
murmurar en paz a los tontos contra unos talentos que ellos no pueden tener. Es
sabido que, en todos los tiempos, esta clase de escolares repugnantes tuvo la manía
egoísta de rebajar a su nivel a aquéllos hasta quienes le era imposible
elevarse. «El vicio de los espíritus mezquinos», según el amable autor de Enfants de l'Abbaye, «es odiar la
superioridad a la que no pueden alcanzar.» Hacen falta tipos originales así en
el mundo; a ellos dirigía Gresset estos versos:
Los
necios están aquí abajo para nuestros menudos placeres.
Esos
bárbaros dicen que hay que buscar al hombre honesto en el escritor. Lo que yo
quiero es que el escritor sea un hombre de genio, cualesquiera que puedan ser
sus costumbres y su carácter, porque no es con él con quien deseo vivir, sino
con sus obras, y lo único que necesito es que haya verdad en lo que me procura;
lo demás es para la sociedad, y hace mucho tiempo que se sabe que el hombre de
sociedad raramente es un buen escritor. Diderot, Rousseau y d’Alembert parecen
poco menos que imbéciles en sociedad, y sus escritos serán siempre sublimes, a
pesar de la torpeza de los señores de los Débats...
Por lo demás, está tan de moda pretender juzgar las costumbres de un escritor
por sus escritos, esta falsa concepción encuentra hoy tantos partidarios, que
casi nadie se atreve a poner a prueba una idea osada: si desgraciadamente, para
colmo, a uno se le ocurre enunciar sus pensamientos sobre la religión, he ahí
que la turba monacal os aplasta y no deja de haceros pasar por un hombre
peligroso. ¡Los sinvergüenzas, de estar en su mano, os quemarían como la Inquisición!
Después de esto, ¿cabe todavía sorprenderse de que, para haceros callar,
difamen en el acto las costumbres de quienes no han tenido la bajeza de pensar
como ellos? Por otra parte, esta injusticia no es nueva: sabemos que
antiguamente existían personas bastante imbéciles, o por lo menos tan imbéciles
como los Geoffroy y los Joudot de los Débats,
para pretender que el autor de la tragedia de Atrée era un hombre malvado, porque llenó una copa con la sangre
del hijo de Thyeste.
[7]
Aprovechad
la situación de una tempestad para obligar a vuestro héroe a refugiarse en una
caverna, donde acaecen cosas absolutamente extraordinarias.
[8]
El
hombre no puede comprender la eternidad de la materia porque su espíritu es
finito, y es ese defecto de su espíritu lo que hizo que inventara dioses. Todo
cuanto vemos ha existido desde siempre, pero los límites de nuestro espíritu
nos impiden comprender esta gran verdad, y a ello se debe necesariamente la
primera idea de un creador en una obra que nosotros creemos finita como nuestro
espíritu.
[9]
Epitafio de D.-A.-F.
Sade,
arrestado bajo todos los regimenes.
Transeúnte,
Arrodíllate para rezar
Por el hombre más desdichado.
Nació en el siglo pasado
Y murió en el que vivimos.
El despotismo con su espantosa frente
Nunca dejo de hacerle la guerra
Bajo los reyes, este monstruo odioso
Se apoderó de su vida entera;
Bajo el Terror reaparece
Y pone a Sade al borde del abismo;
Bajo el Consulado renace: Sade vuelve a
ser su víctima.
[10]
Frase
que debe colocarse en mis Memorias: Los
entreactos de mi vida han sido demasiado largos.
[11]
Los
padres de la Iglesia, Séneca, Juvenal, Tácito, Suetonio, Dion Casio, todos han
pintado el vicio con los colores más vivos.
[12]
Es
en la Menagiana de La Monnoye donde
se encuentran las anécdotas secretas de Príapo sobre Teodora.
[13]
Mi
amiga, a propósito de Les Crimes de
l’amour, decía que, en el fondo, algunas veces el teatro ofrecía rasgos
igualmente espantosos, pero que la representación era menos peligrosa que la
lectura en frío de esas mismas atrocidades, y que, en virtud de esta comparación,
creía peligroso mi libro. ―Por lo demás, mi estilo le parecía simple, agradable
y nada amanerado.
[14]
Bonito
epígrafe:
Por
guía tendré, cualquiera que sea mi pintura,
Dos
únicos libros: mi corazón y la naturaleza.
Poesías de Clothilde de Surville, siglo xv.
[15]
Pasajes
de la Biblia: Dios ordenó a las mujeres de los madianitas que se prostituyeran
con su pueblo para perpetuarlo; asimismo ordenó al levita de Efraim que
expusiera a su mujer a la prostitución con los jóvenes de Baal para preservar a
su ministro de toda impureza.
[16]
En
la nave de la catedral de Chartres hay un laberinto en piedra negra y blanca,
cuyo dibujo puede reproducirse para la realización de un lindo jardín en forma
de laberinto.
[17]
Fui
detenido el 15 de ventoso en casa del señor Massé, donde me hallaba para unos
asuntos referentes a Les Crimes de
l'amour. Fui testigo del registro que se llevó a cabo en su casa. Cuando lo
dieron por terminado, me mostraron una orden de comparecencia. Primero fui a la
rue des Trois-Frères para ir a buscar las llaves de Saint-Ouen. Encontré a la señora
(Quesnet) muy inquieta y excesivamente agitada. Prometió que no me abandonaría.
