miércoles, 18 de junio de 2014

Abbadón el exterminador: El apocalipsis de los desaparecidos. Alejandro Hermosilla Sánchez.


Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44

Abbadón el exterminador:
El apocalipsis de los desaparecidos.

Alejandro Hermosilla Sánchez
Resumen
El artículo tiene como objetivo analizar la novela de Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador,
desde un punto de vista mítico-simbólico para enlazarlo con la realidad social de la Argentina de
la década del ´70. Para ello, se relaciona la obra de Sábato con la de críticos, como René Girard,
con el objeto de realizar una interpretación que pueda mostrar la novela como una lúcida
profecía de su tiempo así como una manifestación de fe en el ser humano enfrentado a un túnel
cegado de enemigos empeñados en que sucumba en su intento por construir una vida digna de
ser vivida en comunidad o en soledad.
Palabras clave: Apocalipsis – exilio – huérfano – olvido – recuerdo
Summary
The purpose of this paper is to analyze Ernesto Sabato’s novel Abaddón el exterminador from a
mythic and symbolic perspective, and to link it with the social reality of Argentina in the 70’s.
Accordingly, the work of Sábato is linked to the work of critics such as René Girard, in order to
come up with an interpretation which may be able to introduce the novel as a enlightened
prophecy of his time, as well as a manifestation of faith in human beings facing a tunnel full of
enemies who strive to drown their attempts of working towards a life worthy of living alone or
within a community.
Key words: Revelation – exile – orphan – oblivion – remembrance
“Vi otra bestia que subía de la Tierra. Tenía dos cuernos semejantes a los de
un cordero pero hablaba como un dragón.
Se le otorgó el poder de infundir vida a la estatua de la bestia, hasta el punto
de lograr que la estatua hablara y que hiciera morir a cuantos no se postraran
ante la estatua de la bestia.
También hizo que a todos, tanto a pequeños como a grandes, a ricos y a
pobres, a libres, a manumitidos y a esclavos, se les imprimiese una marca en su
mano derecha o en la frente; y que nadie pudiese comprar ni vender, sino el que
tuviera la marca o el nombre de la bestia, o la cifra que daba su nombre”.
Apocalipsis de San Juan 13:11-17

I NTRODUCCIÓN
Si algo me parece fascinante de Abaddón el exterminador (1974), es la perplejidad
que causa el hecho de que una novela que se propone dar testimonio sobre la
crisis de fe del hombre contemporáneo e intenta desbrozarla a través de una
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 28
profunda exploración sobre las fuerzas mágicas y telúricas que configuran la
conciencia moderna, intentando demostrar las raíces míticas del actual
cientificismo, haya podido –según la lectura que realizo de la misma– llegar a
vislumbrar o profetizar el futuro reciente de la Argentina. De hecho,
considero que una novela como Abaddón que quiso ser “total” y contener en la
misma –en verdad muchas veces de manera desequilibrada– literatura
epistolar, retazos periodísticos, ensayos o incursiones por la conciencia a la
manera de Joyce; y que no duda en combinar ficción y realidad de una manera
desacomplejada, no podría cerrarse del todo sin asistir a los acontecimientos
que acaecieran en la Argentina después de su publicación y de la lectura del
texto que Sábato escribiera en el Informe de la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas, Nunca más (1984).
En efecto, en Abaddón el exterminador el flujo narrativo se une de tal manera
a la realidad que ante el fluir discursivo de la obra es inevitable que, tanto el
lector, como el autor y los ciudadanos de la Argentina, se vean reflejados en
ella, y los personajes en la realidad, finalizando una tarea que ya se venía
configurando desde los primeros pasos narrativos de Sábato, pero que, sólo en
este momento, se verá completada.
Una de las muchas conclusiones que se pueden extraer de la inclusión de
Sábato en la realidad de su obra (indagando en el ya clásico recurso cervantino
–y que con tanta fortuna fuera tratado por André Gide en Los monederos falsos–)
que me interesa, en principio, no es sino la que tiene que ver con la búsqueda
sin freno, a lo largo de toda su obra, interrogándose sin pausa alguna por el
carácter de la nación Argentina. De hecho, es en esa pregunta donde
encuentro la motivación primera que lleva a Sábato a dar testimonio de sus
anhelos, dudas y ensueños en Abaddón el exterminador.
E L CONTEXTO SOCIO - POLÍTICO DE  A BADDÓN
Si nos fijamos, en los años que van de la publicación de Sobre héroes y tumbas
(1961) a Abaddón el exterminador (1974), los problemas de la sociedad argentina,
lejos de atenuarse, se continuaban agrandando y auguraban un futuro
apocalíptico y trágico. Como nos indican Floria y Belsunce: “El periodo 1955-
66 implica una profundización de la crisis que venía padeciéndose desde 1930
y que alcanzaría su expresión culminante en la Argentina violenta de los años
1966 a 1983”. 1
1 C. Floria y A. García Belsunce, Historia de los Argentinos II (Buenos Aires: Larousse, 1992),
431.
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  29
Ni las presidencias de Arturo Frondizi o José María Guido ni la de Arturo
Illia pudieron realizar un esfuerzo eficaz para frenar la llama violenta que
enfrentaba radicalmente a distintos bandos de la sociedad argentina por el
poder, el advenimiento del nuevo golpe de Estado de 1966 y la llegada de una
época que, significativamente, fue conocida como la de “los años ciegos”.
