jueves, 13 de julio de 2017

Borges:Letras hispanoamericanas LEOPOLDO LUGONES.


Letras hispanoamericanas
LEOPOLDO LUGONES

Decir que acaba de morir el primer escritor de nuestra república, decir que acaba de morir el primer escritor de nuestro idioma, es decir la estricta verdad y es decir muy poco. Muerto Groussac, la primera de esas dos primicias le corresponde; muerto Unamuno, la segunda; pero las dos proceden de una eliminación de los otros; las dos nos dicen de Lugones y de otros hombres, no de Lugones íntimo; las dos lo dejan solo. Las dos en fin (aunque no incapaces de prueba) son indecidoras como todo superlativo.

Nadie habla de Lugones sin hablar de los cambios múltiples de Lugones. Examinados, se limitan a dos: hacia 1897 —época de Las montañas del oro—era socialista: hacia 1916 —época de Mi beligerancia—, demócrata; desde 1923 —época de las conferencias del Coliseo—, profeta pertinaz y dominical de la Hora de la Espada. También parece que en Las fuerzas extrañas (1906) cometió la inconstancia de no prever las dos teorías de Einstein, que sin embargo contribuyó a divulgar el año veinticuatro. Tampoco le perdonan el tránsito del ateísmo irreverente a la fe cristiana —como si ambos no fueran evidencias de una misma pasión.

He aquí lo indiscutible: esos "cambios múltiples" de Lugones, que son escándalo y admiración de los argentinos, son de naturaleza ideológica y todos saben que las ideas de Lu gones —mejor, las opiniones de Lugones— fueron siempre menos interesantes que la convicción y que la retórica espléndida que éste les dedicó. Retórica espléndida he dicho, no retórica servicial, ya que Lugones solía desdeñosamente preferir la intimidación del lector a su conversión. Es verdad que hay lectores pusilánimes que se dejan gritar y que tambien hay otros que se sienten cómplices de los gritos... Claudel o Chesterton o Shaw han enriquecido de argumentos las diversas doctrinas que profesan; Lugones ni siquiera ha elaborado un nuevo sofisma.

Lo esencial en Lugones era la forma. Sus razones casi nunca tenían razón; sus adjetivos y metáforas, casi siempre. De ahí lo conveniente de buscarlo en aquellos lugares de su obra no maculados de polémica: en las páginas descriptivas de la Historia de Sarmiento y de El payador ("Era el monstruoso banquete de carne, para hombres, perros y aves de presa... Junto a los fogones inmensos, hombres sentenciosos, enguantados de sangre, comentaban las peripecias del día, dibujando marcas en el suelo, o limpiando los engrasados dedos con lentitud sobre el empeine de la bota...") o en algún admirable cuento fantástico — La lluvia de fuego, Los caballos de Abdera, Izur— o en aquel Lunario sentimental que es el inconfesado arquetipo de toda la poesía profesionalmente "nueva" del continente, desde El cencerro de cristal de Güiraldes hasta El retorno maléfico o La suave patria de López Velarde, acaso superiores a su modelo. (Eso, sin aludir a reproducciones facsimilares, como la inepta Pipa de Kif).

En vida, Lugones era juzgado por el último artículo ocasional que su mano había consentido. Muerto, tiene el derecho funerario de que lo juzguen por su obra más alta.

En mi vida, en la vida de mis padres, están entreverados sus versos.

Sur, Buenos Aires, Año VIII, N° 41, febrero de 1938.

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