Me llevaron a Saint-Ouen, donde se hizo un registro muy minucioso que obtuvo
por todo resultado el secuestro de algunos panfletos, mis tres cuadros y la tapicería
de mi boudoir. De allí, me llevaron a
la prefectura, donde no logré que me dejasen ir a mi casa con un guardián, tal
como pedía. Me tuvieron encerrado dos días y dos noches; aparte de otras
atenciones y delicadezas. El 16 fui interrogado dos veces por Moutard, por la mañana,
de dos a cuatro, y por la tarde, de ocho a diez. Me remití en todo a la hoja
que había preparado por la mañana allí mismo. Moutard me interrogó por tercera
vez el 18; me mostraron los manuscritos que habían cogido en casa de Massé: reconocí
dos de ellos, y en cuanto a los demás, dije lo que había dicho a propósito de Justine. El séptimo día, la señora todavía
no había podido verme. El octavo, me dejaron coger algunos papeles que
necesitaba de mi carpeta, y me dijeron que el prefecto, no habiendo querido
decidir nada con respecto a mi asunto, lo había vuelto a enviar al ministro de policía.
La señora se presentó con B. L., pero no pude verlos. El 25, se me vino a decir
y se me escribió que mi asunto terminaría al día siguiente. El 27, la señora me
escribió aconsejándome que viera a un defensor. ¡Qué contrariedad! ¿Se puede
actuar así con un hombre que sufre? El 28, vi al señor Jaillot, de Versalles,
y, al 30, me hicieron salir del miserable cuarto para estar con los demás. El 5
de germinal, volví a ser interrogado; me mostraron una carta que no reconocí. A
la vuelta, abracé, de paso, a la señora. De modo que fui interrogado por cuarta
vez, al cabo de 120 días. El 11, uno de los detenidos me previno que iba a ser
transferido a Pélagie. Efectivamente eso tuvo lugar el 12. El 13, vi a la señora
por primera vez en el locutorio de Pélagie, parecía como si temiera algunas
confabulaciones por parte de mi familia. Había obtenido el permiso para verme
tres veces por década. Observé muchas contradicciones en todo lo que decía, y,
a partir de entonces, creí comprender que el sistema de las cifras volvía a
emplearse en mí contra como en la Bastilla.
[18]
Libros
que deseo.
Delphine,
de Mme. de Staël.
Histoire naturelle de
la femme, suivi d'un Traite d'Hygiène, por J. L. Moreau, 3
vol. in-8.º con 11 láminas, 20 fr.
Histoire des
Courtisanes de la Grèce.
Mémoires de Jeanne
Vaubernier, comtesse du Barry, con amplios detalles y su declaración
entre las dos celosías, tras su condena, 4 vol. in-12, 7 fr. 50 cent. en Petit,
librero en el Palais-Royal, o en Le Normand, impresor de los Débats, rue des Prêtres-Saint-Germain-l'Auxerrois,
la puerta cochera frente a la iglesia, en el primero por delante, n.º 42.
Poésies de Clotilde
du Surville (siglo xv),
1 vol. in-8. º, precio: 4 fr., en Le Normand.
Voyage a file de
Ceylan, fait de 1791 à 1800, por Robert Percival,
oficial inglés, 2 vo1. in-8.º, 10 f r.
Tableau historique et
chronologique de la Révolution, desde el comienzo del
reinado de Luis XVI hasta el advenimiento de Bonaparte, in-8 º de 500 páginas,
3fr.
De l'Energie de la matière
et de son influence sur le système moral de l'univers,
precio: 3fr., 55 céntimos, en Didot, quai des Augustins, n. º 22.
Vie privée des Douze Césars,
in-8.', con rostros en forma de medallas, en Garneri, rue Serpente.
Les Dialogues
de Vanini.
Traité de la
philosophie occulte, por Agrippa o sus Œuvres en 3 vol., in 8. º, 1550.
En
Desrait, en la rue Hautefeuillle, junto a la de Saint-André-des-Arts, se
encuentran los Contes de Boccacio,
con 111 estampas, 10 vol. in-8. º, 12 fr., seguidos de los de la reina
Margarita, con 13 estampas, 8 vol. in-8. º, 9 fr.
En
Maradan, en la rue Pavée-Saint-André-des-Arts, n. º 16, las obras de Radcliffe,
II vol., precio: 26 fr., a saber: Le Château
d'Udolphe, la Foret, l'Italien, Julien.
[19]
Dumas,
en el tomo I, página 254, dice: «En la naturaleza hay una tendencia recíproca
que invita a todas las moléculas de la materia a aproximarse y unirse». Por
consiguiente, el movimiento es inherente a la materia y el supuesto motor inútil.
[20]
Suplemento
a colocar en la página XXX del primer volumen
de Les
Crimes de l’amour.