En realidad, creo que es difícil comprender el estado de inseguridad y
fragilidad que transmiten la mayoría de personajes de Abaddón el exterminador
sin intentar comprender esta realidad que desplazó la lucha precedente entre
peronistas y antiperonistas por el enfrentamiento entre “una Argentina militar
que coexistió con otra Argentina ‘militante’ (…) para atrapar entre sus tenazas
a una sociedad civil impotente en medio del ‘estado de naturaleza’ en el
sentido de la clásica descripción de Thomas Hobbes en el Leviatán”. 2 La
ceguera de los mismos golpistas que entroncaron en la presidencia al teniente
general Juan Carlos Onganía fue exactamente reconocida años más tarde por
el general retirado y futuro presidente de la nación Argentina Alejandro
Agustín Lanusse, pero ya lo reflejaba el nombre (Revolución Argentina) con
que los militares habían bautizado su acto. El Reino de las Tinieblas venía a
instalarse de nuevo en la Argentina, amenazando quedarse para siempre y
sumirla en un pozo de autodestrucción definitiva. La intervención policial en
la Universidad Argentina en la famosa “noche de los bastones largos” o la
violenta represión militar que siguió a las revueltas estudiantiles en 1969, en el
denominado “Cordobazo”, lo atestiguan. Desde luego, facilitaron la aparición
del grupo guerrillero de Los Montoneros, quienes hicieron su acto de
presentación pública secuestrando al ex presidente Pedro Eugenio Aramburu,
hecho que, a su vez, aceleró la caída de Onganía y la radicalización violenta del
gobierno y las tropas militares que, tomando una decisión en principio
incompresible, colocaron en la presidencia al general Roberto Marcelo
Levingston. Un presidente que no pudo hacer nada por luchar contra el
sistema político radicalmente violento que su misma presencia refrendaba y
que justificó el crecimiento progresivo de Los Montoneros y la creación, ya
con Lanusse en el poder, del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En
esta situación, como nos señala Michèle Soriano:
Perón, desde su exilio, proyecta la amenaza de una guerra civil (“después del
Cordobazo, el Argentinazo”) para capitalizar su poder al animar el ala izquierda del
peronismo (juventud y grupos guerrilleros); mientras que las fracciones más poderosas
de la clase dominante se niegan a compartir una solución política que pudiera disminuir
su hegemonía y prefieren el recurso a la represión, que les permitiría “profundizar” la
2 Ibíd., 450.
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 30
política económica de la Revolución Argentina. A la vez, ciertas fracciones de las
Fuerzas Armadas (sobre todo la Marina) desean “limpiar” el país antes de entregarlo a
la democracia. 3
Si atendemos a reconocer estos hechos, me parece lógico que Abaddón dé
comienzo –luego de los acontecimientos primeros fechados el 5 y el 6 de
enero de 1973 y que ya prefiguran como fuera habitual en la narrativa de
Sábato el desenlace de la novela– con unas reflexiones -más bien un rezo, una
plegaria- de Bruno, en las que no puede menos que confesar su deseo último
de detener el tiempo para, o bien no tener que asistir al nacimiento de esa
violenta Argentina por la que camina o forjar en su memoria únicamente la
historia mítica y falsa que un día todos los ciudadanos de la Argentina
quisieran creer sobre su patria:
¡Denténte, oh tiempo! (…) Paraliza aquí mismo la vida. Deja que para siempre
subsistan las líneas punteadas de la Expedición al Alto Perú. Que jamás deje de ser
inmaculado, con su uniforme de parada, señalando con su índice enérgico hacia Chile,
el general José de San Martín. Que nunca sepan que en aquel momento marchaba
enfermo sobre una mula y no sobre un hermoso caballo blanco, cubierto con un simple
poncho, encorvado y cabiloso, enfermo. Permanezca para siempre aquel pueblo de
1810 frente al Cabildo, esperando bajo la llovizna la Libertad de los Pueblos. Sea aquella
revolución pura y perfecta, sean eternos y sin manchas sus jefes, no haya jamás
debilidades ni traiciones, no muera abandonado e insultado el general Belgrano, no
fusile Lavalle a su antiguo camarada de armas ni reciba ayuda de extranjeros. No muera
pobre y desilusionado en una remota ciudad de Europa, mirando hacia América,
apoyado en su bastón de enfermo, el general José de San Martín. 4
Es desde el punto de vista de las circunstancias temibles que asolaron al
pueblo argentino durante las décadas del ´60 y del ´70, como entiendo que
Sábato, 5 el personaje, profundiza aún más en la misteriosa conjuración de la
secta de los ciegos que aparecía en un lugar predominante en Sobre héroes y
tumbas. Las circunstancias vividas en la Argentina se lo piden, se lo reclaman y
debe volver a dejar testimonio –aun acaso contra su voluntad– de esta
realidad, para investigar el conflicto irresoluble en que él y todos los
ciudadanos de su país se encuentran inmersos. El problema es que tampoco él
3 Michèle Soriano, Ernesto Sábato, gnosis y apocalipsis: Estudio sociocrítico de Abbadón el exterminador
(Madrid: Pliegos, 1994), 181.
4 Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador, en Obra Completa Narrativa (Buenos Aires: Seix
Barral, 2000), 535-536.
5 A partir de ahora, cuando escribamos el nombre de Sábato sin acento ha de entenderse que
nos estamos refiriendo al personaje de Abaddón.
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  31
tiene una respuesta clara o, al menos, otra solución, más allá de su convincente
lucha e inmersión en las tinieblas de este mundo a través de la creación, y
considero que, por ello, Sábato decidió desdoblarse en personaje en su último
libro. Muestra así, a todos los ciudadanos de su patria –más en el momento en
que el escritor estaba sometido a una presión mass-mediática excesiva y al
insistente reclamo de muchos de los ciudadanos por encontrar en él al
benigno y sabio patriarca que jamás gobernara la Argentina– que se encuentra
sometido a la misma situación de indefensión que ellos. Esta es una de las
primeras intenciones de Sábato: reconocerse él mismo huérfano, hijo de Caín.
Por ello, cuando Martín lo encuentre en la realidad novelada, él mismo deberá
reconocerse huérfano: “soy un huérfano, se dijo Martín, con tristeza, y sin
saber porqué”. 6 El mismo creador que lo había retratado no tiene respuesta a
las preguntas que a él o a Juan Pablo Castel lo martirizaban y lo angusitaban.
