viernes, 2 de octubre de 2020

Hemingway, el centenar de gatos. 44 ESCRITORES DE LA LITERATURA UNIVERSAL.



Hemingway, el centenar de gatos

 Hay un concurso anual de dobles de Hemingway al que llegan participantes de todos los lugares del mundo. Todos con ese aspecto bonachón de última hora: barba blanca, de profeta menor; gafas de aro, metálicas; bermudas color caqui bajo el estómago hinchado de ginebra; chapelas o viseras, sandalias y, los más osados, una petaca de ron.

Tuvo un problema de pequeño, un trauma infantil, cuando su madre lo vistió de chica. Era costumbre, entonces, poner faldas y trajes a los niños, así que el cándido Ernest aparece en las fotos de sus primeros años vestido con la ropa de su hermana mayor; todo rizos de oro, el pobre, y faldas tableadas, y corpiños fruncidos. De modo que el resto de su existencia, tal vez por resarcirse, ofreció una imagen varonil, siempre, de hombretón valeroso, aventurero audaz —cara cuadrada, mandíbula vigorosa y bigotito—, amante del peligro y el riesgo, y de la vida ruda: pesca y caza mayor.

Un machote que durante la Gran Guerra recibió el impacto de una granada de obús mientras evacuaba a un herido. Más de doscientas esquirlas austriacas que los médicos tuvieron que extraerle, una a una, y que a veces, cuando afloraban, se arrancaba él mismo con un cortaplumas que tenía sobre la mesilla del hospital. Tuvo una propensión fatal y reiterada a resultar herido. Un catálogo interminable de accidentes, fracturas, caídas, lesiones, tropiezos y diagnósticos adversos; golpes, roturas, cortes y cicatrices y puntos de sutura. Como ciento cincuenta.

Fanfarrón, mujeriego, algo exhibicionista, bebedor compulsivo, víctima de su propia leyenda, construyó su vida como una novela y sus novelas como reflejos de su propia vida. «Me han dado el Nobel», dijo en una entrevista, «porque en El viejo y el mar no hay palabrotas».

Amigo de Fitzgerald, un poco de Capote, de Faulkner, más o menos, de Dietrich y de Castro, con quien salía a pescar peces espada, llegó a ser el escritor más famoso del mundo; un loco que se creía que era Hemingway.

Entre sus excentricidades, la de escribir de pie, en un pupitre hecho a su medida. La de enviarse regalos el día de su cumpleaños, que recibía con gesto de sorpresa, o la de mandar sus cuentos a las revistas por telegrama.

Acabó sus días enfermo y angustiado, obsesionado con la idea de que el FBI lo vigilaba. El presidente Kennedy le había pedido un texto para su toma de posesión. Pasó dos semanas trabajando, ya transparente, inmóvil, blando de esa blandura mortal e innecesaria, y apenas consiguió enhebrar tres frases.

Una mañana de 1961 se levantó cantando, como siempre, cogió de la cocina las llaves del armero donde su mujer había guardado las escopetas. Eligió una, dos cartuchos de perdigones, y se disparó en la cabeza. Dejó viudos a un centenar de gatos, más o menos, para los que siempre guardaba los mejores trozos de pescado, a escondidas.

Fuente:

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID

 


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