La
ingeniosa novela de Célestine es la prueba de lo que
acabamos de decir. ¡Qué frialdad introduce en los misteriosos acontecimientos que caracterizan dicha obra la
necesidad en que se ha creído el autor de esclarecerlos en el desenlace! ¿No habríamos
preferido que todo hubiera permanecido velado? ¿Es pues necesario decirlo
todo..., en especial, cuando está permitido hacerlo todo? Si queréis divertirme
con apariciones, dejadme creer en las apariciones. No temáis que vaya demasiado
lejos: mi razón me lo impide, mas como sois vos quien la turbáis, no intentéis
pues de ningún modo curarla. Dejadme sentir los dolores de mi herida: he
logrado convertirlos en placeres para mí. ¡Cuánta verdad, además, cuanta
naturalidad en esta deliciosa composición! ¡Cómo conoce el autor el corazón
humano y qué admirable uso hace de sus estudios sobre el hombre! ¡Pues bien, he
aquí otra de estas novelas en que la virtud perseguida por el crimen deja en
parte triunfar a este último! ¿Qué lector se atreverá, sin embargo, a decir que
con un desarrollo semejante (que afortunadamente sólo es censurado por los
necios) este libro no haya alcanzado el último objetivo del interés? ¡Ah!
vosotros que, desprovistos de alma y de sensibilidad, criticáis fríamente los enérgicos
cuadros de este género, vosotros que queréis volvernos a infundir principios
que jamás fueron los del arte, ¿habríais, pese a vuestras detestables
reflexiones, decid, habríais derramado sobre la adorable heroína de esta novela
las lágrimas que os arranca, pese a vosotros mismos, si la perspectiva de una
felicidad eterna con Dormeville os hubiera impedido ver a la desdichada Célestine
expirando sobre la tumba de la víctima de su delirio, con los labios pegados
sobre el pecho sangriento de su infortunado esposo?
[21]
Nota
referente a mi detención
(y a la
obra de Justine).
Observé
que la situación en la que me tenían y las farsas de las que era objeto me
obligaban a confundir los acontecimientos verdaderos con los acontecimientos
ocasionados por la imbécil maldad de los malvados que me guiaban; lo cual, haciéndome
insensible a los que eran tramados, me hacía a la vez insensible a los del
destino o de la naturaleza, de modo que, por el interés de mi propio reposo, preferí
no prestar fe a nada y desengañarme de todo. De donde se deducía la terrible y
peligrosa situación de suponer que me habían engañado al anunciarme la verdad más
funesta, antes que creer en esta verdad, en cuanto era para mí una ventaja
relegarla al rango de las mentiras que multiplicaban para forzar o dar lugar a
ciertas situaciones; y, en verdad, puede decirse que no había en el mundo nada
más funesto para mi corazón, ni para mi carácter. Dirigían todo eso contra mi espíritu:
estaban en un error, conociéndome como debían conocerme; cometían una necedad,
porque debían saber perfectamente que tenía bastante fuerza y filosofía para
estar por encima de estos absurdos. Pero el corazón se corrompía, el carácter
se agriaba, efectos todos que habían de ser tan perniciosos como nocivos y que
no ponían de manifiesto sino la estupidez más grave en estas guarnicionerías
bien dignas de los torpes autómatas que las ponían en práctica o las
aconsejaban. ¡Qué funestos efectos no produjeron también en mí la negativa de
varios libros buenos que yo pedía, así como los obstáculos que se me pusieron para
componer buenas obras! Mas, ¿de qué no iban a ser capaces personas que,
componiendo cifras y señales y enviándome a Bicêtre, habían sacrificado mi
honra y mi reputación?
El
sistema de señales y de cifras empleado por estos mezquinos sinvergüenzas tanto
en la Bastilla como en mi última detención, seguía corriendo el grave peligro
de que me acostumbrara a estar pendiente de los fantasmas favorables a mi
esperanza, así como a las hipótesis que la alimentaban. Eso había impreso en mi
espíritu el carácter sofistico que se reprocha a mis obras.
Por
último, cabe pensar aún ¿cómo es posible ser a tal extremo inconsecuente como para
afirmar que si he escrito Justine,
fue en la Bastilla, y devolverme a una situación todavía peor que aquélla en la
que, según dicen, compuse mi obra? He ahí lo que demuestra de una manera
invencible que todo lo que me ha concernido no ha sido más que el producto del
fanatismo de los imbéciles devotos y de la grosera imbecilidad de sus cómplices...
¡Oh, cuanta razón tenía Sófocles, cuando decía: «Un esposo, casi siempre halla
su perdición en la mujer que toma, o en la familia con la que se alía»!
Tras
estas reflexiones, me creo obligado a añadir algunas sobre la obra de Justine, que someto a los estúpidos bárbaros
que me han hecho encarcelar por este motivo.
Bastaba
un poco de sentido común (Pero, ¿acaso tienen los carceleros?) para convencerse
de que no soy ni podía ser el autor de dicho libro. Pero, desgraciadamente, me
hallaba en manos de un tropel de imbéciles que sólo saben poner cerrojos en
lugar de reflexionar, sustituyendo así la filosofía por la mojigatería, y todo
eso por la simple razón de que es mucho más fácil encerrar que reflexionar, y
rezar a Dios que ser útil a los hombres. Para que se dé este último caso son
necesarias algunas virtudes, mientras que en el primero basta hipocresía.
Teniendo
antecedentes de haber sido sospechoso de algunos desenfrenos de imaginación
parecidos a los que se encuentran en Justine,
pregunto si era posible creer que yo fuera a revelar en una obra escrita de mi
puño y letra ciertas ignominias que, necesariamente, harían pensar de nuevo en mí.
Soy o no soy culpable de estas ignominias: no hay término medio. Si he podido
cometerlas, con toda seguridad las enterraría en las tinieblas más espesas y si
tan sólo se me considera sospechoso sin ser culpable de ello, ¿puede ser verosímil
que yo las divulgue, cuando esta extravagancia no lograría más que atraer todas
las miradas sobre mí? Sería el colmo de la necedad, y odio demasiado a mis
verdugos para tener con ellos esta afinidad.