Es un ciudadano más, angustiado por una patria compuesta de hijos sin
nombre y condenada al olvido e incluso llega a considerar, en su impotencia
por encontrar una salida constructiva a su desesperada situación, la vía
violenta: “Aquí lo único que podía habernos salvado era una buena y saludable
guerra nacional, digamos hace unos cincuenta años”. 7 Lo que le viene a
recordar a Martín una dolorosa verdad que, acaso, todavía no está en
condiciones de comprender en su totalidad, pero en cuya aceptación está su
futuro crecimiento como persona y personaje ya lejos de la mirada de Sábato y
de Bruno: todos los ciudadanos de la nación Argentina son huérfanos de
padre y madre. Los perdieron en el momento de llegar a América y por
voluntad propia en las guerras de la Independencia. De hecho, su última
conversación con Bruno no apunta a otro asunto sino a la necesidad de crecer
–a pesar de las dudas y las incertidumbres– al mal que los emplazó en aquella
tierra y al misterio sin resolver de la existencia de Alejandra o Georgina. Es
natural que esta conversación finalice punteada con el sordo recuerdo del
sonido de la sirena de un barco lejano del que bajaran los ascendentes de
Bruno, Alejandra, Sábato y Martín: “Y tal vez (seguramente) volvió a oír la
sorda sirena de un barco lejano, como en aquel no creíble tiempo de su primer
encuentro. Y tal vez (seguramente) sus ojos la buscaron absurda y
dolorosamente entre las sombras”. 8
De esta manera, la novedad que presenta Abaddón con respecto a las
novelas anteriores es precisamente el reconocimiento total y absoluto de esta
6 Ibíd., 660.
7 Ibíd., 664.
8 Ibíd., 678.
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 32
orfandad que muchos de los personajes hacen, ayudados por un Sábato que,
ubicado en el interior de la novela, es el primero en reconocerla. En este
sentido, a pesar de sus tonos sombríos, Abaddón ofrece luz y claridad a su
situación. No la luz de una pretendida y artificial paternidad sino la luz
gnóstica del conocimiento que permite a los protagonistas de su obra asumir,
de una vez, su situación real: la orfandad, la indefensión y su enajenada
ubicación más como extranjeros que como habitantes reales de una tierra que
no les pertenece. Proceso este, en definitiva, que Sábato realiza para que
comprendan que el exilio no radica en su ubicación en la tierra argentina sino
en el mero hecho, como lo entiende la gnosis, de estar constreñidos a un
cuerpo y, por tanto, indefectiblemente a una existencia terrena donde el
espíritu está encadenado. A esto apuntan, por ejemplo, esas hermosísimas
palabras de Bruno al final de Abaddón, gracias a las que su tan querido
personaje –testigo de la historia del país– manifiesta sin ambages su orfandad
en palabras dedicadas a Georgina: “Entre los despojos de tu cuerpo/ entre
gusanos hambrientos y febriles,/ aun allí estará mi alma,/ como un antiguo
habitante de la tierra devastada,/ ya sin hogar y patria,/ como un huérfano que
busca a los seres queridos,/ entre gritos anónimos/ y escombros”. 9
L A ANGUSTIA DE  J OB :  UNA ÉTICA DE LA RESISTENCIA
Por estas circunstancias y teniendo en cuenta las circunstancias violentas
anteriormente relatadas, acaecidas en la Argentina durante las décadas del ´60
y del ´70, cuyo eco resuena constantemente por Abaddón y la suerte fatal que
sufrieran tantos escritores de la sociedad argentina –véase la triste muerte de
Rodolfo Walsh años después de la aparición del libro de Sábato– me resulta,
en verdad, muy plausible considerar que además de las razones apuntadas
anteriormente, Sábato decide desdoblarse en personaje dentro de su libro por
motivaciones muy concretas: expresar, como Job, la angustia que le supone
pensar en que puede ser nueva víctima de este estado de cosas. Consigue así
dejar un testimonio alucinado, a través de la creación, del destino violento en
el que habría de sumergirse el país argentino años más tarde, y por el que
siente que indefectiblemente puede ser afectado.
Exactamente, yo también creo –como lo piensa Girard de Job en su
excelente reflexión en La ruta de los hombres perversos–, que Sábato deja
testimonio de sus pensamientos porque tiene miedo de ser el nuevo chivo
9 Ibíd., 888.
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  33
expiatorio de la comunidad. 10 Verdaderamente, Abaddón es la novela del
miedo; miedo al mal y a lo oculto. Miedo de Sábato, el intelectual, a ser
atrapado definitivamente y engullido entre las dos facciones irreconciliables de
la sociedad argentina. Miedo del escritor al exilio y la soledad en su propia
patria. Miedo del artista que, lo quiera o no, está condenado a mostrar la
verdad o, al menos, su verdad sin ambages, del peligro de ser defenestrado por
la misma sociedad que lo encumbraba, más allá de su voluntad, como guía de
su pueblo. Miedo de tantos artistas argentinos a perecer confundidos entre la
voracidad de una masa que necesita fagocitar a quienes sueñan con levantar la
bandera blanca de la paz o que animan a los dos bandos a reflexionar sobre
los motivos de su comportamiento irracional. Miedo de perecer como uno de
sus personajes más queridos, Marcelo Carranza, por negarse a traicionarse a sí
mismo y a sus propias convicciones. Miedo de ser el suicidado por su sociedad
como observara Artaud de Van Gogh, antes de correr el mismo destino que
éste. Miedo de quienes, como Edipo, Job o Cristo, fuesen encumbrados como
reyes de su pueblo, saludados con salves a su paso y, más tarde, fueran
expulsados de la comunidad, ajusticiados como víctimas en el momento en
que, consciente o inconscientemente, revelaron con un gesto su caída o con
unas palabras los mecanismos violentos e incestuosos a través de los que los
justos de la sociedad habían establecido su mandato. Miedo de Cristo a revelar
las mentiras del templo de los abelitas y ser nombrado víctima propiciatoria
por éstos para que el furioso pueblo cainita tome revancha sobre la indefensa
persona de aquel que quisiera ser su portavoz. Y, por supuesto, miedo de
quien ha desvelado las mentiras del texto oculto guardado con celo por los
sacerdotes judeo-cristianos de la Argentina y siente que el fuego de las balas, el
dragón del Apocalipsis y su ángel, Abaddón, pueden caer sobre él.
Sin embargo, ahí está la grandeza de Abaddón, a la que considero una obra
de testimonio e indagación; un ensayo real en diferentes tiempos. A pesar del
mal de un texto o novela que ha de ser medido únicamente a partir de sus
cualidades estéticas. A pesar del miedo que genera esta realidad, Sábato
penetra en ella. Es en ese acto de valentía, que resuena por un texto que
10 Nos dice René Girard: “El chivo expiatorio es un ídolo fracasado. La ascensión y la caída
están unidas. (…) Job es la víctima (…) de una opinión pública visiblemente inestable,
caprichosa, extraña a toda moderación. Él no parece más responsable de este cambio que
Jesús lo es (…) entre el domingo de Ramos y el viernes de la Pasión. Para que exista esta
unanimidad en los dos sentidos, un mimetismo de la multitud debe actuar cada vez. Los
miembros de la comunidad se influencian recíprocamente, se imitan los unos a los otros en
la adulación fanática y después en la hostilidad más fanática todavía”. René Girard, La route
antique des hommes pervers (Paris: Éditions Grasset & Fasquelle, 1985), 19-20. (Traducción del
autor).