No
obstante, existe un motivo más poderoso aún, que convencerá fácilmente, así lo
espero, de que no puedo ser el autor de este libro. Que se lea atentamente, y
se verá que, por una torpeza imperdonable, mediante un procedimiento bien hecho
(como ha ocurrido) para confundir al autor con los sabios y con los locos, con
los buenos y los malos, todos los personajes de esta novela están gangrenados
de maldad. Sin embargo, yo soy filósofo; todos los que me conocen no dudan que
haga alarde y profesión de ello... Y ¿puede admitirse siquiera un instante, a
menos que se me crea loco, se puede, repito, suponer siquiera un minuto que yo
vaya a podrir con atrocidades e imprecaciones el carácter del que más me honro?
¿Qué diríais de un hombre que fuera expresamente a mojar en el fango el traje
que más le gustase y del que se sintiese más vanidoso? ¿Es lógica tal necedad? ¿Se
ven cosas semejantes en mis otras obras? Al contrario, todos los malvados que
yo describo son devotos, porque todos los devotos son malvados y todos los filósofos
personas honestas, porque la mayor parte de las personas honestas son filósofos.
Permítaseme hacer sólo una referencia a estas obras de las que hablo. ¿Hay en Aline et Valcour una criatura más
inteligente, más virtuosa y más fiel a sus deberes que Léonore? Y, no obstante,
¿existe alguien más filósofo que ella? Por otra parte, ¿existe en el mundo un
devoto mayor que mi portugués? Y ¿existe en el mundo mayor malvado? Todos mis
caracteres tienen este cariz; jamás me he apartado de este principio. No
obstante, repito que en Justine se ve
todo lo contrario. Por consiguiente, no es cierto que Justine sea mía. Digo más: es imposible que lo sea. Eso es lo que
acabo de demostrar.
Agregaré
aún una cosa más fuerte: no puede ser más curioso que toda la turba mojigata,
todos los Geoffroy, los Genlis, los Legouvé, los Chateaubriand, los La Harpe,
los Luce de Lancival, los Villeterque, que todos esos valientes agentes de la
tonsura se hayan echado contra Justine,
cuando este libro apoyaba sus teorías. Aunque hubieran pagado por tener una
obra tan bien hecha como ésta para denigrar a la filosofía, no lo habrían
conseguido. Y juro por lo que más quiero en el mundo que jamás me perdonaría
haber servido a unos individuos que desprecio tan prodigiosamente.
Por
consiguiente, se comete el mayor error del mundo atribuyéndome un libro... un
libro que va contra todos mis principios y del que todo prueba que no puedo ser
autor, y más aún, haciendo tanto ruido por una obra que no es, tomándola por el
lado bueno, más que el último exceso de una imaginación corrompida, de cuyos
delirios se irrita imbécilmente a todas las cabezas exaltándosela así.
Ofendido
por esta acusación, acabo de escribir dos obras de cuatro volúmenes cada una,
en las que he derribado, destruido e invertido de arriba a abajo los insidiosos
sofismas de Justine. Pero como allá
arriba está escrito, según nuestro amigo Jacques el fatalista, que las personas
de letras deben ser eternamente las víctimas de la necedad y de la estupidez,
guardan mis obras, retardan su publicación (quizá incluso la impedirán)
mientras que se multiplica la de Justine.
¡Bravo, amigos míos! dejaríais de ser consecuentes si no os opusierais al bien
y no favorecierais el mal. Hemos tenido ocasión de sublevarnos por lo contrario, estaba escrito allá arriba que los
abusos más violentos regirían siempre nuestra Francia y que tanto tiempo como
su suelo existiera sobre el globo, se reconocería en él por sus abusos.
[22]
«El
colmo del dolor, a mi entender, es ser vencido por enemigos.» (Carta de
Voltaire a Helvétius.)
[23]
Proyecto
de una novela en forma epistolar.
Clémence,
joven inocente, víctima de las trampas que se le tienden.
Théodorine,
mujer corrompida y que colabora en la perdición de Clémence.
Delville,
hombre inmoral que se entiende con Théodorine para la seducción de Clémence.
M.
de Gocour, hombre honesto a inteligente que combate los sistemas de Delville y
se opone tanto como puede a las maldades de este joven.
Mme.
de Roseville, mujer razonable y virtuosa, se entiende con M. de Gocour con el
mismo objeto.
Esbozo
de la correspondencia de esta novela en forma epistolar.
Clémence
se confía a Théodorine que a su vez la engaña, finge ser virtuosa ante ella y, mostrándose
tal cual es a Delville, su antiguo amante, traiciona a cada momento a esta
joven. M. de Gocour ha descubierto la funesta intriga y hace todo lo que puede
para impedirla. Se entiende con Mme. de Roseville con este objeto. Los acontecimientos
inmorales se escribirán entre Delville y Théodorine, los consejos y las
confidencias, ya sea de Clémence a Théodorine, ya sea de Clémence a Mme. de
Roseville, pues esta última es víctima del engaño de Théodorine. El desenlace será
indicado por M. de Gocour a Mme. de Roseville; ambos se han conocido en casa de
los padres de Clémence, pero han tenido escasas relaciones durante la acción.
M. de Gocour, al final, explica a Mme. de Roseville todas las desdichas de las
que Clémence habrá sido víctima debido a las instigaciones de Delville y de Théodorine.
Pero hace falta una intriga en todo eso, y no veo otra que la de dar un amante
a Clémence, que Théodorine le arrebatará por maldad, mientras que, en el mismo
principio, Delville tratará de conseguir a Clémence, y la obtendrá con el fin
de perderla. Ahora, lo que hace falta a estas atrocidades es un motivo, y no
veo otro que el de hacer que Théodorine sea parienta de Clémence, cuya perdición
o muerte la enriquecería pudiendo casarse con Delville, el cual no había jugado
a ser el amante de Clémence más que para perderla y hacerla morir de amargura.
Vestidos
y edades de los personajes.
Clémence,
16 años, hermosa, crédula, ingenua, franca y con aire de naturalidad.
Su
amante, 20 años, etc. (está por crear).
Théodorine,
32 años, mucho talento, mucha maldad, estilo paradójico, jugando con todas las
virtudes, y sabiendo adornarse con ellas en el momento preciso.
Delville,
astuto, malvado, 35 años, con un espíritu semejante al de Théodorine, a la que
sirve únicamente por espíritu de bellaquería.
M.
de Gocour, filósofo, sensible, elocuente, muy prudente, con excelentes
principios, 45 años.
Mme.
de Roseville, 40 años, conserva su belleza, de costumbres y principios muy
severos.
Clémence
debe ser huérfana y, por así decirlo, debe haber sido confiada a los cuidados
de Théodorine, su tía, de modo que heredaría de ella si ésta muriera; ella es
su tía, su tutora, su carabina, etc., y abusa de todo ello para perder a la desdichada
niña.
[24]
En
cierta ocasión, reproche a mi amiga que olvidara mis gustos con respecto a algo
que me ofrecía y no me gustaba: Cometéis
un error, me dijo, al reprocharme que
olvido vuestros gustos; lo que es absolutamente seguro, es que jamás olvidaré
el que vos tenéis por mí.
9 brumario (31 de octubre) 1801, en Pélagie.
[25]
Pensamientos
extraídos de la novela de Delphine.
«Los
cuidados de la vida doméstica tienen un encanto singular en las mujeres. La más
arrebatadora de todas, aquella cuyo comportamiento y hermosura es más ejemplar,
no desdeña estas atenciones buenas y simples, que tan grato es volver a
encontrar en su interior.»
―
«
¡Qué no daría yo para reencontrar estas impresiones que vierten de pronto tanto
encanto y serenidad en el corazón! ¿Qué puede inspirarnos el poder de la razón?
El coraje, la resignación, la paciencia... Sentimientos de duelo, cortejo del
infortunio, ¡la más leve esperanza hace más bien que todos vosotros! »
―
«La,
vejez rara vez es agradable, porque es la etapa de la vida en la que ya no es
posible ocultar ningún defecto. Todos los recursos para causar sensación han
desaparecido; sólo queda la realidad de los sentimientos y de las virtudes. La
mayor parte de los caracteres naufragan antes de llegar al final de la vida, y,
a menudo, en los hombres mayores sólo se ven almas envilecidas y turbadas,
habitando aún como fantasmas amenazadores en cuerpos medio arruinados. Pero
cuando una vida noble ha preparado la vejez, lo que ésta evoca ya no es la
decadencia, sino los primeros días de la inmortalidad. »
[26]
Basta
un mal sueño para decolorar todas las ideas del día siguiente.
[27]
Le
Mennegaud que robó mi episodio de Aline,
y al que yo denuncio en una nota, acaba de ser acusado de estafas infames en el
tribunal correccional, y condenado a la cárcel así como a la restitución. (Ved
el Journal des Débats del 4 ventoso año XII.)
[28]
Zirza,
hermoso nombre a utilizar.
[29]
Carta
a M. d'Argental, 1763: «No siempre es preciso, según Voltaire, que Melpomène
camine sobre zancos. Los versos más simples son muy bien recibidos, sobre todo
cuando se hallan en un fragmento en el que los hay bastante fuertes: Racine nos
lo prueba a cada instante. Una tragedia carecería de toda naturalidad si no
hubiera muchas de tales expresiones simples, que no tienen nada de bajo ni de
excesivamente familiar».
Esta
nota me servirá para el prefacio de Jeanne.
[30]
Cuánto
le gustaría Voltaire al periodista Geoffroy, ya que este dijo: « ¡Los
periódicos son la peste de la literatura! ».
[31]
Sobre
mis obras
[a]
El
nuevo plan adoptado, ya sea para el entrelazamiento de los Crimes de l'amour, como para la confección de los volúmenes bajo el
título de Le Boccace français, exige
retocar dos novelas cortas la que llama Les
Inconvénients de la pitié y la titulada La Cruauté fraternelle,
sobre cuyos temas ya he trabajado, pero el resultado es demasiado triste para
que puedan formar parte de esta recopilación. Por consiguiente, habrá que
rehacerlas. Seguidamente, tengo tres novelas divertidas por hacer, que deberán
colocarse, una tras Dorgeville, otra
tras La Comtesse de Sancerre y la
tercera tras Eugénie de Franval. Y,
finalmente, una erótica para ser incluida en el Boccace junto a La Fleur de châtaignier. En
cuanto a La Comtesse de Thélème habrá
que rehacerla y suavizarla definitivamente, para no tener que recuperar de la policía
la que se halla bajo este título y que es mala.
En total:
1. Retocar Les Inconvénients de la pitié. Eróticas
sin palabras.
2. Ídem La
Cruauté fraternelle.
3. Hacer una novela corta divertida para los Crimes de l'amour (sin erotismo).
4. Ídem divertida para la misma obra (sin
erotismo).
5. Ídem para los Crimes de l'amour (sin erotismo).