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 34
parece crujir y temblar de pánico conforme intentamos descifrarlo –mucho
más allá de las intenciones desmesuradas, desmedidas y sin freno de Sábato
por llegar a componer una novela total, a tono con el hombre nuevo, que
exige que se levante sobre esta tierra– donde encuentro el gran mérito de
Abaddón. Un libro –y esto está mucho más claro, en esta ocasión, que en Sobre
héroes y tumbas o en la precisa, escueta y casi matemática El túnel– que llega, a
mi entender, a acertar el futuro de la Argentina de una manera precisa, por y
gracias a los errores que lastra su, muchas veces, difícil lectura. El mismo
Sábato, como personaje de su libro o como ensayista, lo ha repetido en
muchas ocasiones. Las ficciones no son sino una manifestación y
consecuencia de las luchas que se producen en la realidad; y pretender que
Tolstoi, Dostoievsky o Arlt intenten aguzar el estilo, cuidar el adjetivo, cuando
está en juego la vida o el destino de sus personajes es un oxímoron. Esto es
imposible si, como lo han hecho gran parte de los autores apocalípticos de
nuestra época, de los que Sábato se siente parte, entendemos, frente a los
integrados –siguiendo aquí la ya clásica definición de Umberto Eco– 11 que la
creación es una investigación profunda, a ciegas por la psique del ser humano
que desvela las franjas abiertas a partir de las que se resquebraja la sociedad de
la que forman parte. Son ellos quienes perciben el nuevo movimiento sísmico
que quebrará la sociedad de la que forman parte y que los reduce al tormento
y, tantas veces, a la soledad. Es también gracias a ese acto inaudito y a su
deseo de dar testimonio de esta verdad, como el mal es derrotado. La cuestión
que, según Sábato, se encuentra en el fondo de la existencia del arte –y la
razón por la que aún merece la pena seguir escribiendo–, no es tanto pensar
que, a pesar de la existencia del arte siguen y seguirán produciéndose guerras,
muertes y conflictos, sino cuántas muertes y guerras más hubiesen desangrado
a la humanidad si no existiera la posibilidad de escribir un libro. Es decir,
tomar conciencia de que, si a pesar de la existencia de la obra de arte el
hombre fue capaz de crear la bomba atómica, esa misma bomba y su poder se
hubieran multiplicado al infinito hasta acabar finalmente con el ser humano
sin aquella posibilidad.
Creo que si en Abaddón, Sábato extiende los dominios de su narración
hacia Occidente, es por el hecho concreto (que, en este caso, lo emparenta
con otros escritores de su patria como Abel Posse) de que es desde el
dominio, oculto pero aún presente en Argentina, de lo mágico-telúrico
americano; desde la constatación de una América que se mecía en el no-ser y
no-estar antes de la llegada de Occidente, y que únicamente pudo tener noción
11 Umberto Eco, Apocalípticos e integrados (Barcelona: Lumen, 1990).
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  35
del mal tecnológico o la existencia del diablo –al menos en Argentina– a partir
de este primer contacto; desde donde se puede pensar mejor la crisis de fe
occidental. No sólo esto, América es, en realidad, el lugar ideal a partir del cual
hacer gnóstico a Occidente, comprender sus mitos, su “fetichismo” científico
y volver a reinventarlo. Por ello, pienso que en Abaddón, como le sucederá al
mismo Sábato en el transcurso de su desarrollo narrativo siguiendo el camino
ya inaugurado por Fernando Vidal, la atención del narrador se desdobla y se
dirige –aun teniendo siempre en primer plano la realidad americana, argentina
en la que se circunscribe– a Occidente; de esta manera intentará “animizar” la
filosofía racionalista de Occidente que, de la mano de Sábato, observamos
imbuida de misticismo, de un soterrado esoterismo en su fondo más oculto y
encerrada en una caverna de sombras –tal y como pudiera concebirla
Moravia–, más amplia que el continente americano. Precisamente, por haber
querido sustraerse a la procelosa duda que desequilibrase a Descartes y le
condujese al intento de crear todo un sistema cerrado, es allí donde la
conciencia total del ser humano se ha separado aún más de la noción de
origen por temor a enfrentarse con las tinieblas del “tohou-bohou” originario.
En realidad, el proyecto Ilustrado, educativo y racional francés que se
encuentra en el germen de buena parte de los procesos internos que
desembocarían en la Revolución de 1789, el ascenso de Napoleón y la
Independencia Americana, como lo observaran con precisión Nietzsche,
Heidegger o Foucault, –en una vía a la que Sábato se enfrentará desde su
propia experiencia en sus diversas visiones, encuentros y peripecias con
distintos integrantes de la secta de ciegos en París–, no se ocupó jamás del
hombre. Todo lo contrario, lo negó. 12 La idea del “buen salvaje” de Rousseau
es una de las mayores puñaladas que se pudieran conceder al incomprendido
Caín; es una de las más retorcidas mentiras gracias a la que los abelitas
12 Dice Jean Jacques Rosseau en una reflexión que puede servir de ejemplo del porqué de la
lucha establecida por Nietzsche o Sábato contra el progreso racional y lumínico de la
Ilustración: “Es la razón la que engendra el amor propio, y es la reflexión la que lo fortifica;
es ella la que repliega al hombre sobre sí mismo; es ella la que lo separa de cuanto le molesta
y aflige; es la filosofía la que lo aísla; por ella es por lo que dice en secreto, ante la visión de
un hombre que sufre: perece si quieres, yo estoy a salvo. Sólo los peligros de la sociedad
entera turban el sueño tranquilo del filósofo y le arrancan de su lecho. Se puede degollar
impunemente a un semejante bajo su ventana; no tiene más que taparse los oídos y
argumentar un poco para impedir a la naturaleza, que se revuelve en él, identificarle con
quien se asesina. El hombre salvaje no tiene ese admirable talento; y falto de sabiduría y de
razón, se le ve siempre entregarse atolondradamente al sentimiento primero de la
humanidad. En las revueltas, en las peleas callejeras, el populacho se agolpa, el hombre
prudente se aleja”, en Jean Jacques Rosseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos sobre la
desigualdad entre los hombres, en Obras Selectas (Madrid: Edimat Libros, 2000), 297-298.