6. Una nueva para el Boccace (erótica sin palabras).
7. Rehacer Madame
de Thélème en el género del erotismo
simple, sin palabras.
En
total, 4 por hacer y 3 por retocar (en mi cartera hallaréis el catálogo).
[b]
He
aquí los volúmenes que me quedan por pacer imprimir:
Les Crimes de l’amour,
dos volúmenes de más, compuestos por las nuevas novelas que agrego………………………………………………………………………………….......2
Le Boccace français,
compuesto de 12 novelas cortas……………………………… 2
Mi
Théâtre…………………………………………………………………………………...2
Le Portefeuille d'un
homme de lettres……………………………………………………2
Conrad ou le jaloux
en délire……………………………………………………………...4
Marcel
ou le Cordelier……………………………………………………………………...4
Total.................16
Los
cuales, a 30 fr. el volumen con un tiraje de 2.000, dan un fondo de dos mil
luises o 48.000 fr., y teniendo eso en cuenta puedo pedir perfectamente 20.000
para comprar una casa de campo.
[c]
Mi
catálogo general será pues:
Aline et Valcour………………………………………………………………………..6
vol.
Les Crimes de l’amour………………………………………………………………..6 "
Le Boccace français………………………………………………………………… 2 "
Le Portefeuille d'un homme de lettres………………………………………………3
"
Conrad…………………………………………………………………………………
4 "
Marcel…………………………………………………………………………………..4 "
Mes Confessions……………………………………………………………………...2 "
Mon Théâtre…………………………………………………………………………...2 "
Réfutation de Fénelon.
………………………………………………………………1 "
Total...................30
vol.
Todo
tiene que hacerse en un mismo formato in-12, con un solo grabado en la portada
de cada volumen y mi retrato en las Confessions
―El retrato de Fénelon delante de su refutación.
[d]
Tema
de Madame de Thélème
rehecho
(Boccace, por
retocar, erótica).
Se
tratará de los crímenes de Joseph Le Bon, diputado de la Convención en Arras.
Mme. de Thélème va a implorarle el perdón para su marido. Le Bon se enamora de
ella. Una doncella es la mediadora de toda la intriga; ésta denuncia la emigración
del marido y de su hija. Le Bon, que ve en todo eso dos pretextos para su pasión,
primero arruina a la madre, manda venir a la hija, abusa de ambas, hace
guillotinar al marido y a la mujer, y hace de la hija su amante oficial. Podrán
incluirse muchos detalles de la anterior, pero no habrá nada de obscenidad, la
atrocidad se atribuirá absolutamente a la del personaje, será muy real y no habrá
nada que parezca ser fruto de vuestra invención. Además estará escrita pura e
ingeniosamente y con el único objeto de hacer detestables dos crímenes de este
tiempo.
[e]
La Cruauté fraternelle
(Boccace, por
retocar, erótica)
La Cruauté
fraternelle destinada a la misma recopilación, aproximadamente
con el mismo fondo que la anterior. El amante seguirá siendo el hijo de aquel
que encuentra a la joven, pero la modista tras seducirla la prostituye con uno
de sus hermanos que estaba enamorado de ella, y es por celos que el otro la
hace encerrar en la cárcel de la que ella se escapa.
[f]
Les Inconvénients de la
pitié
(Boccace, por retocar, erótica)
Les Inconvénients de
la pitié, siguen siendo para la misma recopilación.
Durante los disturbios ocasionados por la Revolución, M. du Closel, padre de
dos hermosos niños, un muchacho de 14 años y una niña de 15, acoge por compasión
en su casa a un monje que ha quebrantado los votos debido a las circunstancias.
Le hospeda en su casa, confiándole la administración de sus negocios y la educación
de sus hijos. El padre Casimir, que toma el nombre de Desmarets, tan pronto
como ocupa su puesto roba a su patrón, corrompe a los niños............................................................................[1]
la
joven muere en el parto. Du Closel en cuanto se entera quiere castigar
severamente a Desmarets, pero éste que, sin que su patrón lo haya advertido, se
ha hecho miembro de un comité revolucionario, hace guillotinar a du Closel y
goza de los restos de su fortuna.
[g]
Atrappez-moi toujours de
même
(Boccace, por hacer, erótica)
Lo
creo terminado. Si lo está, servirá. Este es más o menos el proyecto..................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................[2]
―
No estáis habituados a ello. ― ¡Vamos, vamos! ¡Paz! dice el libertino, os
permito que me engañéis cuando ello ocurra de esta manera.
[h]
Aveuglement vaut mieux
que lumière,
novela
italiana
(Crimes de l’amour,
por
hacer, sin erotismo)
Una
divertida carente de erotismo, para ir detrás de Dorgeville. ― Un marido, muy impaciente por conocer el
comportamiento de su mujer, propone al confesor de la dicha mujer cederle su
puesto[3],
con el fin de saber por la propia boca de su esposa el modo en que se comporta.
El confesor acepta, pero como precisamente era él quien se acostaba con esta
mujer, le previene. Ella confiesa que tiene un galán; le nombra[4]
al prior del convento que estaba realmente enamorado de esta mujer. Para que se
consume el crimen proyectado por el confesor, éste hace ver que cede, por una
noche, su amante al prior. Éste acude a la cita; el marido le asesina; el
confesor da orden de que lo persigan; el marido huye y el confesor queda en
posesión de la mujer.