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 36
pudieron hacerse con el control de la tierra –y no es vano recordar aquí que
las guerras de Napoleón, más allá de su ideología, son de ocupación de otros
territorios, frente a las americanas que son, en principio, de liberación– y que
late en lo profundo de la imagen canibalesca que Europa se forja de los
“salvajes” indígenas y, por supuesto, en buena parte de la ideología y la obra
de Sarmiento. Es, en el fondo, un camino abierto para instaurar el siguiente
monoteísmo –el científico– de un poder más vasto y peligroso que el religioso
en cuanto a que instaura una verdad ya no basada en haber pensado poseer el
nombre de Dios. No. La ciencia se presenta ya como ese mismo Dios,
absoluto y excluyente para quien quiera discutir sus dictados basados en su
verdad verificable y demostrable. Y el proceso, en verdad vasto e inabarcable,
que dio lugar a la creación de la bomba atómica es narrado aquí de una
manera sintética, fría y objetiva, con el propósito de que comprendamos hasta
qué punto la comprensión científica del mundo puede llegar a acabar con la
pluralidad y con toda organización humana, ética o religiosa, obviándola
categóricamente.
Profundizando un poco más en el problema que plantea la autonomía
científica al hombre, como lo trata de explicar Nemo a partir de su reflexión
sobre El libro de Job, lo que descubre al ser castigado inmisericordiosamente
por la ley, es la no neutralidad de la ley; y del evento científico que se funda a
partir de la misma: “Job encuentra un mal no neutro, que no se contenta con
asesinarle, que no quiere asesinarle y le prohíbe incluso morir: un mal que le
tortura, eterniza su dolor y hace del mismo un infierno”. 13 Y, en este sentido,
la ciencia se establece como un dominio que impone su ley a partir “del olvido
mismo de la ley”. 14 De esta manera, como afirma Nemo, “Job se encuentra
por tanto confrontado con un ‘Dios’ que (…) no es seguramente el de la ley,
(…) que es el Otro del mundo como ley (…) una ‘nada’ ”. 15 Un innombrable
que puede ser la masa cegada de los ciudadanos volcando su necesidad de
venganza sobre el individuo Job; la presencia fortuita de la divinidad diabólica,
según el gnosticismo, cualquiera que sea su nombre, que se arroga el poder
sobre el hombre una vez que lo enfrenta al existir y la ley o la ciencia que,
realizando un engaño diabólico, le prohíben desestructurar los principios de
una realidad que han debido violentar para imponerse. Esto viene a ser el
anatema ante el cual se enfrenta Caín sin poder soportar su radicalidad
13 Philippe Nemo, Job et l’excès du mal (Paris: Éditions Grasset & Fasquelle, 1978), 162.
(Traducción hecha por el autor).
14 Ibíd., 153.
15 Ibíd., 151.
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  37
excesiva forjada en la arbitrariedad como, asimismo, lo hará Sábato,
mostrando en Abaddón aquel momento decisivo para la historia de la
humanidad en que se produjo la fisión del átomo, germen de la futura bomba
atómica. De hecho, lo que Sábato intenta que comprendamos es que la actual
dictadura científica y la raíz ideológica que daría lugar, por ejemplo, a la
creación de la bomba atómica; sólo es comprensible para Job y el hombre
común en el momento en que puede realizar una mirada que traspasa los
límites cegados de la realidad gnóstica y, como lo entiende Nemo, toma
conciencia de que “el derecho de compartir la herencia de Dios” supone
“heredar su combate contra el mal”. 16 Esto es, que si entendemos al hombre
como heredero de lo divino, su sufrimiento no es sino una manifestación de la
misma lucha que sostiene Dios contra el mal y es en su capacidad de
sostenerse en pie frente a la adversidad como el hombre le ayuda a cumplir sus
inescrutables designios.
G NOSIS Y FE EN EL ESPACIO AMERICANO DE  A BADDÓN
Es por todo lo enunciado con anterioridad, que podemos considerar que
Abaddón es, en el fondo, y desde el mismo hecho que implica su existencia, no
un mensaje apocalíptico sino de fe en el ser humano, aun y a pesar de todos
los horrores que muestra en su seno, que permite gracias a la mitificación que
hace de la realidad, más allá de Sobre héroes y tumbas y El túnel, que cada uno de
sus lectores pueda iniciar o continuar una investigación profunda sobre las
raíces y sucesivas encarnaciones de la lucha entre el bien y el mal. En realidad,
lo que aprendemos con Abaddón es que hacer gnóstico o mitificar no significa
simplificar, pues no hay nada más complejo que un mito. En todo caso,
significa abrir una vía de comprensión que sólo puede ser sobrenatural y, de
ninguna manera científica –que es, como observamos, otra de las vías del
diablo– para poder visualizar con claridad esos dos opuestos absolutos, que
exigirá integrar para construir el hombre nuevo, que son el bien y el mal.
Siguiendo la ruta trazada por Sábato, es desde el animismo americano;
desde el extravío del ser y del lenguaje americano; y desde la realidad exiliada
de sus habitantes “sin asiento” sobre la nueva tierra pero, paradójicamente,
mucho más volcados –puede que aun a su pesar– sobre la naturaleza, y
separados, por tanto, de la técnica y la “civilización”; desde donde se percibe
con más claridad la ideología diabólica, regida por un proceso mítico, que hay
detrás de la construcción de las torres de saber europeas. Como es América, a
16 Ibíd., 234.
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 38
la vez, el mejor emplazamiento desde el que Caín, esta vez ya sin armas ni
rencor y dispuesto a dialogar, puede advertir al Abel occidental que, en
realidad, su discreción, pulcra educación de la que hace gala, su vetusta
hipocresía y sus elegantes vestiduras, en muchos casos, son fruto y
consecuencia del crimen y el asesinato, de la ideología que implantó en los
continentes hacia donde fue y que su silencio no puede ocultar. De hecho, es
una sutil manera de hacer percibir a los ciudadanos de Occidente que los
mismos, aun y a pesar de disfrutar una privilegiada situación sostenida, como
supiera Goethe, gracias a su pacto faústico con el diablo, son también
“extranjeros” en su propia tierra, alienados; y deberían comenzar a volver a
mirar al cielo e interrogarlo para descubrir, asimismo, su condición exiliada
como habitantes de este mundo que no pueden, cegados por la luz de la razón
y la ciencia, alcanzar a ver.
En suma, el proyecto que pretendiera llevar a cabo Albert Camus, de quien
no hemos de olvidar que dedicara su Tesis de Licenciatura al gnosticismo, y el
verdadero hecho por el que, podemos suponer actualmente –siguiendo las
peripecias vitales y los tormentos sufridos por Sábato en su novela ansioso por
revelarnos la verdad gnóstica–, ha sido defenestrado del primer lugar de la
cultura oficial del país galo, empeñado en negar sus orígenes bárbaros, al Caín
que con tanta destreza retratara y encarnara François Villon.
Y es que, aun a fuerza de presentarse como una novela moderna, Abaddón
el exterminador, es una obra a contracorriente. No ya porque sea una
investigación del inconsciente negado por la cultura occidental, por las aristas
de la duda que corroyera el espíritu de Descartes y que, con tanto afán, el
teórico francés intentó derrotar construyendo su sistema filosófico sino, sobre
todo, en cuanto es un intento casi suicida por refutar a Marx y a gran parte de
los teóricos que durante todo el siglo XX estuvieron a la cabeza de la sociedad
intelectual de su tiempo perdiendo de vista –una vez que la cabeza de Dios
había sido ya cortada– la raíz evanescente, ontológica, proteica y creativa del
ser humano. Su raíz absolutamente irracional que no podía ser medida por
capital alguno. Contra ellos se rebela Sábato continuando la lucha ya
emprendida por de Louis Pauwels y Jacques Bergier o el incomprendido y
tantas veces mal leído Julio Evola de quien es necesario revisitar su
extraordinario Révolte contre le monde moderne 17 para profundizar aún más en la
17 Precisamente, Evola, siguiendo a Nietzsche, en unas reflexiones que laten, por ejemplo, en
el excelente análisis que realizó Philippe Nemo del problema del mal en su Job et l’excès du
mal nos indica que es la ciencia moderna la que “ha degradado y democratizado la noción
misma de saber, instalando el criterio nivelador de lo verdadero y lo cierto fundado sobre el
mundo sin alma de los nombres y sobre la superstición del método positivo, indiferente a
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  39
filosofía defendida de Sábato y apuntar con precisión a las razones, el cómo y
porqué a través del triunfo del racionalismo y del individualismo consecuente,
el hombre fue apartándose del mundo supra-mundano que, en el fondo,
suponía esclavizarse.
En realidad, Sábato no descubre nada nuevo. Simplemente se ayuda del
corpus gnóstico que, por fuerza de una especie de milagro divino, fue
rescatado en su mayor parte, precisamente en el siglo XX, como una especie
de tesoro oculto donde los hombres pudieran alzar la vista a las razones de la
autodestrucción, la bomba atómica, la guerra. Y es por ello –entendiendo,
como creo se ha ido demostrando en este trabajo, que Sábato se apoya en la
gnosis, desde la condición exiliada de su emplazamiento en América, la
cainita– que me parece lógico que utilice, entre otras, la vía de la videncia –
véase aquella reunión en Abaddón en que varios espiritistas se reúnen
intentando enfrentarse a la fuerza que le hace imposible y se rebela ante los
esfuerzos creativos de Sábato por atraparla, denunciarla– para llegar a
enfrentarse al señor de los dos ámbitos: el demonio.
Precisamente, como ha destacado Élisabeth Laborde-Nottale en su
intrigante Le voyage et l’inconscient, en la mayoría de los casos el manejo, arte e
instrumento de “la videncia podría aparecer como el efecto de una depresión
de la infancia, depresión ligada a una separación, a un luto o a un sentimiento
de exclusión y de soledad”. 18 Por lo que es lógico que sea esta vía la tomada
por el Caín americano, en trance de superar su falta y comenzar a despojarse
de sus vestiduras, sus ansias posesivas de madre o de carne que representa
Sábato; o la elegida por tantos escritores hispanoamericanos para devolver al
mundo occidental el reflejo real del mundo espiritual que han intentado negar
donde se libra una batalla tan procelosa como en la tierra entre los demonios y
los ángeles, en este caso, por el alma del ser humano.
todo lo que presenta (…) un carácter cualitativo y que tenga valor de símbolo. Es la ciencia
la que, huyendo de las tinieblas de la ‘superstición’ y de la ‘religión’, expandiendo la imagen
de la necesidad natural, ha destruido progresivamente y objetivamente toda posibilidad de
comparación sutil con la fuerza secreta de las cosas, es ella la que ha alejado al hombre de la
voz de la tierra, de los mares y de los cielos (…) Es la ciencia la que (…) ha hecho nacer la
más peligrosa tentación a la que el hombre puede ser sometido: (…) confundir poder y
fantasma de poder”, en Julius Evola, Révolte contre le monde moderne (Paris: Éditions L’Age
d’Homme, 1991), 337. (Traducción hecha por el autor). De hecho, la teoría de Evola,
mucho más rica y aguda en verdad que la de Sábato, precisamente desde el punto de vista
científico, coincide en tantos puntos con la de Sábato que es imposible negarle un referente
sobre muchas de las más caras ideas del autor argentino.
18 Élisabeth Laborde-Nottale, La voyance et l’inconscient (Paris: Éditions du Seuil, 1990), 175.
(Traducción hecha por el autor).