[i]
L'Ane sacristain
ou le jugement de
Salomon
(Crimes de l’amour,
por
hacer, sin erotismo)
Una
ídem para ir detrás de La Comtesse de Sancerre. Carente de
erotismo. ―El dueño de un castillo controlaba rigurosamente las ocupaciones de
todos los que habitaban en su casa, así como de que todos los criados y
animales tuvieran un empleo escrupuloso. Por la mañana, distribuía el trabajo y
se enfadaba mucho cuando alguna cosa no estaba en su sitio. Un día se da cuenta
de que Jean, cuyo deber era ir todas las mañanas a buscar agua al río como un
asno, no cumplía su tarea. Pregunta dónde está Jean, y le responden que está
ayudando a misa en el castillo. Se enfada, grita, va a quejarse a su hijo de
que no se hace nada de lo que ordena. El hijo examina la cuestión, luego, tras
haber observado inteligentemente que es preciso realizar ambos servicios: «Padre
mío, dice, no hay nada más fácil de solucionar: Jean puede hacer muy bien el
servicio del asno a ir a buscar el agua sobre sus hombros... y el asno ayudará
a la misa».
[j]
Crimes de l’amour
(por
hacer, sin erotismo)
Una
ídem y de nuevo carente de erotismo,
para ir detrás de Eugénie de Franval.
Ésta debe ser la más pura y más divertida.
[k]
Véase
pues de que se componen los seis volúmenes de los Crimes de l’amour:
1er
volumen. ― L'Idée sur les romans.
Juliette et Raunai. La Fine Mouche (el título ha sido cambiado). La Double épreuve.
2º
volumen. ― Miss Henriette Stralson. Les
Reliques. Faxelange. Le Président mystifié.
3er
volumen. ― Florville et Courval. Le Cocu
de lui-même. Rodrigue.
La Prude.
4º
volumen. ― Laurence et Antonio. Monsieur
d'Esclaponville. Ernestine. Aveuglement vaut mieux que lumière.
5º
volumen. ― Dorgeville. L'Ane sacristain
ou le nouveau Salomon. La Comtesse de Sancerre. Una por hacer.
6º
volumen. ― Eugénie de Franval. Le Mari prêtre.
La Châtelaine de Longeville.
[l]
Le
Boccace français, en dos volúmenes:
1er
volumen. ― Madame de Thélème
(largo)……… (mediano). La [Tribade] convertie (mediano). Le Curé de Prato (mediano). La Fleur de châtaignier
(corto). Il y a place pour deux
(corto).
2º
volumen. ― La Cruauté fraternelle
(largo). Les Inconvénients de la pitié
(mediano). Le Mari corrigé (mediano).
Soit fait ainsi qu'il est requis
(corto). L'Instituteur philosophe
(corto). Attrapez-moi toujours de même
(corto).
[32]
Comida
muy irritante
Sopa
de caldo de veinticuatro gurriatos, con arroz y azafrán;
Pastel
hecho de albóndigas con carne de palomo picada, y una guarnición de alcachofas;
Crema
de vainilla;
Trufas a la provenzal;
Una pava guarnecida con trufas;
Huevos
con salsa;
Picadillo
de perdiz relleno de trufas y vino cocido;
Vino
blanco;
Compota
al ámbar.
―
[33]
[Fantasmas,
1802][5]
Ser
quimérico y vano, cuyo solo nombre ha hecho correr más sangre sobre la
superficie del globo como ninguna guerra política lo haya hecho jamás: ¡Retorna
a la nada, de donde la loca esperanza de los hombres y su ridículo temor
osaron, por desgracia, hacer salir! Apareciste sólo para suplicio del género
humano. ¡Cuántos crímenes se hubiera ahorrado la tierra, si se hubiese
degollado al primer imbécil que se le ocurrió hablar de ti! Muéstrate, si es
que existes; sobre todo, no soportes que una débil criatura se atreva a
insultarte, a desafiarte, a burlarse de ti, como yo lo hago; que ose negar tus
maravillas y reírse de tu existencia, ¡vil fabricante de pretendidos milagros!
Haz solamente uno, para probarnos que existes. Muéstrate, no en una zarza
ardiente, como se dice, te apareciste al bueno de Moisés; no sobre una montaña,
como te mostraste al vil leproso que se decía tu hijo, sino junto al astro del
que te sirves para alumbrar a los hombres: que a sus ojos, tu mano parezca guiarlo.
Este acto universal, decisivo; no te debe costar más que todos los prestigios
ocultos que, según dicen, realizas todos los días. Tu gloria depende de él;
atrévete a hacerlo o deja entonces de extrañarte de que todos los buenos
espíritus nieguen tu poder y se sustraigan a tus pretendidos impulsos, a las
fábulas, en una palabra, que cuentan de ti aquellos que se ceban como cerdos
predicándonos tu fastidiosa existencia y que semejantes a esos sacerdotes del
paganismo alimentados con las víctimas inmoladas en los altares, exaltan a su
ídolo sólo para multiplicar los holocaustos.
Sacerdotes
del falso dios que cantó Fénelon: erais felices, en ese tiempo, incitando desde
la sombra a los ciudadanos a la rebelión. A pesar del horror que la Iglesia
afirma tener por la sangre, guiabais a los frenéticos que derramaban la de
vuestros compatriotas, trepando a los árboles para dirigir vuestros golpes con
menor peligro. Tal era por entonces vuestra única manera de predicar la
doctrina de Cristo, dios de paz; pero desde que os cubren de oro por servirlo,
contentos de no tener que arriesgar más vuestros días por su causa, es mediante
bajezas y sofismas que defendéis su quimera. ¡Ah!, si ella pudiera desvanecerse
junto con vosotros para siempre, y que jamás volvieran a ser pronunciadas las
palabras Dios y religión! Entonces los hombres pacíficos, sin más preocupación
en adelante que su felicidad, comprenderán que la moral que la funda no
necesita de fábulas para afirmarla; y que se deshonra y marchita a las virtudes
sacrificándolas sobre los altares de un Dios ridículo y vano, que pulveriza el
más ligero examen de la razón.