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 40
Es esta vía anímica y espiritual, en suma, la única que puede abrir la
comunicación entre dos hermanos opuestos pero que deberían ser
complementarios, Occidente y América, el día y la razón, la noche y la rabia; y
llevarlos a encontrar una tercera vía, acaso la oriental, o la que marca el destino
de Seth, ni víctima ni asesino, y es, en muchos de los sentidos, la vía sugerida
por Cristo o el Buda. Además es también una manera de bifurcar la palabra
perdida del Caín americano, despojarla de su poder de significación tantas
veces cuestionado y marchito y llevar a esta lengua, que es un cuerpo en que el
hombre se pierde y se arraiga hasta perderse en él, a disolverse en un camino
espiritual. Una manera de permitir al alma regresar al lugar donde partió, tierra
occidental, para luego retornar al cuerpo tomando conciencia que la batalla
cainita no ha de cernirse al deseo de regreso al cuerpo materno porque la
madre es universal, inclusiva y jamás excluyente, sino de ser capaces de
transcendernos a nosotros mismos, sea cual sea nuestra ubicación en el
mundo. Esto es, intentar afirmar el espíritu a través de la carne que es la más
enjundiosa lección que nos ha donado El libro del buen amor. De hecho, pienso
que esta es la gran posibilidad planteada, como bien supo el surrealismo, por el
advenimiento de Cristo y creo que esta es una de las últimas lecciones y la más
dificultosa tarea con la que en la interpretación de muchos de los rituales
gnósticos, se ha encontrado la crítica. Nos dice, por ejemplo, María Rosa Lojo
en su esclarecedor artículo “Elaboración del mito gnóstico en Abaddón el
exterminador” que muchos de “los adeptos al gnosticismo y del catarismo
(…) en (su) convicción de que el espíritu pertenecía al mundo de la Luz, y el
cuerpo al de las Tinieblas”, llegaron a realizar orgías dotadas de un sentido
ritual, en que se adoraba “el semen (y aun (…) la secreción genital femenina)
donde se suponía que se hallaba cautiva la Luz”. 19 Si bien, en este signo se ha
querido leer muchas veces como un signo absoluto de rechazo al cuerpo, yo,
en realidad, lo entiendo como una manera incestuosa pero gozosa de
transgredir la ley mosaica e incitar a descubrir el ánima sexual, trascenderlo.
No importa tanto la ley que obliga únicamente a procrear y dejar
descendencia, sino importa que el acto en sí se vea dotado de un sentido
supra-mundano y evanescente por el que, el hombre, como el Cristo, afirma la
resurrección de la carne, la verdad transformadora del amor, a partir de su
posibilidad de dotar de una dirección espiritual al acto sexual. Porque lo que se
encarga de recordarnos Sábato es que al Cristo o al conocimiento no podemos
llegar a través de texto o razón alguna sino a través del inconsciente que es el
dominio del sueño, del mito frente a la ley del principio de realidad. En este
sentido, Sábato está mucho más cerca de Jung que de Freud, que no pudo
19 María Rosa Lojo de Beuter, “Elaboración del mito gnóstico en Abaddón el exterminador”,
Revista Universitaria de Letras Argentina III, 2 (octubre-noviembre 1985): 311.
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  41
evitar en su aproximación a los sueños intentar regular una interpretación de
los mismos en torno a una ley que, más tarde fue ciencia, y que en la obra de
Jung, al contrario, se forjan como realidad arquetípica que invade al individuo
y cuya presencia no puede eludir si quiere aprehender la realidad en su
totalidad, libérrima y plurívoca, más allá de toda ley. En realidad, ésta es la
lucha y el debate que, en Abaddón, enfrenta a Sábato y a Beba con el doctor
Arrambide y, en ciertas ocasiones, entre ellos mismos. Una realidad basada en
una ley inamovible, o una ley que se mueve constantemente acorde con el
ciclo planetario, la mítica, que deja siempre una puerta abierta al hombre para
poder reinventarse, una puerta de salida por la cual preguntarse acerca de su
origen y esencia, en el sentido de que no le impone comportamiento alguno
sino que le abre la posibilidad de “un descubrimiento” y, a partir del mismo, le
propone un conocimiento: una gnosis. Esto constituye un problema de radical
importancia en el país argentino en cuanto aceptar esta segunda vía –que ya en
parte representa América con su mero existir– porque significa atestiguar el
pneuma divino y el temperamento y capacidad proféticas que permitirían
liberarse de la esclavitud material a la mayoría de sus habitantes, consiguiendo
imponer, al fin, su voluntad al poder. Desde luego, era un tema de radical
importancia en un momento crucial para el país argentino, como el momento
de la escritura de Abaddón, cuando las dictaduras se sucedían al tiempo que se
radicalizaba la lucha ciega de los rebeldes –en cuanto esta vía prefiguraba el
contraataque feroz y sin piedad de las potencias abelinas– para derrocarlas.
L A CLAVE APOCALÍPTICA
En realidad, y como he intentado demostrar, es a través de ese camino que
Sábato llega de una manera alucinada, demente, prácticamente inaudita; a
pronosticar, en mi opinión, los sucesos del terrible recuerdo que degeneró en
la historia de los desaparecidos. De hecho, en aquella fascinante escena que
abre la novela, en la que Barragán observa el dragón apocalíptico de siete
cabezas levantarse sobre el cielo de Buenos Aires, ya se encuentran predichos
estos sucesos. Es decir, cuando Sábato muestra al dragón cernirse en un rojizo
amanecer sobre el rostro de Barragán y el mismo pronuncia sus famosas
palabras –ya más avanzada la novela– para decirnos aquellas escalofriantes
palabras: “Porque el tiempo está cerca, y este Dragón anuncia sangre y no
quedará piedra sobre piedra. Luego, el Dragón será encadenado”, 20 yo no
puedo evitar leer en ellas no una profecía sobre el mundo, sino sobre el futuro
20 Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador, en Obra Completa Narrativa (Buenos Aires: Seix
Barral, 2000), 869.
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 42
de la Argentina. Es decir, veo allí representados los hechos trágicos ocurridos
en la matanza de Ezeiza el día del frustrado retorno de Perón a la Argentina, la
transición sangrienta y las luchas continuas entre las tropas revolucionarias y el
gobierno de Isabel Perón, la llegada de Videla a la presidencia, el posterior
advenimiento de Galtieri y, finalmente, el encadenamiento del dragón: la
instauración de la democracia en el año 1983 y el advenimiento al poder de
Raúl Alfonsín. Creo que se me podrá discutir esta interpretación, pero si
leemos –en clave simbólica y argentina– toda la obra de Sábato, nos damos
cuenta de que, en realidad, Barragán apunta a esto. Ahí radica la gran
genialidad, la absoluta locura y maravilla de Abaddón a la que pocos han
podido encontrar el sentido exacto que la premió como una de las obras más
reveladoras, apocalípticas y verdaderas que se han escrito en este siglo. Y no
estamos hablando, en este caso, de literatura. Estamos hablando del mal en su
dimensión ontológica y de la capacidad que el hombre tiene, por medio del
arte, de adelantarse a él, vencerlo y predecirlo.