¡Desvanécete
entonces, repugnante quimera! ¡Retorna a las tinieblas donde naciste; no
vuelvas a ensuciar la memoria de los hombres; que tu execrable nombre no sea
pronunciado más que en la blasfemia, y que sea librado al último suplicio el
pérfido impostor que quisiera, en el porvenir, reimplantarte sobre la tierra!
Sobre todo, no hagas más estremecer de felicidad ni gritar de alegría a los
obispos cebados con cien mil libras de renta: este milagro no iguala al que te
propongo, y si debes mostrarnos uno, que al menos sea digno de tu gloria. ¿Por
qué ocultarte a los que te desean? ¿Temes su espanto o su venganza? ¡Ah,
monstruo, cuanto la mereces! ¿Valía la pena que los crearas para luego
hundirlos, como tú haces, en un abismo de desdicha? ¿Es acaso con atrocidades
que debes evidenciar tu poder? Y tu mano que los aplasta, ¿no debe, en
consecuencia, ser maldecida por ellos, execrable fantasma? ¡Haces bien en
esconderte!, las imprecaciones lloverían sobre ti, si alguna vez tu espantoso
rostro se mostrara a los hombres; ¡los desgraciados, sublevados por la obra,
harían polvo al obrero!
Débiles
y absurdos mortales enceguecidos por el error y el fanatismo, abandonad las
peligrosas ilusiones en las que os sumerge la superstición tonsurada;
reflexionad en el poderoso interés que ella tiene al ofreceros un Dios, en el
valimiento que semejantes mentiras le otorgan sobre vuestros bienes y vuestros
espíritus, y entonces veréis que semejantes bribones no pueden anunciar sino
una quimera, e inversamente, que un fantasma tan degradante sólo puede estar
precedido por bandidos. Si vuestro corazón necesita de un culto, que se lo
ofrezca a los objetos palpables de sus pasiones: una cosa real os compensará al
menos, de ese homenaje natural. ¿Pero qué podéis experimentar después de dos o
tres horas de mística deificada? ¡Una fría nada, un vacío abominable que, no
habiendo suministrado nada a vuestros sentidos, los deja necesariamente en el
mismo estado que si hubierais adorado sueños y sombras!... En efecto, ¿cómo
nuestros sentidos materiales pueden atarse a otra cosa que a la misma esencia
de la cual están formados? Y vuestros adoradores de Dios, con su frívola
espiritualidad que nada realiza, ¿no se asemejan todos acaso a Don Quijote
tomando molinos por gigantes?
Execrable
aborto, debería abandonarte aquí a ti mismo, librarte al desprecio que tú solo
inspiras, y dejar de combatirte otra vez en los ensueños de Fénelon. Pero he
prometido cumplir mi tarea; mantendré mi palabra, feliz si mis esfuerzos llegan
a desarraigarte del corazón de tus imbéciles sectarios y pueden, poniendo un
poco de razón en lugar de tus mentiras, terminar de destruir tus altares, para
volver a sumergirlos para siempre en los abismos de la nada.
[1] Dos líneas tachadas,
evidentemente por una mano ajena. (Nota del Ed.)
[2] Ocho líneas tachadas,
seguramente por una mano ajena. (Nota del Ed.)
[3] Construcción ambigua: debe
entenderse el puesto del confesor. (Nota del Ed.)
[4] Construcción también ambigua:
el nombre del prior se lo da a su marido. (Nota del Ed.)
[5] Hacia fines
de abril de 1802, un Te Deum solemne
celebraba en Notre Dame la promulgación del Concordato. Fue hacia
esa época, según toda posibilidad, que la pasión antirreligiosa del marqués,
exacerbada por el renacimiento de la fe, le inspire el deseo de reunir en una
obra metódica la suma de los argumentos que su ateísmo le había dictado desde
el Diálogo entre un sacerdote y un
moribundo hasta la Historia de
Juliette. De dicha obra, Refutación
de Fénelon −mencionada en el catálogo general de 1803-1804− no conoceríamos
hoy más que el título, si los Cuadernos
personales del marqués no nos hubieran proporcionado el fragmento titulado Fantômes, el cual –juzgándolo por la
frase siguiente– parecería el preámbulo de tal obra: Execrable aborto, exclama Sade al dirigirse a Dios, debería abandonarte aquí a ti mismo,
librarte al desprecio que tú sólo inspiras, y dejar de combatirte otra vez en
los ensueños de Fénelon. Pero he prometido cumplir mi tarea; mantendré mi palabra,
etc. Es de destacar que este trozo, de una admirable energía, ofrece notable
semejanza con algunos pasajes de un episodio de Los cantos de Maldoror, donde el Conde de Lautréamont interpela al
Creador. (Nota de Mario Pellegrini). [Véase:
Sade. Diálogo entre un sacerdote y un
moribundo. Compilación, versión y notas de Mario Pellegrini. Barcelona:
Argonauta, 1980. Pp. 51-56 y 84.]
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