Como sabemos, en el Apocalipsis de San Juan se nos dice que la bestia de
la Tierra, a la cual llama el dragón demoníaco celeste, para inundar su fuego de
perdición para la tierra es representado por la cifra seiscientos sesenta y seis.
Como han indicado muchos exegetas del Apocalipsis, tomando como base el
alfabeto hebreo una vez que ni en el hebreo ni en el griego existen signos
gráficos especiales para indicar los números, se cree que este número viene a
designar un nombre: César Nerón. Un hombre a quien todos recordamos, que
se le atribuye haber perseguido enconadamente a los cristianos.
Creo que no hace falta recordar de nuevo el encono de Perón hacia el culto
católico que motivó, como únicamente lo sabe el loco Barragán de una
manera inconsciente y translúcida, la quema de las iglesias a las que asistimos
en Sobre héroes y tumbas y ayudó a destapar uno de los sellos del Apocalipsis.
Desde luego, volver a llamar la atención sobre la figura Cesarea Perón, tal y
como la visualiza Sábato en su narrativa, parece innecesario. Ahora bien, lo
que sí debemos resaltar es que dos meses después del advenimiento de la
visión de Barragán, el peronismo, como sabemos tras ser liberado de su
proscripción, triunfó de nuevo en Argentina, gracias a Cámpora, lo que
significó el cauce perfecto para hacer retornar de nuevo a Perón al país desde
su exilio en la España fascista de Franco. De esta manera, el 20 de junio de
1973 –prácticamente 20 años después, exactamente, de aquella quema de
iglesias acaecida el día 16 de junio y de la excomunión de Perón por la iglesia
católica– se produjo su vuelta frustrada que acabó desencadenando la famosa
matanza de Ezeiza que anunció de una manera ya inevitable, una vez muerto
Perón, el advenimiento del más terrible dragón: la dictadura de Videla de la
A BADDÓN EL EXTERMINADOR : E L  A POCALIPSIS DE LOS DESAPARECIDOS
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44  43
que, por ejemplo, aquellos sucesos del famoso motín de Trelew en el año 1972
y su posterior represión por las fuerzas armadas argentinas habían sido solo un
presagio.
No es vano, que volvamos a leer el prólogo a Nunca Más, así se entenderá
más todavía y en su justa medida todo el sentido del hacer narrativo de Sábato,
y se recobrará el justo sentido de toda la obra narrativa sabatiana. Una ofrenda
a la memoria en contra del olvido que es la única posibilidad de instaurar el
perdón en la tierra, el año jubileo o el shabbat de toda una sociedad consagrado
a la paz y que permitiría comenzar a vislumbrar el reino crístico. Precisamente,
el Apocalipsis de San Juan apunta que para poder descifrar y llegar a conocer
el nombre de la bestia, se necesita sabiduría, una gnosis. No creo, como
hemos podido ir observando, que esa gnosis sea necesaria para realizar una
mera identificación formalista entre aquella bestia del Apocalipsis y el César,
Perón o, más tarde, Videla, sino en cuanto nos permite recordar que todo
aquel país o individuo que se sume en el olvido, el camino de la ignorancia
según la gnosis, acaba por ser esclavo del diablo, cuya realidad queda así
atestiguada. Como, en parte, hemos ido observando en Abaddón, reconocerse,
entonces, huérfano, lejos de hacernos más débiles, nos introduce en esa gnosis
planteada por el Apocalipsis de San Juan para que pueda ser instaurada la vía
del perdón, vencida la bestia y el dragón primordial del mal, y llegue
resplandeciente la luz del cordero a los hombres al tiempo que el diablo cae a
la tierra como un relámpago vencido por la reminiscente luz del conocimiento,
la sabiduría, la gnosis.
Más de veinte años después de la aparición del libro Nunca Más, si de algo
debe estar satisfecho el país argentino es de, a pesar de todos los males,
desgracias y pesares, haber dejado abierta la vía democrática, la del diálogo y
no haberse dejado sumir de nuevo en la vía dictatorial. Creo que, en suma,
esta realidad y ya no mito alguno, es suficiente para seguir demostrando el
poder valioso de todo arte cuya gnosis, considerada irracional por los
parámetros cartesiano-racionales científicos, no deja lugar a dudas a partir de
qué factores debe comenzar a construirse una sociedad.
El primero de ellos, la memoria; el segundo, la aceptación de quiénes
somos; y el tercero, la aceptación del hermano, sea este de la raza o credo que
sea, disponga de más o menos posesiones que nosotros, pues, en suma, lo que
enseña toda gnosis al Caín que todos somos es a ir poco a poco
desposeyéndose de sus deseos y “ego”, ir poco a poco apartándose de la
madre tierra Eva, para comenzar a percibir aquella vida que fuimos y podemos
volver a llegar a ser en el seno del pléroma. Una vida instaurable y posible en
A LEJANDRO  H ERMOSILLA  S ÁNCHEZ
Enfoques XIX, 1-2 (2007): 27-44 44
el seno de las sociedades como mostró la venida de Cristo; si Caín decide
olvidarse de vengar su afrenta diabólica y se decide a profundizar en la llama
que late en su corazón; la pesadilla de toda razón, como comprendiera Goya,
novelase Malraux y atestiguara Sábato en una obra que debería ser releída de
tiempo en tiempo si queremos comprender cuál es la fuerza última y definitiva
que instaura el tiempo de la paz: la vía del recuerdo total.
Alejandro Hermosilla Sánchez
Universidad de Murcia
Dirección: Avda. Teniente Flomesta, nº 5
30003 Murcia
ESPAÑA

Recibido: 11 de diciembre de 2006
Aceptado: 25 de octubre de 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

SILVINA OCAMPO CUENTO LA LIEBRE DORADA

 La liebre dorada En el seno de la tarde, el sol la iluminaba como un holocausto en las láminas de la historia sagrada. Todas las liebres no...

Páginas